Don

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Capítulo 23

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CAPÍTULO 23

Barrio de Palomas (Madrid)

22 de marzo de 2016

Una taza de café humeante posaba sobre el escritorio minimalista de la oficina a las siete de la mañana. Las instalaciones se encontraban vacías, pero no había tiempo que perder tras lo ocurrido en el país báltico. La pared de cristal permitía ver los rascacielos de la ciudad desde lo alto. En la portada del diario El País, una fotografía de los jugadores del Real Madrid tras la victoria ante el Sevilla F.C., y una foto del presidente Obama en Cuba. Don pasó las páginas hasta la sección internacional. Para su sorpresa, una foto de la ciudad de Riga ocupaba media página junto a un titular en negrita: «Golpe a la mafia rusa». En la foto se podía observar la imagen del puente en los que, días antes, Don se había dejado las ruedas. El cuerpo mencionaba la muerte y desarticulación de una organización de contrabandistas rusos liderados por el criminal de sangre rusa Andrey Bogdánov. Una foto con el rostro destrozado del eslavo en una esquina de la página. La prensa ya no sabía qué hacer para vender más ejemplares. Continuó leyendo y la noticia no se extendía demasiado en los detalles. Parecía que el mérito se lo había llevado la policía, por lo que, tras un vistazo rápido, Don decidió pasar las páginas y leer el resto del diario. Poco a poco, los empleados ocuparon sus puestos de trabajo, no sin antes saludar al jefe, que los observaba a lo lejos. Don no era capaz de quitarse de la cabeza la imagen del cadáver de Bogdánov trinchado como un filete y el rostro de Baiba en el suelo. Esa era una de las razones por las que nunca se llevaba nada de sus víctimas. La ausencia de objetos personales favorecía el olvido de sus rostros. No obstante, en esta ocasión, todo había ido demasiado lejos. Hacía tiempo que no se sentía tan distraído. La pérdida de concentración fue absoluta cuando las piernas de Marlena cruzaron bajo una falda la sala principal. Estaba hermosa. Tenía la sensación de no haberla visto en años, pero se dijo a sí mismo que no era más que un síntoma causado por la intensidad de los últimos días. La ingeniera llevaba el cabello recogido en una cola de caballo que caía por su espalda. El pelo azabache brillaba más que nunca. Don se preguntó cómo no se había fijado antes en la perfección de su figura. Cuando Marlena percibió la presencia de su jefe, los músculos de su espalda se tensaron. Don cerró el periódico y lo dejó encima de la mesa. La distancia que había entre los dos era más que suficiente para mantener el control de la situación, sin embargo, se podía percibir en el aire que entre ellos existía algo más. Sin ánimo de llamar la atención del resto del equipo, Don esperó en su oficina hasta que la chica se decidió, de forma natural, a entrar y poner al día a su jefe.

—¿Se puede? —Preguntó dando un pequeño golpe a la puerta que se encontraba abierta.

Don respiró profundamente e intentó desviar la tensión de su estómago. Lo que sucedía en su interior no era a causa del odio ni del resentimiento. En esa ocasión, era completamente diferente y desconocido. El arquitecto levantó la mirada y sin esbozar sonrisa, le invitó a que entrara.

—¿Cómo ha ido la semana? —Preguntó con voz seria—. Al parecer, no se te han rebelado…

—Eso mismo te quería preguntar yo… —dijo ella y se sentó en la silla que había frente al escritorio—. ¿Qué ocurrió? ¿Son tan fríos cómo dicen los estereotipos?

Don se rio en silencio. El hecho de que su jefe sonriera, le provocó una dulce sensación a la chica.

—No conocíamos lo suficiente a nuestro cliente —reprochó el arquitecto—. Eso no puede volver a ocurrir… Así y todo, he cerrado dos de los proyectos que planean para el próximo año.

—Entonces, ¿tendrás que volver a Riga?

—Lo dudo mucho —contestó Don—. Alguien lo hará en mi lugar… ¿Hay algo de lo que me quieras informar?

Marlena cruzó las piernas y puso las manos sobre la mesa. Parecía dubitativa, como si buscara la forma y el tono adecuado para encarar a su superior.

—El mensaje que recibí de tu chófer… —explicó con voz insegura—. ¿Pasó algo que me quieras contar?

—No, no lo creo… —respondió tajante—. Quería asegurarme de que todo seguía en orden.

Ella lo miró decepcionada. Sabía que Don le ocultaba algo y se preguntó, una vez más, dónde quedaba el hombre que había conocido en la cena y cuándo estaría dispuesto a abrirse de nuevo.

—Entiendo… —dijo y se levantó apresurada—. Debo regresar a mi puesto, la oficina hoy echa humo.

Cuando la chica alcanzó el umbral, Don levantó la voz.

—¡Marlena!

Ella se giró de inmediato.

—¿Sí?

—Cada experiencia, es una lección de la vida —explicó con cara de satisfacción—. Si algo he aprendido con este viaje, es lo importante que resulta guardar la calma.

—Ajá… —respondió ella sin saber muy bien por qué le habría dicho eso—. Guardar la calma… Gracias por el consejo, jefe.

Así era, pensó él. La máxima que le había salvado la vida en tantas ocasiones.

Don levantó las palmas de las manos y las encontró manchadas de sudor. Lo que más deseaba en su interior era llevarla a cenar, terminar aquella cita que habían dejado a medias con un final de película, entre copas de champán y pétalos de rosa. Pero la presencia de esa mujer le había puesto demasiado nervioso, tanto, que sacaba lo peor de sí mismo. Debía aprender a mantenerse distante o controlar sus emociones, porque, tarde o temprano, la pasión le haría perder el control sin importar la hora ni el lugar.

Don se dijo a sí mismo que, si esa mujer realmente lo deseaba, tendría que ser paciente. Él estaba dispuesto a hacer un esfuerzo, aunque le llevaría tiempo. Recordando lo que le había dicho su chófer, negarse al amor, era negarse a la vida.

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