D.O.M.

D.O.M.


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—Lo era cuando éramos niños. Éramos casi hermanos. Lo fuimos hasta que comenzamos a crecer y mi madre me obligó a seguir estudiando. Ella se emperró en darme un futuro. Los padres de Nuno no hicieron lo mismo. A decir verdad, ante mi madre fui el hijo que ella quería tener, pero, cuando no me veía, cuando estaba trabajando, hacía casi las mismas cosas que Nuno. Empezamos con tonterías como robar, a turistas desprevenidos, una billetera aquí, una cámara de fotos allá, lo que fuese, incluso ropa. Era una estupidez. Juntos probamos el alcohol por primera vez... —Recordé lo siguiente que estaba por poner en palabras, en una imagen muy vívida dentro de mi cabeza, los momentos previos, lo que vino después—. Juntos probamos drogas, juntos comenzamos a venderlas. Juntos hicimos todas las tonterías que se pueden cometer. Nuno vivía esa vida las veinticuatro horas del día, lo mío era una fuga, cuando podía escaparme de mi madre. —Me detuve; era yo el que necesitaba sentarse—. Mi madre no tenía ni idea, si bien intuía que continuaba viendo a Nuno pese a que ella me había pedido que me alejara de él. Las cosas cambiaron rotundamente para mí cuando mamá conoció a André. Él nos sacó de la favela y entonces Nuno y yo quedamos un tanto distanciados. Nos veíamos menos, pero los dos, cada uno por su parte, continuamos más o menos en lo mismo. Es un poco largo de contar y no quiero desviarme de lo que intento explicarte, que es el motivo por el cual estás aquí... La situación es la siguiente: volví a encontrarme con Nuno un tiempo después; él seguía vendiendo drogas, pero ya no como una tontería, sino como un negocio que en ese momento ya era suyo. Nuno, con sus dotes, con sus mañas e inteligencia, había logrado hacerse un nombre que provocaba respeto, por no decir miedo, dentro de la favela. A los veinte era una figura conocida dentro y fuera de ésta. Mientras estudiaba y trabajaba en la Policía Militar y más tarde en el BOPE, lo vi escalar en su posición cada vez más. Así como creció su poder, también su riqueza. Nuno se mudó fuera de la favela a una gran mansión, pero, de todas maneras, la favela continuó siendo suya, todavía hoy lo es, al igual que otras partes de la ciudad en las que trafica. Nuno no sólo se dedica a vender droga, sino que tiene todo tipo de negocios; como te imaginarás, ninguno de ellos demasiado lícito.

—¿Y tú, estando en el BOPE, continuabas siendo su amigo?

—Nuno sabe hacerse necesitar por más de un motivo. Drogas, dinero, favores... —Hice una pausa, creí que se me caería la cara de vergüenza—. Demasiados favores. Nuno se metió en mi círculo porque hubo demasiadas ocasiones en las que me convenía tenerlo cerca para presentárselo a aquellas personas a las que necesitaba ganarme. Todo el sistema... la política está demasiado... corrompida. Siempre es bueno recomendarle, a quien lo necesita, a tu proveedor, el cual da comodidades de pago, o tener a esa persona que puede prestar un par de millones sin hacer demasiadas preguntas, sin que nadie se entere de dónde ha salido el dinero. Metí demasiado profundo a Nuno en mi círculo, lo suficiente como para quedar hundido hasta el cuello. Nuno... mejor dicho, su dinero, ha pagado muchas cosas de mi campaña, muchos favores y apoyo que necesité tanto para llegar a gobernador como en esta campaña actual. Gracias a él he podido sortear muchos escollos que quizá de otro modo no... quizá no estaría aquí hoy de no ser por su ayuda.

—Dudo de que Nuno sea un alma caritativa que te ha ayudado sin más, ¿no es así?

Negué con la cabeza.

—¿Todavía tomas drogas?

No podía ser más directa.

—Llevo un tiempo... —Se me escapó una sonrisa de vergüenza—. Tener este cargo complicó mi estilo de vida. Antes era más fácil de disimular el consumo; además, yo... —No podía terminar de decidir si era más terrible contarle las estupideces que había hecho en mi vida o admitir que tenía una enfermedad que no podía evitar por más que se me quitase lo estúpido. Me guardé lo de mi trastorno por el momento—. Solamente a veces, alguna pastilla... con la campaña casi he tenido que dejarlo, no puedo arriesgarme a que me descubran drogado e ido. Eso lo arruinaría todo. Márcia no deja jamás de repetirme lo peligroso que sería si una foto mía...

—¿Márcia? —Se quedó mirándome como si por la cabeza le rondase algo más. ¿Adivinaría que se trataba de la presidenta?

—Sí, Márcia, la cabeza del partido político del que formo parte, la presidenta de Brasil.

—¿Ella sabe que tú...?

—¿Que conozco a Nuno?, ¿que solía drogarme?, ¿que a veces me paso con el alcohol?, ¿que soy un grano en el culo? Márcia conoce a Nuno, Miranda.

Su rostro se deformó al captar mis palabras.

Por el momento preferí ahorrarme que me tiraba a Márcia desde hacía quince años.

—En este último tiempo, la campaña se ha puesto muy exigente y yo me he emperrado en imprimirle todavía más presión; estaba desesperado por ganar las elecciones. Estaba convencido de que, si no llegaba a presidente del país, jamás sería nada. Eso fue antes de conocerte, antes de que toda mi vida se diese la vuelta. Todo cambió. Le debo dinero a Nuno, Miranda, demasiado, mucho más del que puedas imaginar... dinero y favores que por lo pronto no tengo cómo pagar y, para colmo, por la campaña he tenido que apretar las tuercas de todo lo que es seguridad y delito en la ciudad, por lo que a Nuno se le ha complicado el trabajo; ya sabes, la campaña exige resultados y a Nuno no le ha gustado que sus negocios se hayan visto afectados.

—¿Favores? ¿Qué clase de favores?

—Desde mujeres hasta actos intimidatorios, por decirlo de un modo en que no suene demasiado...

Miranda abrió la boca, pero no dijo nada.

—Favores para otros... Eso y que le prometí cosas que todavía no he podido cumplir. No es fácil, es que yo no soy el dueño del país y...

—Daniel, sé claro.

—Le debo dinero y mucho más, y él no quiere esperar hasta que sea presidente para que salde mi deuda. Con lo único que he conseguido calmarlo un poco ha sido aflojando el patrullaje policial en sus zonas después de discutir durante horas con el secretario de seguridad. De todos modos, no creo que eso sirva de mucho. Nuno me tiene controlado; creo que tiene a alguien de mi guardia o de mi entorno en nómina, espiándome para él; fue así cómo se enteró de tu existencia. El otro día vino a amenazarme... envió a un pobre desgraciado armado con una pistola que ni siquiera la policía tiene, es muy efectiva. No solamente me amenazó contigo, apenas sabiendo que estoy loco por ti, sino que, además, me amenazó con mi madre y con... —Me removí en mi sitio sin saber cómo contarle lo que venía a continuación sin provocar que saliese corriendo espantada de mí—. El viernes antes de conocerte fui a una fiesta. Recuerdo vagamente haber conocido a una chica. Ese viernes fue un viernes de deslices. Estaba muy ido, muy fuera de mí. Sé que me fui de la fiesta con ella. La recuerdo a ella en mi automóvil, en alguna parte de camino aquí —achiné los ojos, como atajándome de lo que podía ser su siguiente ataque de furia, el cual sin duda merecía—, ella practicándome sexo oral —sonó muy cursi, pero lo dije así para intentar que sonase un poco menos a lo que era, lo cual no se parecía ni remotamente a lo que ella hacía en el Mirror, porque aquella era gente a la que conocía, sus amigos, personas a las que volvía a ver y no como yo, que luego huía del modo más patético intentando hacer que la persona en cuestión se olvidase de mí, evitando por todos los medios aquellos lugares en los que sospechase que podría encontrármelas—. Lo siguiente que sé es que, al despertar la mañana del sábado, bajé y encontré mi automóvil chocado contra la pared de allí fuera. —Apunté hacia el jardín delantero por el ventanal—. No tengo ni la más remota idea de cuándo llegué o cómo hice para conducir hasta aquí. —Tragué en seco—. Al despertar el sábado por la mañana... dentro del vehículo accidentado... —procuré tragar una vez más, por mi garganta siquiera pasó el aire.

—¿Qué?

—El asiento del acompañante estaba empapado en sangre, Miranda, y de ella ni señales. No sé quién era la mujer en cuestión, no recuerdo qué le sucedió. He estado intentando averiguar su nombre sin dar con nada más que eso mismo, nada. No sé si... Escucha, tú tienes el Mirror, yo tengo mis juegos.

—¿Qué juegos?

—Me gustan los cuchillos. Me excito. No los uso siempre y no es que... no es por hacer daño, no es que esté tan loco, jamás lastimaría a... son apenas rasguños, pero no sé qué hice, no tengo ni la menor idea, no me quedan recuerdos y lo único que sé es que no doy con ella y que en mi coche había sangre que no era mía. Me asusté, lo limpié y lo envié al taller. —Inspiré hondo—. Nuno sabe que algo sucedió el viernes por la noche, sabe que me fui con alguien, creo que sabe más que yo, porque soy un idiota que ni siquiera... —Tragué con dificultad al notar el modo en que Miranda me observaba—. No la maté, no soy un asesino, no puedo creer... Sí, he hecho muchas tonterías en mi vida... pero sé que no me excedí de esa forma; una cosa es con el uniforme, con mi otro mundo, pero no soy asesino de mujeres.

—Pero dijiste que estabas ido. ¿Qué habías...?

—Cocaína —solté, y ella permaneció en silencio—. No la maté, Miranda, tienes que creerme. Sé que lo sabría si lo hubiese hecho. —Avancé hasta ella y, al ver que se sobresaltaba, me detuve—. Tienes que confiar en mí. Sé que puedo ser un salvaje, pero no es esa situación; siempre he podido dejar mi entrenamiento para lo que lo requiere y nada más, el sexo con alguien no es un momento en el que requiera jamás...

—Pero te gustan los cuchillos.

—Tal vez fuese solamente una artimaña de Nuno para manipularme, no lo sé; él no suelta prenda. Tampoco es que con eso me quede más tranquilo. Necesito averiguar lo que sucedió y necesito devolverle ese dinero. Y necesito protegerte a ti de él, por eso estás aquí, necesito cuidarte.

—¿Y qué hay de lo que puedas hacerme tú? —Su voz tembló. No quería que me temiese, no ella. Me sentí horrible, arrepentido de ser cada molécula que era.

—Jamás te haría daño, Miranda —jadeé desesperado arrojándome a sus pies—. Lo juro. Escucha —me puse de pie y la miré a los ojos—, Nuno envió a ese chico a amenazarme y yo le disparé, no lo maté; en la favela hice cosas similares, con y sin mi uniforme encima, pero allí, con todo lo que tiene que ver con mi pasado, es como la selva, tienes que matar o morir. Lejos de eso no es así, no mato por placer. No es fácil vivir con muertes sobre tus espaldas, incluso cuando le disparas a alguien que ha matado a familias enteras. —Los recuerdos helaron mi interior, me entraron náuseas—. Necesito descubrir qué sucedió, necesito librarme de Nuno y, hasta que no lo consiga, te protegeré cueste lo que cueste; luego, si quieres apartarte de mí... —La mera idea de que me dejase me aterró—. Hasta entonces te quedarás conmigo o donde pueda verte, donde estés segura.

—No puedes mantenerme encerrada, Daniel. Además... —se quedó con la boca abierta—, ¿cómo harás para encontrarla?

—No estoy seguro. Supongo que deberé dar el siguiente paso; ya no puedo seguir intentando esconder esto debajo de una roca, ni esto ni las amenazas de Nuno. Se ha escapado de mi control.

—¿Qué harás? ¿Qué hay de la campaña, de la presidencia?

—La campaña... —Esbocé una sonrisa; es que en ningún momento creí que fuese a importarme tan poco si ganaba o no—. La campaña no es el mayor de mis problemas. Sea como sea, necesito recuperar mi vida de las manos de Nuno y terminar con él. Estoy intentando conseguir el dinero para saldar mis deudas con él. Puede parecer ridículo, pero sé que, si le pago, todo esto terminará; el único problema es la suma que me pide, pero la conseguiré.

—¿De dónde sacarás el dinero? Quizá...

—Lo solucionaré en estos días. Estoy en eso.

—¿Y no puede ayudarte ella...

la presidenta?, si ella sabe de Nuno...

—Márcia es un tema difícil, Miranda.

—¿Un tema difícil? —insistió.

—Mi vida es una locura, lo sé. No tuve ni tengo ningún derecho de meterte en mis locuras. Es que nunca... tú eres todo lo que no me merezco. Soy consciente de que mi modo de amarte en este momento no es el mejor; prometo mejorar, mejoraré. Lo solucionaré, te sacaré de esto. Si no puedo recuperar mi vida, al menos lo daré todo para que tú recuperes la tuya.

Otra vez sus ojos fijos sobre mí.

Miranda me desnudaba, me dejaba indefenso con un parpadeo.

—Quiero hablar con Doménico.

—No puedes contarle...

—Para saber si está bien, Daniel. Para avisarlo de que estoy bien.

—Ah, sí, claro. Puedes llamarlo.

—No puedo quedarme aquí encerrada.

—Me quedaría mucho más tranquilo si no te alejases de mí.

—¿Mis cosas...? ¿Y qué se supone que le diré a Patricia?, ¿cómo justificaré mi ausencia?

—Puedes decirle que te has enamorado del gobernador, que nos iremos unos días por ahí, para estar juntos. He suspendido todas mis actividades al menos hasta el lunes próximo.

—Patricia ya sabe lo que me sucede contigo, al menos algo, y no le hace gracia; no le gustas, dice que tu aura no es buena.

—Probablemente esté en lo cierto, pero no cuando estoy contigo; cuando estamos juntos es distinto. Me cambias, me mejoras, me siento mejor cuando estoy a tu lado, a pesar de que sé que no debería gozar del lujo de tenerte conmigo. —Hice una pausa—. Haré que te traigan tus cosas, tu bolso y tu ropa.

—Genial, porque ni siquiera llevo bragas —resopló en tono socarrón.

—Mi uniforme te sienta muy bien y por mí podrías no llevar nada...

—¿Se supone que andaré por aquí desnuda?

—Pudorosa no pareces —bromeé a riesgo de ganarme una bofetada.

—Eres un idiota y aun así...

La agarré por la cintura y se interrumpió alzando su rostro en mi dirección.

—¿Qué mierda haré contigo?

—Lo que sea mientras no implique distanciarte de mí más lejos de lo que estamos ahora.

—Estás pegado a mí.

—Eso mismo —contesté con una sonrisa que hizo que la suya se expandiese—. ¿Por qué no me invitaste a mí al Mirror?

—Por esos mismos motivos que mencionaste, porque no quería que pensases que era solamente eso. Te quiero dentro y fuera del Mirror, Daniel; sobre todo te necesito fuera de allí, así, con tu mirada para mí.

—Eso lo tienes, lo pidas o no, lo quieras o no. —Aproximé mi boca a la suya—. ¿Te quedarás conmigo?

—¿Necesitas preguntármelo?

—Ahora entiendo que no, es sólo que me encantaría oírlo para poder acabar de creérmelo.

—No sé cómo haremos esto, todavía no tengo ni idea de qué pensar sobre todo lo que me has contado... aquí me quedo, porque, si no eres tú, entonces, ¿quién?

—Quién, ¿qué?

—¿Quién más podría quererme, a quién más podría amar? Supongo que mi locura se ha enamorado de la tuya.

—Y viceversa. —Con mi boca a un escaso centímetro de la suya, sentí sobre mis labios la misma sensación que hubiera experimentado si hubiese estado besándola, procurando adueñarme de su boca para que ningún otro beso le supiese ni remotamente parecido a los míos.

Miranda rodeó la parte baja de mi espalda y, mirándome fijamente, comenzó a tirar de la camiseta negra que llevaba, para arrancarla de la cintura de mis pantalones.

—Éste no es el Mirror —susurró dentro de mis labios—, y aquí estamos solamente tú y yo.

Inspiré hondo, muy hondo, llenando mis pulmones de su aliento, de lo que descargaba su sistema, porque tener sus sobras ya era mucho más de lo que me merecía.

Miranda movió sus manos un poco hacia delante por la parte inferior de la camiseta y tiró un poco más hacia arriba, obligándome a subir los brazos.

—Tenía tantas ganas de descubrir qué se siente al desvestirte...

Su voz se movió sedosa dentro de mi cabeza, como si fuese una cinta de esas que usan las gimnastas. Con ella enredó mis pensamientos al llevárselos adheridos a su superficie. Fue como si le hiciese el vacío a mi cerebro, absorbiendo todo lo que no fuese ella.

—Me rindo —susurré alzando los brazos sobre la cabeza. La hice reír.

Perdí de vista su sonrisa y sus ojos cuando alzó la camiseta cubriendo por completo el largo de mis brazos y allí me dejó, en la oscuridad del negro de la prenda. Con la cintura de mi camiseta atrapó mis muñecas y tiró de mis antebrazos hacia atrás.

Por una fracción de segundo recordé que eso mismo les hacíamos a muchos de los que atrapábamos en las favelas con el BOPE, sólo que a ellos les precintábamos las muñecas y la situación no era la antesala de algo delicioso, sino todo lo contrario. Alejé de mí ese recuerdo nada agradable. Ella me ayudó a expulsarlo al aproximar su rostro al mío por encima de la camiseta.

El calor de su ropa, la chaqueta de mi uniforme, se movió sobre mi torso, con su cuerpo sobre el mío.

Sentí que reacomodaba sus manos alrededor de las mías. Bajó su brazo izquierdo por mi lado. Su mano aterrizó sobre mis costillas, cubriéndolas por debajo del pectoral. Palpándome como si estuviese modelándome a su gusto, se detuvo en el centro de mi pecho y, de allí, sólo con la punta de los dedos, como si pretendiese pasar inadvertida de puntillas sobre un suelo de cristal, bajó por mis abdominales. La velocidad del descenso de su mano fue tan lenta que hizo volver el tiempo atrás. Con un suspiro justo sobre mis labios entreabiertos, puso las manecillas del reloj en movimiento otra vez. Los segundos se fueron por un abismo muy profundo cuando su mano extendida apretó la parte baja de mis abdominales, giró ciento ochenta grados y se asomó a la cintura de mis pantalones.

Un poco más de presión sobre mis músculos y su mano entró un poco más, acariciando mi cuerpo, amenazando con todo lo que yo deseaba y necesitaba de ella en ese instante.

Mis abdominales se tensaron. Cada célula de mis cuádriceps se contrajo sobre sí misma, y lo mismo le sucedió a las fibras del interior de mis piernas. En las rodillas sentí el tirón de la distancia que me separaba de su cuerpo, el tirón de la necesidad de unirme a ella.

Decir que estaba excitado no hacía justicia a lo que en realidad sentía.

Placer, felicidad... ese mismo liberarlo todo que se experimenta cuando te encuentras a un instante de poner la última ficha a un rompecabezas especialmente difícil, de esos que te parten la cabeza y te atrapan hasta el desenlace.

La pieza estaba a punto de encajar en su sitio.

Miranda dirigió su mano todavía más hacia abajo, presionando contra mis músculos, mis órganos, empujando todo contra mis caderas, contra la parte baja de mi espalda, contra el vacío por detrás de mí. Arañó la cintura de mi slip, el vello de mi piel allí donde todo se solidificaba en deseo.

El deseo en mi vida había venido a cargo de muchos nombres; Miranda le cambiaba el nombre al deseo en sí.

Su mano bajó hasta la base de mi pene apenas contenido por las prendas de vestir que me quedaban puestas y comprendí que, por mucho que me las ingeniase, si ella se alejaba de mi lado, eso que en ese momento sentía y experimentaba se transformaría en una herida que se infectaría a causa de una de esas enfermedades que se comen la piel y la carne hasta matarte. Su ausencia pudriría lo que en mí tenía materia para dejar al descubierto una nube gris y densa que se arrastraría por el suelo inquieta y sin sentido, imposibilitada de ser absorbida por la tierra o de ascender al cielo.

Sus uñas tantearon el terreno, haciéndome gemir una y otra vez hasta que, a través de la camiseta, pegó su boca a la mía.

—Este momento de locura... —susurró apartándose de mí.

Miranda quitó su mano de dentro de mis pantalones y con la otra tiró de la camiseta, descubriendo el resto de mi pecho, mi cuello. Moví los hombros y los brazos para ayudarla con la tarea.

Volví a mirarla a la cara y eso hizo que ese instante de locura fuese el más cuerdo de toda mi vida.

—Haces que todo desaparezca —le dije en un intento de explicarle lo que me sucedía.

—Todo menos nosotros —me contestó arrojando la camiseta a un lado—. Nada más importa ahora. No tenemos nada más que esto. —Sus manos tomaron mi cuello—. Bésame —me pidió.

Como si necesitase pedírmelo; lo exigía dentro de mi cabeza igual que si controlase mi mente.

Lo que no pudo controlar fue mi boca, que se la llevó por delante, ni mis manos, que se hincaron en su carne y no por la mera necesidad de carne.

La busqué. Me adueñé de su sabor, me lancé de lleno a su cabello, empujándola hacia arriba por el trasero, enredé sus muslos alrededor de mi cadera y ella, sin saberlo, evitó que me hundiese fuera de esas paredes, salvándome del gigantesco y furioso océano que mi cabeza apenas si conseguía contener.

Miranda era pequeña y yo demasiado fuerte y, sin embargo, subir con ella en mis brazos las escaleras, ella con su peso tan contundente en mi vida desde la primera vez que la vi, resultó más complicado que intentar soportar el peso de toda la casa misma.

Hubiese preferido que no fuera allí, que no fuésemos a parar a la misma cama de la cual le hice sacar a una mujer, que no fuese dentro de esas paredes, las cuales contenían, como una burbuja, demasiado material tóxico, muchos recuerdos contaminados de mí mismo, de mi vida y mi pasado, de muchas de las cosas que quería dejar de ser y que todavía no podía dejar atrás.

¿Cómo esperar que alguien aceptase meterse en mi vida así, a riesgo de que le contagiase la enfermedad más desagradable del mundo, la cual no afecta a la carne, sino a un interior que parece haber nacido en el infierno mismo, esto dicho sin ánimo de exagerar? Recuerdo que de pequeño estaba convencido de que había nacido en la favela porque, incluso antes de respirar por primera vez, ya había hecho algo malo. Ese «algo malo» que podía arrastrar una vida tras otra, y que de muy pequeño creí que era el haber sido engendrado, por lo mucho que compliqué la vida de mi madre. Por mí ella había perdido el trabajo en el hotel en el que conoció a mi padre; por mí pasó penurias y debió trabajar hasta el agotamiento; por mí, de más mayor, pasó noches de insomnio, días y días de preocupaciones; por mí hubo llanto y miedo cuando fui creciendo...

Por mí...

Y entonces ella... ella allí, a los pies de mi cama, permitiéndome que le quitase de encima del cuerpo la chaqueta del uniforme detrás del cual me había escondido dos veces para obligarla a verme, a probar de lo más amargo de mí.

Botón a botón, le di tiempo de huir. En vez de correr por su vida, corrió hacia la mía soltando el cinturón de mis pantalones y luego el cierre, empujando la prenda hacia abajo, liberándome del resto de las piezas que contenían lo casi imposible de mantener a raya, y con eso no solamente me refería a mi erección, la cual tomó entre sus manos; eso no era nada, eso simplemente era humano... lo que soltó no fue al candidato, tampoco al gobernador, ni siquiera a Dom... Miranda, porque era ella, le supo dar libertad a Daniel, a ese que quizá ni siquiera debió de ser engendrado, ese que probablemente no merecía ser presidente, ese hombre tan insignificante y común que en sus manos era único.

La cama fue otra en cuanto posé su cuerpo sobre ésta.

La escasa luz de la luna permitía que lo que más brillase allí fuese ella. Miranda me asió por la nuca, con sus manos entre la humedad del sudor del nacimiento de mi cabello, y me guio hasta encima de su cuerpo, hasta que mi peso, apoyado en el suyo, flotó.

Su lengua le sacó el sabor a mis labios mientras mis dedos se incineraban al acariciar sus pechos y el interior de sus muslos.

Mi boca bajó por su mentón, por su cuello; sentí la dureza de sus pezones en mi lengua, la atrapé entre mis labios. La suavidad de su piel...

Ese día no necesitaba nada afilado entre mis manos para obtener placer, porque nada más afilado que ella misma. La sangre pasó a ser un elemento completamente innecesario en nuestra ecuación, nada más que un cero a la izquierda ante aquella sustancia inmaterial que flotaba sobre su piel, justo donde yo la tocaba, así fuese con mi lengua, con mis labios, con mis manos o incluso con mi pene. Aquello podía ser transparente, insustancial, mas transmitía energía, vida, nos sacaba chispas.

Su mano subiendo y bajando por mi miembro, mis dedos dando vueltas sobre su clítoris, amagando con entrar en su vagina, entrando en ésta.

Nuestros gemidos hicieron un coro que nuestros ojos, fijos unos en otros, acompañaron como una batería nota diez del carnaval en el sambódromo.

Con Miranda todo era nota diez.

En el sexo me sabía egoísta de sobra y jamás me había molestado, por eso tuve la impresión de que en ese instante practicaba sexo por primera vez, ese que abarca la inmensidad en cada una de las cuatro letras: dar placer, aceptar, disfrutarlo; permitir que lo que sentía por ella fuese parte de eso, decirle lo mucho que la amaba mientras la penetraba, mientras me movía dentro de ella, acaparar su mirada deshaciéndonos los dos el uno en el otro.

Lo demoramos del mejor modo posible todo lo que pudimos, descubriéndonos, empujándonos al placer poco a poco, lo que implicó mostrarnos nuestros puntos límites allí donde el tacto mata la razón.

No se puede tener mucha tranquilidad, o conservar la paz, cuando lo quieres todo con alguien, por eso sus manos clavadas una en mi trasero y la otra en la parte baja de mi espalda me empujaron a su interior, por eso casi llegué a los huesos cuando sujeté su pierna al costado de la cadera mientras embestía una y otra vez, entrando en ella cada vez más, siendo absorbido por ella, que me demostraba su resistencia, sus ganas de mí.

Mi pulgar entre sus labios, sus dientes pellizcándome, mi cadera presionando.

Mi cuerpo llegó más allá de todo mientras ella me pedía más de mí, y se lo di hasta que de los dos no quedó más que dos miradas plenas.

Salí de su interior y la besé.

—Me has sacado de mi cabeza. —Sonrió al decirlo.

—Y tú has enviado la mía a la estratosfera.

Rio tomándome por el mentón para darme un sonoro beso sobre los labios.

—Considero seriamente no llevarte al Mirror nunca.

—¿Por qué?, ¿no quieres volver a verme?

—Porque dudo querer compartirte.

No sabía bailar samba, siempre fui como alguien con dos pies izquierdos a la hora de intentar bailar lo que fuese, pero dentro de mi cabeza ella me hizo hacer piruetas como un portabanderas alrededor de la portabanderas, demostrando todo lo mejor que sabe frente al jurado en la noche de desfile de carnaval de las escolas do samba del grupo especial.

Reí.

—Lo que tú quieras, cuando lo quieras, con quien quieras; estoy a tus órdenes. De cualquier modo, mi intención es ser, para ti, todo lo que necesites.

—Eres todo lo que necesito.

—Me alegra oír eso, porque yo no necesito nada más que a ti. —Acaricié su frente, húmeda del sudor, para apartar un par de sus cabellos turquesa, mimando su cuerpo como quería hacer durante el resto de mis días—. Te amo. —Besé sus labios—. Te amo. —Pellizqué su labio inferior entre los míos, rodeé su cintura con mi brazo para atraerla hacia mi lado, ella enredó su pierna en la mía—. Te amo, te amo y te amo, y, como te amo, no hay nada más que se supone que pueda hacer que amarte, ¿no es así?

—Estás loco, Daniel. —Fue su turno de besarme.

—Te amo —repetí una vez más. Intentó acallarme con su boca, pero no se lo permití—. Te amo, Miranda. ¡Te amo! —grité después de que intentase taparme la boca con una de sus manos. La aparté. Forcejeamos sin poder parar de reír—. ¡Te amo! ¡Te amo! —bramé a los cuatro vientos para que cada parte de mi desastrosa vida supiese que ya no más, que a partir de entonces todo era distinto.

Más besos, más caricias y todas esas demostraciones de afecto que nunca creí que iba a tener las recibí en una sobredosis hasta que, entre mis brazos, se quedó dormida y, como la amaba y no tenía más que hacer por mi parte, esperé a que su respiración terminase de profundizarse para levantarme de la cama y amarla con hechos, resolviendo todo lo que debía resolver para ponerla a salvo, para acabar con todo lo corrupto de mi vida.

20. ¿Ésa es tu gran idea?

Bajé en busca de mi móvil.

Recogí el arma, llegaron sus cosas, me preparé un café y fumé un cigarro mientras reunía valor para llamarla.

Despacharía en mi dirección todos esos insultos que nadie, al verla, hubiese supuesto que ni siquiera sabía. Márcia, a ojos de todos, era una señora; no lo era conmigo, no lo era cuando debía resolver asuntos sucios.

—¿Qué sucede?, ¿qué has hecho ahora?, ¡¿qué mierda has hecho, Daniel?! —La oí bufar—. No veo la hora de que las elecciones pasen. ¿Sabes que estoy cansada de ti?

Por cierto, Márcia podía ser muy agresiva después de un mal día y evidentemente, por su tono, más allá de por la hora en la que recurría a ella a su móvil privado, quedaba en evidencia que había tenido una pésima jornada.

—Buenas noches, Márcia, y, por cierto, también estoy harto de esto. No te llamo por gusto, es por Nuno.

—¿Qué pasa con él esta vez? —gruñó.

Procedí a contarle lo ocurrido la noche del viernes, mis dudas sobre si había matado a alguien o no, sobre las presiones de Nuno, sus amenazas hacia mí.

Inspiré hondo para contarle el resto.

—Eso no es todo.

—¿No?

—No. Hay algo más... algo ha cambiado.

—Daniel, hazme el favor de ir al grano; es demasiado tarde, o quizá demasiado temprano. No estoy de humor para soportar tus tonterías; además, sabes que, al llamarme a esta hora, me pones en apuros.

—Sí, claro, si el apuro no es tuyo, entonces la hora es inconveniente —solté fastidiado. Me importó una mierda si se enojaba. Ya no sentía la necesidad de seguirle la corriente, de ser obediente, de bajar la cabeza a sus antojos, a sus manejos. Sentaba muy bien estar dispuesto a mandarla a la mismísima mierda si se lo merecía. Si no quería apoyarme más con la candidatura, que no lo hiciese, me daba igual, pero con respecto a Nuno no podría escaparse, porque también la involucraba, pese a que las amenazas eran para mí. Demasiado dinero y drogas habían pasado por mis manos, desde Nuno, hasta ella.

—Ten cuidado con el modo en que me hablas, que no soy tu madre ni quiero serlo y no pienso soportar ese tono. ¿Tienes ganas de joderme la noche? ¿Es eso, quieres causarme un problema? No te pongas exigente, Daniel, que los dos estamos mayorcitos para eso. No tengo ganas de jugar contigo. ¿Acaso estás bebido o has consumido algo? Sabes muy bien que éste es el momento menos oportuno para hacer una tontería; los ojos de todos están sobre ti.

—¡Cierra la boca, Márcia! Ya no quiero escucharte, estoy harto de hacerlo. No he bebido nada, no estoy borracho. Y, para tu información, tampoco estoy solo —le grité.

—¡Daniel! —chilló ella, y los agudos se le fueron al carajo. No pareció preocupada por la posibilidad de despertar al infeliz de su esposo.

—Escúchame.

—No, escúchame tú a mí. ¡Como si fuera una novedad que no estuvieses solo! Estoy cansada de tus mujercitas.

—No es una mujercita, es una mujer; esto es completamente distinto y lo nuestro se ha acabado.

—¡¿Qué?! —chilló alteradísima. Si aún continuaba en la cama con su marido, lo despertaría más que seguro.

—Eso mismo. Que he conocido a alguien.

—¿Cuándo?, ¿ayer? Por favor, Daniel, no me hagas reír.

—No es para risa, es muy serio, y no fue ayer, fue el sábado y... voy en serio con ella, Márcia. Todavía no le he contado lo que hemos tenido tú y yo, pero se lo diré. Tengo que contárselo, porque todos estamos metidos hasta el cuello en un océano de mierda que nosotros mismo llenamos.

—¿De qué demonios hablas? ¿Qué tiene que ver esa supuesta noviecita tuya con Nuno? No me jodas, Daniel, a ti las mujeres te duran menos que los slips, que vas por la vida perdiéndolos porque te tiras, en cualquier parte, a la primer tía que se te cruza por el camino. Y desde ya te lo advierto: puedes dar tu carrera por finalizada si le cuentas a ella una palabra de lo nuestro. ¡No seas idiota, que si abres la boca todo se habrá terminado! Probablemente permita que te la tires solamente para sonsacarte información y dinero. Perderemos las elecciones por culpa de tu estupidez. ¡No puedo creer que seas tan necio!

—No perderemos las elecciones por Miranda.

—Genial, la que te follas tiene un nombre y lo recuerdas. Déjame adivinar: es aspirante a modelo o a actriz y te la chupa bien. —Soltó una carcajada sardónica—. Eres más idiota de lo que siempre pensé que eras.

—Cierra tu puta boca de una vez —bramé completamente fuera de mí, temiendo que Miranda pudiese oírme desde el piso superior, aunque no conseguí contener mi furia—. Escúchame bien, Márcia. Si sabes lo que te conviene, me ayudarás a resolver esto. Si yo me hundo, te hundes conmigo, y no es una amenaza, es la realidad, Nuno te conoce, incluso podría haber pruebas de que tú, él y yo nos hemos visto en más de una ocasión. No te recomendaría jugar con esto, ni dejarme solo. —La oí gruñirme y la ignoré—. El viernes pasado salí, fui a una fiesta, salí de allí acompañado... —le conté lo mismo que le había contado a Miranda, que era todo lo que sabía al respecto de lo sucedido la noche del viernes para el sábado; también le expliqué lo de mis encuentros con Nuno, lo de sus amenazas, lo del dinero que pedía y el resto de sus exigencias; le dije que había tenido que liberar de policía sus zonas, que tenía a Miranda en casa conmigo porque él me había amenazado con ella.

—¿Cómo planeas solucionar esto? —disparó a través de la línea, como si fuese solamente mi problema—. Sabes que yo no puedo conseguir el dinero ahora, con la campaña en este estado, con todos atentos a lo que hacemos. Además... si mataste a esa mujer...

—¡No he matado a nadie! —chillé, si bien en realidad no tenía ninguna certeza.

—Ni siquiera lo sabes, me lo acabas de decir. —Chasqueó la lengua—. Ni siquiera importa si la asesinaste o no, lo único que importa es comprar el silencio de Nuno, hacer que ese desgraciado vuelva a la maldita favela de la cual salió y cierre la boca, al menos por un tiempo, hasta que seas presidente y todo se estabilice, y entonces podamos resolver el asunto Nuno con más discreción.

Eso, a mis oídos, sonó como a eliminarlo. No me sorprendió; después de todo, en el fondo le importaba muy poco si yo había matado o alguien o no, lo que Márcia quería era tenerme allí de presidente para continuar manipulándome, para seguir dirigiendo la presidencia usándome como a un títere.

—Conseguiré dinero. No estoy seguro de que pueda devolverle todo lo que le debemos... porque, así es, los dos se lo debemos, pero algo conseguiré. Llevo meses trabajando en eso y ya estoy muy cerca de lograrlo. Hay una persona... sé que lograré que me dé la pasta, lo haré.

—¿Una persona? ¿Qué persona es ésa? ¿Pedirás dinero a una persona, endeudándote con ella, para pagar a otra? ¿Ésa es tu gran idea?

—Al menos intento resolverlo.

—¿A quién le pedirás la pasta? No quiero más problemas y tú eres especialista en arruinarlo todo. ¿Cuánto te cobrará de intereses? No quiero que metas a alguien todavía peor que Nuno en esto.

—No me cobrará intereses.

Márcia soltó una risotada.

—Te ayudará por caridad. ¿Acaso es algún santo? ¿Qué ridiculez es ésa, Daniel?

—No es un santo, es alguien de confianza.

—¿Así como lo era Nuno? —soltó irónica.

—No. —Apreté los dientes, tenía ganas de darle un tortazo a través de la línea. Estrujé el móvil en mi mano—. Es una persona que no abrirá la boca, no le conviene.

—Eso que dices hace que la idea suene todavía peor. ¿Cuándo te dará el dinero?

Inspiré hondo. No necesitaba tener muchas neuronas en funcionamiento como para saber que Márcia pondría el grito en el cielo en cuanto le dijese la verdad.

—Todavía no se lo he pedido. —Tan pronto como terminé de articular aquellas palabras, aparté el móvil de mi oreja.

—¡¿Qué?!

En ese momento, más que temer que pudiese despertar a su marido, temí que pusiese en pie a todo Brasilia con el alarido que pegó.

—¿Qué es toda esta estupidez? Daniel, ¿has perdido el poco cerebro que tenías? Tú también deberías regresar a la puta favela de la que saliste.

—¡Cierra la boca! —Acabé por estallar. No permitiría que continuase insultándome—. Eres una maldita desgraciada, ¿lo sabes, no es así? No sé cómo es posible que todavía tengas la cara de presentarte delante de las cámaras para dar discursos en los que te pones del lado de los pobres, de los trabajadores. Me das asco, Márcia.

—Eres un desgraciado desagradecido.

—Soy exactamente lo mismo que tú y lo sabes; somos la misma mierda, pero para mí se acabó, ¿lo oyes?, se terminó. Ya no me importa nada, sólo quiero acabar con Nuno.

—Si es así, ¿para qué me has llamado?, ¿para qué recurres a mí?

—Necesito seguridad extra para mi familia, para Miranda. Necesito que pongas a toda tu gente de confianza a descubrir con quién salí la noche del viernes de aquella fiesta. Puse a Mel a trabajar en eso, pero, sin toda la historia, no ha conseguido hacer mucho. Para algo eres la presidenta... mueve tus hilos, averigua qué pasó; quiero saberlo, necesito saberlo.

—¿Y si asesinaste a esa mujer?, ¿y si se te fue la mano con tus jueguecitos?

—Entonces me ayudarás a contener la situación para que mi familia no salga dañada. Me haré cargo de lo que sea que haya hecho. Tú cuidarás de mi madre si voy a la cárcel, la protegerás de Nuno y de todo el mundo; tienes que prometerme eso, lo harás si no quieres que abra la boca, arruinando para siempre tu carrera política, tu sueño de regresar a la presidencia más adelante... porque no creas que no sé que es eso mismo lo que quieres. Te irás de Brasilia a regañadientes. También cuidarás de Miranda; le darás todo lo que necesite, incluido paz y protección.

Márcia se mantuvo en silencio.

—Quiero que me pases algo de dinero para darle a Nuno un adelanto hasta que consiga el resto; necesito que afloje un poco la presión sobre mí —añadí.

—Tendrás que darme tiempo, para todo, tanto para el dinero como para movilizar fuerzas. No puede hacerse de la noche a la mañana.

—Será mejor que te des prisa. Recuerda, nos hundimos los dos, Márcia... y con nosotros, el partido.

—No resolveremos nada con esto. Con tu plan, digo.

—A menos que tú tengas uno mejor que proponer... Ah, por cierto, olvídate de hacerle más encargos de trapicheo a Nuno; nuestra deuda es demasiado grande y dudo de que quiera seguir dándonos cosas a crédito; dándotelas, porque yo no pienso volver a...

—¿No piensas volver a consumir? No me hagas reír, Daniel. ¿Qué harás, volverás a ver a un psiquiatra, tomarás tu medicación? ¿Serás el primer presidente brasileño bi...?

—Muérdete la lengua y envenénate a ti misma con tu sangre antes de volver a hablar de mí, Márcia. Limítate a hacer lo que te he pedido.

—¿Qué harás tú mientras tanto, follarte a la de turno, encerrarte en tu casa a emborracharte?

—Por lo pronto, he suspendido mi agenda hasta el lunes; quizá pase un parte de baja por enfermedad algún día más, no lo sé. Será hasta que lo resuelva.

—¿Hasta que consigas el dinero? ¿Cuándo lo pedirás? ¿Quién demonios es esa persona que puede prestarte millones sin más?

—Alguien que me debe mucho más que dinero.

—Eres tan ridículo, Daniel. Todavía no entiendes de qué va esto.

—Eres tú la que no entiende de qué va esto, sobre todo porque no sabes qué es esto... esto es la vida, Márcia, la vida de verdad, la que no puedes comprar o negociar con pactos sucios, la que queda fuera de la corrupción y las mentiras.

—Acabarás muy mal, Daniel. No sabes lo que haces. Dime quién es esa persona que te dará la pasta, te exijo que me lo digas; si es a quien le deberé, necesito conocer su identidad.

—No te lo diré todavía y, de hecho, creo que ya no tenemos nada más que discutir; tienes trabajo que hacer y yo tengo a la mujer que amo sola en mi cama, escaleras arriba. Si me disculpas, iré a dormir con ella.

—¿Dices que tienes a alguien de Nuno espiándote y la metes ahí? —soltó socarrona—. Me alegra no ser esa mujer.

—Jamás habrías podido ser esa mujer, Márcia —le contesté, si bien, cuando la conocí, de muy joven, por mucho tiempo creí que lo era, creí que yo era lo mismo para ella, lo deseé, lo necesité hasta que comencé a ver la verdad, hasta que mi cabeza terminó de perder la poca inocencia que la favela dejó viva, para ver la realidad—. Haz lo que debes hacer y nada más. —No sé si llegó a contestarme algo; aparté el teléfono de mi oreja y corté la comunicación.

Antes de regresar a la habitación, fui hasta el garaje y me cercioré de que la moto tuviese combustible por si tenía que improvisar una huida; dejé el vehículo listo y me llevé las llaves conmigo. Al reentrar en la casa, revisé las ventanas y puertas para asegurarme de que estuviesen cerradas; luego eché un vistazo a las cámaras de seguridad y a la configuración de la alarma.

Me colgué la tira del arma del hombro y regresé a la habitación llevándome la munición de repuesto y el chaleco antibalas, por si la situación se descontrolaba antes de que Márcia y yo tuviésemos tiempo de hacer algo.

Entré en el dormitorio en silencio, Miranda todavía dormía. Me agaché por mi lado de la cama y allí escondí el rifle, la munición y el chaleco.

Fui hasta el vestidor a por el resto de mis armas, junto con cajas de balas, lo metí todo en un neceser de viaje y lo llevé hasta mi mesilla de noche para tenerlo al alcance de la mano.

Conecté mi móvil al cargador y lo coloqué también sobre la mesilla.

Despacio, procurando no mover demasiado el colchón, me senté en la cama, aparté las sábanas y estiré las piernas a su lado.

Miranda se removió, suspiró mi nombre.

Sus manos buscaron las mías mientras, por debajo de las mantas, acomodaba mi cuerpo desnudo contra el suyo.

—¿Todo bien?

—Sí, todo bien. Duerme. —La abracé un poco más, cubriendo su cuerpo con el mío en un intento de protegerla; de ser preciso usaría mi cuerpo como escudo para el suyo—. Te amo. —Besé su cabello—. Todavía no puedo creer que estés aquí.

—Y ya no quiero irme —susurró—. No quiero. Quiero quedarme contigo, quiero estar contigo. Te amo.

—Tengo una suerte que no merezco.

Miranda se llevó mi mano derecha a los labios y besó mis nudillos.

—Shh... no digas eso. Estamos aquí juntos y está bien. Te amo, duerme.

No pude decirle nada más.

Tampoco pude dormir, apenas dormitar a ratos, pues estaba atento a cada sonido en la casa y en el exterior, a los reflejos en la ventana, al silencio del teléfono con pánico de oírlo sonar, porque sería señal de que algo malo había sucedido.

Lo poco que dormí no fue descanso, sino todo lo contrario, una tortura en la que mi cabeza me advirtió sobre los peores panoramas si Nuno decidía no esperar más.

El cielo comenzó a clarear, pero yo fui incapaz de determinar en qué momento terminó un día y comenzó otro.

Viernes, a una semana de aquella noche de la que pocos recuerdos tenía.

El viernes pasado a esa hora, mi vida era completamente distinta; yo, por esos días, ante todo, era el candidato, ese hombre capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que deseaba. En ese momento, mi disponibilidad a hacer cualquier cosa era la misma o incluso más intensa, lo que había cambiado era el objetivo. Mi objetivo entonces era proteger a Miranda y terminar de padecer a Nuno y, sobre todo, que ella... que ella saliese de eso sin un rasguño.

El alba se tornó más intensa, mis ojos se cerraron.

21. No más miedo

El grito de Doménico al contestar el teléfono por poco me dejó sorda. Aparté mi móvil un poco, a la espera de que dejase de aullar, liberando toda la angustia que probablemente había acumulado durante mi noche de ausencia después de verme ser arrastrada fuera del Mirror, rodeada de miembros muy poco amistosos del BOPE.

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