D.O.M.

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—¡Eres un maldito desgraciado, Nuno! Tú también dejaste la favela, también te olvidaste de lo que éramos. Solamente lo usas para lo que te conviene. ¡No te importa la gente de allí! ¡Aclárame qué mierda pasó esa noche! Y si yo soy el responsable de esa sangre, pues dímelo, o ve a la policía, denúnciame. ¡Haz algo, hijo de puta! ¡Haz algo de una maldita vez! Si el dinero es lo que quieres, te lo conseguiré, pero termina con esto de una jodida vez. ¡Estoy harto de ti, harto de todo! ¡¿Quieres matarme?! ¡¿Quieres acabar de enloquecerme?! ¡Hazlo, desgraciado, hazlo! —le gritó a mi móvil, con su dedo sobre el micrófono para grabar el audio. Daniel lanzó mi móvil por encima de la mesa y éste siguió de largo, cayendo sobre la alfombra al otro lado—. ¡Es un maldito cabrón y está más loco que yo! ¡No sé qué más quiere de mí! No lo entiendo, no tengo más que darle, me tiene en sus manos, puede destruirme cuando quiera y si quiere hacerlo, que lo haga —bramó con las lágrimas a flor de piel; su rostro se puso rojo, hiperventilaba—. Estoy cansado, harto, no puedo más; siento que no he tomado ni una sola buena decisión en mi vida. No le fui fiel a lo que era en la favela, no soy fiel a lo que soy ahora, jamás conseguiré ser lo que soy ahora porque detrás de esto no hay nada, es solamente vacío, y no creo poder ser ni lo que fui ni lo que quiero ser, y si la asesiné —rompió en lágrimas—... Nunca debí permitir que te enamorases de mí, que esperases ver, en esta tierra desolada que no es más que arena reseca que el mar raspa con cada ola, alguna cosa que valiese la pena ser salvada, que valiese la pena querer. Soy arena que hierve y agua salada que ni siquiera puedes beber. ¿Cómo he permitido que esto sucediese? —sus ojos inundados en llanto me miraron fijamente—, ¿cómo lo he permitido?

Mi corazón se hizo añicos ante su mirada, ante su desesperación.

Acuné su rostro entre mis manos.

—Tú no la mataste, ¿me oyes? Tú no hiciste eso. —Negué con la cabeza, sintiéndome más fuerte, más yo que nunca.

—No lo sabes.

—Mírame a los ojos. —Lo hizo—. Prométeme que, sea lo que sea que sucediera esa noche, sea lo que sea que suceda de aquí en adelante, volverás a tratarte, que serás el hombre que quieres ser porque nadie que sea una tierra desolada, como tú dices, puede sentir lo que este pecho siente. —Bajé una mano hasta su corazón para sentirlo patear con fuerza contra las costillas—. No eres Nuno, ni tu padre, ni tu madre, ni la gente de la favela; no eres yo, no eres Mel, ni la chica con la que te fuiste de esa fiesta el viernes pasado; no eres Márcia, no eres el gobernador, no eres Dom. — Apreté mi mano contra su pecho—. Eres esto de aquí. Debes permitirte ser esto de aquí.

Mi mano presionaba su pecho mientras él lloraba. Imagino que por primera vez en mucho tiempo, Daniel estaba permitiendo que todo saliese de su interior.

Al final se calmó y dejó de llorar.

—¿A qué hora llega tu padre, lo sabes?

—Su vuelo aterriza a las cinco. Quedé en encontrarme con él a las nueve para cenar en su hotel, en la habitación que está reservada para mi uso exclusivo.

—Iremos a verlo juntos, resolveremos esto poco a poco.

Asintió con la cabeza.

—Sí, lo haremos.

Mi móvil no volvió a sonar.

Con Daniel, nos acurrucamos en el sillón y dormimos allí gran parte de la tarde, agotados tanto física como mentalmente. Cuando despertamos comenzaba a caer el sol.

Lo vi ducharse y vestirse con sus ropas de siempre, con aquellas que hasta la noche anterior mismo lo habían hecho lucir como el gobernador, como el candidato. En ese instante, debajo de las prendas, solamente conseguí ver a Daniel, el hombre que estaba a punto de enfrentar a su padre para contarle la verdad, el hombre al que quería y que necesitaba poner un paño de verdad sobre toda su existencia para poder seguir adelante, fueran cuales fuesen las consecuencias; al igual como cuando recibía la orden de subir a la favela para cumplir una misión, Daniel esa noche, también, solamente tenía en claro su objetivo, y los riesgos contaban en ese momento mucho menos que nunca, y no porque tuviese poco que perder, sino porque tenía mucho más que ganar si se arriesgaba: su vida, su futuro, su paz, él mismo.

Con un nudo en el estómago, dejé la casa a su lado, siguiendo de cerca las luces de las camionetas con los agentes de seguridad que nos seguían, sabiendo que Nuno tenía sus ojos sobre nosotros y que no dejaría a Daniel en paz a menos que él consiguiese paz.

El cielo de Río, completamente oscuro, nos enseñó todas sus estrellas, las cuales nunca antes me parecieron tan bonitas; es que la vida nunca antes me había parecido tan real, definitivamente nunca había sido tan real.

Posé mi mano sobre la suya. Daniel giró su cabeza en mi dirección. Sin que yo necesitase decirle nada, me dijo que me amaba. Mi respuesta fueron exactamente esas mismas palabras dichas con total sinceridad.

Verdad, sinceridad, paz... era como si todo en este mundo hubiese encajado en el lugar que le correspondía. ¿Qué más puedes esperar cuando todo encaja, cuando cada segundo pasado cobra sentido, cuando sabes que todo vale porque amas como nunca antes, como nunca más amarás?

Cerré los ojos y apoyé mi cabeza sobre su hombro.

Daniel reclinó la suya sobre la mía y me repitió que me amaba.

Creí que el mundo se acabaría allí mismo. Por un par de segundos simplemente esperé el fin, porque no podía sentirme más feliz o más llena de vida.

El mundo no se terminó, y las luces y los brillos de la Avenida Atlántica, con su música, con su perfume a sal y a calor salvaje, se metió en mí una vez más.

26. Cómo creer en ti

Por el rabillo del ojo vi a Miranda espiar en mi dirección.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien —mentí. Por evitar que mis manos temblasen, no permitía que éstas se quedasen quietas, y por no demostrar el miedo que tenía de hacer el ridículo, de ventilar mi debilidad frente a aquel hombre que era mi padre, guardaba silencio. ¿Qué haría si no me entregaba el dinero? ¿Qué haría si me despreciaba?

El café que había bebido por la tarde cuando nos despertamos trepó por mi garganta.

—Ha llegado la hora, bajemos.

—Bien. —Movió la cabeza de arriba abajo y tocó mi mano—. Estoy aquí contigo.

—Lo sé. —Moví los ojos hacia el frente del vehículo—. Andando, Nascimento, entraremos ahora al hotel —le ordené a mi jefe de seguridad, quien iba en el asiento delantero junto al conductor.

—Claro, señor —contestó, y por el intercomunicador entró en contacto con el resto de la tropa que nos acompañaba, la cual, en realidad, no servía de nada para protegerme. Me importaba una mierda si Nuno se enteraba de eso; de cualquier modo, tarde o temprano lograría averiguar la verdadera identidad del hombre con el que me reuniría.

Por el espejo retrovisor del lado derecho del automóvil vi que los hombres bajaban de las camionetas que nos habían escoltado hasta allí para aproximarse a nuestro coche.

Cuando entramos en el estacionamiento del hotel, debieron de avistar a mi padre de mi llegada. Lo imaginé esperándome sin tener ni la menor idea de lo que estaba a punto de caerle encima.

Mis hombres nos rodearon, mi jefe de seguridad bajó para abrirme la puerta, el conductor se ocupó de la puerta de Miranda.

Todos en posición de alerta. Eso parecía una broma de muy mal gusto.

Rodeé el automóvil y llegué a Miranda para cogerla de la mano; me sentía más seguro con su piel tocando la mía, más seguro y más capaz de defenderla de lo que pudiese suceder, pese a que había sido ella, con esa misma mano derecha que yo apretaba en ese instante, quien me había salvado la vida, demostrando coraje y fuerza. Nada tenía que envidiarle ella a muchos de mis antiguos compañeros del BOPE, a los que más de una vez les había costado mantener la sangre fría frente a una situación cargada de igual dosis de tensión.

Caminamos hasta los ascensores.

Presionaron los botones de las tres cabinas, pero no para ver cuál llegaba primero, sino para ocupar las tres y así asegurar mi ascenso hasta el último piso.

Tres de mis hombres de seguridad tomaron las escaleras y las remontaron hasta el último piso. Hasta que ellos no diesen el visto bueno, no subiríamos.

Mi padre también tenía un sequito de guardaespaldas que él mismo pagaba y que nada tenía que envidiarle a los que cuidaban de mí; de hecho, los suyos debían de ser más de fiar que los míos.

Llegó la primera cabina, que dos de mis hombres recibieron con sus manos en sus armas; estaba vacía; uno de ellos se paró frente al sensor de la puerta para mantener el ascensor allí abajo.

El segundo tocó nuestro piso. Procedieron igual. El tercero tardó apenas unos segundos más en abrirse frente a nosotros.

—¿Padilha? —llamó mi jefe de seguridad por el intercomunicador.

—Dos pisos más, señor. Por ahora todo despejado.

—Bien. Espero su comunicación, Padilha.

Mi cuerpo se cargó de adrenalina, sentí como si estuviese a punto de comenzar una misión con el BOPE

Empecé a contar los segundos.

Uno... dos... tres... cuatro... cinco... seis... siete... ocho... nueve... diez... once... doce...

—Hemos hecho contacto. Despejado, señor. Repito. Despejado.

—Ahora podemos subir, señor —anunció Nascimento como si yo no hubiese captado las palabras que salieron de su intercomunicador.

Fui el primero en ponerme en movimiento, introduciendo un pie dentro de la cabina del ascensor.

Miranda se acomodó a mi lado.

—¿Vienen, señores? —entoné con mi mejor voz de gobernador, con la misma voz que utilizaba para dar órdenes a mi escuadrón.

Nascimento alzó un dedo que hizo girar para ponerlos a todos en movimiento.

—Circulen, circulen, señores, que tengo mucho que hacer —les dije fingiendo esa seguridad de la cual solía hacer gala en el pasado. No sé si se tragaron el cuento una vez más, al menos obedecieron a la orden metiéndose dentro de los ascensores.

Dos hombres con fusiles de asalto bien prendidos de sus manos se quedaron en el estacionamiento custodiando los accesos.

Nascimento pulsó el botón del último piso. Las puertas se cerraron.

Él, dos hombres más, Miranda y yo nos apretujamos en la cabina. Miranda se pegó a mí; inspirando hondo, enredó su brazo a través del mío para entrelazar los dedos de su mano con la mía. Ella se pegó a mí, y yo a ella. Quise decirle que la amaba y lo mucho que la necesitaba a mi lado, pero no quería hacerlo en ese momento, con esos hombres rodeándonos. En vez de palabras, giré la cabeza y me incliné sobre ella para besar su cabello turquesa.

Otra vez me puse a contar los segundos mientras repetía mentalmente todos los movimientos que requería para sacar de debajo de la chaqueta de mi traje una de las armas que cargaba; al otro lado llevaba tres cargadores; en mi pantorrilla derecha, otra arma, y en la izquierda, dos cargadores.

No iba a permitirme el lujo de volver a pasar por lo de la noche anterior. Si a Nuno se le ocurría volver a fastidiarme, esa vez sería yo quien se ocupase de resolver la disputa.

Alcé la vista, los pisos que subíamos quedaban marcados en la pantalla situada sobre las puertas.

Mis ojos pivotaron de ésta a las puertas, de las puertas al visor.

Faltaba cada vez menos.

Tres pisos... dos pisos... uno...

Mi corazón no me dio tregua cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron; allí ya estaban algunos de los hombres que habían subido a las otras cabinas.

Nascimento fue el primero en salir.

Lo seguí para ver a los dos hombres parados, uno del lado interno del corredor junto a las escaleras, el otro del exterior, ambos con sus armas en las manos.

Giré la cabeza hacia el otro lado del pasillo.

Junto a la puerta de la habitación que mi padre había puesto a mi disposición, estaban dos de los guardaespaldas de mi padre.

Uno de ellos, al verme, llamó a la puerta con el puño sin despegar la espalda de la pared.

Anduve hasta la puerta lo más erguido posible. Debía controlarme para ser capaz de dominar la situación.

La mano de Miranda comenzó a sudar dentro de la mía, que estaba seca y árida; al fin conseguía, al menos, controlar un aspecto de la tensión. De cualquier modo, mi pulso estaba acelerado, por lo que tomé cuatro grandes bocanadas de aire y contuve el aliento durante un par de segundos. Solté el aire de manera pausada. Necesitaba mi pulso firme y estable, como si fuese a disparar a un objetivo lejano, mi puntería era indispensable ese día.

—¡Daniel!

Mi nombre en su voz tan pronto como las puertas se abrieron fue como ser golpeado por una ráfaga de ametralladora que disparara ramalazos de dolor por todo mi cuerpo.

No había sangre por ninguna parte y, sin embargo, dolía muchísimo más que cualquier dolor que hubiese experimentado antes.

—Goran —entoné alegremente manteniendo en alto la fachada.

—¡Qué alegría volver a verte! —soltó mi padre en su portugués que desprendía hebras de su serbio natal, mirándome con aquellos ojos que eran idénticos a los míos. Si hasta el cabello teníamos igual... y la misma altura... las mismas cejas, la misma forma de la boca. Si incluso nuestras putas orejas tenían la misma forma. Y para qué hablar de nuestras manos. ¿No lo notaba él? ¿Cómo podía no darse cuenta de nuestro parecido? Sí, bien, entiendo que no tenía ni la menor idea de que yo existía, pero...

Ante su ceguera, un intenso odio se apoderó de mi pecho.

—Has venido acompañado —añadió haciendo la puerta a un lado. Noté que su voz se ponía tensa, también él. Miró a Miranda—. Debiste ponerme sobre aviso. —Sus labios, que se pusieron tan tirantes como pudieron sin estallar, se aflojaron un poco para darle cabida a una sonrisa—. No hay problema, pediré que pongan un cubierto más en la mesa, seguro que el hotel está listo para poder solventar esta emergencia culinaria sin que se note que un tercer comensal no previsto se ha añadido a nuestra velada.

Mi padre estaba molesto debajo de aquella sonrisa, lo sabía porque su frente se tensaba igual que la mía, sus ojos se ponían inquietos. Unas gotas de sudor se dieron cita en su frente.

—Espero que no te moleste. Ha sido un imprevisto. —Miranda y yo llegamos a él—. De cualquier modo, no quería desaprovechar la oportunidad de presentártela. Goran, ella es Miranda Griner, mi novia. Miranda, te presento a Goran Brajinović, el dueño de este hotel.

—Señorita Griner, es un placer conocerla. —Mi padre le tendió una mano, sus ojos saltaron de los ojos de Miranda a su cabello. No me importó una mierda si ella no era lo que él esperaba, lo que él pudiese aprobar; Miranda era millones de veces mucho mejor que él.

—El placer es mío.

Al soltar su mano, Miranda me lanzó una mirada de pasmo. Evidentemente ella también había notado el parecido entre nosotros.

Con su mano derecha, en la cual llevaba una alianza de matrimonio porque, sí, mi padre se había casado apenas hacia unos años con una mujer mucho menor que él, con la cual tenía una niña de dos años, nos indicó que pasásemos a la habitación.

—Sed bienvenidos. Bien, en realidad tú ya has estado aquí, Daniel. Espero que encontraras la habitación de tu agrado. ¿No te parece que el hotel ha quedado magnífico? Realmente estoy muy satisfecho con cómo ha resultado todo. El hotel marcha muy bien, tenemos muchos clientes felices y satisfechos. ¡Como para menos! —celebró feliz—, si les brindamos lujo del mejor.

Miranda volvió a lanzarme una mirada.

—Estoy ansioso por que hagamos nuevos tratos tú y yo.

Entramos en la habitación.

Mis guardias, sus guardias, todos se quedaron fuera en el pasillo cuando mi padre cerró la puerta.

Ver a Miranda detenerse sobre la misma alfombra sobre la cual se había tumbado Márcia mientras yo cumplía con mis obligaciones con ella me dio vergüenza y asco. Por un instante experimenté la imperiosa necesidad de moverla de aquel sitio para evitar que se le pegase lo peor de mí, para que no quedara contaminada por mi insensatez y el resultado de todas mis malas decisiones, de todo lo que tan mal supe interpretar de la vida.

—Esperad aquí un segundo, ya mismo pediré que resuelvan esta pequeña modificación de nuestra mesa. Siempre es muy agradable contar con compañía femenina.

Reconocí en el rostro de mi padre otra mentira. Me entraron todavía más ganas de golpearlo.

Caminó hasta el teléfono y, tras levantar el aparato de su base, pidió en serbio la modificación para la cena. Cuando supe quién era mi padre y de dónde procedía, tuve la estúpida idea de comenzar a tomar clases de serbio. La idiotez me duró unos dos meses, lo suficiente como para que me acostumbrase al sonido del idioma, para que pudiese reconocer, al menos, unas cuantas palabras perdidas en una conversación, tiempo suficiente como para aprender muchos insultos con los que llamarlo después de que le revelase la verdad sobre mi identidad, sobre nuestro parentesco.

—¿Bien? —le pregunté a Miranda en lo que fue apenas un susurro.

Ella asintió con la cabeza.

—Listo, resuelto. —Mi padre posó el teléfono sobre su base—. Cena para tres en camino.

—Me alegra que no haya supuesto un problema.

Mi padre hizo aspavientos con las manos.

—Nada de eso. Será agradable compartir esta noche los tres juntos. —Me guiñó un ojo—. No me habías comentado que tenías novia. ¿Me entrometo si pregunto si es algo formal o...?

—Lo es —solté interrumpiéndolo—. Es formal, quiero decir. No surgió la oportunidad de decirte nada antes.

—Bien, claro, no te preocupes.

Miranda lo observó con desconfianza.

—La mesa está puesta fuera. ¿Qué tal si salimos a beber algo mientras esperamos el servicio?

—¿Te parece bien? —le consulté a Miranda, y ella volvió a asentir, solamente entonces contesté—. Sí, claro, suena bien.

—Andando, entonces. Es por aquí, Miranda. —Le tendió una mano a ella—. Tú conoces el camino, Daniel.

No me dio tiempo a explicarle que Miranda había estado allí antes, que tuvo oportunidad de salir a la terraza y admirar su vista. Así fuese su primera vez, o mi primera vez, dadas las circunstancias, dudaba de que hubiésemos podido disfrutar de nada en esa lujosa habitación.

Salimos a la noche de Río, a dar la cara contra la larga línea de Copacabana.

No miré el mar, pero sí alcé la cabeza, girándome hacia el edificio para echar un vistazo en dirección a los pisos superiores, a la terraza en la cual se había desarrollado la fiesta de inauguración.

Se veía el reflejo de luces, apenas se oía la música suave y las conversaciones de la gente allí reunida, disfrutando del servicio de bar y restaurante junto a la piscina.

—Estoy tan orgulloso de este proyecto... tan feliz de haberme asociado contigo... Espero verte ganando las elecciones, Daniel. Ojalá el futuro presidente y yo podamos continuar compartiendo buenos negocios por todo Brasil.

Miranda, quien se había aproximado a la baranda, se apartó una vez más y buscó mi mirada. Su mirada seria desprendía angustia.

De nada servía demorar el momento. ¿Para qué esperar a la cena, manteniendo la pantomima por más tiempo?

—Bueno, veremos si te interesa continuar haciendo negocios conmigo después de que te cuente la verdad.

Goran volvió su sonriente rostro en mi dirección. Alzó las cejas.

—¿A qué verdad te refieres? —Nos miró a Miranda y a mí por turnos—. ¿Qué sucede? Ya decía yo que esto olía extraño. ¿Quién es ella? —me espetó apuntando con la cabeza en dirección a Miranda.

—Ya te lo he dicho, es mi novia.

—La primera vez que nos vimos, con todas esas copas de por medio, me dijiste que tú no tenías novia, que te tirabas mujeres y nada más.

Miranda apartó sus ojos de mí, moviéndolos en dirección al mar.

—Sí, así era hasta que la conocí.

—Perfecto, ¡qué romántico! Me alegro por ti; ahora cuéntame de una vez de qué va esto, antes de que decida echarte de aquí... porque tengo la impresión de que no tengo ni idea de en qué me he metido. Pretendía ser diplomático con esto, realmente pensaba que podríamos discutirlo en privado... En cuanto he tocado tierra me han puesto al tanto de lo que te sucedió anoche. Nadie dice quiénes fueron los que te atacaron.

—Así que sabes lo que sucedió ayer...

—Ha salido en el periódico, en las noticias. Se supone que éste es tu estado, ¿no es así?

Moví la cabeza de arriba abajo.

—Explícate.

—Eso mismo debería pedirte yo a ti, que te explicases.

—No tengo ni idea de qué me hablas.

—Hablo de tu primera vez en Copacabana, hace poco más de treinta y cinco años. ¿Qué recuerdos guardas de aquella época?

La frente de Goran se convirtió en una arruga.

—¿Qué demonios significa esto? ¿Cómo...?, ¿quién...? Imagino que me has investigado; no me sorprende. Yo no necesité hacerlo, todo el mundo conoce tu historia, el niño que nació y creció en la favela, aplicado estudiante que además fue policía y miembro del batallón. ¿Quién eres realmente?, ¿qué quieres?

Me mantuve en silencio. No tenía idea de cómo contarle la verdad, pero imaginé que, en cuanto soltase la primera palabra, todo lo demás saldría a chorros.

—¡Habla de una vez! ¿Qué significa todo esto? Habla antes de que ordene que te echen de aquí. Me importa una mierda si eres el gobernador del estado, yo tengo más dinero que todo este puto estado perdido en medio de la selva.

—Juguemos a algo, a ver cuánto recuerda tu memoria. ¿Te suena familiar el nombre de Tereza Oliveira Melo? ¿Tereza...? —Resoplé una risa—. Supongo que quizá ni siquiera conocieses su apellido, pero sí su nombre, ¿no es así?

Goran palideció.

—Sí, parece que reconoces el nombre. ¿Logras hacer la asociación de apellidos? ¿Recuerdas el hotel en Copacabana, a la mujer que trabajaba allí, aquella a la que le juraste amor para luego desaparecer esfumándote a un océano de distancia? Pues resulta que esa mujer es mi madre. Anoche nos atacaron en su casa, en la casa en la que vive con su esposo, el hombre que contrajo matrimonio con ella cuanto yo tenía dieciséis años, el hombre que se convirtió en la única figura paterna que he tenido jamás, porque mi verdadero padre ni siquiera le dio tiempo a mi madre a saber que le daría un hijo.

Goran retrocedió dos pasos, alejándose de mí.

—¿No te enorgullece tener un hijo que podría convertirse en presidente?

Sus ojos sobre mí no parpadearon en absoluto durante demasiados segundos.

—Tenemos los mismos ojos, hasta el mismo puto cabello. Soy más jodidamente parecido a ti que a mi madre y, por lo que creo, no solamente en el exterior. Mi madre es demasiado buena y yo no soy así, sin duda he salido igualito a ti. Somos la misma mierda, de eso no me queda la menor duda. Una sola pregunta, ¿eres bipolar o alguno de tus padres lo es? Quizá lo fuera uno de tus abuelos...

Goran volvió a parpadear.

—Claro que no esperaba que reconocieses a mi madre en mí, ella tiene la piel morena, el pelo crespo y los ojos oscuros; además, es muy delgada y pequeña. —Tragué saliva—. Somos exactamente iguales, joder. ¡Explícame cómo es posible que no te dieras cuenta en cuanto me viste, porque yo, en cuanto te vi...! ¡Porra! —La maldición me salió como un grito que emergió desde lo más profundo de mi ser.

—Mi madre es bipolar —anunció apenas con un hilo de voz.

—Bien, al menos sé que no soy el único en la familia.

—¿Tu madre...?, ¿ella...? Yo no... no tenía idea, ni la más remota. Jamás imaginé que... Ella... ¿Ella se encuentra bien? ¿Ha estado bien? ¿La hirieron anoche?

—¿Si ha estado bien, preguntas? Le rompiste el corazón cuando desapareciste y, estando tú lejos, al poco tiempo descubrió que la habías embarazado. Sola, con un niño y en la favela, ¿tú qué crees? —Esto último se lo grité a voz en cuello.

Goran no contestó.

—Aquí estamos, hicimos nuestra vida sin ti.

—Ya lo veo. —Goran avanzó los dos pasos que había retrocedido para alejarse de mí—. No tenía ni la menor idea, ni siquiera sospechaba que ella pudiese estar embarazada. —Tomó aire—. No fue... dejarla... era demasiado joven y no creí que... claro que la amaba, pero yo ni siquiera pensé...

—No pensaste en ella, eso está muy claro, solamente pensaste en ti.

Se quedó observándome en silencio.

—Tantas veces me juré a mí mismo que volvería a buscarla y luego... la vida... no tenía idea —repitió una vez más, quedándose embobado mirándome. Con otro paso terminó de acortar la distancia entre nosotros—. Daniel...

—La verdad es que no tengo mucho que decirte. No necesito un padre, hace tiempo que dejé de necesitarlo. No tenía mucho más que preguntarte, porque suponer que te fuiste, abandonando a mi madre, porque tu amor no era más que una mentira al igual que el resto de tus palabras no es desacertado. Tus excusas de la vida... —se me escapó una carcajada seca—, tú no tienes idea de las dificultades que puede poner la vida en tu camino. Si de verdad hubieses querido volver a por ella, lo habrías hecho. Simplemente fuiste demasiado cobarde o quizá demasiado vago o probablemente muy mentiroso y en realidad no tenías motivos para volver a Río. Volviste a Copacabana por dinero, porque eso es lo único que te interesa. Pues bien, dinero es lo único que me interesa de ti ahora mismo.

—¿Qué?

—Me alegra saber que eres más rico que el estado de Río de Janeiro y que también es probable que tengas más dinero en una de tus cuentas que el dinero que tiene toda la República Federativa de Brasil en sus arcas. Lo que te digo, lo único que necesito de ti es dinero, porque tengo que pagarle a alguien el ser la mierda que he sido hasta hoy.

—¿A quién tienes que pagarle qué?

—Debo pagarle el dinero que le debo al hombre que mandó atacar la casa de mi madre anoche.

—¿Por qué le debes dinero?, ¿quién es ese hombre?

—Ese hombre es un viejo amigo de la favela, alguien con quien de hecho me crié como si fuésemos hermanos. Él se dedicó al narcotráfico, a vender armas y otros crímenes, mientras yo me dediqué a otro más específico, la política. Supongo que no somos muy distintos, jamás lo fuimos. Mi madre se emperró muchísimo en alejarme de él, pero, ya lo ves, aquí estoy, debiéndole dinero a un traficante para pagar mis deudas de consumo, para devolverle lo que me dio para financiar algunos gastos tanto de mi campaña para gobernador como la que todavía sigue con el fin de convertirme en presidente. A Nuno le debo dinero y mucho más, cosas que en realidad tienen el precio que uno le ponga a su vida, a sus sueños de futuro. Mi sueño era ser presidente y, cualquiera que fuese el precio, estaba dispuesto a pagarlo.

—¿Consumes?

—No tanto como antes y llevo una semana limpio. Bebía como un desquiciado también. ¿Eres alcohólico?

Goran sacudió la cabeza, negando.

—¿Te tratas? Tu enfermedad...

—Que enternecedor que me preguntes por eso —solté en tono socarrón.

—Lo he vivido con mi madre —intervino con voz estrangulada—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué no me confesaste quién eras? Nos conocemos hace dos años, Daniel. Te envié una participación por el nacimiento de mi hija.

—Sí, eso fue impresionante. Saber que tengo una hermana treinta y tres años menor...

—Esto es una locura.

—Lo es. Toda mi vida se ha caracterizado por eso.

—Ese tal Nuno...

—Ese tal Nuno me tiene por las pelotas porque enloqueció también y ya ni siquiera sé qué es lo que quiere, porque deposité una buena suma de dinero en su cuenta y él sigue amenazándome.

—No podemos permitir que arruine tu campaña por algo de dinero que vino de manos... es decir... no será la primera vez... es...

—Claro, la campaña es muy importante —gruñí.

—No entiendo...

—No es la puta campaña, Goran, es mi madre, es Miranda. Nuno no tiene límites y, además, algo sucedió el viernes de la semana pasada.

—¿El qué?

Mi boca se quedó seca al instante.

—El sábado pasado Daniel despertó y encontró su automóvil chocado contra la pared de la terraza de su casa, había sangre en el asiento del acompañante. Daniel estaba intoxicado, había ido a una fiesta el viernes por la noche. Recuerda haber partido con una mujer. La mujer desapareció y la sangre quedó en el coche —explicó Miranda sin que la voz le temblase por un segundo—. A Daniel a veces le gustaba incluir armas blancas en el sexo; de cualquier modo, no cree que pueda haberse extralimitado hasta ese punto. Nuno sabe lo que ocurrió, y lo ha amenazado con hacerlo público. Daniel no recuerda nada, pero ni él ni yo creemos que algo semejante pueda haber sucedido.

—Entonces, ¿no creéis que puedas ser responsable de la sangre en tu coche?

—No —soltó Miranda con un tono férreo que no dejaba lugar a réplica.

—No lo sé —admití por mi parte, sintiendo que mi enfermedad comenzaba a sumergirme en un profundo pozo negro. Me sentía tan expuesto y tan débil...

—Mencionaste que eras íntimo de la presidenta. ¿No puede ayudarte?

—El término correcto que nos relacionaba es amante y desde hacía una eternidad.

Mi padre abrió los ojos de par en par.

—Márcia está intentando dar con esa chica para averiguar qué pasó.

—Y ese tal Nuno, ¿no hay un modo de acabar con él? No puede seguir persiguiéndote toda la vida. No dejará de amenazarte jamás, supongo que sabes cómo son estas cosas.

—Solamente apelo a que recuerde cómo era cuando vivíamos en la favela.

—No he crecido en una favela, pero puedo imaginarme cómo funciona eso, Daniel, y el dinero que puedas darle solamente servirá para cerrarle el pico durante un tiempo. ¿Por qué demonios no me hablaste antes de él? ¿Por qué mierda no me dijiste quién eras? Debiste hacerlo. Debisteis buscarme, hacerme regresar, traerme aquí de las pelotas si era necesario. Yo ni siquiera imaginaba que tú pudieses existir. No podía ni soñar con esto. —La voz se le cortó—. Amé tanto a tu madre... Yo no... —Goran se llevó una mano a la frente y de allí internó los dedos en su melena para acabar agarrándose la nuca—. Comenzaremos por darle dinero. Asumo que lo de ayer fue para presionarte. Si hubiese querido matarte, lo habría conseguido.

—Se quedó con las ganas porque Miranda le disparó al hombre que me atacó.

—¿Le disparaste? ¿También eres o fuiste policía como él?

—No, Miranda es estilista.

—¿Estilista?

—Sí, y no es de aquí, es argentina, nos conocimos hace una semana.

Mi padre sacudió la cabeza, completamente perplejo.

—¿Cómo manejas los pagos con él?, ¿tienes un número de cuenta? Le transferiremos el dinero esta misma noche y me dirás todo lo que sabes sobre él; enviaré a alguien a encontrarlo y liquidar el asunto. No permitiré que continúe fastidiándote o que se atreva a ir contra tu madre otra vez. Ese desgraciado no sabe con quién se ha metido.

—Por lo visto lo de mafioso lo he heredado de ti.

—Es una lacra, Daniel, no me vengas con moralismos ahora. Acabaremos con el problema de una vez y, de paso, le haremos un favor a la humanidad, el mundo no extrañará a un narcotraficante. Por cierto, cuando esto termine me haré cargo de tu tratamiento. No has contestado a mi pregunta, de modo que presupongo que no te tratas. Tengo experiencia de sobra y no cometeré contigo los mismos errores que cometí con mi madre siendo adulto. No te preocupes, nos aseguraremos de que puedas continuar con la campaña sin que nadie se entere.

»Entremos, necesito el número de cuenta y todos los datos que puedas darme sobre Nuno.

Con Miranda cruzamos una mirada. No pude determinar quién de los dos estaba más sorprendido.

—¿Pensáis quedaros ahí parados? Andando, entrad. Tenemos mucho que hacer.

—Entremos.

Mi padre enfiló hacia la puerta de la terraza. Yo esperé a Miranda para coger su mano.

Llamaron a la puerta cuando todavía no habíamos terminado de entrar desde el exterior.

Mi padre siguió de largo y, en vez de ir a por el teléfono, fue a contestar.

Abrió la puerta.

Uno de sus guardias le dijo algo en serbio y voz baja, por lo que no entendí nada; de cualquier modo, no necesité más explicación que ver al hombre del servicio de habitaciones empujando un carrito.

—¡Qué maravilla de servicio! —exclamó mi padre—. Adelante, pasa —le dijo al camarero. En serbio, mi padre se dirigió a su guardaespaldas, quien se apartó para liberar el hueco de la puerta.

En cuanto el escolta se movió, vi que el carrito no tenía la comida, sino lo necesario para añadir a un comensal más a la mesa.

El rostro de mi padre volvió a ensombrecerse.

—Bien, mientras llega la comida nos ocuparemos de nuestros asuntos.

Goran cerró la puerta. El hombre se quedó demorado a un lado, sin tener muy claro a dónde dirigirse. Miranda le sonrió al camarero.

—La mesa está fuera, en la terraza. Pase —le dijo mi padre para luego alejarse hacia el aparador sobre el cual estaba el aparato telefónico del hotel conectado a la red y su móvil al cargador y éste a un enchufe—. Si queréis, podéis esperarme fuera, en un segundo estaré con vosotros. —Esto último iba dirigido a Miranda y a mí. El camarero todavía no se había movido de su sitio, porque básicamente le obstruíamos el paso.

—Sí, claro —le contesté, y fui el primero en moverme.

Mi móvil sonó y me detuve para sacarlo del bolsillo interior de mi chaqueta. Miranda, que no debió de darse cuenta de que me detenía, dio un paso en falso y medio se tropezó con el borde de la alfombra.

Creí que caería sobre mí, pero no lo hizo; en vez de eso soltó un grito de dolor.

Por encima de mi hombro derecho vi su rostro descomponerse y no fue el único en cambiar, el del camarero pasó de amable a furioso.

Mi móvil continuó sonando dentro de mi bolsillo. La cabeza de Miranda se sacudió hacia atrás, alzó sus brazos por encima de los hombros para llevarlos hacia atrás, hacia la mano que comprendí la tenía sujeta por el cabello mientras la otra rodeaba su mandíbula por debajo, por el lado derecho, para posar la boca del cañón de un arma justo allí, apuntando hacia arriba.

—Suelte el teléfono —le gritó el camarero a mi padre—. ¡Ahora! —bramó apretando el arma contra el cuello de Miranda.

Goran soltó el aparato y alzó sus manos en señal de rendición.

Mi móvil continuaba insistiendo.

—Mejor contesta —escupió el camarero dirigiéndose a mí—, creo que alguien quiere hablar contigo.

No pude moverme. Necesitaba calmar mi mente, medir las posibilidades que tenía de sacar el arma en vez del móvil y volarle al sujeto la cabeza antes de que éste convirtiese en manchas sobre el techo, el suelo y sobre mí la cabeza de Miranda.

Tragué saliva.

Mi móvil continuaba sonando.

El hombre tiró de la cabeza de Miranda todavía más hacia atrás, ella apenas si se quejó. Forcejeó con él. Su impresión inicial había cambiado del susto al enojo; parecía querer comérselo vivo, pese a que se encontraba en desigualdad de condiciones.

—Calma, calma. Tranquilo —intervino mi padre con voz serena, avanzando hacia nosotros otra vez.

—Quieto o sus bonitos cabellos turquesa quedarán pegados al techo —gruño el tipo.

—Bien, tranquilo, no me moveré de aquí.

Mi móvil, que había parado por un momento, comenzó a sonar otra vez.

—Contesta, y mejor que no intentes nada raro, porque ella lo pagará. Sé quién eres, sé que fuiste parte del BOPE, pero te aseguro que yo he tenido el mismo buen entrenamiento que tú; después de todo, nos entrenaron para defendernos de vosotros. No intentes ninguna tontería o ella lo pagará. ¡Contesta!

Ante el grito del tipejo, Miranda dio un respingo. Su alerta llamó mi atención al arma una vez más y solamente entonces reparé en el modelo de la misma. Por si me quedaba alguna duda después del requerimiento de aquel hombre para que contestase la llamada, allí estaba la Five-seveN gritándome que era Nuno quien quería hablar conmigo. Por lo visto mi amigo no tenía ningún problema en enviar a pobres desgraciados al suicidio, primero aquel chico poco capacitado, ahora un hombre que, si bien podía tener entrenamiento, luchaba solo contra más de una docena de hombres armados.

Le eché una mirada al susodicho; lo noté tranquilo, no parecía ni asustado ni nada.

Comencé a preguntarme qué tendría planeado Nuno.

A menos que quisiese arruinarlo todo, no podía sacar el arma.

Sin hacer movimientos raros, llevé mi mano al interior de la chaqueta.

Alegre, en la pantalla de mi móvil brillaba el número de Nuno.

—Si algo le sucede a Miranda, no verás ni un puto centavo del dinero que te debo y no solamente eso, te perseguiré por todo el infierno hasta hacer que te arrepientas de cada segundo de tu vida.

—Daniel, creo que no estás en condiciones de amenazar a nadie. ¿Así que Jô tiene a tu chica? Pues qué pena para ti y qué bien para mí. —Hizo una pausa—. Oye, ¿tú no escarmientas, no es así? Ese sujeto con el que has ido a reunirte a ese hotel no parece de fiar. Por cierto, ¿ya le has dicho a Miranda que allí te viste con Márcia y que probablemente te la follaste en ese mismo espacio en el que os encontráis ahora?

Mi rostro se encendió de rabia. No contesté.

—Eso es, Daniel, jamás te he perdido de vista, ni por un segundo en todo este tiempo. Antes solamente estábamos juntos y no necesitaba seguirte, antes éramos lo mismo, pensábamos lo mismo, vivíamos por los mismos motivos... pero después te largaste de la favela y nos dejaste a todos allí; entonces dejé de saber lo que pensabas, lo que querías o lo que pretendías. No te importó romper con nuestra hermandad. ¿Tienes idea de lo que significó para mí que te las piraras? Me dejaste solo, te olvidaste de mí por completo hasta que volviste a necesitarme. Me cambiaste por dinero, por la buena vida, por la vida fácil sin que ni siquiera te preocupase lo que tenía que hacer yo para sobrevivir dentro de la favela. Traicionaste todo aquello que éramos.

—Estaba enfermo, Nuno.

—Patética excusa la tuya. Siempre tuviste esa locura contigo, no me vengas con eso ahora. Te alejaste de nosotros el día que Nogueira te sacó de la favela y has estado alejándote de nosotros cada vez más sin que te importase. Te olvidaste por completo de que nos juramos ser incondicionales, defendernos a muerte, estar allí para el otro siempre...

—No es culpa mía lo que sucedió.

—Fue culpa tuya volver a mí solamente por dinero y por drogas. Fuiste tú el que tornó cada vez más profundo el abismo entre nosotros.

—Esto no es por el puto dinero que te debo, ¿no es así? Estás más loco que yo, Nuno.

Éste no contestó.

—¡Habla, dime qué demonios quieres! ¡Te exijo que me digas qué pasó la noche del viernes! ¡Mierda, Nuno, ¿qué quieres de mí?!

Nuno se mantuvo en silencio.

De pronto sentí un cosquilleo en mi espalda, percibí un siseo. La comunicación se cortó.

Giré la cabeza para ver aterrizar sobre la terraza, justo delante de las ventanas, a un grupo de hombres vestidos de negro. Bien podrían haber sido hombres del BOPE por el modo en el que estaban armados y protegidos para la guerra, pero no lo eran.

Una escalera de soga con ligeros peldaños de metal cayó entre todos ellos.

Vi unas piernas trajeadas con seda y un par de zapatos italianos descenderla.

Sí, por lo visto Nuno tenía un plan.

En un vistazo rápido conté más de una docena de hombres allí fuera y estuve seguro de que ésa no era la comitiva completa con la que Nuno había llegado allí. Definitivamente mi amigo había perdido la cabeza por completo. No se arriesgaba a eso por dinero, Nuno ni siquiera necesitaba de mi dinero para considerarse uno de los hombres más ricos de Brasil.

Nuno se consideraba traicionado, engañado... apuñalado por la espalda por su hermano, el hombre que de niño había jurado estar allí para él por siempre, no solamente defendiéndolo de los niños mayores en la favela, sino también de los traficantes, de los ladrones, y de mayor, también de otros traficantes y de políticos que se atreviesen a molestarlo en sus negocios. Yo había sido todo eso para él, de pequeño porque lo creía mi hermano, porque lo amaba y nadie mejor que él entendía o aceptaba los bajones o subidones en mi estado de ánimo. De adulto, por mero interés, por dinero, por drogas, por pura conveniencia material; de mayores, el apoyo que le di nada tenía que ver con el afecto.

Sentí miedo porque, cuando me enseñaron a negociar con el enemigo, mi entrenamiento se había basado en dar con lo que éste quería para obtener ventajas a mi favor. Yo ya sabía lo que Nuno quería y no podía dárselo, porque simplemente no tenía modo de volver el tiempo atrás o de regresar las cosas a como solían ser cuando éramos solamente dos niños desesperados y asustados en un entorno en extremo violento.

Giré sobre mis talones, perdiendo de vista a Miranda por un momento.

Nuno saltó los últimos escalones para aterrizar con elegancia sobre la terraza.

Por el rabillo del ojo vi a mi padre quedarse observándome.

En un par de pasos, estuvo dentro de la habitación, con sus hombres siguiéndolo, apuntando en nuestra dirección.

—¿No me darás la bienvenida a tu pequeña fiesta? —me preguntó acomodándose las solapas de la chaqueta y el cuello de la camisa, que llevaba abierto.

Permanecí en silencio.

—¿No me presentarás al resto de los presentes? —Lo vi esquivarme moviendo la cabeza. Sonrió—. Hola, Miranda, buenas noches. En realidad a nosotros dos no necesita presentarnos. Lamento que volvamos a vernos en estas desagradables circunstancias. —Anduvo un par de pasos en dirección a mi padre y le tendió la mano—. Señor, no tenemos el placer de haber sido presentados. Nuno Nievas, amigo de la infancia del gobernador; soy su proveedor, soy el hombre al que este sujeto de aquí —me lanzó una mirada a mí— engañó y defraudó una y otra vez. Si todavía hubiese tiempo, le recomendaría que no hiciese negocios con él, que no se aproximase a él, pero ya es tarde, es tarde para todo y para todos. Ya no hay modo de solucionar esto.

—Entonces, ¿no quieres tu dinero? —solté interrumpiéndolo.

—En un principio sí quería mi pasta. Creo que, pasada esta noche, obtendré un pago mucho más valioso. Esta noche se hará justicia. —Nuno dirigió su rostro hasta mi padre otra vez—. Lamento que usted, no teniendo nada que ver en este asunto, quede enredado en esto.

—¿Qué mierda planeas, Nuno? ¡¿Qué mierda quieres?!

—Cerraré el círculo.

—No sé lo que eso significa, pero tu problema es conmigo, no con ellos, Nuno. Te doy mi palabra de que haré lo que me pidas si los dejas partir.

—¿Cómo creer en ti, con todas las mentiras que me has contado, con todas las veces que me has engañado, con lo mucho que me has defraudado una y otra vez? ¿Cómo creer en el hermano que me dio la espalda, que dejó de amarme a pesar de que yo estuve allí para él cada vez que me lo pidió? No, lo siento, Daniel, tendrás que cargar en tu conciencia con la muerte de estas dos personas que te acompañan; después de todo, qué problema hay, si ya tantos murieron por tu mano.

—Yo solamente... era mi trabajo. —Tragué en seco.

—¿El viernes pasado también era parte de tu trabajo?

—Dime qué pasó.

—¿Tanto te preocupa saber qué fue de aquella chica con la que te fuiste de la fiesta?

Asentí con la cabeza.

—Esa mujer... para ti la noche fue solamente eso, ¿no es así?

—¿No sé de qué me hablas?

—¿De verdad no recuerdas nada más?

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