Dolores

Dolores


SEGUNDA PARTE » 25. El yate

Página 30 de 40

25. El yate

Barry no acudió al día siguiente a tomar una copa. La llamó a las siete.

—Cariño, no he podido llamarte antes. Me encuentro en una cabina telefónica del Doctor’s Hospital.

—¿Qué ha ocurrido?

—Nada. El médico ha reconocido a Connie y le ha dicho que era el comienzo de la menopausia, pero ella se niega a aceptarlo. Hay tres médicos que le están haciendo toda clase de análisis. Le he aconsejado que vaya a la clínica Mayo, pero a ella le gusta este hospital. Puedo venir a las diez, si no te parece muy tarde. A las diez me echarán de aquí…

—Te tendré la cena dispuesta.

—No, cenaré aquí. Hay servicio de habitaciones. Nos veremos a las diez.

Pasaron cinco maravillosas noches juntos…, pero, al llegar Barry al atardecer del sexto día con el fin de tomar una copa, Dolores adivinó que había ocurrido algo en cuanto le vio entrar.

—Siéntate, Barry. ¿Qué ha sucedido?

—¡Constance!

—¿Ha averiguado lo nuestro?

—No, está enferma. Ya se conocen los resultados de los análisis. Hipertensión y diabetes.

—¡Ah, bueno! —exclamó Dolores, suspirando aliviada—. Quiero decir que, es horrible pero, si se mantiene bajo control, podrá vivir una larga vida.

—Lo que le molestan son las inyecciones. Los médicos dicen que no le conviene la insulina por vía oral, por lo menos de momento… Su nivel de azúcar es demasiado elevado. Y, como es lógico, lo que más le preocupa es la hipertensión. Ella siempre ha jugado al golf y ha sido muy activa. Cree que se convertirá en una inválida.

—¡Eso no es cierto! Tendrá que descartar algunos meses, pero podrá vivir una larga vida.

—Tú lo has dicho.

—No te entiendo.

—Vivirá una vida larga, asustada e inactiva. Mañana la darán de alta en el hospital. Ha contratado los servicios de una enfermera para que le administre las inyecciones y le ha pedido prestado el yate a Debbie Morrow. Quiere descansar un mes y le encanta el agua.

—Eso es estupendo.

—No es estupendo. Insiste en que la acompañe.

Dolores trató de reprimir las lágrimas.

—Incluso ha convencido al director de mi empresa —explicó Barry, empezando a pasear por la estancia—. Insisten en que la acompañe. No hay forma de evitarlo. Es ridículo. Tal como tú has dicho, la diabetes no es que resulte muy agradable que digamos… pero tampoco es como el cáncer. La hipertensión se puede controlar. Me imagino que se siente asustada porque siempre ha estado sana. Dolores, tengo que ir con ella.

—Un mes —murmuró Dolores.

—Un siglo… —sentenció él.

—Tienes que ir, Barry —le dijo Dolores abrazándole—. Lo comprendo. Un mes no es una eternidad. Mira, cuando regreses, los árboles estarán verdes, será mayo, podremos disfrutar de mayo juntos en Nueva York…

Dolores apartó el rostro para que él no viera las lágrimas en sus ojos.

Barry hizo ademán de dirigirse a la puerta y ella se volvió y corrió tras él.

—Se encuentra todavía en el hospital. ¿No puedes quedarte esta noche?

—No, tengo que cenar con ella. Después tengo que hacer las maletas y encargarme de que la sirvienta prepare su equipaje… Quiere irse mañana.

—¿Mañana? ¿Se encuentra bien para eso?

—Los médicos se lo han recomendado. No quieren que se deprima demasiado. Por consiguiente, mañana emprenderemos viaje a Palm Beach, donde se encuentra amarrado el yate.

—Procura escribirme.

—Haré algo mucho mejor. Te llamaré desde todos los puertos que toquemos… Espero que Debbie nos acompañe. Eso me distraerá un poco.

—¿Debbie?

—Debbie Morrow, la propietaria del yate.

—Conozco a Debbie —dijo Dolores sonriendo—. Debe tener unos cincuenta y cinco años. Tiene gracia que a una mujer de esa edad se la llame con un nombre tan infantil.

—Es que Debbie tiene más de cincuenta millones de dólares y el yate, que es suyo, también se llama Debbie. Me imagino que cuando una mujer tiene tanto dinero puede permitirse el lujo de que la llamen Debbie hasta que tenga noventa años, si así lo desea.

—¿De dónde ha sacado Debbie tanto dinero?

—Es el dinero de un viejo, cariño… Se casó con un viejo y éste murió dejándole todavía más dinero. —Barry la abrazó súbitamente—. ¿Por qué tienen que ser pobres dos personas hermosas como nosotros?

—Porque Debbie y Constance necesitan su dinero… y nosotros sólo nos necesitamos el uno al otro.

Ir a la siguiente página

Report Page