Doctor

Doctor

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Una noche de madrugada, un auto de primer nivel se aleja de la ciudad a toda velocidad. Dos personas van en él. Una está llorando. La otra está simplemente enojada, pero muy determinada.

-Estúpida, pedazo de infeliz, ¿acaso no te dimos todo? ¿Acaso te faltó algo alguna vez en la puta vida? La puta que te pario, venir a hacer semejante estupidez, no podés ser tan chota, nena, la puta madre –mascullaba la persona que conducía. La acompañante sólo lloraba.- Dale, llorá, pelotuda, a ver si nos ahorrás un trámite y matamos dos pájaros de un tiro. Mirá, si te debería fajar por pelotuda.

Media hora después, llegando a los confines de la ciudad, se adentraron en una chacra señalizada como “Campo Santo”. La casa era una de las antiguas, grandes y macizas. Una casera prendió la luz del exterior y abrió la puerta para recibirlos. Mientras las dos personas se bajaban del auto, la casera se acercó.

-         Polinsky, si no me equivoco –saludó la señora.

-         Precisamente, hablamos por teléfono recién. Si no le molesta, prefiero hacer esto rápido.

-         Comprendo, por favor, pase y siéntese que enseguida llamo al doctor.

La casera se dirigió hacia unas escaleras que daban a un sótano y presionó un timbre. Se escuchó por el altavoz, casi inaudible:

-¿Si?

-Llegaron, Mariano.

-Deciles que… me esperen… cinco minutos que me preparo –respondió en forma entrecortada el doctor.

Mariano entonces fue a lavarse las manos.

Marcello le dijo: -Acordate la uña, la uña.

Bruno acotó: -¿Qué necesidad, no hablamos de esto antes?

Ramón simplemente recordaba: -Suturar en plena guerra, eso sí era la posta.

Iván apoyaba: -Vas a estar bien, lo vas a hacer bien.

Nikolai sólo observaba, sin pestañear. Siempre vigilante, siempre incesante.

-Mejor de noche –decía Marcello.- Mejor.

-Deberías dejarme a mí esta –comentó Bruno.-Haceme caso, que te vas a mandar la cagada. Esto no es un caballo.

-Las cagaditas que me mandé en Malvinas, ¡ajajajajajaja! –reía Ramón. Se lo veía de buen humor. Había que cuidarse.

-Mariano, escúchame, quédate tranquilo, que te voy a estar cuidando. No te hagas drama –decía Iván.- Apenas vea que –Se la va a mandar- calláte, quédate callado. Apenas vea algo, te aviso.

Nikolai se sentó en un rincón de la habitación del sótano. Al parecer se había aburrido, pero no dejaba de observar.

El altavoz volvió a sonar. La voz de la casera se escuchó como si estuviera allí.

-¿Mariano?

-Hmmmm –vocalizaba Mariano mentalmente. Luego presionó el interruptor: -Pase.

La joven muchacha bajó las escaleras y entró a la habitación; estaba conteniendo las lágrimas. Se armó de valor y le rogó que Polinsky no ingresara durante el procedimiento.

Mariano respondió:

-Tranquila, somos solo nosotros dos.

 

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