Dictator

Dictator


Segunda parte. Redux 47-43 a. C. » Capítulo XIII

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Al dictador le faltaba un zapato; la toga, hecha un ovillo, dejaba al descubierto hasta los muslos sus piernas depiladas; la imperial vestimenta púrpura estaba hecha jirones y ensangrentada; el tajo que le atravesaba la mejilla dejaba entrever el pálido hueso del pómulo; los ojos negros parecían mirar, iracundos, de arriba abajo, la cámara ya casi vacía; un hilo de sangre descendía en diagonal desde el corte hasta llegar a la frente y caer gota a gota sobre el mármol blanco.

Todos estos detalles los sigo viendo hoy con la misma claridad que hace cuarenta años. Por un instante recordé de forma fugaz la profecía de la sibila, según la cual Roma sería gobernada primero por tres, después por dos, luego por uno y, al final, por ninguno. Me costó mucho apartar la vista, tomar a Cicerón del brazo y ayudarlo a levantarse. Entonces, como si caminara sonámbulo, dejó que lo sacase de la cámara y salió conmigo a la calle bañada por la luz del día.

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