Dictator

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Primera parte. Exilio. 58-47 a. C. » Capítulo III

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¡Pobre Quinto! Lo último que deseaba, después de haber vuelto a casa tras dos períodos de servicio en Asia, era marcharse de nuevo al extranjero y tener que lidiar con agricultores, comerciantes de grano y agentes marítimos. Se puso tenso. Alegó no ser la persona adecuada para el cargo. Miró a Cicerón en busca de apoyo. Pero este no se veía capaz de rechazar una segunda propuesta de Pompeyo por segunda vez y permaneció en silencio.

—De acuerdo, está decidido. —Pompeyo golpeó las palmas contra los reposabrazos de su silla para anunciar que la cuestión quedaba zanjada y se puso de pie. Cuando gruñó por el esfuerzo, me fijé en que había ganado bastante peso. Había cumplido cincuenta años, los mismos que Cicerón—. Nuestra República está viviendo su época más convulsa —dijo mientras pasaba los brazos por encima de los hombros de ambos hermanos—. Pero saldremos adelante, como siempre, y sé que vosotros dos pondréis vuestro granito de arena. —Los atrajo hacia él, los abrazó con fuerza y los mantuvo así, estrechándolos contra su pecho inmenso.

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