Dictator

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Agradecimientos

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AGRADECIMIENTOS

Después de los doce años que me ha llevado escribir esta novela y las dos predecesoras, me siento en deuda principalmente con la colección de discursos, cartas y escritos de Cicerón elaborada por Loeb y publicada por Harvard University Press. Si bien me he visto obligado a editar y modificar las palabras del orador, en la medida de lo posible he procurado que sea su voz la que se oiga. Loeb ha sido mi Biblia.

Asimismo, he recurrido con frecuencia a las magníficas obras de referencia publicadas por William Smith en el siglo XIX: Dictionary of Greek and Roman Antiquities, Dictionary of Greek and Roman Biography and Mythology (tres volúmenes) y Dictionary of Greek and Roman Geography (dos volúmenes); en la actualidad pueden consultarse en internet de forma gratuita. The Magistrates of the Roman Republic, Volume II, 99 BC - 31 BC, de T. Robert S. Broughton también me sirvió como preciado apoyo, al igual que The Barrington Atlas of the Greek and Roman World, editado por Richard J. A. Talbert. De nuevo, en la medida de lo posible, me he ceñido a los hechos y descripciones expuestos en las fuentes originales (Plutarco, Apiano, Salustio, César) y debo darles las gracias a todos los estudiosos y traductores que han hecho posible acceder a ellas y cuyas palabras he empleado.

Entre las biografías de Cicerón y los libros sobre su persona, que me han proporcionado tantos conocimientos como ideas, se cuentan: Cicero: A Turbulent Life, de Anthony Everitt; Cicero: A Portrait, de Elizabeth Rawson; Cicero, de D. R. Shackleton Bailey; Cicero and his Friends, de Gaston Bossier; Cicero: The Secrets of his Correspondence, de Jérôme Carcopino; Cicero: A Political Biography, de David Stockton; Cicero: Politics and Persuasion in Ancient Rome, de Kathryn Tempest; Cicero as Evidence, de Andrew Lintott; The Hand of Cicero, de Shane Butler; Terentia, Tullia and Publia: the Women of Cicero’s Family, de Susan Treggiari; The Cambridge Companion to Cicero, editado por Catherine Steel; y The History of the Life of Marcus Tullius Cicero, publicada en 1741 por Conyers Middleton (1683-1750) y aún hoy relevante y útil.

De las biografías sobre los contemporáneos de Cicerón, que me han sido de especial utilidad, cabe destacar: Caesar, de Christian Meier; Caesar, de Adrian Goldsworthy; The Death of Caesar, de Barry Strauss; Pompey, de Robin Seager; Marcus Crassus and the Late Roman Republic, de Allen Ward; Marcus Crassus, Millionaire, de Frank Adcock; The Patrician Tribune: Publius Clodius Pulcher, de W. Jeffrey Tatum; y Catullus: A Poet in the Rome of Julius Caesar, de Aubrey Burl.

En cuanto a la ambientación general de Roma (cultura, sociedad y estructura política), me he inspirado en tres obras del incomparable Peter Wiseman: New Men in the Roman Senate, Catullus and His World y Cinna the Poet and other Roman essays. A estos títulos debo añadir The Crowd in Rome in the Late Republic, de Fergus Millar, que profundiza en los engranajes de la política en la Roma de Cicerón. También me he apoyado en gran medida en Intellectual Life in the Late Roman Republic, de Elizabeth Rawson; The Constitution of the Roman Republic, de Andrew Lintott; The Roman Forum, de Michael Grant; Roman Aristocratic Parties and Families, de Friedrich Münzer (traducido por Thérèse Ridley); y, por supuesto, The Roman Revolution, de Ronald Syme; y History of Rome, de Theodore Mommsen.

A fin de detallar la faceta física de la Roma de la República, confié en el saber recogido en A New Topographical Dictionary of Ancient Rome, de L. Richardson jr; A Topographical Dictionary of Rome, de Samuel Ball Platner; el Pictorial Dictionary of Ancient Rome (dos volúmenes), de Ernest Nash; y el proyecto Mapping Augustan Rome, the Journal of Roman Archaeology, dirigido por Lothar Haselberger.

Me gustaría darle las gracias en especial a Tom Holland, puesto que fue su excelente libro, Rubicon: The Triumph and Tragedy of the Roman Republic (2003), el que me animó a escribir un relato ficticio sobre las amistades, rivalidades y animadversiones que existían entre Cicerón, César, Pompeyo, Catón, Craso y demás.

Dictador es mi cuarta incursión en el mundo de la antigüedad, una serie de viajes que comenzó con Pompeya (2003). De los grandes placeres que me han aportado estos últimos años he de destacar las reuniones con los estudiosos de la historia de Roma, quienes, sin excepción, me han ofrecido todo su apoyo, hasta el punto de concederme el inmerecido honor de nombrarme presidente de la Classical Association en 2008. Por la ayuda incansable y los muchos consejos que me han brindado a lo largo de estos años, quisiera expresarles mi agradecimiento en particular a Mary Beard, Andrew Wallace-Hadrill, Jasper Griffin, Tom Holland, Bob Fowler, Peter Wiseman y Andrea Carandini. Pido disculpas a todos aquellos que he olvidado mencionar y, por supuesto, eximo a los anteriormente citados de cualquier responsabilidad por lo que haya escrito.

Los primeros editores que me solicitaron que escribiese sobre Cicerón fueron Sue Freestone, que trabajaba en Londres, y David Rosenthal, afincado en Nueva York. Al igual que al Imperio romano, el tiempo los llevó por otro camino, pero me gustaría darles las gracias por el entusiasmo con el que me contagiaron al principio y la amistad que forjamos después. Sus sustitutos, Jocasta Hamilton y Sonny Mehta, timonearon el proyecto con destreza hasta su conclusión. Gracias también a Gail Rebuck y a Susan Sandon, por mantener el rumbo con arrojo. Mi agente, Pat Kavanagh, por desgracia para mí y para todos sus autores, no llegó a ver terminado el trabajo que ella representaba; espero que el resultado le hubiera agradado. Les doy las gracias a mis otros agentes: a Michael Carlisle, de Inkwell Management (Nueva York); y a Nicki Kennedy y Sam Edenborough, de ILA (Londres). El estimable Wolfgang Müller, mi traductor alemán, colaboró de nuevo como revisor extraoficial. Joy Terekiev y Cristiana Moroni, del equipo italiano de Mondadori, han compartido el viaje literalmente a Túsculo y Formiae.

Por último, ahora sí, quisiera subrayar mi agradecimiento, como siempre, a mi esposa, Gill, y a nuestros hijos, Holly, Charlie, Matilda y Sam, la mitad de cuyas vidas ha transcurrido a la sombra de Cicerón. Pese a ello, o quizá debido a este mismo motivo, Holly llegó a licenciarse en Estudios Clásicos, de modo que ahora sabe mucho más sobre el mundo de la antigüedad que su anciano padre, y por lo tanto es a ella a quien este libro está dedicado.

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