Dictator

Dictator


Segunda parte. Redux 47-43 a. C. » Capítulo XV

Página 29 de 38

—Sí, para acudir a la reunión del Senado que se celebrará dentro de nueve días.

—En ese caso, diría que tienes el cometido más peligroso de los tres.

Agitó la mano para quitarle importancia.

—¿Qué es lo peor que puede ocurrir? Que muera. En fin, tengo más de sesenta años, ya he recorrido mi camino. Y al menos será una buena muerte, que, como sabes, es el objetivo último de llevar una buena vida. —Se inclinó hacia delante—. Dime: ¿te parezco feliz?

—Sí —afirmé.

—Eso es porque mientras estaba atrapado en Reggio entendí que al fin he superado el miedo a morir. La filosofía, el trabajo que hemos escrito juntos, me ha ayudado a conseguirlo. Ah, sé que ni Ático ni tú me creeréis. Pensaréis que en el fondo sigo siendo el mismo hombrecillo timorato de siempre. Pero es la verdad.

—Y supongo que esperas que te acompañe.

—No, en absoluto, ¡al contrario! Tienes tu granja y unos estudios literarios a los que dedicarte. No quiero que te expongas a más riesgos. Pero nuestra anterior despedida no fue la que debería haber sido, de modo que no podía pasar por delante de tu casa sin remediarlo. —Se levantó y extendió los brazos en cruz—. Adiós, mi viejo amigo. Las palabras no sirven para expresarte mi gratitud. Espero que volvamos a vernos.

Me estrechó con tanta firmeza contra sí y durante tanto tiempo que sentí los latidos fuertes y cadenciosos de su corazón. Después se apartó y, tras agitar la mano por última vez, se encaminó hacia donde esperaban el carruaje y los escoltas.

Lo vi alejarse realizando los gestos que tan familiares me resultaban: enderezando los hombros, recomponiendo los pliegues de su túnica, ofreciendo la mano de forma inconsciente para que lo ayudaran a montar en el carruaje. Dirigí la vista hacia los viñedos y los olivares, hacia las cabras y las gallinas, hacia los muros de piedra seca y las ovejas. De pronto me pareció un mundo pequeño, demasiado pequeño.

—¡Espera! —lo llamé.

Ir a la siguiente página

Report Page