Diablo

Diablo


Capítulo 9

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Capítulo 9

DIABLO estaba repasando un libro de contabilidad cuando Webster entró en la biblioteca.

—¿Sí?

—Ha llegado Chatham, su alteza. El caballero que estabais esperando aguarda en el lugar indicado.

—Bien. —Diablo cerró el libro y se puso en pie—. ¿Dónde está la señorita Anstruther-Wetherby?

—Creo que en la rosaleda, su alteza.

—Estupendo. —Se dirigió hacia la puerta—. Voy a salir a caballo, Webster. Dentro de una hora estaré aquí con nuestro invitado.

—Muy bien, su alteza.

Cuando Diablo entró en el establo, se le acercaron dos mozos de cuadras.

—Preparad el caballo bayo y que Melton ensille a Suleimán.

—Oh, no hemos visto a Melton desde hace rato, alteza.

—No importa —replicó Diablo, elevando los ojos al cielo—. Yo me encargaré de Suleimán. Vosotros ocupaos del bayo.

Cuando sacó su caballo al patio, el otro estaba esperando. Diablo montó en Suleimán y cogió las riendas del bayo. Habían pasado seis días desde que Honoria mandase llamar a su hermano.

Tras coronar una larga ascensión, vio un carruaje detenido más adelante y unos criados charlando con el cochero. Junto al carruaje, un caballero se paseaba impaciente. Diablo entrecerró los ojos y se acercó, montado en Suleimán.

El caballero levantó la vista. Se enderezó y alzó la barbilla. Diablo lo reconoció al instante. Tiró de las riendas y arqueó una ceja.

—Eres Michael Anstruther-Wetherby, ¿verdad?

—Sí, St. Ives —respondió el otro con un breve gesto.

Michael Anstruther-Wetherby rondaba los veinticinco años, era de complexión atlética y tenía el mismo aplomo y la misma seguridad que caracterizaban a su hermana. Acostumbrado a calibrar en un instante a cualquiera, Diablo reajustó la imagen que tenía de su futuro cuñado. Era tan presuntuoso como Honoria pero en él parecía una señal de debilidad, como si careciese del auténtico carácter Anstruther-Wetherby. Sin embargo, el hombre que lo miraba con rigor, escepticismo y desafío en sus ojos azules tenía una barbilla claramente decidida. Diablo sonrió.

—Creo que tenemos algunos asuntos que discutir. Sugiero que demos un paseo a caballo para hablar en privado.

—Muy bien —asintió Michael, con sus ojos azules clavados en los de Diablo. Agarró las riendas del caballo bayo y montó.

Diablo sonrió y puso dirección a una colina cercana. Al llegar a la cima, se detuvo y Michael hizo lo propio.

—No sé qué escribió Honoria, así que comenzaré por el principio.

—Será lo más conveniente.

Con la mirada puesta en los campos. Diablo explicó los acontecimientos que habían llevado a Honoria a La Finca.

—Por eso —concluyó—, me ha parecido apropiado sugerirle que se casara.

—¿Con quién?

—Conmigo, por supuesto. ¿Con quién, si no?

—No lo sé, sólo preguntaba. —Michael esbozó una breve sonrisa y enseguida se puso serio—. Pero si ese es el caso, ¿por qué me ha mandado llamar para que la escolte a Hampshire?

—Porque tu hermana imagina que está tan curtida que la reputación no tiene por qué afectarla. Tiene planeado ser una nueva lady Hester Stanhope.

—¡Señor! —Michael elevó los ojos al cielo—. ¿Sigue pensando en ir a África?

—Es lo que más desea, eso me ha dicho. Quiere ir en camello a la sombra de la Esfinge, perseguida sin duda por una horda de bereberes para luego ser víctima, en la costa de Berbería, de los traficantes de esclavos. Dice que está sedienta de emociones y cree que la única manera de encontrarlas es ir a la salvaje África.

—Esperaba que ya hubiese superado esa obsesión —dijo Michael, disgustado—. O que hubiera aparecido un caballero capaz de encarrilar su mente.

—Por lo que se refiere a lo primero, me temo que con el paso de los años se volverá cada vez más testaruda; a fin de cuentas es una Anstruther-Wetherby, una familia célebre por su obstinación. Y en cuanto a alguien que encarrilase su mente, ya lo he intentado.

—¿Y ha aceptado casarse contigo?

—Todavía no. —La expresión de Diablo se endureció—. Pero lo hará.

Tras unos instantes de silencio, Michael preguntó:

—¿Libre de toda coacción?

—Por supuesto. —Los ojos de ambos se encontraron y Diablo arqueó una ceja.

Michael estudió la expresión de Diablo y se relajó. Contempló los campos y Diablo esperó pacientemente. Por fin, Michael lo miró de nuevo y dijo:

—Admito que me alegraría ver a Honoria casada, sobre todo con un hombre de tu posición. Apoyaré esa boda todo lo que pueda, pero no voy a presionarla para que tome una decisión.

—Además de todo lo dicho —Diablo inclinó la cabeza—, tu hermana es una persona que dista mucho de ser dócil.

—Exacto. —La mirada de Michael era penetrante—. Entonces ¿qué quieres de mí?

—Mi capacidad de persuasión a distancia no funciona bien —dijo Diablo con una sonrisa—. Necesito que Honoria esté cerca. —Con un gesto indicó que tenían que seguir cabalgando y tocó los flancos de Suleimán con los talones.

—Si Honoria está decidida a volver a casa, necesitaré una buena razón para que no lo haga —apuntó Michael, siguiéndolo.

—¿Puede tomar decisiones sin rendir cuentas a nadie?

—Está bajo mi tutela hasta que cumpla veinticinco años.

—En ese caso, tengo un plan.

Cuando llegaron a los establos, Michael había roto el hielo con su futuro cuñado y se sentía a gusto con él. Parecía que su hermana, una fuerza ingobernable, había encontrado por fin un hombre suficientemente firme. Apretó el paso para seguir a Diablo y se dirigieron a la casa.

—Dime una cosa —Diablo recorrió el edificio con la mirada—, ¿siempre ha tenido miedo de las tormentas? Michael dio un respingo.

—¿Todavía la sobresaltan?

—Más que eso, diría yo.

—Es natural —suspiró Michael—. A mí todavía me ponen nervioso.

—¿Por qué?

—¿Te ha contado que nuestros padres murieron en un accidente? —preguntó, mirándole a los ojos.

—Sí, en el carruaje —asintió Diablo.

—Hay algo más. —Suspiró—. Ni Honoria ni yo teníamos miedo de las tormentas. Aquel aciago día, nuestros padres se llevaron a los otros dos a dar un paseo.

—¿Los otros dos? —Diablo redujo el paso.

—Meg y Jemmy —respondió Michael mirándole a los ojos—. Nuestros hermanos. ¿No te ha hablado de ellos?

—No —respondió Diablo, meneando la cabeza—. Cuéntame qué pasó exactamente.

—Mi padre quería sacar a mamá a dar un paseo. —Michael desvió la mirada y la dejó vagar por los jardines, en dirección a la casa—. Mamá había estado enferma y papá quería que le diera un poco el aire. Los pequeños fueron con ellos. Honoria y yo nos quedamos porque no cabíamos en el coche y teníamos que asistir a clase. De repente se levantó una tormenta. A Honoria y a mí nos encantaba contemplar el paso rápido de las nubes y subimos a la sala de estudio.

»La sala estaba en el ático —prosiguió tras una pausa, con la mirada distante, clavada en el pasado— y desde allí se veía la calzada de acceso. Nos situamos frente a una ventana y miramos. Nunca imaginamos que… —Tragó saliva—. Estábamos contentos y felices, escuchando los truenos e intentando ver los relámpagos. Entonces se oyó un impresionante estruendo en el suelo y en el mismo instante vimos que el birlocho rodaba por la calzada. Los niños estaban frenéticos y se agarraban a mamá. Los caballos se habían desbocado y papá intentaba controlarlos. —Hizo una pausa—. Aún hoy lo veo con toda claridad. Entonces cayó un rayo…

—¿En el carruaje? —preguntó Diablo al ver que Michael vacilaba.

—El rayo derribó un gran olmo que había junto al camino —respondió el hermano de Honoria tras sacudir la cabeza. Hizo otra pausa y respiró hondo—. Lo vimos caer. —Se estremeció—. Yo cerré los ojos pero creo que Honoria lo vio todo.

—¿Y murieron? —interrogó Diablo al cabo de unos segundos.

—Instantáneamente —respondió Michael, tembloroso—. Todavía oigo los relinchos de los caballos.

—¿Y qué le sucedió a Honoria? —preguntó Diablo con suavidad.

—¿Honoria? —Michael parpadeó—. Cuando abrí los ojos, estaba de pie, inmóvil, en la ventana. Entonces abrió los brazos y dio un paso al frente. La sujeté y ella se abrazó a mí. —Michael temblaba—. Una de las cosas que recuerdo con más claridad es su forma de llorar. No emitía ningún sonido, le caían las lágrimas como si su dolor fuera tan hondo que ni la dejara sollozar. —Hizo una pausa y añadió—: No creo que nunca olvide lo impotente que me hizo sentir su llanto.

Diablo pensó que él tampoco lo olvidaría. Michael respiró hondo y encogió los hombros con la mirada clavada en su futuro cuñado.

—Resumiendo, lo superamos lo mejor que pudimos y seguimos adelante con nuestras vidas. Por supuesto, la pérdida fue peor para Honoria —comentó, camino de la casa—. Como mamá había estado tan enferma, Honoria había hecho más de madre que de hermana con los pequeños. Creo que perderlos fue como perder a sus propios hijos.

Mientras recorrían el último trecho de jardín. Diablo guardó silencio. Al llegar a la casa, alzó la vista hasta el pórtico, leyó la inscripción grabada en él y miró a Michael.

—Necesitas una copa —le dijo.

A él también le apetecía una, y además necesitaba pensar.

Honoria bajaba la escalera principal con el entrecejo fruncido cuando vio entrar a su hermano.

Cambió de expresión y bajó corriendo.

—¡Michael! ¡Hace horas que te espero! —Lo abrazó y le devolvió un sonoro y afectuoso beso—. Vi que llegaba un carruaje pero no entró nadie en la casa. No sabía si… —Se interrumpió al ver que una sombra oscurecía el umbral.

—St. Ives vino a mi encuentro —dijo Michael, ladeando la cabeza—. Me ha explicado la situación.

—¿Sí? Quiero decir que… —Con sus ojos atrapados en el verde transparente de los de Diablo, Honoria contuvo el impulso de apretar los dientes—. ¡Oh, qué amable! —Clavó la mirada en la mueca de inocencia que apareció en el rostro de pirata de Diablo.

—Se te ve bien y animada —dijo Michael, observando su vestido de mañana color amatista.

Incluso con la mirada pendiente de la expresión juguetona de su hermano, Honoria vio que Diablo arqueaba una ceja y se sonrojó. Inclinó la barbilla y tomó del brazo a Michael.

—Ven, te presentaré a la duquesa madre. —Lo llevó hacia el salón—. Después saldremos a dar un paseo por los jardines.

De ese modo podría ponerlo al corriente de sus intenciones.

Para su disgusto. Diablo los siguió. Cuando entraron, la duquesa levantó la cabeza. Con una sonrisa radiante, dejó a un lado la labor de bordado y le tendió la mano.

—Señor Anstruther-Wetherby… Me alegro de conocerlo por fin. Espero que no haya tenido contratiempos en el viaje.

—En absoluto, señora. —Michael inclinó la cabeza sobre su mano—. Es un placer conocerla.

Bon —dijo la duquesa con una sonrisa—. Y ahora, acomódese charlaremos un rato. —Señaló la chaise y miró a Diablo—. Llama para que traigan el té, Sylvester. Está usted con Carlisle, ¿verdad, señor Anstruther-Wetherby? ¿Y cómo está nuestra buena Marguerite?

Honoria se sentó en un sillón y vio que su hermano, del que habría jurado que era impermeable a las lisonjas, caía bajo el hechizo de la duquesa. Y lo que era aún más inquietante: que Michael cruzaba una mirada de connivencia con Diablo. Cuando Webster trajo el té quedó claro que, en cierto modo, Diablo había conseguido asegurarse la aprobación de su hermano. Honoria mordisqueó un emparedado de pepino e intentó no demostrar su irritación.

Alejó a su hermano de la subyugante influencia de madre e hijo a la primera oportunidad que tuvo.

—Vayamos a dar un paseo hasta el lago. —Se agarró con fuerza al brazo de su hermano y se dirigió hacia la terraza—. Hay un banco en la orilla, es muy tranquilo y acogedor.

—Esta casa es realmente magnífica —comentó Michael mientras cruzaban los jardines. Llegaron al banco y Honoria se sentó. Michael dudó, la miró y se acomodó a su lado—. Aquí estarías muy gusto, ¿sabes?

—¿Qué te ha dicho Diablo? —preguntó ella, mirándolo a los ojos.

—No mucho, sólo lo que ha ocurrido.

—En ese caso —suspiró aliviada—, debería quedar claro que no hay ninguna razón para que se hable de matrimonio.

—Pues no es esa la impresión que he tenido. —Michael arqueó una ceja.

—¿Cómo? —Honoria convirtió aquella palabra en un desafío.

—Tal vez sería mejor que repasáramos los acontecimientos —dijo su hermano al tiempo que se tiraba del lóbulo de una oreja.

Honoria deseaba hacerlo. Mientras relataba su bien ensayada versión de los hechos, Michael la escuchó con atención.

—Y luego me dejó con la duquesa madre —concluyó.

—Eso fue lo que me contó —corroboró Michael.

Ella tuvo el presentimiento de que había tomado el camino equivocado.

—Honoria, eres una mujer soltera de veinticuatro años. Perteneces a un linaje intachable y tu reputación es inmaculada —dijo Michael, al tiempo que erguía la cabeza y le apretaba la mano—. Y coincido con St. Ives: dada la situación no te queda otra opción que aceptar su propuesta. Se ha comportado como es de recibo: nadie puede echarte la culpa de lo ocurrido pero las circunstancias requieren la respuesta adecuada.

—No. ¿Puedes imaginarme felizmente casada con Diablo Cynster? Es imposible.

—En realidad —arqueó las cejas—, es lo que menos me cuesta imaginar.

—¡Michael! ¡Pero si es un tirano! ¡Un déspota implacable y arrogante!

—Como decía mamá, en esta vida no podemos tenerlo todo. —Michael se encogió de hombros.

Honoria entrecerró los ojos, colérica, hizo una pausa para medir sus palabras y, con toda rotundidad, declaró:

—Michael, no quiero casarme con Diablo Cynster.

—¿Y qué alternativa ves? —preguntó él, al tiempo que le soltaba la mano y volvía a apoyar la espalda en el banco.

Honoria suspiró aliviada. Al menos, su hermano empezaba a hablar de alternativas.

—He pensado en regresar a Hampshire. La temporada está muy avanzada para encontrar otro puesto de institutriz.

—Ni en esta temporada ni en ninguna. Cuando corra la voz, y correrá, no volverás a encontrar trabajo nunca más. St. Ives tiene razón; si te casas con él, los únicos rumores que corran serán de envidia. En cambio, sin su anillo en tu dedo estarán cargados de malicia e intentarán destruirte.

—No será tan grave. —Honoria se encogió de hombros—. Como bien sabes, la sociedad me importa muy poco.

—Cierto. —Michael dudó un instante y luego añadió—: Sin embargo, nuestro apellido y el recuerdo de nuestros padres sí deberían importarte.

—Eso es una impertinencia. —Se volvió despacio y lo miró a los ojos, furiosa.

—No; tenía que decirlo. —Michael movió la cabeza con expresión severa—. No puedes renunciar a lo que eres y a tus vínculos familiares, con las responsabilidades que eso conlleva.

Honoria sintió un escalofrío, como si fuese un general al que acaban de comunicar la pérdida de su último aliado.

—Así pues —dijo altiva, alzando la barbilla—, ¿quieres verme casada por el bien de una familia de la que nunca he utilizado el apellido?

—Me gustaría verte casada, primero y por encima de todo, por tu propio bien. Para ti no hay futuro en Hampshire ni en ningún otro sitio. Mira alrededor. —Con un gesto señaló La Finca, que se veía como una joya en medio de los campos que la rodeaban—. Aquí podrás ser lo que se supone deberías ser, lo que papá y mamá siempre quisieron que fueras.

—No voy a vivir mi vida según los preceptos de unos fantasmas —dijo Honoria con los labios apretados.

—No, pero deberías tener en cuenta las razones que hay detrás de esos preceptos. Ellos están muertos pero las razones siguen existiendo.

Cuando vio que callaba y se miraba las manos entrelazadas en el regazo con expresión obstinada, Michael continuó con un tono algo más tierno:

—Es posible que te parezca pomposo, pero he visto más mundo que tú y por eso estoy seguro de que la decisión a la que te insto es la correcta.

—No soy una niña. —Honoria le lanzó una mirada furibunda.

—Si lo fueras, no se daría esta situación —sonrió Michael. Al ver que abría la boca para replicar, añadió—: Pero te pido que controles tu carácter y que escuches lo que tengo que decirte antes de que tu obstinación te lleve a tomar una decisión equivocada.

—¿Sólo tengo que escuchar? —repuso ella, mirándolo a los ojos.

—Sí. Quiero que escuches la proposición que me ha hecho St. Ives y las razones por las que creo debes aceptarla.

—¿Has discutido con él sobre mi futuro? —Honoria se quedó boquiabierta.

Michael cerró los ojos un instante y luego le lanzó una mirada inequívocamente masculina.

—Honoria, era necesario que hablásemos. Vivo en sociedad desde hace más tiempo que tú; tú acabas de poner el pie en ella. Eso es lo que St. Ives ha sabido ver, gracias a Dios, y eso es lo que hay detrás de su propuesta.

—¿Propuesta? —Honoria echaba chispas—. Pensaba que era una proposición.

—Su proposición está sobre la mesa hasta que tomes una decisión. —Cerró los ojos con fuerza. Cuando volvió a abrirlos, añadió—: Su propuesta se refiere a cómo debemos actuar hasta que te decidas.

—¡Oh! —Exasperada, se volvió y miró hacia el lago—: ¿Y cuál es esa propuesta?

—Debido a la muerte de su primo —dijo Michael tras respirar hondo—, la boda no podría celebrarse hasta dentro de tres meses. La duquesa madre guardará seis semanas de luto y otras seis de medio luto. Como no tienes familia con la que residir, deberías quedarte con la duquesa y ella te presentaría a la nobleza como la prometida de su hijo.

—Pero yo no he dicho que vaya a casarme con él.

—Lo sé, así que simplemente estarás bajo la protección de la duquesa madre. Tiene la intención de ir a Londres dentro de unas semanas. La acompañarás y ella te presentará a la nobleza. Eso te brindará la oportunidad de ver la sociedad desde una perspectiva nueva y, si después de eso sigues rechazando la proposición de St. Ives, él y yo aceptaremos tu decisión e intentaremos encontrar una solución alternativa. —Su tono daba a entender que no tenía esperanzas de encontrar ninguna.

—¿Y qué explicación se dará de mi presencia junto a la duquesa?

—Ninguna. Los Cynster son tan poco dados a las explicaciones como los Anstruther-Wetherby.

—Pero la gente se hará preguntas…

—La gente lo entenderá. Sin embargo, dada la implicación de la duquesa madre, pensarán que pronto habrá un anuncio oficial, y hasta entonces se comportarán. Y te recuerdo —Michael hizo una mueca— que tener que vérselas con la duquesa no es moco de pavo.

Honoria arqueó una ceja, inquisitiva.

—Acabas de verlo —añadió él, señalando la casa—. Es una manipuladora consumada.

—Veo que lo has notado… —Honoria se mordió el labio.

—Sí, lo he notado, pero resistirse a ella no sirve de nada. Has dicho que St. Ives es un tirano y no dudo que así sea pero, entre la nobleza, su madre está considerada una reliquia sagrada. Es de una ayuda inestimable si gozas de sus simpatías; si no, es un feroz enemigo al que temer. Nadie se atreverá a despertar sus iras haciendo circular rumores sobre su hijo y la dama que tal vez sea su duquesa. Para ti, no hay lugar más seguro que el amparo de la duquesa madre.

Honoria lo sabía y asintió despacio. Luego miró a Michael con el entrecejo fruncido.

—Sigo pensando que lo más sencillo sería retirarme a Hampshire hasta que se calmen las cosas. Aunque no encuentre otro trabajo, como bien has dicho, ya tengo veinticuatro años y ha llegado el momento de que haga realidad mis proyectos de viaje.

—No puedes quedarte sola en Hampshire —dijo Michael tras un suspiro—. Tendremos que recurrir a la tía Hattie.

—¿Tía Hattie? —Honoria arrugó la nariz—. En una semana me habría vuelto loca.

—Pues no se me ocurre nadie más. —Su hermano apretó los labios—. Y no puedes vivir sola, sobre todo cuando tu noche en el bosque con Diablo Cynster sea de dominio público. Recibirías la visita de toda clase de indeseables.

Honoria le lanzó una furibunda mirada, frunció el entrecejo y clavó los ojos en el lago. Michael guardó estoico silencio.

Los minutos pasaron. Con los ojos entrecerrados, Honoria consideró sus opciones. Lamentaba haberse precipitado en llamar a su hermano, porque encontrar al asesino de Tolly iba a costar tiempo. Diablo, un gran estorbo para sus planes, había sido derrotado y se comportaba como un conspirador reacio pero sumiso. Le atraía la idea de desenmascarar al asesino de Tolly entre los dos. Además de lo mucho que deseaba que se hiciera justicia, la situación era ideal para vivir todas las aventuras que siempre había soñado. Si se marchaba, perdería esa oportunidad.

También estaba la pequeña cuestión de su deseo creciente a experimentar, sólo una vez, el placer al que Diablo había aludido.

Sus palabras, sus caricias, la obsesionaban tanto como el inocente rostro de Tolly. Diablo había dejado claro que la posesión y el placer eran hechos independientes y, aunque tal pensamiento la sonrojaba, sentía una compulsión cada vez mayor a aprender lo que él tuviera que enseñarle sobre el placer. La posesión, en este caso, estaba fuera de toda cuestión, más allá de toda posibilidad. Los Cynster nunca soltaban lo que hacían suyo y Honoria sabía que no debía permitir que Diablo la poseyera en ningún sentido.

Como había decidido no casarse nunca, su virtud nunca se pondría en entredicho. Y consideró oportuno acumular experiencia sobre el placer que podía darse entre un hombre y una mujer antes de dedicarse a sus viajes. Era indudable que el placer que había experimentado hasta el momento en manos de Diablo Cynster era verdaderamente excitante.

Con tantos proyectos para el futuro inmediato, su situación le habría parecido perfecta de no ser por la obsesión de Diablo en casarse con ella. No quería ir a Hampshire pero, como él estaba tan decidido a hacerla su esposa, le costaba optar por quedarse en La Finca.

Sin embargo, con aquella ingeniosa proposición, Diablo se había excluido del juego. Honoria podía quedarse al cuidado de su madre, a salvo de él y de cualquier otro caballero, durante tres meses, tiempo más que suficiente para encontrar al asesino de Tolly y para que ella aprendiese todo lo que quería saber acerca del placer.

El único inconveniente era saber si sería lo bastante fuerte y astuta para evitar las trampas que Diablo le tendiera.

—Muy bien —dijo, irguiéndose en el asiento al tiempo que miraba a Michael a los ojos—, acepto quedarme tres meses bajo la tutela de la duquesa madre. —Su hermano sonrió y ella entrecerró los ojos—. Después volveré a Hampshire.

Con un gruñido, Michael se puso en pie y la tomó de la mano para que hiciera lo propio. Cogidos del brazo, regresaron a la casa.

Esa misma tarde, Honoria estaba sentada en un sillón del salón con el regazo lleno de sedas de bordar. La duquesa ocupaba la chaise, atareada en seleccionar brillantes madejas. Michael, alegando cansancio, se había retirado temprano y Diablo estaba en la biblioteca. Ya habían tomado el té y el atardecer se había convertido en noche silenciosamente. De repente, una sombra cayó sobre ella.

Absorta en su intento de separar las hebras azules de las turquesa, levantó la vista y vio a Diablo, que se había plantado delante de ella con una expresión insondable. Por un largo instante él le sostuvo la mirada, con la suya sombría, hermética. Luego le tendió la mano y dijo:

—Ven, Honoria. Salgamos a dar un paseo.

Por el rabillo del ojo vio que la duquesa madre se había quedado sorda repentinamente.

Los labios de Diablo se suavizaron pero su mirada siguió penetrante, clavada en su rostro.

—Prometo no morder.

Honoria sopesó los pros y los contras: necesitaba hablar con él para asegurarse, antes de que Michael se marchara, de que su proposición era exactamente la que ella pensaba. Estudió su rostro.

—Pero no iremos a la glorieta. —Deseaba aprender sobre el placer pero quería poder controlar las lecciones.

—Sólo iremos a la terraza. —La sonrisa de pirata se materializó en sus labios fugazmente—. No quiero distraerte.

Honoria contuvo un temblor incipiente, provocado por el tono profundo y ronroneante de su voz, y lo miró con recelo.

—Palabra de Cynster —dijo él, arqueando las cejas.

Honoria podía confiar en eso. Recogió las madejas y puso su mano sobre la de él. Diablo la ayudó a levantarse y posó la mano de ella en su brazo. La duquesa fingió seguir absorta en las sedas de color lavanda. Caminaron hasta las grandes balconeras que se abrían a la terraza, donde la noche era un manto de terciopelo negro.

—Quiero hablar contigo —dijo ella tan pronto llegaron al exterior.

—Y yo contigo —replicó Diablo, mirándola de arriba abajo.

Honoria inclinó la cabeza, invitándolo a hablar.

—Michael me ha informado de que has accedido a quedarte con mi madre los próximos tres meses.

—Hasta que termine la temporada de luto —comentó ella. Se desasió y se volvió para mirarlo a la cara.

—Y, transcurrido ese tiempo, serás mi duquesa.

—Transcurrido ese tiempo, regresaré a Hampshire.

Él se detuvo a pocos centímetros de ella. Con la luz de la sala a sus espaldas, Honoria tuvo que imaginar su expresión: arrogante, impasible, con unos ojos ocultos por las sombras y clavados en los suyos, unos ojos insondables. Mantuvo la cabeza alta y la mirada decidida, dispuesta a impresionarlo con lo inflexible que podía ser.

El momento se prolongó. Honoria empezó a sentir una leve desazón y arqueó una ceja.

—Parece que tenemos un problema, Honoria Prudence.

—Sólo está en vuestra mente, su alteza.

Los ángulos de su rostro se movieron en expresión de advertencia.

—Antes de que decidamos lo que ocurrirá al final de los tres meses —dijo, exasperado pese a su tono cortés—, quizá deberíamos decidir sobre esos tres meses propiamente dichos.

—He accedido a quedarme con tu madre. —Honoria arqueó las cejas con arrogancia.

—Y a considerar seriamente mi proposición —añadió Diablo.

Ella no pudo pasar por alto el mensaje que transmitía su tono: o todo o nada.

—Sí —asintió tras respirar hondo—. Y a considerar seriamente la posibilidad de convertirme en tu esposa. Tengo que decirte, sin embargo, que es muy improbable que cambie de opinión al respecto.

—En otras palabras, eres terca como una mula y tengo tres meses para conseguir que cambies de opinión.

A Honoria no le gustó su manera de decirlo y replicó:

—No soy una mujer insegura, no tengo intención de cambiar de parecer.

—Todavía no conoces mis poderes de persuasión.

En los labios de Diablo destelló su sonrisa de pirata. Honoria se encogió de hombros, arrugó la nariz y contempló la oscuridad de la noche.

—Lo único que conseguirás será que me reafirme en mi postura, No me casaré, ni contigo ni con nadie.

Diablo guardó de nuevo silencio y ella notó que se le tensaban los nervios. Unos dedos duros se posaron en su barbilla para volverle la cara hacia él.

Aunque estaban a oscuras, Honoria notó lo penetrante y poderoso de su mirada.

—Pues siempre se ha dicho que las mujeres cambian mucho de opinión. ¿Cuán mujer eres, Honoria Prudence?

Ella abrió unos ojos como platos. Los dedos de Diablo se movieron por la sensible piel de su mentón, haciéndola estremecer. Se quedó sin aliento y le costó un esfuerzo considerable soltarse de él.

—Sé que no es aconsejable que juegue con fuego, su alteza.

—¿De veras? —En sus labios se dibujó una sonrisa—. Pensaba que querías una vida llena de emociones.

—Sí, pero a mi manera.

—En ese caso, querida, tendremos que negociar.

—¿De veras? —Honoria intentó aparentar despreocupación—. ¿Por qué?

—Porque dentro de poco serás mi duquesa, por eso.

Ella le lanzó una mirada de exasperación y, con un crujido de su falda de seda, echó a andar a lo largo de la balaustrada.

—Te lo advierto, después no digas que no te he avisado: no voy a casarme contigo. —Honoria se detuvo y, con la cabeza alta y los ojos muy abiertos, añadió, señalándolo con el dedo—: Y no me consideres un desafío. No te atrevas a pensar que lo soy.

Su carcajada fue la de un pirata, un bucanero, un paria fanfarrón que tendría que haberse encontrado en la cubierta de un barco y no a su lado. Aquel sonido profundo y sinuoso contenía una amenaza y una promesa que la envolvieron. Diablo volvió a plantarse ante ella.

—Eres el desafío personificado, Honoria Prudence.

—Cabalgáis hacia el fracaso, su alteza.

—Cabalgaré sobre ti antes de Navidad.

Aquello la conmocionó, pero no estaba dispuesta a demostrarlo. Con la barbilla alzada y los ojos entrecerrados, replicó:

—No pretenderás seducirme para que me case contigo, ¿verdad?

—Pues sí, lo había pensado. —Diablo arqueó una ceja con arrogancia.

—Pues no te saldrá bien. —Al ver que arqueaba la otra, Honoria sonrió, muy segura de sí misma—. Por la experiencia que tengo, sé que no me presionarás mientras resida en tu casa, bajo la protección de tu madre.

—¿Sabes mucho acerca de la seducción? —repuso él, sosteniéndole la mirada.

—No serás el primero en comprobarlo. —En esta ocasión fue Honoria la que arqueó las cejas al tiempo que seguía caminando junto a la balaustrada.

—Probablemente no, pero seré el primero que salga vencedor.

—No —suspiró Honoria, y vio que él fruncía el entrecejo—. No saldrás vencedor, quiero decir. —Diablo caminó a su lado—. Sé que no vas a forzarme. Desenmascararé tus trucos.

Honoria notó su mirada. Por sorprendente que resultase, fue menos intensa y menos inquietante que antes. Cuando habló, ella captó en su voz un tono divertido.

—Ni fuerza ni trucos. Tienes mucho que aprender sobre la seducción, Honoria Prudence, y en esta ocasión te las verás con un maestro.

Honoria sacudió la cabeza. Diablo estaba advertido. Era tan arrogante que le sentaría bien que le bajaran los humos y aprendiera que no todo el mundo acataría sumisamente su voluntad.

La noche extendió sus fríos dedos a través de su falda y Honoria se estremeció.

—Entremos —dijo Diablo, tomándola por el brazo.

Ella lo miró y la expresión de él se endureció. De repente, se acercó a ella, que reprimió un grito y retrocedió hasta la balaustrada. Diablo apoyó las manos en el parapeto de piedra, una a cada lado, aprisionándola entre sus brazos.

Jadeante y con el corazón acelerado, Honoria parpadeó.

—Has prometido no morder —dijo.

—Todavía no lo he hecho —replicó él con expresión pétrea—. Como has sido tan ingenuamente sincera, lo mínimo que puedo hacer es devolverte el favor para que nos comprendamos mejor el uno al otro. —Le sostuvo la mirada y Honoria notó todo el peso de su fuerza de voluntad—. No voy a permitir que des la espalda a lo que eres, al destino que siempre ha sido el tuyo. No permitiré que te conviertas en una institutriz esclava del trabajo ni en una excéntrica que divierta a la nobleza.

Honoria lo miró inexpresiva.

—Has nacido y has sido educada para ocupar una posición destacada en la nobleza, una posición que ahora está al alcance de tu mano. Tienes tres meses para reconciliarte con la realidad. No pienses que podrás huir de ella. —Le sostuvo la mirada implacablemente.

Pálida y temblorosa, Honoria apartó los ojos.

Diablo quitó las manos de la balaustrada y le dejó paso libre. Honoria dudó, con una expresión tan pétrea como la suya; luego se volvió y lo miró a los ojos.

—No tienes ningún derecho a ordenar cómo tiene que ser mi vida.

—Tengo todo el derecho. —La expresión de Diablo no se ablandó un ápice—. Serás lo que estabas destinada a ser: ¡mía!

El énfasis que puso en esa sola palabra hizo temblar a Honoria de pies a cabeza. Incapaz de respirar, se alejó deprisa hacia la sala, con la cabeza muy alta y un crujido furioso de la falda de seda.

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