Diablo

Diablo


Capítulo 6

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Capítulo 6

ERA una ilusión, todo era una ilusión y un arrogante juego de prestidigitación. A la mañana siguiente, durante el funeral, a Honoria se le cayó la venda de los ojos.

Asistió una multitud considerable. En la capilla de la finca, un edificio de piedra rodeado de árboles que daban sombra a las tumbas de los Cynster muertos hasta entonces, se celebró un oficio corto.

Luego, Diablo y sus primos llevaron el féretro hasta la tumba, situada en un pequeño claro tras la primera línea de árboles. En contra de su intención de mezclarse con la multitud, Honoria fue acompañada primero por Veleta, que la tomó del brazo, incluyéndola así en la procesión familiar camino de la capilla; luego, Amanda y Amelia la requirieron para que fueran juntas a la tumba, admitiendo que cumplían órdenes de Diablo. Un funeral no era lugar para protestar. Resignada, Honoria capituló y aceptó situarse detrás de las gemelas junto a la tumba.

Fue entonces cuando supo la verdad.

Los hombres de la familia habían formado una hilera al otro lado de la tumba. Frente a ella estaban los hermanos de Tolly, Charles con Simón a su lado. Diablo se situó junto a Simón. Honoria observó cómo ponía una mano en el hombro de Simón. El muchacho alzó la vista y Honoria vio que intercambiaban una mirada y captó aquella comunicación callada en la que Diablo era un experto.

Junto a él estaba Veleta, tras ellos y a su alrededor se encontraba una sólida falange de hombres Cynster. Su parentesco era evidente: sus rostros, contemplados a la vez, tenían los mismos rasgos obstinados y autocráticos. Eran seis, sin contar a Simón ni a Charles, uno por su edad y otro por su carácter. Entre los seis, el color de cabello cambiaba, desde el negro azabache de Diablo hasta el castaño claro. El color de los ojos también variaba. Todo lo demás era igual.

Del grupo que estaba frente a ella emanaba una fuerza poderosa y masculina. Diablo era el líder. Formaban un grupo pero cada uno de ellos contribuía a la totalidad. El dolor de todos los demás asistentes era indeterminado; en cambio el de los primos de Tolly tenía determinación y formaba una fuerza cohesionada, directa y centrada.

Centrada en la tumba de Tolly.

Honoria entrecerró los ojos. La gente todavía se situaba alrededor de la sepultura. Amanda y Amelia estaban tensas. Honoria se inclinó y susurró:

—Decidme los nombres de vuestros primos varones.

Las gemelas la miraron y luego lo hicieron al otro lado de la tumba. Amelia habló primero.

—El que está al lado de Diablo es Veleta, pero a él ya lo conoces.

—Pero ese no será su nombre verdadero.

—Su nombre verdadero es Spencer —susurró Amanda—, pero no se te ocurra llamarlo así.

—El que está detrás de Diablo es Richard, pero le llaman Escándalo. Es hermano de Diablo.

—Y el que está detrás de Veleta es Harry, su hermano más pequeño. Lo llaman Demonio.

—¿Harry Demonio?

—Sí —asintió Amanda—. El que está junto a Veleta es Gabriel.

—Su nombre verdadero es Rupert, es el hijo mayor de tío Martín.

—Y supongo que el que está detrás de Gabriel es Lucifer, ¿verdad? —Preguntó Honoria—. ¿Su hermano?

—Exacto. Su nombre real es Alasdair.

Honoria se irguió y se preguntó por qué utilizaban esos seudónimos, una pregunta que no formularía a las gemelas. Contempló aquellas seis caras masculinas y las captó a la perfección. Ninguna fuerza en la Tierra les impediría llevar al asesino de Tolly ante la justicia.

Como eran Cynster, cabía esperar de ellos que quisieran vengar la muerte de Tolly. Y también porque eran Cynster, se asegurarían de que ni las mujeres de la familia, ni los ancianos ni los niños, es decir, todos los que estaban a su cuidado, no se vieran mezclados en esa violencia. La muerte y la venganza eran su reino privado, el fuego del hogar era para el descanso.

Lo cual estaba todo muy bien pero…

La última plegaria fue recitada y la tierra empezó a caer sobre el ataúd. La madre de Tolly flaqueó entre los brazos de sus cuñadas y su esposo acudió a su lado. Amelia y Amanda tiraron de las manos de Honoria para regresar a la casa.

Charles y los otros Cynster se habían marchado, pero Simón, Diablo y los otros cinco seguían en su sitio, con la mirada clavada todavía en la tumba. Antes de volverse, Honoria vio a Simón alzar la vista y mirar a Diablo con una pregunta en sus grandes ojos. Vio la respuesta de Diablo, su mano apretando el hombro del joven y la callada promesa que le hizo asintiendo con la cabeza.

Honoria supo perfectamente en qué consistía esa promesa.

Cruzó el jardín acompañada de las gemelas y pensó en su situación. Al día siguiente mandaría llamar a su hermano Michael, pero este tardaría unos días en llegar. Esos días le serían útiles.

Tenía que ver cómo se hacía justicia, tenía el deber de vengar aquella inocencia segada, sin duda la razón de que tuviese siempre presente el rostro de Tolly. Era imposible mandar a los Cynster adultos a vengar esa inocencia. Su venganza estaría acicateada por sus espíritus guerreros, por la defensa de la familia, del clan. En cambio, ella sería la defensora de la inocencia. También tenía un papel que desempeñar.

Iba en busca de excitación, aventura e intriga y el destino la había llevado allí. No sería ella quien se lo discutiera.

La ceremonia final estuvo muy concurrida. Muchos de los caballeros y nobles llegados de Londres se quedaron después del entierro. En media hora, Honoria fue presentada a más espadachines de los que esperaba conocer en toda su vida. Por fortuna, su inclusión en el grupo familiar había transmitido un claro mensaje de que debía ser respetada y protegida.

Las gemelas volvieron a tocar sus instrumentos y la multitud llenó el salón, la sala de música y la terraza.

Mientras charlaba con los familiares de los Cynster y otros parientes nobles, Honoria vigiló estrechamente a Diablo y a sus cinco acólitos. Enseguida advirtió que se traían algo entre manos. Diablo estaba en el salón, de espaldas a las puertas abiertas de la terraza. Los otros recorrían la estancia y de vez en cuando se acercaban a él para intercambiar información sin hablar, sólo mirándose a los ojos.

Honoria no podía hacer nada para descifrar aquella comunicación tácita. Volvió a concentrarse en su conversación con lady Sheffield, que era quien la interrogaba en ese momento.

—Como es natural —decía la dama—, esta terrible situación retrasará las cosas.

—¿De veras? —preguntó Honoria, deliberadamente vaga y arqueando las cejas.

—Tres meses de luto —prosiguió lady Sheffield—, y eso nos pone en diciembre.

—Invierno —comentó Honoria, atenta. Luego sonrió y dijo—: Discúlpeme, señora, pero tengo que hablar con Webster.

Conservando la sonrisa se dirigió hacia la puerta, segura de cómo serían interpretadas sus palabras. Cruzó el salón sorteando grupos de invitados. En unas mesas auxiliares habían bandejas de diminutos emparedados. Cogió una de ellas, anduvo hacia la sala de música y luego salió a la terraza.

Se situó a la espalda de Diablo, vuelta hacia el jardín. Los emparedados enseguida atrajeron compañía.

—Soy lady Harrington —se presentó una anciana dama—. Conozco a tu abuelo. Hace mucho que no lo veo. Espero que siga bien.

—Eso espero también yo —replicó en voz baja.

—Hurst no sabe nada y Gilford tampoco.

Sin volverse y arriesgarse a que uno de los primos de Diablo la descubriera, Honoria no supo cuál de ellos hablaba, pero sí conocía la voz de Diablo.

—Veleta ha preguntado a Blackweil. Prueba con Gelling.

—Qué emparedados tan buenos. —Lady Harrington tomó otro—. Oh, esa es lady Smallworts; también conoce a tu abuelo. ¡Ven, Dulcie!

Lady Harrington hizo una seña a otra emperifollada dama. A espaldas de Honoria llegaba otra información:

—Nada por parte de Dashwood, y lo he presionado mucho. No oculta nada, esta clase de juego no es de su estilo.

—¿Hay aquí alguien más de esa parte de la ciudad?

—Probaré con Giles Edgeworth.

Unos caballeros más ancianos abordaron a Diablo y este se vio obligado a conversar. Honoria aprovechó la oportunidad para prestar atención a lady Smallworts.

—¡Oh sí, querida! —La dama estudiaba su rostro a través de unos impertinentes—. Guardas cierto parecido con él, eso seguro. ¿No crees, Arethusa? En la barbilla, sobre todo.

Tras tomar nota mental de examinarse la barbilla la siguiente vez que se mirase en el espejo, Honoria sonrió y cuando vio que las dos damas se enfrascaban en una conversación, se centró en la actividad que tenía lugar a sus espaldas.

—No ha habido suerte con Farnsworth ni con Girton.

—Pues tiene que haber algo en algún sitio —dijo Diablo con un suspiro.

—Sí, tiene que haberlo. Seguiremos buscándolo hasta encontrarlo. —Tras una pausa, el primo que fuese, añadió—: Probaré con Caffrey.

—Ten cuidado. No quiero que mañana toda la ciudad esté enterada de esto.

—Descuida.

Honoria casi vio la sonrisa Cynster que debió de acompañar esa palabra.

Otros reclamaron la atención de Diablo y Honoria aportó su granito de arena en la discusión sobre si la muselina bordada continuaría estando de moda en la temporada siguiente.

Al cabo de un rato un primo de Diablo se acercó a él. Cuando Veleta empezó a informar —Honoria reconoció su voz—, los invitados ya empezaban a marcharse.

—Olvídate de Hillsworth y de su familia. Si el problema viene de ahí, será preciso que Harry investigue más.

—Hablando de Harry…

—No irá con ninguno de los míos.

—Aquí vienen los demás —dijo Veleta.

—Ni un susurro, ni un guiño.

—Imposible.

—Ni un asomo de sospecha.

—Lo cual significa —dijo Diablo— que todos tendremos que salir de caza.

—Pero ¿en qué dirección?

—En todas. —Diablo hizo una pausa—. Demonio, tú te ocuparás de los caminos. Veleta, tú de las tabernas. Gabriel, de las casas de huéspedes. Escándalo hará lo que sabe hacer mejor: sonsacar a las damas, lo cual deja las casas de citas a Lucifer.

—¿Y tú? —preguntó Veleta.

—Me encargaré de investigar esta zona.

—Bien, yo saldré hacia Londres esta noche.

—Y yo.

—Y yo… Puedo llevarte si quieres. Tengo un asiento libre. Sus voces se desvanecieron mezclándose con los murmullos de la multitud. Lady Smallworts y lady Harrington habían pasado a ocuparse de los misterios de los últimos gorros de bonete. Había llegado el momento de que Honoria se retirase. Ya había oído todo lo que necesitaba.

—Si las damas me disculpan…

—Oh, querida —lady Harrington la tomó de la mano—, yo quería preguntarte si es verdad.

—¿Verdad?

—Oh, querida, en qué líos te metes cuando no me tienes a mí de guardaespaldas.

Era la voz de Veleta. Honoria supo en qué momento Diablo se volvió y la vio allí. Notó su mirada en la nuca y los hombros y se puso rígida. Deseó volverse, pero lady Harrington le sujetaba la mano.

—Lo de tu boda con… —Lady Harrington se interrumpió y miro un punto situado tras la espalda de Honoria. Sus ojos se ensañaron de placer—. Oh, buenas tardes, St. Ives.

—Lady Harrington.

No fue su voz ni la sutil amenaza que había en ella lo que produjo un estremecimiento a Honoria, sino la firme mano que se curvaba posesivamente alrededor de su cintura.

Diablo tomó la mano que lady Harrington soltó, y Honoria vio que sus dedos, atrapados entre los suyos, subían inexorablemente hacia los labios de él. Hizo acopio de fuerzas para la sensación que experimentaría cuando los notase en sus dedos.

Pero él le volvió la mano y presionó sus labios contra la muñeca.

Si hubiese sido una mujer más débil, se habría desmayado.

—¿Qué decía, señora? —preguntó Diablo a la dama.

—Nada importante. —Lady Harrington resplandecía—. Me habéis dado todas las respuestas que necesitaba. —Hizo un guiño a Honoria y tiró a lady Smallworts del brazo—. Ven, Dulcie, he visto a Harriet en el jardín. Si nos apresuramos, podremos saludarla antes de que se marche. Su alteza. —La dama inclinó la cabeza y miró a Honoria—. Nos veremos en la ciudad, querida. Da recuerdos míos tu abuelo.

—Por supuesto —dijo Honoria con voz entrecortada. Le faltaba el aire debido a los largos dedos de Diablo que atrapaban los suyos. Si volvía a besarle la muñeca, se desmayaría.

—Saluda a las damas —le sugirió su torturador.

—¿Con qué? —susurró ella—. ¿Con la bandeja? .

—Me parece que ya no la necesitas más. Thomas se la llevará.

Apareció un criado y la tomó. En la terraza quedaba poca gente, Honoria esperó pero él no le soltó la muñeca. En cambio, le panel otro brazo por la cintura. Honoria sentía su pecho, sus muslos duros como el hierro tras ella y sus brazos, que eran como una jaula que la aprisionaban.

—¿Te has enterado de muchas cosas aquí en la terraza? —Las palabras, suaves, profundas y graves, le hicieron cosquillas en la oreja.

—Sí, más que nada sobre la muselina bordada. ¿Y sabías que los últimos gorros de bonete llevan un volante en el borde?

—¿De veras? ¿Y qué más?

—Eso era lo que lady Smallworts quería saber.

—¿Y tú qué quieres saber, Honoria Prudence?

Tenía una forma inconfundible y letal de pronunciar su nombre, arrastrando levemente las erres, de forma que unas palabras tan decorosamente inglesas se convertían en algo más sensual. Honoria reprimió un escalofrío.

—Quiero saber qué te traes entre manos.

—¿Lo que voy a hacer contigo, mujer entrometida? —La sacudió levemente.

Honoria contuvo una exclamación al ver que perdía contacto con el suelo.

—¿Por qué no me dejas en el suelo, para empezar?

—¡Sylvester! ¿Qué haces? ¡Deja a Honoria en el suelo de inmediato! —La salvó oportunamente la duquesa madre.

Él obedeció de mala gana y en el momento en que sus pies tocaron el suelo, la duquesa la tomó del brazo.

—Ven, querida. Quiero que conozcas a alguien.

Sin volver la cabeza, Honoria huyó con la duquesa.

Todo el resto del día intentó que se la viera lo menos posible. Los invitados se marcharon después del acto final pero muchos familiares se quedaron. Honoria no quería encontrarse a solas con Diablo, sobre todo porque ya había visto cuál era su estado de ánimo, y se refugió en la glorieta, un hexágono de madera blanca festoneado con una plataforma amarilla.

Con el bordado en el regazo, contempló los carruajes que se alejaban por la calzada tras ser despedidos por Diablo. La tarde se convertía ya en noche cuando Charles Cynster bajó la escalinata frontal y cruzó el jardín en dirección a la glorieta.

—Buenas tardes, querida —le dijo al entrar, inclinando la cabeza—. Quería hablar contigo antes de volver a Londres y Sylvester me ha dicho que te encontraría aquí.

De poco le había servido el refugio… Honoria estudió al hermano mayor de Tolly con ojo crítico. Era mayor que Diablo, lo que lo convertía en el más entrado en años de los primos Cynster. Tenía una figura extraordinaria, con metro ochenta de estatura y constitución robusta, pero carecía de la línea esbelta de la familia. Su rostro era más redondo, con grandes mandíbulas. Sus ojos, posados en ella, eran castaños y, dada la dolorosa pérdida que acababa de sufrir, a Honoria le sorprendió la determinación de su mirada.

En la glorieta sólo había un largo sofá de mimbre con cojines de calicó. Con un gesto, lo invitó a sentarse. Para su alivio, declinó la invitación y se apoyó contra el alféizar de la ventana. Honoria arqueó una ceja. Al parecer. Diablo había enviado a Charles para que la convenciera de que dejase la muerte de Tolly en manos de los Cynster.

—Quiero darle las gracias por haber ayudado a Tolly. Sylvester meló ha contado. —Los labios de Charles se curvaron en una triste sonrisa—. Según sus palabras, «lo ayudó por encima y más allá de lo que puede esperarse de una dama en su situación».

—Pese a lo que diga su primo, no hice más que lo que habría hecho cualquier dama con sentido práctico. —Honoria inclinó la cabeza con gratitud.

—Sea como fuere… —Charles se interrumpió y Honoria alzó los ojos hasta encontrarse con los de él—. Mi querida señorita Anstruther-Wetherby, espero que me disculpe si voy al grano.

—Prefiero que lo haga. —Dejó de lado la labor y le prestó toda su atención.

—Opino que, en vez de ser recompensada por su ayuda, la han puesto en una situación denigrante. —La miró—. Discúlpeme, pero esta es una cuestión muy delicada. Comprendo que por haber prestado ayuda a mi hermano y haberse quedado sin medio de transporte por culpa de la tormenta, se vio obligada a pasar la noche en compañía de Sylvester y ahora se encuentra en un compromiso y casi obligada a aceptar su proposición. —Honoria abrió la boca pero él la acalló con un gesto de la mano—. Permítame terminar. Sé que muchas damas enloquecerían de alegría ante la idea de convertirse en la duquesa de St. Ives, fueran cuales fuesen las circunstancias. Usted es una Anstruther-Wetherby, descendiente de una antigua familia casi tan orgullosa como la nuestra. Es una mujer sensata, independiente y, como usted misma reconoce, con sentido práctico.

»Me han dicho que ha elegido vivir una vida anónima, lo cual me parece injusto a cambio de sus buenos oficios, y se ve obligada a convertirse en la esposa de Sylvester, un papel que no sólo sería demasiado exigente sino que también distaría mucho de ser una recompensa. —Hizo una pausa y añadió—: Para una dama de su sensibilidad. —Dudó, como sopesando sus palabras, y prosiguió—: Sylvester tiene una reputación muy concreta, como casi todos los Cynster. Parece improbable que un leopardo tan entregado a la caza cambie de costumbres.

—Pocas cosas hay en su valoración con las que yo no pueda estar de acuerdo, señor Cynster. —Honoria arqueó las cejas, altiva.

—En realidad, querida —la sonrisa de Charles no iluminó su rostro—, creo que nosotros podríamos entendernos muy bien y espero que comprenda mis motivos para proponerle una solución alternativa que le permita salir de una situación inmerecida.

—¿Una solución alternativa? —Honoria estaba cada vez más incómoda. No esperaba que Charles quisiera perjudicar a Diablo. En realidad, estaba sorprendida.

—Una alternativa más aceptable para una dama de su sensibilidad. Casarse con Sylvester no es lo que más le conviene, eso todo el mundo lo ve. Sin embargo, necesita otra propuesta, aunque sólo sea como reparación. Como Tolly era mi hermano, sería para mí un honor ofrecerle mi mano. Mi patrimonio, por supuesto, no es nada comparado con el de Sylvester, aunque tampoco es poca cosa.

Honoria se quedó pasmada. Sólo los años que llevaba dedicados a la enseñanza hicieron que no lo mostrara. No tuvo que pensar una réplica pues salió espontáneamente de sus labios.

—Le agradezco su propuesta, señor, pero no tengo intención de casarme, ni por este motivo ni por ningún otro que pueda preverse.

El rostro de Charles permaneció inexpresivo. Transcurridos unos momentos, preguntó:

—¿No va a aceptar, entonces, la propuesta de Sylvester?

—No tengo ninguna intención de casarme. —Sacudió la cabeza con los labios apretados. Y tras esa firme declaración, volvió a coger la labor.

—La presionarán para que acepte, tanto los Cynster como su propia familia.

—Mi estimado señor, no soy una persona dócil que tolere interferencias en su vida.

Se hizo el silencio y Charles se incorporó despacio.

—Discúlpeme si la he ofendido, señorita Anstruther-Wetherby. —Hizo una pausa y añadió—: Sin embargo, la insto a que recuerde que, si llega un momento en que considera necesario casarse para escapar de la situación derivada de la muerte de Tolly, tiene una alternativa a hacerlo con Sylvester.

Concentrada en pasar la aguja al otro lado del tejido, Honoria no alzó la cabeza.

—Su humilde servidor, señorita Anstruther-Wetherby.

Sin apenas mirar la reverencia de Charles, le devolvió el gesto inclinando rígidamente la cabeza. Charles giró sobre los talones y bajó los peldaños. Airada, Honoria lo contempló regresar a la casa. Cuando desapareció en su interior, frunció el entrecejo y se revolvió en el asiento.

Si alguna vez quería casarse con un Cynster, prefería domesticar al tirano.

Esa noche el tirano llamó a su puerta.

Los tíos y primos de Diablo se habían quedado a cenar y luego se marcharon todos excepto la familia de Tolly, lo que permitió a los sirvientes recuperar el aliento. Sobre La Finca se posó un manto de calma, un silencio sosegado como el que sólo conocen las casas que han presenciado muchas veces nacimientos y muertes.

Honoria dejó a la duquesa madre y a los padres de Tolly compartiendo recuerdos agridulces y se había retirado a su cuarto. Tenía la intención de escribir una carta a Michael, pero la paz del exterior la atrajo a la ventana. Se sentó ante ella y su mente se deslizó hacia la noche.

Los golpes que interrumpieron su ensoñación eran tan imperiosos que supo enseguida de quién era. Dudó y, luego, enderezando la espalda, se puso en pie y se dirigió a la puerta.

Diablo estaba en el pasillo, vuelto hacia las escaleras. Cuando ella abrió la puerta, la miró y dijo:

—Vayamos a dar un paseo.

Le tendió una mano y Honoria le sostuvo la mirada, arqueando una ceja. Los labios de Diablo se curvaron y le hizo una elegante reverencia.

—Mi querida Honoria Prudence, ¿me concedes el honor de pasear contigo a la luz de la luna?

A ella le gustó más la orden que la petición: el encanto fácil que acechaba tras sus palabras, pronunciadas con aquella voz suave y profunda, bastaba para cautivar a cualquier dama.

—Voy a coger el chal.

El chal de hermosa seda noruega se encontraba en una silla. Honoria se envolvió en él y lo cerró con un alfiler antes de encaminarse a la puerta. Quería dejarle claro que no iba a renunciar a su propia vida por el asesinato de Tolly.

Diablo la tomó de la mano para cruzar el umbral y cerrar la puerta y luego se la puso en su brazo.

—Hay unas escaleras que dan al jardín lateral —dijo.

Dejaron la casa en silencio y caminaron bajo los frondosos árboles que tachonaban el jardín, pasando de la oscuridad a la luz de la luna y de nuevo a la oscuridad.

El silencio era relajante. El penetrante aroma de las hojas, del césped y el suelo fértil, un aroma que Diablo siempre relacionaba con su casa, aquella noche estaba especiado con una sutil fragancia, un olor huidizo que no tuvo dificultad en localizar.

Procedía de ella, era la fragancia de sus cabellos, de su piel, de su perfume, lirios del valle con una pizca de rosa, una combinación cara y seductora. Y bajo todo ello se insinuaba la embriagadora esencia femenina, cálida y sensual, que guardaba la promesa de todo tipo de placeres terrenales. Aquel aroma evocador excitó su instinto de cazador e incrementó el deseo que lo consumía.

Aquella noche era presa de dos deseos que no podía hacer realidad. No podía vengar la muerte de Tolly y tampoco podía llevarse a Honoria a la cama. Todavía no. Sin embargo, algo podía hacer, algo relacionado con la barbilla de Honoria.

No estaba dispuesto a que ella se implicase en la investigación de la muerte de Tolly, pero su comportamiento en la terraza había sido contraproducente. Con aquella dama, la intimidación no funcionaría. Por fortuna, tenía a mano una alternativa que le gustaba más, una que le permitiría matar dos pájaros de un tiro. Amparado en las sombras, Diablo sonrió y dirigió la caminata hacia la glorieta.

—¿Qué pasos estás dando para encontrar al asesino de tu primo? —preguntó Honoria, que había perdido la paciencia antes de llegar a ella.

—Ese asunto será resuelto debidamente. No te preocupes al respecto.

—No era eso lo que preguntaba —replicó, viendo que la miraba con irritación.

—Pues es la única respuesta que necesitas —gruñó Diablo.

—¿Alguien te ha dicho que eres el hombre más arrogante de la cristiandad?

—No con esas mismas palabras.

El comentario la hizo enmudecer hasta que llegaron a la glorieta. Diablo se detuvo en el centro de la glorieta y la soltó. Rayos de luz de luna surcaban el suelo, tachonados con las sombras de las hojas. En la penumbra, él vio que sus pechos se hinchaban.

—Comoquiera que sea… —Las palabras de Honoria terminaron casi en un grito.

En un abrir y cerrar de ojos, su torturador pasó de mostrarse relajado a tomarla firmemente por la barbilla.

—¿Qué haces? —protestó Honoria, boquiabierta y jadeante. No intentó soltarse. Él le agarraba el mentón con mucha fuerza.

—Te aturdo —dijo mirándola a los ojos, con los suyos que, en aquella oscuridad, parecían aún más pálidos.

Su murmullo profundo era realmente penetrante. Honoria lo sintió hasta en los huesos. Aparte de la barbilla, él no la tocaba y sin embargo se sentía cayendo presa de sus brazos. El corazón empezó a latirle aceleradamente. Sus ojos se encontraron con los suyos a la luz de la luna, atemporales, seductores, omniscientes. Diablo bajó la cabeza despacio y ella separó los labios.

Honoria no habría podido soltarse de él aunque los cielos se hubiesen desplomado.

El primer roce de sus labios la hizo temblar. La abrazó y la atrajo hacia él. La dureza de sus músculos se apoderó de ella al tiempo que la presión de los labios aumentaba.

Eran firmes, como todo él, imperiosos, exigentes. Pero al cabo de un instante se volvieron cálidos, tentadores, seductores, persuasivos. Honoria se quedó inmóvil, temblando, en un umbral invisible, hasta que se precipitó en un vacío desconocido.

No era la primera vez que la besaban y, sin embargo, sí lo era. Nunca antes había habido tanta magia en el aire, nunca antes la habían tomado de la mano y la habían llevado a un mundo de sensaciones. El placer la embargó, cálido y subyugante, y se arremolinó en su interior como un calidoscopio de deleite que la dejó agradablemente mareada.

Él se apropió del poco aliento que Honoria pudo recuperar, tejiendo su red hasta que estuvo atrapada sin escapatoria posible. Recorrió sus labios con la punta de la lengua en una caricia engañosa y diestra. Honoria supo que lo mejor sería hacer caso omiso de ella; él la llevaba a esferas que estaban más allá de su conocimiento y en donde sería su guía. Una situación de lo más desaconsejable y peligrosa.

Los labios de Diablo exigieron más. El calor aumentó y derritió toda resistencia. Honoria suspiró y abrió los suyos, cediendo a su arrogancia.

Él tomó lo que deseaba y la íntima caricia le produjo una descarga de sensaciones que surcaron todo su cuerpo, un relámpago de pasión que le azotó las entrañas. Conmocionada, Honoria se apartó conteniendo una exhalación.

Él la dejó retirarse, sólo un poco. Aturdida, con los pensamientos arremolinados, ella estudió su rostro. Él arqueó una ceja y sus brazos la atrajeron de nuevo hacia él.

—No… —Honoria quiso resistirse pero no pudo. Sus músculos tenían la consistencia de la gelatina.

—No tienes por qué asustarte. Sólo voy a besarte.

—¿Sólo? —Parpadeó, asombrada—. Pues eso ya está suficientemente mal. —Contuvo el aliento e intentó recuperar la sensatez—. Eres peligroso.

Él soltó una carcajada cuyo sonido pulverizó el escaso control que a ella tanto le había costado conseguir.

—Para ti no soy peligroso. —Sus manos acariciaron suave y seductoramente su espalda—. Voy a casarme contigo. Eso pone las cosas en su lugar.

¿Había perdido por completo la capacidad de razonar? Honoria frunció el entrecejo y preguntó:

—¿Qué cosas? ¿Qué lugar?

—Según todos los preceptos —sus dientes brillaron en una sonrisa—, las esposas de los Cynster son los únicos seres humanos de los que los Cynster tienen que precaverse.

—¿En serio? —Honoria intentó mostrar su indignación, pero era una tarea imposible ya que él había inclinado la cabeza y le mordisqueaba suavemente los labios.

—Bésame —susurró al tiempo que la atraía más hacia sí.

El contacto la hizo estremecerse otra vez y los labios de Diablo, la excitaban, la dejaron indefensa.

La besó de nuevo y esperó, con la paciencia del que sabe, que se abandonara por completo. Su rendición era mucho más dulce, sabiendo, como sabía, que ella deseaba lo contrario. Como era sabio y experimentado, no la forzó demasiado y mantuvo a raya su propia pasión. Ella yacía dúctil en sus brazos, sus labios entregados a de él para que los disfrutara, su dulce boca abierta para que Diablo la saboreara, explorara, poseyera. Por esa noche, eso bastaría.

Habría preferido poseerla por completo, haberla llevado a su cama para celebrar la vida de la manera más primaria, como respuesta natural a la presencia de la muerte. Pero ella era inocente, lo evidenciaban sus tímidas reacciones, su ductilidad. Sería suya y sólo suya, pero aún no.

Sus acuciantes necesidades le dificultaban el pensamiento y Diablo maldijo para sus adentros. La delicadeza de Honoria, presionándose contra él desde el pecho hasta los muslos, era una fuerte tentación que alimentaba sus demonios, los llamaba y los incitaba. Diablo se apartó y estudió su rostro, haciéndose preguntas al tiempo que ponía freno a sus deseos. Los ojos de Honoria brillaban.

Con la cabeza aún aturdida, dejó que sus ojos vagaran por el rostro de Diablo. En sus rasgos no había suavidad ni delicadeza, sólo fuerza y pasión y una voluntad de hierro.

—No me casaré contigo. —Las palabras pasaron directamente de su mente a la boca como reacción instintiva. Él se limitó a arquear una ceja, irritante y desdeñoso—. Mañana enviaré una carta a mi hermano para que venga a buscarme y me escolte a casa.

—¿A casa? En Hampshire, ¿quieres decir? —Entrecerró unos ojos que, en la oscuridad de la noche, parecían de plata.

Honoria asintió. Un sentido de irrealidad, como si hubiera perdido el contacto con el mundo, la invadía.

—Escribe esa carta a tu hermano. Yo mismo la franquearé mañana.

—Y yo misma la pondré en el correo —sonrió ella.

Diablo le devolvió la sonrisa y Honoria intuyó que se reía de ella, aunque su pecho, tan cerca, no temblaba.

—Por supuesto. Ya veremos qué opina de tu decisión.

La sonrisa de Honoria se volvió presumida. Se sentía algo mareada. Como buen Cynster, Diablo pensaba que Michael apoyaría la boda, pero ella sabía que su hermano se pondría de su parte, vería al instante, como lo había visto ella, que casarse con Diablo Cynster no le convenía.

—Y ahora, si hemos arreglado tu futuro inmediato a tu gusto… —Los labios de Diablo rozaron los suyos y Honoria los siguió con los suyos de manera instintiva.

Crujió una rama.

Diablo levantó la cabeza y todos sus músculos se tensaron. Ambos miraron hacia el exterior de la glorieta y Diablo se irguió sin dar crédito a sus incrédulos ojos.

—¿Qué demonios…?

—Chitón. —Honoria le puso la mano en los labios.

Él frunció el entrecejo pero permaneció en silencio mientras la pequeña procesión se acercaba y pasaba ante la glorieta. Entre la luz de la luna y la oscuridad, Amelia, Amanda y Simón abrían el cortejo, seguidos de Henrietta, Eliza, Angélica, Heather y Mary. Cada niño llevaba una rosa blanca. Desaparecieron entre las densas sombras de los árboles. Estaba muy claro adónde iban.

—Espera aquí —dijo él.

—¿Bromeas? —replicó Honoria, mirándolo. Se recogió las faldas y bajó los peldaños a toda prisa.

Él la siguió entre la penumbra y los claros, detrás de la pequeña comitiva. Los niños se detuvieron ante la tumba de Tolly. Honoria se ocultó tras un roble, en lo más profundo de las sombras. Diablo la imitó. Entonces la tomó por la cintura y la levantó en vilo para apartarla.

Ella se revolvió entre sus brazos.

—¡No! —susurró furiosa. Lo agarró por los hombros y le advirtió—: ¡No lo hagas!

Diablo la miró ceñudo e inclinó la cabeza para susurrarle al oído:

—¿Por qué no, demonios? No tienen miedo de mí.

—¡No es eso! —Honoria le devolvió la ceñuda mirada—. Eres un adulto, no eres como ellos.

—¿Y qué?

—Que este es su momento, su manera de despedirse de Tolly. No se lo estropees.

Diablo estudió su rostro y sus labios se curvaron en una sonrisa. Luego alzó la cabeza y observó al grupo de niños al pie de la tumba pero no hizo ningún otro movimiento.

Honoria se revolvió y él la soltó. Miró a los niños y el frío atrapó sus finas faldas y la hizo estremecer. Los brazos de Diablo la envolvieron atrayendo su espalda contra él. Ella se puso rígida pero seguida cedió y se relajó. Agradecía tanto el calor de su cuerpo le fue incapaz de protestar.

Junto a la tumba había parlamentos. Amelia se acercó a ella y su rosa al montículo de tierra.

—Que duermas bien, Tolly —dijo.

—Descansa en paz —dijo Amanda a continuación, y lanzó su rosa junto a la de su hermana gemela.

—Hasta la vista, Tolly. —Simón fue el siguiente y otra rosa cayó sobre la tumba.

Uno a uno, los niños añadieron su rosa al pequeño montón y se despidieron de Tolly. Cuando hubieron terminado, regresaron deprisa a la casa.

Diablo mantuvo sujeta a Honoria hasta que los niños hubieron pasado. Cuando finalmente la soltó, le dedicó una mirada insondable y típicamente Cynster. Luego la tomó de la mano y juntos siguieron a los niños de regreso al jardín.

La hierba estaba mojada de rocío y era difícil caminar por ella, sobre todo para la pequeña Mary. Diablo gruñó y apresuró el paso. Honoria lo detuvo de nuevo.

—¡No! —Lo miró furiosa y tiró de él hacia los árboles.

—Se mojarán los pies. —Él la miró airado—. Puedo llevar en brazos a un par o tres de ellos.

—Pensarán que los has visto, que sabes lo que han hecho. Eso les estropeará la despedida. Un poco de agua no les hará daño… sobre todo si son auténticos Cynster.

Diablo la tomó por la cintura y ella apoyó la cabeza en su hombro.

Algo brilló en la sonrisa reacia de él. Esperó, de mala gana, hasta que los niños desaparecieron por la puerta lateral. Luego, con la mano de Honoria en la suya, anduvieron hacia la casa. Los niños aún subían la escalera cuando ellos llegaron al pie de estas. Diablo siguió adelante, caminando pegados a la pared. Al llegar al primer descansillo, los niños todavía estaban en el segundo tramo y él tiró de Honoria haciéndola entrar en un gabinete.

Se encontró pegada a su pecho y contuvo una exclamación. Él le alzó el rostro con dedos firmes y, antes de que tuviera tiempo de respirar, sus labios se posaron sobre los de ella. Intentó resistirse pero bajo el placer que estaba sintiendo, sus fuerzas flaquearon y se derritieron, sustituidas por algo tan insidioso, tan compulsivo, tan visceralmente excitante que no pudo volver atrás.

Él estaba tan ávido —lo notaba en la pasión desenfrenada que endurecía sus labios— que, cuando ella abrió los labios, se lanzó en su interior con más frenesí que antes. La tensión que agarrotaba cada uno de sus músculos delataba un rígido control y la turbulencia latente asustaba y fascinaba a la vez. Su lengua se entrelazó con la de ella, íntima y seductora, y luego inició un rito lento, repetitivo e indagador. Su boca pertenecía a Diablo. Esa posesión le arremolinó los sentidos: ningún hombre la había besado de aquella manera. Fue presa de una oleada de calor, una dulce fiebre distinta a todo lo que conocía. Aparte de eso y de la pasmosa intimidad de su caricia, Honoria sólo sabía una cosa: Diablo tenía un hambre rapaz de ella. El repentino y casi incontrolable impulso de entregarse, de saciar aquella lujuriante necesidad la sacudió por dentro. Y no pudo apartarse de él.

No supo cuánto tiempo pasaron besándose en la oscuridad. Cuando él se apartó, Honoria había perdido el contacto con el mundo.

—¿Has tenido miedo? —le dijo él tras dudar un momento y volverá rozarle los labios.

—Sí. —En cierto modo era verdad. Con los ojos como platos y el pulso acelerado, Honoria buscó sus ojos en la oscuridad—. Pero no de ti. —Él la estaba haciendo sentir, desear—. Lo que… —Se interrumpió, con el entrecejo fruncido porque no encontraba palabras para expresarse.

—No te preocupes —sonrió Diablo, maliciosamente. La besó con ardor una última vez y luego la soltó—. Ahora vete. —Era una orden.

Ella lo miró, asombrada, en la penumbra y luego asintió.

—Buenas noches —dijo, saliendo del gabinete—. Que duermas bien.

Diablo casi se echó a reír. No pasaría una buena noche ni dormiría bien. Sintió que lo atacaba otra jaqueca.

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