Diablo

Diablo


Capítulo 7

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Capítulo 7

A la mañana siguiente, Honoria asistió al servicio dominical celebrado en la capilla de La Finca y luego regresó a la casa paseando con Louise Cynster. La madre de Tolly le dio las gracias por haber ayudado a su hijo y Honoria contestó con una cortés evasiva. Louise le habló de Tolly y de la relación de este con Diablo. Al parecer, el muchacho sentía veneración por su primo, al que consideraba un héroe.

El objeto de veneración de Tolly no había creído adecuado asistir al oficio religioso. Cuando las damas llegaron a la mesa del desayuno, advirtieron que él ya había pasado por allí. Honoria tomó un rápido té con una tostada y subió al piso de arriba.

Estaba segura de que Diablo había salido a cabalgar. Era un día perfecto para ello; recorrería sus campos a lomos de aquel monstruo que se había comido los pastelillos del té, lo cual le permitiría a ella cabalgar alrededor de la casa.

En tres minutos se puso su elegante traje de montar color topacio. Su ropa era lo único que siempre estaba a la altura de su ascendencia Anstruther-Wetherby. Se compuso la pluma de su tocado a juego para que le cayera disolutamente sobre la sien y luego salió fuera.

En los establos no había nadie. Sin perder la calma, entró en la cuadra principal. Las puertas eran altas y no veía por encima de ellas. El cuarto de los aparejos estaba al fondo y enfiló, decidida, el pasillo que llevaba a él.

Una firme mano tiró de ella hacia una cuadra.

—¿Qué…? —Un calor acerado la envolvió. Honoria advirtió que estaba en peligro—. ¡No te atrevas a besarme! ¡Si lo haces gritaré!

—¿Y quién crees que te rescatará?

Honoria parpadeó e intentó encontrar la respuesta adecuada.

—Y además, mientras te beso no podrás gritar —añadió él.

Ella respiró hondo y separó los labios.

Cuando se dio cuenta de que se había equivocado, era demasiado tarde y él ya había sacado partido de la ventaja que le había dado. En su mente flotó una vaga idea de resistencia que desapareció en cuanto el calor, el deseo y el placer le invadieron las entrañas. Los labios de Diablo se movían sobre los suyos, arrogantes y confiados, la lengua se introducía en una caricia deliciosa y lánguida, una caricia lenta que se prolongó y se prolongó hasta que Honoria se sintió arder por dentro. Le subía la temperatura y sabía que eso era malo, malo y escandaloso, aunque todos sus sentidos ronroneasen de satisfacción.

Cuando él la besaba, no podía pensar ni oía nada. Lo descubrió cuando Diablo se apartó por fin. Hasta el instante en que sus labios se separaron, su mente se había vaciado de pensamientos, arrobada en su deseo. Los sonidos del establo la volvieron a la realidad. Notaba que sus huesos se habían derretido y, sin embargo, se mantenía de pie. Entonces advirtió que lo conseguía gracias a que él la abrazaba contra su cuerpo. Sólo apoyaba en el suelo la punta de los pies.

—¡Cielo santo! —Parpadeando, apoyó los talones en el suelo. ¿Lo había calificado de peligroso? Era letal.

—Buenos días, Honoria Prudence. —Su profundo ronroneo le provocó un estremecimiento—. ¿Adónde vas?

—Oh… —Con los ojos muy abiertos, miró los suyos verdes que sabían demasiado e intentó recobrar la compostura—. Busco un caballo. Supongo que tienes más de uno.

—Me parece que hay una yegua altanera y obstinada que te irá bien, pero ¿adónde pensabas ir?

—A dar un paseo por los caminos.

Diablo la ceñía con fuerza y no podía soltarse. Intentó hacerlo pero él no cedió ni un milímetro.

—Tú no conoces estas tierras, te perderías. Estarás más segura cabalgando conmigo.

Dejando de lado cualquier sutileza, Honoria se llevó la mano a la espalda para intentar soltarse. Diablo emitió una carcajada y la dejó que tirase en vano. Luego inclinó la cabeza y le dio unos delicados besos en la oreja.

—¡Quien te puso Diablo tenía toda la razón! —Jadeante y ridículamente aturdida, lo miró enojada.

—¿Hully?

—¿La señora Hull te puso ese nombre? —preguntó, mirándolo a los ojos.

—Fue mi niñera. —Sonrió diabólicamente—. Tenía tres años cuando me llamó «ese diablo Cynster».

—Ya entonces debías de ser un tirano.

—Lo era, sí.

Honoria se aclaró la garganta con fuerza. Diablo miró alrededor y luego la soltó para ocultarla detrás de él.

—¿Qué pasa, Martín?

—Lamento interrumpiros, su alteza, pero uno de los realces de la rueda del número uno septentrional se ha partido. El señor Kirby quiere saber si pasaréis por allí. Espera que comprobéis la ubicación antes de que él vuelva a poner la cuchilla.

Honoria no entendió nada y espió por detrás de la espalda de Diablo. En el pasillo había un trabajador con una gorra en la mano.

—Dile a Kirby que estaré allí dentro de media hora.

—Sí, su alteza. —Martín se retiró a toda prisa.

—¿Qué ocurre?

—Uno de los molinos no funciona.

—¿Molinos? —Honoria recordó los numerosos molinos de viento que tachonaban el paisaje—. Hay muchos.

Diablo hizo una mueca y la tomó de la mano.

—Esta es una tierra pantanosa, Honoria Prudence. Los molinos accionan unas bombas que drenan el terreno.

—Oh —dijo ella, al ver que la llevaba hacia el pasillo—. ¿Adónde me llevas?

—A buscar un caballo —respondió arqueando las cejas—. ¿No es eso lo que quieres?

Al cabo de diez minutos, Honoria salía del establo montada en una vivaz yegua, siguiendo a Diablo. Se le ocurrió que podía desviarse hacia otro lado para cabalgar sola pero enseguida desechó la idea: él la alcanzaría de inmediato.

Salieron del prado por una ruta distinta de la que llevaba a los bosques. Tras los muros del prado se alzaban los molinos, que hacia el norte se hacían cada vez más frecuentes. El molino en cuestión era muy grande. Diablo desmontó a su sombra para hablar con su capataz.

La conversación entre ambos careció de interés para Honoria. Luego, mientras regresaban, decidió ir al grano.

—¿Tienes idea de quién puede ser el bandolero?

Era una pregunta directa.

La respuesta de Diablo fue una disertación sobre las tierras pantanosas y los métodos de drenaje. Honoria oyó suficiente para corroborar el dicho de que los Cynster sentían tanta pasión por su tierra como por sus otras ocupaciones. También se hizo una idea clara del interés que él mostraba por el asesinato de su primo.

A la mañana siguiente, miró por la ventana hasta que vio salir a su anfitrión. Entonces se dirigió al establo. Los mozos no vieron nada extraño en su petición de que ensillaran la yegua. Cuando pasó por debajo del arco que salía del prado, Honoria lanzó un hurra al aire y, con una sonrisa insensata, se dirigió hacia el bosque.

Tomó el camino largo que iba al pueblo y luego el atajo donde habían disparado a Tolly. Tardó más de una hora en llegar allí. La yegua pareció captar el escenario del crimen. Honoria tiró de las riendas, desmontó, cogió la traílla y caminó con el animal.

Avanzaba enérgica y decidida cuando oyó ruidos de cascos. Se detuvo y escuchó: el jinete iba hacia ella.

—¡Maldita sea! —Se volvió hacia la yegua.

No tuvo tiempo de montar. Asustada, miró a un lado y otro del camino. El sonido de los cascos estaba cada vez más cerca. En ese momento habría dado todo su vestuario a cambio de un escondite.

«Tonterías», se dijo. Seguramente ese desconocido sería alguien tan poco amenazador como el señor Postiethwaite. Se acercó a la yegua y adoptó una pose altiva y desenfadada. Si quería detenerse con el animal a la vera del camino, ¿quién tenía derecho a reprenderla?

El caballo que se acercaba dobló por el recodo y se materializó. No lo montaba el señor Postiethwaite.

El semental negro se detuvo junto a ella y Diablo la miró desde lo alto de su montura.

—¿Qué haces aquí?

—He hecho un alto para estirar las piernas —dijo con los ojos como platos.

—¿Y admirar las vistas?

Estaban rodeados de bosque a ambos lados del camino.

—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —replicó Honoria mirándolo con enfado.

Con expresión dura y la mandíbula encajada. Diablo le sostuvo la mirada y desmontó. Ató las riendas en un tronco y sin mediar palabra anduvo hasta el lugar donde Tolly había caído.

Honoria lo siguió decidida.

—Como yo, siempre has sabido que no lo mató un salteador de caminos. Y tampoco un cazador furtivo.

—No soy bobo —se burló Diablo. La traspasó con la mirada y luego flexionó los hombros como si quisiera librarse de la tensión.

—Bien, y ¿quién crees que lo hizo? —le preguntó Honoria mientras inspeccionaba el terreno.

—No lo sé pero lo averiguaremos.

—¿Averiguaremos? —Sabía que ella no estaba incluida en ese plural, que Diablo se refería a sus primos—. Tus primos y tú lo estáis buscando, ¿no?

Él la miró con unos ojos cargados de sufrimiento masculino largo tiempo acumulado. Su breve susurro lo corroboró.

—Como tan correctamente has deducido, no lo ha matado ningún salteador ni ningún cazador furtivo. Tolly fue asesinado. Detrás de ese crimen tiene que haber un motivo, una razón. Buscamos una razón. Esa razón nos llevará al culpable.

—Sin embargo no tenéis ninguna pista —añadió Honoria. Sintió la mirada acerada de Diablo e intentó no perder el aplomo.

—Tolly vivía una vida muy exuberante. Yo hago averiguaciones por aquí, y los otros están buscando en Londres (salas de baile y demás), en todos los lugares donde suelen ir los Cynster.

Al recordar las tareas asignadas a los primos, Honoria frunció el entrecejo y preguntó:

—¿Como las casas de citas?

Él parpadeó, inexpresivo, y sus ojos se clavaron en los de Honoria.

—Claro, los salones que frecuenta la nobleza.

—Pero si sólo tenía veinte años. —Intentó que no se le notara el asombro en los ojos.

—¿Y qué? —Su tono de voz rezumó arrogancia—. Los Cynster empiezan muy jóvenes.

Y él era el arquetipo de ellos y probablemente lo sabía. Honoria decidió dejar de lado la cuestión. Diablo se internó unos pasos en el bosque.

—¿Qué buscas? ¿Un arma?

—Tolly no llevaba armas.

—¿Y qué? —replicó Honoria con impaciencia.

—Busco cualquier cosa que no deba estar aquí. —Apretó los labios. Se detuvo y miró en derredor—. El viento puede haber arrastrado cosas a ambos lados del camino.

Era una tarea difícil. Mientras Diablo recorría la maleza cercana al lugar donde Tolly había caído, Honoria examinó el borde del camino, golpeando con un palo lo que parecían terrones de hierba y levantando el moho de las hojas. Diablo miró alrededor y gruñó. Continuó inspeccionando y Honoria siguió escudriñando los detalles más pequeños.

Cuando ya habían rastreado medio kilómetro hacia atrás, Honoria se enderezó y se compuso la pluma que intentaba metérsele en el ojo.

—¿Por qué crees que Tolly estaba aquí?

—Creo que venía a La Finca —respondió Diablo sin levantar la mirada del suelo.

—Tu tía piensa que iba a visitarte para pedirte consejo.

—¿Se lo has preguntado a tía Louise? —Alzó la mirada y su tono hizo que Honoria irguiera la cabeza.

—Estábamos charlando y… Descuida, no sospecha nada. —La expresión de censor de Diablo no cambió y Honoria, airada, se encogió de hombros y añadió—: Tú dijiste que había sido un salteador de caminos y eso es lo que todo el mundo cree, incluso tu madre.

—Gracias a Dios. —Con una última mirada penetrante, Diablo volvió a concentrarse en su búsqueda—. Sólo faltaría que las mujeres se entrometieran en mis asuntos.

—¿De veras? —Honoria movió el palo y esparció un montón de hojas—. Supongo que nunca has pensado que las mujeres también podemos contribuir en algo.

—Si supieras la contribución que ha querido hacer mi madre, no lo dirías. Escribió una nota al magistrado que, si la hubiese leído, se le habrían puesto los pelos de punta.

—Si no nos dejaran por inútiles, arrinconadas haciendo calceta, tal vez no reaccionaríamos de maneras tan exageradas. —Honoria volteó una gleba—. Imagina lo frustrado que te sentirías si supieras que tú, personalmente, nunca lograrás nada.

Él la miró sin pestañear durante lo que pareció un largo instante. Sus rasgos se endurecieron y señaló el suelo.

—Sigue buscando —dijo.

Aunque inspeccionaron ambos lados del camino, no encontraron nada. Después montaron en sus caballos y volvieron a La Finca, ambos abstraídos en la muerte de Tolly.

Mientras cabalgaban entre hileras de álamos blancos, Honoria lo miró y dijo:

—Tu tía quiere darte como recuerdo de Tolly la cantimplora de plata que le regalaste por su cumpleaños. La llevaba consigo cuando le dispararon. —Al ver que él se limitaba a asentir con la vista clavada en el camino, añadió—: Al parecer, el asesino la olvidó.

Eso le valió una mirada de advertencia.

—Tu tía también dijo —insistió Honoria— que cuando Tolly se metía en problemas, se dirigía a ti, como cabeza del clan, en vez de hablar con su padre o con Charles. ¿Crees que la razón de que lo matasen es la misma por la que te buscaba?

La mirada de Diablo se aguzó. En ese instante Honoria saboreó el triunfo. Sabía que lo había derrotado llegando a esa conclusión, y él pensó que estaba en lo cierto. Sin embargo, no dijo nada hasta que llegaron al establo. Mientras la ayudaba a desmontar, dijo:

—No cuentes nada a maman o a tía Louise. No hay necesidad de despertar preocupaciones. —Honoria lo miró altiva—. Y si te enteras de algo o descubres alguna cosa, dímelo.

—¿Y tú me contarás lo que descubras? —repuso Honoria, abriendo los ojos con inocencia.

—No tientes tu suerte, Honoria Prudence —respondió Diablo con expresión torva.

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