Diablo

Diablo


Capítulo 13

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Capítulo 13

—EN total, trescientos treinta y cuatro.

Honoria volvió a ordenar las tarjetas que tenía en el regazo y empezó a contarlas de nuevo.

Diablo la observó de perfil y arqueó las cejas. Estaban en la sala matutina, Honoria en un extremo de la chaise y él elegantemente recostado en el otro. Recogía las tarjetas que confirmaban la asistencia al baile que, la noche siguiente, ofrecería la tía Horatia en Berkeley Square para anunciar que la familia había salido del luto. Diablo recogió una tarjeta del suelo, sonrió y dijo:

—Es una buena cifra teniendo en cuenta la época del año. El mal tiempo ha retrasado la temporada de caza y muchos se han quedado en la ciudad. Como Chillingworth… Se ve que a mi tía le ha parecido correcto invitarlo.

—Es conde. —Honoria alzó la vista, frunció el entrecejo y recuperó la tarjeta—. Pero supongo que lo conoces desde hace una eternidad…

—Sí, parece una eternidad. Estuvimos juntos en Eton.

—¿Rivales de los años mozos?

—Yo no diría que Chillingworth es un rival. Es una molestia.

Honoria agachó la cabeza para ocultar una sonrisa. Diablo se había acostumbrado a ir a verla a la sala matutina después del almuerzo, un rato durante el cual la duquesa madre solía reposar en sus aposentos. Se quedaba una media hora, con sus largas extremidades en la esquina opuesta de la chaise. Su presencia llenaba toda la habitación y despertaba sus sentidos. Charlaban; si él tenía información llegada a través de sus primos, se la transmitía lisa y llanamente, sin evasivas.

Honoria, por su parte, no se había enterado de nada más. La duquesa había cumplido su promesa de presentarla a toda la nobleza. Tras una serie de agotadoras visitas matinales e invitaciones a tomar el té, había conocido a las principales anfitrionas de las mejores familias, las cuales la habían aceptado en su círculo. Sin embargo, en todas las habladurías y rumores de escándalos que tanto abundaban entre la mitad femenina de la nobleza, no había oído nada sobre Tolly.

—¿Te has enterado de algo? —le preguntó a Diablo.

—Pues resulta que sí. —Honoria puso ojos como platos. Él torció los labios—. No te hagas demasiadas ilusiones pero Demonio ya ha regresado.

—¿Ha encontrado al criado de Tolly?

—Sí. Mick recordaba muy bien la última noche. Utilizando las palabras de Mick, Tolly, cuando llegó, estaba muy inquieto. Por desgracia, no quiso decirle el motivo.

—¿No quiso decírselo? —Honoria frunció el entrecejo.

—Mick, como es natural, se lo preguntó.

—¿Y?

—Insólitamente, Tolly le dijo que se metiera en sus cosas.

—¿Y eso era insólito?

—Mick llevaba con Tolly desde que este aprendió a caminar. Si algo le preocupaba, lo normal era que se lo contase a Mick sin reservas.

—Entonces —sopesó Honoria—, ¿qué clase de secreto se negaría Tolly a contarle?

—Esa es la cuestión. —La expresión de Diablo transmitía desasosiego. Hizo una pausa y añadió—: Eso y el asunto de la hora.

—¿Qué hora?

—Esa noche, Tolly tardó menos de una hora en volver a su casa desde Mount Street.

Mick y Demonio habían pensado que Tolly había ido al teatro y que en el entreacto se había enterado del secreto por culpa del cual lo habían matado. No se había quedado a la segunda parte de la obra y había regresado a casa.

—¿Mick está seguro de eso? —inquirió Honoria con ceño.

—Sí… Recuerda perfectamente que no esperaba que Tolly volviese tan pronto.

—¿Cuánto hay de Mount Street a la casa en que vivía?

—Tolly vivía en Wigmore Street, a unos veinte minutos de la casa de mi tío.

—¿Y de camino no se detendría en casa de algún amigo o algo así?

—Sin desviarse, no. Y a los que viven más cerca ya los hemos interrogado. Esa noche, ninguno de sus amigos lo vio.

—¿Y en ese tiempo tan corto algo podría coincidir con el rumor deshonroso de Lucifer?

—Difícilmente. —Diablo vaciló y luego añadió—: No lo descarta pero lo hace improbable. Si Tolly hubiera ido… —Se interrumpió—. Si lo que pensamos ocurrió realmente, tuvo que acontecer en una hora más temprana, lo cual no explica por qué Tolly sólo se mostró agitado después de salir de Mount Street.

Honoria estudió su rostro y descubrió que no había cambiado expresión. Seguía inquieto por el rumor deshonroso, aunque tal vez no estuviese relacionado con la muerte de Tolly.

—¿Cuál es ese rumor? —le preguntó, preocupada.

—Lo que ocurre es que, como líder de esta familia, no me gusta la idea de que haya un esqueleto fuera del armario.

Los labios de Honoria se ablandaron y desvió la mirada.

Permanecieron en silencio unos minutos. Honoria reflexionó en las cuestiones que las suposiciones de Mick habían suscitado, mientras Diablo, con rostro pensativo, la contemplaba.

—¿Se lo has dicho a los demás? —preguntó ella, mirándolo de nuevo a los ojos.

—Estaban en el porche con Demonio, Mientras yo me enfrento a ese deshonroso rumor, ellos intentan sonsacar a todo el mundo. Richard y Demonio interrogan a los cocheros. Gabriel, lo creas o no, se codea con los barrenderos de la calle. Veleta y Lucifer están recorriendo las tabernas con la esperanza de que algún borracho sepa dónde estuvo Tolly antes de volver a casa.

—Eso me parece una exageración.

Diablo suspiró e inclinó la cabeza en la chaise.

—Lo es —respondió. Tras mirar el techo unos momentos, añadió—: Aunque cueste admitirlo, están tan frustrados como yo. —Bajó los ojos despacio y miró a Honoria.

—Las cosas no se arreglan sólo porque tú lo ordenes. —Le sostuvo la mirada.

—Sí, ya lo veo —replicó él con la mirada clavada en la de ella. En su tono de voz había un sutil asomo de modestia que fue seguido casi de inmediato por una oleada tangible de deseo en la atmósfera que los rodeaba.

Callaron y Diablo alargó la mano para coger la tarjeta que estaba encima de todo.

—Supongo —dijo— que asistirán todas las últimas grandes damas.

—Por supuesto —asintió Honoria, superando la ansiedad que sentía en esos momentos.

Los cinco minutos siguientes se dedicaron a comentar banalidades mientras remitía la inquietud y la pasión de que habían sido presa.

Por más que se hubieran acostumbrado a estar juntos, la llama seguía encendiéndose, dispuesta a arder al mínimo roce, con el más inocente de los comentarios. Honoria estuvo tentada de decir que ya había tomado, por fin, una decisión definitiva. Llevaba mucho tiempo pensando en ello. Veía las ventajas y las posibilidades. Había decidido aceptar el reto.

¿Y qué mejor manera que empezar tal como había pensado? Estaba decidida a utilizar el baile de Horaria como escenario del anuncio de su compromiso. Tenía el discurso bien ensayado…

Parpadeó y volvió a la realidad. Advirtió que se había interrumpido a media frase y que Diablo la miraba con intensidad. Era como si le leyese el pensamiento. Honoria se ruborizó.

Diablo esbozó una sonrisa lobuna y se puso en pie.

—Tengo que encontrarme con Hobden. Ha venido de St. Ives a comprar aperos de labranza. Te deseo que pases una buena tarde, querida. —La miró a los ojos y le hizo una reverencia.

—Y yo a vos, su alteza. —Inclinó la cabeza.

Al verlo caminar hacia la puerta, sus ojos se fijaron en el brazal que todavía llevaba. Frunció el entrecejo. Las seis semanas de luto que la familia había decretado terminarían al cabo de dos noches con el baile. Era de esperar que, al día siguiente. Diablo se lo quitara.

Su ceño se acentuó. Sería mejor que se lo quitara antes del baile.

La tarde siguiente empezó con buenos augurios para Honoria. Con los nervios a flor de piel, descendió la escalera vestida para la conquista. Como era habitual, Webster se materializó en el vestíbulo antes de que ella llegase al último escalón y se acercó a la puerta del salón sin mirarla.

Al hacerlo, se quedó boquiabierto un instante y esa expresión obró milagros en la confianza de Honoria.

—Buenas tardes, Webster, ¿ha bajado ya su alteza?

—Pues sí, señora… señorita, quiero decir. —Webster respiró hondo y volvió a ponerse su máscara habitual—. Su alteza la espera. Con una marcada reverencia, abrió la puerta de par en par.

Pese a la fuerte tensión que la maniataba por dentro, Honoria cruzó el umbral con elegancia y serenidad.

Diablo estaba junto a la chimenea y se volvió tan pronto ella entró. Como siempre, su mirada resbaló por su cuerpo, de la cabeza a los pies, pero esa noche, cuando sus ojos llegaron a las sandalias plateadas que asomaban debajo del dobladillo del vestido, allí se detuvieron y luego subieron con torturante lentitud, recorriendo todas las curvas de su cuerpo, tan bien resaltadas por aquella seda eau de Nil que se adhería a sus largas extremidades. Y siguieron subiendo hasta acariciarle los hombros. En el izquierdo lucía un broche de oro que sujetaba el sencillo vestido estilo túnica y el derecho quedaba desnudo. El chal de seda con lentejuelas era tan fino que no molestaba. Honoria no llevaba joyas a excepción de la peineta de oro que le sujetaba el moño desde el cual caían unos brillantes rizos. De repente sintió la intensidad de la mirada de Diablo y se quedó sin aliento.

Él cruzó la sala con pasos largos y elegantes sin apartar la vista de ella. Le tendió una mano y ella, sin dudarlo, apoyó los dedos sobre ella. Diablo la hizo girar y ella, obediente, dio una vuelta completa. Honoria sintió el calor de su mirada, que le acariciaba el cuerpo, cuya única protección era una fina capa de seda. Al terminar se giro y al encontrarse de nuevo ante él, vio que sonreía.

—Mi más sincero agradecimiento a Celestine —dijo Diablo cuando sus ojos se encontraron. Las palabras resonaron en Honoria, que le sostuvo la mirada arqueando una ceja.

—¿Celestine? ¿Y yo qué voy a recibir? —repuso.

—Mi atención. —Diablo la atrajo hacia él. Miró sus rizos y buscó sus ojos y sus labios—. Mi atención incondicional.

Cediendo a la presión de la mano de él en su espalda, Honoria se acercó, alzando los labios hacia los suyos. Diablo los encontró a mitad de camino y cuando los suyos se posaron, cálidos y firmes, en ellos, Honoria se sintió flotar en el aire.

Era el primer beso que intercambiaban después de su confrontación en la sala matutina. Pero aquel beso no tenía nada que ver con los anteriores. Este era consentido y cariñoso, y los labios de ambos se fundieron.

Las manos inquietas de Honoria se posaron en las solapas de Diablo, cuya mano libre se cerraba posesivamente alrededor de su cadera cubierta de seda. Bajo sus palmas, la piel de Honoria ardía. Dos capas de seda fina no eran barrera para su tacto. Ella se hundió entre sus brazos sin oponer resistencia, cediendo a la persuasión de los labios de Diablo y al ardor de su propio deseo.

Enseguida experimentaron una sensación mágica. Ninguno de los dos supo cuánto tiempo pasaron besándose de aquella manera entrañable y sólo se separaron cuando oyeron ruido de pasos en el vestíbulo.

Diablo alzó la cabeza y miró hacia la puerta. Honoria esperó pero él no se apartó. Cuando se abrió la puerta y apareció su madre en el umbral, la única concesión que hizo fue retirar la mano de la cadera y ponérsela en la espalda para que suavemente se volviera hacia la puerta. Quedaba claro que no quería ocultar que se habían estado besando.

Honoria parpadeó sorprendida. Diablo tomaba la iniciativa y a ella le costaba seguirlo. Cuando la duquesa los miró, todavía estaba medio de puntillas y tenía una mano en el pecho de Diablo. La mujer, como gran dama que era, fingió no notarlo.

—Si estáis listos, queridos, sugeriría que nos marcháramos. Esperar en este salón no tiene ningún sentido.

Con una inclinación de la cabeza. Diablo ofreció el brazo a Honoria, que apoyó la punta de los dedos sobre él. Salió del salón a su lado, con mucho más calor que cuando había llegado.

Apenas tardaron cinco minutos en llegar a la casa de lord George Cynster en Berkeley Square. Al cabo de otros cinco Honoria se encontró rodeada por los Cynster, junto a Diablo. La sala estaba llena de miembros de la familia: caballeros altos y arrogantes y damas vivaces e imperiosas que hacían sombra a los otros nobles invitados a la cena.

No estaba muy segura de la impresión que causaría su vestido pero todo el mundo se fijó en él. Recibió amplias sonrisas y asentimientos procedentes de las mujeres Cynster, y los hombres la miraron cautivados. Fue Lucifer quien tradujo esas miradas a palabras.

—¿Te das cuenta de que si Diablo no te hubiese atrapado te verías sometida a un asedio colectivo? —bromeó.

Honoria intentó hacerse la inocente.

La cena se serviría a las siete y el baile empezaría a las nueve. Webster, contratado para esa ocasión especial, anunció, por encima del sonido de veinte conversaciones, que era hora de cenar.

Diablo acompañó a su tía al comedor y dejó que Veleta escoltase a Honoria, que, recordando un hecho similar durante el entierro de Tolly, le preguntó:

—¿Siempre lo sustituyes?

—Ya me gustaría —respondió él en un susurro, con la fría altivez que lo distinguía—. Pero sería más exacto decir que nos cubrimos mutuamente las espaldas. Diablo sólo es unos meses mayor que yo y nos conocemos de toda la vida.

Honoria captó veneración bajo su cordial tono y eso la satisfizo. Veleta la llevó hasta la silla contigua a la de Diablo y él ocupó la del otro lado. Flanqueada por aquella compañía, esperó la cena con ganas y expectación.

A su alrededor, la conversación giraba en torno a la política y las cuestiones de actualidad. Honoria escuchó con un interés hasta entonces desconocido en ella, fijándose en las opiniones de Diablo e integrándolas en lo que ya sabía sobre el amo de St. Ives. Mientras servían el segundo plato, reparó en que todos los primos Cynster llevaban el brazalete negro. El brazo izquierdo de Diablo estaba a su lado y lo miró: la banda negra apenas se distinguía en su chaqueta negra.

Bajó la vista hacia el plato y maldijo para sus adentros.

Esperó su oportunidad hasta que empezaron a pasearse por el enorme salón de baile, admirando los detalles de la decoración. Seguían estando en familia pues la mayoría de los invitados al baile aún no había llegado. En el otro extremo del salón, Honoria pasó un dedo por el brazalete y tiró de él. Diablo la miró arqueando una ceja.

—¿Por qué llevas esto todavía?

La miró a los ojos y Honoria notó su titubeo. Luego suspiró y siguió adelante.

—Porque todavía no hemos atrapado al asesino de Tolly.

«Dado que hasta ahora apenas han descubierto ninguna pista, tal vez nunca lo atraparán», se dijo Honoria.

—¿Es absolutamente necesario? —le preguntó, mirando su serio perfil—. Bailar un vals no te hará daño.

Diablo empezó a sonreír pero no llegó a hacerlo. En cambio, sacudió la cabeza y dijo:

—Es que me parece… —Sus palabras se interrumpieron y, frunciendo el entrecejo, miró al frente—. Estoy seguro de que algo se me ha pasado por alto, alguna clave, alguna pista importante.

Su tono evidenció que había cambiado de táctica. Honoria lo siguió sin rechistar. Comprendía que se sintiera culpable de no haber podido llevar al asesino de Tolly ante la justicia, no necesitaba oírselo decir.

—¿Y no recuerdas nada sobre esa pista importante?

—No; es terrible. Estoy seguro de que he visto algo, he sabido algo, pero no puedo precisarlo. Es como un fantasma en mi visión periférica. Vuelvo la cabeza para mirarlo pero nunca alcanzo a verlo.

Su tono estaba cargado de frustración y Honoria decidió cambiar de tema.

—Dime una cosa, ¿lady Osbaldestone está emparentada con los Cynster?

Diablo miró hacia la chaise donde estaba sentada la dama, observándolos con ojos penetrantes.

—Sí, es pariente lejana —respondió—; pero media nobleza también lo es.

Siguieron paseándose y charlando con los que se cruzaban con ellos, Sus pasos se volvieron más lentos a medida que los invitados al baile iban llegando, ansiosos de que los vieran en el único baile organizado por los Cynster esa temporada. En una media hora, el salón se llenó de sedas y satenes y en el ambiente flotaba el perfume. El brillo de los rizos se veía empequeñecido por el fulgor y el centelleo de las joyas. Cientos de lenguas contribuían al cortés murmullo de fondo. Como iba del brazo de Diablo, Honoria tenía mucho espacio para sí, ya que nadie se atrevía a acercarse demasiado. Hubo algunas personas, sin embargo, que al verla se sintieron impulsadas a presentarle sus respetos. Algunos llegaron incluso a postrarse a sus pies, corriendo el riesgo de recibir una patada rápida y bien dada de su acompañante.

Obligado a presenciar el efecto que causaba entre otros varones, Diablo tensó la mandíbula, dispuesto a no demostrarlo. Poco a poco caía en el pesimismo y eso no era una buena señal, dado todo lo tendría que soportar. Había albergado la idea de pedirle a Honoria que no bailase pero todavía no era su esposa. Se había propasado una vez, y ella, por algún toque benévolo del destino, lo había perdonado. No estaba dispuesto a que eso volviera a ocurrir.

Y a ella le gustaba bailar. Lo sabía sin habérselo preguntado. Bastaba ver la atención que prestaba a la música. No sabía cómo conseguiría permitir que bailase con algún caballero. Había pensado en pedirle a sus primos que ocupasen su lugar, pero estos habían decidido lo mismo que él, no bailar, lo cual le hacía afrontar una posesividad que no estaba dispuesto a domar.

Para su disgusto, los músicos llegaron temprano. Entre los inevitables golpes y chirridos de los instrumentos al ser dispuestos en la tarima, lord Ainsworth dijo:

—Mi querida señorita Anstruther-Wetherby, me sentiría muy honrado, vencido por la gratitud, si me concediese su mano y me permitiera acompañarla en el baile. —El noble le hizo una ostentosa reverencia y la miró, casi con devoción.

Diablo se puso tenso y contuvo el impulso de soltar un puñetazo a la necia cara de Ainsworth, haciendo acopio de fuerzas para escuchar la respuesta afirmativa de Honoria y dejar que se marchara sin montar una escena. Honoria tendió la mano y Diablo sintió que su control se derrumbaba.

—Gracias, milord. —Y con una sonrisa serena y rozando sólo los dedos de Ainsworth, añadió—: Pero esta noche no bailaré.

—Mi querida señorita Anstruther-Wetherby, su gesto es un reflejo de su exquisita sensibilidad. Perdóneme, querida, por haber sido tan torpe y sugerirle…

Lord Ainsworth siguió disculpándose pero Diablo no lo escuchó. Cuando advirtió que la mujer tomada de su brazo tampoco lo escuchaba, interrumpió su letanía.

—Lo siento, Ainsworth, pero tenemos que hablar con lady Jersey.

Como Sally Jersey sentía un profundo desprecio por los modales pomposos de Ainsworth, el caballero no se ofreció a acompañarlos. Cabizbajo, se despidió de ellos y los demás que estaban en el círculo sonrieron y se dispersaron; muchos se dirigieron a la pista pues los compases de un vals ya llenaban la sala.

Diablo puso una mano sobre la de Honoria y tiró de ella. Mientras caminaban por el borde de la pista, con paso apresurado para ahuyentar posibles encuentros, buscó palabras para expresarle lo que sentía.

—No hay ninguna razón por la que debas abstenerte de bailar —le dijo a regañadientes. La miró y Honoria estudió sus ojos, esbozando una sonrisa de comprensión mezclada con satisfacción femenina.

—Sí, la hay. —Lo retó a contradecirla con los ojos, y al ver que callaba su sonrisa se ensanchó y miró al frente—. Creo que tendríamos que ir a saludar a lady Osbaldestone, ¿no te parece?

A Diablo no le parecía. Aquella vieja chismosa lo utilizaría de carnada para sus cotilleos. Además, necesitaba alguna distracción importante.

Sin embargo, respiró hondo, asintió con la cabeza y se encaminaron hacia la chaise en que se hallaba la dama.

—Si hasta ahora había alguna duda —dijo Veleta señalando con viveza al grupo de la chaise—, esto deja las cosas claras.

De pie junto a Veleta, con un hombro apoyado contra la pared, Gabriel asintió.

—En efecto. Lady Osbaldestone no puede calificarse de interlocutor deseable —dijo.

—Me pregunto qué le habrá dicho Honoria para hacerlo ir allí. —Veleta tenía la vista clavada en las anchas espaldas de Diablo.

—Cualquier cosa —dijo Gabriel, haciendo una pausa para apurar su copa—. Está claro que hemos perdido a nuestro líder.

—¿Hemos? —Veleta lo miró con ceño—. ¿O lo que está haciendo es lo de siempre, tomar la iniciativa?

—Una perspectiva muy desagradable. —Gabriel se estremeció—. Eso ha sido como si alguien caminase sobre mi tumba.

—Es inútil huir del destino —sonrió Veleta—, como suele decir nuestro líder, lo cual suscita la intrigante cuestión de su destino. ¿Cuándo crees que será?

—Antes de Navidad, tal vez —respondió el otro tras mirar la escena que tenía delante.

—Pues será mejor que ocurra antes de Navidad —replicó Veleta con un elocuente resoplido.

—¿El qué será mejor?

De repente, ambos se contuvieron y su expresión cambió.

—Buenas noches, Charles. —Gabriel saludó a su primo y luego desvió la mirada.

—Estábamos hablando —dijo Veleta en tono cordial— de las inminentes nupcias.

—¿De veras? —Charles parecía intrigado—. ¿Las nupcias de quién?

Gabriel puso unos ojos como platos. Veleta parpadeó sorprendido y, tras una pausa, respondió:

—De Diablo, por supuesto.

—¿De Sylvester? —Con el entrecejo fruncido, Charles miró hacia el otro lado de la sala y entonces sus rasgos se relajaron—. Ah, ¿te refieres a ese viejo rumor de que se va a casar con la señorita Anstruther-Wetherby?

—¿Es un viejo rumor?

—Claro que sí. —Con expresión de fastidio, Charles se alisó la manga.

Alzó la vista y vio los rostros inexpresivos de sus primos—. Hablé largo y tendido de ello con la señorita Anstruther-Wetherby, y me consta no va a casarse con Sylvester.

Veleta miró a Gabriel y Gabriel miró a Veleta, que se volvió hacia Charles y preguntó:

—¿Cuándo hablaste con ella?

—Después del funeral, en Somersham. —Charles arqueó una pobladísima ceja—. Y volví a hablar con Honoria Prudence poco después de que llegara a Londres.

—¿Ah, sí? —Veleta intercambió otra mirada con Gabriel.

—Charles, ¿nunca te han dicho que las damas son muy propensas a cambiar de opinión? —repuso Gabriel tras un suspiro.

—La señorita Anstruther-Wetherby es una dama muy bien educada y con una sensibilidad exquisita. —Les dirigió una mirada desdeñosa.

—Y también está muy bien formada y es un objetivo perfecto para las atenciones, en este caso honrosas, de Diablo. —Gabriel señaló la chaise—. Y si no nos crees, mira.

Charles siguió su gesto y frunció el entrecejo. Honoria, con la mano en el brazo de Diablo, se inclinaba hacia él para contarle algo, y él inclinaba la cabeza para oírla mejor. Su actitud dejaba claro que entre ambos había intimidad y confianza. Arrugó más el entrecejo.

—Estamos haciendo apuestas —dijo Veleta mirando a Charles—. Lamentablemente, de momento nadie ha aceptado.

—Humm… —Gabriel se enderezó—. ¿Una boda antes de Navidad —miró inquisitivamente a Veleta—, y un heredero por San Valentín?

—Sí, bueno, y ya sería hora de que pasáramos a la acción —dijo Veleta.

—Sí, pero ¿en qué dirección debemos movernos? —Gabriel empezó a caminar hacia la multitud.

—¡Pero bueno! —Veleta lo siguió—. ¿Ya no confías en nuestro líder?

—Tengo una fe ciega en él, pero tendrás que admitir que para engendrar un heredero se necesita algo más que buen rendimiento sexual. Ven, vayamos a hablar con Demonio, él te contara lo que…

Al ver que lo habían dejado solo. Charles continuó frunciendo el entrecejo y mirando fijamente a la pareja que estaba de pie ante la chaise de lady Osbaldestone.

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