Diablo

Diablo


Capítulo 23

Página 43 de 48

—No es cierto. Yo nunca haría una cosa así. Ya lo sabes. —En un susurro tierno y doloroso, añadió—: Te amo.

—Lo sé —replicó Diablo, cerrando los ojos. Con la mandíbula encajada, en su interior se arremolinaba una fiera rabia contra el asesino que había atacado justo en el lugar más vulnerable de su armadura y había hecho daño a Honoria. Respiró hondo y la miró ceñudo—. No he pensado, sólo he reaccionado. Cuando recibí la nota, no podía pensar. Después te vi salir de la casa de Chillingworth… —Se interrumpió y, con la mandíbula aún más tensa, se obligó a no desviar la mirada—. Me preocupo demasiado por ti —añadió en voz muy baja.

Honoria oyó sus palabras y lo que vio en sus ojos disipó todo su dolor. La opresión que sentía en el pecho desapareció y respiró hondo.

—Es justo —dijo, abrazándolo y apoyando la cabeza en su pecho—, porque yo también te quiero tanto que duele en el pecho.

Tal vez Diablo no habría podido decir esas palabras, pero Honoria las hubiese dicho por él. La verdad estaba allí, brillaba en sus ojos. La estrechó con fuerza y luego apoyó la mejilla en sus rizos. Estaba tan tenso que sus músculos temblaban.

Honoria notó los latidos de su corazón en la mejilla. Diablo respiró hondo y soltó el aire despacio, al tiempo que le alzó la barbilla.

Sus ojos se encontraron en una larga mirada. Luego, él inclinó la cabeza y ella cerró los ojos mientras se daban un dulcísimo beso.

—Supongo que no querrás contarme qué ha ocurrido —dijo Diablo al cabo.

No era una orden ni una exigencia, sólo una petición suave. Honoria no pudo contener una sonrisa.

—En realidad, Chillingworth insistió mucho en que te lo contara todo cuanto antes.

—Muy bien, pues empieza por el principio. Cuando llamaste a su puerta, ¿crees que te esperaba?

—No exactamente. —Honoria se incorporó—. Él también había recibido una nota, me la enseñó. Escrita con la misma caligrafía que la que tú y yo recibimos. —Colocó la nota junto a la de Diablo—. ¿Ves? No se puede saber si es de un hombre o de una mujer.

—Hum… ¿Así que sabía que ibas a verlo?

—No —dijo Honoria con firmeza, atenta a las instrucciones de Chillingworth y al talante de su esposo—. Su nota era de una misteriosa dama sin nombre que le preparaba una cita con una prostituta para esta tarde. Era… era muy excitante.

—¿Y eso quiere decir que Chillingworth estaba deseoso de…? —preguntó Diablo con expresión airada—. ¿Qué dijo cuando abrió la puerta?

—Creo que él estaba más sorprendido que yo. —Honoria le lanzó una mirada malévola.

—¿Y? —preguntó él arqueando las cejas, escéptico.

—Intentó besarme y yo le di un buen sopapo —respondió Honoria, sosteniéndole la mirada.

—¿Lo golpeaste? —Diablo parpadeó varias veces.

—Michael me enseñó a hacerlo antes de que empezara a trabajar como institutriz —asintió Honoria—. Supongo que tenía que haber utilizado la rodilla, pero en ese momento no lo pensé.

—Creo que Chillingworth estará muy agradecido de que le hayas pegado tú y no yo. —Diablo apenas podía contener la risa. Honoria era muy alta y Chillingworth era más bajo—. Tendré que informarle de qué poco ha faltado para que llegara yo.

—Sí —Honoria frunció el entrecejo—, pero eso no es lo peor. Cuando lo golpeé, empezó a sangrarle la nariz.

Diablo ya no pudo contenerse y estalló en sonoras carcajadas.

—Oh, Dios mío. Pobre Chillingworth.

—Eso pensaba él también. Se le manchó todo el chaleco.

—Le has dado con la izquierda, ¿no? —dijo Diablo.

—¿Cómo lo sabes?

—Yo también le di un puñetazo de izquierda en Eton —explicó Diablo con una sonrisa que era puro placer diabólico—, y ocurrió lo mismo. Sangró como un cerdo.

—Precisamente por eso —suspiró Honoria—. Me temo que se siente maltratado por nosotros.

—Supongo. —El tono de Diablo se endureció de repente y Honoria lo miró inquisitivamente—. Eso lo tendremos que arreglar él y yo.

—¿Qué quieres decir?

—Que tendremos que hablar y ponernos de acuerdo en lo que ha ocurrido antes de que empiecen a correr rumores. —Abrazó a Honoria de nuevo y la atrajo hacia sí—. No te preocupes, no voy a retar a duelo a un hombre porque mi esposa le haya atizado en la nariz.

—Claro, pero es probable que él te rete a ti porque yo le golpeé la nariz —replicó Honoria con ceño.

—No creo —dijo Diablo. Luego sonrió y movió la cabeza de Honoria hacia arriba—. Eres una mujer de muchos recursos, ¿sabes?

—Claro, soy una Anstruther-Wetherby. —Honoria parpadeó.

—Pues ahora eres una Cynster —dijo Diablo antes de empezar a besarla.

El carruaje siguió avanzando en el atardecer, bajo las sombras inmóviles de los árboles.

Al cabo de unos momentos sin poder respirar, Honoria comprobó que él también tenía muchos recursos.

—¡Cielo santo! —Dijo entre jadeos—. ¿No podemos…? —Sujetando las muñecas de Diablo, echó la cabeza atrás para recuperar el aliento—. ¿Dónde estamos?

—En el parque. —Concentrado en lo que estaba haciendo. Diablo ni siquiera levantó la cabeza—. Si miras hacia fuera, verás unos cuantos carruajes recorriendo el mismo circuito.

—No puedo creerlo. —Una oleada de placer le arrancó aquel pensamiento de la mente. Se debatió para contener un gemido y el pensamiento fue sustituido por otro que la hizo parpadear—. ¿Y John y Sligo? ¿No se darán cuenta?

—No, no notarán nada, te lo aseguro. —La sonrisa de su esposo sólo podía calificarse de diabólica.

Los criados no notarían nada, pero ella y él sí notaron todo.

Pareció que habían pasado horas, un número infinito de minutos jadeantes y de exclamaciones contenidas, cuando por fin, se recostaba contra el pecho de Diablo.

Honoria se incorporó con el entrecejo fruncido y examinó los botones de su abrigo.

—Qué cosa horrible… Se me clavan por todas partes. —Hizo girar los botones de madreperla—. No son tan grandes como los de Tolly pero…

—¿Qué? —Diablo, que tenía los ojos cerrados en una agradecida paz, los abrió de repente.

—Estos botones… Son demasiado grandes.

—No. ¿Qué más has dicho?

—Que se parecen a los de la chaqueta de Tolly. —Honoria frunció más el entrecejo.

Él dejó que sus ojos vagaran en la distancia y luego los cerró.

—Exacto. Eso es —dijo, atrayendo a Honoria hacia sí—. Eso es lo que intentaba recordar de la muerte de Tolly.

—¿El botón que desvió la bala? ¿Y eso nos ayudará?

—Sí, nos ayudará. —Con la barbilla apoyada en su cabeza. Diablo asintió—. Será el último clavo que cierre el ataúd de nuestro asesino.

—¿Sabes seguro quién es?

Honoria intentó mirarlo a la cara pero él la abrazaba con fuerza.

—Sí, sin ninguna duda. —Suspiró.

Tres minutos después, con la ropa correctamente puesta, el duque y la duquesa de St. Ives emprendieron el regreso a Grosvenor Square.

Ir a la siguiente página

Report Page