Diablo

Diablo


Capítulo 3

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Se incorporó e hizo una mueca de dolor cuando sus doloridos músculos protestaron. Su futura esposa no se movió. Tomándola en sus brazos, se puso en pie. Honoria murmuró entre dientes y volvió a apoyar la cabeza en su hombro. Él la depositó cuidadosamente en el sillón de orejas, arropándola con la chaqueta. Ante el contacto de la fría tela, ella frunció el entrecejo unos instantes pero luego sus facciones se relajaron y volvió a caer en un profundo sueño.

Diablo se desperezó. Después, pasándose los dedos por el pecho, se dirigió a la puerta y la abrió bostezando.

—¡Por el infierno y el diablo! —maldijo entre dientes al ver a sus visitantes. Había estado en lo cierto con respecto a Veleta, su primo, que, montado en un caballo negro, se detenía ante la casa. A su lado se detuvo otro caballero. Con el rostro inexpresivo. Diablo saludó con la cabeza a Charles, su único primo mayor que él y hermanastro de Tolly.

Sin embargo, eso no era lo peor. Por el otro camino avanzaban cuatro caballos al trote, con lord Claypole, lady Claypole y dos mozos de cuadras.

—¡Alteza! Qué sorpresa encontrarlo aquí… —Lady Claypole, una mujer de rasgos angulosos y cabello rizado, apenas miró a Veleta y a Charles antes de posar su mirada en Diablo con sus protuberantes ojos azules.

—La tormenta me impidió volver a casa —dijo Diablo. Apoyó un brazo en el quicio de la puerta y llenó todo el umbral.

—¿De veras? Ha sido una noche espantosa. —Lord Claypole, un caballero bajo y rechoncho, detuvo su montura—. ¿Puedo preguntarle, alteza, si ha visto a nuestra institutriz? Ayer tomó la calesa para ir a Somersham, pero la calesa regresó a casa sin ella y no hemos vuelto a saber nada.

—La tormenta era muy fuerte —dijo Diablo, inexpresivo.

—Sí, mucho. —Lord Claypole asintió con vehemencia—. Supongo que el caballo se asustó y volvió a casa como una exhalación. Un animal cabezota. Creo que encontraremos sana y salva a la señorita Wetherby en la vicaría. —Su señoría miró a su esposa, aún absorta en la visión de Diablo—. ¿No crees, querida?

—Oh, estoy segura de que está bien. —Lady Claypole se encogió de hombros—. Qué desconsiderado por su parte habernos hecho pasar este apuro. —Dirigió una lánguida sonrisa a Diablo y luego señaló a los mozos de cuadras—. Pensábamos organizar una búsqueda, pero creo que milord tiene razón. Debe de estar refugiada en la vicaría. La señorita Wetherby —le informó— llega con las más altas recomendaciones.

—¿De veras? —Diablo arqueó las cejas.

—Me las ha dado la señora Acheson-Smythe. Del más alto nivel, muy exclusivas. Como es de suponer, cuando supo de mi Melissa, rechazó todas sus demás ofertas y… —Se interrumpió con sus protuberantes ojos abiertos como platos. Miraba más allá del hombro desnudo del hombre y se había quedado boquiabierta.

Diablo bajó el brazo con un suspiro y se volvió para ver la aparición de Honoria. Se acercó a él, parpadeando de sueño, con una mano a la espalda y la otra apartándose unos rizos errantes de la cara. Sus párpados se veían pesados, llevaba el moño medio suelto y de él se soltaban unas hebras castañas teñidas de dorado que formaban como un aura alrededor de su cabeza. Estaba deliciosamente desaliñada y con las mejillas algo sonrosadas, como si ambos se hubiesen estado divirtiendo como los Claypole imaginaban.

Honoria miró hacia fuera y se quedó inmóvil. Luego se enderezó, con una fresca elegancia y sin señal de consternación en el rostro. Diablo frunció los labios en señal de aprobación y reconocimiento.

—Y bien, señorita…

El tono estridente de lady Claypole rezumaba indignación y rabia. Diablo la fulminó con una mirada tan clara y directa que cualquier persona mínimamente inteligente la habría tomado como una advertencia, pero la dama no era tan aguda.

—Un buen lío, claro que sí. Bien, señorita Wetherby, si es esto a lo que se dedica cuando dice que va a ver al vicario, ¡no vuelva a poner los pies en la mansión Claypole!

—Ejem. —Más atento que su esposa, lord Claypole le tiró de la manga—. Querida…

—¡Cómo pueden haberme aconsejado tan mal! ¡La señora Acheson-Smythe me va a oír!

—¡No! De veras, Margery. —Advirtiendo la cara de Diablo, lord Claypole intentó impedir que su esposa cometiera un suicidio social—. Eso no será necesario.

—¿No? —Lady Claypole lo miró como si se hubiera vuelto loco. Se libró de sus manos y, muy erguida, anunció—: Si nos hace llegar su nueva dirección, le mandaremos su equipaje.

—Qué amable… —El murmullo ronroneante de Diablo contenía acero suficiente para conseguir lo que lord Claypole no había logrado—. Mande el equipaje de la señorita Anstruther-Wetherby a La Finca.

Se produjo un largo silencio.

—¿Anstruther-Wetherby? —repitió lady Claypole, inclinándose hacia delante.

—¿La Finca? —repitió Charles Cynster. Su caballo se movía y hollaba el suelo.

—¿Es eso cierto, señorita? —Lo interrumpió de repente lady Claypole, mirando a Honoria—. ¿O no es más que una mentira que ha conseguido hacer tragar a su alteza?

¿Su alteza? Por un instante, la mente de Honoria se arremolinó. Miró de soslayo al diablo que tenía a su lado y sus ojos se encontraron fugazmente con la frescura verde de los suyos. En ese momento lo habría dado todo por quedarse a solas y poder hablarle como se merecía. En cambio, alzó la barbilla y miró a lady Claypole con calma.

—Como su alteza ha creído oportuno comunicarle —dijo, con un leve énfasis en el título—, soy una Anstruther-Wetherby. Para no despertar intereses descorteses o injustificados, he decidido no utilizar ese apellido.

—No sé cómo voy a contárselo a mis hijas. —El comentario del apellido no había conseguido sacarla de sus trece.

—Le sugiero, señora —intervino Diablo mirándola al tiempo que tomaba de la mano a Honoria y le apretaba los dedos en señal de aviso antes de llevárselos a los labios—, que les diga a sus hijas que han tenido el honor de haber sido instruidas, aunque haya sido por tan poco tiempo, por mi duquesa.

—¡Su duquesa!

La exclamación estalló en tres gargantas. De la nobleza, el único que permaneció en silencio fue Veleta Cynster.

La mente de Honoria se arremolinó otra vez y Diablo le apretó los dedos con más fuerza. Con expresión serena y una leve sonrisa miró el rostro de su supuesto prometido.

—¿En serio, su alteza? Es imposible que haya decidido eso —Lady Claypole había palidecido—. Este asunto no merece ningún sacrificio. Estoy segura de que la señorita Wetherby estará encantada de llegar a alguna clase de acuerdo…

Su voz se interrumpió, silenciada por la expresión de Diablo. Durante un largo momento la traspasó con sus ojos verdes y luego miró a lord Claypole con la misma frialdad.

—Esperaba, milord, que usted y su esposa recibieran con aprobación a mi duquesa. —Las graves notas de su voz transmitían amenaza.

—Pues claro que sí —replicó lord Claypole tras tragar saliva—, sin dudarlo, en absoluto. —Agarró las riendas y alargó el brazo hacia su esposa—. Felicidades y todo eso. Ahora creo que deberíamos marcharnos. Si su alteza nos disculpa… Vamos, querida. —Con un tirón de las riendas, volvió su caballo y el de su mujer. El grupo se marchó del claro a toda prisa.

Aliviada, Honoria estudió a los otros jinetes. Le bastó una mirada para identificar al más cercano como familiar del… del duque llamado Diablo. Su mente tropezó con ese pensamiento pero no podía establecer el parentesco. El caballero en cuestión volvió la cabeza. Con las manos perezosamente cruzadas en la perilla de la montura, era increíblemente atractivo. Su tez, cabello y cejas eran menos espectaculares que los de Diablo, pero era de su misma estatura y casi tan corpulento. Compartían un rasgo peculiar: el simple acto de volver la cabeza tenía la misma elegancia que los movimientos de Diablo, una gracia masculina que excitaba los sentidos.

La mirada del jinete se posó en ella, una mirada cabal, y luego, curvando los labios en una sutil sonrisa, miró a Diablo.

—Veo que no necesitas ser rescatado. —El tono de voz y los modales confirmaron el parentesco.

—No, no necesitamos rescate. Ven, pasa. Ha ocurrido un accidente.

La mirada del jinete se aguzó. Honoria habría jurado que entre los dos se había producido una comunicación tácita. Sin decir palabra, el caballero desmontó.

Su compañero seguía en su montura. Se trataba de un viejo con cabello claro y ralo, de complexión fuerte, el rostro redondo y las facciones más carnosas que las aguileñas de los otros dos hombres. Miró a Diablo a los ojos y finalmente también desmontó.

—¿Quiénes son? —preguntó Honoria en un susurro, mientras el primer hombre se acercaba a la puerta tras haber atado al caballo.

—Otros dos primos míos. El que se acerca es Veleta. Al menos, así le llamamos. El otro es Charles, hermano de Tolly.

—¿Hermano? —Honoria comparó la figura de aquel tipo corpulento con la del joven muerto.

—Hermanastro —corrigió Diablo. La tomó por el codo y la llevó consigo.

Había pasado mucho tiempo desde que alguien la obligara físicamente a hacer algo, y desde luego era la primera vez que un hombre se atrevía a ello. La presunción de Diablo la dejó sin palabras. Su don de mando era tan poderoso que resultaba imposible desobedecerlo. El corazón de Honoria, que finalmente se había serenado después del impacto de que él le besara los dedos, se aceleró de nuevo.

A cinco pasos de la puerta, se detuvo, la soltó y la miró.

—Espera aquí; puedes sentarte en ese tronco. Tal vez tardemos un poco.

Por un instante ella estuvo a punto de rebelarse. Pero tras aquellos ojos verdes había algo implacable, algo que daba órdenes con la absoluta certeza de que serían obedecidas. Estuvo tentada de desafiar ese algo y desafiarlo a él, de objetar su perentorio mandato. Sin embargo, sabía lo que había dentro de la cabaña.

—Muy bien —dijo a regañadientes y asintiendo con la cabeza. Se volvió, con las faldas arremolinándose, y Diablo la contempló dirigirse hacia el tronco apoyado en unos maderos. De pronto se detuvo y, sin volver la cabeza, volvió a asentir y añadió:

—Su alteza.

Con la mirada clavada en sus oscilantes caderas. Diablo la vio reanudar el paso y su interés por ella aumentó sensiblemente. Hasta ese día, a ninguna mujer le había pasado por la cabeza siquiera cuestionar sus órdenes. Diablo sabía perfectamente que eran autocríticas. Honoria las había cuestionado e incluso había estado a punto de no cumplirlas. De no haber sido porque Tolly estaba de cuerpo presente en la cabaña, lo habría hecho.

Cuando llegó al tronco. Diablo se volvió satisfecho. Veleta lo esperaba en el umbral.

—¿Qué ha pasado?

—Tolly ha muerto. Le han disparado —respondió Diablo con el rostro endurecido.

—¿Quién? —preguntó Veleta.

—Eso todavía no lo sé —repuso Diablo, mirando acercarse a Charles—. Entra.

Se detuvieron en semicírculo a los pies del burdo camastro y contemplaron el cuerpo de Tolly. Veleta había sido lugarteniente de Diablo en Waterloo y Charles su ayudante. Habían presenciado la muerte muchas veces, pero estar familiarizados con ella no suavizaba el golpe. Con una voz vacía de emoción. Diablo relató todo lo que sabía. Repitió las últimas palabras de Tolly. Charles, completamente inexpresivo, se fijó en cada sílaba. Luego se produjo un largo silencio. A la luz que se colaba por la puerta, el cadáver de Tolly se veía más fuera de lugar que la noche anterior.

—¡Dios mío, Tolly! —exclamó Charles con voz entrecortada.

Se cubrió el rostro con una mano y se hundió en el borde del jergón.

Diablo apretó la mandíbula y los puños. La muerte ya no tenía la capacidad de pasmarlo. El dolor estaba ahí, pero le daría rienda suelta en privado. Era el jefe de su clan y su principal deber era mandar. Era lo que esperaban de él y lo que esperaba de sí mismo. Y además, tenía que proteger a Honoria Prudence.

Ese pensamiento le dio fuerzas y lo ayudó a librarse de la vorágine de congoja que asolaba su mente. Respiró hondo, retrocedió y se retiró hasta el espacio delante de la chimenea.

Al cabo de unos minutos, Veleta se reunió con él y miró hacia la puerta.

—¿Lo encontró la mujer? —preguntó.

—Por suerte —asintió Diablo—, no es de las que se ponen histéricas. ¿Qué está haciendo Charles aquí? —preguntó en voz baja.

—Cuando llegué, me lo encontré en La Finca. Dijo que había seguido a Tolly hasta aquí por una cuestión de negocios. Llamó a los aposentos de Tolly pero el viejo Mick le dijo que Tolly había salido hacia aquí.

—Pues sí, aquí está —replicó Diablo con una mueca.

—¿Dónde está tu camisa? —preguntó Veleta, mirando su torso desnudo.

—Es el vendaje. —Suspiró y se irguió—. Llevaré a la señorita Anstruther-Wetherby a La Finca y mandaré un carro.

—Y yo me quedaré y velaré el cadáver. —Una media sonrisa rozó los labios de Veleta—. Siempre te tocan los mejores papeles.

—Este me llega con una bola y una cadena —replicó Diablo con otra media sonrisa.

—¿Hablas en serio?

—Más que nunca. —Diablo miró el jergón—. Vigila a Charles.

Veleta asintió.

La luz del sol casi lo cegó. Diablo parpadeó y miró hacia el tronco. Estaba vacío. Soltó una maldición y un terrible pensamiento cruzó su mente. ¿Y si Honoria había intentado montar a

Suleimán? El corazón le palpitó repentinamente. Con los músculos tensos, corrió hacia el establo cuando vio algo que se movía.

Honoria no había ido al establo. Con los ojos acostumbrándose a la luz. Diablo la vio caminar nerviosa de un lado a otro del tronco. La falda color pardo se mezclaba con los troncos de los árboles y la había camuflado por un momento. Su temor disminuyó y la miró con detenimiento.

Honoria lo notó. Alzó los ojos y lo vio, desnudo de cintura para arriba, la mismísima imagen de un bucanero que la miraba, inmóvil, con irritación en cada uno de sus rasgos. Sus ojos se encontraron por un momento y ella apartó la mirada. Con la barbilla alzada, se sentó decorosamente en el tronco.

Diablo esperó sin desviar sus penetrantes ojos verdes y luego, al parecer satisfecho de que ella se quedase donde él había dicho, se encaminó hacia el establo.

Honoria apretó los dientes y se dijo que él no le importaba. Era un experto en manipulación e intimidación, pero a ella eso no le preocupaba. Iría a esa finca suya, esperaría que llegase su equipaje y luego se marcharía. Podría dedicar su tiempo a conocer a la duquesa madre.

Por lo menos había resuelto una parte del misterio que la carcomía: había conocido al escurridizo duque. La imagen que había llevado en la mente durante los tres últimos días, la imagen que lady Claypole había pintado, de un noble retirado, blando y retraído, había vuelto a formarse. Pero esa imagen no encajaba con la realidad. El duque llamado Diablo no era blando ni retraído. Era un tirano de primera clase. Y en lo que se refería a la afirmación de lady Claypole según la cual él se encontraba atrapado en su círculo de amistades, la dama estaba muy equivocada.

Aun así, había conocido al duque aunque todavía no supiera su nombre. En cambio, le costaba creer que la idea de presentarse a sí mismo no le hubiese pasado por la cabeza en algún momento de las últimas quince horas.

Honoria se revolvió, echando de menos su enagua. El tronco era áspero y rugoso y le aguijoneaba las carnes. Desde donde estaba, veía la entrada del establo y, por las sombras que se movían en él, supuso que Diablo estaba ensillando a su demoníaco caballo. Probablemente iría hasta La Finca y ordenaría transporte para ella y el cuerpo de su primo.

Viendo cerca el final de su inesperada aventura, se permitió unos minutos de reflexión. Para su sorpresa, su mente se llenó de ideas sobre Diablo. Era arrogante, altanero, dominante, y la lista de adjetivos podía continuar, pero también era asombrosamente atractivo, podía ser cautivador si lo deseaba y, sospechó, poseía un diabólico sentido del humor. Había visto al duque lo bastante para que se hubiera ganado su respeto y lo suficiente al hombre para sentir una atracción visceral.

Sin embargo, no deseaba pasar demasiado tiempo en compañía de un tirano llamado Diablo. Los caballeros como él eran muy agradables siempre que mantuviesen una respetuosa distancia y no fueran parientes.

Había llegado a esta firme conclusión cuando él reapareció, llevando a

Suleimán. El semental estaba asustadizo y el hombre sombrío. Al verlo acercarse, Honoria se puso en pie.

Se detuvo ante ella, con

Suleimán a su lado. Como tenía el tronco detrás, Honoria no pudo retroceder. Antes de que pudiera moverse de lado, Diablo se enrolló las riendas en el puño y alargó el brazo para agarrarla.

Cuando ella advirtió sus intenciones, ya estaba precariamente montada de lado en el lomo de

Suleimán. Se sujetó de la perilla y exclamó:

—¿Qué demonios…?

—Te llevo a casa —le dijo él, mirándola con impaciencia y ceño.

—¿Me lleva a su casa, a La Finca? —Honoria parpadeó. En las palabras de Diablo había algo que no le gustó.

—La Finca de Somersham. —Diablo se agarró a la perilla. Como Honoria iba en la parte delantera de la montura, él no tenía intención de utilizar los estribos.

—¡Espere! —dijo Honoria con los ojos como platos.

—¿Qué? —Su manera de mirarla sólo podía proceder de un hombre impaciente.

—Se olvida de la chaqueta. Está en la cabaña. —Honoria intentó contener el pánico que le producía la idea de notar su pecho desnudo presionado contra su espalda, ni siquiera a un palmo de distancia.

—Veleta la traerá.

—¡No! ¿Quién ha visto nunca a un duque cabalgando con el pecho desnudo a campo traviesa? Bueno, quiero decir que podría resfriarse. —Horrorizada, Honoria vio que aquellos ojos verde pálidos veían mucho más de lo que ella pensaba.

—Pues tendrás que acostumbrarte —le sugirió él sosteniéndole la mirada. Luego, de un salto, montó en la silla detrás de ella.

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