Diablo

Diablo


Capítulo 4

Página 8 de 48

—Es el lema de la familia Cynster. —Unos dedos fuertes se cerraron alrededor de los suyos.

—¿Adónde me lleva? —Honoria puso los ojos en blanco. Una fuerza irresistible la llevaba hacia las escaleras. En su mente destelló una visión de cortinas de gasa y cojines de seda: la guarida privada del pirata.

—A que conozcas a mi madre. Por cierto, prefiere que la llamen duquesa madre.

—Pero usted no está casado —comentó Honoria frunciendo el entrecejo.

—Todavía. Es su sutil manera de recordarme mi deber.

Sutil. Honoria se preguntó qué haría la dama si quisiera hacer valer sus razones de una manera enérgica. Fuera como fuese, había llegado el momento de dejar en claro sus intenciones. Sería un error cruzar el umbral de aquella puerta, tras el cual, no había duda. Diablo gobernaba como un rey, sin llegar antes a algún acuerdo sobre su futura relación o la ausencia de ella.

Llegaron al porche. Él se detuvo y la soltó. Mirándolo, Honoria se irguió.

—Su alteza, deberíamos…

Las puertas se abrieron y un mayordomo las sostuvo majestuosamente. Como se le había escapado la oportunidad de hablar con Diablo, Honoria intentó no enfurecerse.

El mayordomo miraba a su señor con una sonrisa de genuino afecto.

—Buenos días, su alteza.

—Buenos días, Webster —respondió Diablo.

Honoria no se movió. No iba a cruzar ese umbral hasta que él reconociera el derecho que tenía ella de hacer caso omiso de las normas sociales, igual que hacía él cuando le apetecía.

Con un gesto, él le indicó que entrara y en el mismo instante Honoria notó su mano en la parte trasera de la cintura. Sin las enaguas, sólo una fina capa de tejido separaba la piel de su firme mano. Él no ejerció presión sino que, en una hechizadora búsqueda, recorrió despacio su espalda hacia abajo. Cuando llegó a la curva de sus nalgas, Honoria contuvo una exclamación y se apresuró a cruzar el umbral de la puerta. Él la siguió.

—Esta es la señorita Anstruther-Wetherby, Webster. —Miró hacia ella y Honoria captó victoria en sus ojos—. Se va a quedar. Su equipaje llegará esta mañana.

—Haré que lleven sus pertenencias a la habitación de huéspedes, señorita —dijo el mayordomo con una marcada reverencia.

Rígida, Honoria asintió con la cabeza. El corazón seguía aleteando en su garganta y sentía calor y frío en los lugares más extraños de su piel. No le pasaba por alto la actitud del mayordomo, que no parecía sorprendido de que su amo fuera sin camisa. ¿Era ella la única que encontraba extraordinario su pecho desnudo? Contuvo su incredulidad, arrugó un poco más la nariz y miró alrededor.

La impresión que causaba la casa desde fuera se mantenía en el interior. El elegante vestíbulo de techos altos estaba iluminado por las claraboyas y ventanas que flanqueaban la puerta principal. Las paredes estaban empapeladas con motivos de flor de lis azul sobre un fondo marfil. Los paneles de madera, todos de roble claro, brillaban suavemente y las baldosas del suelo, azules y blancas, creaban en la estancia un ambiente despejado y ligero. De allí partían unas escaleras de roble barnizado, con el balaustre exquisitamente tallado, que subían en un largo y empinado trecho para después dividirse en dos brazos que llevaban a la galería superior.

Webster informó a su señor de la presencia de sus primos. Diablo asintió lacónicamente y preguntó:

—¿Dónde está la duquesa madre?

—En la sala matinal, su alteza.

—Voy a llevar a la señorita Anstruther-Wetherby con ella. Espérame aquí.

El mayordomo le hizo una reverencia.

Diablo la miró. Con una lánguida elegancia que le puso los nervios de punta, le indicó con un gesto que lo acompañara. En su interior, Honoria seguía temblando y se decía que era de indignación. Cruzó el vestíbulo con la cara en alto.

Las instrucciones dadas al mayordomo le recordaron lo que el enfrentamiento con Diablo había alejado de su mente. A medida que se acercaban a la sala matinal, Honoria pensó que tal vez había estado discutiendo sin que hubiese motivo. Diablo alcanzó el tirador de la puerta, pero antes de abrirla le tomó los dedos y se los apretó. Ella se libró de su mano con un tirón y él la miró con incipiente impaciencia.

—Lo siento —sonrió ella, comprensiva—, lo había olvidado. Debe de estar muy aturdido por la muerte de su primo. —Hablaba en voz muy baja, con tono tranquilizador—. Podemos hablar de todo esto más tarde, pero en realidad, no hay razón para que nos casemos. Me atrevería a decir que, cuando haya superado la conmoción, verá las cosas como yo.

Él le sostuvo la mirada, inexpresivo. Entonces sus rasgos se endurecieron y dijo:

—No cuentes con ello. —Acto seguido, abrió la puerta de par en par y la hizo pasar. La siguió y cerró la puerta a sus espaldas.

Una mujer pequeña y bien proporcionada, con el cabello negro surcado de gris, estaba sentada ante el hogar, con un aro de bordar en el regazo. Alzó la vista y, al tiempo que tendía la mano, esbozó la sonrisa más espléndida y acogedora que Honoria hubiese visto nunca.

—Has llegado por fin, Sylvester. Me preguntaba dónde te habías metido. ¿Y ella quién es?

Los antecedentes franceses de su madre se dejaban sentir en su acento y también en su tez, en el cabello antaño negro como el de su hijo combinado con una piel de alabastro, en los movimientos rápidos y elegantes de las manos, en los rasgos alegres y en la mirada franca y aprobatoria que dedicó a Honoria.

Honoria maldijo para sus adentros las arrugas de su falda y cruzó la sala con la cabeza erguida. La duquesa madre no parecía sorprendida de que su hijo fuera desnudo de cintura para arriba.

Maman. —Para sorpresa de Honoria, su demoníaco captor se inclinó y besó a su madre en la mejilla. Ella aceptó el tributo como si fuese un derecho adquirido. Cuando Diablo se incorporó, lo miró inquisitivamente, de una manera tan imperiosa como la de él arrogante—. Me dijiste que te trajera a tu sucesora cuando la encontrase. Permite que te presente a la señorita Honoria Prudence Anstruther-Wetherby. —Dedicó una breve mirada a Honoria—. La duquesa madre de St. Ives. —Volviéndose hacia su madre, añadió—: La señorita Anstruther-Wetherby residía con los Claypole, su equipaje llegará hoy mismo. Os dejaré a solas para que os conozcáis.

Y con una breve reverencia se marchó, cerrando la puerta a sus espaldas. Pasmada, Honoria miró a la duquesa y se sintió aliviada al ver que no era la única que se había quedado pasmada.

Entonces, la duquesa madre alzó la mirada y le dedicó una sonrisa tan cariñosa y acogedora como la que había esbozado al recibir a su hijo. Honoria sintió que la calidez invadía su corazón. La expresión de la duquesa era comprensiva, alentadora.

—Ven, querida mía, siéntate. —Con un gesto, indicó la

chaise que estaba junto a su silla—. Si has tenido que vértelas con Sylvester, necesitas descansar. A veces es muy irritante.

Honoria contuvo el impulso de expresar su acuerdo con ella y se sentó.

—Tienes que disculpar a mi hijo. Es un tanto… —Hizo una pausa, buscando la palabra adecuada. Esbozó una mueca y dijo—:

Detressé.

—Creo que tiene muchas cosas en la cabeza.

—¿En la cabeza? —La duquesa arqueó sus finas cejas. Luego sonrió, con los ojos centelleantes fijados nuevamente en Honoria—. Pero ahora, querida, como mi hijo tan

detressé ha ordenado, tenemos que conocernos. Y como vas a ser mi nuera, te llamaré simplemente Honoria. ¿Te parece bien? —preguntó, arqueando de nuevo las cejas.

—Si así lo desea, señora —respondió Honoria con una sonrisa y dejando de lado la cuestión principal.

—Lo deseo de todo corazón, querida —dijo la duquesa madre con una sonrisa, radiante.

Ir a la siguiente página

Report Page