Diablo

Diablo


Capítulo 5

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Tanto el salón como la sala de música daban a una larga terraza. Webster abrió de par en par las dos puertas que flaqueaban la chimenea y que unían ambas estancias. Cuando los acordes envolvieron las conversaciones, las cabezas se volvieron hacia la sala de música.

Poco a poco, atraídos por la música, las damas y los caballeros fueron pasando a la estancia contigua.

Las gemelas, acostumbradas a tocar ante su familia, no fallaron. Había sillas suficientes y los caballeros las situaron para las damas, que se sentaron formando pequeños grupos, mientras los hombres permanecían en pie.

Desde su posición junto a la puerta de la terraza, Honoria vio cumplido su objetivo de entretenerlos. De repente, notó una presencia familiar a sus espaldas.

Se volvió y se encontró con los inquisitivos ojos verdes de Diablo.

—Eso ha estado muy inspirado. ¿Qué ha ocurrido?

—Tu diabólico caballo se comió los pastelillos para el té. La señora Hull no está impresionada. Creo que tiene la intención de hacer carne picada con tu semental.

—No lo hará. —Diablo estaba muy cerca de ella, con el hombro apoyado contra el marco de la puerta.

Honoria sintió que su pecho temblaba con una carcajada contenida.

—Tú menciona a tu caballo y verás cómo tu madre corre a coger la cuchilla.

—No me digas que tú no tocas ningún instrumento —dijo él tras una pausa en la que miró alrededor.

—Toco el clavicordio pero no soy hermana de Tolly. —Tuvo que hacer un esfuerzo para contener su enojo—. Y de paso —prosiguió con el mismo tono amable—, te advierto de que por más que conspiréis tu madre y tú, no me casaré contigo.

—¿Quieres apostar algo?

Honoria sintió su mirada en su rostro y sus palabras le provocaron un escalofrío.

—¿Con un depravado como tú? —Alzó la barbilla y con un gesto despectivo de la mano añadió—: Eres un tahúr.

—De los que casi nunca pierden.

La voz profunda de Diablo resonó en su interior y ella se obligó a encogerse de hombros, altiva.

Diablo no se movió. Recorrió el rostro de Honoria con los ojos pero no dijo nada más.

Para su alivio, la estratagema de Honoria funcionó. Cuando llegó el té, con los panecillos recién horneados con mermelada, todo estuvo perfecto. Las gemelas se retiraron entre discretos y sinceros aplausos. Sólo con mirarlas a la cara, se veía lo mucho que significaba para ellas haber podido contribuir de algún modo.

—Mañana las haremos tocar otra vez —le dijo Diablo al oído.

—¿Mañana? —Honoria tuvo que luchar para contener un temblor.

—Después del entierro. —Diablo la miró a los ojos—. Se sentirán mejor si pueden ser útiles otra vez.

La dejó meditabunda y volvió con una taza de té para ella. Honoria la aceptó y entonces advirtió lo mucho que la necesitaba. Además de comprenderla muy bien, Diablo se comportó como un caballero y la presentó a los amigos de la familia. Honoria no tuvo que recurrir a la imaginación para saber cómo la veían esas personas: su deferencia hacia ella era muy especial. Los acontecimientos de la tarde, orquestados por Diablo y la duquesa madre y en los que había participado aquel demoníaco caballo, le habían transmitido un mensaje: que iba a ser la esposa del duque.

La velada transcurrió deprisa. La cena, a la que asistieron todos los invitados, fue sobria. Nadie tenía ganas de distracción y la mayoría se acostó temprano. Sobre la casa cayó un manto de tristeza y melancolía, como si el edificio también estuviera de luto.

En su habitación, tumbada en la cama, Honoria dio unos puñetazos en la almohada y se ordenó dormir. Al cabo de cinco minutos de moverse inquieta, se puso boca arriba y miró el dosel.

Era culpa de Diablo. De Diablo y su madre. Honoria había intentado no comportarse como la futura duquesa pero no lo había conseguido. Y aún peor, superficialmente era perfecta para esa posición, algo evidente a todos los que se paraban a pensar en ello. Empezaba a creer que estaba luchando contra el destino.

Honoria se puso de lado. Ella, Honoria Prudence Anstruther-Wetherby, no sería obligada a hacer algo que no quisiera hacer. Era obvio que tanto la duquesa como Diablo harían todo lo posible por tentarla, por convencerla de que aceptara su propuesta, una propuesta que él no había formulado correctamente. Honoria nunca olvidaría esto último: Diablo se había limitado a dar por sentado que se casaría con él.

Desde el principio había sabido que él era un hombre imposible, incluso cuando creía que sólo era un escudero de la zona. Como duque era doblemente imposible. Aparte de todo lo demás, como su pecho, por ejemplo, era un tirano de primera clase. Las mujeres sensatas no se casaban con tiranos.

Se aferró a su sentido común y extrajo fuerza de su lógica incuestionable. Mantener en la mente la imagen de Diablo la ayudaba bastante. Una mirada a su rostro, a todo lo demás, era todo lo que necesitaba para reforzar su conclusión.

Y esa imagen también le permitía reconocer el origen de una inquietud más honda. Pese a toda la fuerza de carácter de Diablo, a todos los sentimientos familiares que aparentaba, pese incluso a lo que creyera la prima Clara, Diablo estaba dando la espalda a su primo muerto. Escondía su muerte bajo la proverbial alfombra para que no interfiriese en su búsqueda hedonista del placer.

Honoria no quería creerlo, pero ella misma lo había oído. Diablo había declarado que a Tolly lo había matado un bandolero o un cazador furtivo. Todo el mundo lo había creído, el magistrado incluido. Era el cabeza de familia, casi un déspota. Para ellos, lo que declarase Diablo Cynster, duque de St. Ives, era la verdad. La única inclinada a cuestionar esa declaración era ella. A Tolly no lo había matado un bandolero o un cazador furtivo.

¿Por qué un bandido iba a matar a un joven desarmado? Los bandoleros quitaban a sus víctimas todo lo que llevaran de valor. Y Tolly conservaba una pesada bolsa, ella la había notado en su bolsillo. ¿Y si Tolly había intentado, con la impetuosidad de la juventud, defenderse? Honoria no había visto armas. Parecía difícil que la hubiese lanzado lejos mientras caía de su caballo. Era muy poco probable que lo hubiera matado un bandolero.

En cuanto a los cazadores furtivos, el propio Diablo lo había desmentido. No lo habían matado con un fusil ni con una escopeta, había dicho, sino con una pistola. Y los cazadores furtivos no utilizaban pistolas.

A Tolly lo habían asesinado.

Honoria no supo cuándo llegó a esa conclusión, pero era tan inevitable como el amanecer que se acercaba.

Se sentó y ahuecó la almohada, luego se recostó y contempló la noche. ¿Por qué se sentía tan implicada en lo ocurrido? Era como si pensase que sobre ella había caído la responsabilidad de que se hiciese justicia.

Pero aquella no era la causa de su insomnio.

Había oído la voz de Tolly en la cabaña, notado cuán aliviado se había sentido al descubrir que había encontrado a Diablo. Había pensado que estaba a salvo, con alguien que lo protegería. Honoria había visto a Diablo cuidar de él muy afectado, pero su conducta negando la evidencia de su asesinato se contradecía con esos cuidados.

Si de verdad le importase, ¿no estaría buscando al asesino, haciendo todo lo posible por encontrarlo? ¿O sus cuidados y su preocupación no eran más que una actitud superficial? Detrás de esa falda de fortaleza, ¿era débil y pusilánime?

Honoria no podía creerlo. No quería creerlo.

Cerró los ojos y trató de dormir.

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