Diablo

Diablo


Capítulo 6

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—Te aturdo —dijo mirándola a los ojos, con los suyos que, en aquella oscuridad, parecían aún más pálidos.

Su murmullo profundo era realmente penetrante. Honoria lo sintió hasta en los huesos. Aparte de la barbilla, él no la tocaba y sin embargo se sentía cayendo presa de sus brazos. El corazón empezó a latirle aceleradamente. Sus ojos se encontraron con los suyos a la luz de la luna, atemporales, seductores, omniscientes. Diablo bajó la cabeza despacio y ella separó los labios.

Honoria no habría podido soltarse de él aunque los cielos se hubiesen desplomado.

El primer roce de sus labios la hizo temblar. La abrazó y la atrajo hacia él. La dureza de sus músculos se apoderó de ella al tiempo que la presión de los labios aumentaba.

Eran firmes, como todo él, imperiosos, exigentes. Pero al cabo de un instante se volvieron cálidos, tentadores, seductores, persuasivos. Honoria se quedó inmóvil, temblando, en un umbral invisible, hasta que se precipitó en un vacío desconocido.

No era la primera vez que la besaban y, sin embargo, sí lo era. Nunca antes había habido tanta magia en el aire, nunca antes la habían tomado de la mano y la habían llevado a un mundo de sensaciones. El placer la embargó, cálido y subyugante, y se arremolinó en su interior como un calidoscopio de deleite que la dejó agradablemente mareada.

Él se apropió del poco aliento que Honoria pudo recuperar, tejiendo su red hasta que estuvo atrapada sin escapatoria posible. Recorrió sus labios con la punta de la lengua en una caricia engañosa y diestra. Honoria supo que lo mejor sería hacer caso omiso de ella; él la llevaba a esferas que estaban más allá de su conocimiento y en donde sería su guía. Una situación de lo más desaconsejable y peligrosa.

Los labios de Diablo exigieron más. El calor aumentó y derritió toda resistencia. Honoria suspiró y abrió los suyos, cediendo a su arrogancia.

Él tomó lo que deseaba y la íntima caricia le produjo una descarga de sensaciones que surcaron todo su cuerpo, un relámpago de pasión que le azotó las entrañas. Conmocionada, Honoria se apartó conteniendo una exhalación.

Él la dejó retirarse, sólo un poco. Aturdida, con los pensamientos arremolinados, ella estudió su rostro. Él arqueó una ceja y sus brazos la atrajeron de nuevo hacia él.

—No… —Honoria quiso resistirse pero no pudo. Sus músculos tenían la consistencia de la gelatina.

—No tienes por qué asustarte. Sólo voy a besarte.

—¿Sólo? —Parpadeó, asombrada—. Pues eso ya está suficientemente mal. —Contuvo el aliento e intentó recuperar la sensatez—. Eres peligroso.

Él soltó una carcajada cuyo sonido pulverizó el escaso control que a ella tanto le había costado conseguir.

—Para ti no soy peligroso. —Sus manos acariciaron suave y seductoramente su espalda—. Voy a casarme contigo. Eso pone las cosas en su lugar.

¿Había perdido por completo la capacidad de razonar? Honoria frunció el entrecejo y preguntó:

—¿Qué cosas? ¿Qué lugar?

—Según todos los preceptos —sus dientes brillaron en una sonrisa—, las esposas de los Cynster son los únicos seres humanos de los que los Cynster tienen que precaverse.

—¿En serio? —Honoria intentó mostrar su indignación, pero era una tarea imposible ya que él había inclinado la cabeza y le mordisqueaba suavemente los labios.

—Bésame —susurró al tiempo que la atraía más hacia sí.

El contacto la hizo estremecerse otra vez y los labios de Diablo, la excitaban, la dejaron indefensa.

La besó de nuevo y esperó, con la paciencia del que sabe, que se abandonara por completo. Su rendición era mucho más dulce, sabiendo, como sabía, que ella deseaba lo contrario. Como era sabio y experimentado, no la forzó demasiado y mantuvo a raya su propia pasión. Ella yacía dúctil en sus brazos, sus labios entregados a de él para que los disfrutara, su dulce boca abierta para que Diablo la saboreara, explorara, poseyera. Por esa noche, eso bastaría.

Habría preferido poseerla por completo, haberla llevado a su cama para celebrar la vida de la manera más primaria, como respuesta natural a la presencia de la muerte. Pero ella era inocente, lo evidenciaban sus tímidas reacciones, su ductilidad. Sería suya y sólo suya, pero aún no.

Sus acuciantes necesidades le dificultaban el pensamiento y Diablo maldijo para sus adentros. La delicadeza de Honoria, presionándose contra él desde el pecho hasta los muslos, era una fuerte tentación que alimentaba sus demonios, los llamaba y los incitaba. Diablo se apartó y estudió su rostro, haciéndose preguntas al tiempo que ponía freno a sus deseos. Los ojos de Honoria brillaban.

Con la cabeza aún aturdida, dejó que sus ojos vagaran por el rostro de Diablo. En sus rasgos no había suavidad ni delicadeza, sólo fuerza y pasión y una voluntad de hierro.

—No me casaré contigo. —Las palabras pasaron directamente de su mente a la boca como reacción instintiva. Él se limitó a arquear una ceja, irritante y desdeñoso—. Mañana enviaré una carta a mi hermano para que venga a buscarme y me escolte a casa.

—¿A casa? En Hampshire, ¿quieres decir? —Entrecerró unos ojos que, en la oscuridad de la noche, parecían de plata.

Honoria asintió. Un sentido de irrealidad, como si hubiera perdido el contacto con el mundo, la invadía.

—Escribe esa carta a tu hermano. Yo mismo la franquearé mañana.

—Y yo misma la pondré en el correo —sonrió ella.

Diablo le devolvió la sonrisa y Honoria intuyó que se reía de ella, aunque su pecho, tan cerca, no temblaba.

—Por supuesto. Ya veremos qué opina de tu decisión.

La sonrisa de Honoria se volvió presumida. Se sentía algo mareada. Como buen Cynster, Diablo pensaba que Michael apoyaría la boda, pero ella sabía que su hermano se pondría de su parte, vería al instante, como lo había visto ella, que casarse con Diablo Cynster no le convenía.

—Y ahora, si hemos arreglado tu futuro inmediato a tu gusto… —Los labios de Diablo rozaron los suyos y Honoria los siguió con los suyos de manera instintiva.

Crujió una rama.

Diablo levantó la cabeza y todos sus músculos se tensaron. Ambos miraron hacia el exterior de la glorieta y Diablo se irguió sin dar crédito a sus incrédulos ojos.

—¿Qué demonios…?

—Chitón. —Honoria le puso la mano en los labios.

Él frunció el entrecejo pero permaneció en silencio mientras la pequeña procesión se acercaba y pasaba ante la glorieta. Entre la luz de la luna y la oscuridad, Amelia, Amanda y Simón abrían el cortejo, seguidos de Henrietta, Eliza, Angélica, Heather y Mary. Cada niño llevaba una rosa blanca. Desaparecieron entre las densas sombras de los árboles. Estaba muy claro adónde iban.

—Espera aquí —dijo él.

—¿Bromeas? —replicó Honoria, mirándolo. Se recogió las faldas y bajó los peldaños a toda prisa.

Él la siguió entre la penumbra y los claros, detrás de la pequeña comitiva. Los niños se detuvieron ante la tumba de Tolly. Honoria se ocultó tras un roble, en lo más profundo de las sombras. Diablo la imitó. Entonces la tomó por la cintura y la levantó en vilo para apartarla.

Ella se revolvió entre sus brazos.

—¡No! —susurró furiosa. Lo agarró por los hombros y le advirtió—: ¡No lo hagas!

Diablo la miró ceñudo e inclinó la cabeza para susurrarle al oído:

—¿Por qué no, demonios? No tienen miedo de mí.

—¡No es eso! —Honoria le devolvió la ceñuda mirada—. Eres un adulto, no eres como ellos.

—¿Y qué?

—Que este es su momento, su manera de despedirse de Tolly. No se lo estropees.

Diablo estudió su rostro y sus labios se curvaron en una sonrisa. Luego alzó la cabeza y observó al grupo de niños al pie de la tumba pero no hizo ningún otro movimiento.

Honoria se revolvió y él la soltó. Miró a los niños y el frío atrapó sus finas faldas y la hizo estremecer. Los brazos de Diablo la envolvieron atrayendo su espalda contra él. Ella se puso rígida pero seguida cedió y se relajó. Agradecía tanto el calor de su cuerpo le fue incapaz de protestar.

Junto a la tumba había parlamentos. Amelia se acercó a ella y su rosa al montículo de tierra.

—Que duermas bien, Tolly —dijo.

—Descansa en paz —dijo Amanda a continuación, y lanzó su rosa junto a la de su hermana gemela.

—Hasta la vista, Tolly. —Simón fue el siguiente y otra rosa cayó sobre la tumba.

Uno a uno, los niños añadieron su rosa al pequeño montón y se despidieron de Tolly. Cuando hubieron terminado, regresaron deprisa a la casa.

Diablo mantuvo sujeta a Honoria hasta que los niños hubieron pasado. Cuando finalmente la soltó, le dedicó una mirada insondable y típicamente Cynster. Luego la tomó de la mano y juntos siguieron a los niños de regreso al jardín.

La hierba estaba mojada de rocío y era difícil caminar por ella, sobre todo para la pequeña Mary. Diablo gruñó y apresuró el paso. Honoria lo detuvo de nuevo.

—¡No! —Lo miró furiosa y tiró de él hacia los árboles.

—Se mojarán los pies. —Él la miró airado—. Puedo llevar en brazos a un par o tres de ellos.

—Pensarán que los has visto, que sabes lo que han hecho. Eso les estropeará la despedida. Un poco de agua no les hará daño… sobre todo si son auténticos Cynster.

Diablo la tomó por la cintura y ella apoyó la cabeza en su hombro.

Algo brilló en la sonrisa reacia de él. Esperó, de mala gana, hasta que los niños desaparecieron por la puerta lateral. Luego, con la mano de Honoria en la suya, anduvieron hacia la casa. Los niños aún subían la escalera cuando ellos llegaron al pie de estas. Diablo siguió adelante, caminando pegados a la pared. Al llegar al primer descansillo, los niños todavía estaban en el segundo tramo y él tiró de Honoria haciéndola entrar en un gabinete.

Se encontró pegada a su pecho y contuvo una exclamación. Él le alzó el rostro con dedos firmes y, antes de que tuviera tiempo de respirar, sus labios se posaron sobre los de ella. Intentó resistirse pero bajo el placer que estaba sintiendo, sus fuerzas flaquearon y se derritieron, sustituidas por algo tan insidioso, tan compulsivo, tan visceralmente excitante que no pudo volver atrás.

Él estaba tan ávido —lo notaba en la pasión desenfrenada que endurecía sus labios— que, cuando ella abrió los labios, se lanzó en su interior con más frenesí que antes. La tensión que agarrotaba cada uno de sus músculos delataba un rígido control y la turbulencia latente asustaba y fascinaba a la vez. Su lengua se entrelazó con la de ella, íntima y seductora, y luego inició un rito lento, repetitivo e indagador. Su boca pertenecía a Diablo. Esa posesión le arremolinó los sentidos: ningún hombre la había besado de aquella manera. Fue presa de una oleada de calor, una dulce fiebre distinta a todo lo que conocía. Aparte de eso y de la pasmosa intimidad de su caricia, Honoria sólo sabía una cosa: Diablo tenía un hambre rapaz de ella. El repentino y casi incontrolable impulso de entregarse, de saciar aquella lujuriante necesidad la sacudió por dentro. Y no pudo apartarse de él.

No supo cuánto tiempo pasaron besándose en la oscuridad. Cuando él se apartó, Honoria había perdido el contacto con el mundo.

—¿Has tenido miedo? —le dijo él tras dudar un momento y volverá rozarle los labios.

—Sí. —En cierto modo era verdad. Con los ojos como platos y el pulso acelerado, Honoria buscó sus ojos en la oscuridad—. Pero no de ti. —Él la estaba haciendo sentir, desear—. Lo que… —Se interrumpió, con el entrecejo fruncido porque no encontraba palabras para expresarse.

—No te preocupes —sonrió Diablo, maliciosamente. La besó con ardor una última vez y luego la soltó—. Ahora vete. —Era una orden.

Ella lo miró, asombrada, en la penumbra y luego asintió.

—Buenas noches —dijo, saliendo del gabinete—. Que duermas bien.

Diablo casi se echó a reír. No pasaría una buena noche ni dormiría bien. Sintió que lo atacaba otra jaqueca.

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