Diablo

Diablo


Capítulo 10

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Diablo le quitó el libro de las manos, lo cerró y lo devolvió a la estantería. Luego la miró a los ojos y le preguntó:

—¿Qué te apetece hacer? ¿Dar una vuelta por el parque con el birlocho, tal vez, o un paseo por la plaza?

—Una vuelta por el parque —respondió Honoria, sosteniéndole la mirada al tiempo que alzaba la barbilla. En el parque quizás encontrarían gente, pero en el asiento del birlocho podría interrogarlo sin interrupciones.

—Sligo, que preparen los caballos bayos —ordenó Diablo sin quitar los ojos de ella.

—Sí, mi capitán, alteza. —Sligo se apresuró hacia la puerta.

Honoria tenía la intención de seguirlo pero se encontró atrapada en la mirada verde de Diablo, que por unos instantes dejó que sus ojos se pasearan por su cuerpo con una intensidad que a ella le encendió las mejillas.

—Tal vez sería mejor que te cambiaras —le dijo, mirándola de nuevo a los ojos—. No estaría bien que te resfriaras.

—Sí, su alteza. —Alzó altivamente la barbilla otro centímetro—. No os haré esperar más de media hora.

Con un crujido de faldas, se volvió y salió a toda prisa. Por mucho que intentó demorarse, a los diez minutos ya estaba en el vestíbulo. Para su alivio, Diablo no hizo ningún comentario y se limitó a mirarla con arrogancia. Sus ojos la recorrieron de la cabeza a los pies. Llevaba un elegante vestido de algodón verde y le tendió el brazo.

Cuando llegaron al birlocho. Diablo la ayudó a subir y ya habían cruzado la verja del parque, cuya calzada estaba llena de carruajes de la nobleza, cuando ella advirtió que un criado iba montado detrás. Era Sligo.

—Supongo que te complacerá saber que he decidido cumplir con el protocolo siempre que sea posible —dijo Diablo, que había visto su sorpresa.

—¿No resulta excesivo?

—No voy a permitir que eso sea un obstáculo para tu entusiasmo, Honoria Prudence —repuso mirándola de soslayo—. Sligo es medio sordo.

Una rápida mirada se lo confirmó. Aunque Diablo no había bajado la voz, Sligo no había cambiado de expresión. Satisfecha, Honoria respiró hondo.

—En ese caso…

—Ahí, a tu derecha, está la condesa de Tonbridge. Es amiga íntima de

maman.

Ella sonrió a la

grande dame que iba en una berlina con una curiosa lupa delante de uno de sus ojos saltones. La mujer inclinó la cabeza y Honoria le devolvió el saludo.

—¿Quién…?

—Ahí delante está lady Havelock. ¿Eso que lleva en la cabeza es un turbante?

—No, un tocado —respondió Honoria sonriendo a la dama—. Pero…

—Ahí, en ese landó, van la señora Bingham y lady Carstairs.

Honoria descubrió lo difícil que era sonreír con los labios apretados. Su educación, sin embargo, marcaba su conducta aún en situaciones irritantes como aquella. Serena y calmada, sonrió y saludo con elegancia aunque, a decir verdad, apenas se fijaba en los que reclamaban su atención. Ni siquiera la presencia de Skiffy Skeffington su habitual traje verde bilis consiguió distraerla: tenía puesta toda su atención en el depravado que iba a su lado.

Tenía que haber elegido el paseo por la plaza, dado el interés que despertaba. Las miradas de las damas cuyos saludos devolvía no eran ociosas sino penetrantes, especuladoras, cargadas de suspicacia. Era evidente que su posición junto a Diablo significaba algo y Honoria sospechó que se trataba de algo con lo que ella no estaba conforme. Saludó a una sonriente lady Sefton y preguntó:

—¿Cuándo fue la última vez que paseaste por el parque con una dama?

—Nunca lo he hecho.

—¿Nunca? Pues no será precisamente porque seas misógino.

Los labios de Diablo se curvaron y la miró a los ojos.

—Si lo piensas, Honoria Prudence —dijo—, te darás cuenta de que aparecer a mi lado en el parque equivale a una declaración: una declaración a la que ninguna otra dama soltera ha sido invitada a hacer y que ninguna dama casada aceptaría.

Lady Chetwynd esperaba que reparasen en ella. Después de saludarla, Honoria dio rienda suelta a su enojo.

—¿Y yo sí?

—Tú eres distinta —respondió él, mirándola con expresión más dura—. Tú te casarás conmigo.

Un altercado en el parque era impensable. Honoria estaba hecha una fiera pero no podía demostrarlo excepto con la mirada. Exasperado, Diablo arqueó las cejas, arrogante, y volvió a concentrarse en los caballos.

Al ver que él rehuía el interrogatorio que tenía previsto y que no podía soltarle la diatriba que merecía, Honoria intentó reconducir su ira. Perder los nervios no le supondría ninguna ayuda.

Miró de soslayo a Diablo, que tenía los ojos clavados en los caballos con una expresión pétrea. Honoria miró al frente con el entrecejo fruncido y vio que se había formado una cola de carruajes que esperaban para dar media vuelta. Decidió aprovechar la parada para interrogar a Diablo.

—¿Habéis descubierto algo tú y tus primos, sobre el asesinato de Tolly?

—Me han dicho… —Diablo arqueó una ceja.

Honoria esperó con expectación.

—Me han dicho —repitió— que tía Horatia quiere ofrecer un baile dentro de una semana. —La miró con unos inexpresivos ojos verdes—. Para anunciar que la familia está de nuevo en la ciudad, por así decirlo. Hasta entonces, supongo que tendremos que limitar nuestras salidas… El parque y otros entretenimientos ligeros son permisibles, creo. Después del baile…

Honoria escuchó, incrédula, una larga lista con el programa de entretenimientos, los

divertissements habituales de la nobleza. No se molestó en interrumpirlo. Diablo había aceptado su ayuda en el caso y le había dicho que sus hombres no habían descubierto nada en las poblaciones cercanas a Somersham. Ella pensaba que él había capitulado, que había comprendido y aceptado su derecho a participar en la investigación del crimen, o al menos su derecho a saber qué habían descubierto. Mientras él seguía recitando la letanía de veladas que le esperaban, Honoria dio un nuevo enfoque a sus pensamientos.

Muy erguida en su asiento e inexpresiva, controló la lengua hasta que dieron la vuelta al final de la avenida y él terminó con la lista de diversiones. Entonces, y sólo entonces, lo miró de soslayo y dijo:

—No estás siendo justo.

—El mundo es así —replicó él, endureciendo su expresión.

—Tal vez haya llegado la hora de que cambiemos el mundo —repuso Honoria, inclinando la barbilla.

Él no respondió. Dio una sacudida a las riendas y los caballos avanzaron de nuevo por la avenida.

Honoria llevaba la cabeza tan erguida que casi no vio al caballero que se había detenido en la acera. Este alzó su bastón en señal de saludo.

—Buenas tardes, Charles —dijo Diablo tras detener los caballos.

—Sylvester… —Charles Cynster inclinó la cabeza. Luego miró Honoria—. Señorita Anstruther-Wetherby…

Ella contuvo un arranque de presunción, lo saludó con un gesto y preguntó:

—¿Puedo preguntarle, señor, cómo está su familia? —Charles llevaba el brazalete negro de rigor, muy visible en su chaqueta marrón. Diablo también lo llevaba, pero apenas se distinguía porque su camisa era negra. Honoria se inclinó y le tendió la mano—. Desde que estoy en la ciudad no he visto a sus hermanos.

—Están… —Charles dudó—. Están bien, creo. —La miró a los ojos—. Recuperándose de la conmoción. Pero y usted, ¿cómo está? Tengo que admitir que me ha sorprendido verla aquí. Pensaba que sus planes eran otros.

—Son otros —sonrió Honoria—. Esto es sólo un acuerdo temporal. He accedido a quedarme con la duquesa madre durante tres meses. Después iniciaré los preparativos de mi viaje a África. Empiezo a pensar que será una estancia larga… Hay tanto que ver…

—¿De veras? Pues creo que en el museo hay una exposición muy interesante. Si Sylvester está demasiado ocupado para acompañarla, hágamelo saber. Como ya le dije, estoy a su servicio para todo lo que sea menester.

Honoria inclinó la cabeza mayestáticamente.

Después de prometer que daría recuerdos de su parte a la familia, Charles retrocedió un paso. Diablo puso en marcha a los caballos.

—Honoria Prudence, agotarías la paciencia de un santo.

—Tú no eres un santo —replicó ella, que había notado irritación bajo su tono amable.

—Algo que deberías tener siempre presente…

Ella contuvo un súbito escalofrío y miró al frente.

Pasaron de nuevo ante la hilera de carruajes de las grandes damas de la nobleza y Diablo puso dirección a casa. Cuando llegaron a Grosvenor Square, Honoria volvió a pensar en el objetivo de aquel día, un objetivo aún no logrado.

Diablo detuvo el birlocho ante la puerta. Lanzó las riendas a Sligo, se apeó y ayudó a Honoria, que no recuperó el aliento hasta llegar al porche. Una vez allí, decidió que no era lugar para discusiones.

La puerta se abrió, ella entró y Diablo la siguió. En el vestíbulo, además de Webster, se encontraba Lucifer.

—Has llegado pronto.

Honoria miró a Diablo sorprendida por el tono de desaprobación que había captado en su voz. Lucifer arqueó las cejas, asombrado, pero sonrió encantadoramente mientras se inclinaba para besar su mano.

—Considéralo una compensación por mi ausencia del otro día —dijo, enderezándose y mirando a Diablo.

¿Por su ausencia del otro día? Honoria miró a Diablo.

—Deberás disculparnos, querida. —La expresión de Diablo Cynster era insondable—. Tenemos que tratar asuntos de negocios.

¿Negocios? Mentira. Honoria buscó alguna razón para quedarse con ellos pero no la encontró. Se tragó un juramento e inclinó la cabeza, primero a su némesis y luego al primo de este. Por fin, se volvió y empezó a subir la escalera.

—No querría hablar de lo que resulta evidente, pero no estamos avanzando nada. Este fracaso me exaspera.

Las palabras de Gabriel fueron recibidas con un gruñido general de asentimiento. Los seis primos se encontraban reunidos en la biblioteca de Diablo, repantigados en los asientos con sus largos brazos y piernas extendidos en diversas posturas.

—Por lo que a mí se refiere —intervino Veleta—, me gustaría tener algún fracaso del que informar, pero el viejo Mick se ha largado.

—¿Quieres decir que se ha marchado de Inglaterra?

—Eso me ha dicho Charles. —Veleta se quitó una mota de polvo de los pantalones—. Fui a la casa que ocupaba Tolly y descubrí que ya estaba alquilada de nuevo. Según el propietario, que vive en el piso de abajo, Charles se presentó al día siguiente del funeral. Mick no estaba enterado de lo ocurrido. Quedó conmocionado.

—Siempre ha estado con la familia —dijo Richard, tras soltar un silbido—. Estaba entregado por completo a Tolly.

—Yo pensaba que Charles se lo habría dicho con antelación para que pudiese asistir al funeral, pero debía de estar más afectado de lo que creíamos. Según el propietario, Mick salió de la casa demudado. Según Charles, se vio tan afectado por la muerte de Tolly que decidió marcharse de Londres y volver con su familia de Irlanda.

—¿Sabemos el apellido de Mick? —preguntó Harry, suspicaz.

—O’Shannessy —respondió Richard.

—¿Sabemos dónde vive su familia? —inquirió Diablo con ceño.

Veleta negó con la cabeza.

—Dentro de una semana tengo que ir a Irlanda a comprar unas yeguas. Intentaré encontrar a nuestro Mick O’Shannessy.

—Bien, hazlo —asintió Diablo. Sus facciones se endurecieron—. Y cuando lo encuentres, aparte de hacerle preguntas, averigua si Charles saldó cuentas con él. Si no lo hizo, encárgate de ello y mándame las facturas.

Harry asintió.

—Y dicho sea de paso —añadió Veleta—, el hombre de Charles, Holthorpe, también ha partido hacia campos más verdes. Se ha marchado a América.

—¿América? —exclamó Lucifer.

—Al parecer, había ahorrado lo suficiente para ir a visitar a su hermana. Cuando Charles regresó de Somersham, Holthorpe ya no estaba. El nuevo hombre de Charles tiene menos presencia que Sligo Se llama Smiggs.

—Seguro que le servirá bien —se mofó Harry.

—¿Y ahora? ¿Dónde buscamos? —preguntó Lucifer tras un momento.

—Seguro que hay algo que se nos ha pasado por alto —intervino Diablo, con el entrecejo fruncido.

—Y ni el diablo sabe lo que es —dijo Veleta con una sonrisa torcida.

—Desgraciadamente no —gruñó Diablo—. Pero si Tolly se había tropezado con el secreto ilegal o escandaloso de alguien, nosotros también podríamos descubrirlo si nos empleáramos a fondo.

—Y también descubriríamos de quién es ese secreto —añadió Gabriel con severidad.

—Puede ser cualquier cosa —dijo Lucifer—. Algo que Tolly oyera por la calle o un chisme estúpido que le contasen en un baile.

—Precisamente por eso tenemos que ampliar el alcance de nuestra búsqueda. En algún lugar tiene que haber algo, hay que seguir rastreando. —Diablo examinó sus rostros insatisfechos pero decididos—. No veo otra opción que la de seguir buscando.

—Tienes razón —dijo Gabriel. Se puso en pie y miró a Diablo a los ojos al tiempo que en sus labios se dibujaba una leve sonrisa—. Ninguno ha pensado en desertar.

Los demás asintieron. Luego se marcharon sin prisa, con impaciencia contenida en los ojos. Diablo se volvió hacia la biblioteca y dudó. Con el entrecejo fruncido, movió la cabeza.

—Webster…

—Creo que la señorita Anstruther-Wetherby está en el salón del piso de arriba, su alteza.

Diablo asintió y se dirigió a las escaleras. Le irritaban los escasos progresos que habían hecho sus primos, pero el deseo de Honoria de involucrarse en la investigación todavía lo irritaba más. Seducirla ya era bastante difícil sin esa complicación añadida. Al llegar al piso de arriba, sonrió malévolamente. Había muchas maneras de frustrar los designios de alguien, por más rebelde y peligroso que ese alguien fuera.

La puerta de la sala se abrió en silencio. Honoria se paseaba delante de la chimenea. No lo había oído entrar y murmuraba algo para sí. Cuando se acercó. Diablo la oyó decir «justicia» y «bestia terca».

Honoria levantó la vista y se sobresaltó. Diablo la tomó por los codos y la atrajo hacia él, apartándola de la lumbre.

Alterada, Honoria le dio un empujón. Él la soltó al momento, pero el temblor interior no cesó. Furiosa por distintos motivos, se puso en jarras y gritó:

—¡No vuelvas a hacerlo! —Se apartó un rizo de la cara—. ¿Nadie te ha enseñado que no está bien espiar a las personas?

—Yo no te espiaba. —La expresión de Diablo no se endureció—. No me has oído, eso es todo. Estabas tan absorta en repetir tu discurso…

Honoria parpadeó y su mente le recomendó cautela.

—Ahora estoy aquí. ¿Por qué no lo pronuncias? —La sugerencia era cualquier cosa menos alentadora. Diablo arqueó las cejas—. Por otro lado, tal vez te interese saber lo que me han contado mis primos.

Honoria estaba acumulando tanta bilis que se sentía a punto de estallar. En las palabras de Diablo había cierto tono de amenaza. Si soltaba la diatriba que llevaba una hora ensayando, no se enteraría de las últimas novedades de la investigación. Notó una punzada en la sien.

—Muy bien, dime lo que habéis descubierto.

Diablo señaló la

chaise, esperó a que se sentara y él lo hizo en la esquina opuesta.

—Lamentablemente y pese a los considerables esfuerzos realizados, no hemos descubierto nada. Tampoco sabemos qué puso a Tolly camino de Somersham.

—¿Nada? —Honoria estudió su rostro. No vio evasivas en sus ojos—. ¿Dónde buscasteis y qué?

Diablo se lo contó. Ella escuchó el curso de sus investigaciones. Aunque estaba segura de que él no mentía, se preguntó si le estaría diciendo toda la verdad. Ella le hizo preguntas y sus respuestas fueron coherentes.

—Y ahora ¿qué?

—Ahora —dijo él al tiempo que se oía el distante gong que anunciaba la cena— seguiremos buscando. —Se puso en pie y explicó que se centrarían en encontrar el secreto de alguien—. Hasta que tengamos alguna pista, no podemos hacer nada más.

Honoria no estaba tan segura de eso. Permitió que la ayudara a ponerse en pie y dijo:

—Tal vez si…

Él le levantó la barbilla con un dedo.

—Te mantendré informada de todo, Honoria Prudence —la interrumpió.

Al pronunciar su nombre, su voz sonó más profunda. Subyugada Honoria vio que el color de sus ojos cambiaba y que un centelleo rasgaba las profundidades de estos. La mirada de Diablo se posó en sus labios y ella notó que se le ablandaban y se separaban al tiempo que le pesaban los párpados.

—Oh… —Jadeante, apartó la barbilla de su dedo y se apartó a un lado, con la mirada en la puerta—. Será mejor que vaya a cambiarme.

Él arqueó una ceja pero, aparte del gesto y de una irónica mirada, no hizo el menor comentario. La acompañó hasta la puerta y le franqueó la salida. Ella no comprendió lo ocurrido hasta pasada media hora, cuando estaba sentada delante del espejo con Cassie, su doncella.

Diablo le había contado lo que habían descubierto: nada. Había prometido tenerla al día de lo que averiguaran. Honoria se dio cuenta de que eso significaba que lo haría cuando ya hubieran actuado. Y aún más revelador: había impedido que ella se ofreciera a ayudar para no tener que negarse y dejar claro que todavía no le estaba permitido involucrarse en serio.

Cuando entró en el salón, había recuperado el aplomo y fue capaz de mirarlo a los ojos con serenidad. Honoria se mostró distante toda la cena, pendiente de la conversación sólo de vez en cuando mientras su mente se centraba en fraguar una estrategia para investigar por su cuenta.

Todavía no habían descubierto nada útil, así que podía empezar por donde quisiera. Y por lo que se refería a las anticuadas ideas de su alteza, estaba segura de que, cuando descubriera ese secreto vital, ya no podría mantenerla apartada del asunto. No podría porque Honoria no se lo diría hasta que fuera demasiado tarde para excluirla de la misión.

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