Diablo

Diablo


Capítulo 11

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—Si Tolly se enteró de algo, algo que lo puso en camino hacia ti, tuvo que hacerlo después de haber cenado esa noche con la familia. ¿Qué pudo ser?

Honoria alzó la mirada y vio que Diablo hacía una mueca y la observaba con los labios apretados y los ojos pensativos.

—El criado de Tolly se marchó a Irlanda antes de que pudiéramos hablar con él. El sabrá si Tolly estaba alterado o no cuando volvió a casa. —Honoria abrió la boca—. Y sí, lo vamos a localizar. Demonio ha ido hacia allí.

Honoria miró a su alrededor y vio muchas doncellas e institutrices con los niños y las jóvenes a su cargo en el césped.

—¿Dónde estamos? —quiso saber.

—En el jardín de infancia. Los rododendros ocultan a las contentas madres y amortiguan sus voces. —Giró para regresar hacia el paseo cuando un fuerte grito rompió el silencio.

—¡Diablo!

Todas las cabezas se volvieron con expresión de desaprobación en el rostro, Diablo se volvió justo a tiempo de coger a Simón que se lanzaba contra su primo.

—¡Hola! No esperaba verte aquí —le dijo Diablo—. Saluda a Honoria Prudence.

Simón se apresuró a obedecerlo. Honoria sonrió y se fijó en las rosadas mejillas del chico y en sus brillantes ojos, maravillada de la elasticidad de los jóvenes. Entonces vio que dos mujeres, las gemelas, Henrietta y la pequeña Mary aparecían corriendo detrás de Simón. Diablo le presentó a la señorita Hawlings, que era la niñera de las pequeñas y a la señorita Pritchard, que era la institutriz de las gemelas.

—Tenemos que aprovechar mientras hace buen tiempo —explicó la señorita Hawlings—. Las lluvias y la niebla llegarán enseguida.

—Efectivamente —corroboró Honoria, mientras Diablo se llevaba aparte a Simón. Sólo podía imaginar el tema de la conversación. Tras verse dejada de lado con la niñera y la institutriz (¿o Diablo lo había hecho para distraerla?), se dedicó a intercambiar frases corteses con ellas con una facilidad que procedía de largos años de práctica. No se le escapó la expresión expectante en los ojos de las gemelas, que iban de ella a Diablo y de nuevo a ella, y agradeció que no hicieran preguntas.

El sol encontró una rendija entre las nubes y brilló. Las gemelas y Henrietta se sentaron a confeccionar collares de margaritas. La pequeña Mary, con unos dedos demasiado rollizos para coger los finos tallos, se sentó en la hierba junto a sus hermanas y con sus grandes ojos azules estudió primero a las tres mujeres que charlaban a su lado y luego a Diablo, que seguía hablando con Simón. Tras una larga y observadora mirada, cogió su muñeca, se puso en pie y se acercó a Honoria.

Esta no la vio hasta que sintió una manita que se deslizaba entre las suyas. Sobresaltada, miró hacia abajo y vio que Mary la observaba y sonreía, confiada y contenta. La niña le agarró la mano con fuerza y, mirando a sus hermanas, se apoyó en las piernas de Honoria.

Honoria necesitó todos sus años de práctica para no perder el aplomo, mirar de nuevo a las mujeres y continuar la conversación como si no hubiese ocurrido nada, como si no hubiese una mano blanda y tibia en la suya, como si no sintiese un leve peso apoyado en las piernas, una suave mejilla presionada contra su muslo. Por suerte, ni la institutriz ni la niñera la conocían por lo que no notaron que su rostro estaba extrañamente inexpresivo.

Entonces se acercó Diablo con una mano en el hombro de Simón. Vio a Mary y miró a Honoria, que permaneció impasible bajo sus interrogadores y penetrantes ojos verdes. Luego, él miró hacia abajo y tendió una mano a la niña, que soltó la de Honoria y agarró la suya. Diablo la tomó en brazos y la pequeña apoyó la cabeza en su hombro.

Honoria respiró hondo y miró a Mary. Las emociones que la invadieron, la necesidad y el deseo punzante que sintió y que ahogaron todo su miedo, le dejaron mareada.

Diablo dijo que tenían que marcharse, y se despidieron. Cuando la señorita Hawlings se volvió, llevando a Mary en brazos, la pequeña movió su regordeta manita para saludarlos.

Honoria sonrió y le devolvió el gesto.

—Vamos, seguro que a estas horas Sligo ya nos está buscando.

Honoria se volvió y Diablo le tomó la mano y la posó en su brazo dejando sus dedos cálidos y fuertes sobre los de ella. A Honoria, el contacto le resultó reconfortante y turbador a la vez y, frunciendo el ceño, intentó controlar sus emociones. Caminaban deprisa hacia la avenida principal, por donde pasaban los carruajes.

—Como institutriz, ¿has tenido alguna vez niños pequeños a tu cargo? —preguntó Diablo cuando ya llegaban al birlocho.

—Como institutriz siempre me he ocupado de muchachas que al cabo de un año serán presentadas en sociedad. Si en la casa había niños pequeños, tenían otra empleada que se ocupaba de ellos.

Diablo asintió y luego miró al frente.

Durante el camino de regreso a Grosvenor Square, Honoria tuvo tiempo de poner en orden sus pensamientos. Aquella salida había resultado inesperadamente productiva.

Había corroborado la teoría de lady Osbaldestone acerca de que la fuerza suficiente para influir en Diablo, incluso en algo que a él no le gustaba como era que se involucrase en la investigación de la muerte de Tolly. También confirmó que quería tener un hijo suyo. De todos los hombres, él tenía que ser el compañero más cualificado para una mujer que sufría un miedo como el de ella. Y sí, lo quería, por arrogante y tirano que fuese, rendido a sus pies.

Del discurso de lady Osbaldestone todavía le quedaba algo por verificar aunque él, desde el principio, le había dejado claro que se casaba con ella para llevársela a la cama. ¿Era eso pasión? ¿Era eso lo que había entre los dos?

Desde su interludio en la terraza de La Finca no le había vuelto a dar la oportunidad de atraerla hacia él y Honoria había hecho todo lo posible por olvidarse de las ganas de darle placer. Sin embargo, durante los últimos tres días, su interés había vuelto a avivarse.

Webster les abrió la puerta y Honoria entró:

—Si tenéis un momento, su alteza, hay algo que quiero comentar con vos.

Con la cabeza muy alta, Honoria se dirigió a la biblioteca. Un criado corrió a abrirle la puerta. Entraba en la guarida del diablo.

Diablo la vio alejarse con expresión insondable. Luego tendió los guantes a Webster y le dijo:

—Sospecho que no quiero ser molestado.

—Por supuesto, su alteza.

Con un gesto. Diablo indicó al criado que se marchara. Entró en la biblioteca y cerró la puerta a sus espaldas.

Honoria estaba junto al escritorio haciendo tamborilear los dedos en la madera. Oyó la puerta cerrarse y se volvió. Diablo se acercaba a ella muy despacio.

—Quiero que hablemos de la probable reacción de la nobleza cuando sepa que no voy a casarme contigo. —Aquel tema de conversación le pareció lo bastante incitador.

—¿De eso es de lo que quieres que hablemos? —Diablo enarcó las cejas.

—Sí. —Honoria frunció el ceño al ver que Diablo no había detenido su avance—. Es inútil cerrar los ojos al hecho de que ese resultado levantará una considerable polvareda. —Se volvió para pasear, tan despacio como él, a lo largo del escritorio—. Sabes perfectamente bien que eso no sólo te afectará a ti sino a toda tu familia. —Miró por encima del hombro y lo vio cerca de ella, siguiendo sus pasos. Continuó caminando y añadió—: No es sensato que dejemos que se cree tanta expectación.

—¿Y qué sugieres que hagamos?

Bordeando la mesa, Honoria siguió caminando a la chimenea.

—Podrías dar a entender que no hemos llegado a un acuerdo.

—¿Con respecto a qué?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Pensaba que tenías imaginación suficiente para inventar algo —respondió, mirándolo por encima del hombro.

—¿Por qué? —Diablo la miró a los ojos.

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué tendría que inventar algo?

—Porque… —Con un gesto vago, Honoria caminó hacia una esquina de la habitación, se detuvo y miró los libros que quedaban a la altura de sus ojos—. Porque es necesario. —Respiró hondo, cruzó mentalmente los dedos y se volvió—. Porque no quiero que nadie quede en ridículo por culpa de mi decisión.

Tal como esperaba. Diablo ya no estaba a dos metros de distancia. La miraba fijamente a pocos centímetros de su rostro.

—Yo soy el único que corre el riesgo de quedar en ridículo delante de la nobleza —dijo.

Honoria lo miró evidentemente enfadada, intentando olvidarse que estaba atrapada.

—Sin lugar a dudas, eres el hombre más arrogante, presumido y…

Diablo entrecerró los ojos y Honoria contuvo el aliento.

—¿Has terminado?

La pregunta fue formulada en un tono casual. Diablo levantó la vista y la miró a los ojos. Honoria asintió.

—Bien. —Diablo fijó la vista en sus labios y la tomó por la barbilla. Luego inclinó la cabeza.

Honoria cerró los ojos y, en el momento en que los labios de él se posaron sobre los suyos, se agarró con fuerza a las estanterías que tenía a su espalda, reprimiendo la sensación de triunfo. Lo había seducido y él ni siquiera se había dado cuenta de que había mordido el cebo.

La emoción de la victoria se mezcló con la emoción que el beso le produjo. Honoria abrió los labios, deseosa de experimentar de nuevo el placer que había descubierto en sus brazos. Diablo se movió y a ella le pareció que soltaba un gruñido. Por un instante, presionó su cuerpo contra el de ella al tiempo que, con sus labios, obligaba a los de Honoria a abrirse más y su lengua la saboreaba ávidamente. La repentina oleada de deseo la sorprendió. Él la frenó de inmediato, volviendo a un lento y uniforme expolio cuyo objetivo era acabar con cualquier resistencia de Honoria.

Aquel instante de sensaciones nuevas y primitivas estimularon a Honoria a conocerlas, a experimentarlas de nuevo. Quería aprender más. Apartó las manos de las estanterías y las deslizó bajo la chaqueta de Diablo. El chaleco le protegía el pecho y, por fortuna, los botones eran grandes. Con los dedos ocupados, ladeó la cabeza para recibir su beso. Sus labios se movieron y luego se cerraron. Después, primero de modo vacilante y luego con mayor confianza, le devolvió el beso. Había pasado mucho tiempo desde que Diablo la besara por última vez.

Diablo lo sabía y estaba tan ávido, tan atrapado en el sabor embriagador de Honoria, que tardó varios minutos en advertir que ella respondía. No lo hacía pasivamente, permitiendo sencillamente que él la besara; no sólo le ofrecía sus labios y su dulce boca: lo estaba besando. Lo besaba sin experiencia, tal vez, pero con la misma determinación y franqueza que caracterizaban todo lo que hacía.

Al advertirlo, Diablo se detuvo. Ella se acercó y su beso se volvió más profundo. Él lo notó, aceptó todo lo que ella le ofrecía e inclinó la cabeza codiciosamente esperando más. Entonces notó que las palmas de Honoria estaban sobre su pecho. Con las manos abiertas y los dedos separados, recorría los firmes músculos, y el fino algodón de la camisa no suponía ninguna barrera a sus caricias.

Honoria lo estaba encendiendo. De repente, Diablo se enderezó e interrumpió el beso. No sirvió de nada. Honoria posó las manos en sus hombros y lo atrajo hacia sí. No se supo quién inició el siguiente beso. Con un gemido. Diablo tomó todo lo que ella le ofrecía y la abrazó posesivamente. ¿Sabía Honoria lo que estaba haciendo?

Su vehemencia, la presteza con que se apretaba contra él, sugerían que había olvidado todas las normas de conducta propias de una doncella que hubiese aprendido. También sugerían que había llegado el momento de estrechar más el abrazo. Dejando de lado el control, Diablo la besó profundamente, con avidez y voracidad, dejándola deliberadamente sin aliento. Alzó la cabeza y la llevó hacia un sillón que había ante la chimenea. La tomó de la mano, se desabrochó los dos últimos botones del chaleco y se sentó. Luego la miró enarcando una ceja.

En medio de un torbellino de emociones y con su mano en la de él, Honoria leyó la pregunta en sus ojos. Ya se la había formulado antes, quería saber cuán mujer era. Al respirar hondo, los pechos de Honoria se hincharon. Luego se sentó en sus rodillas y puso las mano sobre su tórax, abriéndole el chaleco.

El tórax de Diablo se expandió bajo las caricias de aquellas manos y sus labios se encontraron con los suyos al acomodarla sobre su regazo. Un huidizo pensamiento llenó la mente de Honoria: ya había estado allí antes, de aquella manera. Lo desechó de inmediato porque le pareció absurdo. Nunca habría olvidado la sensación de ser rodeada por él, con sus muslos duros debajo de su cuerpo, sus brazos una jaula a su alrededor, su pecho un muro fascinante de músculos. Honoria presionó las manos contra ellos y los acarició. Las manos de Diablo en su espalda la instaban a acercarse más, y sus pechos rozaron su tórax. Luego él cambió el ángulo del beso y Honoria quedó tumbada sobre uno de sus brazos.

Las características del beso cambiaron de inmediato, y la lengua de Diablo se deslizó sensualmente sobre la de ella, invitándola a una caricia más profunda. Honoria respondió a aquel juego íntimo de tira y afloja, de sensaciones evocadoras y toscas, de un deseo que aumentaba cada vez más. Cuando la mano de Diablo se cerró sobre su pecho, ella arqueó la espalda. Los largos dedos encontraron el pezón y describieron provocadores círculos a su alrededor antes de tomarlo en una firme caricia que encendió aún más el deseo de ella.

Sin embargo, la mano la abandonó y, con los labios atrapados en los de él, Honoria estaba pensando en apartarse a modo de protesta cuando notó que su corpiño se abría. Al cabo de un instante. Diablo deslizó la mano bajo la sarga y la apoyó sobre su pecho.

El calor la abrasaba, y mientras los dedos de él se cerraban y la acariciaban, su pecho se hinchó. Honoria intentó interrumpir el beso para recuperar el aliento, pero él se negó a soltarla y en vez de eso intensificó la caricia y empezó a desatar las cintas de seda de su camisa. Mareada, con las emociones arremolinadas, Honoria sintió que las cintas se abrían, la seda se movía y la mano de Diablo acariciaba su piel desnuda, despacio y con voluptuosidad.

La invadió una dulce fiebre y todos sus sentidos parecieron concentrarse en el lugar que él acariciaba. Con cada recorrido explorador de sus dedos, Diablo sabía un poco más de ella.

Diablo interrumpió el beso embriagador para mover ligeramente la espalda y dedicar sus atenciones al otro pecho. Honoria respiró hondo, temblorosa, pero mantuvo los ojos cerrados y no protestó. Con los labios curvados, él le dio lo que quería. Su piel era suave como el raso, exuberante al tacto. Mientras la acariciaba, notó cosquillas en la punta de los dedos y la palma le ardió al tocarle el pecho. La estatura de Honoria falseaba su redondez; cada pecho llenaba las manos de Diablo produciéndole una intensa satisfacción erótica. Lo único que lamentaba era no poder ver lo que sus dedos tocaban, ya que el vestido de Honoria era demasiado rígido y entallado para poder apartar el corpiño.

Diablo volvió a concentrarse en el otro pecho. Bajo las pestañas, los ojos de Honoria brillaban.

—Te deseo, dulce Honoria —le dijo en tono anhelante, mirándola fijamente—. Quiero verte desnuda, extendida bajo mi cuerpo.

Honoria no pudo controlar el estremecimiento que la recorrió por completo. Con los ojos atrapados en los suyos, intentó recuperar el aliento y serenar su mareada cabeza. Los rasgos del rostro de Diablo eran penetrantes y en sus ojos centelleaba el deseo. Movió los dedos en torno al pezón y Honoria se sintió atravesada por un relámpago de puro placer que la hizo estremecer de nuevo.

—Puedo enseñarte muchas más cosas. Cásate conmigo y descubrirás todo el placer que puedo darte y todo el que tú puedes darme a mí.

Si Honoria necesitaba algún aviso de lo peligroso que Diablo podía ser, de lo empeñado que estaba en hacerla suya, ahí estaba, en última frase, cargada de matices posesivos. Cualquier placer que le diera, tendría que pagarlo. Pero poseerla, ¿sería para él un placer tan grande? Y, sabiendo todo lo que ya sabía, ¿debía temer que la poseyera? Con la respiración alterada, Honoria alzó una mano y la dejó resbalar sobre el pecho de Diablo. Los músculos se movieron y luego se tensaron. Aparte de un endurecimiento de sus facciones, su rostro no dio muestras de ninguna otra reacción.

Honoria sonrió intencionadamente y luego alzó la mano y le recorrió audazmente la mandíbula y el sensual contorno de los labios.

—No, creo que iré al piso de arriba.

Ambos se quedaron inmóviles, mirándose a los ojos. La voz de la duquesa llegaba desde la sala, dando instrucciones a Webster. Luego oyeron unas pisadas que pasaban ante la puerta de la biblioteca.

Con los ojos desorbitados, dolorosamente consciente de la mano posada firmemente en su pecho, Honoria tragó saliva.

—Creo que será mejor que suba —dijo. Se preguntó cuánto tiempo llevaban allí, retozando escandalosamente.

—Dentro de un minuto —contestó Diablo con una malévola sonrisa.

No fue un minuto, sino diez. Cuando Honoria subió por fin la escalera, se sentía como si flotara. Al llegar a la galería, frunció el ceño. Intuía que el placer de Diablo podía ser terriblemente adictivo y no albergaba ninguna duda sobre su sentido de la posesión. Pero ¿y la pasión? La pasión sería intensa, incontrolable, explosiva y poderosa. Hasta entonces, Diablo se había controlado. Honoria frunció más el ceño, sacudió la cabeza y se dirigió a la sala matinal.

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