Diablo

Diablo


Capítulo 12

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Una locura que devastó a Honoria, abofeteando sus sentidos, arrancándola de la realidad. Sólo su furia y una visión intuitiva de su ira le permitieron resistir. Los labios de Diablo eran duros, urgentes, y buscaban algo que ella anhelaba darle. Sin embargo, apretó los labios bajo los de él.

Diablo la tenía abrazada con una fuerza acerada, sus brazos aprisionaban la suavidad de sus tiernas carnes con la masculina dureza de las suyas. Las sensaciones la inundaron y notó un excitante cosquilleo en la piel. Sin embargo, amparándose en su ira, mantuvo la firmeza y la utilizó como coraza.

Sus labios se movieron sobre los de ella con una poderosa y primaria llamada a sus sentidos. Honoria se aferró a la lucidez, segura sólo de una cosa: él la besaba para someterla y lo estaba consiguiendo.

Poco a poco, perdió el control de su furia y un calor familiar la invadió. Sintió que se ablandaba, que sus labios perdían firmeza y que toda su resistencia se derretía. Entonces fue presa de la desesperación. Rendirse era demasiado vejatorio.

Así las cosas, su única alternativa era el ataque. Sus manos estaban atrapadas contra su pecho; las deslizó hacia arriba, hasta las duras planicies de su rostro. Diablo se quedó inmóvil al notar sus manos y, antes de que pudiese reaccionar, ella lo había tomado por la mandíbula y lo había besado.

Tenía los labios separados y Honoria deslizó la lengua entre ellos para encontrar, desafiante, la de él. Diablo sabía a poder, a una fuerza primaria y masculina, y Honoria sintió un remolino en la mente. Él no se movió e, instintivamente, ella adentró más la lengua en su boca.

Pasión.

Una pasión que estalló en su interior, en sus sentidos, como una marea ardiente. Surgía de lo más hondo de ella, de lo más hondo de ambos, y la bañaba como una cascada de sensaciones exquisitas, de emociones profundas y arremolinadas, de pulsiones que le robaban el alma.

Honoria llevó la iniciativa unos instantes más, luego lo hizo él, con unos labios duros y un cuerpo como una jaula de acero que la aprisionaba, una jaula de la que ella ya no quería escapar. Se rindió, complaciente y dichosa; él, voraz, le robó el aliento. Con los pechos turgentes y el corazón latiéndole enloquecido, Honoria se lo robó a él.

El deseo que se encendió entre ellos ardió y estalló, con unas llamas que lamían con avidez y devoraban toda reticencia. Honoria se entregó al placer, a la excitación, al impulso que la derretía como lava volcánica.

Se restregó contra él, abiertamente seductora, moviendo las caderas a un ritmo inconscientemente implorante. Al pasar los dedos entre su abundante cabello, disfrutó de la avidez que el abrazo despertaba entre ellos, una avidez desnuda y primaria.

Sus labios se abrieron un breve instante y no se supo quién de los dos inició el beso siguiente. Se habían perdido juntos; atrapados en la vorágine, habían perdido el control y dejado atrás la cordura. El deseo se acumuló y rebosó. La premura aumentó, inexorable y compulsiva.

Un fuerte ruido los devolvió a la realidad.

Diablo alzó la cabeza, abrazándola de manera protectora al tiempo que miraba hacia la puerta. Jadeando, casi mareada, Honoria se aferró a él y, aturdida, siguió su mirada.

Del otro lado de la puerta llegaban sonidos de calamidad. Dos criadas intercambiaron recriminaciones y gemidos hasta que intervino la voz grave de Webster y las quejas cesaron. A continuación se oyó ruido de cristales rotos.

Honoria apenas podía distinguir los sonidos a causa del zumbido que notaba en los oídos. El corazón le palpitaba con fuerza y no había recuperado todavía el aliento. Con los ojos como platos, miró a Diablo y vio en su expresión, en su mirada centelleante, el mismo deseo visceral, el mismo anhelo delirante que la aprisionaba a ella. Unas llamas iluminaban la profundidad acristalada de sus ojos y encendían chispas de pasión.

Su respiración era tan jadeante como la de ella. Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos como un resorte a punto de romperse.

—No te muevas —masculló con los ojos encendidos.

Mareada, casi incapaz de respirar, a Honoria no se le ocurrió desobedecerlo. Nunca había visto tanta dureza en las facciones de Diablo, cuya mirada no se apartaba de sus ojos. Mientras luchaba contra la pasión que ella había desatado, una fuerza que amenazaba con consumirlos, Honoria no se atrevió siquiera a parpadear.

Gradualmente, muy despacio, la tensión que había crecido entre ellos remitió. Diablo entrecerró los ojos y unas largas pestañas ocultaron la tormenta que se calmaba. Luego sus músculos se destensaron y Honoria recuperó el aliento.

—La próxima vez que me hagas esto, terminarás tumbada boca arriba. —En sus palabras no había amenaza, era la constatación de un hecho.

Hedonista, imprevisible, a Honoria se le había olvidado lo desenfrenado que era. Una peculiar emoción la invadió para ser enterrada enseguida por el sentimiento de culpabilidad. Había visto el esfuerzo que le había costado a Diablo aquella ingenua táctica suya. En ambos quedaban aún rescoldos de la pasión, unos rescoldos que lamían las terminaciones nerviosas y les hacían cosquillas en la piel. Él abrió los ojos despacio y ella le sostuvo la mirada intrépidamente.

—Yo no sabía que… —dijo Honoria, acariciándole la mejilla.

Él se apartó de repente.

—No digas nada. —Los rasgos de Diablo se endurecieron y la traspasó con la mirada—. Ahora vete.

Honoria lo miró a los ojos y obedeció. Se separó de entre sus brazos, que la soltaron pero sin prisa. Con una última y vacilante mirada, se volvió y, temblorosa de pies a cabeza, lo dejó.

Los tres días siguientes fueron muy difíciles para Honoria. Aturdida, con los nervios siempre a flor de piel y un nudo en el estómago, intentó encontrar una salida a la encrucijada en que se hallaba. Disimular su estado anímico ante la duquesa madre la dejaba agotada, pero quedarse sola tampoco arreglaba las cosas ya que, en esos ratos, su mente volvía una y otra vez a lo que había visto, sentido y aprendido en la sala matutina, lo cual no hacía otra cosa que reforzar su aturdimiento.

Su único consuelo era notar que Diablo estaba tan aturdido como ella. Se miraban a los ojos pero brevemente. Cada roce, cuando él le tomaba la mano o ella se la ponía en el brazo, los hacía temblar.

Desde el principio, Diablo le había dicho que la deseaba pero ella no había entendido a qué se refería. Pero ahora ya lo sabía y, en vez de estar asustada o conmocionada, le intrigaba la profundidad física de aquel deseo. Se deleitaba en él y, en un plano absolutamente visceral, su corazón cantaba alborozado.

Todo ello la llevaba a comportarse con una cautela extrema. Mientras reflexionaba ante la ventana de su salita, alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo, sobresaltada.

La puerta se abrió y Diablo apareció en el umbral, mirándola con una ceja arqueada.

Honoria arqueó una de las suyas.

Diablo entró apretando los labios y cerró la puerta a sus espaldas. Su expresión era insondable.

—He venido a pedir disculpas.

Honoria lo miró a los ojos, segura de que la palabra «disculpas» rara vez salía de sus labios. Sus sentimientos se desbocaron para contenerse un segundo después. Notó un vacío en el estómago y, en el corazón palpitando, preguntó:

—¿Por qué?

Diablo frunció el entrecejo y endureció la expresión.

—Por haberme apropiado de la factura de Celestine. —Con eso dejaba muy claro que si ella esperaba disculpas por lo ocurrido la sala matutina, nunca las tendría.

El corazón alborotado de Honoria se entristeció. Se esforzó por esbozar una sonrisa tonta e innecesaria.

—¿O sea que me darás esa factura?

—No —dijo él con labios apretados tras estudiarle los ojos.

—¿Y por qué me pides disculpas si no vas a darme la factura?

Diablo la miró un largo instante con frustración en el rostro.

—No pido disculpas por haber pagado la factura de Celestine, sino por haber interferido en tu independencia, no era esa mi intención. Como tan correctamente has señalado, la única razón de que la cuenta hubiese llegado a mi despacho sería que fueses mi esposa y me la hubieras entregado. No pude resistirme…

Honoria se quedó boquiabierta.

—¿La firmaste imaginando que eras mi marido? —Tuvo que hacer auténticos esfuerzos para no reír.

—No, no lo imaginaba, practicaba para serlo —dijo con expresión compungida.

—Pues, por mi parte, te diré que no sirve de nada que practiques esa actividad concreta. —Se puso seria—. Mis facturas las pagaré yo, me case con vos o no.

Su vivaz «o no» quedó flotando entre ambos. Diablo se irguió e inclinó la cabeza.

—Como quieras —dijo con la mirada perdida en el paisaje del cuadro colgado en la repisa de la chimenea.

—Todavía no nos hemos puesto de acuerdo, su alteza, respecto a esa factura que pagasteis inadvertidamente.

La seriedad de Honoria y su paso al trato honorífico lo sacaron de sus casillas. Apoyó el brazo en la repisa y atrapó la mirada de Honoria.

—No creerás que voy a aceptar de ti una compensación económica, ¿verdad? Eso es pedir demasiado, ya lo sabes.

—No veo por qué —replicó Honoria arqueando las cejas—. Si hubiese sido para un amigo vuestro, una suma insignificante, le permitiríais que os lo devolviera sin problemas.

—No se trata de una suma insignificante ni eres uno de mis amigos y, por si no lo has advertido, no soy el tipo de hombre al que una mujer pueda decir que le avergüenza deber todas las puntadas que lleva en la ropa y encima pensar que le permitirá reintegrarle lo gastado en ello.

Honoria sintió que su camisa de seda se calentaba. Cruzó los brazos y alzó la barbilla. La cara de su conquistador, la dureza de sus rasgos y su férrea determinación le advertían que no hiciera concesiones en ese frente. Buscó sus ojos, sintió un picor en la piel y frunció el entrecejo.

—Eres… eres un demonio.

Diablo apretó los labios.

Honoria se alejó dos pasos, pero dio media vuelta y regresó.

—Esta situación es absolutamente impropia, ¡es abusiva!

—Las damas que juegan a dados conmigo descubren que estas situaciones suelen terminar de este modo —dijo Diablo, al tiempo que se apartaba de la chimenea y arqueaba una ceja con arrogancia.

—Yo —afirmó Honoria mirándolo a los ojos— sé lo bastante para no jugar contigo. Tenemos que llegar a un acuerdo sobre esa factura.

Diablo le sostuvo la mirada y maldijo para sus adentros. Cada vez que vislumbraba alguna salida al dilema al que había llegado por culpa de aquel desenfreno insólito y caprichoso, Honoria le cortaba el paso. Y le exigía que negociara. ¿No se daba cuenta de que ella era la asediada y él el asediador? Al parecer, no.

Desde el preciso instante en que anunció sus intenciones de casarse con ella, Honoria no había dejado de ponerle obstáculos inesperados en el camino. Él los superó todos y la había hecho huir a refugiarse en su castillo, al que de inmediato había puesto asedio. Se lanzó al asalto con tal ímpetu que ella, en una muestra de debilidad, había empezado a sopesar la posibilidad de abrirle las puertas y acogerlo… Pero Honoria le descubrió entonces aquel punto débil y había convertido su hallazgo en un arma afilada. Un arma que en aquel momento empuñaba con la obstinación propia de los Anstruther-Wetherby.

—¿Y no podemos olvidarlo? —Propuso Diablo—. Sólo lo sabemos tú y yo.

—Y Celestine.

—No va a arriesgarse a perder un valioso cliente.

—Aun en el caso de…

—¿Puedo sugerir —la interrumpió— que, dadas las circunstancias que existen entre tú y yo, dejes convenientemente de lado el asunto de esta factura y que lo decidamos cuando hayan pasado los tres meses? Cuando seas mi duquesa, podrás olvidarlo convenientemente.

—No he aceptado casarme contigo.

—Aceptarás.

Honoria notó el tono de decreto que había en su voz. Miró el rostro pétreo de Diablo y arqueó una ceja.

—No puedo aceptar una proposición de la que apenas hemos hablado.

Los conquistadores no pedían las cosas con cortesía, su instinto era adueñarse de lo que deseaban, y cuanto más importante fuese lo que deseaban más poderoso era su ataque. Diablo la miró a los ojos, calmado y a la espera, y descifró el sutil desafío que brillaba en ellos, su terquedad habitual en la inclinación de la barbilla. Oh, cuánto deseaba aquel trofeo…

Respiró hondo y luego se acercó y le tomó una mano. Con los ojos clavados en los suyos, le rozó los labios con la punta de los dedos.

—Mi querida Honoria Prudence, ¿quieres hacerme el honor de convertirte en mi esposa, en mi duquesa? —Hizo una pausa, y luego, premeditadamente, añadió—: ¿En la madre de mis hijos?

Ella desvió la mirada. Diablo puso un dedo debajo de su barbilla y la obligó a volverse hacia él.

—Todavía no lo he decidido —respondió Honoria tras un breve titubeo. Quizás él no fuera capaz de mentir, pero ella sí; sin embargo, Diablo era una fuerza demasiado potente para rendirse sin estar absolutamente segura de querer hacerlo. Necesitaba unos días más para sopesar aquel enlace.

Él le sostuvo la mirada y entre ellos vibró la pasión.

—No tardes mucho.

Esas palabras, pronunciadas en voz baja, podían ser una advertencia o una súplica. Retiró el dedo de la barbilla de Honoria y ella, al sentirse libre, la levantó.

—Si me caso contigo, quiero asegurarme de que no vaya a ocurrir un incidente similar al actual contratiempo.

—Ya te he dicho que no soy tonto. —Los ojos de Diablo brillaban—. Y no me gusta torturarme.

Despiadada, Honoria reprimió una sonrisa.

La expresión de Diablo cambió y le tomó una mano.

—Ven, salgamos a pasear en el birlocho.

Ella se mantuvo firme. Se topó con sus exasperados ojos y trató de no notar la calidez, la fuerza seductora de sus dedos y la palma de la mano que agarraban la suya.

—Una cosa más. La muerte de Tolly…

—No permitiré que te involucres en la búsqueda de ese asesino —dijo Diablo, con firmeza.

—Yo no intervendría directamente en la búsqueda de pistas si tú y tus primos me contarais lo que vais descubriendo. —Lo miró a los ojos y sintió aturdimiento, aunque sin calor. Había agotado todos los caminos que se le habían abierto. Para seguir adelante necesitaba que él colaborase.

Diablo frunció el entrecejo y desvió la mirada. Ella empezaba a preguntarse en qué estaría pensando cuando él anunció:

—Aceptaré pero con una condición.

Honoria arqueó las cejas.

—Que me prometas que nunca, bajo ningún concepto, irás personalmente en busca del asesino de Tolly.

Ella se apresuró a asentir. Sus posibilidades de toparse con un delincuente se veían muy limitadas por el código social. Su contribución a la investigación tendría que ser principalmente deductiva.

—¿Y qué ha descubierto, pues, Lucifer?

—No puedo decírtelo. —Diablo apretó los labios. Honoria se puso rígida—. He dicho que no puedo decírtelo, no que no quiera decírtelo.

—¿Por qué no puedes? —repuso ella, enojada.

Él estudió su rostro y luego miró sus manos entrelazadas.

—Porque lo que Lucifer ha descubierto arroja una sombra más que sospechosa sobre un miembro de la familia; probablemente, el propio Tolly. De momento, la información de Lucifer sólo es un rumor, no hemos podido comprobarlo todavía. —Diablo estudió aquellos delgados dedos entrelazados con los suyos, le apretó la mano con fuerza y alzó la mirada—. Sin embargo, si Tolly estuvo implicado, eso apuntaría a que alguien, capaz de ese acto o de ordenarlo, deseaba su muerte.

—Es algo deshonroso, ¿verdad? —Honoria vio una expresión de fastidio en su rostro y pensó en Louise Cynster.

—Terriblemente deshonroso —asintió Diablo, despacio.

Ella respiró hondo y notó que Diablo la conducía hacia la puerta.

—Vamos, necesitas que te dé el aire —ordenó. Le lanzó una mirada y luego, entre dientes, reconoció—: Y yo también.

Honoria sonrió y se dejó llevar. Su falda era demasiado fina pero en el vestíbulo se pondría la pelliza. Había conseguido que Diablo le hiciera ciertas concesiones y podía permitirse ser magnánima. Hacía buen día y sentía el corazón ligero. Su conquistador había llegado al límite de sus fuerzas.

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