Diablo

Diablo


Capítulo 25

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—Pero… —Honoria retrocedió y contempló la cabaña, los gruesos medios troncos de las paredes y las robustas vigas bajo los aleros—. Tenéis suficiente leña; no necesitáis los muebles de Keenan.

—Honoria, esos muebles son míos.

—¿Cómo sabes que él no los utiliza? —insistió ella con una mirada testaruda. Diablo apretó los labios. Honoria levantó la barbilla—. Sólo llevará un par de minutos sacarlos. Podemos usar las sábanas para taparlos y que Keenan venga a buscarlos más adelante.

Diablo levantó las manos con exasperación y volvió a entrar en la cabaña.

—Está bien, está bien, pero debemos darnos prisa.

Cuando Diablo se lo dijo a Veleta, este se limitó a mirarlo fijamente, pero no protestó. Sacaron las piezas más pesadas entre los dos; Honoria recogió los objetos más pequeños en cestas y baldes. Harry y Lucifer regresaron y contemplaron la escena con incredulidad. Honoria se apresuró a reclutar a Lucifer; Harry se escabulló con el pretexto de que iba a buscar los caballos de Diablo y Veleta para colocarlos al otro lado de la cabaña, contra el viento.

Mientras Richard y Gabriel aflojaban las junturas, el montón de posesiones de Keenan creció. Finalmente, Harry, a quien Honoria había cazado por fin y enviado a despejar el establo, volvió con un viejo hule y un quinqué polvoriento. Puso el quinqué sobre los muebles y lo cubrió todo con el hule.

—¡Ya está! —dijo y se volvió hacia Honoria, no desafiante o irritado, sino con esperanza—. Ya puedes sentarte. Sal de en medio.

Sin darle tiempo a replicar. Lucifer sacó la gran silla tallada de debajo del hule, cogió el cojín con borlas y lo ahuecó. Con un carraspeo enojado, lo depositó en el asiento y le dedicó una reverencia, ligera pero algo histriónica.

—Su silla, alteza. Tome asiento, por favor.

¿Qué podía decir Honoria?

Su leve titubeo resultó demasiado para Gabriel, que intervino para devolverle el hacha a su hermano.

—¡Por el amor de Dios, Honoria, siéntate, antes de que nos vuelvas locos a todos!

Honoria le dedicó una mirada altiva y, extendiendo la falda con gesto regio, se sentó. Casi pudo escuchar el suspiro de los dos hombres.

Desde ese momento no volvieron a prestarle atención, mientras permaneció en la silla. Cuando se levantó y dio unos pasos para estirar las piernas, se vio frenada por sus miradas ceñudas, y tuvo que volver al asiento.

Echaron abajo la cabaña con rapidez y eficacia. Honoria lo observó todo desde su regio estrado. El surtido de torsos masculinos desnudos, brillantes de sudor honrado, cuyos músculos se hinchaban y vibraban en su esfuerzo contra vigas y marcos, resultaba revelador, por decir poco, pero le sorprendió descubrir que la atracción que le suscitaba tal visión estaba extremadamente reducida.

Sólo le afectaba el pecho al aire de su esposo; esta visión sí que conservaba la capacidad de transfigurarla, de hacer que, de pronto, se le secara la boca. Era algo que no había cambiado en aquellos seis meses.

Pocas cosas, aparte de esa, eran igual que entonces entre ellos. El hijo que crecía en su seno llevaría los cambios un paso más, al inicio de su rama de la familia. Sería el primero de una nueva generación.

Cuando hubieron encendido el fuego. Diablo fue hasta ella. Honoria lo miró y sonrió entre lágrimas.

—Es el humo, nada más —dijo ella en respuesta a su mirada.

Con un súbito estruendo sibilante, las llamas surgieron entre el techo hundido. Honoria se levantó; Diablo volvió a poner la silla debajo del hule y la cogió de la mano.

—Es hora de volver a casa.

Ella se dejó conducir. Richard y Lucifer se quedaron para asegurarse de que el fuego se apagaba. Harry se marchó a dejar libre el caballo de Charles. Los demás volvieron por el bosque, cabalgando entre las sombras alargadas. Honoria, delante de Diablo, se apoyó en su pecho y cerró los ojos.

Estaban a salvo y volvían a casa.

Horas más tarde, sumergida hasta la barbilla en la bañera ducal y relajada por los vapores perfumados, Honoria oyó unos repentinos ruiditos, como de ratones. Entreabrió los ojos y vio que Cassie se escabullía del baño y cerraba la puerta.

En otras circunstancias, eso la habría irritado, pero esta vez estaba demasiado cansada. Minutos después, se aclaró el misterio: Diablo se metió en la bañera, en la que cabían los dos holgadamente. Él mismo la había encargado especialmente.

—¡Ahhh!

Diablo se sumergió en el agua, cerró los ojos y se recostó en la pared de la bañera. Honoria lo contempló y vio las arrugas que el cansancio había marcado en su rostro.

—Tenía que suceder… —murmuró.

—Lo sé —respondió él con un suspiro—. Pero Charles era un miembro de la familia. Habría preferido que todo se desarrollara de otra manera.

—Has hecho lo que debías. Si se hubieran conocido sus tejemanejes, la vida de Arthur y la de Louise habrían quedado arruinadas, como las de Simón, las gemelas y los demás: habrían tenido que soportar comentarios toda su vida. La sociedad nunca es justa. —Honoria habló con calma, dejando que la verdad calara en él y lo tranquilizara—. Supongo que, tal como han sucedido las cosas, todo quedará en que Charles ha desaparecido.

—Inexplicablemente. —Al cabo de un momento. Diablo añadió—: Veleta esperará unos días; luego despedirá a Smiggs. La desaparición de Charles desconcertará a la familia y se convertirá en un misterio insoluble. Sus cenizas quedarán enterradas en el bosque donde murió Tolly. Que su alma encuentre alguna paz, si puede.

—Tenemos que contarle la verdad a Arthur y Louise —apuntó ella con gesto sombrío.

—Humm… —Diablo entrecerró los ojos—. Más adelante.

Cogió el jabón y se lo ofreció a Honoria. Ella parpadeó y lo aceptó. Con una suave sonrisa, se incorporó de rodillas entre las piernas flexionadas de él y se dedicó a uno de sus pasatiempos favoritos: enjabonarle el pecho y limpiar su espléndido cuerpo. Se apresuró a formar abundante espuma sobre la rizada mata de vello de su torso y extendió las manos sobre él, acariciando sus poderosos músculos y esculpiendo amorosamente los hombros y los brazos.

«Te quiero, te quiero», repitió mentalmente la letanía. Dejó que sus manos pronunciaran las palabras, dieran voz a la música, impregnaran con su amor cada contacto, cada caricia. Él movió las suyas en respuesta y recorrió sus curvas, tomando posesión de cada una de ellas sin prisa, orquestando un acompañamiento a su canción.

Sólo una vez le había permitido a Honoria utilizar el jabón con ella… y la habitación había quedado completamente inundada. Para su asombro y placer. Diablo demostraba tener más dominio de sí mismo que ella.

Una mano grande y poderosa se extendió sobre su vientre levemente redondeado. Honoria captó el brillo de sus ojos verdes y esbozó una mueca:

—Tú lo sabías.

Él levantó una ceja en su típico ademán arrogante y curvó lentamente los labios.

—Esperaba a que tú me lo dijeras.

—Mañana es el día de San Valentín. Te lo diré entonces —dijo ella y enarcó las cejas con altivez.

Él le dedicó una de sus sonrisas de pirata.

—Tendremos que organizar una ceremonia adecuada…

Honoria captó su mirada y contuvo el impulso de devolverle la sonrisa. Refunfuñó y cambió de posición en la bañera.

—Vuélvete.

Diablo obedeció y ella le enjabonó la espalda; después, se ocupó de su pelo y le hizo echar la cabeza atrás para enjuagarle. Finalmente se sentó entre sus muslos, delante de él y dándole la espalda, y le enjabonó una de sus largas piernas. Mientras lo hacía, Diablo se inclinó, la rodeó por la cintura y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?

—Perfectamente. Y nuestro hijo también. No te preocupes más.

—¿Que no me preocupe? —Bufó Diablo—. ¡Buen consejo, viniendo de ti!

Honoria soltó la pierna, sonrió y, echándose hacia atrás, disfrutó el contacto de aquel torso cálido, firme y mojado con sus hombros y su espalda.

—¡Oh!, yo he renunciado a preocuparme por ti.

Diablo soltó otro bufido, que sonó excesivamente escéptico.

—Piénsalo. —Honoria hizo un gesto con el jabón en la mano—. Sólo últimamente, has salido lanzado de un faetón que se hizo astillas, han intentado envenenarte, te han atacado con espadas y, hace muy poco, te han disparado al corazón. ¡Y todavía estás aquí! —Abrió sus brazos en un gesto teatral—. Está claro que, si eres tan invulnerable, preocuparme de que pueda sucederte algo es un esfuerzo inútil. Es evidente, como tantas veces me han contado, que el destino protege a los Cynster.

Diablo sonrió. Honoria dejaría de preocuparse por él el mismo día que él dejara de hacerlo por ella. Cerró las manos en torno a su cintura y atrajo sus caderas más cerca de sí.

—Te dije que estabas destinada a ser la esposa de un Cynster; es evidente que necesitabas un marido invencible.

Subrayó sus palabras acariciándola entre los muslos y su erección se hundió unos centímetros más en aquel refugio que ya le era familiar. Honoria dejó el jabón en la repisa de la bañera, arqueó la espalda y lo introdujo aún más en ella.

—Te lo advierto: si tenemos que pintar el techo de abajo otra vez, el servicio empezará a hacerse preguntas.

—¿Estás desafiándome?

—Sí —dijo ella con una sonrisa.

Diablo soltó también una risilla, con un sonido tan profundo que conmovió a Honoria.

—Ni un solo chapoteo —le advirtió.

—Tus deseos son órdenes —asintió él.

Lo decía en serio. Respondió al desafío de Honoria —en todos los sentidos— y la meció en la cuna de sus caderas hasta que ella creyó volverse loca. Las manos de Diablo la exploraron, acariciaron sus pechos henchidos y jugaron con sus sensibles pezones. Las ligeras ondas que los movimientos provocaban en el agua azuzaron sus puntos eróticos como una dulce y sutil tortura. Una sensación febril se adueñó de ella haciendo que el agua, ya tibia, pareciera más fría y sensibilizando su piel al tonificante calor del cuerpo velludo que se frotaba íntimamente contra el suyo.

Poco a poco, la fiebre aumentó: Honoria abrió las rodillas e intentó levantarse un poco, pero él la retuvo rodeándola por las caderas con manos fuertes.

—Sin chapoteos, ¿recuerdas?

Ella sólo pudo soltar un jadeo mientras él seguía empujándola hacia abajo y la penetraba más profundamente con su miembro duro y ardiente. Al cabo de tres embestidas contenidas pero enérgicas, su fiebre estalló. Musitó su nombre mientras sus sentidos se disparaban; con los ojos cerrados saboreó el vuelo, quedó suspendida por un instante en el vacío de la culminación y luego, suavemente, regresó a la tierra.

Él no se había unido al vuelo; con sus brazos en torno a ella, la sostuvo mientras volvía en sí. Emocionada, Honoria sonrió y lo ciñó en su interior con el mismo afán posesivo con que él lo hacía. No le había dicho que la quería pero, después de todo lo sucedido, no necesitaba oírlo. Como todos los Cynster, sus actos hablaban por él. Ya había dicho suficiente.

Era suya; y él, suyo. No necesitaba nada más. Y lo que había crecido entre ellos, lo que crecía dentro de ella, era de los dos: era su vida, la de ambos. Cuando sus pies mentales pisaron de nuevo el suelo, se concentró en hacerle caricias íntimas, estimulantes, expertas.

Y notó que él tensaba los músculos.

Bruscamente, él la separó; al momento siguiente estaba en pie y la estrechaba en sus brazos. Cuando la sacó de la bañera y se encaminó con ella al dormitorio, Honoria abrió los ojos, alarmada:

—¡Todavía estamos mojados!

—Nos secaremos muy deprisa —replicó su marido, ardoroso.

Así lo hicieron. Rodaron, se retorcieron y se enredaron en las sábanas de seda en una gloriosa afirmación de la vida y del amor que compartían. Más tarde, mientras él reposaba boca arriba, Honoria se quedó profundamente dormida sobre su pecho. En los labios de Diablo apareció una sonrisa.

Todos los varones Cynster, los auténticos, morían en la cama.

Contuvo una risilla y observó a su esposa. No podía verle el rostro. Con suavidad, la colocó de costado, de cara a él; Honoria se acurrucó contra él y le deslizó la mano por el pecho. Diablo le dio un beso en la sien y la rodeó con sus brazos.

Tener y retener, era el lema de la familia. También aparecía en los votos matrimoniales. Uno de sus antepasados había pagado un precio terrible para mantenerlo. Casado con Honoria Prudence, Diablo podía entender por qué.

Tener era muy agradable; retener —el amor, la intimidad— era aún mejor.

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