Despertar

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Capítulo Veintiséis

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Capítulo Veintiséis

No sabía si la llamó sutilmente o si sintió su presencia por sí misma, pero cuando Nialdlye salió al balcón, no la sorprendió ver a Radin abajo.

Le divirtió verlo sentado en el suelo al otro lado de la caverna cerca del extremo del arroyo, rodeado por una docena o más de niños muy jóvenes. Todos ellos mirando concentradamente algo que no podía ver debido a la multitud. Su corazón se hinchó feliz al ver el pelo rojo y blanco de su hijo entre el grupo. Los únicos otros ocupantes del jardín eran el jardinero y dos niños mayores quienes probablemente estaban cumpliendo una doble tarea, cuidando de los niños, mientras llevaban a cabo sus deberes de limpieza en el rincón opuesto de la caverna.

Radin se puso de pie, y los niños retrocedieron lo suficiente para que pudiera ver lo que estaban mirando. Un árbol nuevo disfrutaba de un fresco montón de tierra en un lugar que captaría mucha de la falsa luz solar. Ella frunció un poco el ceño y entrecerró un poco los ojos para poder obtener una mejor visión. No se parecía a ninguno de los árboles esculpidos en piedra, o madera. Ninguno de los otros había sido tallado para parecer un joven árbol larguirucho.

Es real. Radin giró la cabeza para mirar hacia ella, sonriendo. Un regalo. De Tohon.

¿Tohon? Una emoción inesperada se atascó en su garganta ante el simple pensamiento.

Él también disfruta de tu jardín. Por ahora, este es el único. Les sonrió a los niños, que seguían rodeando e inspeccionando el joven árbol. Quizás en el futuro, Él pueda proveer más.

Eso es maravilloso, ella le devolvió el pensamiento a Radin. Gracias.

Él negó con la cabeza, al mismo tiempo que con suavidad golpeaba a uno de los niños más fuertes que tiraba de las delgadas ramas, para alejarlo. No me lo agradezcas a mí. Agradéceselo a Tohon.

Lo estudió. Incluso a la distancia, el hombre era espectacular. No necesitaba el manto de divinidad que finalmente se había asentado alrededor de él para convertirlo en alguien que atrajera miradas. Finalmente veía por si misma al Radin de la leyenda, el hombre que se había ganado el respeto de su gente y de su diosa hasta tal punto que hizo todo lo posible para ayudarle a engañar a la muerte. Su pelo largo hasta los tobillos estaba recogido en una suelta trenza que bajaba por su espalda, exponiendo los agudos ángulos de su cara. Así como estaba desnudo de la cintura para arriba, no había camisa o chaleco que chocara con el pálido naranja de su pantalón acordonado, y sus botas, por un milagro, eran gris marengo en lugar de un estridente color que contrastara. Un hombre hermoso.

Uno que había mantenido la distancia con ella por ninguna otra razón más que porque ella así lo deseó.

Hoy, sentía diferente.

¿Tienes tiempo para venir a conversar conmigo?

Él inclinó hacia arriba la cara, hacia ella. Tengo todo el tiempo del mundo para ti.

Sonrió, inclinándose sobre la baranda mientras él llamaba a los dos niños mayores para que pudieran vigilar más de cerca a los más jóvenes. Tienes a cientos pendientes de cada acción tuya, reflexionó cuando finalmente dejó el grupo de niños y se dirigió a la entrada de la torre. Difícilmente tienes todo el tiempo del mundo para mí.

Por ti, llegó su oculto pensamiento, me gustaría buscar el tiempo.

Ella se preguntó por el estremecimiento de placer que cosquilleaba en su piel. No era ajena a los cumplidos, ni a las demostraciones de devoción. Aunque siempre eran agradables, nunca le habían provocado una reacción física.

Aún reflexionando sobre eso, se alejó de la barandilla para volver a las sombras de su habitación. Sólo había abierto una sección de la pared que se plegaba completamente hasta el otro lado, de modo que su gran y brillante galería permanecía mayormente en la sombra. Consideró encender una o dos de las

lámparas pero desechó la idea. Remilgadamente, se pasó los dedos por su suelto pelo carmesí y negro azabache, luego pasó una mano sobre la cadera de su falda cruzada de seda. Descalza y con los senos desnudos, se sentía más desnuda de lo que se había sentido en mucho tiempo.

Así como excitada.

Él llamó a la puerta.

Sonrió. La puerta estaba abierta y sus escudos mágicos eran accesibles, dos hechos que él probablemente sabía. Aun así, él golpeó.

—Entra —su pulso se aceleró mientras él cruzaba su umbral—. No tenías que llamar.

—Siempre es educado llamar cuando vas a ver a una dama —replicó mientras cerraba la puerta.

—“Educado” no es una descripción que haya oído a menudo sobre ti.

Él sonrió de oreja a oreja.

—Leyendas exageradas.

—Eso dicen ahora que estaba aquí, no estaba segura de cómo comenzar. Tenía preguntas que necesitaban respuestas antes de poder hacer lo que quería hacer. Se paró frente a él—. El árbol joven ¿Fue idea tuya?

—No. Tohon quería conceder un regalo, algo como la llama de Rhae para recordarnos Su presencia. Le gusta la idea de alimentar una vida en un lugar que no debería ser posible que floreciera.

—Como yo.

Él frunció el ceño.

— ¿Cómo eso?

—Yo no pertenezco a este lugar, entre los raedjour. No hay razón para que yo debiera florecer.

Él negó con la cabeza, dando un paso más dentro de la habitación.

—No estoy de acuerdo. Puede que seas diferente, pero ciertamente sí perteneces.

Así como tus hijos. Sin variedad, nuestra cultura hubiera crecido aun más estancada.

—Sin mi presencia, ¿Eyrhaen habría sido tal peligro?

Eso lo sorprendió, asegurándola que era o un muy buen actor, o que no estaba leyendo sus pensamientos.

— ¿Ese es tu temor?

Se encogió de hombros, dando un paso a un lado para sentarse en el borde de uno de los dos sofás.

—Si no hubiera estado aquí para que me viera como una competencia, tal vez no habría estado tan enojada.

Él se detuvo junto a una silla que hacia juego con el sofá, tal vez a tres pasos de distancia.

—Y sin mi regreso, no habría tenido ninguna razón para pensar que estaba

destinada a ser una leyenda —Negó con la cabeza—. No te culpes por esto, Nialdlye. El hecho es que Eyrhaen habría perdido el control de un modo u otro.

Los dones que Rhae le concedió eran demasiado para sola persona, y mucho más ^ para una joven maga, inexperta, para que los manejara. Contigo aquí, conmigo aquí, probablemente ocurriría más temprano que tarde, y yo, al menos, creo que fue algo

mucho mejor. Si hubiera aprendido algo de control por su cuenta, o peor aún, si hubiera vivido con esa locura parcial hasta bien entrada en su vida, ¿puedes imaginar los estragos que hubieran ocurrido?

Ella parpadeó, no lo había visto nunca desde ese ángulo. Pero se podía imaginar fácilmente a una Eyrhaen madura, llena de su propia autoestima blandiendo demasiado poder.

—Podría haber esclavizado a los raedjour.

—Eso, y peor. No habría estado más allá de su poder volver a cómo vivían nuestros ancestros cuando Rhae estaba entre nosotros. Excepto que ella no es una diosa y no podría haber mantenido tal poder. Dudo que hubiéramos podido florecer con cada hombre siendo amante de la misma mujer.

Otra vez, ella lo imaginó fácilmente.

—Considerando las alternativas, creo que fue preferible lo que soportamos recientemente.

Asintió.

—Estoy de acuerdo.

Se sentó en la silla, mirándola.

—Considerando las alternativas, creo que fue preferible lo que soportamos recientemente.

Asintió.

—Estoy de acuerdo.

Se sentó en la silla, mirándola.

— ¿Qué?

—No has terminado de interrogarme.

Ella se rio.

— ¿Entonces estás leyendo mi mente?

—En realidad, no, no lo estoy. Estoy tratando de no hacerlo se rio entre dientes—. Pero la expresión de tu cara me dice que hay más. Eso, y no me has pedido que hablemos a solas antes.

Ella parpadeó. Tomó aliento.

— ¿Eyrhaen los ama? —sólo había oído que Eyrhaen seguía con sus tres amantes dos noches después de haber ido a disculparse. Un paje había sido llamado precipitadamente para que los sirviera durante nueve días. Irin había estado fuera de sí con las noticias.

Sin dudarlo, asintió.

—Sí. Lo hace. Siempre lo ha hecho. — ¿Durará?

—Predecir el futuro no es exactamente uno de mis dones, pero si tuviera que decirlo, diría que sí. Ellos le dan un consuelo con el que ha crecido confiando, y ella les da tanto un reto como un tesoro para proteger.

Asintió, entendiendo la atracción desde el punto de vista de Brevin, Lanthan y Tykir. Durante el tiempo que había estado con ellos, Eyrhaen había sido un importante punto de discusión. No tenía dudas de que Eyrhaen y cada uno de entre sí se desearan verdaderamente.

—No fue real, sabes. Yo y ellos. Disfrutamos unos de los otros, pero el objetivo era ver cómo reaccionaba Eyrhaen.

Radin asintió con la cabeza.

—Lo sospechaba. ¿Qué habrías hecho si ella no hubiera reaccionado?

— ¿Disfrutar de ellos? —Compartieron una sonrisa—. Pero sabía que finalmente me dejarían. Los tres estaban mucho más cómodos solos.

— ¿Y si uno de ellos te hubiera dado un hijo?

Ella no pudo evitar sonreír.

—Eso habría sido maravilloso. Pero de nuevo, no creo que nada excepto la amistad hubiera durado entre ellos tres y yo —suspiró—. ¡Tres hombres a la vez, todo el tiempo, es agotador! Deberías recordar que crecí aislada.

Él compartió su risa, y ella se regodeó por cuán fácil era. Su conducta era diferente esta noche. Más sencillo. Claramente, la elección de Eyrhaen era, sin duda, un alivio para él.

Estudió su cara mientras se desvanecía la risa, y finalmente hizo una de sus verdaderas preguntas.

— ¿Es verdad? ¿No eres fértil?

La tristeza se apoderó de su cara, aunque permaneció una pequeña sonrisa.

—Es verdad.

— ¿Y Eyrhaen?

—No —Adoptó un tono de “profesor” para remplazar el dolor—. La singular

fertilidad de una unión verdadera es un subproducto del conjuro que transforma a las mujeres humanas en raedjour. No existiría, así como no debería existir para una verdadera pareja —un poco de amargura ahí—, para las mujeres nacidas elfas. Mi I infertilidad es sólo mía, debido a mi tiempo entre los reinos. Eyrhaen sí, estoy

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seguro, tendrá muchos niños con sus tres amantes.

—Lo siento tanto —Su corazón fue hacia él—. Nunca pensé que me estaría permitido criar hijos cuando estaba con Ale’tone. Él… —Había hablado muchas | veces sobre su tiempo con el hombre que la había criado, pero nunca fallaba que la emoción subiera amenazándola con ahogarla. Tragó—. Mataba a todos mis bebés nada más que nacían. Así que, sé cómo te puedes sentir. ^

Él negó con la cabeza, alisando mechones de cabello a los lados de su cara con dedos elegantes.

—No puedo decir que me arrepienta de mi decisión, aún dada esta consecuencia. Yo estaba, para todos los efectos, muerto por un tiempo infinito. Peor, experimentaba la consciencia sin una vida real. La mayor parte, era un pozo más profundo del infierno, incluso con la compañía de mi diosa.

Ella frunció el ceño. Por todo lo que sabía, no había hablado sobre su tiempo en el vacío excepto de pasada. Por el dolor que mostraba su cara, podía ver que había sido mucho más que una dura prueba de lo que había dejado entrever.

La curva de su labio era resignada.

—Simplemente estoy contento por estar vivo y de nuevo de vuelta entre la gente que amo.

Quería ir con él. Acurrucarse en su regazo y hacerlo olvidar, o por lo menos, consolarlo a través del dolor. Pero no todavía. Sabía que si lo hacía, eso sería todo. Se unirían. Podía sentirlo en su alma. Estaba tan cerca de entregarse a este hombre, sabiendo que sería lo correcto. Pero necesitaba saber algo más.

Apenas sabía cómo decirlo.

—Radin, yo… quiero más hijos —lo hacía. Suspiraba por ellos después de una larga vida negándose por tanto tiempo. En su raza, nacían para reproducirse.

No sabía cómo interpretar la pequeña sonrisa de él.

—Lo sé. No querría negártelo —sus extraños ojos crecieron con intención—. Atesoraría cualquier hijo que tuvieras de cualquier hombre.

Ella parpadeó, agradecida porque él hubiera abordado el tema.

— ¿Me permitirías que me reprodujera con otro hombre?

Su risa entre dientes rompió una burbuja de temor en su pecho.

—No somos exactamente una sociedad monógama. Y difícilmente puedo objetar, dado que estoy en una unión verdadera con otra.

—El sexo es una cosa —Lo cual él sabía muy bien—, los niños reales otra.

Él salió de la silla y estuvo de rodillas frente a ella en un instante. Sus manos aferraron las de él inmediatamente. Con él tan cerca, quedó instantáneamente embelesada, incapaz de mirar suficiente de su hermosa cara, incapaz de inspirar lo suficientemente profundo su esencia, incapaz de conseguir el suficiente de su calor hundiéndose en su piel.

—Te amo —sus valientes palabras cortaron a través de un mundo de inseguridades—. Me enamoré de ti cuando sólo era una sombra en la oscuridad. Sentí cosas, supe cosas entonces que no pude saber en un cuerpo físico, pero las recuerdo — liberó una mano para levantarla y separar el pelo a un lado de su cara, su mirada maravillosamente cálida—. No hay nada sobre ti que no apreciara, y quiero mucho que tengas más hijos. Debería haber más de ti en este mundo.

Ella mantuvo sus manos entrelazadas sobre su regazo, se estiró con su mano libre para curvarla por detrás de su cuello. Respirando rápidamente, juntó sus frentes.

—Radin —las lágrimas llegaron cuando cerró los ojos.

Él imitó el agarre sobre su cuello, apretando su nuca.

—Sólo quiero estar contigo, Nialdlye. Para el resto de la vida que se me ha dado.

Encontró sus labios con los de ella, asaltando gentilmente su boca y recibiendo lo mismo como respuesta. Como sabía que pasaría, se derritió. No sabía lo que habría hecho si le hubiera negado buscar a otros padres para sus futuros hijos. Incluso si lo hubiera hecho, habría sido suya. Habría tenido que llegar a un acuerdo con el hecho. Porque no podría negarle, negarles a ambos, por más tiempo.

Ella liberó la otra mano para poder enredar ambos brazos de forma segura alrededor de su cuello. Tocar a otro nunca había sido así. En innumerables ocasiones, había disfrutado el toque de otro, pero hasta ahora nunca había sentido esa necesidad imperiosa. No dentro de ella. Lo mejor que había sido capaz de manejar había sido bebiendo los ecos de emoción de aquellos que estaban enamorados. Ni siquiera eso la pudo preparar para sentirlo de primera mano.

—Radin, por favor —dijo con voz ronca, empujándolo contra ella, incapaz de acercarse lo suficiente.

Él entrelazó fuertes brazos alrededor de su cintura, aplastándola contra él mientras se ponía de pie. Fácilmente, enrolló sus piernas alrededor de él, estabilizándose a sí misma, mientras él se daba vuelta.

—Espera… —Se rio, alejando su boca de la de ella después de unos pocos pasos—. No puedo ver adónde voy.

Ella se rio, transfiriendo sus labios a su cuello y mandíbula.

— ¿No tienes magia para eso?

Él gruñó, un placentero retumbar contra sus senos.

—No tengo ni el tiempo ni las ganas para hacer un hechizo justo ahora.

— ¿Distraído? —mordisqueó su oreja mientras la llevaba a través de la puerta del dormitorio.

—Mucho. Tengo los brazos llenos con la mujer más preciosa del mundo.

Ella se estremeció, apretándolo fuerte.

—La conversación dulce ya no es necesaria —murmuró.

—No estoy de acuerdo —cambió su sujeción mientras se arrodillaba sobre el colchón—. Una vida entera no es suficiente para decirte cómo me siento respecto a ti.

La bajó dulcemente sobre el colchón, y ella no soltó su agarre, por lo que quedó apoyado en sus codos sobre ella. Sus labios se encontraron para un beso lento y eterno que podría haber durado muchas lunas en lo que a ella concernía. Dejó que sus manos se deslizaran sobre la calidez satinada de su espalda, pasando la coleta floja de su cabello a través de su puño. Para él fue muy sencillo soltar el nudo de su falda, dejando que la tela se deslizara a un lado para que sus dedos pudieran encontrar su sexo. Ella gruñó, chupando su lengua e inclinando sus caderas para que él pudiera meter esos largos dedos dentro de ella. Sus propias manos soltaron

los cordones de su pantalón, luego se deslizaron alrededor para sumergirse debajo de la pretina para ahuecar su firme trasero.

Cuando resultó muy difícil meter su mano entre ellos para encontrar su pene, echó la cabeza hacia atrás para poder hablar.

—Te necesito desnudo. Ahora.

Riendo entre dientes, él le mordisqueó el hombro antes de arrodillarse.

— ¿Cómo podría negar una petición tan adorable?

Licenciosa, ella separó ampliamente sus piernas mientras él se movía al borde de la cama, dándole una buena vista de su sexo para que se apurara.

—No puedes. ^

Los ojos de él siguieron sus manos mientras las deslizaba hacia abajo por su vientre

y entre sus muslos. Se las arregló para sacarse las botas sin mirar, luego tiró hacia debajo de su pantalón y se lo quitó.

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— ¡Detente! —Ella levantó una mano, mojada con su propia crema, para evitar que volviera a subir a la cama.

Miró, con los ojos entrecerrados, mientras ella se arrodillaba, luego moviéndose hacia él. Su boca se abrió para sus dedos, y ella vio tomarlos entre sus labios mientras los chupaba hasta limpiarlos. Antes de haber terminado, ella estiró hacia abajo su mano libre para tomar su pene en su palma

—Mmm —ronroneó ella, lamiendo un lado de sus labios, así como sus propios dedos—. Pesado y grueso —Giró su agarre mientras deslizaba el puño desde la raíz a la punta.

Los ojos de él se cerraron el resto del camino, su lengua burlándose de la punta de sus dedos. Mi diosa me ha bendecido, habló en su mente.

Sacó los dedos de su boca, continuando con el bombeo de su pene.

—No es justo que leas la mente.

— ¿No? —La sorprendió con un pellizco a un pezón, los ojos abriéndose mientras ella saltó—. Es mucho más que conveniente.

—Mmm —ella se lamió los labios—. No esta vez. No más magia que la que sea natural —encontró su mirada con seriedad—. Quiero que esta vez seamos sólo nosotros.

Sopesó sus senos en sus palmas, apretando suavemente. Sus extraños ojos brillaban pero no en remolinos. No destellando.

—De acuerdo.

Sonriendo, retrocedió, liberando reacia su mano llena.

—Acuéstate conmigo.

Él siguió su ejemplo, estirándose sobre el colchón. Se acostó de espaldas ante su indicación y le pasó los dedos a través del pelo mientras ella besaba su camino bajando por su pecho. Se tomó su tiempo, probando cada curva, cada relieve de sus músculos. Se entretuvo en las runas rojas grabadas en su vientre, trazándolas con su lengua, decidiendo en privado que ese color rojo lo hacía suyo. Era extraño que ella fuera su propietaria, pensaba mientras gateaba entre las piernas que él voluntariamente abrió. Nunca había sido posesiva antes. Pero, envolvió ambas palmas alrededor de su polla, encantada que aún quedara un buen pedazo por encima de ambos puños, nunca me he enamorado antes.

Ella se colocó sobre su verga para poder jugar con su lengua sobre la piel suelta que se agrupaba alrededor de su cabeza. El sabor oscuro y almizclado de él explotó en su lengua, haciéndola aspirar para obtener más. Los aceites lubricantes de su piel le proveían un condimento ligero y sabroso para la dura carne que llenaba su boca y manos. Chupó fuerte, extasiada por la música de sus suaves gemidos. Oh sí, ella

quería hacer esto para siempre. El fuerte cuerpo debajo de ella comenzó a agitarse, sus gemidos sincronizados con los empujes sobre su pene. Echó un vistazo hacia arriba y casi pierde el ritmo ante la vista del éxtasis de él: la cabeza echada hacia un lado, los dedos agarrando las almohadas debajo de él. Una mano se despegó de las almohadas para estirarse hacia abajo para encontrar su pelo, animándola a tomar velocidad. Lo hizo, succionando más fuerte, reconociendo su inminente liberación.

Sintió su desesperación y supo que necesitaba dejarlo correrse.

Él explotó con un gemido, su rico sabor bajando por su garganta, llenando su boca.

Trató de tragar, pero incluso con la práctica que tenía, no pudo tomarlo lo suficientemente rápido. Crema blanca se deslizó de sus labios, goteando por su eje, y se estremeció en un pequeño clímax propio. Él colapsó, respirando con dificultad, y ella liberó su pene con gentileza, encantado de permanecer aún duro. El sexo con una mujer nacida elfa era, sin duda, una delicia.

—Mmm —ronroneó, estirando los brazos sobre su cabeza—. Necesitaba eso.

Ella lamió las manchas de semen de su entrepierna y de la parte superior de sus muslos mientras él recuperaba el aliento.

—Si no lo supiera, pensaría que no has tenido sexo desde que despertaste.

Se sentó, haciendo que ella se arrodillara para poder ahuecar su cara.

—El sexo con Eyrhaen era para el control —le dijo con seriedad—. Era más magia y dominación que placer —Le lamió los labios—. Esto es puro placer.

Fue su turno de ronronear mientras él le lamía la mandíbula, luego bajaba por su |

cuello. Ella se puso de espaldas, extendiendo brazos y piernas mientras él cuidadosamente la acomodaba entre las almohadas para su comodidad. Procedió a explorarla con precisión lenta y exquisita, sus labios y lengua aterciopeladamente suaves sobre su piel.

Ella miraba a través de sus ojos casi cerrados cuando él se sentó sobre los talones entre sus muslos, luego le levantó una pierna darle atención desde la punta de los dedos del pie hasta el pliegue de su ingle. Primero una pierna, luego la otra. Entonces sus ojos le observaron mientras bajaba sobre su vientre. Los

ojos de ella se cerraron a medida que él trazaba los bordes de su ingle, la saliva mezclándose con sus aceites corporales. Se lamió los labios, recordando el calor de su sabor mientras la lengua de él finalmente hurgó en sus pliegues húmedos. Se relajó entre los estremecimientos de todo su cuerpo que hormigueaban hasta sus huesos, mientras la lengua de él dibujaba un húmedo sendero hacia arriba para girar alrededor de su clítoris. Lentamente, construyó su fuego interno hasta que no pudo evitar arquear la espalda o tragarse los dolorosos gemidos que salían de su boca. No un clímax sino una rueda acumulada de una serie de clímax más pequeños hasta que él tuvo que fijar sus muslos al colchón para mantenerlos separados.

—Radin, ahora —le rogó, necesitando poner fin a la dulce tortura.

Con una última y degustadora lamida a su sexo, él gateó sobre su cuerpo, besando áreas claves a lo largo del camino, evitando sus manos, las cuales pedían que se diera prisa aferrándose a sus hombros, espalda, y brazos.

Ella no le dio la oportunidad de burlarse más. Tan pronto como su pene estuvo al alcance, lo agarró. Adorando su gemido, lo guio a su entrada, todo el tiempo enredando sus piernas alrededor de su cintura. Con sus talones justo bajo la curva de su culo, ella meció sus caderas y lo empujó dentro en una única y larga embestida.

Se quedaron inmóviles, los brazos de él ligeramente alrededor de ella, la frente de ella metida en el pliegue de su hombro. Sus dedos enterrados en su nuca mientras trataba de mantenerse quieta, tratando de memorizar este momento perfecto. Él se inclinó para hociquear su oreja, sus labios burlándose del extremo puntiagudo delicado, y ella ya no pudo mantenerse quieta.

—Fóllame —lloriqueó, más que feliz de rogar—. Dioses, por favor, Radin, fóllame.

Dioses gloriosos, lo hizo. El instinto y la habilidad se hicieron cargo, sus caderas simplemente encontrando los ángulos correctos para golpear cada parte sensible de su canal. Se las arregló para que muchas embestidas empujaran su entrepierna de

modo que el hueso que estaba justo sobre su pene presionara su dítoris. Su boca encontró la de ella, y ella dejó escapar lloriqueos bajando por su garganta, encantada de oír la desesperación estrictamente controlada en los propios de él. Se movieron juntos como si hubieran sido amantes desde siempre. Dejó que el placer de él la penetrara, mezclándose con el placer que alimentaba de vuelta hacia él. Sus dioses los criaban para el sexo, y utilizaron cada matiz en una danza eterna entre ellos.

Estaba gritando, arqueándose antes de darse cuenta de que era el clímax. Colorido fuego estalló tras sus párpados y corrió a través de sus miembros, haciéndola agarrarse a su duro cuerpo para anclarse mientras su alma estallaba. Los gemidos de él hicieron eco a los de ella sólo momentos después, y lo sujetó felizmente hasta que se calmó.

Yacieron juntos, cara a cara, piernas y brazos entrelazados. De algún modo él seguía duro entre ellos, y su vagina se tensó, lista para más, pero por el momento se contentaban con simplemente tocar, acariciar, besar suavemente, y reconocer que estaban juntos.

Apartó mechones de su pelo, mirando sus ojos.

—Te amo —le dijo, dándose cuenta de que aún no había dicho las palabras—. ¿Te quedarás conmigo?

Los dedos de él recorrieron su columna mientras rozaba un suave beso en sus labios.

—Por tanto tiempo como me quieras.

Ella suspiró feliz, tratando de acurrucarse más cerca de su calor.

—Eso sería por toda nuestras vidas.

Epílogo

Nialdlye despertó con un sobresalto.

— ¿Qué?

Radin se inclinó sobre ella, un dedo en sus labios.

—Shhh. Ven conmigo.

— ¿Pasa algo malo?

Se puso de pie mientras ella se sentaba, dándose cuenta de que llevaba puesto el pantalón y las botas. El pelo que había estado flojo y despeinado cuando cayeron dormidos uno en brazos del otro estaba echado hacia atrás en una coleta ordenada.

—No… mal —Le sostenía un vestido y unas sandalias para ella—. Ven conmigo.

Desconcertada por el borde de tristeza de su sonrisa, se puso el vestido y se abrochó rápidamente las sandalias. La luz plateada que se colaba dentro de sus habitaciones desde el jardín le dijo que arriba era medio día y que la mayoría de los raedjour estarían descansando. No la apuró, pero podía sentir que quería irse. Le tomó la I mano y la guio fuera de su suite. Tomaron los túneles traseros desde la torre de las mujeres. Aunque Nialdlye ya no era una mujer soltera, mantenía su suite arriba del jardín, compartiéndola ahora con Radin. Después de tres lunas, nadie había protestado por su presencia, menos aún todos los hombres que todavía la visitaban en ocasiones. |

Tal vez era su influencia, pero no se encontraron a nadie en su camino a través de túneles suavemente iluminados, ni siquiera a muchachos en sus deberes. No reconoció la torre donde emergieron hasta que empezaron a subir la escalera.

— ¿Radin?

—Shh.

La guio a la puerta de Nalfien y la abrió sin llamar. Ella frunció el ceño mientras entraban, sintiendo algo sombrío en el aire. Liberando su mano, lo precedió a través de la puerta del dormitorio.

Hyle se sentaba al lado de él, Gala de pie detrás de él. Nalfien yacía en medio de su angosta cama, gruesas mantas echadas hasta arriba y alrededor de él. Su pelo plateado extendido sobre las almohadas azul oscuro bajo su cabeza.

Abrió los ojos mientras Nialdlye se paraba a los pies de la cama, su atención fue hacia Radin, quien se paró al lado de ella. Sonrió.

—Sabía que vendríais.

Radin rodeó la cama hasta el otro lado y se sentó.

—Yo debía darte mi adiós.

Nialdlye pestañeó. Levantó la mirada para encontrar la mirada de Gala. Esta asintió. Nialdlye tomó un profundo aliento, entendiendo. Una dulce pena tomó su corazón, pero el alivio la abrumó. Al fin, Nalfien había elegido su momento de paz.

Justo cuando se daba cuenta de eso, sonaron pasos en la entrada. Savous dejó pasar a Irin, y vinieron para pararse al lado de Nialdlye a los pies de la cama. I

Los ojos rojos de Nalfien se posaron en cada uno de ellos, sonriendo.

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—Mi rhaeja, ha sido un honor servirte.

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Savous inclinó la cabeza.

—El honor siempre ha sido mío, Nalfien. Los raedjour no habrían sobrevivido sin tu contribución.

Nalfien se encogió de hombros.

—Tal vez. Cuida a tus hijas.

—Así lo haré.

Le habló a Gala, levantando un dedo para apuntar el tocador al lado de ella.

—Mi querida, ¿ves esa bolsa?

Ella se levantó para tomarla del tocador.

— ¿Esta?

—Sí. Asegúrate que Diana la tenga ¿Lo harás?

Curiosa, Gala metió la mano y sacó un viejo látigo. Puede que el cuero hubiera sido blanco alguna vez, pero ahora era de un gris desgastado. Al verlo, los ojos de Gala se abrieron ampliamente; luego se rio.

— ¿Este es el de Iana?

Nalfien también se rio entre dientes.

—Lo es. Tal vez si ella lo tiene, finalmente me perdonará por arruinar su vida.

—Oh —El tono de Gala era nostálgico mientras volvía a guardar el látigo en la bolsa—. Nunca lo ha dicho, pero creo que te perdonó eso hace mucho tiempo.

Nalfien levantó una mano para acoger la mejilla de Hyle.

—No pude haber tenido un mejor hijo. Estoy extremadamente orgulloso de ti.

Hyle se estiró para apretar la mano de su padre, sonriendo.

Entonces, la atención de Nalfien estuvo sobre Radin.

—Tú fuiste mi mayor temor y mi mayor alegría, todo en uno —Sacudió la cabeza—. Un foco de problemas donde quiera que fueras.

Radin sonrió de oreja a oreja.

—Lo aprendí todo de mi maestro.

Nalfien se burló, sus ojos parpadearon cansados.

—No te di ninguna regla para que rompieras. Estoy impresionado por tenerte de vuelta, chico. Ella realmente te favoreció.

Nalfien palmeó la rodilla de Radin. Este tomó su mano para apretarla. — ¡Espera!

Nialdlye no había oído a los recién llegados que atravesaban la puerta. Eyrhaen se precipitó apenas un paso por delante de Tykir, ambos descalzos y apenas vestidos: ella con una camisa suelta con largas tiras, y él con una túnica corta y sin mangas. Radin se movió a los pies de la cama para hacerle espacio a Eyrhaen, para que se arrodillara al lado de anciano. Ella agarró su mano y la presionó contra su mejilla mientras Tykir se paraba detrás de ella, inclinándose para estar más cerca de su abuelo.

—No te podías ir sin dejarme decirte adiós —Lo regañó ella, sus extraños ojos rojos y negros brillando con lágrimas.

Una humedad se escurrió de los ojos de Nalfien mientras encontraba los de ella. Su sonrisa estaba llena de maravillosa sorpresa.

—Me disculpo, niña.

Ella extendió su mano libre por la parte superior de su brazo, apretándolo.

— ¿Deberías hacerlo? ¿En serio?

Él respiró profundamente, una lágrima deslizándose por su mejilla.

—Es la hora.

Ella dio un suspiro tembloroso, asintiendo.

—Lo siento tanto. Por todo. Yo…

Las puntas de los dedos de él presionaron sus labios, calmándolos.

—No. Ese tiempo se acabó. Eres todo lo que deberías ser, y no podría estar más orgulloso.

Eyrhaen sollozó ligeramente, cerrando los ojos.

Mientras se controlaba a sí misma, Nalfien levantó la mirada hacia Tykir.

—Te espera un futuro tan brillante. Si yo mismo no hubiera visto tantas cosas por mí mismo, sentiría envidia. Disfrútalo.

A pesar de las dos lágrimas que bajaban por sus mejillas, Tykir sonrió y asintió.

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Mientras Eyrhaen devolvía cuidadosamente su mano sobre su pecho, Nalfien miró a Radin.

— ¿Le dirías a Ella que ya voy? —Le preguntó a Radin.

—Ella lo sabe, maestro —Le aseguró Radin con suavidad—. Te espera con los brazos abiertos.

Nalfien asintió, cerrando los ojos.

—He visto a nuestro pueblo a través de muchos siglos, pero ninguno tan lleno de eventos como los últimos años. Los cambios en los que se embarcaron son para los jóvenes —Los miró una vez más, abarcándolos a todos en una lenta mirada—. Os deseo buena fortuna, muchachos. Los raedjour no podrían esperar mejores mentes y corazones para guiarlos a un nuevo comienzo.

Fin

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