Despertar

Despertar


Portada

Página 2 de 25

Durante días el inmortal soportó el llanto de los críos, hasta que su consejero dio con un ungüento que les tranquilizaría mientras las marcas se formaban en su piel.

En una pequeña torre de Serguilia dio con dos amuletos de serpientes. Dicha torre llevaba años abandonada y de la noche a la mañana se iluminó y allí los encontraron. Dos serpientes plateadas enroscadas entre sí que llevaban en el interior de la boca, abierta y con sus afilados colmillos envenenados, sendas piedras: una verde y otra azul.

Un colgante para cada hermano con un poder diferente: el agua para el mayor, el aire para el menor.

***

En la Tierra, el tiempo también pasó. Y a Clay el cuidado de Kun y Xin se le fue haciendo menos duro. Gracias a los poderes del abuelo de Xinyu se le había permitido que cuidara a los niños sin ninguna objeción. Y estaba encantado con la idea. Ahora las risas de Kun y Xin llenaban el vacío que había quedado en la casa después de la muerte de su familia.

Nathrach y Nathair (Kun)

Dieciséis años después.

Habían transcurrido dieciséis años desde que los hijos del dragón nacieran en Draguilia y fueran enviados a la Tierra. Clay y Xinyu, los elegidos que estaban a su cargo, habían viajado varias veces a Draguilia. Durante sus primeras visitas descubrieron que estaba ocupado por las fuerzas de Juraknar y no podían creer que lo que vieron fuera real: seres de piedra, enormes perros y hasta una serpiente gigante en el océano.

Por fin comprendían que todo lo que Hong les había contado era verdad. En su lecho de muerte les entregó el secreto para poder viajar a Draguilia. El anciano hubiera querido vivir para ver la liberación de su querida Draguilia, pero su anciano cuerpo no pudo más; con todo su pesar, nunca vería a los niños luchar. A los elegidos les entregó una esfera azul brillante que les llevaría a Draguilia, un pequeño objeto que abría un portal durante unos segundos, aunque el mero hecho de cruzarla agotaba, por lo que no solían utilizarla con frecuencia.

Con el tiempo, Draguilia se fue liberando de los seres, ya que al parecer Juraknar perdió interés e hizo que sus ejércitos se retiraran. Ambos se sorprendieron mucho al encontrar un superviviente después del fuerte ataque de Juraknar en antaño: Shen, un sabio monje de la pagoda que había sido torturado y que, tras escapar milagrosamente de la prisión del inmortal, ocupaba la pagoda esperando el regreso de los niños. Le habían cortado la lengua y se comunicaba con ellos por gestos. Gracias a él conocieron la existencia de los hijos de las serpientes y supieron que, al contrario que Kun y Xin, estos sí tenían sus poderes, no se los habían sellado como hicieron con ellos.

El destino de los Dra´hi estaba cerca, pero los chicos aún no estaban preparados, a pesar de que habían oído hablar de él a lo largo de su vida.

***

Kun se encontraba en la parte trasera del instituto esperando a su hermano Xin, el cual, como era habitual, se retrasaba. Suspiró resignado y caminó de arriba a abajo junto a las paredes de ladrillos rojos. Vestía pantalones vaqueros y una sudadera azul oscura; era muy alto para su edad —dieciocho años— y muy fuerte debido los duros entrenamientos a los que Xinyu le había sometido desde que era un niño. Su cabello era espeso y moreno, con ligeras mechas rojas; su lacio flequillo llegaba a caer por su frente hasta cubrir en ocasiones parte del verde de sus brillantes ojos.

Frustrado, se dejó caer sobre la piedra y cerró los ojos. Estaban en diciembre, a unos días de las Navidades, y habían prometido a Xinyu ayudarle en el restaurante y ya llevaba casi media hora esperando a Xin. Entonces un dulce y ligero aroma a frutas le hizo abrir los ojos. Una chica pasó a toda prisa delante de él. Sabía que iba al instituto en el que él había estudiado, aunque era unos años menor. Tras ella iban tres chicos: el hijo del director y dos más. Los tres la arrinconaron contra la pared. Julian la tomó del brazo y la lanzó al suelo.

Se dirigió hacia ellos y tocó en el hombro a un chico alto y rubio de fuertes brazos y bastante corpulento, Julian, el hijo de director.

—¡Piérdete! —dijo bruscamente—. Estamos ocupados.

—O la dejáis u os la veréis conmigo.

Los tres chicos se giraron. Casi le doblaban en peso y eran más altos que él, lo cual no le intimidaba, pero al parecer a ellos les hacía mucha gracia. Molestos por la interrupción, acometieron contra Kun. Este saltó atrás, provocando que los chicos perdieran el equilibrio y cayeran al suelo. Humillados se pusieron en pie y se lanzaron otra vez contra él. Al primero de ellos le golpeó en el estómago e hizo que cayera al suelo. Al segundo le dio en la pierna y se alejó cojeando, y al último, Julian, le golpeó en el pecho, provocando que cayera. Pacientemente esperó a que se pusieran en pie y los vio correr, no sin antes amenazar a la chica. Se dirigió hacia ella. Seguía en el suelo, asustada y sorprendida a la vez.

Kun se agachó y le ayudó a recoger sus cosas y a ponerse en pie. Era mucho más baja que él y bastante menuda; su cabello castaño brillaba, a pesar de la niebla que cubría el día, y lo llevaba peinado de una forma extraña: algunos mechones más largos caían por delante de su rostro, mientras que por detrás caían unos centímetros por encima de los hombros. Varias ondas se formaban en él y caían por su rostro, llegando a cubrir parte de sus ojos, que eran extraños, color avellana, con ligeras pinceladas rojizas.

—¡Gracias! —le agradeció consiguiendo que dejara de mirar sus labios—. Me has librado de una buena. Soy Kirsten.

—¡Kun! ¿Por qué te seguían esos?

—Debería mantenerme callada —confesó—. Nunca rechaces una petición a salir de Julian, es lo que decían todas, y yo lo he hecho, y no de una manera muy amable.

—Al parecer hay una chica con el suficiente valor de plantarle cara a ese impresentable. ¿Qué le has dicho?

—Que antes de salir con él preferiría encerrarme en una jaula de leones. Cualquier cosa antes que liarme con un crío inmaduro e impresentable que corre a los brazos de su padre cuando algo sale mal.

—¡Vaya! ¿No te has pasado un poco?

—Mmm..., como has dicho, ya iba siendo hora de que alguien le plantase cara —respondió sonriendo—.Tengo que irme, gracias por la ayuda.

La vio marcharse corriendo con agilidad, incapaz de apartar la vista de sus ajustados pantalones.

—¿Qué haces? —preguntó una voz a su espalda. Se giró y vio a su hermano.

Era unos centímetros más bajo que él y quizás no tan pálido, su tez era más morena; llevaba el pelo corto y le caía hasta la nuca, adornado con varias mechas rubias. Eran muy parecidos; ambos habían sufrido en sus propias carnes los duros entrenamientos de Xinyu, eran los hijos del dragón y tenían que estar preparados para su dura misión.

—¡Esperándote! ¿Por qué has tardado?

—Porque estuve viendo un pequeño enfrentamiento entre Kirsty y Julian. Lo ha dejado en ridículo delante de todo el instituto.

—Podías haberla ayudado —interrumpió—. La han seguido hasta aquí y la han acorralado.

—¡Es una bocazas!

—Por ser chica y el último capricho de Julian no tiene por qué aceptar salir con él si no quiere.

—Solo se buscará problemas, más le valdría haber aceptado, haberse enrollado un par de veces con él y se acabó. Se habría olvidado de ella y sería una más. Pero con su terrible lengua se ha ganado su desprecio y se convertirá en el centro de sus rumores.

—Quizás no quiera liarse con alguien a quien aborrece.

—Si todas lo hacen.

—¿Qué te ha hecho para que la desprecies? —quiso saber Kun.

—¡Nada! —respondió bruscamente dando por acabado el incómodo tema de Kirsten y su incorregible actitud rebelde.

Ambos hermanos caminaron en silencio durante minutos hasta que llegaron al restaurante regentado por Xinyu y Clay. Ambos le repetían que ser hijos del dragón no les daba derecho a vivir sin obligaciones, debían ayudar y aportar algo a la casa. Frustrados, se dirigieron a la cocina, donde permanecieron hasta la tarde.

***

Kirsten se decía que era una estupidez lo que iba a hacer. Ya le había dado las gracias cuando la ayudó, no entendía por qué lo iba a hacer de nuevo, pero aun así quería hacerlo. Sabía que era el hermano mayor de Xin y ambos vivían en la casa que había en el bosque, frente al lago. Ya que se había molestado en ir hasta un lugar tan apartado, bien podía darle las gracias, si es que estaba en casa. Se detuvo ante la enorme casa de tres plantas pintada en ocre y tras subir los escalones se detuvo frente a la puerta. Respiró hondo, levantó la mano y llamó. Un hombre alto, de pelo castaño y ondulado, con una fina barba rodeándole el mentón, le abrió la puerta. Sabía que era el tutor legal de ambos hermanos, aunque desconocía su nombre.

—Buenas tardes... ¿Está Kun?

—Sí, pasa.

Entró en un pequeño vestíbulo en el que se veían unas escaleras de madera que subían al piso de arriba. Miró hacia ellas cuando oyó voces y vio a los hermanos bajando. Vestían pantalones oscuros y camiseta de tirantes, y llevaban una toalla blanca en los hombros.

—¡Estás distraído! —reprochó Xin a su hermano—. Te he derrotado. ¿Cuántas veces ha ocurrido eso?

Ambos se callaron cuando vieron a la chica en la entrada del vestíbulo junto a Clay.

—Kun, han venido a verte. ¿Te llamas...?

—¡Kirsten!

—¿Por qué no pasas y tomas algo?

—Gracias, pero llego tarde a trabajar, quizás otro día.

—Otro día —insistió el hombre, y miró al joven, que permanecía inmóvil en lo alto de las escaleras—. Chico, baja, tiene prisa.

Las palabras de Clay le hicieron reaccionar y bajó de inmediato hasta ella, ante la mirada curiosa de su hermano, que no se movía de las escaleras. Kun carraspeó, pero su hermano se encogió de hombros y permaneció en el mismo lugar. Molesto por su actitud y por no entender que quería hablar con ella a solas, cogió de la mano a Kirsten y la llevó al exterior de la casa.

—¡Tendrás frío! —dijo ella refiriéndose a su camiseta de tirantes.

—¡Estoy bien! ¿Ocurre algo?

—Bueno..., verás, venía a darte las gracias otra vez y, bueno, a decirte que mañana, cuando el director me llame para pedirme explicaciones, no diré nada de ti; su mujer es profesora en tu facultad y no quiero que tengas problemas por mi culpa.

—¿Me cubrirás?

—Así es, no quiero causarte problemas por haberme ayudado. Yo asumiré toda la culpa. En muchas ocasiones, la gran mayoría, no pienso en lo que digo hasta que ya no hay más remedio.

Rió divertido ante su sinceridad sobre su incorregible manera de decir las cosas y la miró fijamente. Estaba nerviosa por encontrarse con él y entre sus manos enroscaba la parte baja de la sudadera rosa que llevaba puesta bajo la cazadora.

—No me importaría ir contigo a la oficina del director y explicar lo sucedido. No me intimida que su hijo te haya asustado y no me importa dejarla claro a ese hombre que clase de persona es su Julian.

—No, no hagas nada. Solo me complicarán las cosas. Al fin y al cabo aún me quedan unos años de clase en el centro —lanzó un amargo suspiro—. De nuevo, muchas gracias. He de irme.

Como al parecer era normal en ella, echó a correr después de despedirse. Kun entró de nuevo en casa y, tras girar a la izquierda, pasó a la enorme cocina amueblada en madera de pino. En una isla que decoraba el centro de la cocina, estaban Clay, que le miró divertido, y su hermano, que parecía de mal humor.

—¿A ti no te interesaba una tal Verónica? —preguntó Clay—. Según tenía entendido gracias a tu hermano, habías tenido algo…

—Ya, bueno, pero las cosas no salieron como esperaba —respondió el joven dirigiéndose al frigorífico de donde tomó un botellín de agua—. No te montes películas Clay, la chica ha venido para darme las gracias por tres chicos que la arrinconaron.

—¡Vaya! —exclamó Clay—¿Por qué? ¿En qué tipo de problemas anda metido?

—Nunca piensa antes de hablar —intervino Xin molesto—. Es una borde, además de soltar toda clase de disparates sin pensar en las consecuencias que eso pueda causar.

—Algunos que todos pensamos —añadió Kun.

—Ella misma acabará por meterse en un lío.

—¿Y a ti qué te dijo? —preguntó Clay intrigado observando la cara de estupor de Xin—. ¿Qué te dijo cuándo le pediste que saliera contigo?

Soltó un gruñido y, malhumorado, se fue hacia el frigorífico, de donde extrajo una botella de agua. No le había contado a nadie lo que la chica le había dicho; se preguntaba cómo con una edad tan corta podía tener la lengua tan larga y no pensar en los demás a la hora de hablar, ni en sus sentimientos.

Tres semanas atrás se había armado de valor y se dirigió a ella. La encontró en la terraza del instituto, sola. Tomó asiento junto a ella y ambos estuvieron unos minutos en silencio, sintiendo cómo la fría brisa de una mañana de noviembre mojaba sus rostros. Por fin se lanzó y le dijo que le gustaba, que le parecía preciosa y era incapaz de borrar su imagen de la cabeza desde que eran amigos. Su rostro era lo último que veía antes de quedarse dormido y lo primero por la mañana; siempre le había gustado y esperaba que quisiera salir con él, a pesar de saber cuántos chicos lo habían intentado y habían sido rechazados. Tras su corta confesión, llegó el rechazo. Sus palabras aún le dolían, aunque no habían sido tan duras como las recitadas a Julian.

—Lo siento Xin, no quiero herirte, pero no me gustas.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿No puedes conformarte con un simple no? —preguntó desilusionada—. Eres mi amigo, Xin, mi mejor amigo. Piénsalo bien. Podemos hacer como que tu confesión no la hubiera escuchado. ¿Estás seguro de que te has enamorada de mí? —preguntó con el ceño fruncido—. Puede que solo me tengas cariño. Hemos pasado mucho tiempo juntos.

—Sé muy bien lo que siento —expresó mal humorado y con los brazos en jarra—. ¿Por qué no te gusto? Me gustaría saberlo. ¿Es por qué no soy un deportista? ¿Por qué no soy popular? ¿Por qué no vengo de una familia convencional?

—No recordaba lo inmaduro que eres la mayor parte del tiempo —refunfuñó a la vez que se ponía en pie y se alejaba de él—. Es evidente que te gusta alguien a quien ni conoces para juzgarme de esa manera.

—No te creas que tú eres muy diferente a mí. ¡Eres una cría! —gritó Xin—. Miras a todos por encima del hombro y no eres nadie, solo una niñata.

—Ya que solo soy una niñata no sé para qué quieres mi compañía —se defendió molesta.

Tanto Kun como Clay rieron al escuchar la breve explicación de Xin sobre la bochornosa experiencia que había tenido con Kirsten.

—¡A mí no me hace gracia!

—La chica estuvo muy acertada —bromeó Clay, aunque tratando de controlarse—. No te ofendas, pero eres un inmaduro. Deberías haber aceptado su proposición y ver el esfuerzo que estaba haciendo por no perder tu amistad.

—¡Basta ya! —exclamó molesto ante la risa de su hermano—. ¡No quiero que te rías de mí! Me he pasado meses intentado caerle bien, ser amable con ella, y ahora llegas tú con tus dos años más que yo, con tu sonrisa, haces un simple gesto amable y se enamora locamente de ti —gruñó en dirección a Kun.

—No creo que esté enamorada de mí —le dijo Kun seriamente—. Solo la he ayudado, y eso es lo que deberías haber hecho tú en lugar de dejar que tu rencor hacia ella te influyera, dejándola frente a tres chicos que le podrían haber hecho mucho daño.

—Xin, lo que has hecho no está bien —reprochó Clay—. Deberías haberla ayudado.

—¡Cállate, no eres mi padre! —enseguida se arrepintió, al ver que sus palabras habían herido profundamente al hombre que lo había cuidado toda su vida.

—Es cierto, no soy tu padre, pero hasta que seas mayor de edad estás bajo mi cargo, lo que quiere decir que escucharás mis consejos y acatarás mis órdenes. Cuando tengas edad para irte de esta casa podrás hacer lo que te venga en gana.

En silencio, Clay salió de la cocina. Kun caminó hacia Xin y le dio una colleja por la estupidez que había cometido. Sin dirigirle la palabra subió al piso de arriba, a su habitación, que estaba situada a la izquierda en la cuarta puerta del pasillo. El centro de la estancia estaba decorado con una cama junto a una pequeña mesilla. Había dos grandes ventanales cubiertos por ligeras cortinas blancas y junto a estas un escritorio.

Se dejó caer sobre la cama y de debajo de su ropa extrajo el colgante del que nunca se desprendía. Conocía la historia, la profecía, todo sobre Meira, Juraknar y los dos hermanos, Nathair y Nathrach, ambos sus enemigos. Últimamente las cosas se habían complicado. Los ataques se intensificaban; hechos extraños sucedían durante la noche en la ciudad. El periódico hablaba de dos encapuchados armados con espadas, que atacaban bien entrada la medianoche. Desde que eso sucediera los asesinatos habían aumentado en la ciudad y también los casos de violación denunciados por muchas jóvenes.

Además había destrozos provocados por tormentas a los que nadie encontraba explicación. Pero ellos sí: los hijos de la serpiente atacaban e intentaban atraerlos, y lo habían conseguido. No había día en el que no se armaran y, tanto él como su hermano, fueran a hacerles frente, aunque no salían bien parados.

Ellos aún tenían sus poderes sellados y no poseían ningún arma extraordinaria. Querían recuperar sus poderes, con los cuales él, a la edad de dos años, había matado a una serpiente. El débil sonido del pomo de la puerta girándose le hizo mirar en su dirección y vio a su hermano, serio y cabizbajo.

—Si quieres sentirte mejor, ve a pedirle perdón antes de que se vaya al restaurante. Xin, es a esto a lo que nos referimos cuando decimos que eres inmaduro. No niego que yo también lo sea, pero admito mis errores e intento enmendarlos.

Asintió resignado y caminó por el largo pasillo. Clay y Xinyu dormían en el ala contraria para tener más intimidad y algo más de libertad. Se detuvo ante la última puerta y cuando se disponía a llamar, se abrió de golpe y se encontró a un hombre que le miraba con tanta frialdad que le dolió.

—¡Lo siento mucho! —se disculpó—. No debía haberte dicho nada de eso, eres el único hombre al que puedo querer o tratar como un padre. Siento lo que te dije.

—Vale ya —le interrumpió—. No hace falta que te disculpes más, sé que para ti es un gran esfuerzo, y yo también tuve tu edad y decía tantos disparates como tú. Pero quiero que sepas que...

—Sí, lo que hice no está bien, lo sé —admitió—. Pero estoy herido y pensé que debían darle una lección. Tampoco me imaginé que le fuera a ocurrir nada malo.

—¿Vais a salir?

—Sí, estoy seguro de que los Ser’hi atacarán esta noche. Tendremos cuidado.

—Llamadnos si surgen problemas.

—Así lo haremos.

Pasadas las diez, los hermanos se cubrieron con capas y, tras coger finas y ligeras espadas, salieron de la seguridad de su casa para adentrarse en el bosque. Últimamente los Ser’hi, el nombre que utilizaban para llamar a los hijos de la serpiente, siempre aparecían por aquella zona. Quizás sospecharan que vivían por los alrededores y evitaban la ciudad, cosa que ellos preferían. No era una población muy grande y se preguntaban qué diría la gente si viera a los excéntricos hermanos cubiertos con capas y armados con espadas y puñales bajo sus ropas.

Caminaban en silencio, escuchando de fondo el crujir de las hojas al ser pisadas. No había señal de los Ser’hi, aunque quizás se retrasasen. Siguieron horas caminando por los alrededores sin encontrar rastro de ellos; pero de pronto unos leves pasos irrumpieron en la noche y, sin dudarlo, llevaron las manos a sus espadas. A través de la niebla vislumbraron la figura de una persona que venía caminando hacia ellos. Fue tomando forma y descubrieron que se trataba de Kirsten. Se quitaron las capuchas y dejaron sus rostros al descubierto. Ella llevaba el cabello mojado y parecía muerta de frío, además de asustada por encontrarlos allí. De repente dos figuras aparecieron como caídas del cielo a su espalda.

Kirsten se giró al sentir un gélido aliento en su nuca. Hacía un buen rato que creía que la seguían y ahora supo que estaba en lo cierto: dos encapuchados habían aparecido tras ella. Temerosa, caminó hacia atrás, hasta que alguien tiró con fuerza de su cintura y la hizo caer el suelo. Entonces vio a Kun adelantarse a ella y enfrentarse a sus atacantes con una afilada espada. Estos, a su vez, sacaron sus espadas, mucho más pesadas que las de Kun, que se adelantó y con ferocidad golpeó el arma del más bajo. Lo hizo con tal fuerza y rapidez que la espada cayó al suelo, lo cual aprovechó para golpearle en el pecho, haciéndole caer y dejando la capucha al descubierto su joven rostro. Su cabello era corto y ligeramente ondulado; algunos mechones caían por debajo de su nuca; sus rasgos eran finos e incluso infantiles. Él no le preocupaba, era inexperto e impulsivo, todo lo contrario a su hermano. Se giró y detuvo con fiereza el golpe de espada lanzado por Nathrach. La capucha que cubría su rostro cayó dejando al descubierto su pálido rostro. Poseía rasgos severos: fríos ojos verdes llenos de ira y un prominente mentón. Su cabello rubio era ondulado y le llegaba por encima de los hombros. Era fuerte, mucho más que él, y sin poder evitarlo cedió al golpe y cayó al suelo.

Xin intentó alejar a Kirsten de todo aquello, pero era demasiado tarde. Nathrach alzó las manos y unas lanzas de hielo comenzaron a formarse en ellas.

Kun, atemorizado ante el poder de su enemigo, comenzó a retroceder y corrió. Entonces vio cómo lanzaba contra él aquellas nuevas armas. Una de las lanzas le hirió en la pierna y cayó al suelo. El frío que le provocó era estremecedor y le costaba trabajo moverse. Impotente, observó a su enemigo, que caminaba muy lentamente hacia él.

Xin se apartó de Kirsten y se lanzó contra Nathrach; este ya esperaba el ataque y cuando lo tuvo a escasos centímetros, posó la mano sobre el pecho del chico. A continuación cayó al suelo con parte de la camisa helada y hacía grandes esfuerzos por respirar.

Kirsten no salía de su asombro. No sabía si lo que estaba viendo era real o no. Si todo formaba parte de un videojuego o una broma pesada. Pero lo único que sabía era que Kun y Xin parecían sufrir de verdad. Decidida tomó una rama y se dirigió a los chicos.

—¡Apártate de ellos! —gritó.

Nathrach se giró y recibió de lleno el golpe de la rama, cayendo al suelo inconsciente. Entonces corrió hacia Kun, pero algo de un tamaño impresionante se le cruzó. Miró al chico que yacía en el suelo y vio que de un colgante en forma de serpiente salía una enorme serpiente de varios metros de longitud. Nunca en su vida había visto un reptil tan grande. Era imposible que algo así existiera y tampoco entendía por qué salía de un amuleto.

—¡Corre! —gritó Kun.

Kirsten le dio la espalda a la criatura y obedeció, oyendo de fondo su siseo y el ruido que producía al arrastrarse. Su enorme cuerpo se le cruzó y cayó. Volvió a ponerse en pie y de pronto la luz de la luna se extinguió, desapareció, y todo se volvió oscuro. Temerosa, miró hacia arriba y vio unos fríos ojos verdes con pequeñas llamas amarillas mirándola. Se protegió con los brazos cuando la vio abalanzarse contra ella. Los fieros colmillos de la serpiente se cerraron sobre su brazo derecho, llegando a atravesarlo. Gritó de dolor; era insoportable, aunque enseguida desapareció. Sintió pesado su cuerpo y cayó al suelo sin sentir nada a su alrededor.

La serpiente volvió al colgante de su dueño y se introdujo en el interior, una vez que había defendido a su protector.

Kun se puso en pie y se arrastró hasta Kirsten. De cerca vio las marcas de los colmillos de la serpiente en su brazo derecho. El veneno ya había actuado y respiraba con dificultad.

—¡Sal! —gritó.

Su protector, un dragón de enorme longitud, salió de su amuleto y lo rodeó a él y a Kirsten. Sus ojos redondos y verdes brillaban con intensidad; la suave melena de un brillante verde, se agitaba con suavidad debido a la brisa, y Kun se preguntó de dónde provendría tanto aire. Además, su dragón parecía furioso por segundos. Miró en la misma dirección que él y observó un círculo azul que poco a poco se iba expandiendo, hasta que una persona cayó de él: Juraknar, el inmortal, quien tras tomar a Nathrach, volvió a desaparecer.

Aguardó aterrado y buscó por los alrededores y no encontró a su hermano, lo que le produjo una gran angustia que amenazaba con asfixiarlo. Con un gran esfuerzo se puso en pie, tomó a la chica en brazos y comenzó a buscar a Xin.

***

Para Xin no había pasado desapercibido como Nathair corría tras la llegada de Juraknar. No sabía qué pretendía, pero debía evitarlo, por lo que corrió en su busca. Cuando se lo encontró cara a cara, ambos se enfrentaron. Rodaron por el suelo hasta ir a parar a las profundidades del agua y allí comenzaron a asestarse golpes. Sin embargo, una presencia detuvo la lucha. No era nada más ni menos que Juraknar; quien sin dudarlo un segundo tomó a Nathair del brazo y tanto él como el inmortal y Nathrach se vieron envueltos en un aura azul que los hizo desaparecer.

Xin salió del agua y comenzó a buscar a su hermano. Le dolía todo el cuerpo, pero en especial el pecho; Nathrach casi se lo había congelado y le dolía enormemente, además de que el hecho de respirar era toda una tortura. Fue apoyándose de árbol en árbol hasta que se encontró con Kun, que llevaba a la chica en brazos.

Casi arrastrándose llegaron a casa y haciendo un gran esfuerzo subieron al tercer piso, que constaba solo de dos salas: la de entrenamientos y la de descanso que además contaba con una gran biblioteca. El suelo era de mármol blanco roto y grandes alfombras rojas lo cubrían casi por completo; frente a la chimenea, al fondo de la habitación, donde crepitaba el fuego, había dos mullidos sofás de un rojo intenso, ambos unidos formando una L. Allí se dejaron caer pesadamente.

Kun rodeó entre sus brazos a Kirsten y, nervioso, escuchó su respiración entrecortada. Se puso en pie y caminó hacia un escritorio de roble situado a unos metros de la chimenea y del último cajón extrajo un estuche de terciopelo negro. Con él en la mano caminó hacia Kirsten y se dejó caer pesadamente de nuevo junto a ella; tomó su brazo sano y, después de sacar del estuche una vacuna ya preparada, se lo agarró con firmeza y se la administró. La puerta se abrió bruscamente y en ella apareció un pálido Clay. Al ver su expresión, Kun supuso que las marcas de sangre que habían dejado por las escaleras debieron de alarmarlo.

Corrió hacia ellos y los fue examinando. Se quedó sin habla al ver a la chica. Prestó atención a la enorme herida que atravesaba su brazo y siguió con los cuidados de Kun. La herida era profunda y estaría unos días dolorido, pero no le habían dañado ningún músculo. Por último, a Xin le ofreció una sopa caliente para que consiguiera entrar en calor. Con mucha atención escuchó el relato de los chicos y se prometió hablar con Xinyu. La situación era cada vez más difícil. Debían viajar a Draguilia, adentrarse en la caverna y recuperar los poderes sellados de los chicos.

Clay prestó atención a la chica cuando la oyó quejarse. Sus labios estaban resecos y no dejaba de sudar. Le habían administrado el antídoto, pero aun así algunos efectos seguían en ella. Clay pidió a los muchachos que se alejaran, ya que quería mantener una conversación a solas con ella.

—¿Te acuerdas de mí? —preguntó posando una mano sobre su frente.

Kirsten asintió, incapaz de hablar. Tenía la boca reseca y todo su cuerpo se estremecía debido al agudo dolor que sufría.

—¿Qué recuerdas?

—Una serpiente —dijo en susurros—. Una muy grande, y hielo... Todo era muy raro.

La chica había visto demasiado y por alguna razón que desconocía le seguían los Ser’hi y el inmortal, lo que le preocupaba mucho más. Rara vez Juraknar abandonaba sus terrenos en Serguilia para buscar a los Dra’hi, y mucho menos a una chica común y corriente. Clay sabía que debía darle una explicación, pero ¿cómo se lo tomaría?

—Escúchame, nada de lo que has visto hoy debe salir de esta habitación, ¿entiendes? —preguntó y observó como asentía. —No estás loca —confirmó—. Lo que has visto es real, tan real como el dolor que ahora mismo atraviesa tu brazo. Kirsten, hay cosas que creemos que no pueden ser y que de repente, de la noche a la mañana, descubres que sí, que todo cuanto creías, todo cuanto conocías no es cierto y hay cosas que sí existen, a pesar de no creerlas.

—¿Magia? —susurró. Las palabras de Clay no le impresionaban mucho y después de todo lo que había visto y de lo que últimamente había vivido no le costaba mucho creer en ello.

—Eso es, magia. ¡Te lo has tomado muy bien! —admitió ante su serenidad.

Sonrió débilmente, cerró los ojos, y comprendió que lo que últimamente vivía podía tener una explicación. Algo frío caía por sus labios y agradeció beber agua. Lentamente abrió los ojos y miró a Clay.

—¡Tengo que irme a casa! —exclamó. Pesadamente comenzó a incorporarse, pero Clay se lo impidió—. Te agradezco tu atención, pero tengo que marcharme.

—Prefiero que estés en observación toda la noche —le explicó Clay—. El veneno del protector de los Ser’hi en parte es desconocido para mí; aún no sabemos qué efecto puede causar en una persona. Quizás deba administraste otra dosis.

—¿Qué es Ser’hi?

—Hijos de serpiente —respondió Xin—. Los que te seguían, los dos chicos, ellos son Ser’hi.

—¿Han nacido de una serpiente? —preguntó sorprendida. Después de lo vivido en una sola noche y lo que últimamente le ocurría, nada le sorprendía.

—¡No! —contestó Kun divertido—. Uno de ellos, el menor, nació en el año de la serpiente. ¿Sabes lo que es?

Asintió prestando toda la atención posible que su dolorido cuerpo le dejaba.

—Un niño diferente a los demás. Con él nació una marca en su piel y entonces también apareció en su hermano mayor. Son diferentes, los has visto; uno de ellos puede controlar el hielo y el agua, mientras que el otro el aire. ¿Desde cuándo te siguen?

—Unas tres semanas creo, pero nunca me habían atacado.

—¿De dónde venías a estas horas? —preguntó Clay.

—De la piscina climatizada que está en lo alto de la colina. Trabajo allí. Ordeno las instalaciones una vez todos se han marchado.

—Eres demasiado joven para trabajar —añadió el hombre poniéndose en pie—. Y teniendo en cuenta las noticias que se leen últimamente en el periódico, no debes andar sola a altas horas.

—Créeme, se defenderme y pronto cumpliré dieciséis años y sé que Xin tiene esa edad y os echa una mano en el restaurante —habló aprisa, a la defensiva—. Además, no hay día que no agradezco tener trabajo. Mi abuela es demasiado mayor…

Clay suspiró. Sabía que la situación de muchas familias no era la idónea y muchos eran los que debían sacrificarse.

—¿Cómo te has hecho esto? —preguntó Clay deslizando sus dedos por una marca negra que se encontraba por encima de su pecho y llegaba a ocuparle parte del hombro.

—¡Me caí! —confesó mientras se cubría.

—¿Te duele mucho?

—Un poco, pero me duele más el brazo.

—¿Por qué no llamas a tu abuela y le dices que pasarás aquí la noche? ¿O prefieres que lo haga yo?

—¡No! —exclamó alarmada—. Quiero decir… yo lo haré.

Con dificultad se puso en pie y tambaleándose caminó hacia el escritorio que le señalaba Clay; una vez allí, se detuvo ante el teléfono. Lo descolgó y se lo llevó a la oreja donde escuchó la línea, volvió a mirar a los hombres y los vio con la vista clavada en ella. Se giró, marcó un número de teléfono y lo cubrió cuando al otro lado sonó la voz de una chica joven en lugar de una anciana. No podía decirles la verdad, si lo hacía todo se acabaría.

—Alisa, soy Kirsty. No hagas preguntas, no puedo hablar. Estoy bien, solo te llamo para que no te preocupes. No voy a pasar la noche en casa. Nos vemos mañana —antes de que la desconocida Alisa replicase, colgó—.Ya está. No ha puesto ninguna pega. Como no me creería, le he dicho que iba a preparar un trabajo con unas amigas.

Amigas. Como si las tuviera. No sabía qué era peor: la mentira de su supuesta abuela o la de las supuestas amigas, ya que Xin sabía perfectamente que no tenía ninguna, excepto Alisa...

—¡Como si tuvieras amigas! —exclamó Xin divertido—. Tu abuela debe tragarse todo lo que le cuentas para creer una trola como esa.

Furiosa le miró a los ojos.

—Eres un inmaduro, ¿lo sabías? O quizás estés demasiado ocupado creyéndote el ombligo del mundo para darte cuenta de lo crío que eres.

—Mira, niña, soy un año mayor que tú y he vivido también más que tú, una niñata mal criada y cuidada excesivamente por su abuela, y te puedo decir que eres una ¡cría insolente! —gritó.

—Prefiero irme a mi casa —dijo a Clay—. Estoy bien, ya casi no me duele.

—Nada de eso, te quedarás aquí. Xin, pídele perdón.

—No voy a disculparme por decir lo que pienso.

El tutor soltó una maldición por el comportamiento del chico y caminó hacia la joven hasta quedar esta oculta de Xin.

—¿Y tu madre?

—Me abandonó cuando nací. Vive en Italia, no quiere saber nada de mí y por mi perfecto.

No esperaba recibir tal respuesta. Pensó que quizás hubiera fallecido, pero no que la hubiera abandonado.

—¿Y tu padre? —preguntó temeroso por la respuesta.

—No es ningún secreto que no sé quién es mi padre —añadió mirando a Xin—. ¿Oh sí? ¿Tan enamorado estabas de mí que no conoces algo como eso? —inquirió, aunque no esperó respuesta alguna—. Mi madre fue violada y no soporta estar conmigo porque le hago recordar ese momento.

Era peor de lo que pensaba. Se giró hacia Kun, que estaba muy pálido, al igual que su hermano, quien ahora ansiaba haberse mordido la lengua minutos antes.

—Kun, acompáñala a la habitación de invitados y déjale algo de ropa.

Se volvió hacia Kirsten y dijo:

—No tenemos prendas de chica, tendrás que conformarte con llevar ropa de hombre.

—No importa —contestó ella.

Esperó hasta que Kun saliera de su asombro y la guiase hasta la habitación. Bajaron al segundo piso y siguieron por el pasillo de la derecha hasta la última habitación de la izquierda. Era bastante espaciosa, aunque solo la decoraba una cama individual en el centro y un baúl a los pies de esta. Se giró hacia Kun y tomó la camisa que le ofrecía.

—Si necesitas algo, me encontrarás en la habitación de enfrente.

—Se suponía que deberías haberme llevado a la habitación de invitados, no a la habitación frente a la tuya —dijo divertida.

—Así podré vigilarte por si te pones peor. El veneno en ocasiones da problemas durante la noche.

Caminó hacia la puerta, pero de pronto se giró y miró a la chica de ojos grandes y brillantes, una diminuta nariz y unos labios carnosos y sonrosados. En aquel momento dibujaban una tímida sonrisa.

—Kirsten, gracias por ayudarme; si no hubieras golpeado al chico seguramente no lo habría contado.

—No tiene importancia. Quizás sea yo la que deba dados las gracias por haberos encontrado en el bosque en el momento oportuno. Sin vuestra ayuda no me habría librado de ellos.

—¡Descansa!

***

Clay esperó impaciente hasta que Xinyu regresó, como era costumbre en él, no lo hizo hasta bien entrada la madrugada, y no dudó en preguntarse con qué chica habría pasado la noche. Caminó molesto hacia la puerta de entrada y Xinyu pareció muy divertido al verlo despierto, pero su expresión cambió cuando le explicó lo sucedido a los chicos. Sin dejar que terminara, fue a las respectivas habitaciones de Kun y Xin y los vio durmiendo.

Entonces dejó que Clay terminara de hablar. Extrañado por el comportamiento del inmortal y de los Ser’hi persiguiendo a una niña humana, fue hasta su habitación, donde descubrió a una joven dándole la espalda y durmiendo. No entendía qué podía estar ocurriendo, pero algo le decía que las últimas visitas de los Ser´hi a la ciudad estaban relacionadas con esa chica.

Necesitaba respuestas y en ese mismo instante partió para Draguilia.

***

Clay dormía sobre el escritorio de roble cuando el sonido de la puerta de entrada le despertó. Bajó al piso de abajo y fue derecho a la habitación de la chica. Encontró la habitación arreglada, como si nadie hubiera dormida en ella y en el baúl encontró una nota:

«Muchas gracias por su ayuda, le estoy muy agradecida por haber cuidado de mí. Según lo pactado, no diré a nadie lo que vi anoche. Dudo que alguien me creyera y no quiero ir a parar a un psiquiátrico. Gracias y espero que nos veamos pronto. Kirsten».

Él sabía que pronto se volverían a ver, y por razones muy diferentes. Una de ellas era la persecución en la que la chica se veía envuelta y otra, muy diferente, la atracción de los hermanos sentían por ella.

Preguntas sin respuesta (Kirsten)

Kirsten estaba en la pista de atletismo en compañía de otros chicos y chicas. Estaba calentando, preparándose para la carrera. Cuál fue su sorpresa al mirar a las gradas y ver en ella a Kun, que le hizo un gesto con la mano. Ella le devolvió el saludo con una sonrisa y una vez la llamaron se dirigió a la pista. Se preparó y cuando la entrenadora dio la orden, comenzó a correr.

***

Kun no podía menos que admirar su velocidad. Era rápida y ágil sorteando los obstáculos. Para él fue una sorpresa descubrir hacía un rato que era una gran atleta. Llevaba horas preocupado por ella, de ahí que fuera al instituto y preguntase por su paradero y le dijeron que fuera a la pista de atletismo.

***

La chica llegó casi sin aliento al punto de partida. Tenía la frente sudada y en ocasiones sacudidas de frío y calor la azotaban. Desilusionada escuchó lo defraudada que estaba la entrenadora con ella. No había hecho buena carrera y de buena gana aceptó ir a las duchas. Antes de dirigirse al baño hizo un gesto a Kun para que le esperase. Más tarde, ya cambiada, tomaba asiento junto a él.

El frío acompañaba la mañana, aunque a Kirsten no le importaba, ni siquiera que su rostro estuviera helado. Entonces Kun tomó su brazo derecho, que se encontraba vendado bajo la sudadera blanca que vestía.

—¿Te duele mucho?

—Bueno, me duele cuando lo muevo, cuando levanto peso, cuando me doy contra algo. Prácticamente está inservible. ¡No puedo hacer nada con el! —replicó molesta—. ¿Te duele mucho la pierna?

Para ella no había pasado desapercibido el gesto que había hecho al tomar asiento. Aunque había intentado disimular, su cara era un libro abierto y sabía que le dolía, y bastante, al parecer, por la rigidez con la que se movía.

—¡Sobreviviré!

—Hmm... Sobreviviré —dijo imitando su tono de voz—. Los hombres sois todos unos orgullosos; admite que te duele y que casi no puedes moverte. Por cierto, ¿qué haces aquí?

—He venido a verte y he aprovechado que tengo un par de horas libres.

—¿Cómo has entrado?

—Kirsten, es un instituto, no una prisión; es fácil entrar y salir. ¿Te ha vuelto a molestar Julian y sus amigos?

—No, es raro, y eso hace que me preocupe.

—¡Deberías ver lo que han escrito de ti en el baño de los chicos! —intervino Xin apareciendo a la derecha de su hermano y tomando asiento junto a él—. Se ha vengado de ti a su manera.

Estaba de mal humor y la razón era su hermano. No hacía mucho que lo había visto dirigirse a las pistas. Algunos chicos de la clase de Kirsten le habían indicado el lugar donde ella pasaba gran parte del día.

—¿Qué han escrito? —preguntó ceñuda, interrumpiendo los pensamientos del joven Dra’hi.

—Que te los has follado a todos —añadió sin contemplaciones—. Y que eres la indicada para todo tipo de proposiciones.

—¡Maldita sea! —exclamó molesta.

Se puso en pie y volvió al instituto. Caminó entre grupos de alumnos que hablaban animadamente, apoyados en las paredes con grandes ventanales, y se dirigió a los baños. La abrió de repente y se dirigió a la pared que vio escrita. Se acercó al lavabo y tras mojar la manga de su sudadera comenzó a borrar lo que habían escrito de ella con rotulador negro. Con los ojos a rebosar de lágrimas, salió del baño incapaz de mirar a Xin, y mucho menos a Kun. Sabía que a esas horas Julian estaría en el patio, fumando y fue en su busca.

—¡Quizás venga a por más! —susurró un chico pecoso a Julian al verla aparecer.

Kirsten cerró su puño derecho y lo estrelló contra la mandíbula del joven. Furiosa, se lanzó contra él y comenzó a golpearlo en la cara. Julian no tardó en reaccionar y enseguida la tumbó en el suelo y la inmovilizó con todo su peso. Kun se acercó entonces a ellos y tiró con fuerza del chico, haciendo que cayera de espaldas, liberando así a Kirsten. La ayudó a ponerse en pie y fue entonces cuando se percataron del grupo de profesores que se habían concentrado alrededor de ellos, acompañados de alumnos curiosos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó un hombre con pelo canoso, gafas y un espeso bigote, el director del colegio, Marc, padre de Julián.

—Kirsty se ha lanzado sobre mí. Todos lo han visto, ha sido así, de repente.

—Señorita Gallagher, ¿es cierto?

—Sí, pero él...

—No hay excusas para empezar una pelea. Las cosas se arreglan hablando, no con los puños. Quiero ver a su abuela en mi despacho el lunes a primera hora.

—¡Está enferma! —replicó hoscamente.

—¿Cuántas veces ha estado su abuela enferma a lo largo del año? —preguntó aburrido ante la débil excusa—. O viene el lunes o será usted expulsada indefinidamente. Y le recuerdo la beca deportiva que tiene en juego.

—¡No es justo! —replicó—. Ayer su hijo me arrinconó en las afueras del instituto.

—Es cierto —corroboró Kun.

—Tú ya no eres alumno de este centro —recordó—. Lo que suceda aquí no te concierne. Y lo que ocurra en horas fuera de clase tampoco me concierne a mí. Por tu insolencia te quedarás esta tarde en el instituto ordenando las aulas —dijo fríamente—. No voy a consentir más enfrentamientos tuyos, tienes que moderarte.

—¡No es...!

—¡Calla ya! —susurró Kun a su oído—. Vas a conseguir que te expulsen hoy mismo. Piensa en todo lo que tienes que perder.

Obediente, se mantuvo en silencio y ansiosa escuchó la campana de comienzo de clase. Todos fueron desapareciendo, pero ella permaneció inmóvil frente a la puerta de entrada, acompañada tan solo por Kun.

—Tranquila, yo te ayudaré. Me encontrarás aquí cuando acabe mis clases.

—No tienes por qué hacerlo —dijo evitando su mirada—. El director tiene razón. Debo moderarme.

La vio dirigirse al centro y él regresó a la facultad. La había visto llorar. Ni siquiera el día anterior, con el ataque, le había visto soltar una lágrima y supuso que en verdad estaba dolida. Suspiró y se dispuso a seguir con sus clases.

***

Tenía el brazo hinchado y le costaba moverlo, el golpe que le había propinado a Julian le había dolido y ahora estaba pagando las consecuencias. Se encontraba sola en el instituto, tan solo iluminada por los débiles rayos del atardecer, y se recriminaba por su conducta. A partir de ahora debía controlarse mucho más, no podía hablar sin pensar; esto solo le había traído problemas.

Se giró y se encontró con Kun, mirándolo divertido. La verdad es que su aspecto era penoso: tenía los ojos hinchados y su claro cabello castaño prácticamente empolvado; se encontraba arremangada y estaba segura de que tenía el rostro blanco debido al agotamiento.

—Te dije que estaría aquí cuando acabara las clases.

—¡Vete!

—¿Sabes que a veces eres un poco impulsiva?

Ir a la siguiente página

Report Page