Despertar

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Kun asintió y, seguido de Xin, se perdió por el pasillo dejando a los dos hombres solos.

—¡Es su hija!

—¿De qué hablas? —preguntó Clay.

—Kirsten es su hija, la hija del inmortal. Haz cuentas: es nueve meses menor que Xin, a su madre la violaron, el inmortal los siguió, pero una vez que mi abuelo activó a los guardianes perdió su pista. Por eso lleva su misma marca. No es inmortal ya que ha nacido de una mortal, si lo fuera sabes que sus ojos serían color violeta.

—¿Qué hacemos?

—Sacadla de allí. Todo lo que vi es cierto. ¿Por qué vamos a dejar que sufra más? Cuando entré en su mente sentí lo mismo que ella; tenía miedo a que Kun la rechazara, y ahora sé por qué: él le habría dicho que el fuego es un elemento perverso.

—También pueden llegar a serlo el agua y el aire —añadió Clay pensativo—. Nunca me perdonaré lo que he hecho.

—Adora a Xin y nunca quiso herirlo; siente cada insulto que le dice, pero solo se protege. Quiere a Kun, siempre lo ha hecho, pero lo teme. Y ahora se encontrará en manos de los Ser’hi. ¿Sabes qué le harán? —preguntó alzando la voz—. He oído que el mayor ya tiene varios bastardos rondando por Serguilia y no de relaciones consentidas.

—¿Por qué no la han seguido hasta ahora? —preguntó indeciso.

—Las mujeres son diferentes a los hombres —dijo—. Es raro que una mujer nazca con una marca, tú conoces la profecía: solo chicos, nada de mujeres; pero siempre hay una excepción. Juraknar ignoraría que tenía una hija, o si lo sabía poco le importaría, ya sabes, sería normal. Pero estoy seguro de que empezó a sentir una señal de alguien que emanaba un poder parecido al suyo. La marca comenzó a aparecer con la primera menstruación, cuando su cuerpo comenzó a cambiar.

—Por favor, sé sincero. ¿Crees que la sacaremos de allí?

—No si la han llevado al castillo.

Los chicos aparecieron juntos a ellos cargando con tres finas espadas y una ballesta. Ellos se quedaron con dos de las espadas, Xinyu cogió la otra y Clay la ballesta. Salieron de la comodidad de su casa y se dirigieron al bosque. Allí Clay hizo abrir el vórtice y lo cruzaron sin demora, apareciendo en un bosque de cañas de bambú. Las tres lunas brillaban con intensidad en el cielo y los chicos se veían incapaces de apartar la vista de tal fenómeno. Habían oído hablar de las lunas, pero era la primera vez que las veían. Corrieron hacia la pagoda y, una vez en su interior, por los pasadizos se adentraron en un túnel circular, hasta que ante ellos encontraron la pesada puerta.

Shen se sorprendió al verlos. Xinyu se adelantó y comenzó a hablar con él, que contestó a todas sus preguntas con gestos.

—Hace casi una hora que la envió a Serguilia. Debemos irnos, pero antes os tenemos que dar algo —dijo Xinyu dirigiéndose a los chicos.

Shen desapareció por el pasadizo que minutos antes habían atravesado. Poco después volvió con varias prendas en las manos y se las ofreció.

—Son los trajes ceremoniales de los Dra’hi —explicó Xinyu—. Cambiaos y vayámonos. Todos os reconocerán y temerán al dragón; quizás así tengamos una oportunidad de cruzar los terrenos del inmortal.

Los chicos asintieron y se vistieron rápidamente. El atuendo estaba compuesto por unos cómodos pantalones negros que caían libremente hasta sus pies; pequeñas zapatillas que apretaban con fuerza sus pies y dos camisas distintas: la de Kun, verde y cerrada por un estrecho fajín azul que enrolló alrededor de su cintura, un dragón dorado que la rodeaba, coincidiendo la cabeza en la zona del corazón, con su enorme boca mostrando una lengua larga y fieros colmillos; la de Xin era exactamente igual, salvo que el color era azul oscuro y el fajín verde. Los cuatro se detuvieron ante la esfera y allí esperaron a que Shen posase sus manos sobre ella y el vórtice hacia Serguilia se abriese para cruzarlo sin demora.

Los terrenos de Serguilia (Kirsten)

La lluvia no cesaba y Kirsten estaba helada. Se había adentrado en un bosque donde los árboles eran tan negros como el carbón y retorcidos como nunca hasta entonces había visto; su sola imagen le producía escalofríos. Se arrepentía de haberse adentrado; temía que quizás algún rayo alcanzara un árbol y mucho más quedarse aprisionada en el barrizal que cruzaba. Su zapatilla se pegó al barro y soltó una maldición cuando no fue capaz de sacarla al levantar el pie, cubierto únicamente por un calcetín. Al rato le ocurrió lo mismo con el otro pie. Alzó la vista a través de las ramas secas y de la incesante lluvia y observó las tres lunas. Le parecieron muy bonitas, quizás lo único bello de aquel lugar: tres esferas de diferentes tonalidades, a cada cual más bella.

Suspiró entristecida y siguió caminando. Al menos nadie la seguía. Tras apartar algunas ramas secas, vio que había llegado a un barranco. Bajó la vista y apreció varias piedras salientes por las que podría bajar. Al fondo se extendían praderas, otro bosque y unos oscuros montes en la lejanía. No veía civilización, todo se encontraba sumido en silencio, únicamente interrumpido por la fuerte tormenta. Con sumo cuidado fue descendiendo, mirando dónde posaba los pies para no precipitarse al vacío, pero las piedras estaban muy resbaladizas debido a la lluvia. De pronto sus manos resbalaron y se deslizó varios metros por la pendiente, hasta que pudo agarrarse de nuevo. Le dolían los dedos y le sangraban las uñas, rotas algunas al intentar asirse a las piedras. Con suavidad fue bajando poco a poco y tímidamente alcanzó el suelo. Pero alguien la esperaba allí y su sola imagen le hizo temblar de pies a cabeza.

***

Nathair salió como nuevo de la sala de curas. Unos sabios curanderos habían sanado las quemaduras gracias a ungüentos y le habían dado de beber un brebaje que le había hecho sentir mucho mejor.

Tranquilo comenzó a caminar hacia una de las torres del castillo. Estaba feliz ya que su plan había funcionado. De momento había ganado tiempo, pues a pesar de lo que su hermano pensaba, no era torpe. Podría haber evitado con facilidad la magia de la chica, pero prefirió que no fuera así. Recibir el impacto y en consecuencia regresaron a Serguilia. De esa manera dejarían a la muchacha tranquila.

Una vez en la estancia de la torre, únicamente decorada con un pilar que sostenía una esfera, posó las manos sobre ella y pensó en la Tierra y en Kirsten. Normalmente la magia del objeto le ofrecería una imagen de la chica al instante, como había hecho en otras ocasiones, pero esta vez no funcionó.

Sintiendo como un sudor frío recorría su espalda pensó en Kun y Xin. Cuál fue su sorpresa al ver que la esfera comenzaba a mostrar a Draguilia. Y allí los encontró, solo a los Dra’hi, a ella no. Estaban listos para partir. Sobre la esfera que el monje tenía delante vio Serguilia, sus oscuros y agitados océanos, la gran isla que él ocupaba y las demás que la rodeaban. Un pensamiento se le cruzó en la mente. Con rapidez deslizó la mano por encima y volvió a posarla pensando en Serguilia, en su isla, su hogar, y en ella. La encontró bajando un precipicio. Lo conocía y temía lo que se encontraría cuando posara un pie en el suelo. Se apartó de la esfera y bajó con rapidez las escaleras hasta el segundo piso. Corrió por oscuros pasadizos iluminados por antorchas y sin llamar abrió la puerta de la sala del trono, lugar donde siempre se encontraba el inmortal. Sin aliento, se adentró y se encontró con un ceñudo Juraknar que lo miraba molesto.

—Señor, ella está aquí.

—¿Qué quieres decir?

—La chica, su hija, está aquí. La acabo de ver en la esfera. Ellos la han enviado y los he visto dirigirse aquí, a Serguilia.

—¿Dónde la has visto?

—Bajando el precipicio.

—¡Maldita sea! —exclamó molesto—. Busca a tu hermano, debemos ir a por ella

Nathair se retiró y corrió hasta el ala contraria, adornada de la misma manera; allí se dirigió hacia el fondo del pasillo, hacia la última habitación y entró sin llamar. Enseguida se arrepintió al sorprender a su hermano en pleno acto. Estaba desnudo, en pie y tenía a una chica inclinada sobre la cama, dándole la espalda. Avergonzado, apartó la vista de la escena.

—¡Vete! —gritó Nathrach sin mirarlo.

—No estaría aquí si no fuera urgente —dijo molesto—. Para nada me interesa ver tal espectáculo.

Nathrach suspiró, aunque no le importó que su hermano estuviera mirando. Tras un par de embestidas más, alcanzó el orgasmo y fue entonces cuando se dirigió a Nathair, sin tan siquiera cubrirse, pues si había algo de lo que estaba orgulloso era de su fibroso cuerpo. Mientras lo contemplaba, cabizbajo, avergonzado, reconocía que solo era un crío, y así parecía más niño incluso. Tendría que hacer algo para que eso cambiara. Recordaba que él a los quince años no era tan desgarbado y flacucho como su hermano; y además estaban sus rasgos, muy parecidos a los de su madre, quien los había abandonado porque les temía. Nunca le perdonaría tal cosa; ansiaba encontrarla y mirarla por encima del hombro: él era mejor que ella, una simple humana. Él era un Ser’hi.

—¡Habla! —exigió a su hermano, molesto por su inoportuna interrupción.

—Ella está aquí, los Dra’hi la han enviado a Serguilia cuando han descubierto la verdad. Y por algo que no entiendo, ellos también vienen hacia aquí.

—¿Dónde está?

—Bajando el precipicio. Juraknar quiere que vayamos a por ella.

—Está bien, enseguida estaré en la entrada.

Incapaz de mirarlo, asintió y sin demora salió de la habitación, topándose de bruces con la joven criada de cabello rojo que minutos antes hacía compañía a Juraknar. Llevaba su sucio cabello recogido en una cofia. Parecía triste desde su llegada al castillo; su pálido rostro mostraba ojeras y algunos mechones caían por su frente y alrededor de sus ojos cubriéndole el rostro. Desconocía su nombre, pero sabía que llevaba en el castillo seis meses e incluso había visto cómo su ánimo se iba apagando poco a poco. Al verla de cerca, se percató de que en sus brazos llevaba las ropas ceremoniales. Las de él, unos pantalones negros, camisa azul cruzada por una serpiente dorada y el fajín verde para la cintura. Las cogió y dejó las de su hermano en la puerta; después se encaminó hacia su habitación. No estaba muy lejos de la de su hermano, solo unas puertas les separaban. Era más pequeña que la de Nathrach. Tenía una cama doble en el centro de la habitación con doseles rojos, que se encontraban recogidos. El fuego crepitaba en la chimenea, frente a la cama, y al fondo junto a un ventanal que daba paso al balcón, se hallaba su escritorio, y sobre él libros de todo tipo. La biblioteca de Juraknar era muy extensa y él se había leído buena parte de los libros, incluidos algunos sobre el mundo en el que vivía la chica. Se dispuso a cambiarse con rapidez; dejó sus ropas en el suelo y vistió su traje ceremonial. Salió y en la puerta se encontró con Juraknar, que iba acompañado de Kany el jorobado, que también se unía a la búsqueda.

—¡Nathair, ven un momento! —pidió Juraknar sabiendo que se encontraba a su espalda.

Nathair caminó indeciso ante el frío tono de su voz, se detuvo frente a él y con esfuerzo miró a aquellos brillantes ojos violeta.

—Chico, he encargado esto para ti —dijo dejando sobre sus brazos dos pesadas espadas. Ambas eran rectas, anchas y pesadas; una línea las atravesaba y la empuñadura acababa en una cobra dorada. Las fundas eran rojas y las rodeaba por completo una serpiente dorada. Con ayuda del inmortal, las llevó a su espalda y las dispuso formando una cruz, sintiendo al instante el pesado acero sobre su espalda.

—¿Dónde está tu hermano?

—Estaba con una chica —respondió—. No creo que tarde.

Al inmortal se le dibujó un sonrisa de satisfacción y al joven Ser’hi se le encogió el estómago de puro asco. Ceñudo, clavó la vista en los montes que se distinguían en la lejanía. Ella se encontraba tras aquellos montes.

—Señor, preferiría adelantarme —pidió—. Quizás así tengamos más posibilidades de encontrarla cuanto antes.

—Está bien, será lo mejor, yo esperaré a tu hermano. Pero si la encuentras, haz una señal en el cielo.

Chasqueó los dedos y al instante un dragón negro apareció junto a él. Acarició su escamosa cabeza e hizo una señal al chico para que le obedeciera. Muchos eran los que se asombraban de su control sobre los dragones, pero él poseía su marca, era su señor y todos los dragones y demás seres le obedecían. Apremió al joven para que se subiera al animal y lo vio perderse tras los montes. Impaciente, esperó a Nathrach.

***

Un enorme ser de más de dos metros de altura se erguía frente a Kirsten. Brillaba como el fuego. Todo su cuerpo era de piedra y un extraño resplandor azul brotaba entre sus ranuras. Su único ojo, amarillo, tenía el mismo aspecto que el de los gatos; su mano derecha portaba un gran mazo, que alzaba como si no pasara nada. Intentó golpearla, pero la chica evitó el golpe agachándose y escurriéndose entre sus piernas. Se arrastró y trató de levantarse, pero el suelo vibraba por cada paso del monstruo. Giró hacia un lado cuando vio la maza caer, y a punto estuvo de rozarla. Se puso en pie y alargó la distancia que los separaba, pero enseguida el monstruo golpeó de nuevo con la maza formando una grieta a su lado. Ella se aferró al barro, pero este era demasiado resbaladizo y en unos segundos cayó al interior del agujero.

El frío era estremecedor; estaba mojada y le dolía todo el cuerpo. Oía el goteo del agua y algo más que no conseguía interpretar. Eran como desgarros, como si una bestia estuviera comiendo. Se levantó y esperó a que su vista se acostumbrada a la oscuridad. Había caído desde una gran altura. De repente descubrió frente a ella unos brillantes ojos rojos. Se giró y vio un par de pares de ojos más, aunque no la miraban. Alzó sus manos y se volvieron rojas, iluminando la estancia. Las miradas se volvieron hacia ella y apreció a unos seres que devoraban los restos de lo que había sido un hombre. Vestías capas negras hechas harapos que llegaban a cubrir su delgado cuerpo lleno de llagas; casi no tenían dientes y en su calva cabeza tan solo unos cuantos pelos. Su rostro se hallaba desfigurado y lleno de heridas, y su piel enrojecida y deformada, al igual que sus facciones.

Hundió sus manos en el escurridizo barro y con esfuerzo fue subiendo. Esperanzada, pensó que quizás no trepasen, pero miró hacia abajo y los vio andar a cuatro patas y dirigirse hacia el barranco con rapidez. Gritó y comenzó a escalar deprisa, pero por mucho que lo intentaba volvía a caer. Uno de los seres le agarró el pie y de una patada lo hizo caer; otro le alcanzó la pierna y tiró de ella, provocando que sus manos se soltaran. Sintió una mano pegajosa sobre la muñeca y cuando alzó la vista vio que un hombre desfigurado la tenía agarrada.

Kany empuñó la lanza y la lanzó contra el Deppho. Eran seres inmundos que vivían en el fango; se alimentaban de carne humana y de ellos mismos, y antaño habían sido humanos.

Sin soltar la mano de la joven, comenzó a arrastrarla por un túnel que él mismo había excavado hasta la superficie. Al salir se encontraron ante un pequeño lago del que caía una enorme cascada, separando dos partes del extenso bosque antes de llegar a los montes.

Kirsten tiraba de su brazo para librarse del hombre, pero se veía incapaz. Dirigió su mirada al cielo y vio un dragón negro; sus manos entonces se volvieron rojas y el terror se apoderó de ella al ver al joven Ser’hi montado en él. El hombre que la llevaba por las oscuras tierras lanzó un gruñido cuando su mano se quemó al contacto de las de Kirsten e inmediatamente la soltó. Ella aprovechó al verse libre y corrió hacia el pequeño lago, aunque su avance no se alargó mucho más al ver una gran serpiente.

—¡No te muevas! —gritó Nathair, que se había bajado del dragón—. Muy despacio saca las manos del agua.

Hizo lo que le pidió. El reptil seguía danzando a su alrededor y la sintió moverse entre sus piernas. Luego se irguió ante ella y Kirsten gritó y se cubrió la cabeza con las manos, como si con ello pudiera evitar que la serpiente la engullera.

—¡Sal! —gritó Nathair a su protector.

Otra enorme serpiente salió del colgante que portaba y se arrastró al agua, y con un solo gesto detuvo el golpe de la anaconda. Ambas comenzaron a enfrentarse mientras una paralizada Kirsten permanecía entre las dos.

—¡Sal del agua! —le gritó Nathair—. Ven conmigo.

La joven contempló la encarnizada lucha de las dos serpientes y aprovechó para salir, pero lo hizo en dirección contraria a donde el Ser’hi se encontraba. Volvió a adentrarse en el bosque, seguida por Nathair. Fue apartando las ramas que le impedían correr con facilidad, sintiendo que algunas hacían trizas sus ropas y arañaban su piel; pero poco a poco estas fueron haciéndose más escasas e intuyó que el final del bosque estaba cerca. De repente se detuvo para evitar caer por el terraplén que se encontraba a sus pies. A unos metros había unos enormes rosales que impedían ver lo que había más allá. Detrás de ella oyó pasos y enseguida supo que el Ser’hi estaba allí. Bajó por el terraplén y fue hasta los rosales y de rodillas se arrastró entre espinas que se le clavaban en los brazos, le hacía pedazos la ropa y casi le hacían imposible avanzar. Agotada, se dejó caer en el suelo oyendo de fondo las palabras del Ser’hi: quería que saliera de allí.

Al parecer él había sido inteligente y no se había adentrado. Con cierto reparo, se puso de rodillas y posó sus manos sobre la tierra; respiró hondo, cerró los ojos y pensó en el fuego. Al instante sintió calor y escuchó las llamas quemando los rosales. Cuando abrió los ojos, se vio en un círculo de fuego que no le causaba ningún daño. Se puso en pie, liberada de los rosales y gritó satisfecha: el círculo de fuego se iba expandiendo, franqueándole el paso.

Nathair lo contemplaba atónito. El fuego le había lanzado con fuerza hacia atrás, pero no le había dañado, ya que su hermano había formado un escudo de hielo que lo protegió. Nathrach lo agarró con fuerza del brazo y lo puso en pie, y ambos caminaron entre rosales quemados en busca de la chica.

***

El círculo de fuego se divisaba a kilómetros de distancia. Kun, Xin, Xinyu y Clay lo vieron y se hicieron la misma pregunta: ¿había sido provocado por Kirsten o por el inmortal? Aun así, decidieron correr el riesgo: se dirigieron hacia el lugar, donde descubrieron lo que había sido un rosal. No muy lejos, en las proximidades de una cabaña, distinguieron a los Ser’hi y al inmortal; el menor de los Ser’hi llevaba en brazos a Kirsten. Subieron con ella a un dragón y emprendieron el vuelo hacia su castillo.

***

Kirsten, había avanzado casi a rastras entre los restos de los rosales, ansiando dejar atrás a los demás. Pero estaba extenuada, apenas tenía fuerzas para nada más. Ni siquiera para llegar a la cabaña que vio a cierta distancia. Agotada, dejó de pelear.

***

Los Ser’hi habían recorrido los restos del malogrado rosal buscando su cuerpo entre los chamuscados matorrales y no tardaron en encontrarla. Estaba llena de rasguños e inconsciente.

Nathair corrió hacia ella y le dio de beber agua, a la vez que la protegía en sus brazos, anhelando que volviera en sí.

—¿Qué va a pasar con ella? —preguntó Nathair. Su intuición le decía que ni su hermano ni Juraknar habían sido del todo sinceros con él.

—Es su hija, su bastarda, pero ha heredado su poder; es raro en una chica. Juraknar tiene cientos de bastardos y ninguno de ellos tiene su poder. En cambio, llega una joven nacida de una mortal y hereda buena parte de ese poder: controla el fuego. ¿Conoces a alguien que lo haga? Ninguno de nosotros dos lo hacemos, ni los Dra’hi, en cambio ella sí: un elemento despiadado y fuerte. Imagínate su unión con el nuestro. Eso es lo que quiere Juraknar.

—¿Quieres decir que la hemos traído para que engendre a nuestro hijos, niños que llegarían a controlar casi todo los elementos?

—Sí, y además ella debe continuar el linaje del inmortal. No ha engendrado más hijos con la marca y, aunque sea inmortal, ha de tener descendencia, fuertes aliados, y su unión con nosotros producirá una estirpe invencible. ¿Para qué creías que la habíamos traído?

—Quizás porque pertenece aquí, a este maldito lugar —concluyó lleno de rabia.

—Hermanito, esto no es tan malo, lo que pasa es que tú tienes la cabeza en otro sitio, quizás en esta preciosidad —admitió acariciándole la mandíbula—. Es guapa, pero, sinceramente, he estado con chicas que merecían más la pena.

—Espero que eso no te influya —intervino Juraknar, que apareció detrás de los hermanos.

—No, como ya he dicho es preciosa, y ten por seguro que adoraré cada minuto que esté con ella. —Divertido, se dirigió a su hermano, que ardía en furia—. Tranquilo, Nathair, también dejaré algo para ti.

—No quiero tus sobras, cerdo. ¡Ambos sois unos degenerados! —gritó desafiante y poniéndose en pie—. No voy a entrar en vuestro plan; es más, ella debería irse con los Dra’hi. No es justo lo que vais a hacerle. Es tu hija —añadió mirando a Juraknar—. ¿No te importa que Nathrach la vaya a poseer contra su voluntad, que la golpee y engendre su bastardo en ella? Solo tiene mi edad —gritó.

—La suficiente para engendrar un hijo —respondió ceñudo ante el desafío del joven Ser’hi.

—Juraknar, ¿cómo explicas que no hayas encontrado a tu hija hasta que tuvo quince años?

—La única explicación que le encuentro está en su cuerpo —dijo. Se agachó junto a ella y descubrió su marca, igual que la suya aunque borrosa, cerca de su pecho—. Seguro que la marca no apareció hasta que no se convirtió en mujer. Quizás no haya sido hace mucho. Ahora llegó el momento de las explicaciones —añadió al verla despierta—. Que uno de vosotros la sujete.

Nathair apartó con brusquedad a su hermano, se agachó tras Kirsten y le inmovilizó los brazos por detrás de la espalda para no dañarla.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Juraknar a la chica.

Le dolía la garganta y tragar saliva era todo un suplicio, pero se obligó a seguir las órdenes. Quizás de esa manera encontrase una forma de escapar.

—¡Kirsten!

—Bonito, muy bonito. Me recuerdas a tu madre —dijo con una sonrisa ensanchada en sus labios—. Por si no lo has adivinado, soy tu padre. Sí, has oído bien: soy tu padre, tú eres mi pequeña bastarda, nacida de una mortal a la que conocí hace quince años. En defensa de tu madre diré que opuso mucha resistencia, pero no le sirvió de nada. Y ahora descubro que tengo una hija y que además ha sido la única que ha heredado parte de mi poder. Lástima que no hayas heredado mis ojos, y con ellos la inmortalidad: tus ojos son mortales, todo tu cuerpo lo es —advirtió al descubrir que sus heridas no sanaban como lo hacían las de él—. Ahora este es tu hogar. Debes alegrarte, vas a recibir un gran trato de mí, eres afortunada. Vestirás las mejores galas, vivirás como si fueras una princesa, aunque seas una bastarda, todo a cambio de un poco de comprensión hacia mis chicos. Solo una cosa, niña: nunca oses desafiarme, nadie lo hace —sentenció—. ¡Nathair, dame tus espadas!

El joven Ser’hi dejó de sujetar a la joven durante unos segundos y le ofreció al inmortal las armas, sabiendo lo que iba a hacer a continuación.

—Por favor, no te asustes —le susurró Nathair débilmente.

—¡Nathrach! —gritó el inmortal al joven ofreciéndole las armas.

Este las empuñó con fuerza y de un solo gesto cortó la cabeza del inmortal. Kirsten quiso gritar, pero la escena que veía era tan horrorosa que no pudo articular palabra. Quiso escapar, pero Nathair la tenía sujeta y lo único que hizo fue apartar la mirada de tal visión y esperar a que le terminara de salir una cabeza idéntica a la anterior.

—Niña, es muy molesto, así que si intentas quemarme con esas débiles manos te azotaré hasta que no puedas ni caminar. Nadie en el castillo te pegará, pero si insistes en desobedecerme o escapar ten por seguro que te levantaré la mano. Ahora vamos a prepararte para los chicos.

Se agachó ante ella y apretó fuertemente su nuca, provocando que cayera dormida. El Ser’hi, la tomó en brazos y se dirigieron a un dragón, que los llevó de vuelta al castillo. Allí les esperaban tres jóvenes. Por orden del inmortal, Nathair dejó a la joven inconsciente a su cargo.

—Quiero que le deis un baño y que la preparéis para los chicos. Llevadla a la torre este.

Lyris, una joven pálida y demacrada de cabello rubio claro, asintió y, seguida de las demás mujeres, desapareció tras un tapiz oculto en una pared.

—En diez minutos estará lista —les dijo a los Ser´hi—. Dirigíos a la torre. Y os quiero ver más tarde, a ambos —añadió serio, dirigiéndose en especial al menor de los Ser’hi, del que no quería volver a escuchar ninguna réplica más.

Los dos asintieron y vieron al inmortal desaparecer tras un oscuro tapiz situado a su derecha.

***

La culpa reconcomía a Kun. No podía creer que hubiera desconfiado de ella y que por culpa de ese sentimiento hubiera sido capturada. Impotente, golpeó la corteza de un árbol. Frustrado, apoyó su cabeza en el árbol diciéndose que era un miserable

—Aún podéis recuperarla —dijo una dulce voz de mujer.

Todos miraron hacia las oscuras aguas, el lugar del que provenía la voz, y allí observaron cómo esta comenzaba a erguirse hasta alcanzar la forma de una mujer, una chica muy joven. Era una criada, sus gastadas ropas lo demostraban, así como su cofia, la cual recogía parte de su pelo rojo. Su rostro mostraba pesar y desgracias, y por algo que no entendían y a lo que no encontraban respuesta la habían visto aparecer en el agua.

—Soy una ninfa del agua —se presentó la joven—. Os llevaré hasta el castillo y la sacaréis de allí, donde le daréis muerte.

—¡No vamos a matarla! —exclamó Kun con el ceño fruncido.

—¿Por qué? Es su hija, lleva su sangre, no es inmortal aunque posee parte de su poder. ¿Por qué vais a perdonarle la vida?

—Porque ella no es como su padre —respondió Kun sin que el hecho de que el inmortal fuera su padre le sorprendiera—. Es buena y ha luchado contra él, incluso me salvó la vida.

—Si eso es cierto, ¿por qué la habéis enviado aquí?

—Creíamos que era una traidora —contestó Clay—. Incluso la creímos culpable del ataque a un joven; pero ella no le puso la mano encima, fue Nathrach. Hasta le salvó la vida al muchacho que estuvo a punto de propasarse con ella.

—¿Se propasó con ella? —preguntó aflojando su severo rostro.

—Sí, y aun así le salvó del Ser´hi —contestó Kun ardiendo en rabia.

—Debéis sacarla de allí —dijo con tristeza en la voz—. La entregarán a los hermanos. El inmortal no ha engendrado hijos con la marca del dragón y quiere que su linaje lo continúe su hija mediante su unión con los Ser’hi. La tratarán como princesa, pero sabéis que será una desgraciada. Juraknar quiere estar rodeado de los suyos, de los que lleven su marca, y probará su unión con la de los hijos de la serpiente. Venid —les pidió alzando la mano—, os llevaré al interior del castillo. Tranquilos, iremos por los pasadizos del servicio, ¡nadie nos verá! —les apremió.

Todo el grupo caminó hacia ella y enseguida desaparecieron.

***

Nathair permanecía sumido en sombras en un oscuro rincón de la torre este. El lugar no era muy grande, únicamente decorado con un camastro y una mísera chimenea que daba luz y calor a la estancia. Su hermano paseaba impaciente frente a Kirsten, que permanecía inconsciente sobre el camastro. Le habían quitado sus ropas y la habían bañado en agua caliente con un ligero aroma a rosas. Toda la habitación se encontraba inmersa en la fragancia. Lucía un vestido semitransparente rojo de tirantes que le cubría unos centímetros por debajo de la cadera. Se movía inquieta y al parecer incómoda por la posición de sus pies y el dolor que debía sentir. Su hermano había decidido anudar su tobillo derecho a una larga cuerda que le permitía moverse en un espacio muy limitado y le había inmovilizado las manos por encima de su cabeza.

La terrible sensación de frío hizo que Kirsten comenzase a volver en sí. Se sentía prácticamente desnuda. Intentando borrar la horrible escena de su padre sin cabeza, abrió los ojos y junto a ella vio a Nathrach. Su figura era imponente; vestía pantalones oscuros y una camisa verde con una serpiente dorada que la rodeaba; un fajín azul rodeaba su cintura. Empezó a quitárselo sin apartar la vista de ella. Se miró y observó el vestido que llevaba; se trasparentaba, dejaba al descubierto todo su cuerpo.

—Te concedo el honor, hermano —dijo Nathrach—. Empieza tú. Demuéstrame que eres un hombre.

Nathair caminó hacia el camastro y tomó asiento en la cama. Se inclinó ligeramente hacia la chica y fingió que besaba su garganta.

—¡Cálmate! —susurró a una nerviosa Kirsten que estaba empezando a ser consciente de la situación—. Voy a sacarte de aquí. Te lo prometo. Te devolveré a la Tierra.

Mientras hablaba las manos de Nathair se habían deslizado hasta las cuerdas que aprisionaban las manos de la chica. Llevaba una cuchilla oculta entre sus dedos y había comenzado a cortar las cuerdas, incluso notaba como la chica tenía el objeto agarrado entre sus dedos e intentaba ayudarlo en su tarea.

—¿Qué demonios haces? —gritó Nathrach tomándolo del cuello y lanzándolo al suelo—. Solo tienes que follártela y dejar tu semienta en su vientre —replicó tocando el estómago de la chica—. Ni siquiera eso sabes hacer. ¡Ya empezaré yo!

Pero antes de poder lanzarse sobre ella, Kirsten actuó. Ya se había desatado las manos y con la cuchilla cruzó la cara de Nathrach. Corrió en dirección a la puerta, pero cayó a poca distancia de ella debido a la cuerda.

El Ser’hi se llevó las manos a la herida y se sorprendió al ver la sangre. Nunca hasta aquel día ni el más valeroso de los guerreros le había dañado, y ahora una insignificante niña que a duras penas se sostenía en pie le había herido en la cara, había osado marcar su cara, pues por la cicatriz que le quedaría todos sabrían que ella lo había humillado. La rabia corría por sus venas y llegó hasta ella con un par de zancadas y le asestó una fuerte bofetada. A continuación la tomó del cabello y la lanzó contra la pared, donde la dejó acorralada.

—¡Maldita sea, Nathrach! —gritó Nathair—. Le estás haciendo daño.

El Ser’hi se sintió insultado por las palabras de su hermano y su mirada fue tan fría que Nathair sintió que todo su cuerpo se helaba. Nathrach necesitaba darle una lección y sus manos se fueron volviendo heladas, tan azules como el más brillante de los cristales y tan gélidas que a los ocupantes de la habitación les resultaba difícil respirar. Una lanza se formó entre sus manos y sin mirar la lanzó contra Nathair, que se desvió unos centímetros y evitó el impacto del cristal, pero aun así podía sentir que un hilo de sangre le corría por la mejilla. Miró a Kirsten, temblando de frío debido al poder de su hermano e hizo un gesto de disculpa con la cabeza y se marchó. Era un cobarde, lo sabía, y se lo repetiría a sí mismo cada día, pero no podía hacer nada por evitar lo que ocurriría en aquella estancia, solo esperar y hacer más agradable la vida de la chica en el castillo.

***

Una vez el chico volvió a arrinconarla, Kirsten se defendió con la cuchilla. Logró herir al joven y este le asestó un puñetazo que la dejó desorientada. Hubiera caído al suelo si una de las manos del chico no tuviera sus brazos inmovilizados por encima de su cabeza.

A pesar de su aturdimiento sintió la mano de Nathrach haciendo pedazos sus prendas y tocando su cuerpo. Ella comenzó a forcejear, golpearlo e incluso sintió como sus manos comenzaban a arder.

—¡Estate quieta! —ordenó el joven, que tomó la cuchilla que asomaba entre los dedos de la chica y la incrustó en la pierna derecha de ella arrancándole un grito de dolor y deteniendo sus forcejeos.

Era el momento. Estaba ansioso por introducirse dentro de ella.

***

Todo el grupo corría por los oscuros pasadizos detrás de la joven ninfa. Esta se detuvo con brusquedad ante un oscuro tapiz, lo descorrió lentamente y pasaron al rellano circular de unas oscuras escaleras.

—¡Deberías daros prisa! —exclamó Nathair. Estaba apoyado en la pared y con la vista clavada en el suelo—. Hace un rato que abandoné la habitación y la balanza caía del lado de mi hermano. —Levantó la mirada y sus ojos azules y sombríos se cruzaron con los de Kun—. No la he tocado.

—¿No nos impedirás el camino? —preguntó Kun ceñudo.

—No —respondió—. No me gusta el plan de Juraknar hacia su hija ni el trato que le dará mi hermano, así que te recomiendo que no te demores.

Kun corrió escaleras arriba dejando al resto del grupo atrás.

—¡Maldita sea! —gritó Aileen, la joven ninfa del agua—. Viene gente.

—¡Escóndete —exclamó Nathair—, que nadie te vea! Ve a tu dormitorio y quédate allí hasta que todo se calme.

Aileen no pudo evitar sorprenderse por la protección del joven Ser’hi, no lo comprendía, pero hizo caso de sus consejos y se ocultó en los pasadizos.

Nathair se revolvía nervioso, oyendo al fondo las pesadas pisadas de los guardias del castillo. Si descubrían que había ayudado a los Dra’hi, le costaría la vida. Sin pensarlo dos veces, se lanzó contra Xin y ambos empezaron a rodar y a asestarse golpes ante la mirada de Clay, Xinyu y varios guardias.

—¡Lánzame contra los guardias! —le susurró Nathair a Xin—. Tírame contra ellos y marchaos. Por favor, cuidadla y llevadla a un sitio donde no puedan dar con ella.

Xin obedeció, lo empujó y Nathair rodó con los guardias escaleras abajo. Con ayuda de Xinyu, Xin se puso en pie y se encaminaron hacia las escaleras.

***

Kun irrumpió en la torre echando abajo la puerta de una patada. Con grandes zancadas entró en la habitación: Nathrach estaba semidesnudo y tenía a Kirsten acorralada contra la pared.

Furioso se lanzó contra el Ser´hi y ambos fueron a parar al suelo. El impacto había pillado tan desprovisto al joven que no pudo defenderse. No detuvo las patadas de Kun, ni sus puñetazos. Lo golpeó sin cesar, hasta que Nathrach no era más que un tipo tirado en el suelo con apariencia de estar cerca de la muerte.

Kirsten cayó al suelo e intentó cubrir su desnudez con sus raídas prendas. Entonces Kun se agachó frente a ella.

—¡No te acerques! —gritó anteponiendo la mano derecha entre ellos. En la palma de la misma ya comenzaba a formarse una pequeña llama que se extendía hasta sus dedos—. No lo controlo… no lo controlo, ¡te puedo quemar!

—Tranquila —susurró Kun—. No lo harás —añadió suavemente llevando sus manos a las de Kirsten y entonces vio algo extraño. Un frescor verdoso comenzó a envolver sus manos, logrando apagar las llamas de Kirsten e incluso llegó a calmarla—. Te sacaré de aquí, te lo prometo. Lo siento mucho, te compensaré, te lo juro.

Kirsten pasó sus doloridos dedos por el rostro de Kun para asegurarse de que era él, de que estaba allí y había ido a ayudarla y no soñaba. Suavemente los llevó luego bajo sus ojos; a continuación descendió hasta sus labios. Incapaz de controlarse y sabiendo que la pesadilla se había acabado, se lanzó a sus brazos y él la estrechó con fuerza. Kun se quitó la camisa y se la puso a ella. En su pierna, sobre la herida que sangraba, envolvió el fajín que llevaba en la cintura. Entonces desanudó la cuerda de su tobillo y la ayudó a ponerse en pie. De pronto sintió una mano sobre su hombro y cuando se volvió vio a Nathrach. Agarró a Kun por la camiseta y un chorro de agua lo lanzó contra la puerta donde se golpeó fuertemente. Entonces se giró hacia la joven y vio que llevaba la camisa ceremonial de los Dra’hi.

—¡No te acerques! —gritó nerviosa.

—No creas que voy a dejar que salgas de aquí.

—¡Vete! —gritó señalándole con sus manos lanzando un torrente de fuego que ni siquiera le tocó debido al escudo de hielo que se formó alrededor de Nathrach.

—Está bien, ¿quieres jugar? Pues jugaremos.

Dirigió sus manos hacia ella y grandes lanzas de hielo empezaron a crecer en dirección a Kirsten. Su poder era mayor y el fuego se apagaba al contacto con las lanzas, que no tardarían mucho en herirla.

Los demás irrumpieron en la sala. Xinyu se agachó junto a Kun y le ayudó a incorporarse. No apartaban la vista de Kirsten, que dominaba el fuego, pero era muy débil comparada con su enemigo.

Clay se situó junto a ella sin demora, la tomó en brazos y desaparecieron, salvándola del ataque de Nathrach. Luego fue junto a los demás y los hizo desaparecer a todos.

Nathair irrumpió en la habitación con una herida sangrante en la cabeza que se había provocado al caer por las escaleras con los guardias.

—¿Dónde estabas? —preguntó su hermano furioso.

—Eran muchos. El Dra’hi me lanzó escaleras abajo.

Salió dejando solo en la habitación a Nathrach, sin poder evitar que una sonrisa de satisfacción se le dibujara en los labios. Su plan había salido a la perfección.

***

Aparecieron en un bosque cercano al castillo del inmortal que se encontraba sumido en un estremecedor silencio; tan solo interrumpido por los jadeos de Kirsten. Ella era la única que no estaba acostumbrada a los largos y rápidos viajes de Clay, quien seguía con ella en brazos.

—¡Xinyu! —lo llamó haciendo un gesto hacia la chica.

Este caminó hacia su amigo y contempló el rostro de la joven, empapado en lágrimas. Respiraba aceleradamente. Xinyu le llevó la mano a la nuca y esta se estremeció a su contacto, aunque pronto sus temblores desaparecieron, ya que con ese gesto la durmió. Era el momento de regresar a Draguilia y tras invocar el portal, los cruzaron sin demora, a un bosque de bambú sumido en niebla. En tan solo unos minutos se encontraban en la pagoda, frente a la esfera y Shen los envío de nuevo a su hogar.

La Lanza de la Serenidad (Nathair)

Aileen corría por los pasadizos con la respiración entrecortada. Quería alejarse todo cuanto podía del lugar donde estaban los Dra’hi. Si alguien averiguaba que les había ayudado podía causarle graves problemas, aunque había alguien que sí sabía que les había ayudado: Nathair.

Aún se preguntaba por qué había ayudado a sus enemigos y por qué no se encontraba en la torre con la chica. Conociendo a su hermano como lo hacía, siempre pensó que él sería igual.

Se detuvo ante un tapiz y con sumo cuidado lo descorrió. No vio a nadie en los alrededores. Estaba en las mazmorras del castillo, lugar donde dormía el servicio. Entre ratas y humedad caminó durante metros hasta llegar a su habitación, compartida con Lyris, ninfa del bosque. Ambas se habían infiltrado en el castillo para un fin común, aunque estaban enormemente arrepentidas de tal decisión.

Entró en la oscura habitación, decorada por dos incómodas camas e iluminada por una lámpara de aceite sobre la pequeña mesilla. Su compañera ya dormía, lo que le extrañó, ya que siempre se esperaban despiertas. Posó una mano sobre su demacrado rostro y notó su frialdad. Últimamente se encontraba muy débil. El tiempo se les agotaba a ambas, aunque ella podía aguantar un poco más.

—¡Lyris! ¡Lyris, soy Aileen! ¿Te encuentras bien?

—¡Princesa! —susurró débilmente.

—Detesto que me llames princesa —replicó intentando tranquilizarse—. Por favor, llámame Aileen.

—Me muero, no puedo más. —Con dificultad miró a su princesa con los ojos llenos de lágrimas—. Mi cuarzo se ha vuelto negro. Hoy es mi día.

—No digas eso, por favor, no me dejes aquí sola.

—Princesa, debéis huir antes de que su poder acabe con vuestra vida como lo ha hecho con la mía. No temo a la muerte, al fin quedo libre de él.

Con estas palabras el cuerpo de Lyris desapareció y en las inmaculadas y ásperas sábanas tan solo quedaron hojas secas y marchitas: la ninfa del bosque había muerto.

Aileen, llena de rabia, abrió el segundo cajón de la mesilla y de allí cogió un puñal. Tratando de apaciguar los temblores de sus manos, tomó también del interior del cajón una pequeña botella de cristal tapada con un tapón de corcho y vertió todo su contenido en la afilada hoja del cuchillo: veneno de serpiente.

Salió de su habitación sin atreverse a mirar las hojas secas que habían quedado en lugar de su querida amiga Lyris. Se dirigió a la derecha y se detuvo ante un muro de piedra sobre el que posó las manos, sintiendo la tranquilizadora fuerza que de allí emanaba; era el lugar donde se hallaba escondida la Lanza de la Serenidad, que solo ella, Aileen, princesa de las ninfas era capaz de empuñar. Se giró, puñal en mano, dispuesta a arrebatarle la vida a Nathrach. Él le había quitado su felicidad a ella y a su amiga, las había poseído contra su voluntad a lo largo de los seis meses que llevaban en el castillo; por su culpa su fuerza de voluntad se había apagado hasta casi extinguirse. Ambas habían decidido trabajar en el castillo para salvar a su pueblo. Conocían de la existencia de la lanza, la cual anularía el poder de Juraknar; pero él también la conocía y se había encargado de sumir en oscuridad y tristeza el lugar donde vivían las ninfas.

Antes de recuperar la lanza tendría su propia venganza contra Nathrach. No pudo evitar preguntarse qué sentiría al morir por el veneno de una serpiente, aquel reptil que le había otorgado poderes increíbles.

***

Juraknar, enfadado, escuchaba el relato de los chicos y cómo había perdido de vista a su hija. Los Dra’hi le estaban dando problemas, más de los que creía, a pesar de que aún no tenían sus poderes. La sola idea de que pronto los recuperarían les aterraba; ni siquiera sus chicos habían sido capaces de derrotarlos. Se juró entonces volver a recuperar lo que era suyo. Pero antes bien podría degustar el suculento banquete que sus sirvientes habían preparado para él y los Ser’hi. Acompañado de Nathrach, tomaron asiento en una alargada mesa y, molesto, observó la actitud arisca de Nathair, quien tras comer unos escasos bocados se marchó. Sabía que tenía que hacer algo con el muchacho. Él era el que había nacido el año de la serpiente y según sus consejeros, el joven Ser’hi era el más fuerte de los dos. Hubiera dado lo que fuera por que el mayor fuera portador de más poder, pero las cosas no sucedían como él quería. Al menos durante los años transcurridos había conseguido convertirle en alguien muy parecido a él. Pensó que quizás debía mostrar más interés por Nathair o darle algo que desease. Era difícil de complacer y no lo conocía muy bien, pero se prometió darle cuanto quisiera con tal de complacerlo y acercarlo más a él.

***

A Nathair le resultaba imposible ocultar su euforia. Su hermano no había sido capaz de tocar a Kirsten y al parecer se sentía muy humillado por ello. El golpe que tenía en la cabeza producido por la caída cuando rodó por las escaleras había merecido la pena. De pronto vio a la joven criada entrar a hurtadillas en la habitación de su hermano. La afilada hoja del puñal relucía a la débil luz de las antorchas. Molesto, caminó hacia ella y con brusquedad la agarró del brazo, la privó del arma y la arrastró hasta su habitación. Cada vez estaba más cerca de alcanzar la libertad y no dejaría que nadie se la arrebatara. Si ella mataba a su hermano, la marca desaparecería y entonces Juraknar le daría muerte, ya que no le serviría de nada. Con fuerza lanzó a la muchacha a la cama y allí le miró ceñudo y con los brazos en jarras.

—¿A qué venía eso? —preguntó severo.

—Tu hermano es un despiadado y un asesino y como tal se le tiene que dar muerte como si fuera una ruin serpiente a las que todos desprecian y a la que nadie encuentra el valor suficiente para matar.

—No voy a negarlo, pero quiero conocer tus razones.

—¿Por qué has ayudado a los Dra’hi?

—Tú misma lo oíste, no quiero que le hagan daño a Kirsten y con ellos estará bien.

—¿Por qué no la poseíste? —preguntó temblorosa—. Estaba allí, para vosotros dos.

—Yo no soy Nathrach. Ahora dame tus razones: ¿por qué ayudaste a los Dra’hi y por qué querías matar a mi hermano?

—Yo solo quiero la liberación de mi pueblo, quiero ser libre.

—Como todos —dijo tendiéndola del brazo y obligándola a sentarse en la cama—. ¿Quién eres?

—Soy Aileen, princesa de las ninfas en el Bosque Azul.

—¿En serio eres una ninfa? —preguntó desconfiado. Según tenía entendido las ninfas eran solo cuentos, mitología, nada de aquello era real, solo los monstruos: no podía existir nada tan bello en un mundo teñido en sombras.

—¿No me crees? —acusó molesta—. Pues verás una demostración.

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