Despertar

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Nathair asintió y enseguida pudo comprobar que ella estaba en lo cierto: no los dañaban, y ahora la expresión de los hermanos era de mal humor debido a que habían descubierto su engaño. Sintiéndose torpe y lento, tomó las riendas de Thunder y ayudó a Aileen a subir. Con ella agarrada fuertemente a su cintura, galopó con fuerza y pasó junto a la figura de los fantasmas sin tan siquiera mirarlos. Habían logrado atravesar Tempestad de Hermanos sin sufrir el más mínimo daño y ante ellos se encontraba el comienzo del Bosque Azul, el que fuera hogar de Aileen.

Se internaron en él con paso lento. Todo se hallaba en silencio, solo roto por el sonido de los cascos de Thunder al golpear contra el suelo. A causa de los enormes árboles que interrumpían el paso, se vieron obligados a bajar del caballo y, tras dejarlo atado a un árbol, siguieron caminando.

Aileen iba de la mano de Nathair y este la seguía, sintiendo que la vista se le nublaba por momentos. Los árboles fueron espaciándose hasta desaparecer, permitiéndoles ver las ruinas de lo que había sido el pueblo de las ninfas. Todo estaba destrozado. A Nathair le sorprendió descubrir que los restos de lo que debían haber sido las casas parecían de cristal, o quizás fuera un material mágico, como del que estaban hechas las esferas.

Aileen dejó atrás a Nathair y cruzó el pequeño embalse. Frente a ella tenía los restos de la torre, lugar donde el inmortal había asesinado a su padre. Fue apartando escombros hasta que encontró una esfera brillante y azul, el único objeto que había sobrevivido al ataque. La tomó con suavidad y, con ella en las manos, volvió a donde se había quedado Nathair refrescándose. Su frente estaba perlada de sudor y sus ojos vidriosos. Desde la lejanía pudo apreciar la sangre que manchaba el vendaje de su mano. Olvidándose por segundos del mensaje de su padre, corrió hacia él y le obligó a apoyar la espada en un árbol y a sentarse. Cortó un gran trozo del bajo de su vestido y, tras mojarlo en el agua del embalse, cubrió su frente con él y desapareció en los alrededores del bosque.

Nathair no sabía adónde se había ido, pero cuando volvió traía varias plantas y comenzó a molerlas con una piedra, formando una pasta verde que emanaba un agradable aroma.

Aileen retiró el vendaje de la mano de Nathair, la limpió con agua y examinó su desagradable aspecto; luego la untó con la mezcla y volvió a vendarla. Aquellas plantas conseguirían apaciguar el dolor, aunque quizás no lograsen cortar la infección. Mezcló los restos de la pasta con agua del embalse e hizo que Nathair se la bebiera. Sabía cuán amargo era su sabor, pero quizás consiguiera que mejorase.

Esperó sentada junto a él unos minutos hasta que vio que entraba en calor y su temperatura se volvía más normal, aunque no había conseguido que desapareciera el brillo de sus ojos. Parecía agotado e incapaz de moverse.

—Quédate sentado, desde aquí podemos ver el mensaje, tengo la esfera. ¿Te encuentras mejor?

Asintió, incapaz de articular palabra alguna. Tenía la garganta agarrotada; a veces temblaba de frío y otras ardía en calor y ansiaba refrescarse en agua fría. El ungüento que Aileen le había aplicado le calmaba bastante, pero sabía que su cuerpo se encontraba bajo los efectos de una mordedura de los Deppho.

—Vamos a ver qué nos ha dejado mi padre.

Lanzó la esfera al aire y esta se posó suavemente sobre las tranquilas aguas del embalse, que de pronto resplandecieron. La imagen de su padre se formó en las tranquilas aguas. Se quedó sorprendida al verlo: era joven, con ojos azules y un limpio y brillante cabello rojo; las orejas puntiagudas sobresalían por encima de su suave cabellera y su rostro resplandecía de felicidad. Era un hombre totalmente diferente al que ella había visto la última vez.

—Querida Aileen, sé que ahora mismo estoy muerto y has visto mi fallecimiento debido a tu extraordinario poder. Siento mucho que dicha visión te haya causado dolor, pero era necesario que vieras lo que te esperaba. Te fuiste sin decir nada. He enviado a mis más leales consejeros a buscarte al castillo, pero ni siquiera han podido adentrarse en él. ¡No estás preparada para empuñar la Lanza de la Serenidad! Tienes que ganártela. La lanza es muy poderosa, tienes que ganarte el honor de poseerla. Mis palabras te sonarán extrañas y creerás que he perdido la cabeza, pero piensa: ¿recuerdas la historia de los zainex?

Los zainex, aquella palabra resonaba con fuerza en su cabeza; los zainex, una historia que su padre le había contado cientos de veces cuando era una niña y ella se sabía de memoria. Pero por alguna razón que desconocía, ahora no podía recordar nada, ni siquiera su comienzo.

—Tienes lagunas —siguió la imagen del embalse—. El inmortal ha sabido de la lanza y por eso, con su poder, ha hecho que parte de los recuerdos de la princesa ninfa se borren y así no podrás empuñar el arma. Ahora mismo, si lo hicieras, lo único que conseguirías sería tu propia muerte. Necesitas prepararte. No puedo decirte más, se me acaba el tiempo y tú misma deberás seguir el camino elegido para ti nada más nacer. Deberás recordar la historia de los zainex; para ello, visita los lugares sagrados.

La visión desapareció y todo se sumió en el silencio de una fría noche en el bosque.

—Nathair, ¿te resulta familiar lo de los zainex?

—Sí, zainex es «fénix» en meirilia antiguo. Hace tiempo leí unas breves frases sobre ellos. Los fénix fueron un grupo de cinco personas que se unieron con el reinado de Juraknar, todos ellos elegidos, uno por cada planeta. No conozco más porque el libro desapareció. Pero sí sé lo que son los lugares sagrados. En Serguilia hay cinco; cada uno representa a un planeta, y aparecieron de la nada cuando Juraknar ya había sumido en las sombras a todos. Pilar Sagrado es el primero, y representa a Draguilia; Canto de Ángel, a Lucilia; Marisma Brillante, a Aquilia; Luz del Ocaso, a Crysalia, y por último, Condenado a Serguilia. Estos dos últimos se encuentran en islas. Quizás tus recuerdos vuelvan cuando pises suelo sagrado. No conozco estos lugares, no sé qué estructuras nos encontraremos, y mucho menos que nos deparará su interior, lo único que sé es que son estructuras que Naev tiene marcadas en el mapa, por lo que habrá que visitarlas. ¿Continuamos?

Ella hizo un gesto afirmativo y se adentraron en el bosque en busca del caballo que cada vez se mostraba más agitado, lo que desconcertó a Nathair. Aun así, fiel a sus órdenes, galopó con rapidez, dejando detrás Tempestad de los Hermanos y la extensa cordillera para volver a estar en suelo enemigo.

Oyeron sonido de espadas, gritos y alaridos, y fue entonces cuando recordaron los enfrentamientos de los Manpai contra los Rocda. Casi sin darse cuenta, se encontraron en el centro de la encarnizada batalla, que cesó cuando los vieron a ellos.

—Il Ser´hi, tru praablem. Ni tucarlie —dijo un Manpai a un grupo completo de Rocda y a su líder.

Era un hombre vestido con una armadura negra que cubría cada centímetro de su cuerpo; su mano derecha empuñaba un látigo, y una cicatriz partía su labio en dos, dándole un aspecto frío y calculador, en consonancia con la mirada de unos gélidos ojos negros.

—Dejirli marchli —dijo el hombre del látigo.

—¿Qué han dicho? —preguntó Aileen en susurros a Nathair, a quien abrazaba con fuerza.

—El Ser’hi traerá problemas. No lo toquéis. Dejadle marchar. Hablan el antiguo dialecto. Larguémonos. —Espoleó al caballo y cruzaron el campo de batalla.

No tardaron en dejar atrás los terrenos para sumergirse en un bosque cubierto de espesa niebla. Por entre sus altos y retorcidos árboles se oía un débil siseo: El Bosque de la Serpiente.

Thunder se agitó nervioso; Nathair se vio incapaz de controlarlo y ambos cayeron al suelo. Con su cuerpo protegió a Aileen y los dos rodaron consiguiendo librarse de los mortíferos cascos del animal. Rodaron una vez más para evitar las coces del caballo y luego se apartaron de su trayectoria de un salto. Nathair obligó a Aileen a quedarse atrás mientras él buscaba por todos los medios tranquilizar al animal. Entonces vio que los ojos se habían teñido de rojo y no dejaba de babear; su mandíbula se movía agitadamente y de pronto descubrió la marca roja que brillaba en una de sus patas traseras: los ocultos le habían herido. Todo su cuerpo se volvía rojo, parecía estar sufriendo mucho, y Nathair sabía que no tardaría en rendirse y morir al control de los ocultos. Lleno de rabia sacó su espada, y asestó un golpe a Thunder, que cayó al suelo agonizante. Se agachó junto a él y acarició su cabeza. Sufría espasmos y no dejaba de relinchar. Nathair cerró los ojos, alzó la espada y la dejó caer sobre la cabeza del pobre animal.

Sus relinchos dejaron de oírse.

Las lágrimas asomaron a los ojos del chico. Thunder era lo único que había tenido durante años, lo podía considerar su amigo y había muerto bajo su mano. Nunca se perdonaría lo que habría hecho. Se frotó con energía los ojos y se sobresaltó al sentirse rodeado por los brazos de Aileen. ¡Le estaba abrazando! Por unos segundos había olvidado que ella se encontraba allí. Odiaba mostrarse como un niño delante de alguien; durante años había actuado con frialdad, como si no tuviera sentimientos, tal como Juraknar y su hermano le pedían. Se sentía torpe junto a Aileen, no sabía cómo tratarla ni cómo actuar con ella. Ansiaba rodearla con sus brazos, pero recordaba lo tensa que estaba cuando la abrazó en la cabaña. Suavemente posó sus brazos en la cintura de la chica, sin sentir ninguna reacción extraña por su parte: ni lo rechazó ni se puso tensa. Pero algo que comenzaba a quemarle le obligó a separarse de ella: la esfera que Juraknar le había dejado brillaba intensamente.

Era su llamada, vendrían a por él. De un vórtice que se abrió repentinamente surgió su hermano, quien tiró fuertemente de su brazo, llegando a ponerlo en pie y arrastrándolo a su interior, en el que, tras él, se veían los Dra’hi, Kirsten y un numeroso ejército de Juraknar. Se libró del brazo de Nathrach y se dirigió a Aileen, poniendo en su mano derecha la pulsera de hojas verdes de cristales.

—Avisa a Naev si tienes problemas. ¡Ten cuidado!

—Tú también —dijo cariñosamente—. Cuando regreses descansaremos, estás enfermo.

Asintió y desapareció con su hermano tras el vórtice.

Estaba sola, junto al cuerpo del caballo y rodeada por el terrible siseo del bosque y su protector salió para protegerla. Aileen se alejó del animal; su sola imagen la entristecía, y más recordando la imagen de Nathair junto al cuerpo sin vida.

No muy lejos escuchaba el débil sonido del agua y anhelaba darse un baño; estaba agotada y le sentaría bien. Se dejó guiar por su oído y no tardó en encontrarse con un lago de cristalinas aguas. Se despojó de la ropa y se metió en la tibia agua, bajo la atenta mirada de su guardián.

En el embalse se sentía revivir, recuperaba la fuerza que los altos muros del castillo de Juraknar le habían robado y volvía a ser la misma. Se iba sintiendo cada vez mejor conforme se alejaba de las murallas de la que había sido su prisión. Tímidamente, sus pequeñas y semitransparentes alas hicieron acto de presencia y se sumergió por completo, notando el agua deslizarse por cada centímetro de su cuerpo desnudo. Se quedó boca arriba contemplando el cielo: nada de lunas ni estrellas, por lo que aún debía ser de día. No perdía la esperanza de que algún día aquellas tierras y aquella misma agua pudieran ser bendecidas por la luz de los soles. Sentada sobre la hierba, dejó que las gotas se deslizaran por su cuerpo. Las ninfas sentían, comían, dormían y querían prácticamente como los humanos, pero su sentido del pudor no era tan elevado. A ella no le importaba estar desnuda o que Nathair la hubiera visto así, aunque admitía que desde que Nathrach la había atacado muchas cosas cambiaron. Al recordar al primogénito de los Ser’hi comenzó a vestirse sin demora. La niebla era cada vez más espesa y tendría que volver al lugar donde había quedado el cuerpo de Thunder, pues supuso que Nathair volvería allí.

Seguida de su guardián, se adentró en las sombras del bosque. Los árboles parecían más siniestros debido a la niebla. Podía sentir la naturaleza y aquel bosque estaba furioso. Lo vivido allí le había hecho borrar de la memoria quién era en verdad: princesa de las ninfas.

El bosque llevaba años luchando por sobrevivir. Tenía su propia lucha personal: matar a cualquiera que entrara. Quizás con eso conseguiría deshacerse de cuantos sirvieran al inmortal, aunque ella creía que eso no sería posible. El poder de Juraknar era muy superior al de un bosque; una magia que estaba segura provenía de una ninfa y solo una podía vivir en aquel bosque: Dharhani.

La ninfa había sido desterrada hacía dos años. Siempre deseó su puesto y casi lo consiguió, su plan por envenenarla estuvo muy cerca de tener éxito. Y ahora no dejaría que saliera de su bosque.

Tras respirar hondo, volvió a despojarse de su ropa, de su vestido de humana, y se colocó el pelo por detrás de las orejas, dejándolas al descubierto. Se agachó, tomó un puñado de tierra entre las manos y lo dejó caer por encima de ella, quedando su cuerpo impregnado en tierra del Bosque de la Serpiente. Después trazó un círculo alrededor de sí misma y cruzó las manos. Sus débiles alas volvieron a aparecer, brillando de una forma especial de un intenso azul. Una fuerte luz brotó de su interior y se levantó hasta lo más alto del cielo. Toda Serguilia se iluminó entonces con un claro destello azul. El poder de la princesa de las ninfas se extendía por toda la zona, para que ningún bosque ni lago osara cerrarle el camino. La niebla comenzó a disiparse y comprendió que lo visto había sido una ilusión. La retorcida flora había desaparecido, dando paso a árboles altos y frondosos. Sintiéndose como en casa, voló hasta que llegaron a sus oídos unas divertidas risas, cada vez más cercanas, procedentes de cuatro pequeñas luces amarillas que arrastraban algo: le traían un obsequio, un precioso vestido que dejaron caer por encima de su cabeza y se le ajustó como si fuera piel a su estilizado cuerpo. No tenía tirantes, se ajustaba por encima de sus pechos hasta sus caderas, donde comenzaba a ensancharse para caer en cascada hasta debajo de las rodillas. Era más corto por delante y terminaba en cola por detrás. Las hadas volvieron con dos pequeñas zapatillas azules con varias tiras en beige. Se las puso y con sus ropas en la mano volvió al lugar donde yacía Thunder. El bosque le daba la bienvenida.

El comportamiento de Dharhani le extrañaba. Se encontraba en sus terrenos y le sorprendía que hubiera desistido tan fácilmente de darle muerte.

No tardó en encontrar al caballo. Estaba cubierto de flores; las hadas lo habían bendecido y deseaban darle el merecido descanso que se había ganado. Sabía que Nathair agradecería el detalle: ahora el espíritu del animal vagaría libre por el bosque.

Se recostó en un árbol y escuchó los agradables sonidos del entorno. El lejano sonido del arroyo, el ulular de los búhos, la suave brisa agitando las ramas, el lejano y sensual cantar de las sirhad... Esto hizo que una sonrisa se dibujase en sus labios, recordando tiempos en lo que su única preocupación era divertirse. Ya no recordaba las muchas veces que había hablado con sus extrañas amigas, que vivían bajo el agua, para darle alguna que otra lección a un chico.

Ellas eran exóticas y con sus cantos conquistaban a hombres débiles. Su dulce y angelical forma era solo una máscara bajo la que escondía la verdadera imagen de la muerte.

De repente el silencio conquistó los alrededores. Alguien que no era bienvenido acababa de entrar en él, o quizás era Dharhani, que intentaba algo más para echarla de sus terrenos. Se puso en pie sin demora y su protector se mantuvo más alerta, siseando y con los ojos brillantes, rodeándola con su enorme cuerpo y mirando al lugar del que provenían los pasos.

Temblando de miedo, se llevó una mano a la muñeca e hizo romper una de las hojas que servían para llamar a Naev. Entonces se encontró con uno de los brujos de Juraknar. Vestía capa roja, una larga melena negra y larga barba que caía por delante de su estómago. Su aspecto era el de un ser débil, ligeramente encorvado y con una ruda mueca en sus delgados labios. Había oído que cuando una persona se entregaba a la magia negra, y en especial a invocar demonios, estos se alimentaban de su propio cuerpo hasta que acababa convertida en un saco de huesos. Por el débil aspecto del brujo, supuso que su vida estaba agotándose.

Los ojos del viejo se tiñeron de negro. Alzó su mano derecha mostrando una vara oscura de metal con una piedra roja en la parte superior y el cielo se llenó de espesas nubes rojas, que se unieron para formar una espiral, dentro de la cual se abrió un vórtice negro.

—Moriss, osquiris, damenios aparilius! Damenios raspndil ah to sirivi.

Un encapuchado montado en un caballo que era todo hueso cruzó el vórtice. Llevaba una larga espada y galopaba flotando en el aire como si se tratara de tierra firme, para acabar dirigiéndose hacia su siervo.

El demonio espoleó al caballo huesudo y comenzó a perseguir a la princesa.

23

Los dominios de Juraknar (Kun)

Una enorme torre roja terminada en punta se erguía a varios metros de donde se encontraban. A su alrededor había toda clase de seres, desde hombres protegidos con armaduras, hasta Deppho, Manpai y Rocda. Y ellos tres, en el centro de la batalla.

Tras el ejército de sombras de Juraknar aparecieron los Ser’hi.

Kun miró a Kirsten.

—Haz que salga el guardián —le susurró sin apartar la vista de los Ser’hi.

—¡Xiao Long![1]

El dragón salió del interior del colgante y los rodeó a los tres frente a las fuerzas del inmortal. Xin no pudo por menos que mirar extrañado a la chica por el nombre que acababa de pronunciar.

—¿Le has puesto nombre?

—Pedí a Xinyu que me dijera algunos nombres.

—Hmm... No me parece apropiado.

—A mí me gusta.

—¡Ten cuidado! —interrumpió Kun.

Se separó de su hermano y de Kirsten, desenvainó su espada y la incrustó en el suelo, provocando que el hielo comenzara a expandirse y congelando todo cuanto se cruzaba en su camino, ante la mirada nerviosa de Nathrach. Muchos Deppho, Manpai, Rocda y los hombres del ejército de Juraknar habían sido convertidos en estatuas, quedando frente a ellos a los Ser’hi, que todavía no se habían recuperado de la sorpresa.

Kun extrajo su espada del suelo y se dirigió hacia Nathrach. Los aceros se estrellaron y ambos se miraron fijamente a los ojos, verdes, símbolo de su elemento. Saltaron hacia atrás y volvieron a la carga.

Nathrach posó su mano sobre la hoja de su arma, sin apartar la vista del Dra’hi y esta se volvió de hielo; luego, de un rápido gesto, la dirigió a Kun y varias agujas nevadas salieron lanzadas en dirección a él.

Un escudo protegió a Kun. De un gesto lo partió con su espada y siguió atacando, sorprendiendo al Ser’hi. Este no pudo evitar que la espada de su adversario le atravesara el hombro derecho, que comenzó a cubrirse de escarcha.

***

Xin no se apartaba de Kirsten, quien, al igual que ella, no dejaba de observar a Kun luchando contra Nathrach. Ambos tenían una cuenta pendiente y Xin sabía que su hermano nunca olvidaría lo que aquel malvado le había hecho a Kirsten. Por unos segundos apartó la vista de la batalla y miró a Nathair. Parecía desorientado y sin ánimos de luchar. De pronto observó un pequeño agujero negro que se iba agrandando poco a poco, un vórtice que hacía de puente entre Serguilia y Draguilia, Juraknar enviaba refuerzos, Deppho, que no dudaron en correr hacia ellos para convertirlos en su comida. Desenvainó su espada y comenzó a destrozarlos con facilidad, evitando que se acercaran a Kirsten.

Nathair corrió hacia Kirsten. La defendía el protector, pero este tenía grandes dificultades para librarse de tantos Deppho. Uno de ellos se lanzó sobre la chica, que cayó al suelo. Nathair actuó justo a tiempo de impedir que fuese herida, degollando al ser que la había atacado. Luego la ayudó a ponerse en pie. Cada vez eran más, y se cerraban en círculo. Xin no tenía más remedio que retroceder. El Dra’hi comprendió que él y Nathair luchaban por la misma causa.

—Xin, debes llegar hasta la torre —susurró Nathair observando los movimientos de los Deppho—. Encontrarás una esfera —continuó—. Rómpela, hazla pedazos; la oscuridad que rodea Draguilia desaparecerá y los Deppho no tendrán más remedio que largarse. Conseguiremos así que el inmortal pierda algo de poder.

—¡Quédate con ella!

—No dejaré que sufra ningún daño.

Xin asintió, confiando en el joven de los Ser’hi, y se sumergió en el furor de la batalla. Clavó su espada en el suelo y originó una gran corriente de aire que lanzó a los Deppho a derecha e izquierda, dejándole el camino libre para correr en dirección a la torre, situada detrás de su hermano y Nathrach, quienes se asestaban golpes rápidos y ágiles. Pasó por delante de ellos y Nathrach advirtió sus movimientos. Miró en dirección a su hermano y ese gesto le costó un corte en la mano, provocando que el arma cayera al suelo. Corrió tras el menor de los Dra’hi, pero Kun se cruzó en su camino. Entonces se agachó con rapidez, posó las manos en el suelo e hizo que enormes icebergs rompieran la tierra. Pero Kun los partió y después, con un gesto de su espada, la situó bajo la garganta de Nathrach. Este sudaba aterrado sintiendo el filo sobre su garganta y un pequeño hilo de sangre que empezaba a manar. El suelo vibró bruscamente y los dos cayeron. Miraron hacia la torre y observaron que comenzaba a derrumbarse.

Kun, alarmado, se alejó de su enemigo y corrió hacia la estructura gritando el nombre de Xin: iba a quedar sepultado bajo los restos de la torre.

***

A Nathair le dolía el brazo de tanto agitar la espada, no oía nada y apenas era consciente de lo que hacía. Estaba agotado y su vista comenzaba a nublarse. Los Deppho eran más listos de lo que él creía, y ahora sabían de su traición, por eso mismo le atacaban. Dos de ellos se lanzaron sobre él y le comenzaron a hincar sus desdentadas bocas en el pecho, arrancándoles gritos de dolor.

Kirsten le quitó a Nathair la espada y con gran esfuerzo atravesó a uno de los Deppho y al otro lo consumió al posar la mano en su huesuda espalda. Le ayudó a incorporarse; después trazó un círculo en la arena y posó la mano en el dibujo, que pronto comenzó a arder y formó una muralla de fuego alrededor de ellos.

A través de las llamas la pareja observó agradecida el dibujo con forma de tigre que comenzaba a trazarse en la arena y pronto vieron la capa blanca del Tig’hi, que hábilmente mataba a todo cuanto se cruzaba. Era muy ágil y con decisión clavó las dos dagas en el suelo. Este tembló con violencia, provocando una enorme grieta y los Deppho supervivientes cayeron en ella.

Nad extrajo sus dagas de la tierra y se volvió hacia el torrente de fuego. Ya estaban a salvo.

***

Xin irrumpió en la torre. Su interior no era muy grande y lo único que apreció fueron unas escaleras al fondo que ascendían en caracol hasta la parte superior. Subió saltando los escalones de dos en dos, muy nervioso por haberse alejado del centro de la batalla y llegó al último piso sin aliento. Vio una enorme sala oscura con un pilar rojo y sobre él una esfera negra. Corrió hacia ella y le asestó un golpe de espada; pero no ocurrió nada, la esfera seguía igual, ni siquiera había conseguido arañarla. Volvió a intentarlo más veces, también sin éxito; no conseguía romper el duro cristal. Cogió con ambas manos la espada y la alzó; después de mantenerla unos segundos suspendida en el aire, con un grito volvió a golpear la esfera, consiguiendo esta vez que la punta entrara débilmente y una luz negra brotara de la grieta, envolviendo la estancia en una extraña y espesa oscuridad. Hizo presión y sintió que la espada entraba más. Empujó de nuevo y el arma se introdujo por completo, partiendo la esfera en dos y liberando una gran ola negra que volvió a sumergirlo en sombras. El suelo comenzó a temblar bruscamente y oyó el sonido de algo resquebrajándose. Cuando la oscuridad se disipo, descubrió las enormes grietas que comenzaban a abrirse por la sala. Corrió hacia las escaleras y las bajó con rapidez, salvando los escombros que encontraba a su paso. Ya podía apreciar luz en el fondo. Saltó los últimos escalones que le quedaban, pero tropezó y cayó al suelo, soltando su arma en la caída: la vio deslizarse por el suelo hasta una columna cercana. Se apartó con agilidad al escuchar un fuerte estruendo, alejándose de los cascotes que cayeron en el lugar que tan solo unos segundos antes ocupaba. Buscó tras la columna, pero la oscuridad era demasiado cerrada para poder advertir nada. Enojado, se tiró al suelo y comenzó a palpar. Por fin tocó algo frío y comprobó que era su arma; la agarró y siguió avanzando hacia la salida. Saltó y se arrastró por la arena, hasta que alguien le ayudó a levantarse y lo alejó de las cercanías de las ruinas de la torre. En pocos minutos, los dos Dra’hi pudieron contemplar cómo la estructura era engullida en un enorme cráter, y al instante una ola negra expansiva les derribó, golpeándoles e impidiendo que pudieran respirar con normalidad.

Cuando el aturdimiento desapareció miraron tras ellos advirtiendo que todos habían sufrido debido a la ola. El manto gris que cubría el cielo comenzaba a esfumarse y pequeños rayos de sol hacían su aparición tímidamente y lo único que rompía la tranquilidad eran los gritos de dolor de algunos Deppho que morían debido a la luz.

Buscaron a Nathrach y lo vieron avanzar en dirección a Kirsten.

***

El Ser´hi avanzaba pesadamente debido al dolor que tenía en el pecho. Habían fracasado y un sudor frío le recorría la espalda al pensar en el enfado de Juraknar. Encontró a su hermano sentado en el suelo sin hacer nada y eso le enfureció. Junto a él estaba la chica. Bien podría tomarla y llevarla al castillo, con eso conseguirían que la furia de Juraknar amainara después de perder uno de los planetas; pero como era habitual en él, no hacía nada. Desenvainó su espada, pero al instante se encontró con la afilada punta de una daga bajo su garganta y ante él un encapuchado blanco. De inmediato reconoció al famoso hijo del tigre.

Alzó su espada hacia arriba, librándose de la daga con un gesto, pero al instante advirtió la postura de ataque del joven: osaba retarlo con sus dos insignificantes dagas. Corrió hacia él con la espada a su derecha y la alzó cuando los separaban unos centímetros; pero no había nadie allí, había desaparecido. Sintió algo detrás de él, se giró y solo tuvo ocasión de notar que una daga se clavaba en su costado. Dolorido, caminó hacia atrás, haciendo presión sobre la herida. Agarró del brazo a su hermano violentamente e hizo crear el vórtice, sin apartar la vista en ningún momento del Tig’hi y de la chica. Las manos de ella estaban rojas, a punto de crear llamas. Pronto se encontrarían y entonces lamentarían aquel día. Se lanzó al vórtice con su hermano y desaparecieron de inmediato.

Nad guardó las dagas en sus fundas y vio a los dos hermanos corriendo en dirección a él. Sus poderes habían sido liberados, lo mismo que Draguilia, que en aquellos momentos era bendecida por los cálidos rayos de los dos soles que lucían en el claro cielo.

—Ahora es cuando ha empezado la guerra de verdad. Debéis ser cuidadosos y no confiar en nadie, y por lo que más queráis, no os separéis. Muchas vidas dependen de vosotros. Yo os ayudaré en todo lo que me sea posible.

—¿No nos muestras tu rostro? —preguntó Xin.

—Pronto, ahora os recomiendo que emprendáis el viaje hacia Lucilia sin demora, el tiempo apremia y el inmortal aumentará el número de hombres suyos en cada planeta. Por favor, no confiéis en nadie, solo en vosotros.

El dibujo del tigre comenzó a formarse bajo sus pies y desapareció sin dejar rastro.

Kun corrió hacia Kirsten y la observó con detenimiento. No tenía ni un solo rasguño. Aliviado la estrechó entre sus brazos. Ahora sabían que Nathair realmente estaba de su lado, pues la había protegido durante la batalla.

Xin posó una mano sobre el hombro de su hermano e hizo un gesto de asentimiento: debían volver a la pagoda y explicar a Clay y Xinyu lo sucedido… además, debían averiguar quién era la persona qué los había enviado allí y cómo había entrado en la pagoda.

¿Serían ciertas las palabras de Nathair? ¿Tendrían un traidor entre ellos?

Con sus poderes recuperados podrían viajar como lo hacía Nad. Así pues, cerraron los ojos y el dibujo de un dragón apareció bajo sus pies, uno verde en el caso de Kun y uno azul en el de Xin. Desaparecieron de allí y aparecieron frente a Clay, Xinyu y Shen en el bosque de bambú.

—¡Hemos ganado! —anunció Xin eufórico—. El inmortal debe de estar retorciéndose en su castillo porque le hayamos dado una gran patada en el culo.

—¿De qué habláis? —quiso saber Clay—. ¿No habréis cometido alguna locura?

—Algo nos hizo viajar —mintió Kun, mirando a Kirsten y Xin—. Aparecimos en los terrenos dominados por el inmortal y vencimos.

—Solo ha sido una victoria, no debéis confiaros, recordad que eso os hace más débiles —les reprochó Xinyu.

—Deja que disfrutemos un poco de la victoria —dijo Kun en defensa de ambos.

—Por fin están haciendo aquello para lo que han nacido —intervino Kirsten—. Un gran peso habrá desaparecido de sus espaldas al por fin verse útiles y ayudar. ¡Mirad! —exclamó mirando al cielo—. Desde que estoy aquí es la primera vez que nubarrones oscuros no ensombrece el cielo. Por fin el sol hace apto de aparición —dijo sonriente, tomando la mano de Kun—. Aun así, no debemos demorarnos… Nad ha dicho que es mejor que partamos cuanto antes.

—¿Cómo que demorarnos? —dijo Clay—. Tú te quedas en la pagoda, no viajarás con ellos.

—Pero Kun ha aceptado que vaya con él. Puedo acompañarlo.

—¡Ah sí! —inquirió Clay cruzando los brazos—. ¿Y qué piensa tu hermano de tu decisión?

Kun miró a Xin suplicante. Es cierto que los últimos días habían sido muy tensos para ellos, habían tenido sus más y sus menos y esperaba recibir su apoyo.

—Kirsty puede resultarnos de ayuda. Es poderosa, maneja el fuego y seguro que nos vendrá bien.

—Bueno, ya hablaremos —dijo Clay—. Volvamos a la pagoda.

La verdadera misión había comenzado y no podían demorarse. Era hora de iniciar el verdadero viaje de los Dra´hi.

[1] Xiao Long significa «pequeño dragón»

24

Consecuencias (Aileen)

Aileen huía entre los árboles, que suavemente apartaban sus ramas para impedir arañarla. Por el contrario, atacaban al demonio, que las cortaba sin miramientos provocando un gran dolor al bosque. No podía permitir que hiriera la naturaleza; le rogó ayuda y acudió a su llamada: la niebla se volvió más espesa y el demonio no tuvo más remedio que detenerse para poder verla.

Aprovechando esta gran ventaja se guío por su oído, oyendo en la lejanía las sinuosas aguas del lago. Retrocedió sobre sus pasos, evitando al demonio, hasta llegar a un embalse.

Allí estaba el brujo. Posó sus manos sobre el agua y decidió pedir ayuda a sus amigas. Nadie se resistiría a las sirhad.

—Sirhad, silid, tingue aliment púr voseis.

Hacía tiempo que no hablaba el idioma de las ninfas y agradeció que sus palabras se deslizaran por su boca serenamente. De pronto el agua comenzó a agitarse y en el interior distinguió dos pequeños bultos que iban tomando forma: preciosas melenas cobrizas comenzaron a surgir y miraron a Aileen.

Eran dos jóvenes hermanas sirhad, ambas de grandes y preciosos ojos azules y un cuerpo lleno de sensuales curvas. Sus pechos iban cubiertos con hojas del lago y a partir de sus caderas comenzaba una cola de sirena. Le hizo un gesto en dirección al hombre y estas sonrieron malévolamente. Entonces la cola desapareció, dando paso a dos largas piernas; sobre sus caderas lucían una extraña falda hecha solo de hojas. Ambas sirhad caminaron por la superficie del agua como si fuera tierra firme y se dirigieron al hombre. Este no sospechaba que aquellas dos ingenuas chicas serían su fin.

Aileen escuchó el relincho del caballo detrás de ella y cuando se giró vio a su atacante alzando la espada para descargarla. Pero a sus oídos llegó el grito del brujo y el demonio desapareció. Debía dar las gracias a sus amigas, que se iban abriendo paso entre la niebla.

Sabía que si no hubiera sido por Nathair ella sería ahora también una sirhad, maldita por culpa de los hechos de un hombre y el dolor que este le causaba. Las ninfas solo tenían dos destinos: o vivían en paz con quien las amara o su condenada alma se quedaría en el olvido para dar paso a una sirhad, algo peor que una sirena, nada que ver con una ninfa y su naturaleza pacífica.

—Gracias, sin vosotras el demonio me habría dado muerte —confesó.

—Aileen, creíamos haberte perdido, hacía mucho tiempo que no teníamos noticias tuyas —dijo la que parecía mayor—. Me alegro de verte bien. Pide nuestra ayuda cada vez que lo necesites.

Ambas se lanzaron hacia atrás en una ágil voltereta y vio como desaparecían. La niebla que rodeaba el bosque se desvaneció y fue entonces cuando descubrió a una persona postrada en un árbol.

—¡Maldita sea, Naev! —exclamó molesta—. ¿Dónde demonios te habías metido?

—¡Princesa, esa lengua! —exclamó divertido—. Solo quería ver si te las apañabas sola; créeme hubiera acudido en cuanto necesitases mi ayuda. Fue muy inteligente llamar a las sirhad, casi ningún hombre se resiste a sus encantos.

—Lo sé. Cuando habitaba en el bosque, varias amigas y yo le hemos dado alguna que otra lección a los chicos mostrándole su verdadero aspecto, aunque nunca dejamos que se los comieran. —Su tez divertida cambió y miró fijamente a Naev, de quien ni siquiera podía ver sus ojos—. Creo que Nathair está enfermo.

—¿Dónde está?

—Nathrach vino a por él y supongo que volverán a atacar a los Dra’hi. Le mordió un Deppho cuando atravesamos los montes.

—No te preocupes, prestaré los cuidados necesarios al chico.

—Gracias... otra cosa más, creo que nunca saldremos de este bosque.

—La fuerza de quien lo controla te intimida, pero eres princesa y no puedes dejarte amedrentar por otros de tu pueblo.

—Dharhani es muy fuerte y nunca nos hemos llevado bien. Quiso el trono y fue desterrada del Bosque Azul. Ahora no me dejara salir de aquí

De pronto escucharon voces y Aileen corrió en dirección a ellas, dejando atrás a Naev. Era la voz de Nathrach. Cuando llegó al claro donde yacía el cuerpo de Thunder, ambos hermanos estaban discutiendo.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Nathrach—. Pudiste haberte llevado a Kirsten y no lo hiciste, ni siquiera te moviste.

—Nos atacaban —susurró Nathair.

—Mientes, los Deppho nunca nos atacarían, obedecían nuestras órdenes. Ni siquiera hubieran herido a Kirsten.

—Yo lo único que puedo decirte es que atacaban a la chica y creo que Juraknar se hubiera enfadado mucho si la hubiéramos llevado muerta junto a él.

—Se enfadará cuando sepa de nuestro fracaso. ¡Eres un inútil! —exclamó golpeándolo, provocando que cayera al suelo.

—¡No le pegues! —intervino Aileen en la pelea, poniéndose delante de Nathair.

—Si no se le trata con mano dura nunca crecerá. ¡Apártate!

—¡No! —gritó deteniendo su mano e impidiendo que golpeara a Nathair. Pero Nathrach tenía mucha fuerza y no tenía nada que hacer contra él; le vio alzar la mano e instintivamente cerró los ojos, como si así pudiese protegerse del golpe. Pero este no llegó nunca, ya que Nathair había detenido la mano de su hermano.

—¡Ni la toques! Nathrach, vete, tengo cosas que hacer.

—Vendrás conmigo a ver a Juraknar, no creas que voy a ser yo solo quien reciba todos sus gritos. Debemos ir los dos.

—Tengo cosas que hacer, ve tú solo. Juraknar te quiere como el hijo legítimo que nunca tuvo, te dará una par de palmaditas en el hombro y ambos os iréis de... —Se interrumpió al sentir a Aileen junto y él y su tono cambió—. Vete. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme, siempre llevo la esfera conmigo.

Nathrach le miró fijamente y desistió. Bajo él apareció un círculo verde con una serpiente. No valía la pena seguir discutiendo con su hermano; tenía razón, el inmortal lo apreciaba mucho: escucharía sus gritos, pero sabía que no ocurriría nada y ambos irían después a relajarse. Sonrió y dejó a su hermano junto a Aileen.

Nathair se dejó caer sin escuchar las palabras de la princesa. Estaba cansado. Pero unas frías manos se posaron sobre su mentón, obligándole a mirarlo. Naev estaba allí.

—Nathair, escúchame: estás enfermo. Dime los síntomas.

—A veces no oigo, tengo mucho frío y estoy cansado; cuando duerma me encontraré mejor. ¿Qué haces aquí? ¿Ocurrió algo en mi ausencia? —preguntó mirando en dirección a Aileen. Ella agarraba y estiraba la ropa; era un poco extraña, pero le parecía bonita y le sentaba muy bien. Le hubiera gustado decírselo, pero estaba agotado y cerró los ojos.

—¡Maldita sea! —exclamó Naev—. Aileen, por favor, dale calor, está muy frío. Volveré enseguida, tengo que buscar medicina.

Aileen asintió y vio al encapuchado desaparecer tras un vórtice. Con esfuerzo arrastró a Nathair hasta un árbol cercano y allí dejó caer su capa blanca sobre él y lo abrazó. Estaba muy frío y no dejaba de jadear y sudar. Frotó sus brazos y empezó a hablarle. Se acercó todo lo que pudo a él para aplacar su frío y acarició su rostro. Tenía algunos mechones pegados a su rostro y los apartó suavemente. Angustiada por no conseguir que despertara, le quitó la capa y en sus prendas apreció sangre. Estaba herido.

Limpió las heridas superficialmente. Se abrazó a él y dejó caer la capa por encima de los dos, cubriéndolos prácticamente. De pronto sintió que una punta afilada se posaba en su nuca. Se arrepintió por no haber estado más atenta: estaba en terreno enemigo y Dharhani no tardaría en matarla, era lo que llevaba intentando desde hacía mucho tiempo.

—Vivir tanto tiempo en este bosque te ha vuelto una cobarde. Me vas a atacar cuando sabes que estoy desarmada y cuidando a un amigo mal herido.

La punta del cuchillo desapareció y la persona que se encontraba oculta tras ella, desapareció en la niebla. Esperaría su ocasión, aunque antes lanzó su amenaza:

—¡Princesa, nunca saldrás de mis terrenos!

Aileen escuchó su amenaza y se juró que haría lo que fuera por salir de aquel bosque, y si para ello debía enfrentarse a Dharhani, lo haría.

—Ya no tengo frío —dijo con voz ronca Nathair, quien no había visto nada de lo ocurrido entre las ninfas—. Puedes dejar de abrazarme. Sé que te causo repulsión, que te recuerdo a mi hermano, que no soportas estar conmigo —murmuró con pesar y voz entrecortada.

—Nathair, tú no eres Nathrach y no te aborrezco. Me puse tensa cuando me abrazaste en la cabaña, pero no quería herirte, simplemente siento repulsión de mí misma, como si estuviera sucia y el agua nunca pudiera llegar a limpiarme del todo. Tú no eres Nathrach, pero siento que nadie merece abrazarme y que nunca podré amar o querer como lo hice antaño. No te aborrezco, confío en ti. Tú eres el que debe sentir repulsión hacia mí.

—No lo hago; te juro que cuando hayamos visitado los lugares sagrados le daré a mi hermano su merecido. No me importara perder la marca y convertirme en un chico normal, pero vengaré el daño que te hizo, te lo juro. Quiero ayudarte y cuando lo consiga no me importara morir. Creo que estoy destinado a estar bajo la garra de Juraknar, pero hasta que mi día llegue te ayudaré y haré todo lo posible porque los Dra’hi consigan liberar Meira. Todos merecemos ser libres y mi sacrificio valdrá para algo.

—¡No voy a dejar que mueras! —gritó furiosa—. Eres el único al que soy capaz de acercarme sin temblar. No me odias, no me rechazas, eres mi amigo, mi único amigo, y no voy a permitir que te pase nada. Ambos seremos libres y viviremos en un lugar bendecido por los rayos de los soles. Ahora solo dices estupideces por la fiebre. ¡Aquí está Naev! —exclamó al verlo regresar con ellos.

El hombre se arrodilló junto a Nathair, le agarró el brazo derecho y le inyectó un antídoto, ante la sorpresa de la ninfa. Nunca hasta ahora habían visto una medicina tan extraña: se encontraba en un tubo y la introducía en el interior del cuerpo por medio de una aguja.

Naev pasó un brazo alrededor de Nathair y lo puso de pie. Cerca había una cabaña y tras acomodarla y protegerla con un hechizo, dejó que descansaran. Aunque el hombre lo deseaba no podía permanecer mucho tiempo junto a Aileen y Nathair, debía seguir su camino aunque prometió volver a visitarlos.

Aileen mojó la frente de Nathair con un paño húmedo. Nada más administrarle la medicina, había caído en un sueño profundo y esperaba que estuviera así varias horas. Estaba sola, pero se sentía segura allí dentro. En la cabaña solo había una cama, en la que descansaba Nathair, y una chimenea al fondo, donde hervía agua.

***

Nathair notó un extraño olor cuando despertó. Estaba cómodo y parte de su agotamiento había desaparecido, aunque todavía sentía su cuerpo entumecido. Abrió los ojos y miró bajo las sábanas: le habían quitado la ropa y esta se hallaba húmeda frente al fuego, donde vio a Aileen probando algo de un enorme caldero.

—Aileen —dijo. Ella se giró al oír su nombre y corrió hacia él. Se sentó a su lado y le pasó la mano por la frente—. ¿Me has quitado la ropa?

—¿Qué otra cosa iba a hacer? Estás enfermo y no dejabas de sudar. Llevas horas durmiendo. La he lavado, pero ya se está secando. También te di un baño con agua caliente, seguro que te encuentras mejor.

—¿Me has visto desnudo?

—¿Cómo si no iba a lavarte? Estás herido. Nathair, las ninfas no tenemos el mismo sentido del pudor que vosotros. ¿Ves mi vestido? —dijo girando sobre sí misma y haciendo que ondeara grácilmente a su alrededor—. En el bosque todas íbamos así. Me lo han regalado las hadas. Y han cubierto el cuerpo de Thunder con flores, descansará en paz. Sé que se podría decir que voy prácticamente desnuda, pero me siento bien. Solo te he quitado la ropa porque estás enfermo, pero aun así no me importó que tú me vieras sin prendas. No me gusta que lo haga tu hermano, pero de ti... es extraño, no me importa, y eso es raro para mí. Mi padre siempre decía que tenía muchas cosas que aprender, que cuando saliera del bosque muchos sentimientos desconocidos hasta ahora me abordarían. No sé por qué no siento vergüenza ante ti…

—Puede ser que te sientas cómoda conmigo. Eres princesa, no debes hacer nada de lo que has hecho. Podría haberme dado un baño cuando despertara. Tus manos no deben hacer cosas de esas, ni siquiera deberías acompañarme en el viaje. Pongo tu vida en peligro. Ni siquiera debería mirarte a los ojos, sino a los pies.

—¿Por qué? No lo entiendo.

—¡Eres princesa! Yo no tengo el mismo rango que tú, no soy príncipe, no soy nada, un plebeyo, podría decirse.

—Nathair no me gusta que digas eso. En el bosque yo siempre ayudaba a mi padre. Hacía cosas como recoger la fruta, cooperar con los demás en sus tareas... La única diferencia que había entre nosotros es que a mí me llamaban princesa en lugar de por mi nombre. Yo no era superior a ellos, lo único distinto es que en el futuro tendría que tomar decisiones y ellos me pedirían consejos. Cuando llegué al castillo trabajé duro. Pero no me importaba, no podía permitir que Lyris hiciera todo el trabajo; tengo dos manos y si en el bosque trabajaba, por qué no iba a hacerlo aquí ¡Espera, te he hecho algo! —dijo de repente.

Se dirigió hacia el caldero, llenó un gran cuenco con su contenido y lo llevó hacia Nathair, quien tras esforzarse logró incorporarse. Extrañado, miró la sopa que le ofrecía Aileen: era verde aunque desprendía un agradable aroma.

Indeciso, tomó la cuchara y la probó. Quemaba, por lo que sintió que su garganta y su lengua se resentían, pero para su sorpresa estaba deliciosa. Al parecer había subestimado las dotes culinarias de la princesa. Bajó la mirada y apreció el brillo del cuarzo, rosa como nunca lo había visto hasta ahora. El bosque y estar al aire libre le sentaban bien, algo que le hizo sonreír.

Comieron juntos y Nathair le explicó lo ocurrido en Draguilia. Estaba libre, cosa que a Aileen le alegraba mucho. Siguiendo el consejo de la ninfa, volvió a tumbarse y el sueño acudió a él. La mordedura de los Deppho le había hecho más daño del que imaginaba y aunque la medicina de su maestro había conseguido que se sintiera mejor, estaba agotado.

Nathair, incómodo por la postura, se recolocó en la cama y lanzó un pequeño quejido al roce de su herida con las sábanas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Aileen tenía la mano entrelazada con la suya. Estaba durmiendo junto a él, cubierta con la capa blanca que él había encargado que le hicieran. Sus suaves cabellos rojos le caían por el rostro, llegando casi a cubrirlo. Los apartó suavemente, apreciando la suavidad de su rostro y su palidez. Colocó algunos mechones por detrás de sus orejas y las acarició suavemente: nunca había tocado unas orejas puntiagudas.

—El suelo era incómodo —dijo de repente, provocando que Nathair diera un brinco. Le estaba mirando fijamente con aquellos ojos gris tan misteriosos—. No ocupo mucho, no te molestaré. No quería cogerte el brazo por no molestarte, pero así siento cómo estás: si respiras bien, si vuelves a sudar o la fiebre sube. Quería dormir un rato.

—Si a ti no te importa dormir conmigo, a mí muchísimo menos. Cuando descanse partiremos hacia el pilar sagrado y estarás más cerca de empuñar la lanza. Pronto nos libraremos del dominio de Juraknar. Ambos viviremos para verlo.

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