Despertar

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Kun se dirigió hacia ella, tomando de inmediato sus manos. El frescor de las de él, la magia que emanaba, lograron calmar a la chica evitando lanzar más llamas y descubrirse ante los desconocidos.

—Extraño que no te hayan devorado —añadió Lizard—. A esas bestias les vuelve loco la carne humana. Y ya debía de ser pequeña para que ni siquiera hayamos escuchado su aleteo.

—Es raro que ronden esta zona —interrumpió Daksha con la mirada fija en la chica—. Siempre suelen cazar en campos al descubierto, no en medio del bosque, ni durante la noche.

—Quizá la culpa sea de tu amigo —refunfuñó Kirsten intentando desviar el tema hacia la extrañeza de lo acontecido—. Él es tan poco inteligente como nombrar al inmortal, creando vórtices por el que esas cosas se cuelan a su antojo.

La conversación se interrumpió debido a un exótico cantar que hacía que cada uno de los músculos de cada miembro del grupo se relajara. Provenía de tres mujeres que se encontraban en unas rocas alejadas de la orilla de un lago cercano. Parecían sirenas por su larga cola, pero eran extrañas pues tenían orejas puntiagudas. Kun no comprendía porque de repente su hermano se sentía embobado por esas criaturas y caminaba en su dirección, hasta que él se lo impidió.

—¡Abre los ojos! —dijo Kun—. Esas cosas son como sirenas y de ellas no hay que fiarnos…

—Pero… —balbuceo Xin.

—¡Sirhad! —explicó Daksha—. Chico, tienes que estar muy, muy enamorado para no haber caído bajo su influjo —dijo dirigiéndose a Kun—. Muy pocos son los hombres que se resisten a sus encantos. Son la imagen de la muerte.

—No lo parecen —interrumpió Kirsten—. Parecen dulces e inocentes.

—Eso es porque no has visto su verdadera imagen.

—Lo que daría por gozar con ellas —dijo Lizard a punto de perder los nervios.

—¡Ve con ellas! —le animó su amigo.

—Siempre me impides ir, ¿qué te pasa hoy?

—Nada, ve con ellas.

Lizard no lo dudó un instante y, tras quitarse las botas, se adentró en el lago.

—Son demasiadas para él, yo también puedo unirme —añadió Xin. Pero su hermano le impidió continuar al volver a tirar de él.

Las tres sirhad rieron y se lanzaron al agua para nadar hasta la orilla, donde todos vieron su cola de sirena desaparecer, dando paso a dos piernas largas y bronceadas cubiertas por una corta falda que parecía hecha de hojas verdes, iguales a las que cubrían sus pechos. Las tres poseían larga cabellera platino y no dejaban de reír. Lizard no tardó en llegar hasta ellas y comenzó a besarlas mientras las chicas acariciaban su cuerpo.

—¡No creo que debiéramos ver esto! —exclamó Kirsten ruborizada—. Puede que vosotros disfrutéis con la orgia que este se va a montar, pero a mí no me hace gracia verlo.

—De buena gana le demostraría a esas colas de pez lo hombre que soy —dijo Xin—. ¡Vamos, Kun! Únete. Seguro que a la frígida de tu novia no le importa.

—¡Gilipollas! —murmuró Kirsten, dándole la espalda—. Que os jodan. Me voy y os dejo a solas con el espectáculo —refunfuñó y sorprendida observó que Kun la rodeaba de la cintura y caminaba con ella.

—Tranquila, pequeña. El espectáculo va acabar —dijo Daksha. Cogió el arco que llevaba a su espalda, cargó tres flechas sin dejar de mirar a su amigo, quien no paraba de manosear a las tres mujeres. Pero estas ya se habían divertido bastante. Su aspecto cambió, su piel bronceada se volvió azulada y arrugada, y sus delicadas manos se cerraron sobre el brazo del hombre. Su rostro se transformó también: les creció la dentadura y en ella aparecieron largos colmillos. Las tres tiraban de Lizard hacia el interior del agua, donde pretendían comerse sus entrañas.

Daksha lanzó las flechas y atravesó a las sirhad, quienes inmediatamente se trasformaron en agua, liberando así a su amigo de sus garras.

Lizard corrió hacia la orilla, aterrado ante la imagen horrenda de la transformación de las mujeres. Estas aún asomaron sus cabezas en el agua, rieron descaradamente, movieron su cola con energía y desaparecieron en las profundidades del lago.

—Por eso no os podéis acercar a ellas —dijo Daksha a los Dra´hi—. Os comerían; los hombres son su alimento.

Ambos asintieron, aterrados por la escena que habían visto, y entonces miraron a Lizard. Este bebía agua del lago, como si con eso pudiera borrar de su mente un instante lo ocurrido.

—Seguro que a partir de ahora te pensarás mucho mejor el estar junto a una mujer —dijo Kirsten, cosa que a Lizard no le hizo gracia y la miró con el entrecejo fruncido—. Te lo mereces por tratarlas sin respeto, no hubiera estado de más que Xin se te hubiera unido —añadió divertida, mirando el gesto de asco de su amigo.

—Adoro a las mujeres, son mi perdición, pero lo que me ha hecho mi amigo no tiene nombre —confesó Lizard.

—Tenía que enseñárselo a los chicos.

Todos oyeron la risa de Kirsten y la miraron fijamente, en especial Lizard, que estaba muy molesto y caminó hacia ella, asustándola, pero entonces el primogénito de los Dra’hi se cruzó en su camino.

—Ya hemos acabado aquí —dijo Kun dando por terminado el acontecimiento—. Volvamos al llano, descansemos y reanudemos la marcha.

—Desde luego tú eres el sensato —dijo Lizard, haciendo caso de su petición—. En cambio el dragoncito peca de mis mismos errores.

—¡Tengo nombre! —refunfuñó Xin—. Y puede que yo me haya dejado seducir por esas cosas, pero soy joven, tú un viejo que ha crecido aquí y debería estar al tanto de los monstruos que nos rodean.

Tanto Xin como Lizard siguieron refunfuñando un largo rato más, hasta llegar al llano. Allí todos vieron el actuar de Kun y su evidente enfado. El Dra´hi se situó junto a la hoguera y murmuró unas extrañas palabras. Al instante un escudo en forma de cúpula creció por los alrededores, dejándolos a todos en su interior.

—Ahora estamos protegidos y sugiero que nadie salga del escudo. Mañana nos espera un día muy largo; debemos rescatar a Niara y allí nos aguardan los hombres del inmortal, por lo que debemos estar descansados. ¿Me has escuchado, Xin?

—Sí —farfulló su hermano, acomodándose frente a la hoguera.

—Y esto también va para vosotros —continuo el Dra´hi mirando a Lizard y Daksha—. Soy nuestros guías. La vida de una chica depende de nosotros y las noches no están para hacer demostraciones de lo terrorífico que es este sitio, sino para descansar y espero que eso sea lo que hagáis. ¡Podéis dormir tranquilos! Nada entrará en este sitio. Llevo años perfeccionándolo.

Lizard iba a replicar por la insolencia del muchacho, pero Daksha se lo impidió y ambos se recostaron a cierta distancia de la hoguera y apoyaron sus espaldas en un árbol, donde comenzaron a murmurar.

Mientras, Kun, tomó de la mano a Kirsten y la alejó de los demás. Se internaron en la zona boscosa que el Dra´hi había envuelto con su magia, para estar a solas.

—¡Ahora es mi turno! —refunfuñó Kirsten—. Sabía que no iba a durar mucho viajando contigo, pero esperaba que al menos tuviera más de veinticuatro horas para demostrarte que os puedo resultar de ayuda. Y bien —dijo, mirándole fijamente a la cara—. ¿Vas a hacer llamar a Clay para que me lleve de vuelta a Draguilia? Sé que lo vas a hacer y lo entiendo, yo misma he estado a punto de desvelar mi tapadera, pero te lo juro, Kun, no voy a permanecer en Draguilia. Volveré a la Tierra, viajaré sin parar, de un autobús a otro. Cruzaré todo el país si hace falta, pero no voy a quedarme en la pagoda. ¡Creo en Nathair! Sé lo que viví cuando tú estabas fuera y sé que alguien cercano os traiciona.

—Desde que hemos llegado a Lucilia me noto agotado y todo se debe al poder del inmortal. Su influencia flota en el ambiente y eso me afecta y a Xin también —añadió, tumbándose junto a un árbol, observando el ceño fruncido de la chica y como le desafiaba con los brazos cruzados por delante de su pecho—. Necesito descansar, la creación del escudo me agota y nos espera un largo viaje —confesó tendiéndole la mano a la chica—. No voy a enviarte a Draguilia; quiero que te tumbes conmigo y durmamos. De verdad, Kirsten, lo necesito.

La chica accedió a la petición del Dra´hi. Se tumbó delante de él y utilizaron sus capas para cubrirse. Durante unos minutos no dijeron nada, hasta que Kirsten rompió el silencio.

—Siento haber perdido el control de esa manera. Debería haber utilizado la espada.

—No estoy enfadado —confesó Kun, abriendo los ojos y mirándola fijamente—. Me tranquiliza que puedas defenderte por ti misma, pero me preocupa nuestros compañeros de viaje. No sabemos cómo reaccionaran al saber quién eres y eso me asusta. No quiero que vuelvas a sufrir ningún daño.

Ella no respondió. Se acomodó junto al pecho del muchacho e intentó conciliar el sueño.

***

Tras asegurarse de que Xin dormía y que Kun seguía alejado junto a la chica, Daksha se dirigió a su amigo.

—No sé cómo vamos a manejar esto. El mayor no confía en nosotros. Nos dará esquinazo a la mínima.

—¡Ya me he dado cuenta! Solo nos está utilizando para llegar a la dama, después de eso, proseguirán solos. Mucho más al ver lo inestable que es la magia de la chica. Son inteligentes e intuirán que muchos querrán matarla.

Daksha guardó silencio durante un largo instante, pensando en las palabras de su amigo.

—Si no queremos perderlos, vamos a tener que confesar que sabemos quién es ella y que cuentan con nuestro apoyo. Además, no estaría de más mostrarle a Kun el dibujo que has recogido de la ciudad.

—¡Es pronto! —susurró Lizard—. Aún no podemos dar este paso y el camino hacia Flor de Loto está lleno de peligros, momentos en los que podemos demostrarles que somos de fiar. ¡Están asustados! No será difícil engatusarlos y hacer que caigan en nuestras manos. Te lo prometí Daksha, si ella es la solución, créeme, haré todo lo que esté en mi mano para que beba los vientos por mí. No se alejarán de nosotros.

***

A Kirsten le agradó descubrir que Kun dormía. Su respiración era tranquila y al parecer su sueño también. Y durante un instante se permitió observarlo y poco después deslizó sus dedos por su rostro, como tantas otras veces había hecho. A pesar de todo lo vivido, aún le costaba creer que la amase.

Suspiró amargamente y se tumbó boca arriba. Sacó sus manos bajo las capas y las observó. Ahora se mostraban normales, pálidas y a una temperatura normal, pero hacía unas horas había matado a esa cosa. Y si solo Kun y Xin viajasen junto a ella, eso no importaba. Los Dra´hi habían confesado que su poder les sería de ayuda; pero no podía olvidar que no estaban solos y que tanto Lizard como Daksha permanecían con la vista clavada en ellos.

Agotada de intentar conciliar el sueño se puso en pie y tomó la espada que Xinyu le había regalado. Le hubiera encantado dar más clases con él, acostumbrarse al peso del arma y moverse con agilidad con ella, pero el tiempo se les había acabado y ahora debía seguir ella sola.

Cuando Kun despertó ya era de día y observó a Kirsten moverse con el arma. Inevitablemente una sonrisa brotó de sus labios. Era tenaz, testadura y estaba dispuesta a hacer cuanto estaba en su mano por no ser una carga para ellos, por no ser descubierta y eso provocaba que la amase mucho más.

—¡Buenos días! —le saludó poniéndose en pie—. Aunque creo que el día ya empezó para ti hace tiempo.

—Os voy a demostrar a tu hermano y a ti, que soy útil. Estaréis orgullosos de que os acompañe.

—Bueno —añadió divertido, acercándose a ella, rodeándola de la cintura y atrayéndola hacia él—. Para mí ya has demostrado ser útil. ¡Das calor a mis noches!

—¡Idiota! —refunfuñó liberándose de él—. Pues eso se acabó. A partir de ahora que te de calor tu hermano.

—¡Eh, eh! —susurró Kun volviendo a tomarla de la cintura—. Solo estaba de coña. Adoro cuando tus mejillas se tiñen de rojo y frunces el ceño, además de soltar la primera barbaridad que se te pase por la cabeza. No veo mejor manera de empezar el día que contigo arrancándome una sonrisa.

—Aun así, esta noche no será mi cuerpo el que duerma contigo. Si no quieres pasar frío, te aconsejo que abraces a Xin, porque yo no pienso hacerlo —refunfuñó.

A pesar del mal humor que desprendía la chica, Kun no hizo caso, pues en el fondo sabía que esa estúpida broma había conseguido relajarla y no pensar tanto en sí era una carga como no. Y tras volver con los demás y desayunar unas piezas de frutas, emprendieron la marcha.

El paraje se encontraba ensombrecido por la pesada niebla que cubría el bosque. Los árboles eran altos y oscuros, y el musgo crecía en ellos dándole un aspecto extraño. A su sombra crecían plantas que, por su aspecto, parecían venenosas. Sus tallos eran tan negros como la más cerrada oscuridad, y ascendían de manera retorcida hasta lo que se suponía era una flor, compuesta por varios pétalos de un negro enfermizo, con varias líneas azuladas repartidas por la corola. El centro era amarillo, pero tenía algo que llamaba la atención: diminutas líneas blancas se entrecruzaban y parecían moverse como pequeñas bacterias que viviesen en el centro de la flor. Todo el bosque estaba cubierto de estas extrañas flores, que los caballos evitaban por todos los medios.

Conforme fueron avanzando, la poca luz que inundaba Lucilia fue penetrando entre lo espeso del bosque, y el aspecto de los árboles fue cambiando, así como el de las plantas. Sus tallos y hojas seguían siendo negras, pero la flor era diferente. Igual que las rosas, con preciosos pétalos rojos que eran un regalo para la vista y desprendían un agradable olor. Lo único extraño era que crecían debajo de ellas unas extrañas bolas negras.

Siguiendo indicaciones de Daksha, se detuvieron y este hizo una demostración. Bajó del caballo y recogió del suelo una alargada rama; con ella, y a una prudente distancia, tocó una de las bolas y al momento explotó, esparciendo un hedor insoportable que les dificultaba el respirar.

Lucilia llevaba tanto tiempo en sombras que en sus tierras no había nada normal. Dejaron atrás el bosque y respiraron aliviados al verse en una pradera, aunque esta era rojiza y se extendía hasta donde la vista alcanzaba sin que nada en ella creciera. Su imagen era triste, quizá como la de un desierto tras una batalla, y su arena, antes blanca, se había trasformado en roja.

Los Dra’hi quisieron saber de su extraño color, pero los hombres se negaron a dar explicaciones, por lo que supusieron que tendría algo que ver con los fosos, que no tardaron en divisar. La zona que recibía tal nombre tenía una longitud inimaginable, pues no apreciaban su principio ni su fin, en cambio, de ancho, no tendría más de tres metros.

El lugar simulaba un terreno similar al que pisaban; tierra rojiza, pero estaban llenos de enormes agujeros como si de hormigueros se tratasen y algunos árboles crecían en la zona. Tras dejar atados los caballos, el grupo siguió las indicaciones de Daksha y Lizard.

Ellos ya habían cruzado esa zona en otras ocasiones. Cada ciertos puntos había sogas que colgaban de los árboles con las que se ayudaban a cruzar de un lado a otro. Y comenzaron a caminar buscando divisar tal objeto entre el ramaje seco de los árboles.

—Quizá sería buen momento de utilizar nuestra magia —añadió Xin—. No sé, congela los fosos, Kun, o haz un camino de hielo. Niara no aguantará eternamente.

—¡Lo sé! —añadió el Dra´hi deteniéndose—. Puede que tengas razón.

—¡Eh! —gritó Lizard—. Volved, la hemos encontrado.

Contentos al ver la esperanza de cruzar tal obstáculo, pero sus ánimos se esfumaron al ver la liana atada a un tronco en el otro extremo.

—Podemos seguir buscando —le sugirió Daksha—. Tiene que haber decenas de cuerdas.

Xin alejó a Kun de los hombres para seguir con la misma conversación de hacía unos instantes.

—¿Qué me dices? —preguntó Xin—. ¿Qué vas a hacer?

—Podría helarlo todo con ayuda de la espada.

—Estamos a punto de llegar a un lugar muy peligroso —les interrumpió Kirsten—. Debéis guardar vuestras fuerzas para entonces. Aunque ahora tengáis vuestros poderes, este lugar os agota debido a la magia que el inmortal emana. Y yo tengo la solución. Calculo que hay unos tres metros hasta el otro extremo. Kun, puedo saltar esa distancia, hasta podría saltar una mayor; estamos en caída. Mi salto en atletismo supera los dos metros, Xin te lo puede confirmar.

—Y te creo —añadió Kun—. Pero es demasiado arriesgado, puedes caer en uno de los fosos. Utilizaré mi magia y la espada. Supongo que la unión de ambas ha de ser suficiente.

—Pero ayer noche invocaste el hechizo —añadió Kirsten.

El Dra´hi rodeó el rostro de la chica con sus manos en un gesto de cariño.

—Tranquila, estoy bien. No somos tan endebles como piensas y estaremos preparados para lo que encontremos en Flor de Loto.

Mientras los hermanos discutían la forma de actuar, Kirsten se dirigió a Daksha y a Lizard.

—Guárdame esto, por favor —dijo entregándole a Lizard su zurrón. Entonces ató la espada a su espalda y caminó hacia atrás agrandando las distancias. Tras tomar el aliento un par de veces, comenzó a correr.

—¡Qué demonios! —exclamó Daksha.

—¡Kirsten, no! —gritó Kun al verla correr.

Pero era demasiado tarde. La chica llegó al inicio de donde empezaban los terrenos y saltó. Todos vieron la altitud que tomaba, como sus piernas seguían moviéndose en el aire, como si corriera por encima de este y tal como ella predijo, llegó al otro extremo con facilidad. Una vez allí desenfundó su espada, liberó la cuerda del árbol tras lanzar una estocada y se la lanzó al grupo.

—¡Vaya! —susurró Lizard en dirección a Daksha—. La hija del inmortal está llena de sorpresas.

Kun tomó la cuerda, cruzó de inmediato y la volvió a lanzar.

—Me espera otra regañina, ¿me equivoco? —añadió la chica observando el ceño fruncido de Kun—. No voy a quedarme de brazos cruzados cuando pueda evitar que Xin y tú estéis bien. ¡Solo ha sido un salto, Kun! ¡Solo un salto! Estoy bien. ¡Deja de tratarme como un frasco de cristal!

—Ten más fe en la chica —añadió Lizard cuando llegó junto a ellos, enviando de nuevo la soga—. Si al final resultará que será de algo más de utilidad que solo para darte placer.

Kirsten puso los ojos en blanco, a la vez que tomaba a Kun del brazo y lo alejaba del hombre.

—No me gusta que te pongas en peligro de esta manera —refunfuñó el Dra´hi.

—Sé que te duele lo que viví en Serguilia y que te sientes culpable porque me enviarais allí, pero Kun, ni tú, ni yo, ni siquiera Xin vamos a estar exentos de peligros. Prometí no ser una carga, pero también te prometí serte de ayuda, como ahora —confesó, tomando las manos del chico y mirándole fijamente—. Sé que no estás acostumbrado a que se preocupen por ti, que te cuiden, pero ahora yo he entrado en tu vida —susurró poniéndose de puntillas y besándolo—. Y no dejaré que vuelvas a sentirte solo.

Un grito interrumpió la conversación de la pareja. Al mirar atrás observaron que Xin era el último que quedaba por cruzar y a medio camino, la liana se partió y el Dra´hi acabó en el interior de uno de los fosos.

Kun corrió de inmediato al lugar y lanzó una mirada a los hombres.

—¡No dejéis que ella me siga! —ordenó y se lanzó al interior de uno de los agujeros.

Kirsten corrió al lugar. No pensaba obedecerlo, pero la mano de Lizard se cerró sobre su brazo impidiéndole continuar. Los tres, expectantes, aguardaban la salida de los Dra´hi.

***

Xin gimió de dolor cuando algo puntiagudo atravesó su pantorrilla izquierda.

—¡Joder! —maldijo entre dientes y al mirar a su pierna, observó que el causante de tal dolor, era un cristal blanco. Parte de la enorme gruta estaba llena de cristales que surgían del interior de la tierra y brillaban; pero al momento se volvieron rojos. Entonces Xin comenzó a sentir que las fuerzas le abandonaban y supo que el causante eran esas cosas que estaban por todas partes.

Jadeante se incorporó e intentó liberar la pierna, pero le resultaba demasiado doloroso. Entonces escuchó el sonido proveniente de uno de los agujeros y observó a su hermano deslizarse por él. Al momento estaba a su lado, observando la herida.

—Tienes que darte prisa. Estos cristales absorben la magia.

—¡Voy a romperlo! —añadió Kun, posando la mano sobre la herida y un tramo del cristal. Se disponía a hacerlo pedazos, cuando la mano de su hermano se cerró sobre la suya. De fondo se oía un ruido como de algo que se arrastraba muy despacio, acompañado por jadeos—. Por lo que más quieras, no hagas el más mínimo ruido.

Xin asintió, apartó la mirada y gritó interiormente cuando su hermano hizo pedazos el cristal y le extrajo la pierna del resto. Entonces le ayudó a ponerse en pie y se vieron rodeados por unos seres que avanzaban como si fueran animales heridos, aunque de aspecto fiero. Tenían el cuerpo lleno de llagas, no vestía ropas y se arrastraba con esfuerzo, pero eso no le proporcionaba una apariencia débil. Sus bocas estaban llenas de colmillos que chorreaban sangre, quizá de alguna presa escondida en el interior de los pasadizos.

El ser levantó la vista y le dedicó una sonrisa; introdujo sus manos en la dura tierra y unos hilos rojos comenzaron a deslizarse por la tierra en dirección a ellos, hasta que el avance cesó.

Unas raíces rojas irrumpieron del suelo, en cuya parte superior se veían afilados colmillos dispuestos a clavarse en la piel y absorber la sangre de su presa.

***

En el exterior, Kirsten caminaba nerviosa de un lado para otro. Hacía rato que Lizard la había soltado, aunque las miradas de los hombres estaban fijas en ella, pendientes de cualquier movimiento que realizase.

Asustada miró al interior de los fosos. No se oía nada, ni veía nada. Y a pesar de que gritó el nombre de Kun y de Xin, ninguno de los hermanos respondió. Eso la inquietó más y al momento sintió que una oleada de calor comenzaba a recorrer todo su cuerpo.

Conocía demasiado bien esa sensación. Los nervios le estaban jugando una mala pasada; debía calmarse o el fuego brotaría de sus manos cuan antorchas, pero en ese instante escuchó el grito de Xin y no aguantó más. Antes de que Lizard y Daksha se lo impidieran, se lanzó al interior de los fosos.

***

Kun dejó a Xin apoyado contra una pared, desenfundó su espada y al hacerlo una gran ráfaga de frío inundó la cueva. Pero aunque logró que sus enemigos retrocedieran, no consiguió nada con las extrañas raíces que se dirigían a ellos, las cuales evitó de una estocada.

En cambio Xin no tuvo tanta suerte y una de ellas se incrustó en su hombro arrancándole un grito de dolor. Al escuchar a su hermano, Kun retrocedió y le arrebató a Xin lo que tanto le dañaba y volvió a la carga. Ya no solo con su espada, sino con sus manos, listas para congelar aquella condenada cueva.

El sonido de algo que caía por uno de los fosos cercanos captó la atención de Xin y no tardó en ver a Kirsten. Iba a caer sobre unos enormes cristales y él lo impidió. La señalo y una gran corriente de aire envolvió a la chica, manteniéndola en el aire, para al instante lanzarla a los pies de Xin.

Kirsten se incorporó con rapidez al ver la sangre en la pierna de Xin y le ayudó a sostenerse. Entonces la mirada de ambos fue a Kun; el muchacho había helado parte de la cueva y la mayoría de las criaturas ahora solo eran estatuas, pero el Dra´hi retrocedía y pronto comprendieron el motivo.

Al menos una veintena de engendros se dirigían hacia ellos. Parecían mucho más fieros que los anteriores y más agiles. Caminaban a cuatro patas y podían hacerlo por las paredes.

Kun regresó junto a Xin y Kirsten y levantó el hechizo de protección, quedándolo a los tres dentro de una burbuja. Pero eso no podía durar para siempre; los cristales no dejaban de brillar. Estaba absorbiendo sus energías y sería cuestión de tiempo que los atrapasen.

***

En el exterior, Lizard y Daksha ya no aguantaban más el no saber qué les había ocurrido. Sabían que los Dra´hi serían muy capaces de vérselas con esas criaturas, pues incluso ellos les habían hecho frente. Pero llevaban demasiado tiempo ahí abajo, por lo que decidieron a ayudarlos.

Justo cuando se disponían a lanzarse a su interior, una ráfaga de fuego los catapultó lejos. Sorprendidos observaron como llamas surgían de cada uno de los fosos hasta donde la vista les alcanzaba.

Cercanos (Nathair)

La estancia en el castillo le parecía sumamente aburrida a Nathrach sin la presencia de su hermano. Ni siquiera las criadas le parecían suficiente distracción. Quizá lo mejor era salir y hacer como él, intentar controlar todas las bestias de los alrededores de Serguilia, hasta podría llegar a conocer algo interesante.

Salió de su habitación y se encaminó por el pasillo ante la mirada asustada de las jóvenes doncellas. Todas le temían, no había ninguna que no lo hiciera, y eso le excitaba. Se detuvo ante las puertas de la sala del trono de Juraknar, llamó y esperó la orden de entrada. Una vez dada, se encontró con el inmortal mirando a la oscuridad con una copa de vino que balanceaba en sus manos. Desde que había vuelto de Draguilia, no lo había vuelto a ver. Aún podía oír sus gritos y el cobarde de su hermano se había librado de ellos.

—Juraknar...

Este se giró al escuchar el nombre y con su mirada fulminó al primogénito de los Ser’hi, quien, aterrado ante el examen de aquellos fríos ojos violeta, fijó la mirada en sus botas, apretando las manos con fuerza sobre la tela de su pantalón. A pesar de los años que llevaba junto a él, aún lo temía cuando se enfadaba.

—¿Qué quieres ahora?

—¡Me voy!

La mirada de Juraknar fue tan fría que el primogénito de los Ser’hi retrocedió, temeroso de que lo fulminara con su magia.

—¡Con Nathair! —se apresuró a decir—. A entrenar. Me puedes entregar otra de las esferas. Estaré con él. Aquí en el castillo no tengo nada que hacer.

—Es cierto. Has empeorado; últimamente te pasas más tiempo retozando con las doncellas que ocupado en tus tareas. Vete con tu hermano, y espero que cuando os llame ninguno de los dos volváis a fracasar. Ve con Kany, él te entregará los útiles necesarios para el viaje.

Se marchó sin mirarle a los ojos y corrió por los largos pasillos oyendo las risas del servicio por su actitud de miedo hacia el inmortal. Se juró que se lo harían pagar cuando regresara. Nadie se reía de él.

Salió del castillo, lo rodeó y entró en el establo. Tras ensillar a su caballo Fuego, montó en él y lo espoleó para adentrarse en el oscuro bosque que rodeaba el castillo. Allí vivía Kany, un ser deforme y jorobado al servicio de Juraknar, capaz de comunicarse con las bestias, lo cual podía resultar de gran ayuda para el inmortal si tales engendros intentaban traicionarlos. Impaciente esperó verlo aparecer.

***

Con consternación, Aileen observó cómo sus piernas se volvían azuladas para al instante sus piernas unirse en una cola de sirena. Impotente cayó al suelo ante la mirada de Dharani. Esta comenzó a caminar alrededor de ella escuchando sus jadeos e intentos por tranquilizarse, por olvidar lo que alguien había osado hacerle, para no convertirse en una sirhad. A pesar de todo, muchos de estas criaturas se sentían orgullosas de haber pasado a este estado y sentir su inmenso poder correr por sus venas y así vengarse de quienes les habían hecho daño.

La princesa iba a caer y Dharani disfrutaría con el momento. Posó débilmente la espada sobre la nuca despejada de Aileen y luego la levantó para darle el golpe final; pero una espada se cruzó en su camino y su mirada se encontró con un encapuchado. Ya lo había visto antes; había ayudado a la princesa y era poseedor de un gran poder. No era estúpida, con ese hechicero no podría hacer nada, tenía que huir. Además, la niebla había comenzado a expandirse por el bosque; alguien había osado adentrarse en sus terrenos. Se alejó de la princesa y esta observó como el color del cuerpo de Dharani cambiaba. Se volvía marrón, arrugado, para al instante convertirse en un centenar de hojas que desapareció del lugar, prometiendo volver para vengarse.

Naev se agachó junto a Aileen.

—¡Tienes que ser fuerte! ¡Eres princesa, Aileen! Muchos dependen de ti.

—No puedo olvidar a Nathrach —sollozó la chica.

—Sí que puedes. Hace tiempo yo liberé a una mujer que había sido secuestrada por los ejércitos del inmortal y fue su prisionera durante meses. Imagina el destino que vivió. Pero lo superó, y tú debes hacer lo mismo. Enfréntate a Nathrach, pero hazlo siendo tu misma. Siendo una sirhad podrás vengarte de él con facilidad, es cierto, pero condenarás a tu pueblo. En tus manos tienes la solución para que consigamos la paz que tanto ansiamos. ¡No te rindas! —le animó—. Ahora respira hondo y piensa en algo agradable.

Asintió, agarró con fuerza las manos de Naev y respiró hondo. Algo que la hiciera feliz, algo por lo que ansiara luchar... Y su mente fue ocupada por la imagen de Nathair. A él le debía la vida y no podía rendirse. Pronto su cuerpo cambió y volvió a su palidez habitual, aunque le quedaron algunas secuelas: su cuello aún mostraba un aspecto azulado y arrugado, por lo que se lo cubrió con el cabello.

—¿Cómo lo superó?

—Con el tiempo y siendo muy fuerte. Su sed de venganza le dio la fuerza que los hombres le habían arrebatado y descubrió su poder dormido. Ella sola mató a todo el ejército de la zona norte de Aquilia y tú también lo superarás —la consoló, posando sus manos en sus hombros—. Ahora vamos con Nathair, he traído medicinas.

El encapuchado tomó los cubos que había cargado la joven y se encaminaron hacia el bosque sin que la niebla que levantaba Dharani les impidiera llegar hasta la cabaña. Naev no tardó en distinguirla, aunque solo él podía verla. Sabía que debía haber advertido a Aileen sobre el peligro de salir de la casa, pues ella nunca la hubiera encontrado estando bajo su hechizo. Pero ahora todas sus preocupaciones estaban en la ninfa Dharani. Esta era mucho más poderosa que la princesa y eso le asustaba. ¿Cómo saldrían del bosque? Aileen estaba débil y solo esperaba que Nathair le devolviera las fuerzas que su hermano le había arrebatado.

Dio paso a la habitación, ocupada por la serpiente guardián del joven, a quien le llevó el agua. Él se removía inquieto en el viejo camastro debido a las mordeduras de los Deppho, entes inmundos que hacían que una persona llegara a convertirse en un ser putrefacto.

Mojó un paño en la fría agua y lo posó sobre su frente. Del interior de su capa extrajo una bolsa negra. La abrió y dejó ante la vista de Aileen varias dosis de medicina, todas ellas en el interior de un tubo alargado y terminadas en una larga aguja. Ella no sabía de qué se trataba, pero sabía que sentaba bien a Nathair.

Naev le inyectó una dosis y esperó unos minutos. La fiebre comenzó a bajarle y su respiración se volvió tranquila, al igual que su sueño. Dejó la bolsa cerrada sobre la mesilla de noche, junto a un pequeño reloj de arena y se giró hacia Aileen.

—Vas a tener que velar por su bienestar, lo que quiere decir que no dormirás durante varios días. Cada vez que la arena baje por completo, gírala; así hasta ocho veces, y entonces le inyectas otra dosis. Hazlo durante tres noches de luna. Aunque esté mejor, no importa, debe terminar el tratamiento, ¿entendido?

—Sí. ¿Cuándo volverás?

—En cuanto me sea posible, mientras tanto no salgas de la cabaña. Dharani no entrará y con el agua que has traído tendrás hasta que yo regrese.

Nerviosa y aterrada, lo vio marcharse. Deseó pedirle que se quedara, que cuidara con ella a Nathair, pero sabía que no podía. Suspiró y deambuló de un lado a otro de la cabaña. Así durante horas, hasta que hastiada se apoyó junto a la ventana y miró a través de esta, sumida en sus pensamientos. Tenía que hacerse fuerte y puede que cuando Nathair se recuperase, le ayudase a ello y a manejar una espada. Esperaba que no se negara, porque quería aprender a defenderse, y lo haría durante sus viajes a los lugares sagrados. Cinco lugares repartidos por las extensas tierras de Serguilia que debían visitar para recordar algo sobre los zainex, una historia que había olvidado debido al fuerte poder del inmortal. Este no quería que recordase nada. Había algo relacionado con la Lanza de la Serenidad, la única que ella podía empuñar y la cual sellaría los poderes del inmortal. Aún veía muy lejano aquel día; hasta le parecía lejano el día que llegaría al Pilar Sagrado, el que representaba a Draguilia, a pesar de la poca distancia que los separaba.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando vio a alguien rondando en las cercanías; sabía que no podían encontrarlos, aun así un grito de horror surgió de su boca al ver quien la buscaba.

***

Nathrach siguió al jorobado por el bosque con su caballo detrás y mirando en todas direcciones. No le gustaba estar fuera del castillo. A pesar de estar solo a unos metros, allí era presa fácil, y muchos ansiaban matarlo. Durante su infancia y adolescencia, pedía que le llevaran al patio de entrenamientos a Deppho, Rocda y Manpai. Allí, impotentes todos ellos con sus manos y pies inmovilizados, les hacía padecer lo indecible. Y ahora se encontraba solo, sin la protección del poder del inmortal. Se detuvo cuando lo hizo Kany. La niebla se fue disipando y observó la entrada a una cueva. Ató las riendas de Fuego a un árbol cercano y siguió al jorobado hasta una caverna donde se oía el leve sonido producido por el agua al caer entre las rocas. Tuvo que agarrarse a las resbaladizas paredes para no caer, debido al moho que cubría el suelo y admitió su torpeza. No comprendía cómo había llegado a decaer tanto. No podía permitirse seguir así. Finalmente sus pensamientos se interrumpieron cuando un destello azul captó su atención.

El jorobado se lanzó al agua y del fondo extrajo una de las esferas, que le lanzó al primogénito de los Ser’hi. Este intentó cogerla, pero resbaló de sus dedos, arrancándole una fuerte carcajada a Kany.

Humillado y con la esfera en sus manos, salió de la caverna, montó en Fuego y se concentró en el preciado objeto. Utilizar una esfera era sumamente difícil, exigía mucha concentración y entrenamiento. Era de mucha utilidad, ya que evitaba el agotamiento en los viajes, aunque estos estaban limitados a zonas concretas, no podían viajar con ella a cientos de lugares de Meira.

Un círculo comenzó a formarse delante de él, que lo llevaría hacia otro bosque, el que recibía el nombre de Serpiente. Aquel lugar había sido el último al que había acompañado a su hermano. Al cruzar el vórtice temporal, supo que había acertado.

No muy lejos de él yacía Thunder. Tomó las riendas de Fuego e indeciso comenzó a caminar por el bosque.

***

El fuerte grito de la princesa despertó a Nathair. Encontró a la chica, pálida y con los ojos muy abiertos, mirando hacia la ventana. ¡Algo la aterraba!

Haciendo un gran esfuerzo por ponerse en pie caminó hacia ella y sorprendido vio que su hermano rondaba el bosque. Dominado por un impulso, rodeó a la chica de la cintura y la alejó de la ventana. Ambos se dejaron caer al suelo, quedando ocultos de la vista del Ser´hi, pero entonces Nathair recordó que allí eran invisibles a los ojos de su hermano.

—Tranquila, Aileen. Él no puede vernos. Estamos a salvo, ¿recuerdas? —preguntó con dulzura—. Cálmate, no te pasará nada.

—No voy a poder con esto. Mira mi cuello, Nathair, míralo —suplicó. El muchacho le apartó los cabellos, observando su piel azulada. Él enseguida reconoció lo que eso significaba—. Me estoy convirtiendo. Voy a ser como una de ellas.

La princesa se liberó de los brazos del muchacho y acabó en un rincón, abrazada a sí misma, pero él la tomó de los hombros y la obligó a mirarle posando una mano bajo su mentón. Su cara mostraba también estragos de transformación, sin embargo, al joven no le importó. Bajo esa fachada se encontraba Aileen, y tenía que volver a traerla con él.

—No puedes rendirte. Nos vengaremos, pero tienes que hacerlo siendo tú misma. Muchas personas dependen de ti, sé fuerte; eres princesa, en tus manos tienes la liberación. Olvida a mi hermano y sigue con tu vida, deja atrás el pasado. En tus manos tienes el poder cambiarlo, solo hazlo, Aileen. No estás atrapada de por vida. Un día le harás frente y cuando te vuelvas a encontrar con él ya no le temerás porque voy a enseñarte a luchar, a defenderte. Nadie podrá tocarte.

Los estragos que mostraban el cuerpo de la ninfa desapareció y ella se lanzó a los brazos de Nathair. Le gustaba estar en contacto con él y disfrutó del momento hasta que recordó que el Ser´hi estaba convaleciente. Miró en dirección a la mesilla y la arena del reloj ya había caído por completo. Tras soltar una maldición regresó a la mesilla, de donde tomó la medicina y se la inyectó a Nathair, quien hizo un gesto de dolor. Tras ayudarle a caminar, le obligó a tumbarse y de inmediato giró el reloj.

—Es posible que nunca salgamos de este bosque —confesó Aileen—. Lo protege Dharani. Una ninfa del bosque, y bastante más poderosa que yo. Siempre ha deseado ser princesa; intentó envenenarme y fue desterrada. Mi padre la echó del bosque. Vive en este lugar y no nos dejará marchar.

—No me da miedo una ninfa, saldremos de aquí. Es más, estoy cansado de estar acostado. Nos vamos.

—Pero Naev dijo que deberías hacer reposo.

—Me da igual, nos vamos de aquí. Estamos perdiendo el tiempo —gruñó Nathair.

Sabiendo que Aileen se negaría, se levantó, tomó sus ropas y se vistió. La habitación le daba vueltas, pero en aquel lugar lo único que conseguiría era perder a Aileen. Recogió todas las pertenencias, cargó con su espada y haciendo oídos sordos a las quejas de la princesa por quedarse allí, la cubrió con su capa y tras apagar el fuego salieron a la fría noche. Las estrellas destellaban tímidamente, dando luminosidad a la noche sin lunas, la cual se veía más sombría debido a la niebla que rodeaba el bosque.

Soltó la mano de la princesa y tomó el mapa. El primer pilar no estaba lejos, solo debían ir en dirección sur y no equivocarse de camino. Tendría que guiarse por el sonido de las olas al romper contra los acantilados, aunque eso le parecía difícil. No oía nada, el silencio era absoluto e imaginó que la princesa tenía razón y aquel paraje estaba dominado por la magia de la ninfa. Guardó el mapa y forzó la vista con la esperanza de descubrir su camino. Casi tirando de Aileen y con un ataque de tos, comenzó a caminar. La niebla humedecía sus ropas y el frío lo consumía, llegando a dificultarle el trayecto. Pero a pesar de las súplicas de la ninfa, se negó a parar, y ambos vagaron por la noche iluminada de estrellas un buen rato, hasta que estas desaparecieron dando paso al oscuro día. Agotados, se dejaron caer sobre el tronco de un árbol y Aileen administró a Nathair el antídoto y posó su mano sobre la frente del muchacho. La encontró perlada en sudor, y a él casi tan distante como días atrás, cuando estuvo a punto de perder la consciencia.

La princesa tomó el aliento; cerró los ojos y cruzó las manos por delante de su pecho. Tenía que poner todo su empeño en salir de allí; en escapar de la magia de la ninfa. Esa noche la Oculta ocuparía los cielos y ahí estaban desprotegidos.

Ella era importante para mucha gente; su pueblo estaba en sus manos y era una pieza fundamental para derrotar al inmortal. Y al instante sintió como su magia la envolvía; una cálida luz azulada que la abrazaba y reavivaba como nada en la vida.

La concentración de su magia se proyectó por el bosque, lanzando varios destellos, destruyendo la magia de Dharani. Al fin la niebla desaparecía y dejaba al descubierto el camino hacia la costa. Ayudó a Nathair a ponerse en pie. Esta vez fue ella la que comenzó a tirar de él. El sonido del océano era cada vez más intenso y pronto escuchó las quejas de Nathair.

—¡No quiero ir a la costa!

—No ocurrirá nada, allí estaremos seguros.

—No, Aileen, sé lo que hay allí. No quiero encontrarme con las sirhad. He leído sobre ellas e incluso Naev me advirtió. Puede que no sea Nathrach, pero soy un hombre y quizá no me resista a sus encantos.

—Son mis amigas, no te harán daño.

El Ser´hi pensaba seguir quejándose, pero desistió; no tenía más remedio que darle la razón, estaba agotado y no había pensado en la noche de Oculta. Además tenía un presentimiento del que no quería hablar con Aileen: su hermano estaba cerca, lo sentía. Estaba en el bosque, quizá porque había descubierto que Aileen era la princesa de las ninfas y viniera a asesinarla por encargo de Juraknar. Pero él le arrebataría la vida antes de dejar que le tocara uno solo de sus cabellos, si es que conseguía salir con vida de la costa. Allí estaban ellas. Su imagen fue apareciendo en el agua y dos melenas cobrizas se abrieron paso poco a poco sobre dos figuras hermosas que enseguida hicieron acto de presencia. Su cola de sirena desapareció para dar paso a largas y esbeltas piernas, cubiertas con una corta falda de hojas, iguales a las que ocultaban sus pechos.

A Nathair le parecieron preciosas, pero se obligó a reaccionar. Aquellas mujeres solo querrían comer su carne, beber su sangre y devorar sus entrañas. Y a pesar de que lo sabía, de que Aileen le aseguraba de que no le dañarían, ellas cantaban exóticamente, atrayéndolo a los brazos de su muerte.

***

Tras un largo caminar entre árboles, Nathrach comenzó a gritar el nombre de su hermano. Lo sentía cerca. La marca que los mantenía unidos palpitaba como si de un corazón se tratase; pero no había ni rastro de él. Y estaba seguro de que lo estaba ignorando y se juró que se lo haría pagar.

Pero sus refunfuños cesaron cuando vio a una mujer a poca distancia. Llevaba un vestido rojo cuyo sugerente color provocaba que se le secase la garganta. Fue ascendiendo y la frustración le golpeó al no poder apreciar nada más tan esbelta figura, que bajo la capa iba prácticamente desnuda.

Dharani desenfundó las dagas que portaba en su cintura y con ellas le amenazó, pero el chico desapareció de repente. Estaba detrás de ella, inmovilizándole las manos. El gesto le hizo reír, pues nadie podía atraparla. Se esfumó de las manos de Nathrach convirtiéndose en marchitas hojas que cayeron al suelo y que la brisa alejó de él. Las hojas se detuvieron a una prudente distancia del Ser’hi, donde volvió a tomar su forma de mujer, y bajando la capucha que cubría su rostro, dejó al descubierto sus rasgos.

Su belleza sorprendió a Nathrach tanto como sus orejas picudas. Nunca había visto nada igual; le parecían preciosas y a la vez extrañas. La joven poseía un gran poder y él no podía atraparla, lo cual le desagradaba. Corrió hacia ella, pero de nuevo se convirtió en hojas marchitas y la vio desaparecer tras un sendero, quedando solo de ella su risa para guiarle por aquellas sendas oscuras.

Los árboles parecían cobrar vida; le impedían caminar, y su caballo se asustó perdiéndose en el bosque. Las raíces se levantaban y le hacían tropezar; algunas hasta se le enredaban en los tobillos. Con su espada las cortó y sorprendido escuchó su penetrante grito.

—¡Si dañas a mi bosque te despedazaré! —susurró Dharani—. Puede que te deje encontrarme, pero solo si no dañas a la naturaleza.

—¿Por qué iba a hacerlo? Ella no es nada e impide mi camino hacia ti.

De pronto las raíces comenzaron a agitarse y aprisionaron a Nathrach contra la tierra mojada, haciéndole gritar de dolor por haber insultado a la dueña de aquellas tierras. El bosque parecía comprender el enfado de Dharani y aumentaba la presión sobre su cuerpo con tal fuerza que sus gritos resonaban en el bosque.

Al notar su arrepentimiento la presión de las raíces cedió, dejándolo libre. Tras andar durante un rato creyendo que el bosque solo le llevaría a algún foso o algo peor, se encontró con una cabaña de madera. Dubitativo, se detuvo ante la puerta. Se disponía a llamar cuando se abrió suavemente, dándole la bienvenida, y en su interior se encontró con la misma joven, que ya no lucía la capa, dejando a la vista su atractiva figura. El vestido rojo se pegaba a su cuerpo como si fuera piel. Sus brazos estaban completamente desnudos y casi podía distinguir sus voluptuosos pechos por debajo del escote de la extraña prenda. Con solo mirarla supo cuán fogosa podía llegar a ser.

—¡Sé quién eres! —exclamó—. Y también conozco el porqué de tus verdaderas intenciones al venir al bosque. A ti te importa muy poco ser un luchador excepcional, lo que te preocupa es la pérdida de facultades, tu torpeza, lentitud y agotamiento. Sí, estás en lo cierto, Nathair está muy enfermo y has venido para arrastrarlo al castillo. Sé que eres el primogénito de los Ser’hi, y con solo mirarte he podido ver en tus ojos tus pensamientos, tus miedos, tus deseos. Incluso sé que ahora mismo ansías privarme de esta ropa y arrojarme al suelo —confesó sin ápice de rubor, algo que levantó aún mucho más el deseo del muchacho—. Nunca me conseguirás, no, a no ser que yo quiera. No podrás hacerme lo mismo que has hecho a tantas chicas, lo que le hiciste a Aileen.

—¿Qué te hace pensar que no puedo atraparte?

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