Despertar

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Helian obedeció con la cabeza gacha y no hubo más palabras, todos abandonaron la cabaña, incluido Lobo, que se sentía abrumado por las palabras de Daksha. En cambio Lizard permaneció en la puerta, de brazos cruzados.

—No sé si es la fiebre lo que habla por ti, tu enfermedad o tu mezquindad. Pero la forma en la que hablas de Kirsten…

—No estoy para sermones, Lizard —añadió dejándose caer en la cama y frotándose los ojos—. Tú fuiste el que prometió utilizar a la chica para nuestros beneficios, ¿ahora tienes remordimientos?

—No, por supuesto que no, pero veo en ella algo más que un pedazo de carne.

—No te ablandes Lizard, no dejes que tu pasado interfiere en el presente y cree vínculos con ella. Recuerda el motivo por el que somos sus amigos.

Lizard no dijo nada, tan solo lanzó una mirada dolida a su amigo y lo dejó a solas.

***

Kun había memorizado el primer tramo del mapa, con los puntos donde había trampas y la manera de evitarlos. También gracias a Lizard sabía de pequeños escondrijos donde podrían cobijarse durante la noche, hacerlo seguro mediante los amuletos y debían llegar a alguno de ellos cuanto antes, pues el muchacho se había percatado de que la escasa luz que a veces se filtraba entre ranuras de las rocas, escaseaba cada vez más, por lo que la noche se les iba a caer encima.

Finalmente detuvo la marcha y sacó el mapa de sus pertenencias.

—No sé cómo lo han descubierto —se disculpó Kirsten, jadeante—. He sido cuidadosa y creí que contábamos con su apoyo.

El Dra´hi se giró hacia ella; no podía dejar que la culpa cayera sobre sus hombros y pensara si había hecho algo mal o no, pues sabía cuan precavida había sido. Pero ella ignoraba los retratos que se habían repartidos por la ciudad en su busca y captura, el cual se lo mostró.

—Lizard me entregó esto. Está por todas las aldeas; por ello es primordial que las evitemos —confesó, observando que la chica no desviaba la vista del papel. Entonces recordó que ella no sabía leer meirilia y tuvo que descifrarle el texto que acompañaba su retrato—. No lo ha hecho tu padre, sino los aldeanos. Te buscan para…

Kun no terminó la frase. No hacía falta. Observó el dolor reflejado en la chica, manifestado como lágrimas contenidas, para a continuación sus dedos encenderse como llamas y prender el papel.

Fue entonces cuando escucharon los gruñidos. Los ocultos ya inundaban los túneles y debían encontrar un refugio con urgencia. Inevitablemente Kun se preguntaba si no hubiera sido mejor esperar hasta la mañana siguiente, cuando hubiera casi una jornada al completo para recorrer los pasadizos. Pero ya no había vuelta atrás y siguieron corriendo; sortearon trampas, se deslizaron por túneles y descorrieron escaleras de cuerdas ocultas entre las rocas que les permitían descender a otros niveles. Pero a pesar de no parar ni un instante, finalmente vieron que la oscuridad de los túneles desaparecía, dando paso a una luz rojiza: allí estaban.

De inmediato Kun lanzó varios amuletos a unos metros de ellos, y otros a su espalda. Sin duda les esperaba una noche muy larga, siendo acosados en todo momento por sus enemigos. Mas poco podían hacer, salvo luchar hasta agotarse. En cambio, Kirsten no pensaba resignarse a pasar toda una noche siendo acosada por unos monstruos; sabía que Kun no utilizaba su poder porque la noche era muy larga, pero eran dos y ella no tenía duda alguna de ser la primera en defenderse. Al instante en sus manos flotaron varias esferas de fuego que lanzó hacia donde provenían las luces. Al momento el olor a chamuscado inundó la estancia, además de unos ensordecedores gritos.

Las manos de Kirsten aún llameaban, pero al escuchar un crujido bajo sus pies los pelos de la nuca se le erizaron. Las llamas habían provocado que parte de la nieve se fundiera.

La pareja miró al suelo y observó que estaban ante una de las muchas trampas; el suelo era una placa de hielo. Unos de los muchos agujeros repartidos estratégicamente por las montañas para hacer caer a animales por ellos. Del frío había quedado cubierto, pero el fuego lo había desecho y antes de que la pareja pudiera reaccionar, el hielo cedió bajo ellos y se precipitaron por un túnel. A pesar de cuanto intentaron aferrarse a las rocas, no pudieron hacer nada y acabaron cayendo a una cueva con salida al exterior.

Kun reaccionó con rapidez a pesar de lo resentido que se sentía. En la caída se había dañado el tobillo y sentía heridas que ya comenzaban a escocer. Pero ya se ocuparía de eso, ahora debían hacer seguro aquel lugar. Se dirigió a la salida y colocó varios amuletos rojizos en ella, después retrocedió y posó su mano sobre la roca. Al instante esta comenzó a helarse, llegando a cubrir la entrada. Ahora una muralla de hielo los protegía. Entonces se giró y lanzó un vistazo al túnel por el que se habían precipitado. Si no lo protegían, estarían en una ratonera.

—Vamos a cubrir el hueco, pero antes tenemos que protegerlo. Voy a izarte y coloca varios amuletos —dijo el Dra´hi.

Kirsten no perdió el tiempo. Tomó las pequeñas tablillas, posó su pie en las manos de Kun, quien le subió en un suspiro. La chica colocó los amuletos en unos guijarros, para al instante bajar de inmediato. Y de nuevo el Dra´hi volvió a actuar. El hielo comenzaba a formarse en sus manos en forma de esferas, las cuales volaron en dirección al túnel, llegando a cubrirlo con una espesa capa de hielo.

Después de eso, y tras encender un fuego, la pareja se cobijó entre las capas, el uno pegado al otro, buscando también el calor que emanaban sus cuerpos.

—¿Qué tal el tobillo? —se interesó Kirsten—. He visto como cojeabas.

—Bueno, seguro que mañana me encontraré mejor —suspiró deslizándose, ocultando su cabeza en el regazo de la chica. Estaba agotado, dolorido y exhausto, pero no quería hacerle participe en sus dolencias. Al menos se alegraba de que ella estuviera bien, pues había sido él quien había parado toda la caída.

—¿Qué te ocurrió? —susurró ella—. Me pregunto qué viviste para que te volvieras de esta manera, tan distante en ocasiones con tal de no preocupar a nadie. Siempre me estás cuidando, preocupado no solo por mi bienestar, sino mis sentimientos. Nos hemos adentrado en las cuevas, poniendo en riesgo nuestras vidas, solo para evitarme pasarlo mal o para que no quemase el poblado —añadió, intentando quitarle hierro al tema. Observó que el Dra´hi dibujaba una sonrisa. Con cariño le apartó algunos cabellos de la frente, dejando al descubierto un arañazo—. Clay me contó que Xinyu te abofeteó tras escaquearte para ir a una fiesta y que Xin resultó herido. —El silencio reinó entre ellos, aunque la chica había notado como Kun deslizaba sus manos alrededor de ella, abrazándola por la cintura—. Estoy segura de que su actitud y palabras te dolieron más que el guantazo. Sé que cambiaste. Esa fiesta marcó un antes y un después en ti, aunque intuyo que ya hubo momentos desagradables en tu pasado.

A pesar de sus palabras, Kun no hablaba. Había cerrado los ojos y una de sus manos estaba cerrada en un puño, aferrada con fuerza a la camisa de Kirsten. Y ella continúo.

—Estoy seguro de que la fiesta fue inmemorable. Cuando le comenté a Alisa que habíamos empezado a tontear, me recordó que tú eres un universitario y no ibas a ser como los niñatos con los que estaba acostumbrada a tratar —prosiguió, apartándole algunos cabellos del rostro—. Es decir, que no eres virgen y lo siento, yo si lo soy. —Al decir esto los ojos del Dra´hi se abrieron con sorpresa—. Imagino que es algo que no te pilla de sorpresa, solo lo siento por hacerte esperar, pero intentaré no hacerte sufrir mucho. Lo prometo.

—Tranquila —susurró Kun volviendo a cerrar los ojos—. Créeme, esperaré todo el tiempo que sea necesario. Te quiero Kirsten y eso es lo único que me importa. Podría quedarme así, abrazado a ti, para siempre —confesó e hizo una pausa—. Recuerdo que una vez, cuando tenía ocho años, volvía del colegio y Xinyu, que tenía el día libre, decidió que sería bueno entrenar. Fue un día de invierno. Nevaba, no tanto como hoy, pero hacía mucho frío. Yo ansiaba entrar en casa, tomar algo caliente y ver la tele un rato, pero Xinyu no me dejó; a Xin sí, pero a mí no. Entrenamos durante toda la tarde y parte de la noche. Cuando acabamos estaba tan agotado que me fui a la cama sin cenar. Al día siguiente tenía cuarenta de fiebre y era incapaz de moverme. Aún recuerdo las voces de Clay. Culpó a Xinyu de irresponsable por, según él, haber estado a punto de matarme. Exageraba —dijo con una sonrisa triste en los labios—. Clay veló por mí y Xinyu se disculpó por lo duro que había sido. Yo lo comprendía, pero quería ser un chico normal. Odiaba las agujas, jeringuillas; es más, las sigo odiando, y Clay se las tuvo que ingeniar de mil maneras para administrarme la medicina. Estaba dolido. Además, era pequeño y escurridizo y la casa era grande, por lo que huí de él. No comprendía por qué eran tan duros conmigo y en cambio a Xin le daban más libertad. Clay me encontró en la buhardilla, peor, claro, y me llevó en brazos a la cama. Allí me dijo que debía ser fuerte. Era el mayor y tenía que cuidar a Xin, porque era el más débil. Prometió recompensarme. Cuando me recuperé nos tomamos un día libre y fuimos a la ciudad. Estuve en el parque de atracciones, que habían abierto solo para las fiestas navideñas y por ello algunas atracciones no funcionaban, lo cual no me importó en absoluto. Después me llevó al cine y a una sala de recreativos. Se portó conmigo como un padre, siempre lo hizo. Mientras que Xinyu era duro conmigo, Clay encontraba la forma de compensarme, pero ya no estamos en la Tierra y debo poner en práctica todo lo que aprendí.

—Sé que no puedo cambiar tu forma de ser e intentar que te abras más, que confíes en mí y en Xin. Que por un segundo respires con tranquilidad porque ambos podamos dar un par de pasos sin tu mirada en nuestra nuca, pero al menos deja que cure tus heridas. Voy a calentar algo de agua.

Kun se quejó cuando la chica se escapó de sus brazos y puso agua a calentar. Mientras se encargó de su tobillo; por un momento olvidó que Kirsten era una gran atleta, seguro que muchas eran las ocasiones en las que había torcido un tobillo, por lo que supo darle los cuidados necesarios, además de vendárselo. Después de eso le obligó a quitarse la camisa; ella se colocó a su espalda para limpiar las heridas. Mientras lo hacía y con tal de pensar en algo que no fuera el escozor de sus heridas, Kun comenzó a hablar.

—Hubo otro momento —dijo pensativo—. Recuerdo muy claramente el día que cumplí catorce años. Estaba feliz porque pensé que sería un día diferente. Catorce me parecía una gran edad y quería saber qué me habían regalado Clay y Xinyu. Era un ordenador. Pero había algo más. Los noté serios y sombríos. Habían descubierto que Nathrach andaba buscándonos por la ciudad todas las noches. Con nuestros protectores era muy difícil que nos encontrara, pero cada vez se aproximaba más. Clay y Xinyu pensaron que lo mejor sería que lo conociera. Mi manejo con la espada era ya excepcional. Y ese fue mi regalo de cumpleaños: la confianza de Xinyu y de Clay en mí y la posibilidad de ver a Nathrach, pero no para enfrentarme a él. Me sentía feliz porque iba a verlo al día siguiente, a espiarlo; pero estaba tan impaciente que cometí una locura.

—¿Qué ocurrió?

Volvió a suspirar y siguió con su relato.

***

A pesar de ser una noche de abril, la brisa era fuerte y golpeaba con intensidad los cristales impidiéndolo conciliar el sueño. Incapaz de dormir, bajó al piso inferior y en la cocina se sirvió un vaso de agua. Todo estaba en silencio, solo él estaba despierto y únicamente el aullido del aire atravesaba la noche. Descorrió las cortinas de la ventana y cerca de la casa vio una sombra, un chico oculto en capa que andaba por los alrededores, aunque sabía que no podría descubrirlo debido al perímetro protector y se quedó pensando. Estaba seguro de que era Nathrach y no malgastaría aquella oportunidad. Corrió escaleras arriba hasta la sala de entrenamientos e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada.

Debía haberlo supuesto. Clay nunca dejaba aquella sala abierta mientras él o Xinyu no estuvieran en la casa; tenían la ligera idea de que cualquiera de los hermanos podía entrenar a solas y hacerse daño.

Golpeó el suelo impotente y pensó dónde podían estar las llaves. Volvió a bajar hasta la puerta de entrada. A su izquierda había un cuadro de una pagoda; lo abrió y descubrió tres juegos de llaves: las de la casa, el coche y el restaurante; ninguna era la que buscaba. Intentando controlar su desesperación, desanimado, decidió volver a su habitación, sabiendo que su oportunidad de enfrentarse a Nathrach se había esfumado. Posó la mano en el pomo de la puerta y miró al pasillo del ala donde dormían Clay y Xinyu. Quizá uno de ellos tuviera las llaves guardadas en su dormitorio. Sabiendo que no tenía nada que perder, caminó sin hacer ruido hacia la del fondo y la entreabrió ligeramente. Clay dormía en su interior. Cerró suavemente y se dirigió a la de la izquierda, la de Xinyu. La abrió y no lo encontró en ella. Corrió hacia la mesilla y encima encontró el juego de llaves que faltaba. Con ellas corrió a la sala de entrenamientos, donde recogió una katana. Volvió a su habitación, se puso unos pantalones y una camisa oscura, se calzó y salió de la casa.

Anduvo por el bosque durante parte de la noche sin encontrar ni rastro de Nathrach. Lo había perdido, y cuando pensaba que ya no lo vería esa noche, una silueta se fue abriendo paso entre los árboles: era el Ser´hi.

La lluvia comenzó a caer sobre ellos. Se observaron, desafiantes. Sus vidas habían estado siempre relacionadas, lo acaecido a uno repercutía en el otro y de la suerte de cualquiera de los dos dependía que su vida cambiara.

Kun tragó saliva con dificultad, algo impresionado por la imagen de Nathrach. Este solo era un año mayor que él, pero en realidad parecía mayor. Vestía completamente de oscuro y lo único que sobresalía en su atuendo era el colgante que colgaba de su cuello, una serpiente que cerraba su boca sobre una piedra verde. Su cabello claro y ondulado le caía hasta los hombros; tenía los ojos verdes y su rostro era frío, sereno, denotaba seguridad en sí mismo.

Su fuerte constitución hacía que él a su lado solo pareciera un niño, pues Kun era alto y desgarbado, todo lo contrario a su enemigo, que parecía ya un hombre. La katana que llevaba amenazaba con caer al suelo, pero la agarró fuerte y se dispuso a atacar.

Nathrach se quitó la capa, desenvainó su espada y corrió hacia Kun. Ambos aceros se estrellaron bajo la lluvia y sus miradas se cruzaron a través de estos. Saltaron hacia atrás y volvieron a la carga, esta vez con un golpe bajo.

Kun sintió que el acero rozaba su costado y recordó entonces las indicaciones de su maestro; nunca vigilaba los golpes bajos y ahora pagaba las consecuencias. Posó su mano sobre la herida, intentando cortar la hemorragia, pero Nathrach volvió al ataque y tuvo que olvidarse de su herida. Su enemigo era rápido, ágil y asestaba golpes con tanta rapidez que solo podía retroceder.

La espada de Nathrach golpeó el arma de Kun y esta se partió en dos. Incrédulo, observó los pedazos de metal de su espada. Miró a Nathrach y supo que no saldría con vida de aquel duelo, así que, a pesar de lo que tal reacción significaba, decidió echar a correr. No le gustaba actuar como un cobarde, pero tampoco quería morir y él no podía hacer nada contra el Ser’hi.

El bosque estaba embarrado, por lo que resbaló y cayó al suelo; enseguida su protector salió del amuleto. Nathrach ya estaba allí. Alzó la vista y vio sus pesadas botas negras llenas de barro; pero su protector se interponía entre los dos.

El dragón se lanzó contra Nathrach. Este envainó su espada y esperó. Cuando tan solo les separaban unos centímetros, rozó su hocico con un dedo y el dragón cayó al suelo congelado.

Kun gritó al ver a su protector vencido. Lleno de rabia, y sabiendo que era preso de ella, se puso en pie y corrió hacia Nathrach, giró sobre mismo y le asestó una fuerte patada haciéndole caer al suelo. Levantó la pierna para darle un puntapié, pero Nathrach movió su pierna derecha e hizo que Kun perdiera el equilibro. El Ser´hi lo inmovilizó bajo él y comenzó a golpearlo sin dejarle oportunidad a defenderse.

Kun gritó y agitó brazos y piernas con fuerza, pero no podía librarse de su contrincante. Agotado, dejó de oponer resistencia y se fue sumergiendo en la inconsciencia y el dolor.

Nathrach descargó su furia contra él y luego se puso en pie. Limpió la sangre que salía de su nariz y observó al primogénito de los Dra’hi, mal herido, aunque aún tenía la osadía de mirarlo, por lo que le dio un fuerte puntapié.

Guardó el arma y escuchó sus quejidos. Se agachó a su lado y posó la mano sobre su pecho; aún podía sentir los latidos de su corazón. Lanzó un fuerte grito y una lanza de hielo irrumpió en el suelo atravesando el pecho del Dra´hi. Contempló su agonía, vio como sus fuerzas abandonaban su cuerpo, hasta que cerró los ojos. Entonces se marchó victorioso.

Kun quería moverse, pero estaba agotado y se rindió.

Unas voces le devolvieron a la consciencia. «¡Está aquí!» Era la voz de Clay, la reconoció. «¡Dios, está destrozado!», dijo otra voz, la de Xinyu, y al instante sintió que le tocaban. « Sigue vivo. Kun aguanta», fue lo último que escuchó.

Sentía todo su cuerpo dolorido y no podía moverse. Abrió los ojos y se quejó debido a la luz y al instante escuchó el sonido de la persiana al bajarse.

—¿Mejor? —preguntó Clay.

Abrió los ojos y afirmó con la cabeza. Miró en todas direcciones y su mirada se cruzó con la de Xinyu, que estaba a su izquierda y con Clay. Avergonzado, cerró los ojos.

—¡No tienes de qué avergonzarte! —dijo Xinyu—. Aún no estás preparado.

—¡Huí de él!

—Nunca debiste haberte enfrentado a Nathrach, pero ahora eso no importa. Lo importante es que estás a salvo.

—Lo siento. Prometo que no lo haré más. Os lo juro, no volveré a escaparme.

—¡Lo sabemos! —añadió Clay.

Kun agradeció sus palabras y que no le reprocharan su actitud, ya lo hacía él por los dos.

—¿Dónde está Xin?

—Duerme —respondió Clay—. Si no hubiera sido por él no te habríamos podido salvar la vida.

—No entiendo —susurró.

—Se despertó en medio de la noche gritando de dolor —continuó Clay—. No veíamos heridas en su cuerpo, pero parecía estar muy enfermo y la marca comenzaba a desaparecer. Ambos estáis unidos y compartís el dolor, por lo que supimos que te habías marchado y que estabas en serio peligro. Xin está bien, solo descansa.

Kun se arrepintió que sus hechos hubieran causado daño a su hermano pequeño y se dirigió a Xinyu.

—Cuando me recupere quiero que seas más duro conmigo. Entrenaremos más horas —exigió, y pronto se sumió en un profundo sueño.

***

—Estuve semanas malherido, sin poder moverme, y cuando me recuperé comprendí que Xinyu no había sido nada duro conmigo en los primeros años de mi vida. Mi siguiente enfrentamiento con Nathrach fue dos años más tarde, y esta vez me acompañaba Xin. Él se enfrentó a Nathair. No hubo ganador. Nathrach tuvo que retirarse porque Xin hirió gravemente a Nathair.

Kirsten dejó caer la camisa sobre Kun y lo abrazó desde detrás.

—Hazme un favor. Intenta cambiar, por favor, al menos conmigo. Quiero que te apoyes en mí. Ya no estás solo. Olvida la profecía; sé que es inevitable que no te apoyes en Xin, pero libera el peso de tus hombros. Yo estoy contigo.

Al Dra´hi le reconfortaron sus palabras y la abrazó cariñosamente.

Aguardaron las noches de Oculta en la cueva y cuando el día llegó, Kirsten deshizo el hielo que Kun había creado taponando la salida y prosiguieron. Estaban en el exterior de las montañas y caminaban por un estrecho sendero que poco a poco iba descendiendo, aunque imaginaban que tardarían días en recorrer la distancia que les quedaba hasta llegar al suelo. Y eso les asustaba, pues el sendero era peligroso, estrecho y muchas habían sido las ocasiones en que la ventisca casi los había precipitado al vacío. La pareja coincidía en que debían volver a las cuevas, aunque aún no habían encontrado otra entrada y en ese instante, se dieron cuenta de que no estaban solos. A escasa distancia les esperaba el Tig´hi.

—Si seguís así dudo mucho que no acabéis con vuestros sesos esparramados por la roca. Si no estuviera pendiente de vosotros, no podrías cumplir con vuestra misión. Os crearé un camino.

Y así fue. Un temblor azotó las tierras de Lucilia y las rocas comenzaron a surgir del suelo, hasta llegar a donde estaban ellos, formando un camino que descendía hasta una zona boscosa. Muy a lo lejos contemplaban una pagoda, por lo demás, todo parecía muy solitario.

—Os espera Cerezo, un lugar crucial en vuestro viaje. Os aconsejo que os apremies parar cruzar este laberinto y llegar hasta la pagoda.

—No creo que sea buena idea. Para nada me atrae internarme en un laberinto —añadió Kun, tomando la mano de Kirsten y caminando hacia la derecha con intención de buscar una manera para sortear aquel obstáculo. Cuan sorprendido se encontró al observar que la maleza se movía a su antojo, formando delante de él una muralla de raíces y jaramagos—. ¿No tenemos opción?

—Me temo que no —respondió el Tig´hi—. Aunque evites viajando gracias a las piedras o por tu poder, el laberinto volverá a manifestarse ante ti. Debéis adentraros en él y os aconsejo que lo hagáis cuanto antes. ¡Mucha suerte!

Tal como era habitual en el hijo del tigre, el dibujo del animal se formó bajo sus pies y se esfumó.

14

Amenazas (Xin)

En el poblado, Xin echaba de menos a su hermano. No hacía mucho que se había marchado y sabía que estaba bien gracias al dragón que llevaban grabado en el pecho. Si alguno de los dos falleciera la marca desaparecía, y hasta el momento seguía brillante, como el primer día.

Intentando disipar la tensión que sentía, tomó su espada y se dirigió al centro del poblado. Se quitó la camisa y comenzó a practicar. Se movía con habilidad, como en una danza; manejaba la espada con maestría, como si fuera una extensión de su cuerpo, y a Niara le gustaba observarlo. Lo hacía con timidez, escondida detrás de una cabaña. Lo veía agacharse dejando una pierna completamente recta, al igual que la espada por delante de él; luego giraba y el arma lo seguía en todo momento; otras veces ella ni siquiera se atrevía a mirar, cuando veía el arma pasar tan cerca de su cabeza, pensando que él mismo acabaría decapitándose. La danza seguía y ella admiraba cada uno de los pasos sin saber que otra persona la observaba.

***

Axel había vuelto al poblado. No podía regresar ante Juraknar con una derrota; estaba seguro de que el inmortal no se lo perdonaría. Había aceptado una misión y la cumpliría. La chica se había marchado y no sabía dónde estaba; pero ahora, observando a la dama, su retorcida mente comenzaba a trabajar. El inmortal no le había hablado de Niara ni de que viajara con los Dra’hi; sin embargo, ella iba a ser el pasaje hacia sus días de gloria.

La vio marcharse sigilosamente y la siguió. Todos en el poblado le conocían y lo último que quería era que lo reconocieran, por lo que se fue ocultando entre las viviendas hasta que volvió a ver a la dama. Se encontraba a unos metros de él y caminaba hacia su cabaña, una de las primeras de la serie que terminaba en la más alta, que por razones que desconocía era ocupada por Daksha.

Caminando como si fuera un felino, se arrastró hasta la pared vecina y allí permaneció agazapado hasta que vio un vestido beige pasar por delante de él. Se puso en pie, agarró a Niara y la arrinconó contra la pared, tapándole la boca para impedir que gritara. Niara observó cómo se transformaba la imagen del hombre para convertirse en una mujer de tez pálida, ojos verdes, cabellos rizados y negros y pómulos sobresalientes. Todo le era tan familiar que su expresión cambió de la sorpresa al miedo.

Axel recuperó su verdadera forma ante Niara, disfrutando al ver su rostro de terror. De pronto notó que el suelo temblaba bruscamente y la agarró fuertemente de los brazos.

—Si lo haces nos precipitaremos los dos al vacío, porque no pienso soltarte —la amenazó, y enseguida dejó de sentir que el suelo se movía—. Vas a ayudarme, y si no lo haces le diré la verdad a los demás. Al Dra’hi, a Lizard, Daksha, y puede que te encierren en algún lugar, en una prisión. No te gustaría eso, ¿verdad? Bien —dijo complacido al ver su gesto de aceptación—. Solo tienes que decirme qué ha sido de la hija del inmortal.

—¡No lo sé!

—¡Mientes! —gritó, y su lengua escurridiza y larga se enrolló en la garganta de Niara dificultándole la respiración—. Dime la verdad o presionaré tu cuello como si fuera el de un pajarillo inofensivo.

—¡No lo sé! —susurró.

Axel supo que decía la verdad y volvió a dejarla respirar.

—¡Pues lo averiguarás! Y además quiero que me informes de todos los movimientos de Lizard. Dónde duerme, cuándo come... Absolutamente todo lo que hace.

—¡No sé cuál es su cabaña! —gritó.

—Pues averígualo, o si no todos sabrán quién eres y, créeme, si ellos no te dan el castigo que te mereces, te lo daré yo, te llevaré a las mazmorras de Serguilia. ¿Quieres saber qué te ocurrirá allí?

—¡No! —gritó llorando.

—¡Buena chica! Cumple con tu trabajo y no ocurrirá nada. Si me traicionas, te enfrentas a tres cosas: una, que todos descubran eso que ocultas con tanto interés; dos, ir a la prisión de Serguilia, y tres, volver a encontrarte con una persona que, los dos sabemos se alegrará mucho de verte: Niarlia.

Niara sintió un estremecimiento al escuchar ese nombre. Haría todo cuanto Axel le pidiera.

—Bien, ahora vete y ponte a trabajar.

La dejó libre y la vio marcharse a su cabaña. Observó todos sus movimientos y mucho más tarde vio entrar al menor de los Dra’hi.

***

A Xin le sorprendió encontrar a Niara en aquel estado. Llevaba el vestido caído hasta la cintura, dejando al descubierto sus hombros y una prenda blanca de encaje y tirantes. Su vista fue a parar de inmediato a las marcas de los brazos.

Con grandes zancadas se acercó a ella, quien gritó alarmada y se cubrió con sus prendas.

—¡Vete! ¡Estoy desnuda!

—¡No estás desnuda! —replicó, a punto de perder la paciencia—. Es imposible ver algo de tu cuerpo con tanta ropa. ¿Qué te ha pasado?

—¡Nada! Esas marcas están ahí desde que me rescataste del castillo.

—Las heridas del castillo se curaron hace días, estas marcas son recientes, igual que la de tu garganta. ¿Te ha atacado alguno de los hombres?

—¡No!

—No me mientas, Niara. ¿Quién ha sido?

—No me ha pasado nada, esas marcas están ahí desde que nos encontramos.

—Puedes confiar en mí. Dime qué ha pasado y te ayudaré.

Niara sentía que las lágrimas inundaban sus ojos y parpadeó un par de veces.

—¿Dónde está Kirsten?

—Sabes que se marchó con Kun.

—¿Por qué? ¿Adónde?

—Eso ahora no importa. Por favor, háblame.

Niara no dijo nada, solo agachó la cabeza y evitó la mirada de Xin. Este, furioso, salió de la cabaña dando un portazo y se dirigió a la de Daksha, donde entró sin llamar.

Algo más tarde, todos los hombres de la tribu, Lobo, Xin y Lizard se encontraban reunidos para hablar sobre el ataque de Niara.

Lobo tomó la palabra y comenzaron a hablar en un idioma que Xin no comprendía.

—¿Qué dicen? —preguntó impaciente a Lizard.

—Hablan sobre Niara y las consecuencias de que una chica esté en el poblado y que además sea mujer de un solo hombre.

—¡No pienso compartirla! No vais a hacer una orgía con ella, antes os mataré a todos, y créeme, puedo hacerlo.

—Tranquilízate, ¿quieres? Nadie va a tocarla, porque es una dama y hacerle el más mínimo daño sería cometer un sacrilegio.

Sorprendido, observó que todos los hombres abandonaban la cabaña.

—¿Qué ocurre?

—Ya hemos terminado. Nadie ha sido.

—¡Eso no puede ser! Yo he visto las marcas. El culpable está entre nosotros.

—¡Vas a conseguir que nos echen del poblado! Escucha atentamente: estos son hombres de honor; puede que sean salvajes, pero si dicen que no han sido, es que no han sido. Debemos buscar las respuestas en otra persona. Quizá haya sido Axel.

—Me lo habría dicho. Este lugar no es bueno para ella. Hay demasiados hombres. La compañía de Kirsty le sentaba bien. ¡Quiero marcharme!

Lizard suspiró e indicó a Xin que saliera con él. Bajo la fuerte ventisca que caía sobre ellos, pronto sus cabellos se empaparon.

—¡Es imposible atravesar los montes con esta ventisca!

—Kun lo está haciendo. Si él puede, yo también.

—Seamos realistas, tu hermano puede que ya esté muerto.

—¡No lo está! —gritó—. Si fuera así, mi marca habría desaparecido —dijo, y se abrió la camisa, dejando al descubierto un dragón que ocupaba parte de su pecho y hombro—. Estamos unidos; si él enferma, yo lo hago; si muere, mi marca desaparece y me convierto en un chico normal. ¡Me marcho!

—Vale, tu hermano está vivo, pero, ¿crees que Niara sobrevivirá a la ventisca?

—Kirsty lo está haciendo, ¿por qué no iba a hacerlo ella?

—Porque quizá tenga el poder del fuego —respondió—. No tomes decisiones en caliente, hazlo en frío, y decidas lo que decidas, comunícamelo. Dentro de unos días el camino será más fácil para todos. Yo la vigilaré y velaré por ella, estoy seguro de que averiguaré qué le ocurre. Son muy bueno con las mujeres, ninguna se me resiste.

Xin le miró desconfiado y con el ceño fruncido.

—Tranquilo, no pienso seducir a la chica. Y ahora vuelve a la cabaña. Un Dra’hi enfermo no es de gran ayuda contra Juraknar.

Un vórtice negro comenzó a abrirse y por él asomó una cría de dragón negro. Lizard cerró la mano en su empuñadura y esperó hasta que la bestia asomó por completo. De una sola estocada la degolló y los demás hombres vitorearon su gesto de valentía.

—¡Sois unos salvajes! —acusó Xin.

Volvió a su cabaña y encontró a Niara en la cama hecha un ovillo. Se acercó a ella y buscó su cara entre las mantas que la cubrían, descubriendo su rostro surcado por las lágrimas y su cuerpo tembloroso. Arriesgándose a recibir una bofetada, se tumbó junto a ella y acarició su espalda. Niara se dio la vuelta y se ocultó en su pecho.

—¿Qué te pasa? Dime qué te ocurrió. No debes avergonzarte, tú no tienes la culpa de nada. ¿Te han hecho daño? ¿Alguien te ha tocado? Por favor, confía en mí. Ya te he ayudado antes y puedo hacerlo ahora.

—¡En realidad no me conoces!

—Claro que te conozco. Eres una dama, dama de tierra, y eres Niara.

—Sí —susurró—. Soy dama de tierra.

Esas fueron sus últimas palabras antes de volver a sumirse en el más triste de los silencios.

Durante los siguientes días, Lizard se convirtió en la sombra de Niara. La acompañaba a cualquier lugar y se dirigía a ella sin obtener respuesta, pues había vuelto a dejar de hablar y vagaba como alma en pena por el poblado.

***

Una tarde como cualquier otra, Niara se encontraba en el centro del poblado, frente a un gran fuego donde varios hombres preparaban la comida. Lizard estaba junto a ella y dejó caer sobre sus manos un pesado libro.

—Supuse que te gustaría. Es poseía, escrita en Meirilia, no en el idioma de los lobos, así que podrás leerlo.

Una sonrisa asomó al rostro de Niara y le miró agradecida sin decir nada, a pesar de saber cuánto deseaban Lizard y los demás volver a escuchar su voz.

—Voy a mostrarte un lugar que seguro que te gustará.

La tomó de la mano, rodearon la cabaña central y se adentraron en una pequeña zona llena de árboles nevados sin una sola hoja. Se oía el murmullo del lago y pronto vieron un pequeño arroyo que caía entre las montañas por delante de un par de troncos.

—¡Deberías verlo en primavera! Es precioso.

—¡Lizard! —lo llamó Xin desde lejos.

—Espera aquí un momento, no tardaré.

La expresión de Niara cambió de la sorpresa al horror y agarró la mano de Lizard con todas sus fuerzas.

—¡Estaré a solo unos metros de ti! —la tranquilizó—. No ocurrirá nada. Los dos estaremos vigilándote.

Aceptó temblorosa y lo vio alejarse entre los árboles, aunque desde el lugar en el que se encontraba seguía viéndolos. Se sentó en un tronco seco y comenzó a pasar hojas y a leer algún poema, pero el crujir de una rama la hizo mirar atrás. La niebla había aumentado y ya no podía ver a Lizard o a Xin, y supuso que ellos tampoco podrían verla a ella.

Se puso en pie y el libro cayó al suelo. Al ir a recogerlo vio dos botas negras ante ella. Cuando se incorporó, Axel la abofeteó y del impacto cayó al suelo.

—¡Estúpida! —gritó—. Lo has estropeado todo. Aleja de ti a Lizard o todos descubrirán la verdad.

—¡No sé nada! —confesó—. Xin no habla de Kirsten ni de su hermano y no he podido averiguar cuál es la cabaña de Lizard.

Axel sabía que decía la verdad. Lizard era muy listo y, siempre rondaba por los alrededores, nadie sabía dónde dormía, solo su amigo Daksha, y estaba seguro de que la vigilancia en la cabaña de este había aumentado desde que él merodeaba por el poblado.

—Pues convéncelos para largaros de este lugar y encontraros con los demás.

Se agachó junto a ella y tomó la forma de la persona que más temía en su vida. Al oír pasos, se perdió entre la niebla.

Xin y Lizard la encontraron en el suelo con la mejilla enrojecida.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Xin agachado ante ella.

Pero Niara no dijo nada, solo se desvaneció en sus brazos.

—¡Vamos a averiguar la verdad! —exclamó Lizard. Recogió el libro que le había prestado, la tomó en brazos y volvieron al poblado.

Una vez allí, entraron en la cabaña que ocupaba Daksha y la dejaron sobre la cama.

Daksha estaba mejor y hacía días que se levantaba. Cuando se enteró de lo ocurrido, no dudó en verter sobre la frente de Niara unos polvos rojos y lanzó otra parte al fuego. Estos no tardaron en revelar los miedos de Niara, lo visto por última vez: una chica.

—¡Es ella! —se sorprendió Lizard.

—No lo es —le corrigió Xin—. Es cierto que la chica se le parece mucho, casi son idénticas, pero su cabello es negro y su rostro no me inspira confianza. Quizá quien la haya atacado haya sido una chica.

—Si es así, siento decirte que no podemos hacer nada —aclaró Daksha—. Nadie del poblado atacará a una mujer. Además, ya estoy bien y la ventisca parece haber cesado; es el momento de que nos vayamos.

Todos guardaron silencio cuando vieron a Niara despertar. Xin se sentó junto a ella y le cogió la mano.

—¿Te ves con fuerzas para emprender el viaje? Pronto nos reuniremos con Kirsty.

Niara deseaba gritar que no. No quería partir y encontrarse con Kirsten; si lo hacía, Axel cumpliría sus planes, pero el miedo a Niarlia y a que descubrieran quién era en verdad le hizo reprimirse y aceptar. Acompañada por Xin, se marchó de la habitación.

—Sabes que la travesía por los montes es agotadora —dijo Lizard—. Y larga. ¿Sabes lo que quiero decir?

—Claro que lo sé. No debes preocuparte por nada. En un año no he tenido una recaída tan grave como esta y ya estoy mucho mejor. Mientras vayas conmigo no descubrirán la verdad, porque sé que te ocuparás de todo.

—Supongo que sí.

—Bien, pues marchémonos de este poblado. Llevo días preparando el viaje. Tomaremos la ruta del norte.

—¡¿La ruta del norte?! ¿Estás seguro?

—Sí, es más peligrosa, hay más trampas, pero he estudiado los mapas con esmero, los he descifrado. Déjalo en mis manos. La ruta del norte es la mejor para alcanzar al primogénito de los Dra’hi.

—¡Tú eres quien manda! —exclamó.

—Oye Lizard, quiero disculparme por la forma en la que te hablé la última vez. Estaba desesperado. Siento que estoy tan cerca de vivir que te hice daño y lo siento. Hay momentos en los que no me reconozco.

—Sé que lo estás pasando mal y no puedo ponerme en tu piel por mucho que lo intente, pero conecto con ella, lo hago muy bien y puede que no salgamos mal parados de este embrollo. Puede que Kirsten decida ayudarme, sin engaños de por medio. Solo el tiempo lo dirá.

Los amigos se abrazaron y una hora más tarde se reunían con Xin y Niara. Juntos emprendieron el camino hacia la ruta del norte, quizás la más peligrosa como bien Daksha había dicho, pero también sería la que les ayudaría a acortar distancias con Kun.

15

Los pilares (Nathair)

—Li ti enveque. ¡Oh, padd’ler ed netlie! —clamó Naev en medio de Phelan. El cielo negro comenzó a llenarse de nubarrones. Los malditos que rondaban por el poblado ni siquiera retrocedían con el inmenso poder del hechicero—. Vi’en u me. Enveque ti sediria a padd’ler. Scedeen í equen ti aliama, yi ti padd’ler, yi ti padd’ler —continuó Naev, y varios truenos se estrellaron con sus manos, las cuales comenzaron a controlarlos sin que causaran el más mínimo daño y los lanzó contra la multitud de personas que se encontraban frente a él.

Nathair corrió junto a su maestro y ambos esperaron que la nube de polvo se disipara. Llevaban semanas en Phelan y no habían conseguido salir del poblado. Las noches de Oculta debían permanecer en la torre y cuando la luna desaparecía intentaban salir de aquel maldito pueblo, pero el paso les era cortado. De los pozos salían inmundos seres desfigurados cuya piel se les caía a trozos. Sabían que habían sido hombres, pero ¿qué eran ahora? Ninguno de ellos se atrevía a responder tal pregunta. Algunos arrastraban cadenas y a Nathair aquel ruido comenzaba a ponerle nervioso. Quería salir de Phelan y se arrepentía del día en el que llegó allí.

Durante las primeras semanas él y su hermano habían intentado librarse de la gente de la población, pero su poder no era suficiente, así que no tuvieron más remedio que recurrir a Naev y mentir a Nathrach. Le contó que llevaba en la torre bastante tiempo, pero igual que ellos, estaba atrapado. Nathrach no puso ninguna pega; estaba tan ansioso como los demás por salir de allí.

Nathair envainó su espada, esperanzado ante la idea de que hubieran derrotado a los malditos. No había nada, el humo había desaparecido y todo estaba desierto; pero se arrepintió de guardar su arma.

El encapuchado tiró de Nathair hacia atrás, haciéndolo caer al suelo, y de una sola estocada degolló a un hombre que había aparecido de la nada. Desprendía un desagradable olor a podrido y su cuerpo era azulado; tenía amputado un brazo y ahora también la cabeza, pero a pesar de ello seguía con vida. Todos seguían con vida, y eso sorprendió a Naev: ni siquiera su inmenso poder había hecho retroceder a esas bestias.

—¡Rualies! —gritó.

Enormes raíces surgieron del suelo y atraparon a los malditos.

El encapuchado ayudó a Nathair a ponerse en pie y volvieron a la seguridad de la torre, donde esperaban los demás. Una vez cruzaron la puerta, la sellaron con tablones.

—¡Aileen, Nathair, seguidme! —ordenó Naev, y los tres se perdieron en el interior de la torre hasta llegar a la habitación de Nathair—. Tengo que salir de aquí y buscar una forma de derrotar a estos seres.

—Deja que vayamos contigo —pidió Aileen.

—No, princesa, debéis quedaros aquí. No salgáis de la torre y no hagáis locuras en mi ausencia.

No añadió nada más. Los dos observaron sus extraños movimientos: agitó con fuerza los brazos, los cruzó por delante de él y entrelazó sus manos. De sus labios salían murmullos que ninguno de los dos comprendía, y poco a poco vieron abrirse un vórtice. Aileen y Nathair corrieron hacia él y se detuvieron a tan solo unos centímetros. Se veían parajes verdes cubiertos de una débil escarcha, algunas flores crecían tímidamente y había dos soles en el cielo, dos esferas naranja, una más alta que otra y de mayor tamaño.

La imagen desapareció tras cruzar Naev el vórtice. Aileen cayó desanimada al suelo.

Nathrach entró en la habitación.

—¡Estoy cansado de estar aquí! —gritó—. Propongo un plan de distracción.

—¿Qué quieres decir? —preguntó su hermano.

—Mientras uno esté en el centro de la batalla, el resto hará caer una de las paredes y huiremos por ella.

—No es mal plan —admitió. Le sorprendía que su hermano hubiera tenido tan gran idea—. Dharani, explica algo más.

La ninfa salió tras Nathrach, complaciente y con una sonrisa en los labios.

—Propongo que tú estés en el centro de la batalla con Aileen mientras nosotros intentamos abrir una grieta en la zona sur.

—¡Os queréis deshacer de nosotros! —gritó Aileen—. No haremos nada de eso.

La aparición de otro vórtice interrumpió la discusión del grupo. Tras él vieron aparecer a Naev.

—¡El pueblo está maldito por deseo del inmortal! Phelan fue una de las ciudades que opuso más resistencia y por ello maldijo a la población. No mueren y están condenados a padecer. No pueden salir de estas murallas y se alimentan de humanos, así que somos su preciado alimento.

—Podemos usar las esferas de viaje —añadió Nathrach—. Es más, no sé por qué no las hemos usado ya.

—¡Porque no funcionan! —respondió Naev—. Pruébala.

Nathrach desató la bola que llevaba colgada a su cintura y esperó, pero no ocurrió nada, no se abrió ningún vórtice. Furioso, volvió a atarla a su cintura y decidió probar con otra cosa. Usaría su poder de Ser’hi para salir de aquel lugar, y para ello invocaría a su serpiente. Pero nada apareció bajo sus pies y, extrañado, miró al encapuchado.

—Podemos viajar contigo —sugirió Dharani—. A ti no te afecta esta magia, vas y vienes cuando quieres.

—Si esa opción fuera posible, créeme, ya la habría utilizado, pero no puede ser. Mis métodos de viajes son… diferentes y podríais no sobrevivir. Créeme, no me importaría probar contigo y con Nathrach si mi magia os mata o no, pero es un riesgo que no voy a correr con Nathair y Aileen —confesó ganándose sendas miradas de reproche por parte de la ninfa y Nathrach—. Encontraré la solución, hasta entonces no hagáis locuras.

Naev volvió a desaparecer tan rápido como había aparecido y dejó a todo el grupo sumido en un tenso silencio. El sonido de las cadenas retumbaba por la torre, igual que los gritos de desesperación. Aileen, incapaz de resistirlo, se tiró a la cama y se cubrió la cabeza con la almohada, donde ahogó sus sollozos.

Nathair se sentó junto a ella y le pasó la mano por la espalda dándole ánimos.

—¿Qué propones? —preguntó a Dharani.

—Vosotros los distraeréis para que nosotros podamos salir y, ya fuera, intentaremos atraer su atención para que salgáis vosotros. No quiero matarte, si lo hiciera tu hermano sería un chico normal y ninguno queremos eso, solo deseamos salir de este infierno.

—Aileen irá con vosotros. Los distraeré, pero quiero que Aileen salga la primera.

—Está bien —aceptó Dharani—. Te esperamos en la última planta, desde allí podremos elegir la mejor zona para escapar.

—Enseguida voy.

Los dejaron solos. Apartó la almohada que cubría la cabeza de Aileen y le limpió las lágrimas. En las últimas semanas había mejorado mucho; el cuarzo que representaba su vida se había vuelto rosa y no quería que su ánimo volviera a decaer por estar encerrada en aquel lugar.

—¡No me dejes con tu hermano, por favor!

—No ocurrirá nada, créeme; quiero que salgas de aquí.

—No me iré sin ti.

—Solo estaremos separados un momento, te lo prometo. No será mucho, pero debemos salir y lo sabes.

—Nathair... Quería preguntarte algo... ¿Amas a Kirsten?

Su pregunta le sorprendió, no se la esperaba. Acarició su rostro y deslizó los dedos por sus labios, sintiendo su calidez y suavidad.

—Mi hermano se impacientará si le hago esperar y lo último que quiero es recibir otra de sus palizas.

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