Despertar

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Se puso en pie y le dio la espalda a Aileen, que lloró en silencio, mientras caminaba detrás de Nathair hasta llegar al último piso. Era circular, de suelo negro y rodeado de cristales. Desde allí miraron en dirección sur. La torre estaba muy próxima a una de las paredes de la muralla, el espacio que los separaba era mínimo, pero tendrían que rodearla para poder llegar hasta allí. A pesar de la altura podían ver una pequeña grieta en el muro. Eso no les garantizaba nada, pero habían decidido intentarlo.

Bajaron y desde la entrada observaron a los habitantes de la ciudad vagando como almas en pena.

Nathair avanzó hacia la multitud para captar su atención, mientras que los demás pudieron huir para rodear la torre.

Nathrach tiró de Aileen hasta llegar a la parte de atrás. Allí Dharani posó sus manos en la tierra; sus ojos se volvieron rojos y dijo unas palabras que Nathrach no entendió. Enormes raíces surgieron del suelo y se dirigieron hacia la grieta del muro y comenzaron a agrandarla poco a poco.

Aileen se libró de la presión que ejercía Nathrach sobre su brazo y volvió a rodear la torre.

***

Nathair alzó las manos y surgió una corriente de aire a su alrededor formando un escudo protector e impidiendo que le atacaran. Los malditos lo rodeaban y Nathair tuvo miedo. Podía ser un Ser’hi, el más fuerte de los dos, según el consejero de Juraknar, pero no le veía mucha utilidad a su poder. El de su hermano podía haber congelado a todos aquellos seres y ganar así tiempo, pero él solo podía lanzarlos lejos.

Clavó su puño en el suelo y un fuerte viento lanzó a la multitud hacia atrás. Corrió por encima de los cuerpos y se detuvo ante la entrada de la torre. Estaba retrocediendo y con ello no ganaba tiempo, sino al contrario, acercaba a la multitud furiosa hacia él.

Volvió a crear la barrera, pero no era tan fuerte como la anterior y aquellos seres comenzaron a lanzarle objetos. Una cadena le dio en la cabeza y cayó al suelo dolorido. La protección desapareció.

Se lanzaron contra él y quedó sepultado bajo un montón de cuerpos que desprendían un hedor insoportable. Gritó y la multitud salió despedida. Logró ponerse en pie, pero alguien le esperaba, un hombre corpulento; su piel azulada se caía a trozos y un ojo le colgaba fuera de su cavidad. Portaba un enorme martillo y con él golpeó a Nathair, empotrándolo contra la pared.

De pronto apareció Aileen y se situó entre Nathair y el hombre. Este iba a golpear en la cabeza al chico y, desesperada, posó los dedos sobre la frente del engendro y susurró:

—¡Aqileissi!

Una luz azul salió del pecho de Aileen y se adentró en el hombre. Enseguida el martillo cayó con un sonido sordo al suelo y su figura cambió. Su tez se volvió tersa y blanca, su ojo volvió a su cavidad y el desagradable olor a putrefacción desapareció. El hombre recuperó su aspecto normal, con su bella melena cobriza, y se miraba extrañado, como si no entendiera lo que ocurría.

En Phelan reinó el silencio. Aileen dio un paso, decidida, y la multitud la rodeó, dejándola oculta a la mirada de Nathair. Pero este sí pudo escuchar sus palabras, que parecían un canto dulce y hacían que el dolor desapareciera.

—¡Aqileissi! El sueclee enarclaac a reod ad li, ¡Aqileissi! Iyd as suan di tad amlld Jurk. Aqileissi, sueclee taidas si mag niam.

—¡Aqileissi! ¡Aqileissi! —repitió todo el pueblo, y una luz azul brotó del interior de Aileen; bañó a todo el poblado y parte del cielo de Serguilia.

***

En un lugar muy cercano a Phelan, Sanice, contemplaba en medio de un ataque de furia el poder de la princesa ninfa. Soltó un enorme grito que hizo incluso que los Deppho que pensaban atacarla y alimentarse de su carne huyeran despavoridos. Observó el haz azul; este se mantuvo durante un rato, para desaparecer poco a poco. Llena de ira, se fue abriendo paso entre los árboles hasta llegar a los alrededores de Phelan.

***

Cuando la luz desapareció, el poblado entero había recuperado su antiguo ser; hombres y mujeres habían vuelto a la vida, sanos. A Nathair le parecía sorprendente.

Todos y cada uno de los habitantes de Phelan se agachaban frente a la princesa ninfa, besaban su mano y repetía la misma palabra: Aqileissi.

Una vez que el pueblo mostró su respeto a la princesa, esta se agachó junto a Nathair, posó las manos sobre sus costillas y volvió a murmurar la misma palabra. Entonces él sintió que el dolor remitía.

—Aqileissi es mi apellido —explicó; se sentó junto a él y le cogió de la mano—. Significa «pureza». He librado de su maldición al pueblo. Cuando Naev nos dijo que estaban malditos, pensé en la opción de purificarlos. No sabía si sería capaz de hacerlo, pero lo he conseguido. Según decía mi padre, algunas ninfas tienen el don de sanar. Yo no lo poseo, pero sí puedo aliviar tu dolor durante un rato; cuando el hechizo pierda su función volverás a encontrarte dolorido.

—Me has aliviado —susurró.

—Lo sé, pero no he sanado tus heridas; por lo que sería sensato y lógico que reposaras.

—Me has aliviado y te lo agradezco —insistió.

Aileen sonrió y observó el poblado. Todos se habían movilizado e intentaban reconstruir la ciudad que fue en su día.

—El inmortal enviará sus ejércitos para volver a hacer caer la población —murmuró—. Estaría bien ayudarle a reconstruirla.

—¿Nos vamos o qué? —interrumpió Nathrach, que apareció de pronto junto a la ninfa.

—Nos quedamos. Vamos a ayudar a reconstruir el pueblo —respondió Nathair.

—¡No voy a hacer nada de eso! —replicó Nathrach.

Nathair se puso en pie, sin dejar de agarrarse el costado, y con su mano libre tiró de su hermano hacia detrás la torre; no quería que las chicas escucharan lo que quería decirle.

—¡Escucha atentamente y no me interrumpas! Sé que no quieres seguir siendo la mano derecha de Juraknar de por vida, ansías el poder y escapar de su control. ¿No crees que sería bueno tener un lugar en el que esconderte por si no fueras capaz de vencer a Juraknar?

—¿Y qué me dices de ti?

—No soy tan estúpido como para hacerte frente. Si algún día reinaras en Serguilia, me conformo con marcharme de este lugar e ir a uno donde sienta el sol sobre mi rostro. Por favor, utiliza un poco la cabeza. Este lugar sería ideal para escondernos; contamos con el apoyo del pueblo y si les ayudamos nos tratarán aún mejor.

Nathrach meditó las palabras de su hermano; por mucho que le doliese, admitió que tenía razón.

Volvieron con las ninfas y allí comunicaron su decisión: ayudarían en la reconstrucción de la ciudad.

***

Sanice anduvo por el bosque hasta que vio Phelan. El ruido de golpes le había guiado hasta aquella población que se estaba reconstruyendo. Las murallas estaban siendo reformadas, se tapaban las grietas y se volvía a levantar lo destruido. El portón de madera de la entrada estaba abierto y en su interior encontró a Aileen, la princesa. Podía entrar, sorprenderla y estrangularla, llevar su cuerpo sin vida ante Juraknar y recuperar su apariencia normal, algo que deseaba desde hacía mucho tiempo.

Salió de las sombras para entrar en el pueblo, pero todo su cuerpo tembló de miedo al ver a una persona no muy lejos de allí.

***

Nathair apareció junto a Aileen y le quitó el cubo de agua que llevaba. El Ser´hi dejó el cubo cerca de los hombres para que se refrescaran, y él se dispuso también a hacerlo. Llevaba parte del pecho vendado y comenzó a echarse agua por la espalda. Observó que Aileen le miraba extrañada. Al sentirse sorprendida, su rostro se tiñó de rojo, y eso le hizo sonreír.

A solo unos metros, Nathrach, rodeado de tres jóvenes que le ofrecían comida, no dejaba de mirar a Aileen. Nathair pudo ver el deseo que brillaba en sus ojos y la forma de examinar su cuerpo bajo el vestido azul que llevaba.

—¡Aileen!

La princesa se sorprendió por el tono frío de Nathair, intentó disimular su rubor y le miró.

—A partir de ahora quiero que el guardián vaya contigo en todo momento.

—Pero la gente se asustará.

—No me importa. Haz que salga —ordenó, y Aileen obedeció—. Mientras yo no esté contigo, él te acompañará.

La princesa asintió y acarició suavemente la cabeza de su guardián, una serpiente enorme con unos brillantes ojos azules como los de Nathair.

Ninguno de los dos se percató de que estaban siendo observados por alguien más. Sanice lo había visto todo, la marca, la serpiente... y su cuerpo se estremeció. Arrastrándose, se ocultó en las sombras del bosque, donde comenzó a mecerse como si fuera una niña indefensa, y así la encontraron tres adolescentes de Phelan, uno de ellos una chica, quienes se rieron al ver a un ser tan grande temblando como si se tratara de un niño indefenso.

Las burlas despertaron la furia de Sanice. Se puso en pie y los tres huyeron despavoridos; pero la bestia se cruzó en su camino y el grito de los jóvenes llegó a oírse hasta en el poblado.

Algunos quisieron adentrarse en la espesura para ayudarlos, pero no lo hicieron. Advirtieron a los chicos del peligro de salir de la protección de Phelan, ya que sabían que por los alrededores había Deppho; además, no estaba lejos Acair, la ciudad de los Rocda, bestias capitaneados por un hombre. La advertencia estaba hecha, quien saliera del poblado se arriesgaba a no volver nunca.

***

La reconstrucción del poblado siguió con la ayuda de los Ser’hi y las ninfas, todo ello bajo la mirada de Sanice, que estudiaba los movimientos de la princesa, aprovechando la menor oportunidad para lanzarse sobre ella, aunque la aterraba la serpiente que siempre la acompañaba.

Los habitantes de Phelan estaban muy agradecidos con los Ser’hi y les ofrecieron su protección siempre que la solicitasen. Cuando terminaron la reconstrucción del poblado el grupo partió. Atravesaron las murallas y se dirigieron al sur, hacia Canto de Ángel, el segundo de los pilares y representante de Lucilia.

El silencio reinaba en el bosque y solo el ruido de sus pasos lo rompía. El suyo y el de algo más que no se sabía qué era. Alguien les seguía, o algo, ya que los pasos sonaban muy pesados. Quizá un Rocda en busca de presas.

Nathair apremió al grupo y retrocedió él para escudriñar entre la niebla y los árboles. Estos eran bastante grandes, lo suficiente para que una persona gruesa se escondiera en ellos.

Con su espada desenvainada caminó detrás de los demás mientras su hermano lideraba el grupo. Temía que se traía algo entre manos, pero no sabía qué. Nathrach estaba siendo demasiado complaciente con él y eso no era propio de su hermano. Pero pronto se olvidó de sus inquietudes al ver la torre representante de Lucilia.

Era roja y brillaba como las mismísimas llamas del fuego, aunque antes había que cruzar una ciénaga con miles de insectos y un olor muy desagradable que llegaba a aturdirlos.

Nathair cortó un trozo de su capa y lo repartió entre los demás para que se cubriesen la boca y la nariz.

Aileen resbaló y su pie fue a dar al cieno. Emitió un grito de asco y sacó rápidamente el pie y cuando lo hacía creyó distinguir algo entre aquellas aguas pantanosas, así que se fijó mejor y descubrió con horror el cuerpo putrefacto de un Deppho. Sintió náuseas y sensación de mareo, y sin poder evitarlo, se cayó al suelo y vomitó lo poco que había comido antes de salir de Phelan.

No tardó en sentir a Nathair junto a ella y oír la risa de Dharani por su supuesta debilidad. Nathair ordenó a la ninfa que se callara, sin éxito, y le entregó a Aileen un poco de agua. Al ver él la imagen putrefacta del Deppho en la ciénaga sintió también que la cabeza le daba vueltas, pero enseguida se sobrepuso y, cogiendo de la mano a la ninfa, siguieron adelante hasta la torre.

La gravilla crujía bajo sus pies y nada de vegetación crecía en los alrededores de la torre. Era más impresionante que la anterior. Se erguía hasta bastante altura y constaba de cinco pisos, todos en forma de flor: una estructura recta durante unos metros, y a continuación varios pétalos, y así hasta la cima, redondeada. Tres escalones daban acceso al recinto, que como el que habían visitado anteriormente, carecía de puerta.

Nathrach y Dharani se adelantaron y subieron, pero una barrera blanca apareció en la entrada impidiéndoles pisar suelo sagrado. Ninguno comprendía qué ocurría. Nathrach dio varios pasos hacia atrás, arrastrando con él a Dharani, y cada uno invocó su poder. Enormes raíces surgieron del suelo delante de la ninfa y se dirigieron hacia el edificio. Nathrach se puso las manos en el pecho y comenzaron a aparecer cristales de hielo, que lanzó contra la entrada. Pero su ataque no sirvió de nada, la barrera seguía allí. Impotentes, corrieron hacia ella y fueron lanzados varios metros hacia atrás contra la dura gravilla.

Dharani se incorporó y ayudó a Nathrach. Entones lo comprendió: ella nunca podría pisar suelo sagrado a no ser que acabara con la princesa y fuera la última de las ninfas sobre la faz de Serguilia.

—Tenemos prohibido el acceso —le dijo al Ser’hi.

—Nosotros debemos continuar —intervino Nathair—. El pilar no nos prohíbe la entrada.

—¿Por qué? —preguntó Nathrach. Una vena comenzaba a hinchársele en el cuello y sus ojos expresaban tanta rabia como hacía mucho que Nathair no veía en él. Desde que habían empezado el viaje su hermano estaba mucho más tranquilo y había dejado de utilizarlo como si fuera un saco de patatas al que golpear—. ¿Por qué ibas tú a poder pisar suelo sagrado y yo no? —preguntó. Dio varios pasos hacia Nathair, lo agarró del cuello y lo levantó del suelo—. Soy el mayor, el primogénito, el primero de los Ser’hi. Tú no eres más que un niño.

—¡Suéltale! —intervino Aileen.

Nathair agitó las piernas y logró darle un rodillazo en la entrepierna. El rostro de su hermano se convulsionó debido al dolor y dejó caerle. Entonces la rabia dominó a Nathair; estaba más que cansado de recibir los golpes de su hermano, de ser humillado constantemente y dejándose dominar por sus impulsos abatió a Nathrach. Los dos acabaron en el suelo; Nathair logró ponerse encima de su hermano y le golpeó en la cara.

Tras la impresión, Nathrach se recompuso y golpeó con ambas manos en el pecho al joven; este cayó hacia atrás y una vez Nathrach se puso en pie le pegó una fuerte patada. El menor de los Ser´hi recibió el golpe, pero tomó la pierna de su hermano y le hizo caer. Volvió a colocarse encima de él y le asestó un puño tras otro en el estómago, como tantas otras veces Nathrach había hecho.

Aileen no dejaba de gritar que cesaran. Mientras, Dharani le advertía una y otra vez a Nathrach sobre la consecuencia de los enfrentamientos y le decía que debía pensar en la marca.

Finalmente la pelea se detuvo cuando un gesto de dolor congestionó los rostros de los hermanos.

Nathair cayó hacia un lado, quitándose de encima de su hermano y se llevó su mano al pecho.

Lo mismo hacía Nathrach. La ninfa se agachó junto a este último y le ayudó a ponerse en pie; cargando con él.

—¡Él es el verdadero hijo de la serpiente! —intervino Dharani, tranquilizando a Nathrach—. Tu hermano nació en el año de la serpiente, tú no. Lo hiciste tres años antes, y parte de su poder se destinó a ti... creo que para protegerle.

Dharani comenzó a caminar con el joven.

—¡Os esperaremos en Phelan! —añadió—. Pensaremos en la forma de viajar a las restantes islas.

Aileen se agachó frente a Nathair. Estaba en posición fetal, jadeante, pálido y cubierto en sudor. La princesa tomó su mano izquierda, intentando darle ánimo. Sabía que estaba sufriendo por su enfrentamiento contra su hermano; las marcas se resentían, se separaban, aunque imaginaba que los Ser´hi ya habían pasado antes por eso. Solo tenían que volver a fingir indiferencia el uno hacia el otro y todo volvería como antes.

Tras un largo rato, la respiración de Nathair se volvió más pausada y el dolor comenzaba a remitir. Mientras se recomponía no podía evitar sorprender por el control de la ninfa sobre su hermano. Le había dicho la verdad, lo que el consejero de Juraknar le había comunicado, que él era el verdadero Ser’hi. Tenía acceso a algunos lugares a los que Nathrach no. Sin embargo, no le parecía que fuera más fuerte que su hermano, sino todo lo contrario.

Gracias a la princesa se puso en pie y sortearon los escalones. El interior de la torre era de un blanco inmaculado, con enormes columnas que se erguían hasta donde la vista alcanzaba, todas ellas de un azul marino que brillaba con intensidad.

Nada interrumpía el silencio que allí reinaba, tan solo sus pisadas. Caminaron hasta el fondo. La sala se extendía hasta formar un círculo. En el centro se pararon. Entonces las paredes desaparecieron y se encontraron en un espacio blanco; ante ellos apareció una imagen con los mismos personajes que había en el primer pilar, los zainex. Los cinco, tres mujeres y dos hombres, estaban reunidos alrededor de una mesa circular examinando los mapas de los cincos mundos de la galaxia de Meira.

Enseguida imagen cambió y solo vieron fuego, un enorme torrencial de fuego, y en las llamas, las cinco armas. Las dos espadas de los Dra’hi; las sais, dagas que pertenecían al Tig’hi y por último, un arco y otra espada. Las armas brillaron de una forma especial y la imagen de las cinco desaparecieron dejando paso a la de la Lanza de la Serenidad, la única capaz de serenar el poder del inmortal.

Esta pronto desapareció también y volvieron a encontrarse en el centro de la torre.

Nathair ayudó a Aileen a sentarse en el suelo y se sentó con ella. Parecía desorientada otra vez y no dejaba de tocarse la cabeza.

—Los zainex —comenzó—. Cinco personas, cinco elegidos diferentes a cuantos les rodeaban. Poseían gran poder y cualidades innatas, pero esto no era suficiente para vencer al inmortal y por ello crearon las armas sagradas.

***

En Phelan, Nathrach y Dharani fueron bien recibidos y les acomodaron en una de las habitaciones de la torre, la que estaba mejor acondicionada y limpia. Allí los trataron como si fueran reyes, pero aun así la inquietud invadía a Nathrach. Lo que le había dicho la ninfa era cierto. Durante mucho tiempo se había negado a creerlo, pero al escucharlo de los labios de Dharani no tenía más remedio que aceptarlo. Pero aunque su hermano fuese el nacido en el año de la serpiente, él era más fuerte y acabaría por dominar todas las razas de Serguilia. Con esta idea salió de la torre y se dirigió a las afueras de Phelan.

Mientras, Dharani, paseando por el poblado vio aparecer junto a la torre un vórtice y tras este a Naev.

Ella no era tan estúpida como Nathrach y no se había tragado la historia de Nathair, y mucho menos conociendo su verdadera identidad. Decidida a sacar provecho de ello, rodeó la torre y apareció a espaldas del hechicero

—¿Sorprendido por lo que ves?

—He de admitir que sí —confesó—. ¿Qué ha ocurrido aquí?

—La princesa los purificó —explicó—. Aunque estoy segura de que eso es lo que venías a comunicarnos. Has descubierto que la princesa podía curar al pueblo y por eso has venido, aunque llegas tarde. Aileen encontró la solución antes que tú y yo averigüé quién eres en realidad.

Naev sonrió con serenidad y un poco de burla, como si no creyera las palabras de la ninfa y eso la enfurecía.

—¡Sé quién eres de verdad! —gritó ofendida—. Y puede que la princesa y el Ser’hi estén muy interesados en conocer tu paradero.

—¡No harás eso! —gritó Naev. Alzó su mano y al instante Dharani sintió que la agarraban del cuello impidiéndole respirar—. No dirás nada porque sabes quién soy. Cuando te conocí pensé que eras algo estúpida, pero es evidente que me equivoqué.

—¡No puedes matarme! —dijo, y en el lugar donde estaba solo quedaron hojas marchitas, que se esparcieron por Phelan. A ratos volvía a materializarse. Naev la siguió hasta que ambos volvieron a encontrarse en las afueras—. Huiré de ti siempre que quiera. Soy muy poderosa.

—Eres escurridiza —corrigió—. Pero ¿podrás huir de tus miedos?

La señaló y al momento Dharani sintió una punzada que recorría sus brazos y muñecas. Se miró y descubrió que su piel se volvía azulada y arrugada. Se estaba convirtiendo en una sirhad por deseo del encapuchado.

***

Las armas sagradas. Ahora Nathair comprendía algunas cosas. Como hizo en la anterior ocasión, observó cada rincón sin encontrar nada. Salió con Aileen para sentarse en los escalones mientras se recuperaba. Nada más salir, comenzó a formarse una esfera que quedó suspendida al fondo de la estancia.

—Creo que comprendo algo —dijo ella rompiendo el silencio—. Sabemos de la existencia de la Lanza de la Serenidad, y yo creo que fue creada por ellos, los zainex, pero debe de haber algo más. Las armas sagradas. Todos portan armas especiales; he visto las de los Dra’hi, y una de ellas era la que empuñaba el elegido de Draguilia. No son armas normales, tienen el mismo poder que ellos. Y las otras armas son...

—¡Extrañas! —interrumpió—. Incluso la espada lo es. Pero quizá hay algo en lo que no hayas reparado. Todos son de razas diferentes. Hay un humano de Draguilia, un ninfa de Serguilia y tres mujeres: una es tigresa, de Crysalia, otra pertenece a la raza de los lobos y otra a los Lizman. La de los lobos es raza solo de hombres y respecto a los lizman, en muy pocas ocasiones se ha conocido la existencia de una mujer en dicha raza. Para que un lizman fuese puro, la humana elegida para llevar en su vientre su simiente debía beber una gran cantidad de sangre de ellos. Lo que quiero decirte es que ambas razas son de hombres.

***

El grito de Dharani se escuchó en los alrededores y Nathrach, que tenía inmovilizado bajo sus pies a un Deppho, corrió en su ayuda. El cuerpo de la ninfa se había vuelto azulado y sus piernas comenzaban a desaparecer para unirse en una cola de pez.

—¡Espero que con esto aprendas la lección! —dijo Naev. Agitó la mano y Dharani recuperó su estado normal—. Niña, no juegues conmigo o acabarás perdiendo. No voy a arrebatarte la vida, a pesar de que lo estoy deseando, porque eso es cosa de Aileen. Ambas volveréis a enfrentaros. Pero si dices algo a la princesa y al chico lo sabré, y despídete de tu bonito cuerpo, porque yacerás en las oscuras aguas negras de Serguilia con las de tu especie —la amenazó—. Dile a Nathair que pronto me pondré en contacto con él.

Dharani no contestó, tan solo permaneció agazapada con la espalda pegada a un árbol, temblando como una hoja y llorando en silencio. Así la encontró Nathrach, quien, extrañado por su actitud, se agachó junto a ella y la obligó a mirarlo.

—¿Qué te ha pasado?

Dharani no dijo nada. Apartó la mirada, se limpió rápidamente las lágrimas y respiró hondo intentando tranquilizarse. Luego miró a Nathrach. Para ella él únicamente era un juguete al que manipular a su antojo y con el que conseguir que Aileen se convirtiera en sirhad. Alzó sus manos y las introdujo bajo sus ropas, y todo cuanto había vivido quedó olvidado al sentir su contacto.

***

—Siempre hay una excepción —añadió Nathair—. El ejemplo lo tienes en Kirsten. Juraknar tiene incontables bastardos, cientos de hijos varones, y ninguno de ellos nace con su marca, y luego llega una chica y nace con ella.

—¡Ya! —exclamó—. ¡Kirsten! —dijo con el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre con ella?

—Nada, qué va ocurrir con ella. Ni siquiera la conozco.

—Pareces resentida con ella.

—Quizá no le tenga tanto aprecio como tú.

—¡Estás celosa! —exclamó sorprendido.

—Eres tan estúpido que no comprendes nada —gritó molesta. Se puso en pie y comenzó a caminar, dejando atrás a Nathair—. El siguiente pilar no está muy lejos. ¡Date prisa! —ordenó.

—Al parecer, a la princesa le gusta dar órdenes —expresó, molesto por su nueva actitud—. ¿Se te ha subido el poder a la cabeza? —preguntó—. Te recuerdo que no soy uno de tus lacayos. Ya sé que eres inalcanzable, pero no por ello merezco tu rencor.

A Aileen no le gustaban sus palabras. Estaba furiosa.

—Claro que no, ni siquiera sé qué haces aquí, conmigo. ¿Por qué no te vas con Kirsten? Vete con ella y defiéndela de tu hermano; así conseguirás que se lance a tus brazos. ¡Lo estás deseando!

Nathair dio grandes zancadas para alcanzarla y la agarró del brazo, obligándola a que se girara.

—No sé qué mosca te habrá picado, pero solo dices estupideces.

—No respondes a mis preguntas —le acusó—. Te he preguntado por ella.

—No tengo respuesta a esa pregunta —gritó furioso. Siempre, desde un niño, había tenido las cosas claras. Sabía quién era y lo que quería, pero desde que había conocido a Aileen su vida había cambiado drásticamente—. Solo puedo decir que para mí eres inalcanzable, y creo que eso responde todas las preguntas que ronden tu cabeza. El siguiente pilar no está lejos y deberías preocuparte por esas cosas y no por estupideces. Estamos intentando que recuerdes la historia de los zainex y no aportas nada. He comprendido que los zainex eran elegidos con excepcionales poderes, pero no los suficientes para hacer frente al inmortal. Muchas veces las cosas no son como creíamos, y quizá de una humana y un hombre de la raza de los lobos nació una chica lobo, y lo mismo con los lizman, tal vez ellas fueran las elegidas para luchar contra él. Con Kirsten ocurre lo mismo, es posible que tenga la oportunidad de empuñar una de las armas sagradas, que esté destinada a ello, porque es diferente, como lo eran los zainex. Y ahora vamos, me gustaría estar en Phelan antes de la próxima Oculta.

Casi arrastrando a Aileen, comenzó a caminar por el bosque. Pero pronto volvió a sentir que alguien le seguía. Oía con claridad sus pasos y una respiración entrecortada, como de temor, cosa que no comprendía, pues eran ellos quienes estaban siendo seguidos.

Por fin salieron del bosque. Bordearon las murallas de Phelan y caminaron vacilantes por una pradera. Desde la distancia podían ver Dientes de León, los montes que protegían las tierras y el castillo de Juraknar.

Aileen sintió un escalofrío al ver la silueta de los montes. Sus picos estaban nevados y se veían tan negros y tristes como la pradera que cruzaban, aunque lo que más temía era lo que había en su interior, el castillo. Se cogió del brazo de Nathair, escondió la cabeza en él y se dejó guiar hasta que sintió los pies mojados. Cruzaban un arroyo de aguas cristalinas y frías; a pesar de ello, se detuvieron y alzó la vista.

Se oía murmullo de hoscas voces y los gritos de personas torturadas. Venían de Acair; el pueblo de los Rocda. Seres de piedra roja entre cuyas grietas se veía un brillo azul; tenían un solo ojo en su cuadrada cabeza y siempre llevaban una maza.

Nathair sabía que vencer a un Rocda escapaba a sus posibilidades. Eran tan duros como la roca. Había distinguido los gritos de un hombre, un Manpai, de eso no le cabía duda, su raza enemiga, pero no podía acudir a rescatarlo; no era momento de heroísmos. Y quizá mientras estuvieran torturando al Manpai fuera la mejor ocasión para pasar desapercibido.

Acair era una ciudad semidestruida; en el centro del poblado se erguía un castillo habitado por el comandante que lideraba a los Rocda.

Nathair tuvo oportunidad de verlo cuando él y Aileen participaron en una batalla, pero ahora no pensaba tentar a la suerte. La última vez el comandante le dejó salir impune, pero ahora pisaba sus tierras y no pensaba arriesgarse a ser aplastado bajo la fuerte mano de los Rocda.

Las piedras del castillo eran de piedra roja, tan dura como la de los mismos seres de la zona, repartidos por toda la población en ruinas que aún aguantaban. Algunos dormitaban, otros hacían guardia y la mayoría, como podía ver Nathair desde el lugar donde se había situado, rodeaban a lo que supuso sería el hombre que estaban torturando. Tenían que aprovechar la oportunidad y cruzar el pueblo.

Miró en dirección a la playa, pero no le atraía la idea de adentrarse en ellas y ser bocado de las sirhad, cuyo canto ya comenzaba a oír. Meneó la cabeza y decidió arriesgarse a cruzar Acair.

16

Las pruebas de Cerezo (Kirsten)

Kun y Kirsten solo tuvieron que dar un par de pasos en el laberinto antes de ver las figuras de cuatro mujeres. Todas ellas vestían de manera parecida. Dos lucían pantalones muy cortos, botas negras y medias de redecilla; llevaban una especie de kimono de color azul con mangas largas y amplias. Eran jóvenes, con pelo negro y liso; la de la derecha lucía melena hasta los hombros y la de la izquierda, que parecía más joven, hasta la nuca; esta parecía incómoda con las demás. Junto a ella estaba la mayor del grupo, con un kimono rojo estampado de flores de cerezo y el pelo recogido en un complicado moño con varias agujas también rojas; lo único que se podía ver de su pálido cuerpo era un enorme escote que anunciaba unos voluptuosos pechos. Por último, una joven seria con el pelo corto, que vestía pantalones y una camisa en tirantes; entre sus pechos llevaba una piedra verde que producía un incómodo brillo.

—¡Bienvenidos a Cerezo! —dijo la mayor. Su voz sonaba aterciopelada, con cierto toque de erotismo; dejaba arrastrar las palabras por su carnosa boca, pintada en exceso. Sus ojos estaban perfilados por una larga línea negra que le daba un aire peculiar. Kun sabía que no debía fiarse de ella, pues era astuta como un zorro—. Os esperaré a ambos en la pagoda.

A sus palabras, la mujer lanzó un objeto al suelo que creó una nube de humo. Cuando esta desapareció, no había ni rastro de las mujeres.

La pareja comenzó a moverse. Ante ellos se extendía un largo pasillo de arboleda verde; se extendía hasta varios metros de altura y su espesura era intensa. Pero de pronto la maleza comenzó a moverse; algunos matojos surgieron de la vegetación, apresando a Kun y Kirsten. Y aunque intentaron tomar sus armas y cortar sus ataduras; las raíces amarraron sus manos a su espalda.

Forcejearon, pero no sirvió de nada. Cayeron al suelo y ambos fueron tragados por las paredes de vegetación, acabando separados.

***

El trayecto por el sendero norte fue agotador. Caminaron por una cueva que no parecía acabar nunca; para poder subir, tenían que ayudarse con cuerdas colgadas en los laterales de las paredes.

Niara seguía sin hablar y cada día se volvía más taciturna y distante. Sus mejillas habían perdido el color, y el brillo característico de sus ojos verdes había desaparecido. Estaba sumida en una gran tristeza y Xin no podía hacer nada por ayudarla.

Cuando la luz golpeó sus rostros tras abandonar las cuevas de las montañas, el ánimo del grupo se elevó y Daksha siguió guiándolos. Se encontraban en la falda de la montaña y desde su situación podían ver un pabellón y una pequeña población protegida por un fuerte. Daksha decidió pasar la noche en Bixenta.

Dos guardias cargados con arcos apostados en sendas torres de vigilancia les preguntaron por el motivo de su entrada en el poblado. Les dieron sus razones y aun así parecían reacios a dejarles pasar; pero al ver a Niara se disculparon por dudar de ellos.

Avanzaron entre pequeñas cabañas hasta llegar al centro de la población, donde había un pozo alrededor del cual corrían varios niños; distintos árboles crecían por la zona y en algunos se veían manzanas. Aquella imagen alegró a Niara, pues sintió que su sacrificio aislada en el castillo había servido de algo.

***

Tan pronto como fueron separados y enviados a diferentes zonas del laberinto, Kun y Kirsten fueron liberados.

—¡Kirsten! —gritó Kun.

—Por mucho que grites no te escuchará. Este lugar es mágico, creado para proteger lo que el interior de la pagoda esconde y para llegar allí, tendréis que superar unas pruebas. Soy Akane —respondió la mujer de larga cabellera—. Hmm, me alegro de haberme topado contigo —susurró contoneándose hasta él y deslizando sus dedos por el pecho del joven—, pues, sinceramente, si me hubiera topado con la bastarda del inmortal, la habría degollado.

Kun se libró de las manos de la mujer a la vez que le lanzaba una mirada seria.

—No me importa quién seas o qué cargo tengas, pero no consiento que nadie hable así de mi novia.

—¡Eres apasionado! Me gusta. Lo que daría por yacer contigo.

Los sensuales comentarios de la mujer desquiciaron a Kun, que tras recuperar su espada del suelo, comenzó a caminar dirección norte, donde a través de las altas paredes distinguía la punta de la pagoda.

—¡No tan rápido, querido! —murmuró Akane colocándose delante de él—. No podrás continuar a no ser que superes una prueba. Y como me gustas, voy a ponértelo fácil. Deberás descifrar un acertijo, si no es así, tu cabeza rodará, aunque estoy segura de que podremos llegar a un acuerdo con tal de darte otra oportunidad.

Kun se mostró reacio ante sus coqueteos y con los brazos cruzados esperó las palabras de la mujer.

Soy cual gorro de metal con puntas alrededor

y simbolizo al mando del señor emperador.

—¡La corona! —respondió el joven tajantemente—. Y ahora, me dejas avanzar.

La mujer hizo un mohín, pero se apartó. Aunque ella siguió sus pasos de cerca.

***

Tras quedar liberada, Kirsten llamó a Kun en varias ocasiones y al no recibir respuesta, comenzó a caminar. No deberían de estar muy lejos e imaginó que tarde o temprano se encontrarían. Y lo más sensato era dirigirse a la pagoda, ya que era la zona que se distinguía en todo el lugar.

Siguió recto durante unos metros, para después girar a la izquierda y al llegar al final del pasillo contempló una plaza circular con muchos caminos. Pero no estaba sola, una mujer le esperaba. Tenía media melena y era la que más le había llamado la atención de todas ellas, pues parecía a disgusto con las demás.

—Me llamo Soo y estoy aquí para probar tu valía, Kirsten, pues en Cerezo, la pagoda, deberás someterte a una dura prueba. Ambas nos batiremos, como guerreras, lo cual significa que la magia queda prohibida. ¡No podrás utilizar el fuego! Y créeme, a este laberinto le gusta que se cumplan sus normas; no quieras arriesgarte a sus consecuencias si utilizas tu poder, pues lo lamentarás.

La chica observó con detenimiento a la guerrera. Portaba a su espalda dos nunchakus; dos varas unidas entre sí mediante una cadena, pero que Soo había personalizado añadiendo puntas afiladas a los extremos. Kirsten no creía que su espada le fuera a servir de mucha ayuda frente a un arma tan grande, pero pronto tuvo que dejar sus dudas atrás. La pesada arma de Soo cayó delante de ella, a unos centímetros, y sus cabellos se movieron ligeramente debido a la brisa que había provocado el impacto.

Kirsten saltó hacia atrás, tropezó y cayó al suelo. Gritó y reaccionó cuando el arma volvió a ser lanzada sobre ella, evitando el golpe. Se puso en pie y comenzó a correr sorteando a Soo, y esta, cansada, lanzó varias estrellas que se incrustaron en el suelo, a escasos centímetros de sus pies.

Soo alzó sus nunchakus, los agitó con fuerza y se dispuso a lanzarlos contra Kirsten. Ella se tiró al suelo y se arrastró por él. Los nunchakus le rozaron apenas. Giró sobre sí misma, se levantó, tomó una de las estrellas y la lanzó contra Soo, pero fue directa al suelo.

Kirsten gritó cuando el nunchaku rozó su mejilla, pero rápidamente agarró la cadena. Soo hizo lo mismo y ambas tiraron del arma. La cadena cedió y cayeron al suelo.

Kirsten se puso en pie y Soo hizo lo mismo con una voltereta. Ambas lucharían mano a mano. Kirsten estaba segura de que Soo la analizaba intentando anticiparse a sus movimientos, pero ella no era una guerrera y todo cuanto hacía era improvisado. Corrió hacia Soo y a tan solo unos centímetros se agachó e intentó golpearla, pero Soo saltó, evitándola y la golpeó en el hombro, arrancándole un fuerte quejido. Se arrastró por el suelo hasta toparse con dos estrellas y las tomó. Se puso en pie y con todas sus fuerzas las lanzó contra la mujer. Esta vez no cayeron al suelo, sino que volaron en dirección a la guerrera. Soo las sorteó, aunque con mucho esfuerzo. Kirsten se acercó y la golpeó en el rostro, provocando su caída. Se lanzó sobre ella, recogió una de las estrellas y la amenazó.

—Bien hecho —le animó Soo—. Sabía que serías capaz de enfrentarme a mí sin utilizar el fuego. Ahora, vamos, te llevaré a la pagoda. Has de hacer algo más.

—¿Dónde está Kun? —se interesó a la vez que se ponía en pie y tendía la mano a Soo.

—Te encontrarás con él allí, mis compañeras lo guiarán. ¡Prosigamos!

***

Tras una larga caminata, Kun se encontró con otra joven, que según le explicó Akane, era su hermana Ryoko. La joven vestía de forma diferente a las demás, en cuyo pecho había una enorme piedra verde.

—En realidad, esto no es una prueba, sino una compensación por tus valientes, actos, joven Dra´hi. Permitiré que veas cualquier hecho del pasado.

—Quiero ver a mis padres, cómo fue parte de su vida, todo lo que puedas mostrarme, excepto su muerte.

Ryoko hizo realidad su deseo. Una luz verde salió de su pecho y se situó por encima de su cabeza y allí fueron apareciendo imágenes.

Una mujer joven y menuda caminaba por los alrededores de la Aldea de la Luz. Los cerezos estaban en flor a pesar de que no reinaban los dos soles en Draguilia y la mujer recogía pétalos. Kun supuso que sería para hacer mermelada. Pero una bestia irrumpió en el bosque. El pelo de su lomo estaba encrespado y la mujer, aterrada, cayó hacia atrás. La cesta rodó por el suelo y los pétalos se derramaron. Su grito resultó aterrador y Kun quiso apartar la mirada, pero sabía que su madre sobreviviría al ataque, pues de lo contrario él no hubiera nacido.

De repente un hombre salió de entre los cerezos y le clavó a la bestia un cuchillo en la yugular. Esta cayó pesadamente a los pies de Xiao Mei. La pareja intercambió miradas. Kun supo interpretar muy bien lo que vio en la de su padre. Según la imagen, rondaría su edad y su parecido con él era excepcional. Los mismos rasgos finos, la misma palidez, la forma de sus ojos bajo unas finas cejas. Su madre era una mujer menuda y de excepcional belleza. Pálida, con grandes ojos color avellana y una sonrisa sincera que trasmitía felicidad a pesar del lugar en el que se encontraban.

La imagen desapareció y los vio contraer matrimonio en una ceremonia tranquila. Su padre guiaba a su madre por las calles de Aldea de la Luz con los ojos vendados y en su vientre ya se podía ver su estado. Le esperaba. Ambos se detuvieron ante una pequeña casa algo destartalada, pero a ellos se les veía bien.

La escena cambió y finalmente se vio a sí mismo recién nacido en el regazo de su madre. Su padre estaba sentado a su derecha y lo mirada con orgullo: su primogénito. Se les veían tan felices, a pesar de las circunstancias, que el corazón le dio un vuelco. Vio cómo fueron pasando los años: su padre enseñándole a caminar, aprendiendo a practicar artes marciales... Y la imagen desapareció cuando vio a su madre embarazada de su hermano.

—¡Gracias! —dijo a Ryoko, y esta hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Es hora de continuar, joven guerrero. Kaede aguarda en la pagoda. Nosotras te guiaremos por este laberintico lugar.

Y así, acompañado de las mujeres, Kun prosiguió su camino en dirección a la estructura, esperando encontrar allí a Kirsten.

***

Niara estaba sentada en el alféizar de la ventana, abrazada a las rodillas y con la mirada perdida en el pueblo. Los niños correteaban felices y le gustaba observar la vida cotidiana de aquellas humildes personas, aunque en realidad también buscaba entre todos a Niarlia, cuya apariencia había tomado Axel.

Suspiró y ocultó el rostro entre las piernas. Pronunciar su nombre le provocaba escalofríos y se preguntaba cómo le explicaría a Xin la verdad. No podía hacerlo; si lo hiciera descubriría quién era en verdad y temía lo que podía sucederle entonces, por lo que volvió a suspirar y lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Sintió de pronto los suaves y cálidos dedos de Xin acariciando su rostro. Le sonreía y no comprendía cómo podía hacerlo. Hacía días que ella no hablaba y aún no le había explicado quién la había abofeteado. Él no había insistido y se lo agradecía enormemente.

Xin se sentó a su lado y sobre sus manos dejó un cuenco de sopa caliente. Esperó hasta que se la terminó, aunque para ello tuvo que insistir. No comprendía qué le ocurría, pero desde que había vuelto a sumergirse en su mutismo anterior, había dejado de comer, y él no pensaba tolerar tal cosa.

—Te he traído algo de fruta y te la comerás —ordenó con el ceño fruncido—. No quiero que enfermes —dijo, y suspiró cuando Niara dejó de mirarlo—. Dime qué te ocurre —preguntó pacientemente—. Yo te ayudaré en lo que sea, lo sabes. Es raro que dos personas contacten como lo hicimos nosotros, yo creo que eso significa algo. Por favor, Niara, confía en mí. Te rescaté de aquel lugar, no dejé que los ocultos te tocaran. Siempre te he protegido y creo que me merezco un voto de confianza.

Niara apartó la mirada de la ventana, entrelazó su mano con la de Xin y le miró con tristeza. Movió los labios, iba a hablarle, pero desistió. Le soltó la mano y comenzó a hablarle por señas. Durante años se había comunicado así con su hermana y las demás damas, y ahora volvía a usar ese sistema con él, aunque no sabía si la comprendería.

—Sí, puedo entenderte —respondió a su pregunta—. A Shen, el monje que siempre está en la pagoda, le cortaron la lengua y para comunicarse con nosotros lo hacía así. Continúa.

Niara movió con agilidad sus manos y Xin siguió su conversación. No le decía qué le ocurría porque que la acabaría odiando y la dejaría encerrada en cualquier lugar; era lo que se merecía.

—No comprendo por qué dices eso, Niara. Si es por lo que les ocurrió a tus padres, sabes que tú no tienes la culpa de nada, el hombre te engañó. Eres inocente. ¿O es otra cosa?

Niara asintió, ocultó su rostro entre las rodillas y se abrazó con fuerza a ellas, meciéndose levemente.

Xin se mordió el labio impaciente, pero se obligó a tranquilizarse. Su hermano a veces le decía que siempre se precipitaba, y presionando a Niara no conseguiría nada.

—Desde que llegamos a Bixenta has estado encerrada en este lugar. Vamos a dar una vuelta por el pueblo, la gente pregunta por ti. Todos quieren conocer a la dama de tierra.

Un sollozo irrumpió en la garganta de Niara y Xin se preguntaba qué habría dicho mal. Suspiró y dio por hecho que por las buenas no conseguiría nada. Tomó en brazos a Niara y la sacó de la habitación. Una vez en el pasillo, la dejó en el suelo y tiró de ella hasta salir de allí.

Niara no dejaba de gruñir, pero a Xin no le importaba, y siguió tirando de ella por el pueblo, explicándole todo cuanto sabía.

Bixenta había resistido a los ataques de Juraknar. El fuerte no serviría de nada contra el inmortal, pero sí contra Deppho y bestias y la guío hasta la entrada. A su derecha había un huerto donde trabajaban la tierra un hombre y una mujer; a su izquierda, varios manzanos. El rostro de Niara se iluminó al verlos y Xin la llevó hacia ellos. Recogió una manzana, la limpió y se la ofreció a Niara; esta sonrió, le dio un mordisco y volvió a sonreír.

—¡Xin! —lo llamó Daksha.

Estaba con Lizard, muy cerca del huerto, a una distancia suficiente como para que Niara no los escuchara.

—¡No tardaré!

Niara asintió y recogió otra manzana más, sin perder de vista a Xin, que hablaba con Lizard y Daksha.

—¿Cómo está? —se interesó Lizard.

Xin se encogió de hombros y volvió a mirarla. Varios niños la tenían rodeada y estos la hacían reír.

—No sé qué le ocurre. Le he sacado algo. Insiste en que la acabaré odiando y la encerraré en algún lugar porque es lo que se merece. Pensé que quizá aún se sintiera culpable por lo ocurrido a sus padres, pero me da a entender que es otra cosa.

Los tres hombres suspiraron y miraron a la chica. Había cogido de la mano a dos niñas que llevaban vestidos remendados y el pelo sucio. Ella reía con los pequeños, y en especial con lo que le contaban los dos niños que tenía delante de ella.

—Vosotros sabéis más sobre las damas que yo. Sé que habíais visitado el castillo en varias ocasiones y estoy seguro de que conocíais a Niara.

—Nunca hablamos con ella —respondió Daksha—. Pero sí con su hermana, y la actitud de esta con ella era muy protectora, además de lejana. Es posible que oculte algo que nosotros ignoremos. ¿Cuáles fueron sus últimas palabras antes de dejar de hablar?

—«Soy dama de tierra.»

—Todo tiene que estar relacionado —intervino Lizard.

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