Despertar

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Espoleó al caballo para ir al galope, pero de pronto este se sobresaltó, levantándose sobre sus dos patas traseras. Aileen consiguió mantenerlo calmado hablándole en el idioma de las ninfas y acariciando su cabeza, aunque no tardó en comprender su sobresalto. La bestia estaba allí.

Bajó del caballo; después ayudó a Nathair a hacerlo y lo dejó apoyado en una piedra. Se quitó la pulsera de hojas de cristal, regalo de Naev, rompió la segunda y el encapuchado no tardó en acudir a su llamada.

Aileen, sin dar ninguna explicación, se encaminó hacia su enemigo.

22

Las revelaciones del infiltrado (El traidor)

Kaede, para la ocasión y con tal de conseguir sus fines, vestía un kimono demasiado colorido para su gusto: fondo rojo con flores doradas. La parte interna de la tela de las mangas, que llegaban hasta el suelo, era rosa pálido, contrastando con el rojo fuerte exterior; el obi era azul, con un gran lazo del mismo color y estrellas doradas, rematado por un cordón. Para la visita al inmortal también se había cambiado de peinado, pues en raras ocasiones lo llevaba suelto. Su larga melena lisa le llegaba hasta la cintura y parte de ella iba recogida con varias agujas rojas.

Kaede miró a sus tres compañeros y estos hicieron un gesto de asentimiento. Avanzaron hasta el inmortal y se arrodillaron frente a él. Dejaron sus ofrendas en bandejas de plata y después se colocaron detrás de Kaede.

La primera bandeja portaba uvas de Aquilia, conocidas por su exquisito sabor. La segunda contenía los más deliciosos y exóticos pescados de los océanos de Meira, muy escasos y difíciles de capturar. Por último, el exquisito olor que despedía la tercera bandeja despertaba el más adormecido apetito. Al ver el color rojo de aquella sopa, Juraknar supo que ante él se encontraba la receta secreta de las ninfas para la vitalidad.

Chasqueó sus dedos y al instante las ofrendas fueron recogidas por su servidumbre.

En silencio miró a Kaede a los ojos, aquellos preciosos ojos negros bajo unas largas pestañas. Ella parpadeó sensualmente y dio varios pasos hacia atrás hasta detenerse junto a Akane. La joven guerrera extrajo de su espalda dos grandes abanicos rojos y se los entregó a su señora, que volvió a situarse frente al inmortal, donde, ante su atenta mirada, comenzó a moverse.

Su danza era todo un arte. Sus pies se veían en contadas ocasiones debido a las ropas que llevaba. Se movía con la majestuosidad de un cisne cuando emprende el vuelo. Su cuerpo giraba como nunca había visto a hacer a nadie y manejaba los abanicos con una gracia fuera de lo común, cubriendo su rostro en contadas ocasiones, dedicándoles sonrisas sugerentes y lascivas miradas que secaban la garganta de Juraknar.

Kaede siguió bailando a pesar del silencio de la sala, moviéndose con gracia, manejando los abanicos con erotismo hasta que supo que había conseguido su objetivo; Juraknar se había levantado del trono e hizo una señal al joven consejero que permanecía impasible junto a la puerta para que fuera llevada a sus aposentos. Mientras, el resto del grupo fue invitado a la sala de descanso.

***

Los aposentos del inmortal eran excesivamente cómodos. Ocupaban parte del cuarto piso y la habitación era bastante espaciosa. Desde la terraza de piedra gris podía ver cualquier rincón de Serguilia.

El suelo de la habitación estaba cubierto por alfombras azules y frente a la chimenea de mármol de color blanco roto había un diván rojo. Cerca estaba la cama, doble, con colchas blancas y limpias que desprendían un agradable olor a flores. Al lado había una mesilla de noche y sobre ella, tan solo una lámpara de aceite. A la izquierda, una pequeña puerta que se comunicaba con los aposentos contiguos: los de su amante.

Se dijo que si estaba allí era para cumplir su plan. Se tumbó sobre las colchas blancas, se quitó el obi, que arrojó al suelo, y abrió un poco su kimono, dejando al descubierto su larga y blanca pierna. Así esperó durante largo rato hasta que la puerta se abrió de repente y él apareció. Era la primera vez que lo veía sin armadura y tuvo que admitir que sin ella también resultaba amenazador. Su cabello rojo le llegaba casi hasta la cintura; sus ojos parecían más brillantes, más violeta, como si pudieran adivinar lo que estaba pensando.

En su mano izquierda balanceaba un exquisito vino rojo. Dio un trago más, derramando parte de él por su recortada barba y, furioso, lanzó la copa al fuego. Con grandes zancadas, llegó hasta el lecho, se tumbó encima de la mujer y deslizó las manos por debajo de su ropa.

Kaede aspiró fuertemente intentando que el inmortal no notara su desconcierto y muy despacio se quitó las agujas que llevaba en el pelo; pero Juraknar aprisionó sus manos contra la almohada. Ella reprimió un grito de terror y solo pensó en la forma de distraerlo. Cerró la boca sobre la suya y la presión sobre sus manos cedió; podía sentir su erección y eso la hizo estremecerse. Nunca tuvo intención de acostarse con él, solo seducirlo y acabar cuanto antes con su vida. Por ello agarró tímidamente las agujas. Su respiración acelerada y la del inmortal le impidieron oír abrir una puerta. Alzó el brazo con rapidez para clavárselas en la yugular, pero una mano de mujer se lo impidió y al instante sintió un pinchazo en su mano. Poco a poco su cuerpo su tensaba, su tráquea se cerraba y sus ojos se volvieron vidriosos. Lo último que vio cuando Juraknar se apartó de encima de ella, antes de sumirse en un intenso sufrimiento, fue a Eliska y su aguijón negro saliendo de la parte superior de su mano e incrustándose en su mano, que ya se había teñido de un enfermizo azul.

Las manos de la señora de la orden cayeron inertes sobre el lecho. Eliska apartó a Juraknar le dio la vuelta al cuerpo casi sin vida de Kaede y tras despojarlo del kimono le mostró su espalda tatuada con un enorme cerezo en flor.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó a Eliska, y esta miró hacia la puerta, donde había un hombre cubierto con ropajes negros del que ni siquiera podía ver el rostro.

—Tu infiltrado traía noticias, pero ya que estabas tan ocupado, pensé en prestarle la atención que requería y no tardamos en unir piezas. La Orden del Cerezo se separó hace días, exactamente cuando tu hija recuperó las segundas armas sagradas, y, ya acabada su misión, decidieron vengarse.

—¡Maldita sea! —exclamó.

—Al parecer estás condenado a morir asesinado por alguien de tu propia sangre —dijo el traidor, pero se arrepintió de sus palabras al sentir la fría mirada del inmortal—. Juraknar, quizá antes de yacer con una mujer sería conveniente que la vieses desnuda. Las pertenecientes a la Orden del Cerezo llevan tatuado este árbol en la espalda. Las tigresas suelen llevar sus rostros o alguna parte de su cuerpo pintados de naranja; son sus pinturas de guerra. Eliska coincidirá conmigo en que una mujer puede ser más peligrosa que un hombre con el arma más afilada.

—¿Qué nuevas me traes?

—Como bien ha dicho Eliska, tu hija ha recuperado las segundas armas sagradas. Durante todo este tiempo han estado custodiadas por la Orden del Cerezo y nosotros lo hemos ignorado.

—Aún podemos recuperar las armas de Crysalia y buscar en Aquilia. Ya sabemos de la existencia de la lanza, dónde se oculta y qué es lo que hace. Con la unión de todas las armas me será difícil hacer frente a sus portadores. La guerra con los zainex fue dura, no sabéis cuánto; me vi con muchas dificultades para derrotarlos, y en parte la culpa era de esas armas. Mágicas, especiales, capaces de invocar la fuerza más elevada de la naturaleza, y poderosas, casi tanto como cinco de mi raza. Tuve muchas dificultades y ahora descubro que las armas van siendo recuperadas poco a poco. ¿Dónde estarán las dagas y el arco?

—Creo que en Crysalia —respondió el traidor—. Y siento decirte que quizá las dagas ya hayan sido recuperadas por el hijo del tigre.

—¡Adéntrate en Crysalia y busca por cada rincón de ese condenado desierto el lugar donde yace el arco y destrúyelo!

—Lo haría, tus órdenes son siempre bien recibidas; pero si vago por el desierto puede que mi ausencia levante sospechas. No querrías eso, ¿verdad?

Juraknar meditó sus palabras y a pesar de lo que lo destetaba admitió que tenía razón. Enviar a su infiltrado a buscar las armas solo le traería problemas; quizá debiera enviar a alguien temible, alguien cuya sola mención hiciera estremecer al más valiente de los guerreros.

—He de admitir que tienes razón. Asrhud-Devra y sus hombres irán en tu lugar.

Al pronunciar su nombre, el más rotundo silencio reinó en la estancia, solo irrumpido por el crepitar de las llamas de la chimenea.

Asrhud-Devra era uno de los demonios del inmortal. Nadie había visto su rostro y preferían no hacerlo, ya que cualquiera que caminara junto a él sentía su fuerza y cómo se escapaba la vida de sus cuerpos. ¿Qué se escondía tras aquellos mugrientos harapos negros? Nadie lo sabía, y mejor no preguntar, ya que el demonio y sus hombres podían llegar a ser incluso más crueles que Juraknar.

—Él traerá a Kirsten junto a mí.

Ni Eliska ni el traidor se atrevieron a llevarle la contraria por miedo a su furia, pero temían que si Kirsten se encontraba con el demonio no sobreviviría a la impresión.

—Tengo más nuevas —continuó el traidor—. Hay una chica más de la orden, Soo, que viaja de planeta en planeta, pero puedes quedarte tranquilo, sé que pronto volveré a encontrármela y entonces la mataré. Ella y las demás componentes de la orden son una amenaza y gustosamente acabaré con ellas. Ahora, si me disculpáis, iré a hacerles una visita a la sala de descanso.

—Un hombre va con ellas —interrumpió Eliska.

—¡Un hombre! —dijo pensativo—. Puede que sea de la tribu de Lobo Azul, quizá incluso conozca el paradero de esta tribu. Juraknar, con tu permiso iré a la sala y averiguaré cuanto pueda sobre los lobos. Sé que son algo salvajes, pero fuertes y valerosos, no temen a la muerte; son una gran amenaza, hay que encontrar su poblado y acabar con ellos.

—Lo dejo todo en tus manos.

El hombre miró a Eliska.

—Puede que necesite ayude, quizá a tu aguijón y a tu veneno le gustaría trabajar algo más durante la noche.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Eliska, y siguió al traidor hasta la sala de descanso, en el primer piso, donde entraron sin llamar.

La estancia era bastante confortable. Los suelos estaban cubiertos de alfombras rojas y había una chimenea de mármol negro al fondo. Cerca aguardaba Lobo. Frente al fuego, tres divanes, dos de los cuales ocupaban las chicas, y al fondo, ante los ventanales, una mesa rectangular de cerezo con varias sillas a juego.

Lobo y Ryoko se intercambiaron las miradas y supieron que sus planes habían fracasado, por lo que debían llevar a cabo el segundo: huir.

El traidor corrió hacia Lobo, quien de una patada golpeó el diván, lanzándolo contra él. Lo evitó de un salto, lo agarró del cuello y le miró fijamente a los ojos.

***

Eliska corrió hacia Ryoko y le incrustó su aguijón en la garganta. Esta cayó al suelo retorciéndose de dolor y sintiendo que el veneno iba actuando poco a poco.

Akane corrió hacia la mesa, saltó encima y desde allí hacia las ventanas. Se llevó la cortina por delante, que la protegió de los cristales rotos, y cayó en el patio interior del castillo. Dos guardias corrieron hacia ella. Cuando ya estaban cerca, Akane saltó con las piernas separadas y golpeó a ambos en el rostro con tal fuerza que sus huesos se quebraron. Siguió corriendo hasta salir del patio y adentrarse en un bosque. Sabía que su única oportunidad de ponerse a salvo era llegar hasta las montañas, pues Kaede era la única que llevaba esfera de viaje y había muerto.

***

Un persistente dolor de cabeza comenzó a atacar la mente de Lobo. Sabía que aquel hombre estaba intentando averiguar dónde estaba su poblado, pero él también gozaba de la facultad de introducirse en los pensamientos de una persona y averiguar lo que escondía, y lo hizo con solo intercambiar una mirada con la persona que se ocultaba tras la capa. Vio sus intenciones, lo ocurrido en los aposentos de Juraknar, el cuerpo sin vida de Kaede y, lo más importante, su verdadera identidad y su relación con los Dra’hi. Quiso comunicarse mentalmente con Daksha, pero el oxígeno dejó de llegar a su cerebro y todo cuanto le rodeaba desapareció.

***

El traidor hizo un gesto a Eliska en dirección a Lobo y esta incrustó su aguijón inyectándole una leve cantidad de veneno, el poco que aún quedaba en su interior, suficiente para que sus órganos dejaran de funcionar.

Mientras, el traidor se masajeaba las sienes. No había contado con que el hombre tuviera el mismo don que él. Había descubierto su verdadera identidad, pero no le importaba, ya que yacía a sus pies. Él también se había llevado una parte de Lobo: el lugar donde estaba situado el poblado, sus entradas y salidas por medio de las cuevas de hielo y sus trampas; ahora solo le faltaba encontrar a la chica que se había escapado.

Corrió hacia la mesa e hizo lo mismo que ella: atravesó la ventana y cayó en el patio. Allí encontró a los dos guardias muertos. Recogió una de sus espadas y corrió hacia la entrada del bosque. Esperó la señal. Los cuervos comenzaron a agitarse y supo en qué lugar se hallaba. Desapareció para aparecer de nuevo frente a Akane, que tropezó con él y cayó de espaldas.

Aterrada, comenzó a arrastrarse hacia atrás hasta que se recuperó de la impresión. Se puso en pie y comenzó a correr en dirección contraria, pero el traidor volvió a aparecer delante de ella y de una sola estocada la degolló. Más tarde volvió a la sala del trono y arrojó a los pies de Juraknar la cabeza de la chica.

El inmortal rió complacido. La cabeza de una de las componentes de la orden era su trofeo. La incrustaría en una pica en la entrada del castillo para que todos vieran pudrirse su carne hasta caer al suelo, y así nadie más osaría desafiarlo.

—Conozco el acceso a Lobo Azul. Pon a mi cargo un ejército de hombres, bestias y mercenarios y partiré ahora mismo para acabar con ellos —solicitó.

Mucho más tarde cruzaba los helados pasadizos de los montes Lobo Azul con un ejército de bestias.

Llegaron al poblado y no hubo hombre que no se alarmara por su invasión, pero eran guerreros y siempre estaban preparados para el ataque. Se movieron con la agilidad y rapidez de un lobo e irrumpieron en su campamento atacándolos con arcos, espadas o hachas, y los más inexpertos solo con sus puños.

Los arqueros se situaron en primera fila, cargaron y lanzaron las flechas. Pero los hombres de Juraknar iban preparados para el ataque y se cubrieron con sus escudos. Cuando ya volvían a cargar, el ejército del inmortal se separaron y comenzaron a arrasar todo a su paso. Algunos llevaban antorchas e incendiaron las casas. Las bestias se fueron abriendo paso entre la multitud y se lanzaron contra los arqueros.

Pronto la tranquilidad del poblado se vio transformada en gritos de dolor, rabia y el humo negro característico de una batalla.

Los Deppho comían las entrañas de los caídos, llegaban incluso a devorar las de sus propios hombres, y los Rocda destrozaban todo a su paso con sus mazas; pero aun así, el pueblo ofrecía resistencia y los pocos arqueros que habían sobrevivido al ataque de las bestias volvieron a cargar.

Muchos fueron los que protegieron al traidor con sus escudos; algunos cayeron heridos por las flechas de los hombres; otros sobrevivieron, desenvainaron sus espadas y corrieron hacia los hombres para clavarles las espadas en sus cuerpos desprotegidos.

Con un grito de rabia, todo el pueblo se lanzó contra los hombres del inmortal, tuvieran o no armas, y fue el joven e inexperto Nillei quien se lanzó contra el traidor, le hizo caer de espaldas y comenzó a asestarle golpes hasta que logró clavarle el hacha en el hombro.

El grito del más servicial hombre de Juraknar se escuchó en todo el poblado y la batalla, durante unos segundos, cesó.

Un guerrero más experto tomó del brazo a Nillei y lo apartó de aquel hombre, a quien comenzó a rodear un aura negra. El experimentado lobo obligó a Nillei a que lo mirara. Era demasiado joven para morir en una batalla, su cuerpo ni siquiera estaba formado y sus ojos azules se ensombrecían ante la crueldad de la lucha. Por ello le hizo una señal en dirección a los pasadizos que quedaban a su espalda.

El joven negó con un gesto. Era un lobo y quería luchar; pero no se lo permitieron, le obligaron a marcharse. Y aun así, Nillei permaneció en la retaguardia, escondido tras una cabaña.

Una sombra se tragó el poblado y pronto sus tierras blancas se tiñeron de negro. Varios hombres ayudaron al traidor a ponerse en pie. Fue entonces cuando vieron a quiénes había hecho llamar: espectros. Pronto el poblado se vio inundado de tales criaturas. Los escasos supervivientes se reagruparon y se lanzaron contra el enemigo, ante la mirada atónita de Nillei, que se sintió sobrecogido por tan crueles escenas. Los espectros se quitaron sus capuchas dejando al descubierto su rostro putrefacto con afilados dientes. Las almas de sus compañeros eran tragadas sin piedad.

Todo el pueblo había sucumbido y el traidor caminaba entre las ruinas golpeando a los hombres que yacían en el suelo para asegurarse de que estuvieran muertos.

El joven Nillei, veía acercarse a varios hombres de Juraknar hacia su escondite, acompañados de bestias que no dudaban en despedazar los cuerpos sin vida de sus compañeros. A unos metros se encontraba la salida, pero él solo tenía una pequeña hacha para hacer frente a sus enemigos, aunque había uno al que deseaba con toda su alma cortarle la cabeza.

Se puso en pie y lanzó su hacha contra el traidor, pero este advirtió su movimiento, ladeó la cabeza ligeramente y el arma tan solo rozó su vestimenta. Todos miraron hacia él. Las bestias dejaron de despedazar cadáveres, ya que preferían comer cuando la sangre aún estaba caliente.

Se giró y tropezó con el cuerpo de alguien. Alzó la vista y se encontró con el rostro de un hombre despedazado por mandíbulas. A punto estuvo de vomitar, pero se armó de valor, se puso en pie y corrió en dirección a las cuevas heladas, donde logró adentrarse, seguido de varias bestias.

Podía escuchar sus jadeos, sus rápidos pasos acercándose, pero se conocía aquellos terrenos como la palma de la mano y nadie mejor que él para hacer caer en una de las trampas a aquellos seres.

Se detuvo de repente ante un cambio de color en el suelo. Sabía el porqué. Dio varios pasos hacia atrás y esperó hasta ver aparecer en el pasillo a las bestias; cuando tan solo les separaban unos centímetros comenzó a correr y saltó, separando las piernas y apoyándolas cada una en un lado de la pared, evitando caer al hielo, que se resquebrajó y se hundió, llevándose a las bestias con él y siguió corriendo.

Entrada la noche, por fin pudo respirar con más calma, pues había burlado a sus acechadores. En el aire se respiraba pena, odio y sobre todo olor a muerte y a destrucción. Las lágrimas ardían en sus ojos y rompió a llorar. Pero se obligó a recomponerse, debía dar a conocer lo qué había sucedido.

Nillei, con mucho cuidado, se pegó a la pared y caminó intentando no mirar abajo. La niebla impedía ver la profundidad del precipicio, pero siempre había temido a las alturas y nunca había querido salir del poblado por no enfrentarse a los acantilados que lo rodeaban. Pero ahora estaba solo y tenía que conseguir ayuda y el único sitio al que podía acudir era el poblado de las tigresas.

La noche fue cayendo y los gritos se volvieron más persistentes. Pero pronto llegó a su destino, a un rellano en una de las zonas más altas de las montañas, donde podía ver la aurora boreal. Temblaba de frío y sus piernas amenazaban con dejar de sostenerlo en cualquier momento; tenía las ropas manchadas de la sangre de sus compañeros y por el dolor que sentía supuso que también a él le habían herido.

Se protegió bien con sus pieles y se lanzó al interior de las luces. Pronto sintió un agudo dolor que le hizo gritar y llorar, hasta que al fin sintió el suelo bajo sus pies. Pero estaba tan agotado que cayó a tierra y rodó por un terraplén hasta llegar a una zona más plana, donde permaneció tumbado, recuperando el aliento, sin importarle escuchar más cerca los gruñidos de animales sedientos de alimento; estaba tan cansado de luchar que ya no le importaba nada. Pero enseguida se arrepintió de sus pensamientos. Era un Lobo, y estos nunca se rendían. A pesar de su agotamiento, se obligó a levantar la vista cuando oyó pasos y se encontró con dos personas cubiertas por capas color naranja. Una de ellas se agachó frente a él y dejó al descubierto sus rasgos: era una chica joven, con ojos felinos que le miraban con tristeza y una larga melena color trigo que le caía hasta los hombros. Lo único que oyó antes de perder el sentido fue la orden de la chica a la otra mujer. Lo llevaban al poblado de las tigresas, pero estaba demasiado herido para advertirles que tal vez fueran ellas las próximas en ser atacadas por el inmortal.

***

Para el traidor era agradable volver a casa después de salir victorioso de una batalla, aunque no pensaba contar a Juraknar nada sobre el pequeño detalle del joven que se había escapado. Solo era un chico y estaba seguro de que moriría en las montañas heladas.

Cruzó con rapidez el pasillo hacia la sala del trono e irrumpió en esta sin llamar. Juraknar le miró complacido; sabía que había salido vencedor.

—¿Cómo ha ido todo?

—La batalla ha sido encarnizada. El pueblo de los lobos es conocido por su valor en la batalla. Nada les da miedo; lucharon por sus tierras y lo hicieron hasta que cayeron. Ahora mismo los cimientos del poblado deben ser cenizas.

Eliska entró en la habitación y se unió a la conversación. Parecía la única que aún recordaba que una de las mujeres de la orden seguía con vida y lo peligroso que eso podía llegar a ser.

—No es momento para felicitaciones —interrumpió—. Parecéis haber olvidado que una de las chicas de la orden sigue con vida, por no hablar de los Dra´hi, que van ganando terreno, además de portar más de un arma sagrada. Axel ha fracasado en la misión que le encomendaste. ¿Has pensado en separarlos?

—¿De qué hablas?

—Separar a los hermanos. ¿De qué te sirve ese excepcional poder del que hablan todos si ni siquiera lo utilizas?

Juraknar se puso en pie y caminó hacia Eliska, cerró su mano sobre su brazo y le susurró:

—Pasamos al plan en el que tú intervienes, y tendré en cuenta tus palabras. —Luego se dirigió de nuevo al hombre—: Vuelve a la pagoda antes de que levantes sospechas.

El traidor cogió de su cuello la cadena de la que colgaba una esfera azul, la acarició y se fue abriendo un vórtice por el que se podían ver las cañas de bambú agitándose débilmente por la brisa de la noche. Tras cruzar el vórtice, la imagen desapareció.

El inmortal abandonó la sala del trono y avanzó por el pasillo hasta llegar a un tapiz tras el que se ocultaban unas escaleras en espiral que subían hasta una de las cinco torres. En la mugrienta torre solo había un pilar negro con una esfera roja suspendida encima. Posó las manos sobre ella sabiendo que era el momento de volver a interferir en la vida de los Dra’hi, a pesar de cuanto se resintiese su salud por lo que iba a hacer.

23

Isla Luz del fénix (Xin)

Xin corrió hacia Niara, se lanzó sobre ella y ambos rodaron por el suelo. La inmovilizó bajo su cuerpo, pero los temblores no cesaban y ella no dejaba de gemir, golpear y arañar.

El protector salió del colgante y ante la sorpresa de todo el pueblo comenzó a sobrevolar la zona, agitado y nervioso, hasta que se lanzó sobre Xin. Lizard se antepuso, protegiendo al Dra’hi, y con su espada hirió al dragón, que volvió a emprender el vuelo y descender para desgarrar a sus enemigos.

Daksha cogió tres flechas y con rapidez introdujo la punta en una bolsa dorada llena de un polvo negro. Una vez listas, las cargó, y las lanzó contra el dragón, clavándoselas en la cabeza. Pero estas no le causaron ningún daño, volvió a emprender el vuelo para lanzarse contra Xin. Este alzó la mirada y sus ojos azules se cruzaron con los del que había sido su protector toda su vida. A solo unos centímetros de su rostro, se detuvo. Podía llegar a sentir su aliento caliente en la cara, sus cabellos rozándole la piel. La distancia que les separaba fue creciendo debido a la fuerza ejercida por Xin. Un pequeño torbellino comenzó a crearse bajo el dragón, encerrándolo en su interior y zarandeándolo como un animal herido hasta hacerlo desaparecer.

Xin le cogió las manos a Niara y se las inmovilizó por encima de la cabeza. La dama abrió los ojos y perdió la mirada en un punto junto a una cabaña. Observó allí a la mujer que se parecía tanto a ella pero cuya cabellera era morena.

Se apartó y corrió hacia la chica, con su espada lista, para averiguar quién era, pero se perdió entre las cabañas y los manzanos. Xin solo oía sus fuertes carcajadas, aunque no tardó en encontrarla cerca del fuerte que protegía la ciudad. Había una grieta en una de las paredes y pensaba colarse por ella; pero entonces le hizo frente y su apariencia cambió. El aspecto angelical de la chica dio paso a una de las personas que más miedo le infundía: Juraknar.

Axel rió complacido porque su apariencia de inmortal causara tal efecto en el muchacho, que incluso había dejado caer su arma. De su cintura extrajo unos pocos polvos negros y los sopló en dirección a Xin, quien pronto sintió sus efectos y cayó al suelo entre temblores. Con grandes zancadas se acercó y se detuvo a unos centímetros de él. El menor de los Dra’hi se convulsionaba y ni un solo músculo respondía a sus actos. Se agachó frente a él, recuperando su verdadero aspecto de inmediato y de su bota izquierda extrajo un puñal. Lo deslizó muy suavemente bajo su garganta, haciendo que un hilo de sangre comenzara a correr y manchara su inmaculada ropa. Pero un silbido hizo que Axel saltara hacia atrás sorteando una flecha que quedó clavada allí mismo. Alzó la vista y se encontró con la mirada furiosa de Daksha, aunque mucho más lo era la de Lizard. Se giró y se metió a través de la grieta.

Niara corrió hacia Xin y cerró las manos sobre su herida. Daksha se agachó junto a él y observó su estado. Axel había usado uno de los venenos más potentes y en minutos estaría agonizando. Le ayudó a ponerse en pie, encorvó parte de su cuerpo y le introdujo los dedos en la garganta, provocándole el vómito y consiguiendo que expulsase parte del veneno. Miró a Lizard y a este no le hizo falta que le dijera más: recogió el zurrón de su amigo y vertió todo su contenido sobre el suelo. Nervioso, comenzó a buscar entre sus pertenencias hasta que encontró una bolsita roja y otra azul, ambas unidas; luego mezcló su contenido en su odre. El veneno actuaba con mucha rapidez y aquella pócima haría que el cuerpo de Xin lo eliminara con normalidad, sin causarle el más mínimo daño. Obligaron al Dra’hi a bebérselo y una vez que lo hizo le dejaron descansar con la espalda apoyada en un árbol.

—Niara —susurró Lizard. La joven se encogió al escuchar su nombre y siguió limpiando la frente de Xin con un paño mientras Daksha se ocupaba de la herida de la garganta—, ¿quién es la chica en la que se trasforma Axel?

La dama no respondió y Daksha hizo un gesto negativo a Lizard para que no siguiera preguntando.

—Por favor, Niara —pidió Xin—. ¿Puedes dejarnos solos? No te alejes mucho, quédate en un lugar donde pueda verte.

Niara asintió y se marchó, quedando pegada a un árbol, observada por Xin, quien malhumorado, lanzó el pañuelo al suelo.

—El inmortal me causa miedo. Al verlo tan cerca y encontrarme solo me he bloqueado. Sabía que no era él, pero aun así su imagen me causa pavor.

—Es comprensible —expresó Daksha—. Nosotros, no hace mucho, entramos en el castillo del inmortal y aquí mi valiente amigo, cuando vio sus ojos, se quedó de piedra, y si no hubiera sido por mí habría muerto bajo sus garras.

Xin miró a Lizard buscando respuestas y este afirmó con pesar.

—Nosotros somos hombres y lo tememos —confesó Lizard—. Y tú, a pesar de que seas un Dra’hi, aún eres un niño. Temerlo es lo más normal, y en parte es bueno. No cometerás locuras antes de tiempo; no te enfrentarás a él hasta que no estés preparado. Ahora, ¿qué tal si nos marchamos y te reencuentras con tu hermano?

Xin aceptó, tomó la mano que le ofrecía Lizard y se puso en pie. Pero no escuchó lo que le susurró Lizard a Daksha: «Ya ha caído otro».

***

Con sorpresa, Syderlia observó cómo las hojas de las sais que empuñaba Kirsten comenzaban a llamear.

—Tranquila, chica, no soy vuestro enemigo. Soy la maestra del hijo del tigre y si avanzáis un poco más, veréis el trabajo que hemos hecho liberándoos de todos los hombres que el inmortal había enviado a este punto.

La pareja avanzó unos metros y comprobaron por sí mismo que la mujer decía verdad. Decenas de cuerpos yacían por la pradera y un terrible olor a piel chamuscada inundaba sus fosas nasales.

—Mi alumno espera en una cabaña. Os propongo que me acompañéis y descansemos allí; tu hermano no tardará mucho en llegar y podréis viajar a la isla.

Aunque con precaución, la pareja siguió a Syderlia hasta la cabaña. Una vez en su interior, en efecto encontraron a Nad. Como era habitual en él, iba cubierto con capa y parecía estar dormido frente al fuego, con los brazos cruzados por delante de su pecho, y con la capucha cubriendo su rostro.

—Me temo que ha resultado herido en la lucha y ha de descansar. Por favor, no le molestéis. Yo haré la guardia; no sabemos si el inmortal enviará a más hombres. Os recomiendo que durmáis, tenéis un aspecto lamentable.

La pareja hizo lo indicado y se acomodaron frente al fuego intentando no hacer ruido, con tal de no despertar a Nad. Y cobijados entre mantas, descansaron como no lo habían hecho en mucho tiempo, pues sin duda Syderlia había acertado en sus palabras y tenían un aspecto lamentable.

Kun despertó cuando los rayos del alba ya se filtraban en la cabaña. Tras apartarse de Kirsten, se dirigió a una mesa que había en un rincón y arrastró una silla. Sobre la superficie dejó caer parte del contenido de su zurrón; desanimado observó que apenas le quedaban plantas medicinas, además de la bebida verdosa que regeneraba con rapidez sus cuerpos. De esta ni siquiera quedaba medio vaso.

Finalmente Kirsten despertó y frotándose los ojos, tomó asiento frente a Kun.

—Dame tu brazo, voy a cambiar el vendaje.

La chica obedeció y una vez las vendas fueron retiraras, observó el corte que Kaede le había provocado con la espada y Soo había cosido. La piel estaba enrojecida y algunos puntos habían comenzado a supurar.

Una vez el Dra´hi volvió a vendar la herida, se dirigió a la chica.

—Voy a buscar algunas plantas que necesitamos y crecen en los alrededores. Volveré enseguida y bébete eso —añadió señalando el vaso con la bebida verdosa—. Enseguida vuelvo —dijo besándola suavemente.

Ya a solas, Kirsten escuchó un gesto de dolor tras ella. Nad se había levantado y tambaleándose caminaba hacia ella, hasta que tomó asiento en una silla.

—Conmigo no tienes por qué estar cubierto. Recuerda que vi tu cara, sé quién eres y he guardado tu secreto. Ni siquiera se lo he dicho a Kun.

El Tig´hi agradeció las palabras de Kirsten y se quitó la capa. Y lo agradeció enormemente, pues desde que fuera golpeado en el pecho tenía dificultades para respirar.

—¿Qué te ha pasado en el brazo?

—Un encuentro con la señora de la Orden del Cerezo. Me lo hizo con mi propia espada, la cual quedé en la pagoda una vez me fueron entregadas las sais. ¡No puedo creer que tenga armas sagradas!

—Menudas zorras las guerreras de la orden; no creo haber conocido mujeres con tal mal carácter. ¿Por qué te atacó?

—No fue tan fácil hacerme con estas armas como cuando tú me acompañaste en Draguilia. Cuando quise tomarlas, las llamas me electrocutaron. Kaede dijo que no era digna para empuñarlas, pues hasta que ella no me dio una gran paliza, no acepté la verdad.

—¡Ah sí! ¿Qué lección era? He visto la herida; podría haberte dañado seriamente.

—Aceptar que soy la hija de Juraknar y que por eso tengo el poder de controlar el fuego. Por mucho que reniegue de mis orígenes, son una realidad y es lo que me hace especial.

Durante un instante el silencio reinó en la estancia, hasta que Nad volvió a hablar.

—Una dura lección, lo siento Kirsten, pero tienen razón. No podrás exprimir todo el potencial que yace en tu interior hasta que aceptes de dónde vienes. Aun así, aunque es evidente que ya lo has hecho porque empuñas las armas, tú eres quien decide cómo ser.

La chica asintió y tendió el vaso a Nad.

—Bébetelo tú, yo esperaré hasta que Kun regrese con más plantas medicinales. Es evidente que te encuentras en peor estado que yo.

El Tig´hi agradeció el gesto de la chica y de un sorbo se tomó el brebaje, para a continuación volver a cubrirse con la capa.

—Puede que el inmortal pusiera la semienta en el vientre de tu madre, pero para mí eres la hija del fuego.

Tales palabras llenaron de ánimo a la chica y tras tomar sus pertenencias salieron al exterior.

***

A Xin aún le sorprendían los conocimientos de los dos hombres sobre la zona. Habían ido por el interior de una grieta cuando él tenía intención de volver a atravesar los montes. Ellos conocían los atajos, y en el fondo se alegraba de haber tomado aquel, pues deseaba encontrarse con su hermano cuanto antes.

En ese instante hacían una pausa. Lizard y Daksha se habían adelantado para ver el terreno, mientras que el Dra´hi permanecía atrás, con Niara pegada a él. La chica deslizó los dedos por el vendaje que cubría la herida de la garganta del Dra´hi y él tomó su mano con delicadeza y bajó la vista hacia ella.

—No es culpa tuya. Yo me dejé engañar por ese impostor, por Axel, porque lo que muestra no es real, ¿lo sabes, verdad? Solo juega con nuestra mente.

Niara deseaba decirle que estaba equivocado; que ese hombre tenía una gran facilidad para mostrar los mayores miedos de cada persona. Pero si hablaba, debía explicarle quien era la persona en la que Axel se trasformaba, de la chica y eso no quería hacerlo nunca. Ojalá pudiera hacer desaparecer ese recuerdo… ojalá… pues su imagen únicamente se volvía efímera cuando estaba junto a Xin.

Titubeante deslizó sus brazos alrededor de los hombros del chico sorprendiendo por tal gesto al Dra´hi que le miró desconcertado. Pero antes de salir de su asombro, notó los labios de la dama posados sobre los de él. Anhelante abrió la boca a la de ella, donde sus lenguas se unieron en un frenético baile desencadenando la pasión en ellos.

El Dra´hi atrajo hacia él a la chica. El contacto con sus pechos le enloqueció y deslizó sus manos por el trasero de la joven y entonces la tomó a horcajadas, giró con ella y la arrinconó contra la pared. Su movimiento arrancó un gemido de placer a la dama, que sumergió sus labios en la garganta del muchacho, besando cada centímetro de su piel, mientras que sus manos acariciaban su pecho.

Xin se quitó la camisa, anhelante, dominado por un fuego interno, por una pasión que jamás había sentido. Y volvió a besar a Niara; las manos de la chica se deslizaban por su espalda, deleitándose en sus músculos, acariciándolos, para a continuación deslizar las puntas de sus dedos por muchas de las cicatrices que lucía su espalda. Y en ese instante, la cordura hizo mella en Xin. Era un guerrero. Ella una dama, lo equivalente a una princesa y desanimado, posó a Niara en el suelo.

La joven le miró dudosa, aun así, se puso de puntillas y volvió a besarlo, pero el muchacho no reaccionó. Entonces dio un paso atrás y sin atreverse a mirarlo, dejó caer su vestido. No estaba desnuda bajo él, pues lucía prendas interiores similares a un camisón, pero la tela era muy fina.

Xin sintió que la garganta se le secaba al volver a contemplar a Niara casi desnuda; la prenda dejaba entrever sus curvas, sus pezones rosados y erectos, los cuales deseaba tocar. Pero no lo hizo. Se agachó y tendió la ropa a la chica.

—Esto no es buena idea, no debemos dejar que pase. Pertenecemos a mundos diferentes.

El rubor de las mejillas de Niara desapareció dando paso a una palidez extrema.

—¡No puedo estar con alguien como tú! —susurró agachando la cabeza. La mano de Niara se posó en su brazo y él la apartó.

Entonces un carraspeo les interrumpió. A pocos metros, al final de la grieta, contemplaron a Kun e imaginaron que Daksha y Lizard al fin los habían encontrado.

Niara se vistió apresuradamente y salió del lugar a toda prisa, mientras que Xin tomaba su camisa y mal humorado apoyaba la cabeza en las rocas.

—¿Vienes o qué? —preguntó Kun—. Te estoy esperando para ir a la siguiente isla y destruir la torre.

—¡Dame un minuto! —jadeó Xin con la voz ronca—. ¡Joder! —balbuceó golpeando la pared.

Poco después los hermanos se reunían y se encaminaban al bosque, donde más allá, cerca de la costa, esperaban los demás.

—¿Qué? ¿Ya se te ha pasado el calentón? —bromeó Kun, ganándose una mirada de desdén de su hermano—. Sienta fatal ser el centro de burla de todo comentario sexual, ¿verdad? Ahora sabes lo que siento yo cuando sueltas lo primero que se te pasa sobre mi relación con Kirsten.

—No sabía que te habías convertido en un mirón. ¿Has disfrutado? ¿Os es que necesitas mirar para aprender?

—No te pases chaval, que os he encontrado de pura casualidad. Ya te dije hace tiempo que cuando Niara y tú estabais abrazados una luz os rodeaba y os he encontrado por eso mismo. Cuando retozabais como animales, la misma luz os envolvía. No sé qué significará, pero vamos, imagino que te ahorra parte de los preliminares. Y una cosa más, ¿se puede saber qué te ha pasado? Niara se te ofrece y la rechazas. No te digo que me parezca mal, no era el lugar más apropiado para hacerlo, pero la manera en que la has tratado…

—Somos guerreros, Kun, ¿qué hago yo con alguien como ella? Necesito a alguien de mi nivel, no de alta cuna como Niara. Ya me han roto el corazón una vez y no voy a meterme de lleno en algo con alguien cuando sé que está destinado al fracaso.

—No sabía que te importasen las clases sociales, pero aun así, hermanito, déjame hacerte una observación. La has fastidiado, pero bien. Lucilia es un planeta apalancado en plena edad media, donde la educación de las mujeres referente a los hombres es… no sé ni cómo llamarla. ¿Te haces una idea del esfuerzo que habrá hecho Niara para quedarse casi desnuda frente a ti? Está educada para ser desflorada dentro del matrimonio, que ha de llegar pura y ya debes de gustarle mucho para tirar por tierra todo lo que le han enseñado.

—Ya pero…

—Pero nada. ¡Abre los ojos! ¿Qué importancia tiene ser dama, princesa, conde o guerrero en Meira? Todos están sometidos al yugo del inmortal; hacen y deshacen lo que él les pide, sin importar lo que sean. Así que, si no quieres arrepentirte, espero que encuentres una manera de subsanar lo que has hecho.

Xin soltó un gruñido y esta vez, en silencio siguieron caminando.

***

Cuando Daksha y Lizard dejaron atrás el pequeño bosquecillo, encontraron a Nad y Kirsten hablando. La joven le mostraba las sais al hijo del tigre, mientras que Syderlia se acercaba a ellos. Pero algo en la mirada de la tigresa captó la atención de los hombres y miraron atrás. Llegaron a distinguir en los cielos una nube de humo negro tan espesa como la noche más cerrada. Provenía de Lobo Azul.

Daksha, con todo el pesar de su corazón, dio la vuelta y dejó a su espalda su pueblo, sabiendo que Juraknar lo había atacado. El aire le enviaba mensajes, incluso podía escuchar las lamentaciones de su gente; el suelo le hablaba sobre el derramamiento de sangre. Y a pesar de lo que deseaba volver, cruzar las cavernas de hielo y matar con sus propias manos a cualquier hombre del inmortal, sabía que era imposible. Era demasiado tarde y lo único que podía hacer era seguir adelante, aun así, necesitaba unos instantes a solas y se encaminó a la costa para meditar.

Lizard decidió tragarse su orgullo y se encaminó hacia Syderlia, que caminaba tras Daksha.

—¿Y Nadine?

—Pues, sinceramente, lo desconozco. Hace un año que se marchó de las tigresas y aún no ha regresado.

—¡Es mucho tiempo! ¿Nadie ha ido a buscarla?

—¡No! Y tienes razón, es mucho tiempo, por lo que pensamos que puede que esté muerta, y todo por tu culpa. Tú la hiciste marcharse de la seguridad que le ofrecían las tigresas y a saber desde cuándo lleva muerta.

Lizard gruñó y caminó hacia Nad, atento a la conversación que mantenía con Kirsten. A tan solo unos centímetros de él, Lizard le puso la mano sobre la capucha y Nad le golpeó con fuerza en la muñeca.

—¡Ni se te ocurra!

—¿Por qué no? Se supone que eres de los nuestros y es lógico que podamos ver tu rostro.

—¡No!

—¿Eres tímido o es que ocultas algo? Los Dra’hi tienen derecho a saber quién se esconde tras esos ropajes.

—¡Deja al chico, Lizard! —ordenó Syderlia—. No me obligues a repetírtelo, no me ando con chiquitas y lo sabes. ¡Es mi alumno!

En ese instante llegó Niara y a poca distancia, Kun y Xin. Kirsten corrió en dirección a los Dra´hi y se lanzó a los brazos de su amigo radiante de felicidad, a la vez que le mostraba orgullosa sus sais.

Niara no dejaba de prestarle atención; observaba como Xin había revuelto la cabellera de Kirsten en un gesto cariñoso, mientras que su mano estaba posada en el antebrazo de la chica, contemplando el vendaje. Y ya estaban solos; Kun caminaba hacia la cabaña, donde supuso habían pasado la noche.

***

Finalmente Syderlia llegó hasta Daksha; el hombre estaba sentado frente a una pequeña hoguera, con los ojos cerrados a la vez que susurraba unas palabras. Sabía que rezaba por su pueblo, por las almas de los caídos para que alcanzasen la paz.

Una vez el hombre terminó el ritual, se puso en pie y se dirigió a ella.

—¿A qué viene eso de qué eres la maestra del Tig´hi?

—¿Te sorprende que imparta clases al hijo del tigre? Estoy capacitada para ello y mucho más. Soy una excelente guerrera.

—¡A mí no me engañas!

La risa de Syderlia resonó por toda la zona y Daksha sintió que recuperaba algo de cordura. Ella siempre le hacía sentirse así; le daba fuerza para seguir enfrentándose a su destino y era una de las pocas personas que le hacía reír.

—Ya que no se te escapa nada, ¿por qué no vas y le echas un vistazo? Le propinaron un tremendo golpe y aunque le he proporcionado cuidados, sé que tú eres un excepcional curandero.

Daksha lanzó un amargo suspiro, asintió y se dispusieron a volver con los demás. Pero entonces, en la lejanía observaron un dragón. No debían haber bajado la guardia; Juraknar no dejaría que cayera una de sus torres sin oponer más resistencia de la que ya había ofrecido.

***

El aleteo del dragón no tardó en llamar la atención de los demás. La bestia acortaba distancia con ellos por cada segundo, apenas sin dar tiempo a reaccionar.

Xin se lanzó sobre Kirsten lanzándola al suelo cuando el animal quiso atraparlos; pero aunque el Dra´hi actuó con rapidez, no evitó que una de sus pezuñas rozase su espalda y le arrancase parte de la piel de un tirón.

Lizard actuó de la misma manera con Nad; se lanzó sobre él con tal de evitar el ataque de la bestia y desde el suelo, con los ojos muy abiertos, contempló al muchacho… había algo tan familiar en él, a pesar de que no lograba ver nada de él.

Nad apartó al hombre de un golpe y actuó de inmediato al levantar las manos provocando que una decena de rocas alzasen el vuelo. El muchacho las manejaba a su antojo, lanzándolos contra el dragón. Golpeaba su cuerpo sin ocasionar ningún daño pues sus escamas eran muy duras, por lo que se centró en la cabeza. Una roca tras otra era lanzada a ese punto, más frágil que el resto del cuerpo, hasta que el animal cayó al suelo. Una vez derrotado, fue Lizard quien lo remató.

***

A cierta distancia, el grupo era observado por una pareja. Kun atendía la lesión de su hermano con ayuda de Kirsten, mientras que Niara había permanecido cerca de la cabaña en todo momento, sin actuar. Syderlia y Daksha se reagruparon con Lizard y Nad, y todos caminaron hacia el Dra´hi para prestarles los cuidados necesarios.

Un hombre que vestía capa negra y estaba de pie, con su espalda apoyada en el tronco y a su lado, sentada, una mujer joven con unas ajustadas botas blancas hasta la rodilla, donde se ensanchaban; pantalones blancos cortos y ceñidos a sus piernas, y camisa blanca, cruzada por delante, con mangas acampanas y largas. A su espalda iban atadas dos katanas, protegidas en vainas rojas. Su cabello era tan blanco como su ropa, salvo algunos finos destellos rojos, y caía liso hasta su cintura, con pequeño flequillo ladeado que enmarcaba su rostro. Era una mujer bella, de facciones suaves y unos penetrantes ojos marrones que respondía al nombre de Helenka.

—Así que ella es la famosa hija del inmortal. No es más que una niña.

—Lo sé —respondió Kailen, el hombre que ocultaba su rostro tras una máscara de cuervo—. Hermana, las apariencias engañan. Es portadora de un gran poder y no la perderé de vista.

—¿Qué me dices del primogénito de los Dra’hi? Sé que muestras gran interés en él.

No contestó y Helenka miró extrañada a Kailen por su silencio.

—¿Ocurre algo grave?

—El Dra’hi se encuentra amenazado por Asrhud-Unek.

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