Despertar

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P a r t e 1 » Capitulo 2

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Capitulo 2

La conciencia no está cargada por la memoria, para cuando la realidad parece sin cambios no hay nada que recordar. Se desvanece dentro y fuera, fuerte ahora —y ahora débil— y fuerte otra vez, y luego casi desaparece, y…

Y desaparición es… cesar, un… ¡un final!

Una ondulación, una palpitación… un deseo: continuar.

Pero la uniformidad adormece.

 

Wen Yi miró por la pequeña ventana sin cortinas a las colinas onduladas. Se había pasado todos sus catorce años aquí en la provincia de Shanxi, trabajando en la pequeña granja de patatas de su padre.

La temporada del monzón había terminado, y el aire estaba completamente seco. Volvió la cabeza para mirar de nuevo a su padre, acostado en la cama desvencijada. La arrugada frente de su padre, marrón del sol, estaba resbaladiza por el sudor y caliente al tacto. Era completamente calvo y siempre había sido delgado, pero desde que la enfermedad se había apoderado de él había sido incapaz de retener nada y ahora se veía completamente esquelético.

Yi miró alrededor de la pequeña habitación, con sus pocas piezas de destartalado mobiliario. ¿Debería permanecer con su padre, trata de consolarlo, tratar de conseguir que tome sorbos de agua? ¿O debería ir por cualquier ayuda que pudiera encontrarse en el pueblo? La madre de Yi había muerto poco después de dar a luz. Su padre había tenido un hermano, pero en esos días a algunas familias se les permitió tener un segundo hijo, y Yi no tenía a nadie para ayudar a cuidar de él.

La raíz amarilla molida que había recibido del viejo hombre del camino de tierra no había hecho nada para aliviar la fiebre. Necesitaba un médico —incluso uno descalzo, si no podía encontrar uno de verdad— pero no había ninguno aquí, ni ninguna manera de invocar a uno; Yi había visto un teléfono una sola vez en su vida, cuando había ido en una larga, larga caminata con un amigo para ver la Gran Muralla.

—Voy a conseguir un médico para tí —dijo al fin, hecha su decisión.

La cabeza de su padre se movió a izquierda y derecha. —No, yo… —Tosió varias veces, su cara retorcida de dolor. Parecía como si hubiera un hombre aún más pequeño dentro de la cáscara de su padre, luchando para salir.

—Tengo que hacerlo —dijo Yi, tratando de hacer su voz suave y calmante—. No va a tomar más de medio día llegar al pueblo y volver.

Eso era verdad… si corría todo el camino, y encontraba a alguien con un vehículo traerlo a él y un médico de vuelta. De lo contrario, su padre tendría que pasar el día y la noche solo, febril, delirante, dolorido.

Tocó la frente de su padre de nuevo, esta vez con afecto, y sintió el fuego allí. Luego se puso de pie y sin mirar hacia atrás —porque sabía que no podría salir si veía los ojos suplicantes de su padre— se dirigió hacia la puerta torcida de la cabaña hacia el duro sol.

Otros tenían la fiebre, también, y al menos uno había muerto. Yi se había despertado la noche anterior y no por la tos de su padre, sino por los gritos de lamento de Zhou Shu-Fei, una anciana que vivía más cerca de ellos que nadie. Había ido a ver lo que estaba haciendo fuera tan tarde. Su marido, descubrió, había sucumbido, y ahora tenía la fiebre, también; pudo sentirlo cuando su piel rozó contra la de ella. Se quedó con ella durante horas, sus lágrimas calientes salpicando contra su brazo, hasta que por fin se había dormido, devastada y agotada.

Yi estaba pasando la casa de Shu-Fei ahora, una casucha tan pequeña y destartalada como la que compartía con su padre. El odiaba molestarla —ella estaba, sin duda, aún en lo profundo del luto— pero tal vez la anciana vería a su padre mientras él estaba ausente. Se dirigió a la puerta y golpeó con los nudillos contra el deformado, manchado tablero. Ninguna respuesta. Después de un momento, lo intentó de nuevo.

Nada.

Aquí nadie tenía mucho; había poco robo, porque había poco que robar. Sospechaba que la puerta estaba abierta. Llamó el nombre de Shu-Fei, abrió con cuidado la puerta abierta, y…

…y allí estaba ella, boca abajo en la tierra compactada que servía de piso de la casa. Se precipitó hacia ella, se agachó y extendió la mano para tocarla, pero…

…pero la fiebre había desaparecido. El calor normal de la vida se había ido, también.

Yi la hizo rodar sobre su espalda. Sus ojos hundidos, rodeados por los pliegues de piel envejecida, estaban abiertos. Con cuidado, los cerró, luego se levantó y se dirigió a través de la puerta. La cerró detrás de él y comenzó su largo camino. El sol estaba alto y podía sentirse empezando a sudar.

 

Caitlin había estado esperando con impaciencia la hora del almuerzo, su primera oportunidad de contar a Bashira acerca de la nota del médico en Japón. Por supuesto, ella habría podido remitirle un correo electrónico, pero algunas cosas se hacían mejor cara a cara: esperaba un serio squee de Bashira y quería disfrutarlo.

Bashira traía su almuerzo a la escuela; necesitaba comida halal. Fue a buscar lugar en una de las mesas largas, mientras que Caitlin se unió a la cola de la cafetería. La mujer detrás del mostrador leyó los especiales del almuerzo, y ella eligió la hamburguesa con patatas fritas (¡pero sin salsa!) Y, para hacer feliz a su madre, la acompañó con judías verdes. Le entregó al empleado un billete de diez dólares —ella siempre los doblaba en tres— y puso las monedas del cambio en su bolsillo.

—Hola, Yanqui —dijo la voz de un muchacho. Era Trevor Nordmann… el Hoser mismo.

Caitlin trató de no sonreír demasiado. —Hola, Trevor —dijo.

—¿Puedo llevar la bandeja por ti?

—Puedo manejarla —dijo.

—No, aquí. —Lo sintió tirando de ella, y cedió antes de su comida cayera al suelo—. Así que, ¿has oído que va a haber un baile de la escuela al final del mes? —preguntó, al salir de la caja.

Caitlin no estaba segura de cómo responder. ¿Era sólo una cuestión general, o estaba pensando en pedirle que vaya? —Sí —dijo ella. Y luego—: Estoy sentada con Bashira.

—Oh, sí. Tu perro guía.

—¿Disculpa? —dijo secamente Caitlin.

—Yo… eh…

—Eso no es divertido, y es grosero.

—Lo siento. Sólo estaba…

—Sólo dame de vuelta mi bandeja —dijo.

—No, por favor. —Su voz cambió; había girado la cabeza—. Allí está ella, junto a la ventana. Um, ¿quieres tomar mi mano?

Si no hubiera hecho ese comentario hace un momento, ella podría haber aceptado. —Solo sigue hablando, y voy a seguir tu voz.

Así lo hizo, mientras ella sentía su camino con su bastón blanco plegable. Él dejó la bandeja; oyó el traqueteo de platos y cubiertos.

—Hola, Trevor —dijo Bashira, un poco demasiado entusiasmada… y Caitlin se dio cuenta de que a Bashira le gustaba él.

—Hola —respondió Trevor sin entusiasmo.

—Hay un asiento más —dijo Bashira.

—¡Eh, Nordmann! —llamó un tipo desde unos veinte pies de distancia; no era una voz que Caitlin reconociera.

Él se quedó en silencio contra el ruido de fondo de la cafetería, como si pesara sus opciones. Quizás al darse cuenta de que no iba a recuperarse rápidamente de su metida de pata anterior, dijo finalmente, —Te voy a mandar un email, Caitlin… si eso está bien.

Mantuvo su tono helado. —Si quieres.

Unos segundos más tarde, presumiblemente después de que Hoser había ido a reunirse con el que lo había llamado, Bashira dijo—: Él es ardiente.

—Él es un idiota —respondió Caitlin.

—Sí —acordó Bashira—, pero es un idiota guapo.

Caitlin sacudió la cabeza. Cómo ver más podía hacer a la gente ver menos estaba más allá de ella. Ella sabía que la mitad de Internet era pornografía, y había escuchado las bandas sonoras jadeo-y-gemidos de algunos videos porno, y la habían encendido, pero siguió preguntándose cómo era ser estimulado sexualmente por el aspecto de alguien. Incluso si llegaba a ver, se prometió a sí misma que no perdería la cabeza por algo tan superficial como eso.

Caitlin se inclinó sobre la mesa y habló en voz baja. —Hay un científico en Japón —dijo—, que cree que podría ser capaz de curar mi ceguera.

—¡No te creo! —dijo Bashira.

--Es verdad. Mi padre lo verificó en línea. Parece que es legítimo.

—Eso es formidable —dijo Bashira—. ¿Cuál es la primera cosa que quieres ver?

Caitlin sabía la respuesta real, pero no lo dijo. En su lugar, ofreció—: Tal vez un concierto…

—Te gusta Lee Amodeo, ¿verdad?

—Totalmente. Ella tiene siempre la mejor voz.

—Ella viene al Centro en la Plaza en diciembre.

El turno de Caitlin—: ¡No te creo!

—En serio. ¿Quieres ir?

—Me encantaría.

—¡Y llegarás a verla! —Bashira bajó la voz—. Y verás lo que quiero decir acerca de Trevor. Él es tan fanático.

Comieron su almuerzo, charlando más acerca de chicos, de música, de sus padres, sus profesores… pero sobre todo sobre chicos. Como hacía a menudo, Caitlin pensó en Helen Keller, cuya reputación de casta perfección angelical había sido fabricado por los que la rodeaban. Helen había tenido muchas ganas de tener novio, también, e incluso se había comprometido una vez, hasta que sus operadores habían asustado al joven.

¡Pero ser capaz de ver! Volvió a pensar en las películas pornográficas que sólo había oído, y el spam que inundó su casilla de email. Incluso Bashira, por el amor de Dios, sabía lo que un… un peeene parecía, aunque los padres de Bashira la matarían si alguna vez lo hacía con un muchacho antes del matrimonio.

Demasiado pronto sonó la campana. Bashira ayudó a Caitlin a llegar a su siguiente clase, que era —muy apropiadamente, pensó Caitlin— biología.

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