Despertar

Despertar


Capítulo 17

Página 20 de 47

Capítulo 17

Liz reconoció el camino, corriendo por delante y silbándonos para continuar. La boca de Derek se apretaba de un modo que me indicaba que no se sentía contento… Lo cual solía ser habitual en él, así que lo pasé por alto.

El vehículo todoterreno había ido por una vía de acceso junto a la fábrica. A lo largo de ésta se extendían pequeños edificios industriales, y tras éstos otros más, que era el lugar por donde habíamos entrado con el Grupo Edison la noche anterior y también el sitio donde entonces esperaba Tori. También era el lugar hacia el que se había dirigido el todoterreno ligero.

Aún nos encontrábamos en las zonas residenciales al norte del patio de la fábrica, en concreto junto a un monovolumen situado a las afueras del vecindario, y al mirar por encima de él vimos el todoterreno aparcado junto a otro vehículo. La madre de Tori, Mike y, a su lado, el conductor alopécico, hablando.

—¿Dónde está Simon? —susurré.

—Al otro lado de ellos. ¿Y Tori?

—La dejé por allí —señalé—. Regresó dando un rodeo para vigilar la entrada trasera. Con un poco de suerte se habrá quedado e intentado pasar inadvertida.

—Si fueses tú, claro, pero, ¿Tori? —un gruñido desdeñoso. Hubiese disfrutado más del cumplido si no supiese que Derek consideraba a Tori sólo un poco más inteligente que el plancton.

—Podemos escabullirnos por esa calle y cortar por el siguiente jardín —dije—. Después podemos rodear…

Derek volvió a cogerme del brazo al comenzar a moverme; a ese ritmo pronto iba a terminar tan lastimado como el brazo herido.

—Un perro —dijo, lanzando la barbilla hacia el jardín vallado—. Antes estaba dentro.

Esperaba ver un dóberman babeando pegado a la valla, y seguí su mirada hasta una pequeña bola de pellejo blanco correspondiente a la clase de perros que las mujeres cargan en sus bolsos. Ni siquiera ladraba, sólo nos miraba puesto en su sitio, bailando.

—¡Ay, Dios mío! Es un pomerania asesino —levanté una mirada a Derek—. Es un duro desafío, pero creo que puedes con él.

Me fulminó.

—Ése no es…

Cambió el viento y el perro se puso rígido. Derek blasfemó y me hizo retroceder de un tirón. El perro emitió un gañido bajo y penetrante. Después se volvió majareta, saltando, retorciéndose y ladrando; una bola de pelo blanco golpeándose contra la valla.

Derek me empujó acercándome al monovolumen. Estábamos fuera de la vista del perro, pero continuaba ladrando y gruñendo, y los alambres de la valla temblaban con cada golpe.

—Me olió —dijo Derek—. Lo del hombre lobo.

—¿Siempre hacen eso?

Negó con la cabeza.

—Solía ponerlos nerviosos. Se alejaban de mí, quizá me ladrasen un poco. Pero, ahora —hizo un gesto hacia el alboroto—, provoco esto. Tenemos que hacerlo callar.

—Yo lo… Espera. ¡Liz!

Ya se estaba acercando cuando la llamé.

—¿Puedes distraer a ese perro? —le pedí—. Creo que quiere jugar a traer cosas.

Frunció el ceño. Después sonrió.

—Vale, creo que puedo hacerlo.

—¿Jugar a traer cosas? —murmuró Derek saliendo—. ¿Qué…?

Lo llevé al extremo del vehículo y señalé. Allí, al otro lado de la valla, un palo levitó, agitándose después. Lo sujetaba Liz, pero Derek sólo podía ver el palo. El perro lo miró volar, después giró en redondo hacia la valla, volviendo a saltar y ladrar. Liz recogió el palo, le dio un toque al perro en la espalda. Una vez obtuvo su atención, lo tiró. Esta vez el perro fue tras él.

Levanté la vista hacia Derek, que tenía la suya fija en el perro.

—¿Recuerdas que Liz creía tener un fenómeno extraño con ella? Pues resulta que el fenómeno extraño era ella. Es un semidemonio con poderes de telequinesia.

—¿Eh? —volvió a quedarse mirando, negando con la cabeza, despacio, como preguntándose por qué no lo había supuesto antes. Probablemente porque no sabía que los semidemonios poseyesen la telequinesia pero, para Derek, eso no era una excusa.

—¡No hay moros en la costa! —gritó Liz—. Y este chucho se está aburriendo.

Derek y yo cruzamos la calle. Nos dirigimos hacia la vía de acceso del otro lado, a través de los edificios industriales circundantes a la fábrica. Entonces Derek se detuvo.

—Tori —dijo.

Miré más allá de él.

—¿Dónde? No la veo —advertí que alzaba la cabeza en la brisa—. No la ves, la hueles, ¿verdad?

Asintió y me llevó hasta el lugar donde estaba acurrucada tras un muro, asomada mirando al otro lado.

—Somos nosotros —susurré.

Vio a Derek y, sin ni siquiera pronunciar un saludo, se inclinó para mirar detrás de él.

—¿Dónde está Simon?

—Está…

—¿Se encuentra bien? ¿Por qué no está aquí? —fulminó a Derek con la mirada—. ¿Dónde lo has dejado?

—Perdió el conocimiento en un callejón —dijo Derek, frunciendo el ceño con aire pensativo—. Aunque no estoy seguro de dónde…

—Está bromeando —dije cuando Tori comenzó a farfullar de rabia.

—Tenemos que movernos —indicó Derek señalando aTori mientras me miraba a mí—. Ella es tu responsabilidad.

—¿Perdona? —terció Tori.

Derek ni siquiera le dedicó una mirada.

—Asegúrate de que mantenga el ritmo. Y que se calle.

* * *

Al dirigirnos afuera, Liz regresó para decir que el Grupo Edison se encontraba en el patio de la fábrica, después de volver a colarse por la entrada trasera. Encontramos el lugar donde Derek había dejado a Simon, detrás de un edificio con ajados carteles de EN VENTA en las ventanas cerradas con tablones.

—Bien, ¿dónde está? —exigió saber Tori.

—Pues debe de haber roto la correa.

—Quiere decir que Simon ya es un muchachote libre para moverse por ahí. —Después me dirigí a Derek—: ¿Puedes rastrearlo?

Descarao.

Cayó en cuclillas. No es que se agachase a olfatear, ni mucho menos pero, con todo, Tori se quedó mirándolo.

—Por favor, dime que no está haciendo lo que creo que está haciendo —dijo.

Derek lanzó una mirada furiosa, pero no a Tori sino a mí.

—Será mejor que haya una buena explicación para esto —comentó, echándole una mirada acusadora.

—La verdad es que no —murmuré.

Tomó una profunda inspiración y se puso en pie.

—Quedaos aquí.

Tori esperó hasta que se hubo ido, y después se encogió de hombros.

—Vale, Derek siempre me puso los pelos de punta, pero esa historia de hombre lobo es espeluznante de verdad. Supongo que le queda bien. Un escalofriante poder para un tipo espeluznante.

—Me pareció que ahora tiene mejor pinta —me miró irónica—. ¿Qué pasa? La tiene. Quizá porque estén comenzando a operar sus cambios de lobo y ya no se sienta agobiado por estar metido en la Residencia Lyle. Eso debe de sentarle bien.

—¿Sabes qué le sentaría bien de verdad? Champú, desodorante…

Alcé una mano para cortarla.

—Huele bien, así que no empieces con eso. Estoy segura de que está usando desodorante y, por una vez, le funciona. En cuanto a las duchas, es un poco difícil dárselas en la calle, y dentro de poco nosotras no tendremos un aspecto mucho mejor.

—Yo sólo digo…

—¿Crees que él no sabe lo que estás diciendo? Atiende a los titulares, anda: no es idiota.

Derek sabía de sobra la impresión que causaba. En la Residencia Lyle se duchaba dos veces al día, y ni siquiera así lograba atenuar aquella pestilencia adolescente.

Tori retrocedió buscando a Simon. Yo me quedé donde estaba, mejor escondida, mientras la vigilaba a ella y también a la esquina, esperando por…

Me sobresaltó un suave golpe en el omóplato.

—Aún asustadiza, por lo que veo.

Me volví para ver a Simon, Derek se alzaba detrás de él. Simon mostró una amplia sonrisa, una imagen tan familiar como el ceño fruncido de Derek.

—He oído que tienes mi nota —dijo.

La saqué, agitándola.

Me la quitó y la puso en un bolsillo de mi chaqueta. Después me cogió de la mano, frotándome los nudillos con el pulgar, y sentí una sensación de alivio en el fondo de mi garganta por volver a verlo, en realidad por volver a ver a ambos, después de tantas pesadillas y preocupaciones…

Lo hubiese abrazado, de haber tenido valor, pero en vez de eso sólo le dije:

—Me alegro mucho de haberos encontrado —se me rompía la voz.

Simon me frotó la mano. Sus labios bajaron hasta mi oído, susurrando.

—Yo…

Se quedó rígido, levantando la cabeza.

—¿Qué hay, Simon? —saludó Tori detrás de mí.

—¿Qué está haciendo ésta aquí? Derek lanzó su pulgar hacia mí.

—Pregúntale a ella. Yo no he recibido ninguna respuesta.

—Es una larga historia —dije.

—Entonces tendrá que esperar —terció Derek—. Tenemos que alejarnos de aquí.

Simon susurró preguntándome:

—Pero, ¿está todo bien?

—No —respondió Tori—. La secuestré y la obligué a fugarse conmigo. La he estado empleando como escudo humano contra esos tipos de las armas, y estaba a punto de estrangularla y abandonar su cuerpo aquí para apartarlos de mi rastro. Pero entonces aparecisteis vosotros y desbaratasteis mis diabólicos planes. Aunque ha sido una suerte para ti. Has logrado rescatar a la pequeña e indefensa Chloe de nuevo, y ganado su eterna gratitud.

—¿Eterna gratitud? —Simon me miró—. Mola. ¿Eso incluye obediencia eterna? Si es así, me gustan los huevos fritos sólo por un lado.

Sonreí.

—Lo recordaré.

—Vale de hacer el gañán —cortó Derek—. Salgamos.

Ir a la siguiente página

Report Page