Despertar

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Todos miraron hacia las oscuras aguas, el lugar del que provenía la voz, y allí observaron cómo esta comenzaba a erguirse hasta alcanzar la forma de una mujer, una chica muy joven. Era una criada, sus gastadas ropas lo demostraban, así como su cofia, la cual recogía parte de su pelo rojo. Su rostro mostraba pesar y desgracias, y por algo que no entendían y a lo que no encontraban respuesta la habían visto aparecer en el agua.

—Soy una ninfa del agua —se presentó la joven—. Os llevaré hasta el castillo y la sacaréis de allí, donde le daréis muerte.

—¡No vamos a matarla! —exclamó Kun con el ceño fruncido.

—¿Por qué? Es su hija, lleva su sangre, no es inmortal aunque posee parte de su poder. ¿Por qué vais a perdonarle la vida?

—Porque ella no es como su padre —respondió Kun sin que el hecho de que el inmortal fuera su padre le sorprendiera—. Es buena y ha luchado contra él, incluso me salvó la vida.

—Si eso es cierto, ¿por qué la habéis enviado aquí?

—Creíamos que era una traidora —contestó Clay—. Incluso la creímos culpable del ataque a un joven; pero ella no le puso la mano encima, fue Nathrach. Hasta le salvó la vida al muchacho que estuvo a punto de propasarse con ella.

—¿Se propasó con ella? —preguntó aflojando su severo rostro.

—Sí, y aun así le salvó del Ser´hi —contestó Kun ardiendo en rabia.

—Debéis sacarla de allí —dijo con tristeza en la voz—. La entregarán a los hermanos. El inmortal no ha engendrado hijos con la marca del dragón y quiere que su linaje lo continúe su hija mediante su unión con los Ser’hi. La tratarán como princesa, pero sabéis que será una desgraciada. Juraknar quiere estar rodeado de los suyos, de los que lleven su marca, y probará su unión con la de los hijos de la serpiente. Venid —les pidió alzando la mano—, os llevaré al interior del castillo. Tranquilos, iremos por los pasadizos del servicio, ¡nadie nos verá! —les apremió.

Todo el grupo caminó hacia ella y enseguida desaparecieron.

***

Nathair permanecía sumido en sombras en un oscuro rincón de la torre este. El lugar no era muy grande, únicamente decorado con un camastro y una mísera chimenea que daba luz y calor a la estancia. Su hermano paseaba impaciente frente a Kirsten, que permanecía inconsciente sobre el camastro. Le habían quitado sus ropas y la habían bañado en agua caliente con un ligero aroma a rosas. Toda la habitación se encontraba inmersa en la fragancia. Lucía un vestido semitransparente rojo de tirantes que le cubría unos centímetros por debajo de la cadera. Se movía inquieta y al parecer incómoda por la posición de sus pies y el dolor que debía sentir. Su hermano había decidido anudar su tobillo derecho a una larga cuerda que le permitía moverse en un espacio muy limitado y le había inmovilizado las manos por encima de su cabeza.

La terrible sensación de frío hizo que Kirsten comenzase a volver en sí. Se sentía prácticamente desnuda. Intentando borrar la horrible escena de su padre sin cabeza, abrió los ojos y junto a ella vio a Nathrach. Su figura era imponente; vestía pantalones oscuros y una camisa verde con una serpiente dorada que la rodeaba; un fajín azul rodeaba su cintura. Empezó a quitárselo sin apartar la vista de ella. Se miró y observó el vestido que llevaba; se trasparentaba, dejaba al descubierto todo su cuerpo.

—Te concedo el honor, hermano —dijo Nathrach—. Empieza tú. Demuéstrame que eres un hombre.

Nathair caminó hacia el camastro y tomó asiento en la cama. Se inclinó ligeramente hacia la chica y fingió que besaba su garganta.

—¡Cálmate! —susurró a una nerviosa Kirsten que estaba empezando a ser consciente de la situación—. Voy a sacarte de aquí. Te lo prometo. Te devolveré a la Tierra.

Mientras hablaba las manos de Nathair se habían deslizado hasta las cuerdas que aprisionaban las manos de la chica. Llevaba una cuchilla oculta entre sus dedos y había comenzado a cortar las cuerdas, incluso notaba como la chica tenía el objeto agarrado entre sus dedos e intentaba ayudarlo en su tarea.

—¿Qué demonios haces? —gritó Nathrach tomándolo del cuello y lanzándolo al suelo—. Solo tienes que follártela y dejar tu semienta en su vientre —replicó tocando el estómago de la chica—. Ni siquiera eso sabes hacer. ¡Ya empezaré yo!

Pero antes de poder lanzarse sobre ella, Kirsten actuó. Ya se había desatado las manos y con la cuchilla cruzó la cara de Nathrach. Corrió en dirección a la puerta, pero cayó a poca distancia de ella debido a la cuerda.

El Ser’hi se llevó las manos a la herida y se sorprendió al ver la sangre. Nunca hasta aquel día ni el más valeroso de los guerreros le había dañado, y ahora una insignificante niña que a duras penas se sostenía en pie le había herido en la cara, había osado marcar su cara, pues por la cicatriz que le quedaría todos sabrían que ella lo había humillado. La rabia corría por sus venas y llegó hasta ella con un par de zancadas y le asestó una fuerte bofetada. A continuación la tomó del cabello y la lanzó contra la pared, donde la dejó acorralada.

—¡Maldita sea, Nathrach! —gritó Nathair—. Le estás haciendo daño.

El Ser’hi se sintió insultado por las palabras de su hermano y su mirada fue tan fría que Nathair sintió que todo su cuerpo se helaba. Nathrach necesitaba darle una lección y sus manos se fueron volviendo heladas, tan azules como el más brillante de los cristales y tan gélidas que a los ocupantes de la habitación les resultaba difícil respirar. Una lanza se formó entre sus manos y sin mirar la lanzó contra Nathair, que se desvió unos centímetros y evitó el impacto del cristal, pero aun así podía sentir que un hilo de sangre le corría por la mejilla. Miró a Kirsten, temblando de frío debido al poder de su hermano e hizo un gesto de disculpa con la cabeza y se marchó. Era un cobarde, lo sabía, y se lo repetiría a sí mismo cada día, pero no podía hacer nada por evitar lo que ocurriría en aquella estancia, solo esperar y hacer más agradable la vida de la chica en el castillo.

***

Una vez el chico volvió a arrinconarla, Kirsten se defendió con la cuchilla. Logró herir al joven y este le asestó un puñetazo que la dejó desorientada. Hubiera caído al suelo si una de las manos del chico no tuviera sus brazos inmovilizados por encima de su cabeza.

A pesar de su aturdimiento sintió la mano de Nathrach haciendo pedazos sus prendas y tocando su cuerpo. Ella comenzó a forcejear, golpearlo e incluso sintió como sus manos comenzaban a arder.

—¡Estate quieta! —ordenó el joven, que tomó la cuchilla que asomaba entre los dedos de la chica y la incrustó en la pierna derecha de ella arrancándole un grito de dolor y deteniendo sus forcejeos.

Era el momento. Estaba ansioso por introducirse dentro de ella.

***

Todo el grupo corría por los oscuros pasadizos detrás de la joven ninfa. Esta se detuvo con brusquedad ante un oscuro tapiz, lo descorrió lentamente y pasaron al rellano circular de unas oscuras escaleras.

—¡Deberías daros prisa! —exclamó Nathair. Estaba apoyado en la pared y con la vista clavada en el suelo—. Hace un rato que abandoné la habitación y la balanza caía del lado de mi hermano. —Levantó la mirada y sus ojos azules y sombríos se cruzaron con los de Kun—. No la he tocado.

—¿No nos impedirás el camino? —preguntó Kun ceñudo.

—No —respondió—. No me gusta el plan de Juraknar hacia su hija ni el trato que le dará mi hermano, así que te recomiendo que no te demores.

Kun corrió escaleras arriba dejando al resto del grupo atrás.

—¡Maldita sea! —gritó Aileen, la joven ninfa del agua—. Viene gente.

—¡Escóndete —exclamó Nathair—, que nadie te vea! Ve a tu dormitorio y quédate allí hasta que todo se calme.

Aileen no pudo evitar sorprenderse por la protección del joven Ser’hi, no lo comprendía, pero hizo caso de sus consejos y se ocultó en los pasadizos.

Nathair se revolvía nervioso, oyendo al fondo las pesadas pisadas de los guardias del castillo. Si descubrían que había ayudado a los Dra’hi, le costaría la vida. Sin pensarlo dos veces, se lanzó contra Xin y ambos empezaron a rodar y a asestarse golpes ante la mirada de Clay, Xinyu y varios guardias.

—¡Lánzame contra los guardias! —le susurró Nathair a Xin—. Tírame contra ellos y marchaos. Por favor, cuidadla y llevadla a un sitio donde no puedan dar con ella.

Xin obedeció, lo empujó y Nathair rodó con los guardias escaleras abajo. Con ayuda de Xinyu, Xin se puso en pie y se encaminaron hacia las escaleras.

***

Kun irrumpió en la torre echando abajo la puerta de una patada. Con grandes zancadas entró en la habitación: Nathrach estaba semidesnudo y tenía a Kirsten acorralada contra la pared.

Furioso se lanzó contra el Ser´hi y ambos fueron a parar al suelo. El impacto había pillado tan desprovisto al joven que no pudo defenderse. No detuvo las patadas de Kun, ni sus puñetazos. Lo golpeó sin cesar, hasta que Nathrach no era más que un tipo tirado en el suelo con apariencia de estar cerca de la muerte.

Kirsten cayó al suelo e intentó cubrir su desnudez con sus raídas prendas. Entonces Kun se agachó frente a ella.

—¡No te acerques! —gritó anteponiendo la mano derecha entre ellos. En la palma de la misma ya comenzaba a formarse una pequeña llama que se extendía hasta sus dedos—. No lo controlo… no lo controlo, ¡te puedo quemar!

—Tranquila —susurró Kun—. No lo harás —añadió suavemente llevando sus manos a las de Kirsten y entonces vio algo extraño. Un frescor verdoso comenzó a envolver sus manos, logrando apagar las llamas de Kirsten e incluso llegó a calmarla—. Te sacaré de aquí, te lo prometo. Lo siento mucho, te compensaré, te lo juro.

Kirsten pasó sus doloridos dedos por el rostro de Kun para asegurarse de que era él, de que estaba allí y había ido a ayudarla y no soñaba. Suavemente los llevó luego bajo sus ojos; a continuación descendió hasta sus labios. Incapaz de controlarse y sabiendo que la pesadilla se había acabado, se lanzó a sus brazos y él la estrechó con fuerza. Kun se quitó la camisa y se la puso a ella. En su pierna, sobre la herida que sangraba, envolvió el fajín que llevaba en la cintura. Entonces desanudó la cuerda de su tobillo y la ayudó a ponerse en pie. De pronto sintió una mano sobre su hombro y cuando se volvió vio a Nathrach. Agarró a Kun por la camiseta y un chorro de agua lo lanzó contra la puerta donde se golpeó fuertemente. Entonces se giró hacia la joven y vio que llevaba la camisa ceremonial de los Dra’hi.

—¡No te acerques! —gritó nerviosa.

—No creas que voy a dejar que salgas de aquí.

—¡Vete! —gritó señalándole con sus manos lanzando un torrente de fuego que ni siquiera le tocó debido al escudo de hielo que se formó alrededor de Nathrach.

—Está bien, ¿quieres jugar? Pues jugaremos.

Dirigió sus manos hacia ella y grandes lanzas de hielo empezaron a crecer en dirección a Kirsten. Su poder era mayor y el fuego se apagaba al contacto con las lanzas, que no tardarían mucho en herirla.

Los demás irrumpieron en la sala. Xinyu se agachó junto a Kun y le ayudó a incorporarse. No apartaban la vista de Kirsten, que dominaba el fuego, pero era muy débil comparada con su enemigo.

Clay se situó junto a ella sin demora, la tomó en brazos y desaparecieron, salvándola del ataque de Nathrach. Luego fue junto a los demás y los hizo desaparecer a todos.

Nathair irrumpió en la habitación con una herida sangrante en la cabeza que se había provocado al caer por las escaleras con los guardias.

—¿Dónde estabas? —preguntó su hermano furioso.

—Eran muchos. El Dra’hi me lanzó escaleras abajo.

Salió dejando solo en la habitación a Nathrach, sin poder evitar que una sonrisa de satisfacción se le dibujara en los labios. Su plan había salido a la perfección.

***

Aparecieron en un bosque cercano al castillo del inmortal que se encontraba sumido en un estremecedor silencio; tan solo interrumpido por los jadeos de Kirsten. Ella era la única que no estaba acostumbrada a los largos y rápidos viajes de Clay, quien seguía con ella en brazos.

—¡Xinyu! —lo llamó haciendo un gesto hacia la chica.

Este caminó hacia su amigo y contempló el rostro de la joven, empapado en lágrimas. Respiraba aceleradamente. Xinyu le llevó la mano a la nuca y esta se estremeció a su contacto, aunque pronto sus temblores desaparecieron, ya que con ese gesto la durmió. Era el momento de regresar a Draguilia y tras invocar el portal, los cruzaron sin demora, a un bosque de bambú sumido en niebla. En tan solo unos minutos se encontraban en la pagoda, frente a la esfera y Shen los envío de nuevo a su hogar.

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Aileen corría por los pasadizos con la respiración entrecortada. Quería alejarse todo cuanto podía del lugar donde estaban los Dra’hi. Si alguien averiguaba que les había ayudado podía causarle graves problemas, aunque había alguien que sí sabía que les había ayudado: Nathair.

Aún se preguntaba por qué había ayudado a sus enemigos y por qué no se encontraba en la torre con la chica. Conociendo a su hermano como lo hacía, siempre pensó que él sería igual.

Se detuvo ante un tapiz y con sumo cuidado lo descorrió. No vio a nadie en los alrededores. Estaba en las mazmorras del castillo, lugar donde dormía el servicio. Entre ratas y humedad caminó durante metros hasta llegar a su habitación, compartida con Lyris, ninfa del bosque. Ambas se habían infiltrado en el castillo para un fin común, aunque estaban enormemente arrepentidas de tal decisión.

Entró en la oscura habitación, decorada por dos incómodas camas e iluminada por una lámpara de aceite sobre la pequeña mesilla. Su compañera ya dormía, lo que le extrañó, ya que siempre se esperaban despiertas. Posó una mano sobre su demacrado rostro y notó su frialdad. Últimamente se encontraba muy débil. El tiempo se les agotaba a ambas, aunque ella podía aguantar un poco más.

—¡Lyris! ¡Lyris, soy Aileen! ¿Te encuentras bien?

—¡Princesa! —susurró débilmente.

—Detesto que me llames princesa —replicó intentando tranquilizarse—. Por favor, llámame Aileen.

—Me muero, no puedo más. —Con dificultad miró a su princesa con los ojos llenos de lágrimas—. Mi cuarzo se ha vuelto negro. Hoy es mi día.

—No digas eso, por favor, no me dejes aquí sola.

—Princesa, debéis huir antes de que su poder acabe con vuestra vida como lo ha hecho con la mía. No temo a la muerte, al fin quedo libre de él.

Con estas palabras el cuerpo de Lyris desapareció y en las inmaculadas y ásperas sábanas tan solo quedaron hojas secas y marchitas: la ninfa del bosque había muerto.

Aileen, llena de rabia, abrió el segundo cajón de la mesilla y de allí cogió un puñal. Tratando de apaciguar los temblores de sus manos, tomó también del interior del cajón una pequeña botella de cristal tapada con un tapón de corcho y vertió todo su contenido en la afilada hoja del cuchillo: veneno de serpiente.

Salió de su habitación sin atreverse a mirar las hojas secas que habían quedado en lugar de su querida amiga Lyris. Se dirigió a la derecha y se detuvo ante un muro de piedra sobre el que posó las manos, sintiendo la tranquilizadora fuerza que de allí emanaba; era el lugar donde se hallaba escondida la Lanza de la Serenidad, que solo ella, Aileen, princesa de las ninfas era capaz de empuñar. Se giró, puñal en mano, dispuesta a arrebatarle la vida a Nathrach. Él le había quitado su felicidad a ella y a su amiga, las había poseído contra su voluntad a lo largo de los seis meses que llevaban en el castillo; por su culpa su fuerza de voluntad se había apagado hasta casi extinguirse. Ambas habían decidido trabajar en el castillo para salvar a su pueblo. Conocían de la existencia de la lanza, la cual anularía el poder de Juraknar; pero él también la conocía y se había encargado de sumir en oscuridad y tristeza el lugar donde vivían las ninfas.

Antes de recuperar la lanza tendría su propia venganza contra Nathrach. No pudo evitar preguntarse qué sentiría al morir por el veneno de una serpiente, aquel reptil que le había otorgado poderes increíbles.

***

Juraknar, enfadado, escuchaba el relato de los chicos y cómo había perdido de vista a su hija. Los Dra’hi le estaban dando problemas, más de los que creía, a pesar de que aún no tenían sus poderes. La sola idea de que pronto los recuperarían les aterraba; ni siquiera sus chicos habían sido capaces de derrotarlos. Se juró entonces volver a recuperar lo que era suyo. Pero antes bien podría degustar el suculento banquete que sus sirvientes habían preparado para él y los Ser’hi. Acompañado de Nathrach, tomaron asiento en una alargada mesa y, molesto, observó la actitud arisca de Nathair, quien tras comer unos escasos bocados se marchó. Sabía que tenía que hacer algo con el muchacho. Él era el que había nacido el año de la serpiente y según sus consejeros, el joven Ser’hi era el más fuerte de los dos. Hubiera dado lo que fuera por que el mayor fuera portador de más poder, pero las cosas no sucedían como él quería. Al menos durante los años transcurridos había conseguido convertirle en alguien muy parecido a él. Pensó que quizás debía mostrar más interés por Nathair o darle algo que desease. Era difícil de complacer y no lo conocía muy bien, pero se prometió darle cuanto quisiera con tal de complacerlo y acercarlo más a él.

***

A Nathair le resultaba imposible ocultar su euforia. Su hermano no había sido capaz de tocar a Kirsten y al parecer se sentía muy humillado por ello. El golpe que tenía en la cabeza producido por la caída cuando rodó por las escaleras había merecido la pena. De pronto vio a la joven criada entrar a hurtadillas en la habitación de su hermano. La afilada hoja del puñal relucía a la débil luz de las antorchas. Molesto, caminó hacia ella y con brusquedad la agarró del brazo, la privó del arma y la arrastró hasta su habitación. Cada vez estaba más cerca de alcanzar la libertad y no dejaría que nadie se la arrebatara. Si ella mataba a su hermano, la marca desaparecería y entonces Juraknar le daría muerte, ya que no le serviría de nada. Con fuerza lanzó a la muchacha a la cama y allí le miró ceñudo y con los brazos en jarras.

—¿A qué venía eso? —preguntó severo.

—Tu hermano es un despiadado y un asesino y como tal se le tiene que dar muerte como si fuera una ruin serpiente a las que todos desprecian y a la que nadie encuentra el valor suficiente para matar.

—No voy a negarlo, pero quiero conocer tus razones.

—¿Por qué has ayudado a los Dra’hi?

—Tú misma lo oíste, no quiero que le hagan daño a Kirsten y con ellos estará bien.

—¿Por qué no la poseíste? —preguntó temblorosa—. Estaba allí, para vosotros dos.

—Yo no soy Nathrach. Ahora dame tus razones: ¿por qué ayudaste a los Dra’hi y por qué querías matar a mi hermano?

—Yo solo quiero la liberación de mi pueblo, quiero ser libre.

—Como todos —dijo tendiéndola del brazo y obligándola a sentarse en la cama—. ¿Quién eres?

—Soy Aileen, princesa de las ninfas en el Bosque Azul.

—¿En serio eres una ninfa? —preguntó desconfiado. Según tenía entendido las ninfas eran solo cuentos, mitología, nada de aquello era real, solo los monstruos: no podía existir nada tan bello en un mundo teñido en sombras.

—¿No me crees? —acusó molesta—. Pues verás una demostración.

Se puso en pie y de un rápido gesto se privó de las secas y ásperas ropas que vestía, dejando al descubierto un pálido cuerpo lleno de moratones y heridas. Cerró sus manos en un puño y las cruzó por encima del pecho, y entre ellos tomó un cuarzo gris que brillaba débilmente. Un rayo de agua comenzó a rodearla desde abajo, encerrándola en un torbellino. Dos pequeñas alas azules semitransparentes, parecidas a las de una mariposa, aparecieron en su espalda; se movían lentamente, como si algo las aprisionara y fuera incapaz de volar.

—¡Vístete, por favor! —le pidió, ofreciéndole un batín rojo.

Aileen tomó la prenda y tras hacer desaparecer sus alas, se vistió y volvió a tomar asiento junto al joven Ser’hi.

—Dime, princesa —añadió Nathair haciendo un gesto de cabeza—. Necesito explicaciones. Me gustaría saber qué edad tienes. Además… ¿Qué haces en el castillo? Alguien tan hermoso como tú no debería estar viviendo en el lugar de donde surge todo mal. Es evidente que está quebrando tu fuerza —quiso saber, recibiendo por respuesta un profundo silencio—. Te acabo ver allanando la habitación de mi hermano con un puñal y no he avisado a los guardias. Lo menos que puedes hacer es molestarte en responder mis preguntas

—Solo tengo quince años, aunque la edad no importa. Soy muy madura y tengo una gran misión que cumplir —respondió con el ceño fruncido y agrandando la distancia con el muchacho—. Hace meses una dama y yo nos adentramos en el castillo para acabar con el inmortal. Nunca pensamos en el infierno que aquí nos deparaba.

—¿Por qué no te vas? Eres libre, cruza la puerta, vete a tu bosque y huye de este infierno.

—No puedo hacer eso; si no consigo la Lanza de la Serenidad, no viviré mucho, en años habré muerto.

—Solo tienes mi edad, ¿por qué ibas a morir tan joven?

—Porque la naturaleza se está muriendo y yo vivo de ella. Moriré, como hoy lo ha hecho Lyris: se desintegró en mis brazos.

—Lo siento. ¿Qué te ha pasado en el cuerpo?

Le miró ardiendo en rabia, pues le hacía revivir sus peores momentos en el castillo.

—¿De verdad no lo sabes? —preguntó asqueada—. Ha sido tu hermano, al que ahora mismo degollaré —gritó poniéndose en pie.

Nathair la tomó de la muñeca y volvió a tirar de ella hacia la cama, pero esta intentó levantarse otra vez y no tuvo más remedio que aprisionarla contra su cuerpo y la cama.

—¡Habla! —exigió con ella inmovilizada.

—Llevo seis meses en el castillo y tu hermano a veces... —un sollozo se le escapó de la garganta y fue incapaz de mirar al joven Ser’hi.

Nathair se apartó de encima de ella y se frotó sus doloridos ojos con la mano.

—Nunca pensé que las ninfas existieran —admitió con su rostro oculto entre las manos—. Nunca pensé que algo tan bello podría existir.

—Crees en espectros: Rocda, Deppho y demás seres innombrables, y no crees en ninfas, hadas y demás criaturas preciosas.

—Cuando uno se cría en sombras es difícil creer en algo que solo lee en cuentos. Deberías irte —aconsejó—. No estás aquí en contra de tu voluntad, si mi hermano te fuerza, márchate; hazlo antes de que se lleve tu vida.

—Mi vida se la llevó tu hermano el primer día que me forzó.

—Escucha, Aileen, no sé qué haces aquí y qué pretendes, pero si eres lista te marcharías, a no ser que en realidad estés loca por mi hermano y disfrutes con lo que te hace.

Recibió una fuerte bofetada, pero ni siquiera se inmutó por el golpe.

—Debo conseguir la Lanza de la Serenidad.

—¿Dónde está esa lanza? —preguntó ceñudo.

—En las mazmorras, oculta tras una pared.

—¿Por qué no la haces caer, la recuperas y te marchas?

—Porque no puedo, ni siquiera tú podrás hacerla caer con tu inmenso poder.

Suspiro y se frotó la mejilla dolorida; en un principio le pareció que había sido un golpe débil, pero ahora sentía la piel palpitar.

—Si matas a mi hermano, la marca desaparecerá —dijo sin mirarla—. Si lo haces, Juraknar acabará conmigo y no podré ser libre.

—Eres un Ser’hi, ¿por qué querrías ser libre? Ya lo eres, tienes cuanto quieres: mujeres, poder y riqueza, y vives en un mundo sumido en sombras.

—Yo no elegí esto —explicó muy serio y algo molesto por sus palabras—. Quiero mi libertad, y no quiero conseguirla con mi propia muerte; pero para eso ni mi hermano ni Juraknar deben saber que estoy trabajando en contra de ellos. ¿Qué hace esa lanza?

—Anula el poder del inmortal.

—Genial, la recuperaré.

—Solo yo puedo empuñarla; si la tocas, tus manos se quemarán.

—Muy bien, recuperaré tu lanza haciendo caer la pared y tú la empuñarás.

—Él se dará cuenta de que quieres hacer caer la pared, la protege su poder; si la haces caer le herirás a él y te matará.

—¡Maldita sea! —susurró—. Encontraré alguna forma. Ahora voy a hablar con Nathrach, si antes me prometes que trabajaremos juntos.

—¿Qué quieres decir?

—Ambos queremos la libertad, trabajaremos juntos para conseguirla sin levantar sospechas.

—Está bien, acepto —concluyó la princesa.

—Primer punto aclarado. A partir de ahora no quiero que vuelvas a servir. Serás mi amante, vagarás libre por el castillo y dormirás en mi habitación. Es una farsa —se apresuró a explicar antes de que le interrumpiera—. No voy a tocarte, ni siquiera compartiremos cama: yo dormiré en el suelo. Necesitamos estar juntos para preparar nuestros futuros pasos. Te prometo que Nathrach no volverá a tocarte, ahora mismo me encargaré de eso.

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