Despertar

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Un escudo protegió a Kun. De un gesto lo partió con su espada y siguió atacando, sorprendiendo al Ser’hi. Este no pudo evitar que la espada de su adversario le atravesara el hombro derecho, que comenzó a cubrirse de escarcha.

***

Xin no se apartaba de Kirsten, quien, al igual que ella, no dejaba de observar a Kun luchando contra Nathrach. Ambos tenían una cuenta pendiente y Xin sabía que su hermano nunca olvidaría lo que aquel malvado le había hecho a Kirsten. Por unos segundos apartó la vista de la batalla y miró a Nathair. Parecía desorientado y sin ánimos de luchar. De pronto observó un pequeño agujero negro que se iba agrandando poco a poco, un vórtice que hacía de puente entre Serguilia y Draguilia, Juraknar enviaba refuerzos, Deppho, que no dudaron en correr hacia ellos para convertirlos en su comida. Desenvainó su espada y comenzó a destrozarlos con facilidad, evitando que se acercaran a Kirsten.

Nathair corrió hacia Kirsten. La defendía el protector, pero este tenía grandes dificultades para librarse de tantos Deppho. Uno de ellos se lanzó sobre la chica, que cayó al suelo. Nathair actuó justo a tiempo de impedir que fuese herida, degollando al ser que la había atacado. Luego la ayudó a ponerse en pie. Cada vez eran más, y se cerraban en círculo. Xin no tenía más remedio que retroceder. El Dra’hi comprendió que él y Nathair luchaban por la misma causa.

—Xin, debes llegar hasta la torre —susurró Nathair observando los movimientos de los Deppho—. Encontrarás una esfera —continuó—. Rómpela, hazla pedazos; la oscuridad que rodea Draguilia desaparecerá y los Deppho no tendrán más remedio que largarse. Conseguiremos así que el inmortal pierda algo de poder.

—¡Quédate con ella!

—No dejaré que sufra ningún daño.

Xin asintió, confiando en el joven de los Ser’hi, y se sumergió en el furor de la batalla. Clavó su espada en el suelo y originó una gran corriente de aire que lanzó a los Deppho a derecha e izquierda, dejándole el camino libre para correr en dirección a la torre, situada detrás de su hermano y Nathrach, quienes se asestaban golpes rápidos y ágiles. Pasó por delante de ellos y Nathrach advirtió sus movimientos. Miró en dirección a su hermano y ese gesto le costó un corte en la mano, provocando que el arma cayera al suelo. Corrió tras el menor de los Dra’hi, pero Kun se cruzó en su camino. Entonces se agachó con rapidez, posó las manos en el suelo e hizo que enormes icebergs rompieran la tierra. Pero Kun los partió y después, con un gesto de su espada, la situó bajo la garganta de Nathrach. Este sudaba aterrado sintiendo el filo sobre su garganta y un pequeño hilo de sangre que empezaba a manar. El suelo vibró bruscamente y los dos cayeron. Miraron hacia la torre y observaron que comenzaba a derrumbarse.

Kun, alarmado, se alejó de su enemigo y corrió hacia la estructura gritando el nombre de Xin: iba a quedar sepultado bajo los restos de la torre.

***

A Nathair le dolía el brazo de tanto agitar la espada, no oía nada y apenas era consciente de lo que hacía. Estaba agotado y su vista comenzaba a nublarse. Los Deppho eran más listos de lo que él creía, y ahora sabían de su traición, por eso mismo le atacaban. Dos de ellos se lanzaron sobre él y le comenzaron a hincar sus desdentadas bocas en el pecho, arrancándoles gritos de dolor.

Kirsten le quitó a Nathair la espada y con gran esfuerzo atravesó a uno de los Deppho y al otro lo consumió al posar la mano en su huesuda espalda. Le ayudó a incorporarse; después trazó un círculo en la arena y posó la mano en el dibujo, que pronto comenzó a arder y formó una muralla de fuego alrededor de ellos.

A través de las llamas la pareja observó agradecida el dibujo con forma de tigre que comenzaba a trazarse en la arena y pronto vieron la capa blanca del Tig’hi, que hábilmente mataba a todo cuanto se cruzaba. Era muy ágil y con decisión clavó las dos dagas en el suelo. Este tembló con violencia, provocando una enorme grieta y los Deppho supervivientes cayeron en ella.

Nad extrajo sus dagas de la tierra y se volvió hacia el torrente de fuego. Ya estaban a salvo.

***

Xin irrumpió en la torre. Su interior no era muy grande y lo único que apreció fueron unas escaleras al fondo que ascendían en caracol hasta la parte superior. Subió saltando los escalones de dos en dos, muy nervioso por haberse alejado del centro de la batalla y llegó al último piso sin aliento. Vio una enorme sala oscura con un pilar rojo y sobre él una esfera negra. Corrió hacia ella y le asestó un golpe de espada; pero no ocurrió nada, la esfera seguía igual, ni siquiera había conseguido arañarla. Volvió a intentarlo más veces, también sin éxito; no conseguía romper el duro cristal. Cogió con ambas manos la espada y la alzó; después de mantenerla unos segundos suspendida en el aire, con un grito volvió a golpear la esfera, consiguiendo esta vez que la punta entrara débilmente y una luz negra brotara de la grieta, envolviendo la estancia en una extraña y espesa oscuridad. Hizo presión y sintió que la espada entraba más. Empujó de nuevo y el arma se introdujo por completo, partiendo la esfera en dos y liberando una gran ola negra que volvió a sumergirlo en sombras. El suelo comenzó a temblar bruscamente y oyó el sonido de algo resquebrajándose. Cuando la oscuridad se disipo, descubrió las enormes grietas que comenzaban a abrirse por la sala. Corrió hacia las escaleras y las bajó con rapidez, salvando los escombros que encontraba a su paso. Ya podía apreciar luz en el fondo. Saltó los últimos escalones que le quedaban, pero tropezó y cayó al suelo, soltando su arma en la caída: la vio deslizarse por el suelo hasta una columna cercana. Se apartó con agilidad al escuchar un fuerte estruendo, alejándose de los cascotes que cayeron en el lugar que tan solo unos segundos antes ocupaba. Buscó tras la columna, pero la oscuridad era demasiado cerrada para poder advertir nada. Enojado, se tiró al suelo y comenzó a palpar. Por fin tocó algo frío y comprobó que era su arma; la agarró y siguió avanzando hacia la salida. Saltó y se arrastró por la arena, hasta que alguien le ayudó a levantarse y lo alejó de las cercanías de las ruinas de la torre. En pocos minutos, los dos Dra’hi pudieron contemplar cómo la estructura era engullida en un enorme cráter, y al instante una ola negra expansiva les derribó, golpeándoles e impidiendo que pudieran respirar con normalidad.

Cuando el aturdimiento desapareció miraron tras ellos advirtiendo que todos habían sufrido debido a la ola. El manto gris que cubría el cielo comenzaba a esfumarse y pequeños rayos de sol hacían su aparición tímidamente y lo único que rompía la tranquilidad eran los gritos de dolor de algunos Deppho que morían debido a la luz.

Buscaron a Nathrach y lo vieron avanzar en dirección a Kirsten.

***

El Ser´hi avanzaba pesadamente debido al dolor que tenía en el pecho. Habían fracasado y un sudor frío le recorría la espalda al pensar en el enfado de Juraknar. Encontró a su hermano sentado en el suelo sin hacer nada y eso le enfureció. Junto a él estaba la chica. Bien podría tomarla y llevarla al castillo, con eso conseguirían que la furia de Juraknar amainara después de perder uno de los planetas; pero como era habitual en él, no hacía nada. Desenvainó su espada, pero al instante se encontró con la afilada punta de una daga bajo su garganta y ante él un encapuchado blanco. De inmediato reconoció al famoso hijo del tigre.

Alzó su espada hacia arriba, librándose de la daga con un gesto, pero al instante advirtió la postura de ataque del joven: osaba retarlo con sus dos insignificantes dagas. Corrió hacia él con la espada a su derecha y la alzó cuando los separaban unos centímetros; pero no había nadie allí, había desaparecido. Sintió algo detrás de él, se giró y solo tuvo ocasión de notar que una daga se clavaba en su costado. Dolorido, caminó hacia atrás, haciendo presión sobre la herida. Agarró del brazo a su hermano violentamente e hizo crear el vórtice, sin apartar la vista en ningún momento del Tig’hi y de la chica. Las manos de ella estaban rojas, a punto de crear llamas. Pronto se encontrarían y entonces lamentarían aquel día. Se lanzó al vórtice con su hermano y desaparecieron de inmediato.

Nad guardó las dagas en sus fundas y vio a los dos hermanos corriendo en dirección a él. Sus poderes habían sido liberados, lo mismo que Draguilia, que en aquellos momentos era bendecida por los cálidos rayos de los dos soles que lucían en el claro cielo.

—Ahora es cuando ha empezado la guerra de verdad. Debéis ser cuidadosos y no confiar en nadie, y por lo que más queráis, no os separéis. Muchas vidas dependen de vosotros. Yo os ayudaré en todo lo que me sea posible.

—¿No nos muestras tu rostro? —preguntó Xin.

—Pronto, ahora os recomiendo que emprendáis el viaje hacia Lucilia sin demora, el tiempo apremia y el inmortal aumentará el número de hombres suyos en cada planeta. Por favor, no confiéis en nadie, solo en vosotros.

El dibujo del tigre comenzó a formarse bajo sus pies y desapareció sin dejar rastro.

Kun corrió hacia Kirsten y la observó con detenimiento. No tenía ni un solo rasguño. Aliviado la estrechó entre sus brazos. Ahora sabían que Nathair realmente estaba de su lado, pues la había protegido durante la batalla.

Xin posó una mano sobre el hombro de su hermano e hizo un gesto de asentimiento: debían volver a la pagoda y explicar a Clay y Xinyu lo sucedido… además, debían averiguar quién era la persona qué los había enviado allí y cómo había entrado en la pagoda.

¿Serían ciertas las palabras de Nathair? ¿Tendrían un traidor entre ellos?

Con sus poderes recuperados podrían viajar como lo hacía Nad. Así pues, cerraron los ojos y el dibujo de un dragón apareció bajo sus pies, uno verde en el caso de Kun y uno azul en el de Xin. Desaparecieron de allí y aparecieron frente a Clay, Xinyu y Shen en el bosque de bambú.

—¡Hemos ganado! —anunció Xin eufórico—. El inmortal debe de estar retorciéndose en su castillo porque le hayamos dado una gran patada en el culo.

—¿De qué habláis? —quiso saber Clay—. ¿No habréis cometido alguna locura?

—Algo nos hizo viajar —mintió Kun, mirando a Kirsten y Xin—. Aparecimos en los terrenos dominados por el inmortal y vencimos.

—Solo ha sido una victoria, no debéis confiaros, recordad que eso os hace más débiles —les reprochó Xinyu.

—Deja que disfrutemos un poco de la victoria —dijo Kun en defensa de ambos.

—Por fin están haciendo aquello para lo que han nacido —intervino Kirsten—. Un gran peso habrá desaparecido de sus espaldas al por fin verse útiles y ayudar. ¡Mirad! —exclamó mirando al cielo—. Desde que estoy aquí es la primera vez que nubarrones oscuros no ensombrece el cielo. Por fin el sol hace apto de aparición —dijo sonriente, tomando la mano de Kun—. Aun así, no debemos demorarnos… Nad ha dicho que es mejor que partamos cuanto antes.

—¿Cómo que demorarnos? —dijo Clay—. Tú te quedas en la pagoda, no viajarás con ellos.

—Pero Kun ha aceptado que vaya con él. Puedo acompañarlo.

—¡Ah sí! —inquirió Clay cruzando los brazos—. ¿Y qué piensa tu hermano de tu decisión?

Kun miró a Xin suplicante. Es cierto que los últimos días habían sido muy tensos para ellos, habían tenido sus más y sus menos y esperaba recibir su apoyo.

—Kirsty puede resultarnos de ayuda. Es poderosa, maneja el fuego y seguro que nos vendrá bien.

—Bueno, ya hablaremos —dijo Clay—. Volvamos a la pagoda.

La verdadera misión había comenzado y no podían demorarse. Era hora de iniciar el verdadero viaje de los Dra´hi.

[1] Xiao Long significa «pequeño dragón»

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Aileen huía entre los árboles, que suavemente apartaban sus ramas para impedir arañarla. Por el contrario, atacaban al demonio, que las cortaba sin miramientos provocando un gran dolor al bosque. No podía permitir que hiriera la naturaleza; le rogó ayuda y acudió a su llamada: la niebla se volvió más espesa y el demonio no tuvo más remedio que detenerse para poder verla.

Aprovechando esta gran ventaja se guío por su oído, oyendo en la lejanía las sinuosas aguas del lago. Retrocedió sobre sus pasos, evitando al demonio, hasta llegar a un embalse.

Allí estaba el brujo. Posó sus manos sobre el agua y decidió pedir ayuda a sus amigas. Nadie se resistiría a las sirhad.

—Sirhad, silid, tingue aliment púr voseis.

Hacía tiempo que no hablaba el idioma de las ninfas y agradeció que sus palabras se deslizaran por su boca serenamente. De pronto el agua comenzó a agitarse y en el interior distinguió dos pequeños bultos que iban tomando forma: preciosas melenas cobrizas comenzaron a surgir y miraron a Aileen.

Eran dos jóvenes hermanas sirhad, ambas de grandes y preciosos ojos azules y un cuerpo lleno de sensuales curvas. Sus pechos iban cubiertos con hojas del lago y a partir de sus caderas comenzaba una cola de sirena. Le hizo un gesto en dirección al hombre y estas sonrieron malévolamente. Entonces la cola desapareció, dando paso a dos largas piernas; sobre sus caderas lucían una extraña falda hecha solo de hojas. Ambas sirhad caminaron por la superficie del agua como si fuera tierra firme y se dirigieron al hombre. Este no sospechaba que aquellas dos ingenuas chicas serían su fin.

Aileen escuchó el relincho del caballo detrás de ella y cuando se giró vio a su atacante alzando la espada para descargarla. Pero a sus oídos llegó el grito del brujo y el demonio desapareció. Debía dar las gracias a sus amigas, que se iban abriendo paso entre la niebla.

Sabía que si no hubiera sido por Nathair ella sería ahora también una sirhad, maldita por culpa de los hechos de un hombre y el dolor que este le causaba. Las ninfas solo tenían dos destinos: o vivían en paz con quien las amara o su condenada alma se quedaría en el olvido para dar paso a una sirhad, algo peor que una sirena, nada que ver con una ninfa y su naturaleza pacífica.

—Gracias, sin vosotras el demonio me habría dado muerte —confesó.

—Aileen, creíamos haberte perdido, hacía mucho tiempo que no teníamos noticias tuyas —dijo la que parecía mayor—. Me alegro de verte bien. Pide nuestra ayuda cada vez que lo necesites.

Ambas se lanzaron hacia atrás en una ágil voltereta y vio como desaparecían. La niebla que rodeaba el bosque se desvaneció y fue entonces cuando descubrió a una persona postrada en un árbol.

—¡Maldita sea, Naev! —exclamó molesta—. ¿Dónde demonios te habías metido?

—¡Princesa, esa lengua! —exclamó divertido—. Solo quería ver si te las apañabas sola; créeme hubiera acudido en cuanto necesitases mi ayuda. Fue muy inteligente llamar a las sirhad, casi ningún hombre se resiste a sus encantos.

—Lo sé. Cuando habitaba en el bosque, varias amigas y yo le hemos dado alguna que otra lección a los chicos mostrándole su verdadero aspecto, aunque nunca dejamos que se los comieran. —Su tez divertida cambió y miró fijamente a Naev, de quien ni siquiera podía ver sus ojos—. Creo que Nathair está enfermo.

—¿Dónde está?

—Nathrach vino a por él y supongo que volverán a atacar a los Dra’hi. Le mordió un Deppho cuando atravesamos los montes.

—No te preocupes, prestaré los cuidados necesarios al chico.

—Gracias... otra cosa más, creo que nunca saldremos de este bosque.

—La fuerza de quien lo controla te intimida, pero eres princesa y no puedes dejarte amedrentar por otros de tu pueblo.

—Dharhani es muy fuerte y nunca nos hemos llevado bien. Quiso el trono y fue desterrada del Bosque Azul. Ahora no me dejara salir de aquí

De pronto escucharon voces y Aileen corrió en dirección a ellas, dejando atrás a Naev. Era la voz de Nathrach. Cuando llegó al claro donde yacía el cuerpo de Thunder, ambos hermanos estaban discutiendo.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Nathrach—. Pudiste haberte llevado a Kirsten y no lo hiciste, ni siquiera te moviste.

—Nos atacaban —susurró Nathair.

—Mientes, los Deppho nunca nos atacarían, obedecían nuestras órdenes. Ni siquiera hubieran herido a Kirsten.

—Yo lo único que puedo decirte es que atacaban a la chica y creo que Juraknar se hubiera enfadado mucho si la hubiéramos llevado muerta junto a él.

—Se enfadará cuando sepa de nuestro fracaso. ¡Eres un inútil! —exclamó golpeándolo, provocando que cayera al suelo.

—¡No le pegues! —intervino Aileen en la pelea, poniéndose delante de Nathair.

—Si no se le trata con mano dura nunca crecerá. ¡Apártate!

—¡No! —gritó deteniendo su mano e impidiendo que golpeara a Nathair. Pero Nathrach tenía mucha fuerza y no tenía nada que hacer contra él; le vio alzar la mano e instintivamente cerró los ojos, como si así pudiese protegerse del golpe. Pero este no llegó nunca, ya que Nathair había detenido la mano de su hermano.

—¡Ni la toques! Nathrach, vete, tengo cosas que hacer.

—Vendrás conmigo a ver a Juraknar, no creas que voy a ser yo solo quien reciba todos sus gritos. Debemos ir los dos.

—Tengo cosas que hacer, ve tú solo. Juraknar te quiere como el hijo legítimo que nunca tuvo, te dará una par de palmaditas en el hombro y ambos os iréis de... —Se interrumpió al sentir a Aileen junto y él y su tono cambió—. Vete. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme, siempre llevo la esfera conmigo.

Nathrach le miró fijamente y desistió. Bajo él apareció un círculo verde con una serpiente. No valía la pena seguir discutiendo con su hermano; tenía razón, el inmortal lo apreciaba mucho: escucharía sus gritos, pero sabía que no ocurriría nada y ambos irían después a relajarse. Sonrió y dejó a su hermano junto a Aileen.

Nathair se dejó caer sin escuchar las palabras de la princesa. Estaba cansado. Pero unas frías manos se posaron sobre su mentón, obligándole a mirarlo. Naev estaba allí.

—Nathair, escúchame: estás enfermo. Dime los síntomas.

—A veces no oigo, tengo mucho frío y estoy cansado; cuando duerma me encontraré mejor. ¿Qué haces aquí? ¿Ocurrió algo en mi ausencia? —preguntó mirando en dirección a Aileen. Ella agarraba y estiraba la ropa; era un poco extraña, pero le parecía bonita y le sentaba muy bien. Le hubiera gustado decírselo, pero estaba agotado y cerró los ojos.

—¡Maldita sea! —exclamó Naev—. Aileen, por favor, dale calor, está muy frío. Volveré enseguida, tengo que buscar medicina.

Aileen asintió y vio al encapuchado desaparecer tras un vórtice. Con esfuerzo arrastró a Nathair hasta un árbol cercano y allí dejó caer su capa blanca sobre él y lo abrazó. Estaba muy frío y no dejaba de jadear y sudar. Frotó sus brazos y empezó a hablarle. Se acercó todo lo que pudo a él para aplacar su frío y acarició su rostro. Tenía algunos mechones pegados a su rostro y los apartó suavemente. Angustiada por no conseguir que despertara, le quitó la capa y en sus prendas apreció sangre. Estaba herido.

Limpió las heridas superficialmente. Se abrazó a él y dejó caer la capa por encima de los dos, cubriéndolos prácticamente. De pronto sintió que una punta afilada se posaba en su nuca. Se arrepintió por no haber estado más atenta: estaba en terreno enemigo y Dharhani no tardaría en matarla, era lo que llevaba intentando desde hacía mucho tiempo.

—Vivir tanto tiempo en este bosque te ha vuelto una cobarde. Me vas a atacar cuando sabes que estoy desarmada y cuidando a un amigo mal herido.

La punta del cuchillo desapareció y la persona que se encontraba oculta tras ella, desapareció en la niebla. Esperaría su ocasión, aunque antes lanzó su amenaza:

—¡Princesa, nunca saldrás de mis terrenos!

Aileen escuchó su amenaza y se juró que haría lo que fuera por salir de aquel bosque, y si para ello debía enfrentarse a Dharhani, lo haría.

—Ya no tengo frío —dijo con voz ronca Nathair, quien no había visto nada de lo ocurrido entre las ninfas—. Puedes dejar de abrazarme. Sé que te causo repulsión, que te recuerdo a mi hermano, que no soportas estar conmigo —murmuró con pesar y voz entrecortada.

—Nathair, tú no eres Nathrach y no te aborrezco. Me puse tensa cuando me abrazaste en la cabaña, pero no quería herirte, simplemente siento repulsión de mí misma, como si estuviera sucia y el agua nunca pudiera llegar a limpiarme del todo. Tú no eres Nathrach, pero siento que nadie merece abrazarme y que nunca podré amar o querer como lo hice antaño. No te aborrezco, confío en ti. Tú eres el que debe sentir repulsión hacia mí.

—No lo hago; te juro que cuando hayamos visitado los lugares sagrados le daré a mi hermano su merecido. No me importara perder la marca y convertirme en un chico normal, pero vengaré el daño que te hizo, te lo juro. Quiero ayudarte y cuando lo consiga no me importara morir. Creo que estoy destinado a estar bajo la garra de Juraknar, pero hasta que mi día llegue te ayudaré y haré todo lo posible porque los Dra’hi consigan liberar Meira. Todos merecemos ser libres y mi sacrificio valdrá para algo.

—¡No voy a dejar que mueras! —gritó furiosa—. Eres el único al que soy capaz de acercarme sin temblar. No me odias, no me rechazas, eres mi amigo, mi único amigo, y no voy a permitir que te pase nada. Ambos seremos libres y viviremos en un lugar bendecido por los rayos de los soles. Ahora solo dices estupideces por la fiebre. ¡Aquí está Naev! —exclamó al verlo regresar con ellos.

El hombre se arrodilló junto a Nathair, le agarró el brazo derecho y le inyectó un antídoto, ante la sorpresa de la ninfa. Nunca hasta ahora habían visto una medicina tan extraña: se encontraba en un tubo y la introducía en el interior del cuerpo por medio de una aguja.

Naev pasó un brazo alrededor de Nathair y lo puso de pie. Cerca había una cabaña y tras acomodarla y protegerla con un hechizo, dejó que descansaran. Aunque el hombre lo deseaba no podía permanecer mucho tiempo junto a Aileen y Nathair, debía seguir su camino aunque prometió volver a visitarlos.

Aileen mojó la frente de Nathair con un paño húmedo. Nada más administrarle la medicina, había caído en un sueño profundo y esperaba que estuviera así varias horas. Estaba sola, pero se sentía segura allí dentro. En la cabaña solo había una cama, en la que descansaba Nathair, y una chimenea al fondo, donde hervía agua.

***

Nathair notó un extraño olor cuando despertó. Estaba cómodo y parte de su agotamiento había desaparecido, aunque todavía sentía su cuerpo entumecido. Abrió los ojos y miró bajo las sábanas: le habían quitado la ropa y esta se hallaba húmeda frente al fuego, donde vio a Aileen probando algo de un enorme caldero.

—Aileen —dijo. Ella se giró al oír su nombre y corrió hacia él. Se sentó a su lado y le pasó la mano por la frente—. ¿Me has quitado la ropa?

—¿Qué otra cosa iba a hacer? Estás enfermo y no dejabas de sudar. Llevas horas durmiendo. La he lavado, pero ya se está secando. También te di un baño con agua caliente, seguro que te encuentras mejor.

—¿Me has visto desnudo?

—¿Cómo si no iba a lavarte? Estás herido. Nathair, las ninfas no tenemos el mismo sentido del pudor que vosotros. ¿Ves mi vestido? —dijo girando sobre sí misma y haciendo que ondeara grácilmente a su alrededor—. En el bosque todas íbamos así. Me lo han regalado las hadas. Y han cubierto el cuerpo de Thunder con flores, descansará en paz. Sé que se podría decir que voy prácticamente desnuda, pero me siento bien. Solo te he quitado la ropa porque estás enfermo, pero aun así no me importó que tú me vieras sin prendas. No me gusta que lo haga tu hermano, pero de ti... es extraño, no me importa, y eso es raro para mí. Mi padre siempre decía que tenía muchas cosas que aprender, que cuando saliera del bosque muchos sentimientos desconocidos hasta ahora me abordarían. No sé por qué no siento vergüenza ante ti…

—Puede ser que te sientas cómoda conmigo. Eres princesa, no debes hacer nada de lo que has hecho. Podría haberme dado un baño cuando despertara. Tus manos no deben hacer cosas de esas, ni siquiera deberías acompañarme en el viaje. Pongo tu vida en peligro. Ni siquiera debería mirarte a los ojos, sino a los pies.

—¿Por qué? No lo entiendo.

—¡Eres princesa! Yo no tengo el mismo rango que tú, no soy príncipe, no soy nada, un plebeyo, podría decirse.

—Nathair no me gusta que digas eso. En el bosque yo siempre ayudaba a mi padre. Hacía cosas como recoger la fruta, cooperar con los demás en sus tareas... La única diferencia que había entre nosotros es que a mí me llamaban princesa en lugar de por mi nombre. Yo no era superior a ellos, lo único distinto es que en el futuro tendría que tomar decisiones y ellos me pedirían consejos. Cuando llegué al castillo trabajé duro. Pero no me importaba, no podía permitir que Lyris hiciera todo el trabajo; tengo dos manos y si en el bosque trabajaba, por qué no iba a hacerlo aquí ¡Espera, te he hecho algo! —dijo de repente.

Se dirigió hacia el caldero, llenó un gran cuenco con su contenido y lo llevó hacia Nathair, quien tras esforzarse logró incorporarse. Extrañado, miró la sopa que le ofrecía Aileen: era verde aunque desprendía un agradable aroma.

Indeciso, tomó la cuchara y la probó. Quemaba, por lo que sintió que su garganta y su lengua se resentían, pero para su sorpresa estaba deliciosa. Al parecer había subestimado las dotes culinarias de la princesa. Bajó la mirada y apreció el brillo del cuarzo, rosa como nunca lo había visto hasta ahora. El bosque y estar al aire libre le sentaban bien, algo que le hizo sonreír.

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