Despertar

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Comieron juntos y Nathair le explicó lo ocurrido en Draguilia. Estaba libre, cosa que a Aileen le alegraba mucho. Siguiendo el consejo de la ninfa, volvió a tumbarse y el sueño acudió a él. La mordedura de los Deppho le había hecho más daño del que imaginaba y aunque la medicina de su maestro había conseguido que se sintiera mejor, estaba agotado.

Nathair, incómodo por la postura, se recolocó en la cama y lanzó un pequeño quejido al roce de su herida con las sábanas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Aileen tenía la mano entrelazada con la suya. Estaba durmiendo junto a él, cubierta con la capa blanca que él había encargado que le hicieran. Sus suaves cabellos rojos le caían por el rostro, llegando casi a cubrirlo. Los apartó suavemente, apreciando la suavidad de su rostro y su palidez. Colocó algunos mechones por detrás de sus orejas y las acarició suavemente: nunca había tocado unas orejas puntiagudas.

—El suelo era incómodo —dijo de repente, provocando que Nathair diera un brinco. Le estaba mirando fijamente con aquellos ojos gris tan misteriosos—. No ocupo mucho, no te molestaré. No quería cogerte el brazo por no molestarte, pero así siento cómo estás: si respiras bien, si vuelves a sudar o la fiebre sube. Quería dormir un rato.

—Si a ti no te importa dormir conmigo, a mí muchísimo menos. Cuando descanse partiremos hacia el pilar sagrado y estarás más cerca de empuñar la lanza. Pronto nos libraremos del dominio de Juraknar. Ambos viviremos para verlo.

La pareja se miró. Sentimientos encontrados comenzaban a brotar en su interior, pero no podían darle importancia. Estaban en guerra. No debían tener otras preocupaciones. Sin embargo, esa noche, nada más importaba a Nathair y Aileen. Solo querían disfrutar de la cálida sensación que les embargaba al estar dormidos el uno junto al otro. Ninguno había sido tan feliz en mucho tiempo.

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El grupo había decidido que antes de partir debían descansar un par de horas. Aun así, Kirsten se veía incapaz de hacerlo. Cuando cerraba los ojos, decenas de imágenes cruzaban su mente, a cada cual más horrenda. Además, su marca le quemaba débilmente por lo que se rindió y buscó a Clay. Lo encontró en la biblioteca. Los cálidos rayos de los soles entraban por ella e iluminaban la pequeña estancia, haciéndola más acogedora.

—Clay, ¿por qué mis sueños son tan desagradables? Solo sueño con bestias y Serguilia continuamente. ¿Crees que a Kun y a Xin les sucede lo mismo?

—Ese par, a esa edad... Dudo mucho que precisamente su sueño lo ocupe la imagen de un dragón.

—¡Olvidaba que los sueños de los hombres suelen ser muy divertidos! —exclamó ceñuda.

Clay rió y tomó asiento junto a ella. Le tocó la frente y la encontró bien, aunque en su rostro podía apreciar signos de cansancio.

—Kirsten, no hace falta que vayas con los chicos, puedes quedarte aquí. Xinyu y yo te protegeremos, estarás a salvo. No sabemos qué les deparará a los chicos en los demás planetas, pero ellos llevan años preparándose. No les asustan los Deppho o los Rocda, prácticamente les enseñamos a verlos como seres normales. En cambio, tú todavía sufres pesadillas por lo que viviste en Serguilia.

—Tienes razón, pero quiero ir con ellos. Te prometo que si veo que soy un incordio o que no puedo con ello, regresaré, no quiero molestarlos.

—Está bien —aceptó de mala gana—. Promete que volverás si te encuentras mal o no soportas lo que ves.

—¡Prometido! No romperé mi promesa, lo último que quiero es ser una molestia.

—Hace unos minutos te he preparado un baño. Los chicos ya deben de estar listos. Refréscate y te esperamos en la entrada de la pagoda.

Kirsten esperó a que se marchara para dirigirse a la habitación continua; allí le esperaba una bañera llena de agua caliente que desprendía un agradable olor. Se desnudó y se metió en ella, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba. Serena, apoyó la cabeza en el borde de la bañera.

***

A Kun empezaba a ponerle nervioso que su hermano caminara impaciente por detrás de él y detuvo a Xin agarrándolo por los hombros.

—¿Qué te pasa? —preguntó hoscamente—. Me pones nervioso, así tardaré más.

Xin suspiró y tomó asiento en la cama. Debía contarle a alguien lo ocurrido y quién mejor que su hermano. Nada más pisar Lucilia partiría hacia el castillo Flor de Loto con o sin su consentimiento.

—Lo que voy a decirte no quiero que salga de esta habitación, no se lo digas ni a Clay ni a Xinyu. A Kirsty no me importa que se lo cuentes, ella viajará con nosotros y me parece justo que lo sepa.

Del bolsillo de su pantalón extrajo el colgante con forma de flor de loto.

—Tenías razón —confirmó Xin—. No eran sueños comunes y corrientes. Había contactado conmigo y me dio esta flor. De alguna manera nos une y es como si sintiera latir su corazón. Si te parece bien, antes de partir de los terrenos del inmortal el Lucilia, me gustaría ir a rescatarla.

—Por supuesto que lo haremos, Xin, es nuestro cometido. Ayudar a todos los que nos necesitan y si es una chica mona, más todavía, ¿no?

—Admito que me siento realmente bien porque haya contactado conmigo. Aún estoy algo molesto por lo de Kirsten —murmuró Xin con el ceño fruncido.

—Agradezco mucho que estés haciendo el esfuerzo por nosotros. Ahora terminemos de preparar las bolsas de viaje.

Xin observó su vestuario. Consistiría en: pantalones negros y una camisa oscura hasta las caderas, idéntica a la de sus uniformes ceremoniales, que llevaban guardados. Pero no incluía fajín; el atuendo era sencillo porque debían pasar desapercibidos, y lo completaba una capa negra.

—Es curioso que todas nuestras vidas giren alrededor de esto.

Kun advirtió tristeza en sus palabras y tomó asiento junto a él. Descubrió qué era lo que captaba su atención: tres broches de plata con la figura de un dragón. Uno de ellos portaba una piedra verde, otro una azul y el último una blanca.

—¿Tienes miedo? —quiso saber Kun.

—Un poco. No sé qué nos espera y creo que no volveré.

—¡Eso son estupideces!

—¿Y si tú no vuelves?

—Claro que volveré. Estaré contigo en todo momento.

—Todo es demasiado raro. Todo lo referente a nosotros mismos, porque tú, habiendo nacido el año del tigre, luces el dragón; no lo comprendo, y creo que en todo esto hay algo que desconocemos y que no nos agradará.

—Yo solo fui bendecido para protegerte, porque eres mi hermano pequeño y a veces puedes ser un inconsciente. Por mucho que lo piensas, no encontrarás nada más que lo explique, solo eso, debo protegerte.

Xin sonrió. Salió un momento de la habitación y volvió al cabo de un rato cargando con unas ropas.

—Son para Kirsty. Para el viaje, iguales que las nuestras, pero con la camisa malva. Seguro que le gustarán. Se sentirá como nosotros y puede que olvide de dónde viene.

Kun asintió y guardó las ropas en su zurrón, junto con el broche que le correspondía.

—Nos reunimos en la entrada. Antes quiero hablar con Clay —añadió Kun y se dirigió a la biblioteca. Allí encontró a su tutor, con la vista en los amplios mundos que componían Meira—. Deja de mirar esos mapas y martirizarte. No debes inquietarte por nosotros, estaremos bien —dijo intentando animarlo, observándolo como Clay torcía una sonrisa—. ¿Estás enfadado porque me lleve a Kirsten?

—En realidad estoy preocupado, pero entiendo que quieres que viaje contigo y al hablarlo con Xinyu y tras lo sucedido en dos ocasiones aquí en la pagoda, hemos decidido que puede que sea más seguro para ella estar viajando continuamente. Pero Kun, hazme una promesa. Si no soporta el viaje, prométeme que la traerás de vuelta.

—¡Te lo prometo, Clay! Ahora, voy a buscarla. Seguro que Xin ya se estará impacientando.

Kun salió de la estancia y buscó a la chica en su habitación. Pero no la encontró y fue al piso superior, utilizado para los baños. Observó una de las puertas casi abierta y por la ranura observó la espalda desnuda de la chica y disfrutó observándola. Pero entonces se dio cuenta de que no era el único que la espiaba, pues observó cierto movimiento tras un tapiz: había alguien tras él.

Furioso corrió el tapiz de un tigre que había a su izquierda y se adentró en el oscuro pasillo. Pasó por delante del baño, donde descubrió que el lienzo era casi transparente, por lo que podía verse lo que ocurría en el baño. Ardió en deseos por pegar a quien había osado espiar a Kirsten mientras se bañaba y aceleró el paso. El traidor seguía en el pasillo, oía sus pasos y no tardó en visualizarlo y decidió acortar distancias. Bajó al siguiente piso y lo recorrió en segundos; después, de un salto, atravesó un tapiz con una rata dibujada en él y, como supuso, se lanzó contra el encapuchado provocándolo que ambos cayeran al suelo. Iba vestido de negro y era más alto que él. Lo agarró de la garganta y lo levantó, pero al instante entre sus manos solo tenía la capa que lo cubría: había desaparecido, se había esfumado. Solo conocía a una persona que pudiera hacer eso: Clay.

Descubrió la sombra al final del pasillo. De su pierna derecha extrajo un puñal y lo lanzó, provocando que su mano derecha se quedara atrapada contra la pared. Oía sus quejidos, aunque en la distancia le resultaba muy difícil reconocerlo. Aun así, desarmado y con su inexperto poder recuperado, corrió hacia el traidor. Pero de nuevo, y a tan solo unos centímetros, se esfumó sin poder llegar a apreciar ni el color de su cabello o su apariencia, solo su constitución: era más alto que él y mucho más fuerte.

Lanzó una maldición y extrajo el puñal de la pared. Le había atravesado la mano y a no ser que tuviera el don de sanar las heridas, cosa que creía poco probable, le descubriría por la lesión. Sintiéndose victorioso, siguió recorriendo los pasadizos hasta la habitación de Kirsten y la encontró envuelta en una corta toalla.

—¡Me has asustado! ¿Qué haces aquí?

Por un momento pensó en decirle lo del traidor, pero eso solo conseguiría alarmarla e inquietarla más. No tardaría mucho en descubrir quién les estaba traicionando y hablaría con Xin al respecto.

—Venía a decirte que estamos listos, te esperamos en la entrada. —Se disponía a marcharse cuando sintió que lo agarraba por la muñeca—. ¿Qué ocurre? ¿Te lo has pensado mejor y te quedas?

—No, necesito a alguien que me vende el hombro —dijo cabizbaja y señalando las vendas que se encontraban en su cama—. Son las que Clay impregna para que no me duela.

Sonrió y tomó asiento en la cama junto a ella. Por un momento pensó que se echaba atrás, que se quedaría en la pagoda, y después de lo que había ocurrido en los muros no quería dejarla sola con el desgraciado que les estuviera haciendo daño. Con sumo cuidado, vendó su hombro y parte de la zona por encima del pecho, cubriendo la marca por completo; cuando la tocaba sentía que ardía y supuso que eso le causaba molestias. Se apreciaba mucho más que la última vez que la había visto: se distinguían las alas del dragón, su prominente mandíbula y sus afiladas garras. Una imagen fiera para alguien como ella.

Una vez hubo acabado con el vendaje, la abrazó suavemente. Ella se avergonzaba de su marca y no tenía por qué hacerlo; odiaba que no le mirase a los ojos. La tomó del mentón, obligando a sus ojos avellana con ligeros matices en rojo que le miraran directamente.

—Tengo algo para ti.

Dejó caer su zurrón en el suelo de la habitación y de allí extrajo la ropa que le había ofrecido Xin y se la entregó junto con el broche.

—Es para el viaje. Es igual que la que llevamos Xin y yo, salvo que tu camisa es malva.

—¡Gracias!

—Te espero abajo.

Cuando se quedó sola se vistió sin demora.

***

Kun esperó impaciente junto a Xin. No había nadie en los alrededores de la pagoda, cosa que no entendían, pues creían que llevarían un tiempo esperándolos. Entonces vieron aparecer a Clay y a Xinyu, este último sin dejar de mirar la mano de Clay y reír a mandíbula abierta. La llevaba vendada y sintió que todo a su alrededor daba vueltas y se agarró a Xin, quien lo miró desconcertado.

Clay llevaba la mano vendada, él era quien estaba en el pasillo, quien había visto a Kirsten desnuda, quien trabajaba con Juraknar a sus espaldas. Se obligó a respirar hondo y a tranquilizarse; quizás tuviera una buena razón para explicar el corte de la mano y se dirigió a él dispuesto a pedir explicaciones.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —preguntó nervioso.

—No es nada, es solo que...

—Nuestro amigo Clay no es muy bueno en la cocina —interrumpió Xinyu—. Se ha puesto a cocinar y mira el estropicio que se ha hecho en la mano. Menudo corte.

—¿Estabas con él?

—Llegué al momento, tras escuchar su grito.

Maldijo por lo bajo y miró las manos de Xinyu. La sudadera oscura que vestía tenía las mangas demasiado largas, o quizás lo hiciera para ocultar algo, y solo se podían apreciar los dedos. En la puerta de la pagoda vio a Shen, tan sombrío y ceñudo como siempre, con las manos ocultas en la túnica, aunque se fijó en cómo miraba a Kirsten. Se la veía preciosa y enseguida supo interpretar la mirada de Shen: la deseaba, y no hacía falta estar en su cabeza para saberlo. Se abrió paso entre los hombres y atrajo hacia él a Kirsten, protegiéndola de su mirada.

—Hmm... me gusta tu aroma, hueles a frutas exóticas.

—¡Seguro que ansías devorarme! —susurró divertida.

—¡Ven aquí, Romeo! —exclamó Xinyu apartándolo bruscamente de su lado y alejándolo de ella—. Voy a hacerte una advertencia. Escucha bien porque no voy a repetirla: nada de meterse bajo sus faldas.

—Creo que eso es algo que nos concierne a Kirsten y a mí. Ambos decidiremos cuando dejamos que nuestros cuerpos se unan.

—¡No me vaciles! —exclamó molesto—. Confío en ti, confiamos en ti. Nada de locuras con la chica.

—De tus alumnos, soy el más responsable, créeme, puedo controlarme.

—Más te vale —amenazó, y Kun no pudo evitar poner los ojos en blanco.

Xinyu hizo un gesto a Xin y este se le unió. En las muñecas de ambos hermanos colocó una muñequera llena de pequeñas agujas con la punta roja.

—Usadlas si os son necesarias.

Ambos hermanos asintieron y guardaron las muñequeras bajo sus ropas.

***

—Lo has prometido —dijo Clay—. Kirsten, si ocurriera algo, vuelve o haznos llamar. Xinyu tiene algo para ti.

Este no tardó en acudir al oír su nombre, y en la muñeca derecha de Kirsten le puso una pulsera plateada muy fina con varios trocitos de una piedra azul enroscada en ella. Xinyu llevaba puesta una igual.

—Son trozos de esferas de viaje que abren los vórtices. Crecen en todos los océanos de Meira y, como ya sabes, son mágicas —explicó Xinyu—. Si te encuentras mal, si no aguantas lo que veas o simplemente quieres volver, frótala: la que yo llevo comenzará a brillar y apareceré junto a ti.

—Te prometo que lo haré si me encuentro mal o quiero volver, y también si soy un estorbo para Kun y Xin. Si ocurre algo en la pagoda, aparece junto a mí —exigió—. Por favor, tened cuidado con Shen.

—¡Qué tozuda! —exclamó Xinyu exasperado.

—Por favor, sed cuidadosos. ¿Qué os cuesta tenerlo vigilado? Así me quedaré más tranquila.

—¡Está bien! —aceptó Clay de mala gana.

—Tengo algo más para ti —anunció Xinyu—. Me hubiera gustado seguir con las clases, lástima que las cosas se complicaran. Aun así, espero que te sirva

Xinyu le entregó a la chica una fina espada, pero muy afilada.

—Kirsten, tú tienes la cabeza más fría que esos dos —dijo Clay sombrío—. Vela por qué no se enfaden entre ellos, si lo hacen su marca desaparecerá. Cuando se pelearon por ti estuvieron a punto de convertirse en chicos normales.

—Cuidaré de ellos.

Tanto Clay como Xinyu abrazaron a Kirsten, se despidieron y les desearon suerte. Bajo ellos apareció el pentagrama que los representaba: dos dragones, uno azul y otro verde, y al instante no quedó nada en el lugar que hacía unos segundos ocupaban.

—Ahí van dragón del agua y dragón del aire —dijo Xinyu con pesar.

—Te olvidas del dragón de fuego —advirtió Clay, aludiendo a Kirsten—. Son buenos chicos, la cuidarán y regresarán.

Tanto Clay como Xinyu esperaban no equivocarse en esto último y volverlos a ver… algún día.

***

Los Dra´hi y Kirsten enseguida volvieron a sentir el suelo bajo sus pies. Habían llegado a su destino, se hallaban bajo un encapotado cielo gris y con un ambiente cargado y pesado. Tardaron unos segundos en librarse del aturdimiento que les rodeaba; viajar a un lugar tan lejano les había agotado y mareado y también estaban desorientados, por lo que supusieron que Kirsten estaba peor aún: se agarraba fuertemente a Kun y se quejaba. Ambos intercambiaron miradas y sorprendidos observaron a dos hombres de aspecto tenebroso subidos en un seco tronco, dispuestos a atacarlos. Habían llegado a Lucilia y sus habitantes les daban la bienvenida.

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Los rayos de los dos soles bendecían las tierras de Aquilia, y en especial unos terrenos áridos con decenas de cráteres, la mayoría de ellos ocupados por lava. Sobre tan oscura tierra se elevaba una construcción de altura inimaginable y de metal, un material apenas utilizado en Meira. La componían tres torres siendo la del centro más elevada, seguida por la de la izquierda, rematada en punta. A lo largo de toda la superficie aparecían ventanas circulares que dejaban al descubierto la negrura de su interior, y otras estaban protegidas por vidrieras de colores variados, que le proporcionaban un aspecto menos aterrador. Rojas, amarillas, azules... tenían, sin embargo, algo en común: un grabado en el centro que representaba un ojo peculiar, muy abierto, que carecía de iris y pupila. En su interior se podía ver un triángulo, en cuyo centro se distinguía la forma de una cabeza con dos cuernos. Era un símbolo extraño, la marca de alguien que poseía un gran poder sobre la mayoría de los terrenos de Aquilia. Nadie se atrevía a nombrarlo, ni siquiera el inmortal y todos se referían a la persona que ocupaba esas tierras simplemente como él.

En el interior de aquel edificio tal ser sonreía complacido. Su apariencia se ocultaba bajo capas, dejando al descubierto dos enormes cuernos que sobresalían de su cabeza. Sus jadeos eran irregulares y podrían parecer fruto del miedo, aunque quien lo conociera sabía que aquel ser no temía nada. Realmente, se debían a la excitación.

La oscura y empolvada cripta albergaba un único objeto, una esfera suspendida en medio de la nada. Su interior reflejaba la imagen del primogénito de los Dra’hi y se conocía de memoria la profecía.

«Una noche cualquiera del año del dragón, el cielo oscuro se teñirá de sangre y los cinco planetas se alinearán. A esta clase de extraños fenómenos se le unirá que asomarán en el cielo de toda la galaxia las cuatro lunas, incluida La Oculta, la temida, vista por todos bajo un cielo teñido de sangre. La señal hará su aparición con el año del dragón y con dicha señal un dragón surcará los cielos en busca de los elegidos, los protegidos, nacidos en su año. Con su garra bendecirá al nacido y al primogénito, concediéndoles su poder y su furia, fuerza suficiente para derrotar al inmortal y cesar así su reinado de oscuridad. Los elegidos con la señal nacerán. Hijos del dragón. Temedlos, con ellos el reinado del inmortal llegará a su fin.»

A él le era indiferente el destino del inmortal, no le hacía sombra, no le importaba lo que hiciera o fuera de él; necesitaba al Dra’hi, al primogénito, pues sin Kun estaría para siempre encerrado en aquella jaula metálica. Con su poder corriendo por sus venas, el reinado del inmortal sería historia, porque haría suyo cada rincón de Meira.

Pero para ello tenía que esperar. Cuando el Dra’hi pisara sus terrenos, sus hombres lo traerían a su presencia para llevar a cabo el ritual. Entonces él sería reconocido como quien realmente era y el inmortal pasaría de ser el innombrable para formar parte de la historia, ya que en toda Meira solo se hablaría de un ser: Asrhud-Unek

Pero hasta que llegase ese momento se conformaba con ser un mero espectador que no apartaba su vista del primogénito de los Dra’hi…

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Kirsten, Xin y Kun ya pisaban suelo de Lucilia. Las tierras eran áridas, el silencio inundaba los alrededores y el ambiente era tan cargado que hasta respirar les suponía un esfuerzo. La naturaleza se mostraba mustia y seca, los árboles marchitos, y ninguno de ellos sabía qué les podía aguardar, ni mucho menos si alguien estaría al acecho, aunque esto último parecía evidente.

Les esperaban.

Eran dos hombres jóvenes. Uno llevaba un arco; tenía la piel curtida, fríos e inexpresivos ojos negros y una larga melena negra que ondeaba al viento en las alturas; sus ropajes eran tan oscuros como su cabello y el único color que sobresalía en su atuendo era una cinta roja que envolvía su frente.

Su compañero cargaba una espada, vestía ropas claras y su cabello rubio caía desaliñado hasta sus hombros. Su aspecto no trasmitía confianza, quizá se debiera a la cicatriz que cruzaba su ojo derecho o la corta barba que crecía en su mentón. Ambos esperaban subidos a un árbol, con la vista clavada en ellos.

Lizard y Daksha saltaron del árbol, desenvainaron sus respectivas espadas y corrieron hacia el grupo.

Kun se alejó de Kirsten y detuvo el golpe de Lizard. A través de las espadas se miraron fijamente. El muchacho se alejó de él de un salto e incrustó su arma en el suelo. Esperó durante un instante y al extraer la espada una capa de hielo se formó en el suelo hasta llegar a Lizard. Sus pies comenzaron a helarse, y el hombre, alarmado, trepó al árbol, buscando resguardo en las alturas.

***

Mientras, Xin miraba a su oponente a los ojos, tan negros y profundos que parecían engullirlo. Su adversario era mucho más alto que él, pero no pensaba dejarse intimidar por ello. Empuñó el arco y lanzó tres flechas. Xin, con un rápido gesto las partió en dos. Pero su atacante ya había desaparecido. Se giró y lo encontró a su espalda. Con rapidez alzó su espada, evitando así el golpe que se le avecinaba. No obstante, el hombre actúo con rapidez, apareciendo al momento tras Kirsten.

Xin sabía que Kirsten no había reparado en la amenaza que se cernía sobre ella, ni tampoco su hermano. Por ello incrustó la espada en el suelo, haciendo que una grieta se abriera en la superficie y una corriente de aire irrumpiera de ella. El efecto provocó que Daksha saliera despedido por los aires hasta caer a varios metros de distancia. Tras reponerse, Daksha, dejó el arco, el cuchillo y la espada a sus pies.

El comportamiento del hombre aún desconcertó a Xin.

—¿Por qué bajas las armas?

—Por favor, pide a tu hermano que baje la suya y deje de enfrentarse a mi amigo. Hablemos, no queremos haceros daño.

Xin asintió, aunque no confiaba en aquel hombre, y con Kirsten junto a él, caminó en dirección a su hermano. Al llegar a él le susurró el mensaje de Daksha. Kun optó por darles una oportunidad y receloso se dirigió a Daksha.

—¿Quiénes sois?

—Somos Lizard y Daksha. Sentimos este pequeño ataque, pero nadie ha resultado herido —dijo Lizard, representando a ambos—. Sabíamos que vendríais y queríamos comprobar con nuestros propios ojos que los famosos Dra’hi no eran un par de niños consentidos.

—Y, ¿lo habéis comprobado ya? —interrumpió Xin bastante molesto—. Tenemos cosas que hacer y estáis haciendo que nos demoremos. Aunque, bien pensado, podríais resultarnos de ayuda. ¿Dónde nos encontramos?

—En el Sendero de Gwen —respondió Lizard.

El Sendero de Gwen. El nombre les resultaba muy familiar a los hermanos, y Kun no tardó en quitarse su zurrón y extraer del interior el mapa de Lucilia. Estaban cerca de Flor de Loto y eso los alivió.

—Tenemos que continuar —concluyó Kun—. Espero que hayáis quedado convencidos con nuestra demostración.

—¡Esperad! —gritó Daksha. Ambos jóvenes parecían ansiosos por partir y él no quería eso; tenía que ganarse la confianza de la chica, quien hasta el momento no había abierto la boca y no se separaba del primogénito de los Dra’hi—. Podemos ayudar, conocemos Lucilia como la palma de nuestra mano y os podemos guiar por estas tierras desconocidas para vosotros.

Ambos hermanos se miraron desconfiados, recordando las palabras del hijo del tigre, quien había vivido oculto hasta hacía muy poco: «No confiéis en nadie».

—Lo siento, nuestra misión es importante, no queremos incluir a nadie más, nos guiaremos solos —añadió Kun, dando por terminada la conversación.

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