Despertar

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—Chico, eso no va a ser tan fácil —intervino Lizard—. ¿Adónde os dirigís en primer lugar?

—A Flor de Loto —contestó Xin.

—¡Flor de loto! —exclamó Daksha—. Fue atacada hace días, sólo quedan escombros.

—Lo sabemos —dijo Xin con prisas—. Hay alguien en su interior y debemos rescatarla.

—Bien, os ayudaremos —respondió Daksha—. Siempre supimos que una de las chicas no estaba muerta; aún hay luz, Lucilia no está todavía sumida en las sombras.

—Os recomiendo que aceptéis nuestra ayuda —añadió Lizard con desinterés—. Antes de llegar a Flor de Loto deberéis cruzar los fosos. Si caéis en su interior nunca podréis volver a salir; necesitáis a alguien que os guíe a través de ellos y nosotros podemos hacerlo. Los hemos cruzado incontables veces y hemos salido indemnes. Además, los ejércitos de Juraknar...

Un agujero negro apareció ante Lizard, y este, complacido, desenvainó su espada muy lentamente saboreando el momento. Ante la mirada asombrada de los jóvenes y de la chica, esperó a ver asomar la cría del dragón. Y de una sola estocada la degolló, dejando atónito a todo el grupo, excepto a su amigo, que hacía un gesto negativo con la cabeza.

—¡Muy bien, Lizard, ya has impresionado a los chicos! —dijo con cierta ira en sus palabras—. ¡No lo hagas más! —ordenó—. Un día te cruzarás con uno adulto y no vivirás para contarlo.

—¡Ha sido divertido!, ¿verdad que sí? —se dirigió a Kirsten, quien permanecía semioculta tras Kun—. Nena, ¿te ha comido la lengua el gato?

—No, pero tú para ser un hombre hecho y derecho eres bastante imbécil. Podría haber aparecido un dragón adulto o incluso el inmortal. Tenemos que pasar desapercibidos y no lo conseguiremos con un ejército de monstruos tras nuestras espaldas.

—La niña tiene genio —añadió sonriendo—. Mi amigo y yo nos hemos presentado. Somos gente humilde, que lucha por huir del inmortal, pero aún no sabemos quién eres tú y qué haces con los Dra’hi.

—Eso no os importa —se apresuró a responder Kun—. Ella viaja con nosotros; somos Kun y Xin, y ella es Kirsten.

—Tenemos mucha prisa —interrumpió Xin con el ceño fruncido—. Si podéis guiarnos, perfecto; pero, por favor, apresuraos, puede que ella no aguante más.

—Muy bien. Quizá estaría bien que antes nos hiciésemos con un par de caballos para los Dra’hi —propuso Lizard—. La chica puede montar con uno de vosotros. Pero necesito dinero para conseguirlos.

Los hermanos se miraron, no muy convencidos. No querían confiar en ellos, pero admitían que no conocían aquellas tierras. Por ello no les quedaba otra opción que ponerse en sus manos.

Kun volvió a buscar en su zurrón y lanzó una bolsa con monedas a Lizard.

—¡Consigue dos caballos! —ordenó—. Pero tu amigo se queda aquí.

—¡Qué desconfiados son los Dra’hi! No tardaré.

Lo vieron dirigirse hacia un árbol donde tenían amarrados sus caballos, para al instante galopar en dirección sur.

Kun se giró hacia Kirsten, buscó sus manos entre la capa y la miró fijamente. Sentía desconfianza hacia los hombres, y en especial hacia el de cabellera rubia, quizá porque hasta el momento parecía el más violento.

—¿Estás bien? —se interesó Kun.

—Sí, pero esos hombres... No confío en ellos. Deberíamos largarnos.

—Tranquila, Kirsty; no confiamos en ellos, pero puede que nos sean de ayuda. Tú intenta mantenerte callada y no digas nada sobre el fuego —añadió Xin en susurros al ver que Daksha se les acercaba—. Y por supuesto, no pierdas el control. ¡No hagas ninguna demostración frente a ellos!

Por insistencia suya tomaron asiento en el suelo y encendieron el fuego.

—¿Qué tal la vida en la Tierra? —dijo Daksha intentando romper tensión que les rodeaba—. ¿Tú también eres de allí? —preguntó a Kirsten.

—La vida, bien. Y sí, ella también es de allí —respondió Kun.

—Parece que la proteges mucho, por lo que supongo que no es tan normal como parece. Además, aún no me habéis explicado por qué una chica que proviene de la Tierra habla el meirilia.

Daksha sonrió al ver el desconcierto en la mirada de los tres jóvenes, que se quedaron sin palabras para explicar algo tan obvio. Satisfecho por haber conseguido turbarlos, se puso en pie y se acercó a la llanura. Allí esperó hasta que vio aparecer a Lizard con dos caballos.

—¿Qué ha ocurrido en mi ausencia? —le preguntó Lizard.

—No han sabido darme una explicación de por qué la chica habla meirilia.

—¿Tú qué crees?

—Está claro que pertenece a la galaxia de Meira, y pronto averiguaremos a qué lugar. Ellos saben algo que no quieren que trascienda, y ella es muy desconfiada.

—Es evidente que es la hija del inmortal —añadió Lizard—. Mira lo que he traído de la ciudad.

Lizard sacó un papel arrugado de su bolsillo y se lo entregó a su amigo. Él, al desplegarlo, observó un retrato de Kirsten donde se informaba que era la hija de Juraknar y la querían muerta. Era evidente que ese cartel había sido realizado por la poca población que aún vivía y estaba al tanto de los planes del inmortal. Todo ser humano deseaba acabar con los tiempos de guerra y pensar que Juraknar tenía una hija con su mismo poder, los había abatido.

—Habrá que evitar las grandes poblaciones a partir de ahora o la chica no sobrevivirá para nuestros intereses. Por el momento, seguiremos ignorando que conocemos su identidad —añadió Daksha.

Lizard asintió y se dirigió a los Dra´hi con los caballos. Kun ayudó a Kirsten a subir por delante de él y cuando todos estaban listos emprendieron el viaje dirección sur, siguiendo a Daksha y Lizard pero sin bajar la guardia en ningún momento. Sabían que el inmortal habría puesto precio a sus cabezas y los dos desconocidos podían estarles tendiendo una trampa, o dirigiéndolos hacia un hervidero de monstruos. A pesar de que contaban con sus poderes y sus espadas para hacer frente a quienes se cruzaran en su camino, preferían ser cautelosos.

***

Tras una larga jornada a caballo les alcanzó la noche y no les quedó otra opción que hacer una parada. Al menos estaban de acuerdo en algo con sus nuevos compañeros de viaje: la noche era muy peligrosa para viajar.

Encendieron el fuego y comieron en silencio, escuchando los ruidos que les envolvían, algunos, según Daksha y Lizard, producidos por dragones en busca de presas que, debido a la cercanía de Flor de Loto vagaban también por los alrededores buscando posibles amenazas para el inmortal. Pero Lizard aseguraba que con él allí no tenían nada que temer, pues era un experto en cazar dragones, incluso estaba pensando en hacer de ello su profesión. Cazador de dragones: estaba seguro de que las mujeres caerían rendidas en sus brazos cuando lo supieran.

Kirsten ocultó su rostro en el pecho de Kun, intentando así acallar las palabras de tan excéntrico personaje; deslizó los brazos alrededor de su cintura y cerró los ojos. Quería dormir, aunque no con la nueva compañía, por lo que pensaba que era mejor no separarse de Kun. Este deslizó la mano por su rostro e hizo que le mirara; sus ojos color avellana con ligeros matices de rojo se hallaban rodeados de un brillo triste, y algunos mechones de su cabello estaban pegados a su pálida frente. Los apartó dulcemente, la ayudó a ponerse en pie y, tras apartarse del grupo, se escondieron detrás de un árbol.

—Puedes ir a dormir, estarás más cómoda.

—Pero estamos en lugar desconocido, quizás rodeados y puedo resultarte de ayuda —confesó ella.

—Lo sé y agradezco mucho tu gesto. Pero recuerda que tienes que evitar usar el fuego. No debes desvelar tu tapadera; no sabemos nada de nuestros acompañantes, ni si son de fiar.

Kirsten se frotó la nuca agotada y asintió

—Espera aquí, te dejaré algo para dormir.

Volvió enseguida con una cómoda sudadera con cremallera, se la entregó a Kirsten y le dio la espalda mientras ella se cambiaba.

—Vale, ya está.

Salió de detrás el árbol con su ropa de viaje en la mano y vistiendo la suave prenda. Tenía las mejillas sonrosadas y sus ojos brillaban con intensidad. Se pasó la mano por la frente, apartando algunos mechones y notando el calor de su piel.

—¿Estás bien? Pareces agotada.

—Créeme, ya voy acostumbrándome a viajar de esa forma tan rápida y molesta. Si me ocurriera algo te lo diría; prometí a Clay no ser ninguna molestia.

Él quedó convencido, la tomó de la mano y ambos volvieron al fuego. Dejó caer su capa a una distancia prudente y Kirsten se tumbó, cubriéndose con la suya, ante la mirada de Daksha. Kun se quedó un rato con ella, hasta que sintió que respiraba profundamente, y volvió luego junto a su hermano. Era el momento de aclarar las cosas.

—Muy bien, ahora hablaremos claro. ¿Cómo sabíais que veníamos? —preguntó Kun.

—Puedo ver cosas en el fuego —contestó Daksha—. Os vi junto a ella. Estoy seguro de que no es normal, de que ocultáis algo de suma importancia. Veo que desconfías de nosotros, pero os ayudaremos. Hemos sobrevivido durante años a los ejércitos del inmortal, y de momento no preguntaremos qué hace una joven aparentemente normal viajando con los famosos Dra’hi.

—Sois chicos listos —intervino Lizard—. Y hacéis bien en desconfiar de nosotros, pero creednos, no os vamos a hacer daño, os ayudaremos en todo momento; queremos ser libres. Llevamos demasiado tiempo viviendo bajo las órdenes del inmortal. Solo somos dos, y no creo que en Lucilia encontréis a más gente dispuesta a ayudar. Los que han conseguido ocultarse prefieren seguir haciéndolo, y os aseguro que la situación es peor en el norte.

—¿Por qué? —quiso saber Xin.

—Los ejércitos del inmortal están allí, y quizá oculten algo que no sepamos.

—¡La torre! —exclamó Xin.

—¿Qué torre? —preguntaron los improvisados guías.

—No hace mucho que hemos liberado Draguilia —explicó Kun—. Fuimos enviados a una isla, al sur. Allí había una torre negra y en su interior una esfera, que era la que sumía en sombras a Draguilia. Cuando Xin la rompió, todo desapareció, quedándonos libres de su dominio. Sus hombres y monstruos no tuvieron más remedio que huir.

—Pues supongo que protegerán la torre —dijo Lizard pensativo, a la vez que se frotaba el mentón—. Quizá sería mejor ir al norte en lugar de al sur.

—No —replicó Xin—. Debemos liberar a Niara.

Los hombres le miraron extrañados. Así que la última de las supervivientes era la que no hablaba, Niara, la joven dama de tierra.

—Niara no habla —explicó Daksha—. Nunca lo ha hecho, aunque el servicio del castillo murmuraba que todas las noches escuchaban sus gritos.

—Conmigo habló —admitió Xin—. Me pidió ayuda y sé que ella era real. Me entregó esto —confesó, mostrando la pulsera de la chica—. Y le prometí que la sacaría de allí.

Daksha y Lizard se encogieron de hombros, sin encontrar ninguna explicación a las extrañas palabras del joven Dra’hi. Ellos habían visitado el castillo innumerables veces y en muchas ocasiones se habían encontrado con Niara, pero nunca les había dirigido la palabra. Además de lo referente a la dama, aún les quedaba un asunto que tratar: Kirsten.

—¿Qué nos decís de Kirsten? —preguntó Lizard—. Podéis confiar en nosotros.

—No os vamos a decir nada sobre ella —replicó Xin—. Es normal y nos acompaña porque está saliendo con mi hermano.

—¿Y ha asumido todo este infierno con naturalidad? —preguntó Daksha.

—Es muy valiente —dijo Kun—. Es mejor que descansemos. Mañana nos espera un día muy largo.

—Yo haré la primera guardia —se ofreció Lizard.

—Y yo te acompañaré —interrumpió Xin, divertido, al ver como su ofrecimiento molestaba al hombre.

Daksha apoyó su espalda en un roble para descansar, mientras que Kun lo hacía junto a Kirsten. Entre tanto Lizard y Xin a veces permanecían frente al fuego y otras rondaban por la zona.

A altas hora de la noche, con el cambio de turno. Kirsten se despertó.

—No sé muy bien como decirte esto —susurró la chica cabizbaja, mientras se calzaba. A su derecha permanecía Kun, que compartía una sonrisa de complicidad.

—Supongo que necesitas algo de intimidad, ¿me equivoco?

—¡Que difícil va a ser esto de viajar con vosotros!

El joven rio y poco después la vio desaparecer tras unos árboles.

—Que divertido va a ser viajar con una jovencita como ella —interrumpió Lizard. El hombre estaba tumbado cerca del fuego y hasta hace un instante simulaba dormir—. Aunque más me divertirá descubrir su secreto.

Kun deseó cerrar la bocaza del hombre de un fuerte puñetazo. Mas no lo hizo. Una fuerte luz captó su atención. Había fuego en el bosque.

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El viaje de Nathair y Aileen continuaba, aunque aún descansaban debido a las heridas que el muchacho había sufrido en la anterior batalla.

La princesa, nerviosa por el estado de Nathair, se puso en pie y comenzó a caminar indecisa por la habitación, sin dejar de enredar sus manos en la suave tela de su vestido azul, regalo de las hadas. Un obsequio por ganarse la confianza del Bosque de la Serpiente, lugar donde vivía oculta Dharani, una ninfa con la que ya había tenido problemas en el pasado.

Aileen caminó hacia el caldero que se encontraba en el hogar, mojó un trapo en el agua caliente que contenía y se dirigió a Nathair. Hacía rato que Naev —el maestro del chico— le había practicado las curas necesarias, además de administrarle medicina. De eso hacía horas y ahora había empeorado. Se agitaba bruscamente, sudaba y deliraba. Deslizó las sábanas hasta su cintura y comenzó a lavar su pecho, consiguiendo tranquilizarlo. A continuación limpió su rostro, observando sus suaves facciones y alejando de su frente algunos mechones de su pelo rubio y ondulado. Volvió al caldero y advirtió que no había agua. Tendría que salir de la cabaña, pero no quería dejarlo solo. Miró el colgante que Nathair le había regalado. Era su protector; una serpiente plateada que enroscaba una piedra azul.

Obligó al protector a salir, dejó caer el colgante sobre el pecho desnudo del joven y dio la orden a aquel de salvaguardarlo. Tomó la capa, se cubrió con ella, recogió la espada de Nathair y tras respirar hondo salió de la seguridad de la cabaña para adentrarse en el frío bosque.

Hasta el momento parecía todo en orden; el agradable sonido de los animales la tranquilizaba, aunque pronto la niebla hizo acto de presencia y los árboles comenzaran a cerrarle el paso. Había una razón: Dharani estaba cerca y le impedía seguir. Sin embargo, ella no iba a ceder al poder de esa maligna ninfa.

Cerró los ojos, ya que estos muchas veces la engañaban, y comenzó a guiarse por el resto de sus sentidos. A pesar de la oscuridad que la rodeaba, en su mente apareció un sendero y comenzó a caminar por él. Surgía en su imaginación sabiendo que era el camino hacia su destino. No tardó en escuchar el murmullo de las olas. Y cuando abrió los ojos estaba a orillas del mar.

Finalmente se adentró en las aguas, cargando con uno de los dos cubos que había llevado y comenzó a llenarlos. Entonces observó que no estaba sola. Dos sirhad la observaban. Estas criaturas eran similares a sirenas, aunque estaban malditas. En su día fueron ninfas, pero tras una gran pena se convertían en esos engendros que se saciaban con los hombres. Y mucho más las criaturas que Aileen observaba, pues se habían trasformado en esas bestias meses atrás, cuando los hombres de Juraknar irrumpieron en su anterior hogar. Ahora que conocía la leyenda de la lanza, comprendía el ataque de las fuerzas del inmortal a su bosque. La buscaban a ella y, como no la hallaron, violaron a las ninfas que allí encontraron: Dapnhe, la mayor, y Dhianne la menor.

Ahora más que nunca comprendía su dolor, pues muy a su pesar ella había vivido la misma suerte a manos de Nathrach, hermano mayor de Nathair.

—Princesa, ¿no tenéis más comida para nosotras? —preguntó la mayor de ellas.

—Hmm... Desgraciadamente, no.

—Pero estás cuidando a alguien, ¿no? ¿Es un hombre?

—Sí, estoy cuidado a Nathair. El menor de los Ser´hi.

Ambas hermanas se miraron y luego se dirigieron de nuevo a la princesa. Esta les daba la espalda y estaba llenando el segundo cubo de agua.

—Hemos oído que el primogénito de los Ser’hi es de lo peor que una se pueda encontrar; deberías dejar que su hermano caiga en nuestras manos, nos alimentaremos de él.

—Nathair no es como su hermano. Pero creedme, si puedo os traeré a Nathrach para que le deis su merecido; podréis comer todo de su sucio cuerpo: hacerlo sufrir hasta que implore perdón para entonces devorarlo.

Se detuvo al sentir una extraña sensación. Miró sus piernas. Estaban cambiando. Se estaba volviendo azulada y sus extremidades inferiores comenzaban a unirse formando una cola de sirena. Gritó y miró sus manos, azuladas y arrugadas, y su propio reflejo en el agua le aterró. Su blanca piel había desaparecido. Solo veía un desfigurado y putrefacto rostro, además de unos colmillos que se iban abriendo paso en sus encías. Golpeó su propia imagen en el agua y cerró los ojos, obligándose a tranquilizarse. Ya tenía superado lo de Nathrach, no podía permitir convertirse en una sirhad; tenía que ayudar a Nathair y a todo su pueblo. No podía rendirse. No dejaría que Nathrach ganara. Si se convertía en sirhad, todo habría acabado, no podría estar alejada del agua durante mucho tiempo.

Debía ocupar sus pensamientos en otra cosa y borrar de por siempre la imagen de Nathrach. Entonces otro recuerdo acudió a su mente, uno de no hacía mucho, de ella y Nathair. A su mente acudió cuando no hace mucho durmió junto a él y no sintió miedo, sino ternura. Se obligó a hacer frente a sus miedos y miró su reflejo en el agua: poco a poco fue cambiando hasta volver a ver su piel tersa y luminosa.

Se apresuró a coger los cubos del agua y corrió hacia la orilla captando la atención de las hermanas.

—Alguien te ha dañado mucho y estás a punto de ser como nosotras —susurró Dhianne.

—Tengo que aguantar, tengo que olvidarlo. Puedo liberar el bosque y lo haré; no dejaré que lo que haya hecho un hombre pueda influenciarme. Cuando me lo vuelva a encontrar acabaré con él sin ser una sirhad, sino Aileen, princesa de las ninfas. Aun así, si tengo oportunidad os lo traeré. Gracias por vuestra ayuda de hace un momento. Tengo que marcharme, Nathair está enfermo.

Sin esperar respuesta, se alejó y no pudo evitar gritar de frustración cuando las ramas de los árboles volvieron a moverse llegando a formar una gran muralla. Eran ilusiones, lo sabía, pero parecían tan reales...

Esa visión ocultaba algo más. A su derecha surgió su enemiga: Dharani, quien la miraba con arrogancia. Vestía lo mismo que ella, un vestido regalo de las hadas, salvo que el color de su atuendo era rojo intenso, como sus ojos. Su cabello negro, largo y rizado caía hasta su cintura y una capa oscura la cubría hasta los pies.

Ambas se examinaron. Aileen sabía de su estado: estaba demacrada, débil, y eso pareció complacer a su enemiga.

—Te he visto hace un rato con tus amigas, unas sirhad. ¡Dioses, Aileen!, ¿cómo has podido caer tan bajo? Princesa y estás a punto de convertirte en una de ellas. ¿Qué te ocurrió? Alguien osó tocar a la dulce princesita y causarle mucho daño. ¿Aún lo recuerdas? ¿Tal momento sigue torturándote cada noche?

La princesa no quería escucharla. No podía hacerlo. Estaba jugando con su mente y debía ignorarla. Pero sus venenosas palabras continuaban… era como si conociera todos los episodios que había sufrido a manos de Nathrach, eso provocó que soltase la espada y, aterrada, observó su color azulado. Iba a transformarse en lo que más temía.

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Tras unos minutos alejada de los chicos, Kirsten se maldecía mientras volvía junto a ellos. Sin duda no había pensado en todos los inconvenientes a la hora de viajar con Kun y Xin. Apenas iba a tener intimidad, y lo peor de todo, cada vez que necesitase estar a solas, iba a tener que avisar de ello. Y era muy vergonzoso. Pero era hora de regresar.

Tras lanzar un amargo suspiro se encaminó hacia el lugar donde veía las llamas, pero un gruñido detuvo su caminar. Al mirar por encima del hombro observó un ser gigantesco, más grande que un lobo, con el pelo encrespado y enormes mandíbulas.

Se lanzó a por ella y Kirsten alzó las manos. Estas prendieron de inmediato, convirtiendo al animal en una bola de fuego que se alejó de ella.

—¡Maldita sea! —refunfuñó mirándose las manos. Y como temía su llamarada había captado la atención del grupo y de inmediato se encontró con las caras de sorpresa de Kun y Xin, mientras que Lizard y Daksha miraban en todas direcciones—. Una cría de dragón y una bestia se han enfrentado —mintió.

Kun se dirigió hacia ella, tomando de inmediato sus manos. El frescor de las de él, la magia que emanaba, lograron calmar a la chica evitando lanzar más llamas y descubrirse ante los desconocidos.

—Extraño que no te hayan devorado —añadió Lizard—. A esas bestias les vuelve loco la carne humana. Y ya debía de ser pequeña para que ni siquiera hayamos escuchado su aleteo.

—Es raro que ronden esta zona —interrumpió Daksha con la mirada fija en la chica—. Siempre suelen cazar en campos al descubierto, no en medio del bosque, ni durante la noche.

—Quizá la culpa sea de tu amigo —refunfuñó Kirsten intentando desviar el tema hacia la extrañeza de lo acontecido—. Él es tan poco inteligente como nombrar al inmortal, creando vórtices por el que esas cosas se cuelan a su antojo.

La conversación se interrumpió debido a un exótico cantar que hacía que cada uno de los músculos de cada miembro del grupo se relajara. Provenía de tres mujeres que se encontraban en unas rocas alejadas de la orilla de un lago cercano. Parecían sirenas por su larga cola, pero eran extrañas pues tenían orejas puntiagudas. Kun no comprendía porque de repente su hermano se sentía embobado por esas criaturas y caminaba en su dirección, hasta que él se lo impidió.

—¡Abre los ojos! —dijo Kun—. Esas cosas son como sirenas y de ellas no hay que fiarnos…

—Pero… —balbuceo Xin.

—¡Sirhad! —explicó Daksha—. Chico, tienes que estar muy, muy enamorado para no haber caído bajo su influjo —dijo dirigiéndose a Kun—. Muy pocos son los hombres que se resisten a sus encantos. Son la imagen de la muerte.

—No lo parecen —interrumpió Kirsten—. Parecen dulces e inocentes.

—Eso es porque no has visto su verdadera imagen.

—Lo que daría por gozar con ellas —dijo Lizard a punto de perder los nervios.

—¡Ve con ellas! —le animó su amigo.

—Siempre me impides ir, ¿qué te pasa hoy?

—Nada, ve con ellas.

Lizard no lo dudó un instante y, tras quitarse las botas, se adentró en el lago.

—Son demasiadas para él, yo también puedo unirme —añadió Xin. Pero su hermano le impidió continuar al volver a tirar de él.

Las tres sirhad rieron y se lanzaron al agua para nadar hasta la orilla, donde todos vieron su cola de sirena desaparecer, dando paso a dos piernas largas y bronceadas cubiertas por una corta falda que parecía hecha de hojas verdes, iguales a las que cubrían sus pechos. Las tres poseían larga cabellera platino y no dejaban de reír. Lizard no tardó en llegar hasta ellas y comenzó a besarlas mientras las chicas acariciaban su cuerpo.

—¡No creo que debiéramos ver esto! —exclamó Kirsten ruborizada—. Puede que vosotros disfrutéis con la orgia que este se va a montar, pero a mí no me hace gracia verlo.

—De buena gana le demostraría a esas colas de pez lo hombre que soy —dijo Xin—. ¡Vamos, Kun! Únete. Seguro que a la frígida de tu novia no le importa.

—¡Gilipollas! —murmuró Kirsten, dándole la espalda—. Que os jodan. Me voy y os dejo a solas con el espectáculo —refunfuñó y sorprendida observó que Kun la rodeaba de la cintura y caminaba con ella.

—Tranquila, pequeña. El espectáculo va acabar —dijo Daksha. Cogió el arco que llevaba a su espalda, cargó tres flechas sin dejar de mirar a su amigo, quien no paraba de manosear a las tres mujeres. Pero estas ya se habían divertido bastante. Su aspecto cambió, su piel bronceada se volvió azulada y arrugada, y sus delicadas manos se cerraron sobre el brazo del hombre. Su rostro se transformó también: les creció la dentadura y en ella aparecieron largos colmillos. Las tres tiraban de Lizard hacia el interior del agua, donde pretendían comerse sus entrañas.

Daksha lanzó las flechas y atravesó a las sirhad, quienes inmediatamente se trasformaron en agua, liberando así a su amigo de sus garras.

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