Despertar

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—¡Deja al chico, Lizard! —ordenó Syderlia—. No me obligues a repetírtelo, no me ando con chiquitas y lo sabes. ¡Es mi alumno!

En ese instante llegó Niara y a poca distancia, Kun y Xin. Kirsten corrió en dirección a los Dra´hi y se lanzó a los brazos de su amigo radiante de felicidad, a la vez que le mostraba orgullosa sus sais.

Niara no dejaba de prestarle atención; observaba como Xin había revuelto la cabellera de Kirsten en un gesto cariñoso, mientras que su mano estaba posada en el antebrazo de la chica, contemplando el vendaje. Y ya estaban solos; Kun caminaba hacia la cabaña, donde supuso habían pasado la noche.

***

Finalmente Syderlia llegó hasta Daksha; el hombre estaba sentado frente a una pequeña hoguera, con los ojos cerrados a la vez que susurraba unas palabras. Sabía que rezaba por su pueblo, por las almas de los caídos para que alcanzasen la paz.

Una vez el hombre terminó el ritual, se puso en pie y se dirigió a ella.

—¿A qué viene eso de qué eres la maestra del Tig´hi?

—¿Te sorprende que imparta clases al hijo del tigre? Estoy capacitada para ello y mucho más. Soy una excelente guerrera.

—¡A mí no me engañas!

La risa de Syderlia resonó por toda la zona y Daksha sintió que recuperaba algo de cordura. Ella siempre le hacía sentirse así; le daba fuerza para seguir enfrentándose a su destino y era una de las pocas personas que le hacía reír.

—Ya que no se te escapa nada, ¿por qué no vas y le echas un vistazo? Le propinaron un tremendo golpe y aunque le he proporcionado cuidados, sé que tú eres un excepcional curandero.

Daksha lanzó un amargo suspiro, asintió y se dispusieron a volver con los demás. Pero entonces, en la lejanía observaron un dragón. No debían haber bajado la guardia; Juraknar no dejaría que cayera una de sus torres sin oponer más resistencia de la que ya había ofrecido.

***

El aleteo del dragón no tardó en llamar la atención de los demás. La bestia acortaba distancia con ellos por cada segundo, apenas sin dar tiempo a reaccionar.

Xin se lanzó sobre Kirsten lanzándola al suelo cuando el animal quiso atraparlos; pero aunque el Dra´hi actuó con rapidez, no evitó que una de sus pezuñas rozase su espalda y le arrancase parte de la piel de un tirón.

Lizard actuó de la misma manera con Nad; se lanzó sobre él con tal de evitar el ataque de la bestia y desde el suelo, con los ojos muy abiertos, contempló al muchacho… había algo tan familiar en él, a pesar de que no lograba ver nada de él.

Nad apartó al hombre de un golpe y actuó de inmediato al levantar las manos provocando que una decena de rocas alzasen el vuelo. El muchacho las manejaba a su antojo, lanzándolos contra el dragón. Golpeaba su cuerpo sin ocasionar ningún daño pues sus escamas eran muy duras, por lo que se centró en la cabeza. Una roca tras otra era lanzada a ese punto, más frágil que el resto del cuerpo, hasta que el animal cayó al suelo. Una vez derrotado, fue Lizard quien lo remató.

***

A cierta distancia, el grupo era observado por una pareja. Kun atendía la lesión de su hermano con ayuda de Kirsten, mientras que Niara había permanecido cerca de la cabaña en todo momento, sin actuar. Syderlia y Daksha se reagruparon con Lizard y Nad, y todos caminaron hacia el Dra´hi para prestarles los cuidados necesarios.

Un hombre que vestía capa negra y estaba de pie, con su espalda apoyada en el tronco y a su lado, sentada, una mujer joven con unas ajustadas botas blancas hasta la rodilla, donde se ensanchaban; pantalones blancos cortos y ceñidos a sus piernas, y camisa blanca, cruzada por delante, con mangas acampanas y largas. A su espalda iban atadas dos katanas, protegidas en vainas rojas. Su cabello era tan blanco como su ropa, salvo algunos finos destellos rojos, y caía liso hasta su cintura, con pequeño flequillo ladeado que enmarcaba su rostro. Era una mujer bella, de facciones suaves y unos penetrantes ojos marrones que respondía al nombre de Helenka.

—Así que ella es la famosa hija del inmortal. No es más que una niña.

—Lo sé —respondió Kailen, el hombre que ocultaba su rostro tras una máscara de cuervo—. Hermana, las apariencias engañan. Es portadora de un gran poder y no la perderé de vista.

—¿Qué me dices del primogénito de los Dra’hi? Sé que muestras gran interés en él.

No contestó y Helenka miró extrañada a Kailen por su silencio.

—¿Ocurre algo grave?

—El Dra’hi se encuentra amenazado por Asrhud-Unek.

Helenka se estremeció al escuchar tal nombre y miró a su hermano mayor con reproche.

—¡No vuelvas a pronunciar su nombre! —ordenó—. ¡Explícate mejor!

—El Dra’hi es portador de un gran poder, pero de los dos es más débil, además de ser el más fácil de corromper. Asrhud-Unek aprovechará esa debilidad.

—¿No deberíamos advertirle del peligro que le acecha?

—¡No! Puede que no esté destinado a ser un Dra’hi, quizá con el tiempo lo veremos. Si es débil, ambos sabremos qué ocurrirá; si, por el contrario, es fuerte, su nombre siempre irá unido a la historia de los hijos del dragón. Volvamos a casa, no quiero que nadie nos vea. Hasta ahora hemos pasado desapercibido y prefiero que siga así. No quiero que sepan que seguimos cada uno de sus pasos.

Kailen le ofreció la mano a su hermana quien la tomó y se puso en pie sobre la rama. Ambos hermanos alzaron su mano derecha; sobre el brazo de Kailen se posó el cuervo más grande de los que volaban por allí, y sobre el de Helenka una preciosa lechuza blanca. Al instante desaparecieron sin dejar rastro.

***

Finalmente, una vez Daksha se ocupó del Dra´hi, decidió hacer caso de la petición de Syderlia y ocuparse de Nad, a quien apartó del grupo.

—Sé quién eres —le dijo Daksha.

—Pues si no quieres que mis dagas atraviesen tu garganta, te mantendrás en silencio.

—Puedes confiar en mí, no diré nada a nadie. Con una condición.

Nad guardó silencio y Daksha interpretó su silencio como un sí.

—Si dices algo a los Dra’hi sobre mí o sobre Lizard, tu secretillo correrá tan rápido como la arena del desierto durante una tormenta. ¿Entendido?

—Sí.

—Muy bien, pues ya que ahora nos vamos entendiendo, ¿por qué no te quitas las ropas y dejas que te cure las heridas?

Nad gruñó, pero sabía de los conocimientos medicinales de Daksha y no pudo por menos que darle la razón.

Tras una pausa para recomponerse de los últimos acontecimientos, finalmente el grupo siguió su camino. Al norte les esperaba Puerto Enid, que en su día seguramente había sido un pueblo pesquero bastante agradable; ahora, en cambio, solo era un montón de ruinas con un puerto que se caía a trozos. Amarrado a este encontraron un galeón. Sus velas estaban dañadas, pero quizá les sirviera para llegar a la siguiente isla, Luz del Fénix, última zona de Lucilia dominada por el inmortal, lugar bajo su poder y con el que liberarían de las sombras a Lucilia.

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La noche se volvió más fría y pronto aparecieron en el cielo nubes amenazantes, que dieron paso a un gran torrente levantado por la ninfa, que no temía a la bestia que le esperaba a unos metros.

Aileen alzó las manos y la tierra comenzó a agitarse. Brotaron raíces del suelo y se lanzaron contra el engendro, que desapareció al instante. Se giró y allí estaba, esperándola. Enseguida sintió su fuerte golpe en la cara y cayó al suelo. La nariz empezó a sangrarle y su pálido rostro se tiñó de sangre.

Sanice agarró del cuello a Aileen y la levantó. Naev se alejó de Nathair y corrió hacia Aileen, pero la bestia fue más rápida y cerró su mano sobre la garganta del encapuchado, levantándolo del suelo. Él intentó utilizar algún hechizo, pero le estaba apretando tanto el cuello que le era imposible hablar.

Nathair se puso en pie muy despacio, temblando de frío bajo la lluvia. Desenvainó la espada, que tembló en sus manos, y se detuvo frente a su enemigo. Sabía que tenía algo en contra de él; puede que quisiera matar a Aileen, pero él era su verdadero objetivo.

Sanice lanzó al suelo a la ninfa y al encapuchado y echó a correr. Nathair se agachó e hirió a la bestia en un costado, y muy despacio retrocedió, mirándola fijamente a aquellos ojos que le resultaban tan familiares. Sanice volvió a la carga y él saltó a un lado evitando el golpe; pero ella había advertido sus intenciones, y le golpeó con todas sus fuerzas en el rostro, haciéndole caer y perder su arma entre el barrizal.

Aileen se encontraba a su espalda y fue entonces cuando reparó que la bestia aún llevaba sus dagas clavadas en el cuerpo. Corrió en su busca, agarró las empuñaduras y las extrajo, arrancándole un grito ensordecedor al engendro. Saltó hacia atrás evitando que volviera a golpearla y se dirigió hacia Sanice con las dagas. Se lanzó al suelo, se deslizó a través de sus piernas y la hirió en las rodillas, provocando su caída. La chica se puso en pie y la rodeó, quedando frente a ella. Intentó entonces clavarle las dagas en el pecho, pero Sanice la agarró de las muñecas y la inmovilizó.

Nathair volvió a recuperar su arma, avanzó hacia la bestia y dio un tajo en su muñeca seccionándole una mano, liberando a Aileen.

Naev se situó entre su alumno y la bestia. A pesar de la capa que cubría sus rasgos, sus ojos se tiñeron de un azul eléctrico que hizo que la bestia retrocediera temerosa. Pero era demasiado tarde para ella: una gran descarga de relámpagos le cayó encima, chamuscando su enorme cuerpo con tal crueldad que Nathair pidió a su maestro que cesara en su empeño, viendo a la bestia removerse en el suelo como un insecto.

Guardó las distancias, esperó y al ver que no se removía se aproximó a ella, seguido de Aileen.

Pudo comprobar los estragos que había causado la descarga en la bestia. Su cuerpo estaba completamente quemado. Parecía muerta. Aileen se agachó para asegurarse, pero de repente la bestia la atrapó, arrancándole un fuerte grito.

Nathair, desesperado, le clavó el arma en el pecho; entonces el monstruo soltó a Aileen y su mano cayó inerte. Ante la mirada perpleja de los tres, Sanice recuperó poco a poco su antiguo aspecto. Nathair cayó de rodillas debido a la impresión.

El cuerpo de la bestia se fue encogiendo; su rostro, aunque quemado, volvió a la normalidad. El chico se fijó en sus ojos, lo que más le había impresionado, a pesar de que nunca había visto a su madre. Eran tan parecidos. Bajo las quemaduras producidas por la tormenta eléctrica pudo apreciar y comprendió.

—¡Madre! —gimió.

Sanice ladeó la cabeza, presa del dolor, y se encontró con la mirada de su hijo.

—¡Tú me mataste!

—No sabía quién eras…

—¡Me mataste el día en que naciste! —gritó con las pocas fuerzas que le quedaban—. ¡Asesino! Tú me mataste, tú, hijo de la serpiente. ¡Asesino!

Nathair se puso en pie, abatido por el dolor que le causaban tales palabras, y se alejó de los demás escuchando de lejos las acusaciones de Sanice.

Se detuvo en la costa. El agua mojaba sus botas, aunque poco le importaba, pues estaba empapado. Unas sombras se fueron abriendo paso entre las aguas, pero a él aquellas bellezas no le causaban efecto alguno y permaneció allí, extenuado, hasta que unos brazos le rodearon por detrás y sintió la calidez del cuerpo de Aileen junto al suyo. No dijo ni hizo nada, tan solo se dejó llevar por la placentera sensación de estar envuelto en su cuerpo.

La voz de Naev les interrumpió.

—Deberías seguir el viaje hasta Phelan, descansar y seguir con el trayecto.

Nathair no contestó. Permaneció quieto hasta notar los temblores que las bajas temperaturas provocaban en Aileen. Se giró, le cogió la mano y miró a su maestro.

—Partiremos hacia los siguiente pilares. Si te necesitamos, te haremos llamar.

—Nathair...

—Estoy bien, unas simples palabras no pueden herirme.

Naev quiso replicar. Sabía que las palabras a veces podían llegar a ser más hirientes que las armas, pero no dijo nada. Se despidió con un gesto de cabeza y desapareció tras un vórtice.

La pareja volvió a montar en el caballo y emprendieron viaje hacia Phelan. Allí, en la puerta, les esperaba Nathrach, que ayudó a su hermano a bajar. Este enseguida se perdió por entre las calles del pueblo y Nathrach miró a la ninfa en busca de una explicación.

—Hemos sido atacados por una bestia. Solo está cansado, yo me ocupare de él.

Sin esperar palabras por parte del primogénito de los Ser’hi, la ninfa se adentró en el pueblo a paso ligero para alcanzar la torre y una vez allí subió las escaleras hasta la habitación que compartía con Nathair.

Lo encontró metido en la cama y su ropa tirada en el suelo.

—¡Nathair!

Él no dijo nada, tan solo se cubrió la cabeza con las mantas. Aileen suspiró y salió de la habitación, dejándolo solo, viendo que ese era su deseo.

***

Los días en Phelan transcurrieron con tranquilidad. A Aileen le sorprendía que Juraknar no atacara. Supuso que tendría alguna razón para ello o que en realidad temía a aquel pueblo y eso le satisfacía, pues era una pequeña victoria contra el inmortal.

La actitud de Nathair no había cambiado. Llevaba días encerrado en la habitación. Comprendía que podía estar mal, sus heridas eran graves; pero no comía, solo dormía, y ni siquiera le dirigía la palabra.

Nathrach comenzaba a impacientarse y eso la inquietaba. No quería que descargase su furia sobre ella. Además, tenía que estar vigilando constantemente cada movimiento de Dharani. En cualquier momento se lanzaría contra ella para matarla y hacerse así con el poder entre las ninfas.

Como cada tarde, regresaba a su habitación con una pieza de fruta para Nathair y algo de comida con la esperanza de que probara un bocado; pero se sorprendió al no encontrarlo en la cama. Corrió hacia la cama buscando una nota o algo parecido, pero no encontró nada. Sintió que el pánico se apoderaba de ella ante la idea de que la hubiera abandonado.

Dejó la habitación y bajó a toda prisa las escaleras. Se cruzó con Nathrach y lo apartó a un lado de un empujón. Salvó los últimos escalones de un salto y salió al exterior. La gente del poblado realizaba sus tareas habituales y se sorprendió al verla correr gritando desesperadamente el nombre de Nathair sin obtener respuesta. Pidió a los hombres que hacían guardia que le franqueasen la entrada y se encaminó hacia el bosque. Allí siguió llamándole a gritos hasta quedarse ronca.

Las lágrimas se derramaron por su rostro. Desesperada, se dejó caer en el suelo. De pronto unas manos se posaron sobre sus hombros y supo que se trataba de Nathair. Se limpió las lágrimas y respiró hondo hasta que logró calmarse y alzó la vista. El chico tenía un aspecto lamentable y se puso la mano en el corazón, sin apartar la mirada de él.

—Nathair... lo que importa es lo que hay en tu interior. Nunca mataste a tu madre, no eres un asesino; lo es el hombre que te crío. Tú podías haber sido como él, un hombre malvado, pero has elegido no seguir sus pasos. Eres buena persona y luchas todos los días contra ti mismo, por no ser como el inmortal ni como tu hermano. Cualquier otro se habría rendido hace tiempo.

—Estabas conmigo, oíste sus palabras; viste lo que era, en lo que Juraknar la convirtió. Sus palabras eran ciertas, yo la maté; si no hubiera nacido quizá seguiría siendo una mujer normal, que cuidaría de su hijo mayor y que todas las noches esperaría a que su marido regresase.

—Sabes que estás equivocado. Tu madre nunca podría haber llevado la vida de la que hablas, nadie en realidad. Y ya que has nacido con el poder de la serpiente, estaría bien que lo usaras por una buena causa; no consigues nada lamentándote. Ahora en lo que debes pensar es en la forma de matar al culpable del daño que te han causado, y no solo a ti, sino a miles de personas.

Nathair recapacitó sobre las palabras de Aileen y admitió que tenía razón. Aunque aún estaba dolido por las palabras de su madre, y dudaba que fuera a olvidarlas fácilmente.

Aileen sonrió y se acercó muy despacio a él, hasta sentir su respiración, y le besó en los labios. Primero con ternura y luego con más vehemencia, hasta que sus bocas se abrieron y sus lenguas se acariciaron suavemente.

Nathair se estremeció con su contacto, pero Aileen no tardó en separarse.

—Tu hermano comienza a impacientarse. La barcaza lleva días preparada, es mejor que partamos hacia las islas. Yo me voy; te esperaré un rato, si no vuelves daré por hecho que te has rendido y no lucharas más. No era tu madre la que hablaba, sino el monstruo en el que la convirtió el inmortal; estoy segura de que si hubiera sabido de tus actos estaría orgullosa de ti.

Sin esperar respuesta de Nathair, se marchó, dejándolo solo y muy desconcertado. Pensativo, se rozó los labios con los dedos pensando en lo ocurrido. Aún le parecía irreal y quizá debiera buscar una respuesta a lo sucedido.

Se puso en pie y cruzó el bosque hasta llegar a la costa, donde se encontró con su hermano, con Dharani y con Aileen, que estaba encima de la barca discutiendo con Nathrach. Este no quería esperarlo y la princesa no pensaba partir sin él.

Al verlo, Aileen sonrió, saltó de la barcaza y corrió hacia él. Lo cogió de la mano y lo arrastró hasta la embarcación. Le obligó a sentarse y ella cogió un remo.

—¿Qué haces? —preguntó Nathrach.

—Tu hermano está herido, no voy a dejar que reme.

—Contigo remando no llegaremos nunca a las islas —interrumpió Dharani.

—Estoy bien, Aileen. Remaré yo.

Se puso en pie, la tomó de la cintura y la cambió de asiento, situándose él junto a su hermano.

—¡Listo, partamos hacia las islas!

Los Ser´hi comenzaron a remar con energía, alejándose rápidamente de las costas en dirección a la isla más cercana, donde les esperaba uno de los últimos pilares: Condenado.

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La isla estaba desierta y en silencio. Sus tierras eran áridas y negras, sin vegetación; parecían más muertas que en cualquier otro lugar que hubieran pisado. Solo algo de naturaleza crecía por detrás la torre, como si la lejanía del poder del inmortal le diera fuerzas para crecer.

La torre terminaba en forma de aguja y varias ventanas circulares con vidrieras negras la rodeaban. Cornisas grises rodeaban la estructura, subiendo en caracol desde la puerta de entrada hasta la cima, lo cual producía el efecto de que la torre se hallaba rodeaba por una enorme serpiente gris.

A diferencia de Draguilia, sentían que la torre emitía una fuerza que aturdía sus sentidos; el cielo que los rodeaba era más espeso y el aire más cargado. A paso ligero, llegaron hasta las puertas de entrada. Eran dos puertas grises que parecían muy pesadas, con un dragón grabado escupiendo fuego a una muchedumbre asustadiza. Las dos aldabas doradas eran dos cabezas de dragón en miniatura.

Xin abrió las puertas levantando una nube de polvo que cubrió a los dos durante un momento.

—Solo el benjamín de los Dra´hi tiene permitida la entrada —aclaró Nad antes de que dieran un paso más—.Yo tampoco puedo entrar —confesó y caminó hacia la entrada para demostrárselo, donde de la nada, una barrera apareció impidiéndole dar un paso más—. El inmortal siempre ha protegido las tierras donde se encuentra la torre con parte de su poder en su interior. Quizá debieras saber algunas cosas —dijo a Xin—. Hace siglos, los zainex, o fénix, se unieron y se enfrentaron al inmortal. Eran diferentes, elegidos, y su batalla siempre sería recordada por lo cerca que estuvieron de vencer al inmortal. Como he dicho, eran excepcionales y manejaban magia, algo que ninguno de los de aquí podemos; solo controlamos la naturaleza y ellos crearon las armas sagradas. Vosotros lleváis las espadas; tú las sais —dijo dirigiéndose a Kirsten— y yo las dagas. La batalla fue encarnizada. Perdieron, aunque le complicaron las cosas al inmortal. Con su caída cinco pilares aparecieron en Serguilia, los cuales no son importante para vosotros, sino para otra persona, una que deberá empuñar la Lanza de la Serenidad; esta sella parte del poder del inmortal y con ella su derrota estará más cercana. Los zainex pensaron en alguna forma de herir a su enemigo en caso de que ellos perdieran. El inmortal los mató, los desintegró, y las armas fueron repartidas por toda Meira protegidas por un fuego azul que solo una persona podría atravesar —dijo mirando a Kirsten—. A tu padre el fuego azul le quemaría. Aunque sabes que se regenera, le provocaría graves quemaduras y tardaría en recuperarse. Pero además de las armas también aparecieron las tres torres, una en cada planeta, en las sombras. Serguilia es su hogar y solo se verá liberada de sus sombras con su muerte. Las armas robaron parte del poder al inmortal y de este se levantaron las torres: en Draguilia la que ya habéis hecho caer; aquí, en Lucilia, y otra más en Crysalia. Las armas le arrebataron parte de su fuerza y ese poder lo encerraron en una esfera en el interior de cada torre que solo el hijo del dragón puede romper, así lo quisieron los zainex. Al hacerlo liberaréis Lucilia del poder de las sombras. Con cada caída el inmortal se vuelve más débil y sus hombres tendrán muchas dificultades para pisar estas tierras. Por ello los terrenos del inmortal siempre han estado protegidos. Cuando se rompe la esfera —dijo en dirección a Xin—, su poder se debilita; poco a poco haremos que su resistencia decaiga —explicó y miró a Syderlia—. Nosotros debemos marcharnos, hemos de continuar con otros asuntos y esperamos que nuestros caminos vuelvan a encontrarse en Crysalia.

Syderlia caminó hacia su alumno y lo tomó del brazo. Miró por última vez a Daksha, a quien sonrió, y los dos desaparecieron tras formarse el tigre debajo de ellos.

—Ya he entrado solo en una torre y volveré a hacerlo —añadió Xin—. No voy a dejar esta estructura en pie por más tiempo. No sabemos lo que tardará el inmortal en enviar a más hombres.

—¿Estás seguro? —preguntó Kun, posando los brazos sobre sus hombros.

—Dentro no hay nada, Kun, nada, solo una esfera. Estaré bien, pero recuerda lo que pasó en Draguilia. La destrucción de esa parte del inmortal tiene por consecuencia una gran ola expansiva, por favor, manteneos alejados.

El grupo se alejó, excepto Kun, que expectante aguardó en la entrada suplicando porque su hermano no corriera ningún riesgo.

***

Xin corrió por las escaleras en espiral hasta llegar a la última planta, donde curiosamente la oscuridad era mayor. En el centro de la sala solo había un pilar con una esfera. Caminó hacia ella, empuñó su espada con fuerza y la incrustó en ella, causándole un daño mínimo, tan solo un simple arañazo. Con mayor energía, logró introducirla más y pronto la sala se llenó de sombras. Finalmente, con todas sus fuerzas, logró que la esfera se partiese en dos, liberando su poder. Entonces corrió hacia la puerta, sabiendo que la torre se desmoronaría como un castillo de naipes.

Bajó a trompicones, casi volaba, y al llegar abajo siguió corriendo. A punto de salir, viendo a su hermano que esperaba ansioso al otro lado, parte del techo se desplomó ante él impidiéndole continuar.

Kun reprimió un grito cuando vio a Xin desaparecer tras los escombros e instintivamente corrió hacia la entrada, pero una barrera invisible le impedía entrar, la cual golpeó con rabia. Pero poco a poco una sombra se fue abriendo paso entre la polvareda: Xin había conseguido salir. Tenía una brecha en la cabeza y estaba cubierto de polvo, pero aparentemente bien. Kun le pasó el brazo por los hombros y cargando con él se alejó de la torre. Pero la ola expansiva fue tan potente que los derribó.

***

Kirsten y Lizard permanecían a cierta distancia, al igual que Daksha y Niara; pero Kristen gritó cuando vio a los Dra´hi caer y tras golpear a Lizard en la espinilla se liberó de él y comenzó a correr hacia los hermanos; pero enseguida la alcanzó. Se lanzó sobre ella y los dos fueron a caer al suelo. La protegió bajo su cuerpo y la onda pasó por encima de ellos.

Volvió a liberarse de Lizard y corrió hacia Kun y Xin, a los que no podía ver porque una nube de polvo se había levantado en el lugar que antes ocupaban. Gritaba sus nombres angustiada, temiendo haberlos perdido para siempre. Una mano le agarró el brazo y a punto estuvo de golpearla de nuevo creyendo que era Lizard, pero entonces vio a Kun, y junto a él, a Xin. Estaban aparentemente bien y los tres se abrazaron.

—¡Sois duros de roer! —exclamó Lizard.

—Son hijos del dragón —le recordó su amigo, y los dos jóvenes sonrieron.

—Quizá estéis eufóricos tras esta nueva victoria —continuó Lizard—, y aunque sé que estáis deseosos de dañar al inmortal, hemos de reponer fuerzas, pues en Crysalia abundan los desiertos, y creedme, necesitamos descanso antes de partir a ese áspero terreno.

Los hermanos asintieron y un brillo a unos metros de ellos les dejó confusos. Niara emitía una luz tan pura que les cegaba. Entonces comprendieron por qué lo hacía: era la elegida para llevar el orden a Lucilia.

Xin la apartó de los demás para hablar con ella a solas.

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