Despertar

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—Yo pensé que te irías mañana, un día antes de la Oculta.

—Aún sigues desorientado. Me he quedado un día más. Ve y echa un vistazo al cielo. La Oculta pronto aparecerá.

Maldijo y salió del agua con rapidez. Recogió sus ropas y no le pasó desapercibido el gesto que hizo Naev para evitar mirarle.

—No entiendo por qué apartas la vista, creo que no tengo nada que no hayas visto. A no ser que bajo esa capa ocultes un cuerpo lleno de escamas o seas asexual.

El hombre rió y se despidió de su alumno, dejándole algo de intimidad y esperando que la princesa no se demorara. Le había pedido que buscara algo de fruta en el bosque; sabía que en el lugar tenía que haber algo que les sirviese de alimento y debían estar listos para resguardarse los próximos días de Oculta. Los monstruos no tardarían en invadir aquellas tierras, y por ello había comprobado cada entrada y salida de la cueva, para que no pudieran entrar, asegurándose así de que la princesa y el Ser’hi estuvieran a salvo.

Salió de la cueva, y en el agua, no muy lejos de la entrada, encontró a dos sirhad con la mirada fija en él.

—¡Sabemos quién eres!

Al encapuchado se le dibujó una sonrisa en los labios y se adentró en las agitadas aguas, mojando sus ropajes oscuros. Luego, amenazante, se detuvo ante las sirhad, mirándoles sin temor alguno.

—Sé quién eres en verdad, por qué te ocultas y por qué no te afectan nuestros cantos —insistió una de ellas.

—Hmm... Suena interesante. Pensé que erais más estúpidas. Pues escuchadme las dos: mantendréis vuestras boquitas bien cerradas, porque si desveláis mi secreto cortaré vuestras largas lenguas y me las merendaré, además de acabar con vosotras. Sabéis que puedo hacerlo, así que cerrad esos piquitos y no digáis nada a la princesa ni al Ser’hi.

Las sirhad retrocedieron nerviosas ante las palabras del encapuchado y se lanzaron al agua, pues por nada querrían llegar a desafiarlo.

Naev, complacido por la huida de las sirhad, volvió a la cueva, donde Nathair y Aileen se estaban preparando para el viaje, algo que le pareció extraño. La joven portaba dos dagas con empuñadura en forma de águila que él mismo le había entregado. Aquel animal que surcaba los cielos con tal libertad le trasmitiría paz a la joven y su alumno cargaba ya con todas las pertenencias. Allí estaba pasando algo de lo que él no tenía conocimiento.

—¿Qué hacéis?

—La única forma de salir del bosque y de Dharani es huyendo con los ocultos rondando por los alrededores, pues ella no saldrá de su refugio, ¡nadie lo hará!

—¡Es cierto! ¡Solo unos inconscientes lo harían! —gritó—. ¡Debéis permanecer en la cueva!

—Si lo hacemos nunca llegaremos al pilar. Tendremos cuidado —le aseguró Nathair.

Sin dar más explicaciones a su maestro, tomó de las manos a Aileen y la atrajo hacia él para colocarle un amuleto protector contra los ocultos, y lo mismo hizo sobre sí mismo. Se cubrieron con sus capas y Nathair, sin soltar la mano de la princesa, salió de la cueva. En los oscuros cielos ya se veía el reflejo de la luna negra, con un brillo rojo rodeándola. Pronto sus habitantes estarían siguiéndolos para darles caza.

—Por favor, Naev, vete a Aquilia, estaremos bien. Llevamos la pulsera, si nos vemos en apuros te haremos llamar.

A Naev no le quedó otra opción que aceptar, y tras hacer aparecer un vórtice azul a su espalda, desapareció.

Nathair respiró hondo. El corazón le palpitaba con fuerza. De la mano de Aileen, comenzó a correr por la costa, llevando en su mente grabada la imagen del mapa y el trayecto que debían seguir. El bosque seguía expandiéndose ante sus miradas, hasta que traspasaron sus límites y vieron ante ellos una pradera. Muy a lo lejos podían distinguir el pilar, extraño nombre para la construcción que representaba a Draguilia. Era una pagoda gris, de forma circular, compuestas por seis pisos cuyo tejado tenía forma redondeada. Tres escalones le daban entrada. Su sola imagen les trasmitía serenidad. Les gustaba contemplarla, pero no podían permitirse tal lujo, pues tras ellos oyeron un enorme alarido. Los ocultos debían estar muy furiosos, ya que ellos en su vida habían oído tal sonido. Al oír otro más, aceleraron, ansiando llegar a la pagoda cuanto antes. Pero pronto se detuvieron al ver un enorme precipicio a sus pies.

Nathair maldijo, miró hacia el bosque y se encontró con tres ocultos que los esperaban. Volvió a observar el precipicio y vio que era imposible que lo saltaran, caerían al vacío. Si su poder fuera como el de su hermano podría llegar a crear un puente de hielo, pero él no podía hacer nada de eso. De pronto repararon en una especie de puente junto al acantilado donde se encontraba el pilar. Se encontraba en otra punta, pero sería su única salida.

Los ocultos avanzaban lentamente hacia ellos. Nathair se alejó de la ninfa, se detuvo a tan solo unos metros y alzó sus manos De ellas salieron dos remolinos y los lanzó contra los ocultos, dejándolos aprisionados en su interior.

La pareja se cogió de la mano y volvió a adentrarse en el bosque. Iban apartando ramas que le impedían avanzar con rapidez, observando como las luces rojas se aproximaban. Al fin llegaron a otra pradera, donde no muy lejos podían ver ya el puente.

Corrieron hasta él. Al llegar comprobaron que se tambaleaba debido al aire que había a aquella altura. Algunas tablas estaban sueltas y sus cuerdas no parecían muy resistentes, pero era la única forma de alcanzar el pilar.

Miraron hacia el bosque. Los ocultos guardaban las distancias, algo que les sorprendió.

—¿Qué les ocurre? —preguntó Aileen con la voz entrecortada por la carrera.

—No lo sé, es muy raro; quizá lo que nos espera es peor que lo de aquí.

—Pero Nathair, no parece que haya nada por aquí, solo tierra seca; ni siquiera crece la hierba.

—No me refiero a eso, sino a lo que nos espera abajo.

Aileen siguió la dirección de la mano del Ser’hi y, vacilante, dio unos pasos hacia delante. Bajo el precipicio se agitaban las aguas, estrellándose contra el acantilado. Pero lo que le sorprendió fue lo que había entre roca y roca: enormes bolas negras que brillaban con gran intensidad y parecían crecer por momentos.

—No tengo ni idea de qué será, pero no lo voy a averiguar. ¡Vamos! —apremió el muchacho.

Inseguros, comenzaron a cruzar el puente, que al pisarlo se balanceó, haciendo crecer sus nervios, por lo que se detuvieron y esperaron hasta que el viento se calmó; entonces comenzaron a cruzar sin demora. Las tablas resonaban a su paso; una de ellas se partió, quedando Nathair atascado. Su pierna se había escurrido hasta la ingle, provocándole un agudo dolor.

Aileen se agachó para ayudarlo, pero las tablas cedieron, precipitándose ella al vacío.

***

En la cabaña, Dharani al fin se había dejado atrapar por el primogénito de los Ser’hi. Hacía mucho que no yacía con un hombre y este poseía todo cuanto quería.

Ambos ocupaban una cama en el piso de arriba y su amante dormía, pero no ella. Había sentido a Aileen; la muy inconsciente había salido de su escondite y se había internado en la noche de Oculta.

Su morada estaba protegida, pero no de los gritos de los ocultos, que conseguían que cada centímetro de su cuerpo se estremeciera. Quizá lo único que temiera en su vida fuera a esos seres.

Cuando fue expulsada del Bosque Azul, vagó semanas hasta llegar al que ahora era su hogar, y con la noche llegó la temida luna. Permaneció escondida en el interior de un árbol el ciclo de Oculta, donde las garras de esos engendros intentaron atraparla en incontables ocasiones. Fue la noche más larga de su vida, y todo por culpa de la princesa que ahora corría con el menor de los Ser’hi. Desde aquella fatídica noche, se veía incapaz de conciliar el sueño en noches de Oculta; anhelaba que la luna desapareciera para volver a sentirse segura. Pero ahora no estaba sola, tenía compañía durmiendo a su lado, aunque ella conocía la mejor forma de despertarlo. Deslizó sus manos por debajo de las sábanas, provocando al instante el gruñido del joven, para al momento sentir sus manos acariciando su cuerpo.

***

Nathair consiguió sacar su pierna del hueco y miró a las agitadas aguas. No veía nada de Aileen, solo aquellas enormes esferas negras que brillaban y que en cualquier momento parecía que iban a explotar. Corrió por el frágil puente, saltando en algunos lugares en que veía la madera más podrida, y llegó al desfiladero, donde volvió a asomarse. Tampoco vio nada. Se quitó la capa y comenzó a bajar por el acantilado. No hallaba ningún rastro de la ninfa en el agua, que chocaba con fuerza contra las rocas. Parecía imposible que hubiese sobrevivido a la caída.

***

Aileen era muy consciente de que el agua era parte de ella, no podía dañarla, aunque sí sentía su frío y su fuerza. Para protegerse, se había ocultado en una burbuja azul sumergida en el interior del océano, mientras pensaba qué hacer y cómo escapar. En cuanto saliera de su burbuja, la fuerza del agua la estrellaría contra el acantilado y no aguantaría mucho en su interior.

Abrió los ojos y observó cuanto la rodeaba. Las extrañas esferas finalmente explotaron dejando escapar serpientes, portadoras de fieras mandíbulas, para las que su burbuja era protección insuficiente. Enseguida una de ellas se introdujo, se enroscó en su pierna y le clavó la mandíbula en el muslo, provocándole un agudo dolor que hizo que perdiera la concentración. La burbuja desapareció y ella fue lanzada por las aguas contra las rocas.

***

Nathair distinguió al fin las ropas de Aileen y con gran angustia la vio estrellarse contra el acantilado. Desesperado, comenzó a descender con más rapidez. Dudó si precipitarse al agua; si lo hacía, quizá ninguno de los dos llegara a salir de allí. Entonces reparó en algo: unos seres que parecían serpientes negras se arrastraban hasta él trepando por las paredes.

Tenía que actuar y aprisa y solo se le ocurrió una manera de salvar a la princesa. Señaló su frágil cuerpo vapuleado por las aguas y al instante una corriente de aire lanzó a la princesa por los aires; mas no era suficiente. Nathair necesitaba acercarla hasta él y para eso hizo un gran esfuerzo; levitó a la ninfa hasta que pudo cogerla de la cintura. Tras tomar el aliento la puso a su espalda, para comenzar a subir a toda prisa.

No tardaron en llegar a la cima. Allí Nathair tomó sus pertenencias y corrió, aún con ella a cuestas, hacia el interior del pilar, dejando atrás las serpientes, que se arrastraron hasta la entrada, donde, al subir los primeros escalones, se convirtieron en ceniza.

Dejó caer a Aileen sobre el suelo, la despojó de la ropa mojada para cubrirla con su capa seca y al desvestirla descubrió que tenía una mordedura en el muslo. Soltó una maldición y le levantó la cabeza. No respiraba. Había estado demasiado tiempo bajo el agua. Comenzó a hacerle la respiración boca a boca, hasta que reaccionó, escupiendo el agua que había tragado. Luego se quejó, pues no podía mover la pierna.

—¡Voy a extraerte el veneno! Túmbate.

Obedeció y se echó hacia atrás, cubriéndose con la capa, temblando. Se quejó un poco cuando Nathair comenzó a absorber el veneno, aunque al rato volvió a sentir la pierna.

Nathair se dejó caer junto a ella, se deslizó bajo la capa y empezó a frotar su cuerpo para que entrara en calor. Estuvieron tumbados un buen rato, recuperándose, sintiéndose seguros en aquel lugar.

Aileen sentía que el cansancio hacía estragos en ella, y también el frío, por lo que se aproximó mucho más a Nathair. Era tan tierno y bueno, todo lo contrario a su hermano. Alzó la vista y sus miradas se cruzaron. Le gustaban aquellos tristes ojos azules, y sus mechones rubios y cortos cayendo sobre su frente, a veces cubriéndole los ojos. Deslizó su mano por su frente, apartándole el pelo para apreciar mejor su mirada.

—Gracias —dijo Aileen, observando la fría sonrisa que dibujaban los labios del chico—.Nunca más lo haré —añadió.

El chico la miró sin comprender sus palabras.

—Compararte con tu hermano —se explicó—. No te pareces en nada, y eres muy bueno conmigo. No olvidaré cuanto me has protegido desde que nuestros destinos se encontraron

—He de confesar que tampoco me desagrada haberte conocido —respondió él—. Hasta ahora nunca había conocido a alguien como tú. Nunca nadie había sido amable conmigo y no podré olvidarlo nunca.

Ambos se sumieron en un silencio solo interrumpido por los alaridos de los ocultos.

Nathair se puso en pie y observó cuanto le rodeaba. Un enorme pasillo blanco, del blanco más brillante que había visto en su vida, con un centenar de columnas que soportaban el peso de la construcción, tan alta que ni siquiera alcanzaba a ver la parte superior. Buscó en su mochila y le ofreció a Aileen alguna de sus ropas. Estaban secas, y aunque le quedasen grandes, al menos estaría cómoda. Le sacó unos pantalones claros y una camisa oscura de manga larga. Luego se dio la vuelta mientras se la ponía.

Una vez listos, comenzaron a caminar, mirando en todas direcciones, sin apreciar nada extraño. Habían llegado al pilar siguiendo las indicaciones de Naev, pero allí no había nada: la sala terminó ante ellos en una pared blanca.

Ambos se encogieron de hombros. Al girarse, una luz blanca los cegó y cuando abrieron los ojos la estancia había cambiado. Las paredes estaban llenas de grabados, entre los que descubrieron cinco figuras: tres mujeres y dos hombres que lucían armaduras, las de las mujeres, brillantes, azules, con falda y una coraza que protegía su pecho. Todas llevaban cascos con la forma de un fénix tallado en ellos, y cada una empuñaba un arma diferente.

Por encima de ellas había algo escrito; Nathair leyó sus nombres y el lugar al que pertenecían. La primera lucía una larga cabellera rizada y castaña, que caía sobre su armadura y portaba dos sais. Su mango era rojo y su punta parecía de cristal y desprendía llamas. El nombre de la guerrera era Leotie de Lucilia. En su despejada frente se veía algo más: la pintura de un lobo en color azul. Pertenecía a la raza de los lobos, y eso era sumamente extraño.

La siguiente mujer tenía los ojos amarillos con la misma forma que los de los gatos. Pertenecía a las tigresas, y una brillante cabellera roja y lisa caía hasta su cintura. Portaba dos armas, dos dagas curvadas con mango en naranja y un arco de un azul brillante, con las flechas del mismo color, salvo que sus plumas eran rojas. El nombre de la guerrera era Siusan de Crysalia.

La última mujer tenía una larga cabellera negra como el azabache y ojos rubíes. Portaba una pesada espada con hoja de cristal, como las sais, y desprendía un humo azulado, que él no supo interpretar, hasta que vio las marcas de sus manos: escamas. Descendía de los Lizman. Su nombre era Marina de Aquilia.

Finalmente, su mirada fue a parar a los dos guerreros. Ambos vestían armadura roja compuestas por falda, rodilleras, botas y coraza para el pecho. Al igual que las mujeres, ninguno portaba escudo, y la forma del casco era también la misma. Uno tenía los ojos alargados de un profundo negro. No tardó en reconocer las dos espadas que llevaba: eran las que portaban los Dra’hi.

El último guerrero llevaba una lanza que él reconoció desde el primer momento: la Lanza de la Serenidad, que debía empuñar Aileen; en su opinión, era la unión de todas las armas para él poco comunes. Este último guerrero se llamaba Cyprian de Serguilia y tenía orejas puntiagudas.

Todos ellos eran los zainex.

De repente la imagen desapareció. Volvieron a encontrarse en la inmaculada sala, y la mirada de Nathair se cruzó con la de Aileen, que no dejaba de tocarse la cabeza. Parecía desorientada y dolorida.

—¿Has recordado algo?

—Elegidos, zainex, armas... —lanzó un débil quejido, y hubiera caído al suelo si no hubiera sido por Nathair, que la sujetó por la cintura.

—Tranquila, seguro que las ideas se irán aclarando en tu mente. ¿Puedes caminar?

Asintió desorientada.

—Espera un instante, no tardaré nada.

Dejó que Aileen descansara con la espalda apoyada en una de las columnas, mientras él iba a inspeccionar la sala. Observó cada uno de sus rincones sin encontrar nada excepcional, por lo que volvió junto a la princesa.

—Bien, escúchame: creo... estoy seguro de que aquí el tiempo no corre de la misma forma que ahí fuera. Vamos a asegurarnos.

En el exterior observaron cómo la Oculta ya casi había desaparecido.

—Si no queremos volver a quedarnos encerrados en el bosque, tenemos que salir ahora —dijo, atento a las criaturas que, osadas, subían los primeros escalones y se convertían en cenizas—. Aquí ya hemos hecho todo lo que debíamos, tenemos que marcharnos, ¿me oyes? —preguntó al notarla tan ausente—. ¡Aileen, tenemos que irnos o Dharani dará con nosotros!

Al parecer, oír su nombre la hizo reaccionar. Nathair la cubrió con la capa y le puso el zurrón a la espalda. Ella le miró interrogante, pero en ese momento él le daba la espalda y tenía sus manos posadas sobre la tierra, a unos centímetros de los escurridizos bichos negros. Allí creó una fuerte ventisca y estos fueron lanzados a una gran distancia. Se giró y, ante la sorpresa de Aileen, la cogió de la cintura, cargó con ella y corrió en dirección al puente para comenzar a cruzarlo sin demora.

Mientras, en el interior del pilar, nada más salir Nathair y Aileen, una esfera azul comenzó a formarse ante la pared del fondo, suspendida en la nada, que brillaba con tanta intensidad que iluminaba toda la estancia.

***

Dharani supo que Aileen pronto se escaparía de sus terrenos y con ello de su control. Ella no podía hacer nada con los ocultos, aunque no faltaba mucho para que la luna desapareciera. Se puso en pie, sin vestirse, y corrió hacia la única ventana de la habitación. La Oculta era casi inapreciable, dentro de nada podría salir; quizá el tiempo que tardara en despertar a Nathrach.

—¡Despierta! —gritó—. Tu hermano y la ninfa pronto saldrán de mis dominios.

—¿Y qué importancia tiene eso? —preguntó adormilado.

—¡Levántate! —ordenó.

Nathrach la miró molesto, observando sus voluptuosas curvas, y su espléndido cuerpo desnudo, sintiendo al instante un fuerte tirón en la entrepierna. La imagen de la ninfa le excitaba hasta hacerle perder los nervios. Se levantó apresuradamente y la rodeó con sus brazos, pero la chica se trasformó en hojas secas, escapándose de sus manos. Eso le enfureció. Se dio media vuelta y esperó hasta que volviese a su forma; entonces miró desafiante a la joven.

—Aquí soy yo quien da las órdenes —le aclaró la ninfa.

Nathrach intentó atraparla de nuevo y volvió a suceder lo mismo, apareciendo a su espalda y empujándolo. Caído sobre la cama, la miró desafiante. Ella echó un vistazo a la ventana de nuevo y observó la forma de la luna, que tanto temía. Pensó que aún no podía salir y quizá la mejor manera de empezar el día era demostrándole al Ser’hi quién tenía realmente el control.

Se sentó a horcajadas encima de él y este miró fijamente a sus ojos rojos.

—¡Aquí soy yo la que manda! —exclamó—. ¿Te ha quedado claro?

—¡Clarísimo!

No tardó en sentir las caricias de la fogosa ninfa y en rendirse a sus órdenes y encantos. Era la primera vez en su vida que una mujer conseguía llegar a excitarlo hasta tal punto; quizá lo que más le gustase fuera que era ella quien tomaba la iniciativa.

***

Los ocultos esperaban a la pareja al comienzo del puente. Estaban atrapados: pues a su espalda las serpientes también les seguían.

Nathair sabía que no había escapatoria; si los reptiles les mordían quedarían paralizados y quizá luego fuesen devorados. Tal vez derrotar a los ocultos podía resultar algo más fácil que a unos seres tan escurridizos, por lo que cargó con la espada y la lanzó contra sus enemigos, clavándosela en el pecho a uno, que cayó hacia atrás. Corrió en su dirección y, soltando a la ninfa durante un instante, posó sus manos en el pecho rojo de los ocultos y estos salieron despedidos. Extrajo el arma del interior de la bestia caída y corrió con Aileen al interior del bosque, donde se distinguían las luces rojas. Miró el cielo suplicando que la luna se ocultara al fin y al parecer sus plegarias fueron escuchadas.

Las luces fueron desapareciendo y la niebla aumentó. Dharani los controlaba y no tardaron en encontrarse con ella acompañada de otra figura: Nathrach.

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Unos sorprendidos Lizard, Kirsten, Niara y Xin contemplaban la manifestación del poder del Dra´hi. El agua había terminado por levantarse; nada de ella quedaba en el cráter, toda estaba concentrada en un enorme dragón manejado al antojo de Kun, quien iba en su cabeza y lo guiaba a por Juraknar.

Mientras, Kirsten guío al dragón hasta Daksha, quien subió con ellos y desde el aire observaron el duelo de la creación del Dra´hi y el inmortal.

***

Kun se detuvo a escasos centímetros de Juraknar. El inmortal tenía un aspecto lamentable, pues su cara y manos mostraban graves quemaduras. Apenas se le reconocía, aunque Kun sabía que pronto se regeneraría. A pesar de todo, debía intentar derrotarlo y junto a la criatura creada, voló en dirección al hombre.

El torrente de agua se estrelló contra el inmortal, que fue incapaz de detenerlo; mas el ataque de Kun no persistió ahí. Ascendió unos metros mientras el dragón se trasformaba en esta ocasión es una bestia helada y cuando miró al suelo observó a Juraknar arrodillado, escupiendo agua. Para su mala fortuna observó cómo bajo los pies de tal ser comenzaba a formarse un círculo y en el interior de este un dragón. Iba a escapar y no podía permitirlo. Y siguió manejando a su criatura.

El dragón de Kun agitó su cola con violencia, lanzando a su enemigo a varios metros, donde una vez se incorporó el hombre vomitó sangre. El Dra´hi volvía al ataque. La boca de su dragón estaba abierta, lista para despedazar en sus mandíbulas al hombre que había sumido en desgracia a Meira durante siglos, pero a pocos centímetros de llegar a él; de nuevo el círculo volvió a formarse bajo Juraknar y en esta ocasión, desapareció.

—¡Maldita sea! —refunfuñó Kun—. He estado tan cerca… —se lamentó y entonces buscó a sus compañeros.

Todos estaban encima del dragón que controlaba Kirsten y le miraban estupefactos. Manejando a su criatura de hielo voló hasta alcanzar la misma altura que ellos.

—Vayamos hasta donde tenemos los caballos —sugirió Daksha—. Aquí no estamos seguros.

Y de esa manera, ambas bestias cruzaron parte de los cielos de Lucilia; sortearon fosos, ahora un lugar quemado, hasta llegar a la zona donde tenían las monturas. Una vez allí bajaron del dragón y todos vieron como el animal emprendía el vuelo, alejándose velozmente. En cambio, la criatura de Kun ascendió hasta que le perdieron de vista, para al instante un torrencial de agua caer sobre ellos debido al elemento que había mantenido con aspecto de hielo al dragón.

Y aunque todos coincidían en alejarse, hicieron un alto. Xin permanecía con Niara alejado, hablando con ella, mientras que Kirsten permanecía en el suelo. Estaba abrazada a sus rodillas, con la cabeza escondida entre ellas. Kun estaba al frente; con las manos posadas sobre sus hombros y Daksha detrás de ella, untando sus heridas con una masilla de plantas y salvia que el mismo había preparado.

—¡Ah! —se quejó Kirsten.

—Tranquila, pequeña, ya estoy acabando —le animó Daksha—. Lo estás haciendo muy bien.

La chica gimió y apretó con más fuerza sus puños en las piernas, intentando controlar sus ganas de gritar.

***

Con disgusto, Xin contemplaba que todas sus ropas estaban mojadas. Y a poca distancia de él, Niara no dejaba de temblar e incluso juraría que los labios comenzaban a ponérsele morados.

Tras lanzar un suspiro se acercó a ella y posó sus manos sobre sus hombros. Sorprendido observó que no le rechazaba, por lo que comenzó a frotar sus brazos con intención de darle calor.

—Creo que estás cerca de un estado de hipotermia y mis ropas están todas mojadas. Solo puedo darte calor con mis manos, no pienses que lo estoy haciendo con otro propósito —explicó, observando como la chica asentía—. Niara, sé que dicen de ti que no hablas, pero eso no es cierto porque en nuestros contactos yo escuché tu voz. Así que habla conmigo y dime que te pasa.

—¡Maté a mis padres! —confesó.

Xin no pudo evitar sorprenderse por sus palabras. No sabía si eran fruto del delirio o eran reales, pues ahora que estaba más cerca de ella, percibía las altas temperaturas febriles a la que estaba sometida y cada vez los tiritones eran más fuertes. La abrazó y comenzó a frotar su espalda, intentando trasmitir más calor.

—No quise hacerlo. ¿Recuerdas que te dije que era dama de tierra? —susurró la chica, aunque no esperó que él respondiera. Seguía hablando, cada vez de manera más débil—. Lo soy, pero a veces no lo controlo. De verdad, no te miento, te lo prometo. A veces no puedo controlar lo que hago. Y ellos, los que trabajaban para mi hermana y las otras damas, tiempo atrás averiguaron que Laysa y yo no éramos normales. Pero nos traicionaron. Había un hombre del que yo sospechaba que no era de fiar. Quería llevarnos al castillo, pero mi padre se negó y por ello pensaba matarlos y llevarnos a nosotras a la fuerza. Me enfadé, no quería que les ocurriera nada. Daban tantas voces y mi padre estaba tan furioso... No quería que nos llevaran al castillo, y yo tampoco quería ir. El suelo comenzó a temblar, hice un gran cráter... Cayeron por él, yo los maté.

—¿Quién te dijo eso?

—El hombre que vino a recogernos. Era un Manpai. Mató a mi hermana hace poco, la degolló. Él nos traicionó y dijo que yo había matado a mis padres.

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