Despertar

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—¡Vamos, tranquila! —le dijo él, y ocultó la cabeza en su pecho—. Eso no es cierto, tú no los mataste, fue un accidente; el hombre solo quería hacerte daño. No eres mala persona. Ahora mírame —exigió—. ¡Eso es! —dijo complacido—. ¿Qué te duele?

—El brazo y tengo mucho frío.

—Muy bien, voy a llevarte a un lugar seguro y descansarás. Ahora escúchame: estás cansada y voy a hacerte dormir. Te clavaré una aguja en el cuello, pero te prometo que no te dolerá, y cuando despiertes estarás mejor. ¿Confías en mí?

Niara asintió, cerró sus manos fuertemente sobre su camisa y cerró los ojos, esperando sentir el pinchazo y al instante cayó dormida en sus brazos.

***

Una vez Daksha terminó de hacer las curas, Kun dejó caer una de sus camisas sobre Kirsten, tapando así su desnudez y le ayudó a abrochar los botones, conservando su intimidad.

El galopar de un caballo les hizo mirar hacia él y contemplaron a Lizard, que se había adelantado a inspeccionar los alrededores.

—Nada, está todo desierto. Aun así, creo que el mejor lugar donde podemos quedarnos en el castillo abandonado.

Kun y Xin hicieron caso del consejo de Lizard y emprendieron la marcha siguiendo las monturas de los hombres. No tardaron en llegar a Naisa, una ciudad destruida de la que Xin supo que era la aldea de nacimiento de Niara. Aun así, la dejaron atrás y cabalgaron en dirección sur hasta que en un acantilado encontraron un castillo de forma extraña.

Su altura era impresionante y poseía tres torres de distintas alturas. Era de color beige y tenía ventanas circulares. Según Daksha, aquel castillo era ancestral, de fecha muy anterior a Juraknar. Un ejército de una antiquísima raza lo ocupaba, los lizman. Descubrieron entonces que su último descendiente cabalgaba con ellos, Lizard, quien, por cierto, no se encontraba a gusto con la historia de sus antepasados, pues su ardiente deseo, decía Daksha, los llevó a la perdición y cayeron ante la tribu de unas exóticas amazonas llamadas las tigresas. Muchos perecieron bajo su mano, aunque con el reinado de Juraknar incluso las tigresas perdieron su control sobre Crysalia, planeta que fue su hogar.

Daksha fue el encargado de repartir las habitaciones, ya que conocía cada recóndito lugar del castillo. Envió a los Dra’hi a la torre más pequeña, mientras que ellos ocuparon la más alta. Los hermanos los vieron perderse en un pasillo susurrando la palabra Oculta. Estaba cerca, lo sabían, y quizá fuera mejor esperar en aquel lugar hasta que pasara.

Tras perder de vista a los hombres, se encaminaron hacia el pasillo, oculto en sombras, y al fondo encontraron unas escaleras que subían al piso superior. Eligieron las dos primeras habitaciones.

Kun y Kirsten entraron en la suya, y mientras él abría las oscuras y pesadas cortinas, ella encendió el fuego. Frente a la chimenea, de mármol negro, había dos divanes rojos de aspecto muy cómodo, y a la izquierda un biombo blanco; tras este, un tinaja vacía e inundada de polvo.

La pareja dejó sus pertenencias frente a las llamas, esperando que secasen pronto, pues incluso las ropas que llevaban estaban mojadas y resultaban muy incomodas.

Kun se ausentó unos minutos y regresó con mantas en color rojo de otras habitaciones.

—Si seguimos con estas ropas mucho más, pillaremos una pulmonía —añadió mientras se quitaba la camisa y le tendía a la chica una manta—. Ve y cámbiate.

Kirsten asintió y se cubrió a la altura de las axilas. No llevaba el vendaje que debía cubrir la marca del dragón y eso le provocaba terribles punzadas, por lo que era necesario volver a vendarlo. Y semienvuelta, regresó junto a Kun e inevitablemente le lanzó una mirada de arriba abajo. El muchacho había utilizado la manta como una especie de toga romana; llevaba parte del pecho al descubierto y también sus caderas. Y estaba tan sexy que Kirsten sintió que el rubor cubría sus mejillas al volver a ver la desnudez de su pecho o sus musculosas piernas.

—¡El vendaje! —exclamó Kun lanzándose sobre su zurrón y sacando de él las vendas—. Perdóname, Kirsten, lo olvidé. Estaba tan centrado en las heridas de tu espalda.

La chica no dijo nada; algo inusual en ella, pero entre las punzadas del pecho y la espalda, apenas podía articular palabra. Tomó asiento frente a él y bajó unos centímetros más la manta, cubriendo apenas su desnudez permitiendo al muchacho poder trabajar mejor, llegando a cubrir por completo la marca que la señalaba como hija de Juraknar.

—¿Crees que lo has matado? —preguntó al fin, tomando asiento frente al fuego, con las manos cerca de este para entrar en calor—. A mi padre. Le diste una gran paliza. Fue increíble lo que hiciste con el dragón. Me pregunto si estás haciendo esfuerzos para mantenerte en pie o no.

Kun se acercó a ella e hizo el mismo gesto con las manos para entrar en calor.

—Créeme, si lo hubiera matado, lo notaríamos. Le he herido, puede que de gravedad, pero ya le heriste tú con anterioridad. Somos un gran equipo. Dragón de fuego y agua.

—¡Eso solo lo dices para que me sienta mejor por mis orígenes! Niara es muy bella y se ve que es muy dulce. El tipo de chica al que los Dra´hi estarían destinados. Dijiste que ella y Xin conectaron a pesar de estar en distintos planetas… —sus palabras se vieron interrumpidas cuando los labios de Kun se posaron sobre los de ella. La boca de Kirsten se abrió a la del chico, recibiendo su lengua, que juguetona, se unió a la suya.

—¡Nosotros también conectamos! —fue la única defensa de Kun y volvió a besarla.

Más tarde y tras llenar sus estómagos, descansaron.

***

En otra torre, alejados de los Dra´hi, Lizard y Daksha habían buscado intimidad, lo cual les permitía hablar de sus planes.

—¡Está cerca! —dijo Lizard—. Y para ir al norte deberemos cruzar Lobo Azul. ¿Te ves con fuerza de volver?

—Fue nuestro hogar y, a pesar de lo ocurrido, mi pueblo no me dio la espalda. Te recuerdo que decidí marcharme y tú me seguiste.

—Va a ser difícil de ocultar a los Dra´hi tu secreto. Quizá deberíamos partir cuanto antes a Lobo Azul, allí contamos con el apoyo de los demás —murmuró Lizard, preocupado.

—Quizás no sea mala idea. Ante todo debemos demostrarle que somos de fiar, sino, se alejarán de nosotros. He de reconocer que cuando Kirsten se ha descubierto, has manejado muy bien el asunto —le animó Daksha—. Confesar lo horrorizado que te sientes por tus orígenes ha creado simpatía en ella, creo que puedes ganarte su confianza.

Lizard sonrió.

—Descansemos por hoy. Mañana será otro día y cuando vea al grupo mejor, le diré que este lugar no es seguro y hemos de partir a los montes. ¡Les mentiremos!

—Duerme, amigo. Nos vemos mañana —dijo Daksha.

Lizard hizo un gesto afirmativo y tras despedirse de su amigo se retiró a su habitación, donde se tumbó en una pequeña cama y su mente solo podía pensar en una persona: Nadine.

¡Cuánto daño le había hecho y cuánto la echaba de menos! Puede que si salían con vida de aquella cloaca podría ir a Montes de Tigre y decirle cuánto lo sentía. Hacía unos años que no la veía y sabía que su pelirroja podía ser muy inconsciente. Quizá sus últimas palabras fueran ciertas y se atreviera a cruzar la aurora boreal en busca de su hermana desaparecida. Pensar en su pelirroja recorriendo sola los rincones del infame mundo en el que vivían le estremecía. Ella era tan frágil, a pesar de lo que fuerte que intentaba parecer...

Gruñó y se tumbó boca abajo, haciendo sonar el mullido colchón. Conocer a Kirsten le había traído a la memoria a Nadine, a pesar de que no se parecían en nada, excepto quizá el dolor que ambas transmitían e intentaban ocultar tras una lengua larga llena de impertinencias, que él, por otra parte, adoraba.

En realidad, aún no comprendía qué había ocurrido con Nadine. Era una preciosidad y la había seducido. Cuando despertaron aquella mañana, sus palabras le sorprendieron. Le confesó que le quería y que le gustaría que siempre estuviera con ella en Montes de Tigre, hogar de las tigresas, la tribu que había acabado con toda su estirpe, aunque eso a él no le importaba. Había descubierto cosas de su propia raza que no le gustaban y prefería dejar en el olvido. Pero lo que nunca podría olvidar era la cara de Nadine después de lo que le hizo a la noche siguiente.

Él no podía ser hombre de una sola mujer, no podía formar una familia, no podía llegar a ser padre, ¡era imposible! No estaba hecho para esa clase de vida, así que, para que Nadine se olvidara de él, no pudo por menos que hacerle daño. Las tigresas, raza de mujeres con rasgos felinos, solían ser unas fieras y unas gatitas en celo; solo tuvo que buscar a una que estaba bien dispuesta. Y Nadine los descubrió en plena faena. Poco después discutieron y fue la última vez que la vio.

Suspiró amargamente y se masajeó las sienes, intentando así remitir malos recuerdos.

***

A Niara le era imposible conciliar el sueño. Había despertado con un ataque de tos y durante un instante no supo donde estaba. Entonces vio a Xin, que dormía frente a la chimenea, a tan solo unos metros de ella y por su agotada mente pasó todo lo sucedido: la muerte de las damas, el asesinato de su hermana, pero también la llegada de los Dra´hi y de la hija del inmortal.

Un amargo sollozo rompió en su garganta y después otro más. Lloró por lo vivido estos días y la angustia que pasó encerrada en la torre, temiendo por su vida cada instante.

—¡Eh, Niara! —susurró Xin, posando una mano sobre el hombro desnudo de la dama—. Tranquila, ya pasó todo. Te rescaté, como te prometí, ¿recuerdas? Ya estás a salvo.

Pero a pesar de sus tranquilizadoras palabras, el desconsuelo de la chica no cesaba y el Dra´hi la abrazó para consolarla. Para su sorpresa, Niara no se alejó de él, sino todo lo contrario. Lo rodeó con sus brazos, presionando sus desnudos pechos con él.

En cuanto llegaron a la habitación, lo primero que hizo Xin fue quitarle sus prendas mojadas y dejarlas frente al fuego para que se secaran. Sabía que debía habérselo pedido a Kirsten y hasta fue a la habitación de la pareja; pero a través de la rendija de la puerta observó cómo su hermano vendaba el pecho de su amiga y pensó que no debía molestarlos.

Así pues, él le quitó la ropa. Niara no tenía por qué enterarse y admitía que había disfrutado del momento. La piel de la joven era pálida, suave y aterciopelada. Sus senos, más voluptuosos que los de Kirsten, eran firmes y sus pezones, rosados. Aún se estremecía bajo su recuerdo.

Pero no era momento para deleitarse en la exquisita desnudez de Niara; sino en su desconsuelo. Y permaneció inflexivo, aportándole cariño y consuelo, hasta que la dama volvió a caer en otro intranquilo sueño.

***

Ante Kirsten se extendía un desierto de arenas rojizas. En la lejanía se apreciaba una cueva del mismo tono que los alrededores. Por encima de ella, un cielo negro, aunque algunos destellos rojos iluminaban parte de esa zona de Serguilia, pues a Kirsten le sería imposible confundir tan inmundo lugar. Confundida, caminó hacia la cueva, donde ya no estaba sola. Había mucha gente, también personas a las que no conocía.

Su mirada fue a parar a Kun. Le daba la espalda y actuaba como si no la viera. Junto a él estaba Xin. Ambos miraban hacia el interior de la cueva y de allí salió algo enorme que la paralizó. Un escorpión caminaba hacia ellos con su cola preparada para matar.

Gritó, pero nadie pareció escuchar su grito. Corrió, intentó advertir a Kun dándole palmadas en el hombro, pero lo atravesaba. Ambos hermanos estaban quietos ante la imagen, desarmados. El escorpión caminaba hacia ellos, sin inmutarse. Entonces lo comprendió. Ella solo estaba allí como espectadora, y aguardó.

La cola del escorpión se irguió y clavó su aguijón en el pecho de Kun, que gritó de dolor. Impotente, observó que una extraña aura verde salía del cuerpo de Kun, volviendo brillante la cola. Kun cayó al suelo sin vida, pálido y demacrado. Luego el escorpión inyectó de nuevo su veneno en el pecho de Xin, quien emitió un gemido que cesó al momento; su cuerpo vibró y se tiñó de colores, con auras verdes y azules.

De repente un fogonazo de luz le cegó y cuando abrió los ojos el entorno había cambiado.

Estaba en una torre y una joven le daba la espalda. Llevaba el pelo largo, sucio, encrespado y lucía un vestido marrón. La torre era triste, solo una cama ocupaba la estancia y una cuna a su derecha. Reparó entonces en un pequeño bulto que se movía débilmente. Caminó hacia la cuna y observó al bebé, un niño con brillantes ojos verdes, cabello rubio y piel pálida. Algo le era familiar en él y el corazón se le aceleró bruscamente. Apartó las sábanas y un grito se ahogó en su garganta: el niño llevaba dos marcas: un dragón negro rodeando a una serpiente, una fusión de dos personas.

La mujer se dio la vuelta y se encontró con su propia imagen: la joven que le daba la espalda era ella misma y en un avanzado estado de gestación. Entonces comprendió que los planes de su padre habían funcionado. Nathrach la había poseído y ya tenían un hijo.

Gritó, negó con la cabeza e incapaz de aceptar lo que veía, cerró los ojos. Pero la cálida voz de una mujer resonó en su cabeza.

—Lo que has visto ha sido una premonición —susurró—. Puedes llegar a cambiarlo. Lucha, nunca te rindas y conseguirás escapar al destino que te espera.

Entonces sintió que alguien la tocaba por los hombros y antes de abrir los ojos, dio un empujón, además de asestar un puñetazo. Nerviosa se incorporó y observó cuanto le rodeaba. Había soñado. Nada era real… nada, pero el contacto si lo parecía y entonces observó a Kun sentado en el suelo con su mano derecha cubriéndose el ojo izquierdo.

—¡No, no, no! —se lamentó nerviosa—. Te he pegado… te he pegado. Lo siento, de veras que lo siento —se disculpó, nerviosa, observando sus dedos teñirse de rojo—. Ahora no.

Kun volvió a la cama de inmediato tomando las manos de la chica, extinguiendo en un segundo el fuego que amenazaba explosionar a su contacto.

—Respira hondo, no pasa nada. Estabas teniendo un mal sueño. Debí haber tenido cuidado al despertarte.

Kirsten sollozó y le apartó la mirada avergonzada.

—Perdóname. Pensaba que seríais Nathrach… he…he soñado con el futuro. Una mujer me ha dicho que he tenido una premonición. En ella morías, Kun, morías y yo, yo, tenía hijos de Nathrach. El bebé tenía la marca de ambos y estaba embarazada. ¡Es el futuro! Se va a cumplir. Tú morirás…

Kun tomó asiento en la cama, apoyando la espalda en el cabecero de la cama, para a continuación coger a Kirsten y ponerla encima de él, abrazándola con cuidado de no dañar las heridas de su espalda.

—Tranquila, solo ha sido una pesadilla. Estoy aquí contigo. No moriré, escúchame, Kirsten —le pidió tomando el rostro de las chicas entre sus manos a la vez que limpiaba el rastro de lágrimas que lo surcaba—. Tú me has visto hoy. Has comprobado de lo que soy capaz y creme, Nathrach no podrá acercarse a ti. Y tu padre no te llevará con él. ¡Todo saldrá bien! —la consoló a la vez que volvía a abrazarla de nuevo.

Durante unos minutos escuchó sus sollozos y sintió sus manos aferradas a su espalda con fuerza. Aunque parecía más tranquila, aún estaba lejos de recuperarse tras la pesadilla y había sido un día muy largo para todos. Entonces la mirada de Kun fue a la muñequera que le entregó Xinyu antes de partir y que estaba llena de agujas. Con cuidado extrajo una y la inyectó en un punto estratégico en la nuca de la chica, sumiéndola en un tranquilo sueño. Y tras tumbarla en la cama, él se acomodó junto a ella y durmió. No despertó hasta bien entrada la mañana, cuando la estancia ya estaba bañada por la débil luz del día. Agotado se incorporó y sintió una pequeña punzada en el ojo izquierdo. Sin duda, Kirsten tenía un buen gancho de izquierda y no le hacía falta mirarse a un espejo para saber que tenía el ojo morado.

Tras cubrir a la chica con mantas, pues aún deseaba que durmiera un poco más, salió de la estancia y se dejó guiar por el sonido de las voces de Daksha, Lizard y Xin. Provenían de una estancia al fondo, de donde también surgía un agradable olor.

En cuanto entró en la sala descubrió que el grupo había montado allí la cocina. Sobre el fuego había un caldero; Daksha estaba frente a él, cocinando, mientras que Lizard y Xin permanecían en una mesa, lavando algunos cuencos.

—¡Vaya! —exclamó Lizard cuando descubrió a Kun en la sala—. Cuando nos despedimos ayer tu ojo no tenía esa pinta. ¡Menuda noche habrás pasado para acabar así!

—Si al final le va a molar que le den caña —susurró Xin.

—No digas gilipolleces, Xin —murmuró molesto, acudiendo junto a él y ayudándole a lavar los cuencos—. Tuvo una desagradable pesadilla. No es capaz de borrar a Nathrach de su cabeza y me llevé un golpe, ya está, fin del tema.

—Te creo, te creo —añadió Xin—. Si te la hubieras tirado estarías de mejor humor.

Kun ni siquiera se molestó en responder a su hermano. Se dirigió a Daksha con dos cuencos y observó que el hombre estaba preparando gachas con leche. Mientras esperaba, el hombre le explicó que Lizard se había acercado a una población cercana, donde se había hecho con la leche. Algo que todos agradecían, pues deseaban tomar algo caliente.

—Oye, Daksha —murmuró Kun—. ¿Las premoniciones son reales? ¿Existen en este mundo?

Tras sus preguntas, las miradas de Lizard y Daksha fueron en dirección al Dra´hi.

—Cuando Kirsten despertó, dijo que no había tenido una pesadilla. Una mujer le había mostrado el futuro, ¡nuestro destino! Y al final… al final, Nathrach conseguía poseerla y tener hijos con ella.

Durante un instante, Daksha no dijo nada. Tomó los cuencos de Kun y los llenó, para a continuación servírselos al joven.

—Sí, las premoniciones existen, pero el destino se puede cambiar. Que Kirsten haya visto eso no tiene por qué cumplirse; al menos está advertida y créeme, todos los de esta sala lucharemos para que esa línea temporal no se cumpla. ¡Lucharemos contra ello! —le animó y con agrado observó como el ánimo de Kun se levantaba—. Ahora ve y comed. Siento deciros que Lizard y yo hemos descubierto que este lugar no es seguro para pasar las noches de Oculta —añadió mirando a su amigo.

La noche anterior había quedado la misión en manos de Lizard para pensar en alguna excusa que inventar para sacar a los Dra´hi de ahí y seguir guiándolos por el camino que ellos deseaban. Y ahora, al ver a Kun tan preocupado y aliviado a la vez cuando él le había dado ánimo, no había visto mejor ocasión para hacerles creer que ahí no estarían a salvo.

—En los montes cercanos vive mi pueblo —prosiguió Daksha—. Los Lobos Azules. Ellos nos resguardaran, ampararan y podremos permanecer allí todo el tiempo que deseemos. Las chicas están agotadas y darles descanso en un lugar seguro les vendrá bien.

—¿Cuándo partimos? —interrumpió Xin.

—Si salimos mañana al alba… al anochecer ya estaremos en las cuevas.

—De acuerdo entonces —dijo Kun—. Partiremos mañana.

Kun se marchó de la sala seguido de Xin.

***

Kun dejó los cuencos en la mesilla, se giró e hizo cara a su hermano.

—Quizás sería buen momento para llamar a Clay —dijo Xin—. Vale, Daksha ha dicho que el destino se puede cambiar, pero ayer su padre fue solo a por ella. Ni siquiera le importó nuestra presencia; solo está centrado en que Nathrach se la folle.

—¡No voy a llamar a Clay! Y fin de la discusión. No voy a enviarla de nuevo a la pagoda, porque yo también creo las palabras de Nathair y alguien cercano nos traiciona.

—¿De verdad confías en un Ser´hi? Es cierto que Nathair nos ha ayudado, pero yo no confió en él —replicó Xin—. Y además, esta responsabilidad no tiene por qué caer en ti. Si quiero, yo también puede hacer llamar a Clay y Xinyu para que se la lleven —añadió caminando hacia la cama. Apartó las sábanas y observó que Kirsten le daba la espalda y con cuidado bajó la manta con la que estaba cubierta. Entonces vio las marcas de los latigazos que Juraknar le había propinado. Eran tres ; las heridas eran profundas y alrededor de ellas la piel mostraba señales de quemaduras—. Míralas, mira lo que le pasó ayer. Sabe dónde estamos y volverá. Reconócelo, con Kirsten viajando con nosotros nos será más difícil llegar al norte. Esa es nuestra misión. Destruir lo que allí nos espera.

—¡Vale! —dijo Kun cruzándose de brazos—. Pues si enviamos a Kirsten a Draguilia, también podemos hacer lo mismo con Niara. Ya la has rescatado. No tiene sentido que viaje con nosotros y estoy seguro de que Clay y Xinyu podrán encargarse de ella.

—Hmm… no, no es lo mismo. Niara puede sernos útil. ¡Maneja la tierra!

—¿De verdad es por eso por lo que quieres que viaje con nosotros o por lo que Nathair dijo? —preguntó a la vez que suspiraba—. Escucha Xin, no podemos enviarla de vuelta. A ninguna de las dos. Antes de marcharnos sucedió algo…

Con pocas palabras Kun le relató lo que vio en los pasadizos de la pagoda. Aquella persona que observaba a Kirsten, a quien siguió y manifestó los mismos poderes que Clay, a quien incluso logró herir y por desgracia, vio como más tarde su tutor tenía la misma herida en el mismo lugar.

—No quería que lo supieras… ni yo mismo sé si lo que pasó es cierto o no —murmuró con la cabeza gacha y los ojos llenos de lágrimas.

—¡No te creo! —exclamó Xin—. Eso no pasó… ¡no puede ser! ¡Clay nos quiere! Nadie nos está traicionando, ¿me oyes Kun? Nadie y mucho menos Clay —gritó y se marchó de la habitación dando un portazo.

Fue derecho a su habitación y angustiado tomó asiento en el diván que había frente al fuego, donde comenzó a sollozar. Su hermano debía estar equivocado, alguien los estaba engañando, era la única explicación que encontraba a lo sucedido.

—¡Xin! —susurró Niara tomando asiento junto a él—. ¿Te encuentras bien?

El Dra´hi no respondió. Intentó controlar sus sollozos, pero lo único que consiguió es que su cuerpo se convulsionase violentamente y al momento era consolado por Niara. Sus brazos le rodeaban y tenía la cabeza apoyada en su hombro y nunca había sentido una sensación tan extraña. Calidez, dulzura… junto a ella, todo el dolor desaparecía.

***

Una vez Kun le quitó a Kirsten la aguja, la chica despertó de inmediato, que confundida se incorporó. Estaba descansada y no había tenido ni un mal sueño durante la noche.

—Ten —dijo Kun ofreciéndole el cuenco con las gachas—. Desayunemos.

—¡Tienes el ojo morado! —exclamó horrorizada.

—Así es —confirmó Kun y se llevó una cuchara del desayuno a la boca—. Y ya he tenido que aguantar las bromitas de mi hermano y Lizard. Lo primero que pensaron es que eres bastante fogosa en la cama, algo que con el elemento que manejas dan por sentado —añadió divertido al ver la consternación en el rostro de la chica—. Pero ya les he explicado que, todo esto ha sido fruto de un terrible sueño. Aunque hubiera preferido ganármelo de la manera en la que ellos habían pensado. ¡Ah! —exclamó cuando la chica le dio un codazo en las costillas—. Deja de utilizarme como un saco de boxeo. Ya comprobé ayer por la noche que eres muy buena con los puños.

—¡Lo siento! —exclamó divertida—. Pero gracias por preocuparte por mí y por hacerme dormir toda la noche. ¿De verdad piensas que no sé lo de las agujas o cuando las usas? —preguntó con el ceño fruncido.

—Ya que veo que estás de mejor humor que ayer, te dejo a solas. He de hablar con Xin…—confesó levantándose de la cama. Conocía a su hermano y su carácter temperamental y esperaba que ahora pudieran mantener una conversación más tranquila.

—Espera Kun —dijo Kirsten de rodillas en la cama y tomando la mano del chico, obligando a que se girase y quedase frente a ella—. Siento mucho lo de ayer. Detesto haberte hecho daño.

Kirsten deslizó sus brazos por la nuca del chico y lo besó. Las bocas de ambos se abrieron, ansiosos y deseosos de estar en contacto, mientras que las manos de Kun se deslizaron por la cintura de la chica, firme y estrecha. Los cuerpos de ambos se pegaron más y el Dra´hi jadeo al sentir los pechos de Kirsten pegados a él. Las manos de Kirsten descendían suavemente por la espalda de Kun, hasta llegar a la cintura, para a continuación introducir sus manos bajos las prendas del joven. Se deleitó en la espalda de su amante; en deslizar las puntas de sus dedos por las cicatrices del muchacho, esperando que con ese mero contacto, de alguna manera, aliviase el dolor que debió sufrir.

Mientras, Kun, seguía explorando el cuerpo de su chica, disfrutando de cada segundo, cada caricia, hasta detenerse en el trasero de la chica. Lo rodeó e izó a Kirsten que lo rodeó con las piernas, tomando él asiento en la cama, quedando ella encima de él.

En ese momento hicieron una pausa, ambos con la respiración entrecortada. Kirsten deshizo el nudo que permitía que la manta quedase pegada a su cuerpo y la dejó caer, quedando semidesnuda frente a Kun. Solo llevaba braguitas y aunque ruborizada, no se permitió desviar la mirada del muchacho.

Kun deslizó con suavidad su mano por el pecho de Kirsten, como si fuera la pieza más delicada y frágil que nunca pudiera llegar a tocar. Era suave, cálido y un estremecimiento le recorrió de pies a cabeza cuando el pezón se puso erecto bajo su contacto.

Kirsten ayudó a Kun a quitarse la camisa para que ambos pudieran llegar a sentirse mucho más; para que sus cuerpos estuvieran pegados el uno al otro y volvieron a besarse.

***

Daksha y Lizard seguían en la cocina. Mientras que este último organizaba los alimentos para el viaje que les esperaba en las montañas, Daksha se ocupaba de las medicinas. Tenía que volver a hacer las curas a Kirsten y en ese instante preparaba un gran cuenco.

—Ha sido un buen golpe aprovechar que el Dra´hi estaba preocupado por las premoniciones para guiarlos hacia otro lugar —intervino Lizard—. Aun así, ha sido arriesgado. Sé que estás agotado y tienes miedo, pero no debemos jugar nuestras cartas con Kun. De todos, es el más cauto.

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