Despertar

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—También el más débil cuando algo afecta a Kirsten. Tranquilo, amigo, no me hubiera arriesgado si no hubiera visto que la ocasión era aprovechable. Al menos, por el momento, todo sigue según lo previsto.

—Bueno, pero juega tus cartas con las chicas. Ganándonos su confianza, el que los Dra´hi coman de nuestras manos es solo cuestión de tiempo.

Daksha asintió y salió de la estancia en dirección a la habitación de Kun y Kirsten.

***

La pareja seguía deleitándose en caricias y en explorar sus cuerpos, disfrutando de cada momento, ansiando tener más de ellos. Kirsten jadeó debido al contacto de Kun con sus pechos y ocultó la cabeza en el hombro del muchacho; estaba viviendo una grata sensación, un escalofrío le recorría de pies a cabeza y un hormigueo crecía en su vientre, amenazando con hacerla explosionar en una oleada de placer.

Pero una exhalación de pavor rompió en sus labios al notar la erección de Kun marcada con sus braguitas. Irremediablemente sus uñas se incrustaron en la espalda del chico, debido al atroz recuerdo que amenazaba con perturbar su mente y en ese instante, las manos del chico tomaron su rostro y le obligó a que le mirase.

—No quiero que tengas miedo, no va a pasar nada que no quieras, Kirsten, nada, ¿vale? —preguntó él—. No puedo controlarlo. Me gusta estar contigo y mi cuerpo reacciona de la manera en la que reacciona el cuerpo de todo hombre, al fin y al cabo, soy uno —añadió arrancando una risa a la chica—. A ver cómo te digo esto sin sonar vulgar —murmuró pensando—. Lo que te quiero decir, es que cada vez que mi cuerpo demuestro lo contento que está por estar contigo —dijo lanzando una mirada a la entrepierna—, no significa que vayamos a tener sexo. Tú decididas cuándo podemos hacerlo; simplemente no te asustes cuando notes que me excito. Nunca te forzaría, ¡nunca!

—Vale —susurró ella, apoyando su frente con la del Dra´hi—. No te tengo miedo y…y estoy avanzando. No tiemblo cuando me tocas y, bueno, aunque me cuesta un poco, estoy empezando a acariciarte…

—Lo sé —añadió Kun probando de nuevo sus labios—. Lo estás haciendo muy bien. Lo superarás, ya lo verás.

En ese instante llamaron a la puerta y la pareja se apresuró a vestirse y dieron la orden de entrada. Era Daksha, quien venía a ocuparse de las heridas de la chica. Kun aprovechó para dejarlos solos e ir a hablar con su hermano. Llamó a la puerta hasta en dos ocasiones, pero no recibió respuesta. La abrió muy despacio, esperando no interrumpir nada y entonces los vio. Ambos estaban frente al fuego, en el diván; Niara consolaba a Xin, que estaba abrazado a la chica. Aunque lo que más les sorprendió fue ver una extraña luz dorada que rodeaba a ambos; una energía vibrante y tranquilizadora, que cuando él carraspeo provocando se separasen y desapareció.

—Niara, puedes darnos unos momentos a solas. Tenemos que hablar.

La dama tomó sus ropas, ya secas y abandonó la estancia.

Kun tomó asiento junto a su hermano; tenía los ojos ligeramente enrojecidos y sus manos fuertemente apretadas en el diván.

—Yo tampoco creo que Clay nos esté traicionando, ni Xinyu, ni siquiera Shen. Pero de lo que estoy seguro es que la pagoda no es un lugar seguro, que alguien entra y sale a su antojo sin que ninguno de los hechizos que lancemos e invoquemos surja algún efecto.

—¿De verdad lo crees? —preguntó Xin, mirándolo—. Ellos no nos harían daño, ¿verdad? Clay y Xinyu nos quieren… ¡son nuestra familia!

—Claro que lo son —dijo Kun, atrayendo a su hermano y abrazándolo—. Ellos nunca nos harían daño y más adelante descubriremos quien ha intentado destrozar nuestro cariño hacia ellos, pero ahora debemos estar centrado en esta misión, ¿vale? No podemos distraernos.

Xin asintió a la vez que se separaba de su hermano.

—Cuando he entrado he visto algo curioso —confesó Kun, poniéndose en pie mientras recogía las prendas que ya estaban secas—. Una luz os rodeaba a Niara y a ti… no sé explicarlo, pero supongo que de alguna manera estáis conectados. Como si fuerais almas gemelas. Al fin y al cabo, ella contactó contigo y eso debe significar algo.

—¿Crees en eso? —inquirió Xin—. ¿Almas gemelas?

—No estamos en la Tierra, sino en Meira. Un lugar mágico y nosotros no somos humanos comunes y corrientes. Así que si, Xin, creo en eso y mucho más. Ya me dirás que sientes con Niara cuando empecéis a intimar, porque he sentido la energía que desprendéis y vaya, era sorprendente y gratificante.

Xin no dijo nada. Ayudó a su hermano a preparar las pertenencias para el viaje del día siguiente mientras pensaba en la sensación que le había recorrido mientras abrazaba a Niara.

***

En la habitación de Kirsten, Daksha curaba las heridas de la chica mientras que Niara permanecía cerca del fuego, ya vestida y sin apartar la mirada de la hija del inmortal hasta que esta le desafío con la vista.

—¿Esperarás a que estemos solas para matarme? —le preguntó sin divagaciones—. ¿Acaso crees que no vi como creaste la lanza de piedra y Xin te impidió utilizarla?

—Eres la bastarda del inmortal.

—¡Dama de tierra! —le interrumpió Daksha—. Nunca has sido conocida por tu habla, precisamente, pero ahora que al parecer has recuperado la lengua espero que te comportes como la dama que eres en realidad y conserves tus modales —reprochó, dando por terminada las curas de la muchacha—. Ya está, Kirsten, hemos terminado.

La chica se levantó y fue tras un diván, donde le esperaba su ropa ya seca. Y una vez lista, se encaró con Niara.

—Sí, es cierto, muy a mi pesar no puedo ocultar mis orígenes. Me encantaría ser una damisela como tú que solo se ha preocupado en la vida de coser, saber cantar, manejar un elemento y estar protegida en una burbuja de cristal.

—¡Vaya! —exclamó Lizard cuando entró en la estancia. Hacía tiempo que su amigo se había marchado y preocupado había ido en su busca—. Esto amenaza con convertirse en una pelea de gatas.

A Niara no le habían gustado las palabras de Kirsten, pero intentó mostrar serenidad, pues conocía las consecuencias de sus actos cuando perdía los nervios.

—No puedo elegir mis orígenes y créeme, me encantaría que mi padre no fuera un asesino despiadado. Me hubiera encantado tener una familia común y corriente, pero no ha sido así. Y lo único que puedo hacer, lo único que haré, será ayudar a los Dra´hi a liberar Meira. Y tú piensas lo que quieras; poco pueden hacer las palabras, serán mis actos quienes hablen por mí. Aun así, te diré que no soy tu enemiga.

Niara se cruzó de brazos y lanzó un amargo suspiro.

—Si los Dra´hi han confiado en ti y han decidido que viajes con ellos, yo haré lo mismo y confiaré en ti.

Tras la tregua pactada por las chicas, el grupo pasó el resto del día sin percance alguno, al igual que la noche. Ya con el alba, como tenían previsto, cabalgaron dirección Lobo Azul, un poblado oculto entre montes.

Con los caballos acortaron parte del camino, pero tuvieron que deshacerse de ellos cuando los senderos entre las rocas se volvieron demasiados estrechos para los animales y prosiguieron a pie.

Cuanto más avanzaban más frío sentían, pero siguieron ascendiendo entre caminos secos y empinadas cuestas durante horas. Con la noche la ascensión era más peligrosa debido a las heladas. La respiración se volvía más pesada y la nieve más abundante. Avanzaban bajo un cielo iluminado por dos lunas llenas y una creciente, aunque pronto dejaron atrás su tranquilizadora imagen, pues se adentraron en una cueva de hielo: en realidad, era un laberinto.

Los Dra’hi, vacilantes, se detuvieron ante tres bifurcaciones. Pero Daksha lideró el grupo, tomando la del centro, y advirtiéndoles sobre la importancia de volver a dirigir ellos la marcha, ya que el suelo que pisaban podía ser una trampa. Las cavernas estaban llenas de trampas para posibles intrusos y muy pocos conocían el modo de evitarlas. Daksha se detuvo y señaló al suelo. Los Dra’hi no veían nada peculiar; el suelo estaba helado, en algunas zonas más claro que en otras, pero nada raro.

Daksha suspiró, cogió el arco y lanzó una flecha a un carámbano que amenazaban con caer. Y lo hizo en una zona clara del suelo, resquebrajándolo y abriendo un agujero en él por el que podrían haber caído. Repitió lo mismo con otro y este cayó a una zona más oscura, donde se rompió en varios pedazos sin ocurrirle nada al suelo esta vez.

Tras la demostración, comenzó a cruzar el largo pasillo seguido de los demás, teniendo sumo cuidado de no pisar las zonas más claras. Se encontraron luego frente a otras cuatro bifurcaciones, pero antes de seguir hicieron un alto para reponer fuerzas.

—¿Qué nos puedes decir de tu pueblo, Daksha? —se interesó Kun—. ¿Cómo ha sobrevivido todo este tiempo a la era del inmortal?

—Ha sido gracias a las montañas y las trampas que ahora estamos surcando. Por lo demás, son hombres honorables e inteligentes.

—Te olvidas de algo muy importante, ¿no crees? —le interrumpió Lizard—. Ya estamos cerca del poblado y hay algo que tenéis que saber sobre esta raza y siento que dos señoritas estén delante de nosotros, pero ellas también tienen que saberlo.

—Sus instintos animales son más intensos que en los seres humanos —añadió Niara—. En especial, en aquellos de raza pura —explicó observando la sorpresa en el rostro de Lizard y Daksha—. Leía mucho en el castillo…

—¿Qué significa lo que has dicho? —se interesó Kirsten dirigiéndose a la dama.

—Hmm…—murmuró Lizard—. Esto no hay manera delicada de decirlo. Son como animales en celo, nena. A eso se refiere la dama con que sus instintos animales son más intensos. Es ver una mujer y perder toda la cordura. Pero también son inteligentes y creedme, ese poblado es seguro para vosotras. No os llevaríamos allí de no ser al contrario. Aunque os recomiendo que una vez lleguemos, hagáis gestos de cariño hacia los Dra´hi. Interpretarán que sois sus hembras y para nada se atreverán a desafiar a los hijos del dragón.

—¡Que salvajada! —exclamó Kirsten con los ojos en blanco—. Esto es como volver a la prehistoria. Entonces, ¿no hay mujeres en el poblado?

—No —respondió Lizard—. Si no esto sería una orgía continua, pero existe un pueblo similar de mujeres. Las tigresas, en Crysalia y durante primavera ambos poblados se unen y bueno, nena, ya te harás una idea de lo que pasa. Es la época de procreación. Toda niña nacida se queda con las tigresas y los chicos son enviados a los lobos.

—Y… ¿durante el resto del año? —se interesó Kirsten.

—¡Nunca has oído la curiosidad mató al gato! —le interrumpió Xin—. Ya ha quedado claro que vamos a entrar en un poblado prehistórico.

—Pues —prosiguió Lizard, ignorando al Dra´hi—, el resto del año, muchos son los que buscan consuelo entre ellos mismos y el resto de otra manera…

—Oh, entonces, ¿vosotros estáis juntos? —inquirió la chica—. Pensé que erais amigos, pero se os ve muy cercanos.

Kun carraspeó a la vez que hacía un gesto negativo con la cabeza.

—Perdonadla, a veces no sabe cuándo parar de hacer preguntas o dejar de meterse en la vida de los demás —intervino Kun.

—No estoy preguntando nada malo. Lizard siempre se está metiendo en nuestra relación o haciendo comentarios jocosos.

—No, no estamos juntos —respondió Daksha—. Yo mantengo una relación con una mujer del poblado de las tigresas y Lizard… bueno, él va de flor en flor —explicó mientras daba un sorbo al odre.

—Y una cosa más —prosiguió la chica—. ¿Cuál es la otra manera? Van a ciudades y están con mujeres humanas.

—¡En verdad eres muy inocente! —exclamó Lizard poniéndose en pie y reanudando la marcha—. Hasta la dama ha comprendido a que me refiero —aclaró observando el rubor de la chica y como no apartaba la vista del suelo.

Daksha volvió a guiar al grupo, seguido de Lizard, mientras que los Dra´hi, Kirsten y Niara quedaron más rezagados.

—Oh, vamos Xin, ¿dime qué significa? —exigió, pero su amigo le ignoraba y junto a Niara sacó distancia—. Claro, ahora que tiene que impresionar a la dama ha de comportarse como un caballero de armadura brillante. ¿¡Qué!? —preguntó hacia Kun, observando la sonrisa burlona de este y como alteraba el cabello de ella.

—Con animales, Kirsten, con animales. Esa es la otra manera. Estoy seguro de que a partir de ahora no harás tantas preguntas. ¡Anda vamos!

En efecto el Dra´hi tenía razón. A partir de ahora mediría las preguntas que hiciera, en especial hacia los seres salvajes que poblaba Meira.

Reanudaron la marcha tomando la segunda bifurcación de la derecha. Por ellas llegaron a una sala de misma estructura, salvo que en esta había un camino que seguía hasta donde la vista alcanzaba y por el que se encaminaron siguiendo las indicaciones de Daksha. Solo unos metros más y llegarían al poblado.

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El oscuro color de la esfera fue desapareciendo y se vio envuelta en un blanco puro y brillante que cegó a Juraknar. Se apartó un poco sin en ningún momento dejar de posar sus manos sobre ella. Necesitaba saber qué estaba haciendo su hija y dónde, pero desde que el Dra’hi le había entregado el amuleto le resultaba imposible averiguar dónde se encontraba en cada momento, aunque sí sentía al primogénito.

Estaban en las montañas Lobo Azul. Un lugar desconocido para él. La raza que lo habitaba era la de los lobos azules, seres inteligentes, además de guerreros valientes. Su poblado era sumamente difícil de localizar. El inmortal percibía que serían un peligro para él y su reinado, pero le había sido imposible encontrar la entrada del poblado. Estaba oculto entre cavernas de hielo en las que ni siquiera se atrevía a adentrarse por temor a caer en alguna de sus trampas o morir congelado.

Volvió a observar la esfera y encontró a la chica. Como siempre, iba acompañada del primogénito de los Dra’hi. Pero le sorprendió ver también la imagen de otro hombre: Lizard.

Dejó de mirar la esfera sin dejar de maldecirse por haber subestimado a los Dra’hi ya que pensó que nunca recuperarían su poder. Habían liberado Draguilia y él lo había sentido, su cuerpo se había resentido bastante. Los días que siguieron estuvo débil y cansado. Luego se recuperó, pero seguía preguntándose si se sentiría tan agotado si los demás reinos caían también. Iba a tener que pedir ayuda a las diferentes razas de Meira. Podía enviar a los Ser’hi en su busca, pero no quería arriesgarse a que perecieran en las montañas de Lucilia. Había incontables razas en toda Meira que suplicaban ser sus siervos, quizá fuera el momento de utilizar a dos de ellas.

Salió de la habitación y bajo por las escaleras de caracol hasta que llegó a un largo pasillo iluminado por antorchas que le llevó a la sala del trono.

La estancia, de paredes grises, era espaciosa, con varias columnas de piedra oscura gastada y un trono al fondo con la forma de un dragón. Al lado había una pequeña mesa con una copa ya preparada de su exquisito vino.

Tomó asiento, bebió el contenido de la copa de un solo trago y se sirvió una más, de la que tomó otro trago después de balancearla suavemente. Dejó la copa en la mesa y lanzó un estrepitoso silbido. Kany, su leal siervo, no tardó en acudir a su llamada.

—Quiero que me traigas a dos personas. Mi hija está en Lobo Azul y sabes que soy incapaz de adentrarme en esos parajes helados, y tampoco quiero enviar a los Ser’hi a una muerte segura, por lo que voy a solicitar ayuda a dos personas: Axel y Eliska. A Axel lo encontrarás retozando con alguna doncella, puede que con más de una. Necesito verle de inmediato. Eliska no sé dónde puede estar. Busca en el castillo, quizá aún esté durmiendo en mis aposentos. Tráelos a los dos enseguida.

Kany afirmó con la cabeza e inmediatamente se perdió tras la puerta, dejando solo a su señor.

No le resultaba agradable tener que pedir ayuda a Axel, pero no le quedaba otra opción. No se iría sin pedirle algo a cambio; pero lo tenía todo pensado, pues podía entregarle la vida de Lizard.

Axel y Lizard eran los últimos lizman. Lizard creía que no quedaban más supervivientes que él, pero se equivocaba. El que un día había sido uno de sus mejores amigos seguía vivo. En uno de sus múltiples viajes a Lucilia, Juraknar lo encontró moribundo en un foso. No sabía por qué se habían peleado, pero sí que se odiaban, y Axel estaría encantado de matar a Lizard.

El eco de fuertes carcajadas le hizo volver a la realidad. Junto a la puerta estaban él y Eliska; acudían a su llamada abrazados y bastante contentos, al parecer.

Axel era un hombre fuerte y vestía de oscuro. Sus greñas anaranjadas le caían alborotadas hasta los hombros, y sus ojos negros ardían de deseo por la complaciente joven que rodeaba entre sus brazos.

Algo que molestaba especialmente a Juraknar era la debilidad de los lizman por las mujeres, y Axel perdía la cabeza especialmente por Eliska. Era una mujer atractiva, de acentuadas curvas, firme cuerpo y una vestimenta que no dejaba nada a la imaginación: ajustados pantalones, botas negras, y unas tiras de cuero alrededor de su pecho, dejando parte de su espalda y estómago al desnudo. Su rostro era blanco como la porcelana; sus labios, rosados y sensuales, y su nariz, pequeña y perfecta. Sus ojos negros y profundos volvían loco al inmortal, casi tanto como su negra cabellera rizada.

Era una mujer irresistible, aunque muy pocos sabían que tras esa fachada en realidad se escondía algo más, una raza temida por muchos, que con una sola mirada podía llegar a matar. Los miembros de esa raza en raras ocasiones salían de sus cavernas y se camuflaban bajo apariencia humana. Pero Eliska había venido al castillo en busca de presas para el resto de su colonia y el inmortal le había obsequiado con unos días en el castillo, además de ponerla al día sobre los cambios en su reinado.

La pareja se separó y ambos permanecieron de pie ante el inmortal.

Axel, sin importarle la presencia del soberano, se sirvió una copa de vino y se sentó en un alféizar, alejado de Juraknar, sin dejar de mirarlo. Juraknar requería su presencia. Se había dignado a pedir ayuda a un lizman, por lo que supuso que debía de tratarse de algo de suma importancia.

—Nos habéis hecho llamar. Aquí estamos, supongo que el asunto a tratar es de gran interés. Rara vez el inmortal pide ayuda a un lizman y a una Ticssa. ¿Dónde están tus Ser’hi? ¿Ya no te sirven?

—Para los chicos tengo pensado algo diferente; además están en misión por tierras de Serguilia. Después de su derrota, quieren mejorar. Volverán cambiados, más fuertes, más hombres. Pero eso no importa ahora, tengo algo para vosotros. Sabéis de la existencia de mi hija.

—¡Claro que sí! —interrumpió Axel—. ¿Muchos nos preguntamos cómo ha escapado de una persona tan poderosa como vos? Vivir en este castillo con tantas comodidades, servidumbre, te ha vuelto más débil, tan débil como para que dos niños que aún estaban siendo amamantados se te escaparan hace dieciséis años.

El inmortal sentía que perdía la paciencia. Hubiera pulverizado a aquel hombre con solo chasquear sus dedos, si no fuera porque lo necesitaba desesperadamente. Suspiró y olvidó las palabras de Axel.

—Todos cometemos errores. Si te he hecho llamar es porque quiero que te encargues de una misión.

—¿Qué te hace pensar que la aceptaré?

—Quizá porque Lizard tiene algo que ver.

Fue nombrar a Lizard y la copa que tenía Axel en sus manos estalló en pedazos. Sus fríos y ojos negros, tranquilos hasta entonces, se encendieron en llamas y todo su cuerpo se tensó.

—¡Habla! —exigió—. ¿Qué quieres que haga?

Al inmortal se le dibujó una sonrisa de satisfacción por el cambio de actitud del lizman. Hacía un momento juraría que solo pensaba en la mujer que se encontraba a unos metros de él y ahora clamaba venganza.

—Viaja con mi hija y la quiero a ella a mi lado. Ahora mismo están en Lobo Azul, un lugar que sé que conoces… A cambio de que me la entregues, tendrás a tu disposición la sala de torturas para hacer con Lizard cuanto desees. Sé que llevas años anhelando despellejarlo.

—Seamos claros —exigió—. Cualquiera de tus hombres podría traerla, incluido tú mismo; pero has decidido pedir mi ayuda, y ambos sabemos que antes de hacerlo preferirías amputarte una parte de tu cuerpo. Nunca pides nada a nadie, simplemente ordenas, en cambio conmigo has sido bastante amable. Sé que me sacaste de los fosos con alguna intención, quizá para que algún día te sirviera de ayuda.

—No te creas tan superior, bien podría haberle ofrecido a tu amigo Lizard algo y él estaría junto a mí en este momento.

—¿A quién pretendes engañar? —preguntó divertido—. Lizard es mestizo, hijo de una ramera y un lizman, y no ha heredado nada de nuestra raza. En cambio yo, ser puro, sabes que poseo otras cualidades muy apreciadas. ¡Te haré una demostración! —Se puso en pie y se detuvo a unos centímetros del inmortal. Su aspecto cambió. Sus ropas negras cambiaron y se convirtieron en una fuerte armadura verde oscura. Su cabello anaranjado, encrespado y sucio, se volvió liso y se tiñó de un rojo intenso, y su rostro se transformó en la viva imagen del inmortal—. ¡A ti lo que te interesa es mi habilidad para el camuflaje! ¿Me equivoco?

—Lo que quiero es a mi hija junto a mí, intacta.

Axel sonrió complacido, recuperó su aspecto normal y volvió a sentarse en el alféizar.

—¿Qué quieres que haga exactamente?

—Kirsten se encuentra protegida por el Dra’hi, por el primogénito. Engáñala y tráela junto a mí. Por lo demás, ya sabes que cuentas con todo el castillo para tus planes sobre tu amigo —añadió y le lanzó una esfera de viaje.

Axel tomó el objeto entre sus manos y tras hacer un gesto con la cabeza, dejó a la pareja.

—¿Y a mí para qué me has hecho llamar? —quiso saber la mujer.

—Siempre es bueno tener en mente otro plan. Mi confianza en ese lagarto es mínima y tras ver fracasar a mis chicos, cualquiera puede fallar y por ello he de pensar en otras opciones para conseguir lo que quiero.

—Hmm... suena interesante. Eres un hombre listo, supuse que tendrías otro plan. ¿Cuál es tu idea?

—Mi principal problema es el Dra’hi. Quizá puedas usar tus encantos con él e incluso logres traérmelo. Quiero saborear su expresión de miedo antes de despedazarlo.

—No me será difícil seducirlo, nadie se resiste a mis encantos, ya sea un Dra’hi o un Ser’hi; ya he probado de estos últimos, no habrá mucha diferencia.

—Me da igual lo que hagas, solo quiero que te acerques a él y uses tu aguijón. Pero no lo mates, quiero disfrutar antes de mi venganza. Con él muerto, problema solucionado.

—Partiré cuando me lo órdenes. Pero creo que en tu plan falla algo: hay dos Dra’hi, será muy difícil envenenar a los dos; sabes que solo poseo veneno mortal para una persona, a la otra simplemente la aturdiré y el veneno tardará más en actuar.

—No te preocupes por eso. Si Axel fracasa y consiguen viajar a Crysalia, pensaré en la manera de facilitarte el camino —dijo Juraknar, dando por terminada la conversación.

En cambio Eliska no se había movido del lugar, pues aún quería tratar otros asuntos.

—Sé que estás pensando en liberarla y creo que te equivocas si lo haces. Sea lo que sea que tengas en mente, puede volverse en tu contra.

—Juego bien mis cartas, Eliska, esa bestia solo saldrá de mi castillo si sigo teniendo problemas para encontrar a la princesa ninfa.

—Tú mismo has dicho hace un momento que los Ser´hi vagan por Serguilia y si descubren lo que hiciste, pueden volverse en tu contra. Medita bien tus opciones antes de hacer nada, pues puedes cavar tu propia tumba.

—Sabes perfectamente que soy muy poderoso, pero la hechicería escapa a mi conocimiento. Necesitaba una cobaya para probar mis inexpertos hechizos y ese engendro fue perfecto. La devolví a la vida y si se cruza en el camino de los Ser´hi, solo verán a una bestia más. Eliska, ¿hay algo que quieras decirme?

—Sinceramente, me inquieta que no seas tú mismo el que hagas regresar de una vez a tu hija. Has viajado no hace mucho a por ella y fracasaste. Ella te provocó graves quemaduras y el Dra´hi te rompió varios huesos con el dragón que creó.

—¿Qué es lo que quieres decirme? —preguntó, a punto de perder los nervios.

—Me he dado cuenta, e igual que lo he hecho yo puede que lo hagan más personas. Juraknar, debes ser cuidadoso, los sirvientes hablan y dicen que estás débil, que con la caída de Draguilia no eres tan poderoso. Que no puedes viajar dos veces seguidas a un mismo lugar…

—¡Basta ya! —la interrumpió.

Eliska le miró fríamente a los ojos, algo que muy pocos se atrevían a hacer.

—No soy tu enemiga, pero sabes que tienes muchos, incluso aquí, en el castillo. Yo si fuera tú rezaría a tu extinguida raza para que te enviara toda la ayuda que necesitas.

—He de admitir que te he subestimado. Siempre pensé que eras estúpida, pero veo que no. Sí, es cierto que estoy débil, pero cada día que pasa me encuentro más recuperado. Ha caído Draguilia, lo sé, y parte de mi poder se ha extinguido, pero ya estoy mejor y, créeme, no serán unos mocosos los que acaben con mi imperio. No volverá a ocurrir lo de antaño y nada de lo que hemos hablado debe salir de aquí.

—Puedes confiar en mí, esta conversación quedará entre estos muros. Aun así, debes tener en cuenta que si yo me he percatado de tu debilidad, puede que también lo hagan los demás. Habrá gente que espera a la caída de Lucilia para atacarte.

—Eso no ocurrirá, te lo aseguro. No me he mantenido en este trono durante casi doscientos años solo por mi fuerza; aunque no te lo parezca, tengo cerebro.

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