Despertar

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—Si me desobedeces te haré retorcerte como si fueras un gusano.

La bestia asintió y el inmortal quitó las cadenas. La puerta se abrió con un largo chirrido. El monstruo salió y caminó hacia la única ventana que había en toda la planta.

—Una cosa más, Sanice —añadió. La bestia se giró al escuchar su olvidado nombre, ya con una pierna apoyada en el alféizar. Hacía mucho tiempo que nadie la llamaba por su nombre; había llegado a olvidar que fue una persona, y madre de dos hijos, los Ser’hi—. No hagas daño a los Ser´hi, tus hijos. Puedes que los encuentres durante tu búsqueda; si te atreves a hacerles el más mínimo daño, te arrepentirás. Sé que los culpas de tu aspecto, de tu sufrimiento, pero harías bien en descargar tu ira sobre la princesa ninfa. Cumple con tu misión y serás la mujer que fuiste.

Sanice saltó al vacío, cayendo al suelo desde una gran altura sin llegar a dañarse, y con un grito se perdió en dirección a los destellos de luz, ante la atenta mirada de Juraknar, que sonrió orgulloso por lo que sus artes oscuras habían hecho en el cuerpo de la madre de los Ser´hi. La devolvió a la vida, aunque ahora era un monstruo.

***

Los haces de luz eran tan potentes que cegaban a los hermanos, que intentaban sin éxito ver algo.

Las dos ninfas abrieron los ojos y se miraron fijamente. Los de Aileen se habían teñido de un eléctrico azul y los de Dharani de un flameante rojo. Sus pupilas e iris habían desaparecido. Ambas se pusieron en pie, y sin abandonar en ningún momento el círculo en el que se encontraban, comenzó la batalla. Las raíces del bosque salieron de la tierra y con rapidez se fueron arrastrando hasta situarse ante ellas.

Aileen señaló con la mano derecha en dirección a Dharani y las raíces obedecieron. Pero un escudo protegió a su rival y se quemaron, provocándole un fuerte dolor a la princesa. Alzó entonces las manos y más raíces avanzaron hasta el escudo, mas sin poder continuar a partir de él, pues la barrera roja las quemaba.

Dharani levantó las manos hacia la princesa y el bosque siguió su dirección, y cuando solo les quedaba unos centímetros, las raíces se paralizaron, evitando ser dañados. Debía de haber supuesto que la princesa no osaría hacer daño al bosque, todo lo contrario a lo que ella había hecho. Gritó y con su furia los árboles que la obedecían parecieron cobrar vida, incluso se agitaron con energía, y varias raíces volaron en dirección a Aileen; estas a diferencia de lo que había ocurrido con las demás, no se paralizaron. El poder tranquilizador de la princesa no les hizo nada y varias hirieron su cuerpo, haciendo que perdiera la concentración y cayera al suelo. Sus ojos habían vuelto a la normalidad y el haz azul que la rodeaba había desaparecido. El cielo de Serguilia solo mostraba luz roja: la fuerza de Dharani, ganadora del duelo.

—¡Maldita sea, Aileen! —gritó Nathair—. ¡Contraataca!

—¡Los quema! —dijo. Y señaló en dirección a las cenizas que se encontraban a sus pies.

—Se llevará tu vida y tu cargo. Y nadie que trate así a la naturaleza se merece serlo. ¡Reacciona!

Las palabras de Nathair le hicieron entrar en razón y se puso en pie con renovadas fuerzas. Pronto el haz azul volvió a aparecer, ahora con más intensidad, cubriendo en el cielo las luces rojas. La furia de Aileen atemorizó a Dharani, que volvió a dar órdenes al bosque. Las raíces se agitaron con más fuerza y fueron hacia la princesa, pero esta alzó su mano derecha y cayeron inertes al suelo como ramas sin vida.

Decidida, abandonó el círculo, y Dharani sonrió por ello. Fuera de él era mucho más débil. La princesa había firmado su sentencia de muerte. Con un grito de victoria, alzó los brazos y más raíces intentaron atacar a Aileen, pero se detuvieron al llegar a ella.

La princesa había hecho otro gesto con la mano y la obedecieron a ella: retrocedieron y se volvieron contra Dharani. Aterrada, volvió a levantar su defensa, pero no le sirvió de nada, las raíces la atravesaron y la inmovilizaron. Intentó cortar algunas con su arma, pero una rama le golpeó la muñeca provocándole un agudo dolor. La ninfa quedó aprisionada en el suelo por las raíces y los haces de luz desaparecieron.

Nathair agradeció que el combate hubiera cesado y corrió hacia Aileen, pasando por delante del lugar donde estaba atrapada Dharani, lanzándole una mirada de desprecio.

—Aileen ha ganado el reto. Agradece que aún vivas para contarlo.

Dharani, avergonzada, apartó la vista del joven de los Ser’hi y miró a Nathrach, quien no tardó en acudir junto a ella para liberarla.

Nathair apartó a Aileen del centro de batalla y la llevó junto a un árbol. La obligó a sentarse y rasgó un trozo de tela del bajo de su capa para cubrirle las heridas. Luego tomó su zurrón y vertió todo su contenido en el suelo.

—¡Lo has hecho muy bien! Estoy orgulloso de ti.

—Pensabas que porque fuera princesa sería débil.

—Sinceramente, sí. Voy a coser tus heridas y seguiremos adelante. Tenemos que encontrar un lugar en que resguardarnos. Hoy será segunda noche de Oculta.

Aileen asintió. Se apoyó en el hombro de Nathair y con su ayuda se puso en pie. Pasaron junto a Nathrach y Dharani sin mirarlos. La furia de la ninfa no tenía límite, por lo que la niebla pronto comenzó a aparecer, cerrando el paso del bosque y atrayendo la atención del menor de los Ser’hi.

—Aileen te ha derrotado. Has perdido, debes dejarnos pasar —gruñó Nathair.

—Estos son mis dominios y no me ha arrebatado la vida.

—Pues lo haré yo.

Dejó a Aileen y con la espada desenvainada corrió hacia Dharani, que, como de costumbre, se convirtió en hojas marchitas y apareció a su espalda.

—Conmigo eso no te servirá de mucho. Te he observado, solo puedes aparecer a dos metros de distancia y tardas un momento en materializarte —dijo. Se giró y miró fijamente a la ninfa—. Vuelve a hacerlo y te estaré esperando en el lugar en que vayas a aparecer y allí te degollaré.

El rostro confiado de Dharani desapareció, dando paso a una expresión de terror. La niebla desapareció, dejando al descubierto un sendero.

Nathair volvió a guardar el arma y se dirigió hacia Aileen, la rodeó por la cintura y se encaminaron hacia la salida del bosque. Pero la voz de la ninfa le hizo volverse.

—¡Me uno a vosotros!

—¡Nada de eso! —exclamó ligeramente enfadado—. Aileen y yo viajamos solos.

—Ahora eso se acabó —intervino Nathrach—. Viajaremos juntos.

***

A Naev aún le impresionaba el primero de los lugares sagrados. El Pilar Sagrado, el representante de Draguilia. Sabía que el Ser’hi y la princesa ya habían pisado suelo sagrado, pero habían dejado algo inconcluso.

Vacilante, dio varios pasos, subió los escalones y se detuvo ante la entrada. Allí alzó su mano y una barrera blanca apareció, prohibiéndole el paso a lugar sagrado. Él no tenía permitido entrar y sabía que si volvía a pedírselo a su alumno haría demasiadas preguntas, que no él deseaba responder. Impotente, se dio la vuelta y un fuerte destello captó su atención, unas luces rojas y azules que iluminaron el cielo de Serguilia.

Maldijo y esperó pacientemente sentado en el suelo a que cesaran. Debía haber advertido a la princesa sobre hacer manifestaciones de su poder. Con eso solo conseguirá atraer a los hechiceros que rondaban los alrededores del bosque en busca de su paradero. Mal humorado se adentró en el bosque en busca de su inconsciente alumno y de la temeraria princesa.

***

—¡No! —gimió Aileen al escuchar las palabras de Nathrach.

Nathair ocultó tras él a Aileen y le agarró la mano con fuerza intentando calmar sus temblores.

—¡Nada de eso! Vuelve al castillo, Nathrach, este viaje es solo mío. Soy yo quien necesita mejorar, tú eres un experto guerrero en el arte de la lucha. Exceptuando a Juraknar, eres el hombre más fuerte del castillo, y lo sabes.

Nathair esperaba que sus palabras cegaran tanto a su hermano que retrocediera al castillo, satisfecho con el reconocimiento de sus palabras, y al parecer así era. En su rostro podía ver dibujada una expresión de orgullo y satisfacción; su plan había funcionado, se marcharía. Solo tendría que librarse de la ninfa.

—Hmm... Yo quiero ir. Quiero dejar este lugar y si os negáis puede que nunca salgáis de este bosque —dijo ella.

—¡Te mataré! —le amenazó Nathair

—Es cierto, pero puede que a cierta persona le interese el conocer vuestras verdaderas intenciones, alguien que no tardaría en ir a hablar con el inmortal sobre lo que haces en este lugar, en realidad.

Un escalofrío recorrió la espalda de Nathair. Ella lo sabía todo, aunque desconocía cómo lo había averiguado. Sabía que era un traidor, que estaba trabajando en el bando de los Dra’hi, y seguramente no dudaría en contárselo a su hermano y entonces sería su fin.

Miró a este, pero era tan estúpido que ni siquiera había escuchado las palabras de la ninfa. Algo detrás de él había captado su atención, una prenda roja, y la garganta se le secó ante tal vestimenta. Exceptuando a Dharani, solo recordaba haber visto el rojo en una prenda, las túnicas de los hechiceros. Solo cinco trabajaban para Juraknar, seres que, estaba seguro, eran más poderosos que él mismo.

Escudriñó entre las sombras del bosque, pero había desaparecido, por lo que miró a Dharani, que aún esperaba sus palabras.

—¡Déjalo! —interrumpió Nathrach—. Me vuelvo al castillo.

Tomó la esfera que tenía atada a su cintura, pero Dharani le dio un manotazo haciendo que rodara por el suelo y lo apartó con brusquedad hacia detrás de un árbol, ajeno a las miradas de la princesa y el chico.

—¡Eres idiota! —exclamó—. Te has dejado convencer por las palabras halagadoras de tu hermano y no has visto nada. Nathair lucha por hacerse con los terrenos de Serguilia; es más listo que tú y no quiere estar toda su vida bajo el poder del inmortal. Trabaja para algún día derrotarlo, un puesto que debiera ser tuyo.

La ninfa se mordió el labio esperando que sus palabras hubieran convencido a Nathrach para seguir con ella el viaje. Sabía que no sería capaz de derrotar a la princesa, había aprendido la lección, pero podría intentar que se convirtiera en sirhad y entonces ella tomaría su puesto. Por su expresión de terror sabía que quien le había hecho mucho daño había sido el primogénito de los Ser’hi. Alguien que no era muy listo y a quien esperaba manipular a su antojo.

—¡Yo soy el verdadero hijo de la serpiente! —gritó furioso—. A mí es a quien me corresponde todo el poder.

Lleno de rabia se encaminó hacia el sendero, pero la ninfa lo detuvo y le obligó a que la mirara.

—¡Usa la cabeza, por favor! —exclamó a punto de perder la paciencia—. Si tu hermano descubre que conoces sus intenciones, ambos os pelearéis, y sé lo que ocurre con eso. Os convertiréis en chicos normales. Primero debes sublevar a los Manpai, a los Rocda y a los Deppho. Deberás actuar con cautela, sin que tu hermano sospeche, y cuando todos te obedezcan, entonces será el momento de matarlo. Y el siguiente paso será el inmortal.

Al parecer sus palabras habían convencido al Ser’hi. Respiró hondo y miró en dirección al rellano. Aileen y Nathair hablaban en susurros. Ella conocía la historia de la Lanza de la Serenidad y sabía que para derrotar al inmortal tendría que recuperar el arma. Aun así, desconocía por qué tenían que visitar los lugares sagrados, pero supuso que encontraría las respuestas junto a la princesa.

—¡Lo sabe! —exclamó Nathair nervioso—. La muy arpía lo sabe, no sé cómo pero sabe que soy un traidor.

—Por favor, Nathair, tranquilízate. Me asustas.

Sus palabras le volvieron a la realidad y la miró. Su cabello lacio caía enmarcado su pálido rostro, aunque quizá lo que más le dolió fue ver sus tristes ojos grises inundados en lágrimas.

—Lo siento, por favor, perdóname.

Aileen asintió y entrelazó sus manos con las suyas.

—No dejes que se acerque a mí, por favor.

—Te prometí que no volvería a hacerte daño.

—Solo quiero que me ayudes. No dejes que se acerque a mí... Además... dijiste que no dejarías que me convirtiera en una sirhad.

—Te prometo que eso no ocurrirá.

—No quiero que mueras, y si para ello tu hermano debe acompañarnos, no me importa.

—Si osa ponerte una mano encima lo mataré, aunque eso me convierta en un joven indefenso.

Se giró al escuchar pasos. Nathrach y Dharani volvían. Dejó sola a Aileen y tomó del brazo a su hermano, arrastrándolo detrás de unos árboles. Lo lanzó contra uno, desenvainó su espada y le amenazó con ella en la entrepierna.

—¡Ponle una mano encima y despídete de ya sabes!

Nathrach tragó saliva con dificultad, respiró hondo y no fue hasta que dejó de sentir el arma cuando por fin hizo frente a su hermano pequeño.

—Nunca has sido capaz de derrotarme, no podrás hacerme el más mínimo daño.

—Las cosas han cambiado mucho. Puede que sea tu hermano pequeño, pero eso no me convierte en un niño. Si la tocas, te mato, aunque eso me convierta en una persona indefensa.

Tras su amenaza, regresó en busca de la princesa.

***

A Aileen le parecía que hacía demasiado tiempo que se había marchado Nathair. Tambaleándose caminó hacia un árbol, donde apoyó su espalda y dejó caer todo su peso. Le dolía la pierna y el hombro, aunque lo que más le incordiaba era Dharani, quien no dejaba de caminar frente a ella.

—Puede que no tenga el poder suficiente para derrotarte, pero escúchame, princesa. Pronto dejarás de ser una ninfa, tu piel tersa y blanca se volverá azulada y tus piernas se unirán en una cola de pez. Y todo eso porque lo sé —reveló complacida. Miró a la princesa, que parecía no inmutarse por sus palabras—. Sé que Nathrach te forzó. Al oír su nombre te echas a temblar. Princesa, pronto nadarás en oscuras aguas con tus amigas.

—Lo creo poco probable. El bosque me quiere a mí, no a ti, y no me rendiré. Además, hay algo por lo que debo luchar.

Su mirada fue en busca de Nathair, que volvía seguido de su hermano.

—Princesa, eres muy estúpida si crees que una ninfa, una de nuestra raza, puede amar o tener sentimientos humanos. Eso solo son cuentos.

—Ambas también creíamos que las sirhad eran una leyenda, algo con lo que asustarnos para portarnos bien, y las dos sabemos, en especial yo, que eso es tan real como la brisa nocturna que refresca nuestros rostros. Yo creo en ello y creo que tú también, pero te lamentas por no sentirlo. Te aseguro que es una placentera sensación. Más que en lo que estás pensando —continuó antes de que la interrumpiera—. Nathair me quiere, lo sé, solo tengo que esperar a que se percate de ello. Pasar tiempo en el castillo me ha enseñado algunas cosas; los hombres a veces no ven más allá de lo que ocurre a su alrededor, y a veces ni siquiera ven lo que tienen delante.

Ante la mirada asombrada de la ninfa, caminó hacia Nathair, le cogió de la mano y alzó la vista. Su mirada se cruzó con la de Nathrach y la mantuvo durante un rato, retándolo, advirtiéndole. Para ella no era más que un recuerdo olvidado y no iba a convertirse por su causa en una sirhad. Nathrach se marchó junto a Dharani y hasta ese momento no se había percatado de que había contenido la respiración.

Ella respiró hondo y miró a Nathair, que le sonreía.

—¡Un paso más! —le dijo—. Ya no me achicaré frente a él cuando me mire.

—Lo has hecho muy bien —la animó él.

Deslizó su brazo por su cintura, sabiendo que estaba a punto de desplomarse, y, manteniendo las distancias con su hermano y la ninfa, se encaminaron hacia Phelan, población en la que no sabían qué encontrarían, pero era el lugar más cercano para resguardarse de la Oculta.

***

Naev se guío por el sonido de las voces y no tardó en dar con el grupo de cuatro personas. Sabía que tarde o temprano los dos hermanos volverían a encontrarse, al igual que las ninfas, aunque lo que más le inquietó fueron las palabras de Dharani. Lo conocía todo sobre Nathair y un sudor frío le sobrevino; sin embargo, lo que más le sobrecogió fue el hombre que se encontraba envuelto en ropajes rojos a unos metros de él, un hechicero de Juraknar.

Este no tardó en reparar en su presencia y se esfumó tras las ramas. Estaba seguro de que iría al castillo, donde le confesaría a su amo todo lo escuchado. No podía permitir tal cosa, si lo hacía todo aquello por lo había luchado y sus planes se vendrían abajo, por lo que comenzó a seguirlo. Sus ropas rojas mostraban su rango, pero también eran bastante llamativas en la claridad de la niebla. Él conocía los terrenos de Serguilia como la palma de su mano y el anciano, por el contrario, parecía algo perdido.

Se subió a un árbol y fue saltando de unas ramas a otras hasta adelantar al hechicero, quien parecía a punto de morir asfixiado. Se dejó caer frente a él, saboreando la expresión de terror en su mirada. La capucha que cubría su rostro había caído, dejando al descubierto su imagen; el anciano se sorprendió por lo que vio y eso hizo que no observara ninguno de sus movimientos. Su mano fue rápida y el hechicero advirtió el cuchillo cuando lo tenía demasiado cerca para evitarlo. De un rápido gesto Naev lo degolló.

Muerto el hechicero, se cubrió el rostro y limpió su puñal para volver a guardarlo bajo sus ropas y regresó al rellano. El encapuchado llegó a tiempo de ver la actitud de la princesa. Ella al fin había osado mirar a la cara a Nathrach, y le gustó su actitud, apoyó el gesto valiente de la princesa. No tardó en ver al grupo en dirección a Phelan, una población hasta para él desconocida.

Era hora de volver a su hogar, tenía cosas que hacer y no podía seguir a la pareja en todo momento. Se perdió entre los árboles buscando más hechiceros, pero no encontró indicios de ninguno. La princesa había matado a uno no hacía mucho y él al segundo. El inmortal contaba con cinco, y estaba seguro de que no habría malgastado a los cinco con ella.

Alguien le estaba observando, podía sentirlo. Oía pasos y una respiración acelerada. La niebla comenzó a disiparse y supuso que al fin Dharani había abandonado el bosque, dejándolo libre de su control. Fue entonces cuando se percató de quién lo observaba: una bestia que le doblaba en altura, peso y fuerza. Un monstruo de piel rojiza. Se movió con rapidez y al instante sus manos estaban cerradas sobre su garganta, ejerciendo tal presión que creía que iba a partirla.

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Naev movió sus piernas y golpeó al engendro provocando que cayera al suelo, momento que aprovechó para recuperar la respiración. Giró sobre sí mismo y evitó que la bestia volviera a atraparlo; luego saltó hacia atrás con una voltereta y desenfundó su espada; pero su enemigo era más rápido y se la arrebató, y ante su impotencia, se la clavó en el costado.

Le temblaba todo el cuerpo y la sangre mojaba sus ropas. Le resultaba muy difícil mantener el equilibrio; lo único que podía hacer era huir. Dio varios pasos atrás, pero la bestia ya le estaba esperando y le golpeó en el pecho, lanzándole al suelo. Desde allí observó que el engendro se disponía a lanzarse encima de él para aplastarlo. Pero de repente una luz naranja le obligó a protegerse la vista con las manos.

La imagen de un tigre naranja comenzó a formarse en el suelo y una nube de tierra se levantó ante Naev. Cuando la luz cesó, frente a él se encontraba el hijo del tigre.

Nad se lanzó empuñando sus dagas y las incrustó en la bestia, quien ni se quejó, solo lanzó una gran carcajada y le golpeó en el pecho, lanzándole varios metros hacia atrás. La bestia saltó hacia él, pero rápidamente giró sobre sí mismo evitando ser aplastado. Logró levantarse y se fue hacia atrás, pero la bestia le golpeó en el rostro y lo tiró de nuevo a tierra, donde permaneció inmóvil intentando recuperarse. Mas no le dejó tiempo y se lanzó contra él, aprisionándolo contra el suelo y arrancándole un gran grito.

Naev se incorporó y encontró su espada en el suelo, la recogió y corrió hacia la bestia, que alzó la mirada al verlo. El engendro se protegió con su brazo; un amasijo de carne donde la espada de Naev quedó incrustada, algo que desconcertó al hombre que no evitó ser arrojado contra un árbol.

El Tig’hi, incapaz de controlar el dolor, posó sus manos en la tierra. Solo se le ocurría una manera de librarse de la bestia; podía costarle la vida, pero si no lo hacía acabaría matando a Naev. El suelo comenzó a temblar bajo su cuerpo y pronto los dos se precipitaron al vacío por la enorme grieta que acababa de crear. Consiguió aferrarse a las rocas mientras veía caer a la bestia y cuando ya creía que no iba a aguantar más, el encapuchado lo agarró por la mano y lo arrastró hasta la superficie.

Ambos permanecieron tirados en el suelo, tratando de recuperarse del enfrentamiento.

—¿Qué era eso? —preguntó el Tig’hi—. Nunca hasta ahora había visto nada igual.

—No tengo ni idea, y tampoco sé por qué estás aquí.

—No es el recibimiento que esperaba —dijo ofendido—. Si no hubiera aparecido, esa cosa te habría matado.

—Debes obedecer las órdenes y no viajar por los distintos planetas cuanto te plazca —reprochó Naev. Se puso en pie y, tembloroso, se adentró en el bosque—. Tú te ocupas de los Dra’hi y yo de los Ser’hi, ese es el plan. Cumple con tu parte, no quiero verte más hasta que no te llame.

—Pero Naev, me preocupas. Creo que deberíamos estar en contacto más a menudo.

—¡No! Atente a las órdenes, yo te haré llamar cuando te necesite, y quizá sea pronto.

—¿Qué quieres decir?

—El Ser’hi y la princesa han ido al primer lugar sagrado, pero no han cumplido con todo cuanto debían hacer. No han roto la esfera, y sabes que sin eso no podemos hacer gran cosa, pues encierra una mínima parte de la esencia del inmortal, no tan grande como las de las esferas de las torres, en Draguilia, en Lucilia y en Crysalia. Tu nueva misión será romper las esferas.

—¡Sabes que no puedo hacerlo! La barrera que protege los lugares sagrados me consumirá, yo no puedo pisar suelo sagrado. Sabes que en esos terrenos solo puede entrar el verdadero hijo del dragón y de la serpiente. Tú mejor que nadie lo sabes. ¡Soy diferente a los demás, no tengo un hermano que me proteja!

—¡Deja de decir estupideces! Eres el hijo del tigre y pisarás suelo sagrado.

—¡Puede que me consuma!

—Ese es un riesgo que debemos correr.

—Veo que no te importa que muera; mi vida para ti no vale nada ¡No me culpes a mí de lo que ocurrió antaño! —gritó desesperado—. Sabes que no soy culpable de ello.

—Vete y no vuelvas hasta que te haga llamar, y entonces pisarás suelo sagrado, aun a riesgo de que pierdas la vida en ello.

El Tig’hi no le llevó la contraria al encapuchado y desapareció tras formarse la imagen de un tigre a sus pies, dejándolo solo.

Se encaminó en dirección a Phelan. Debía advertir a Nathair sobre lo ocurrido en el bosque con la bestia a la que se habían enfrentado. Al parecer el inmortal estaba haciendo uso de fieras que él no conocía. Se alejó del lugar sin percatarse de que Sanice no había perecido en la grieta, y estaba subiendo por ella con extrema agilidad.

***

Phelan era una ciudad amurallada y en su estructura se podían apreciar los estragos de la batalla. Una enorme grieta daba idea de la descomunal lucha que se había desarrollado en aquel lugar; se veía junto a una de las torres que custodiaban la puerta de madera de la entrada, la cual, por extraño que les pareciese, no había caído bajo la fuerte mano de Juraknar.

El pueblo estaba desierto y las casas destrozadas; solo una torre quedaba en pie, rodeada por la figura de una larga serpiente dorada que acababa en la parte superior.

El grupo se encaminó hacia el único lugar en el que podían resguardarse, no sin antes echar un vistazo a los pozos que había por la zona. Contaron hasta seis.

Aileen se apartó un momento de Nathair, inquieta por la existencia de tantos pozos, y en uno de estos dejó caer un cubo y esperó. No tardó en oír cómo se estrellaba contra el suelo: en su interior no había ni una sola gota de agua.

Se asomó a él, pero no vio nada. Se empinó un poco más, pero Nathair enseguida tiró de ella y le hizo un gesto señalando el cielo. Las estrellas ya comenzaban a aparecer y pronto la Oculta les brindaría con su luz roja. Obedeció a su gesto y se alejó del pozo, sin percatarse de la presencia de unos ojos amarillos en el fondo.

Una vez en el interior de la torre les sorprendió que estuviera caldeada e iluminada, por lo que supusieron que quizá alguien la habitara. La sala donde entraron, no muy grande y con varias columnas rojas, era toda de mármol negro. Al fondo había unas escaleras que no tardaron en utilizar para subir al piso superior. Varias antorchas iluminaban su recorrido. Arriba había una sala con dos estancias cuyas puertas estaban hechas trizas y el interior destrozado. En aquel piso no estarían a salvo, por lo que subieron al siguiente. Era de mismas proporciones, pero al menos las puertas estaban en perfectas condiciones.

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