Despertar

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Capítulo 11

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El hechizo de camuflaje resultó ser como esa cosa que se ve en las películas de ciencia ficción, cuando el malo desaparece mimetizado tras un campo de fuerza mágico. Como efecto especial se hace con facilidad. Al parecer, con la misma facilidad que en la vida real, si una es una bruja.

La madre de Tori caminaba justo por detrás de mí, casi invisible. Yo, sin ninguna oportunidad de huir, tuve que ajustarme a mi papel buscando el punto de encuentro, cosa que me proporcionaba una excusa para andar a la caza de una oportunidad para escapar. Quizás un agujero en la pared demasiado estrecho para que la madre de Tori me persiguiese a través de él, o un montón de cajas en equilibrio precario que pudiese hacer caer sobre su cabeza; o un martillo abandonado con el que fuese capaz de reventarle la cabeza.

Jamás le había «reventado la cabeza» a nadie, pero estaba deseosa de intentarlo con la madre de Tori.

Desde el camino frontal el lugar parecía una fábrica normal rodeada de unos cuantos edificios. De todos modos, una vez se llega allí hay edificios por todas partes, y muchos de ellos sin ni siquiera haber sido empleados. Bienes raíces primarios. O eso serían…, si no fuese por una fábrica escupiendo la niebla tóxica que estaba acabando con el vecindario.

Aquellas chimeneas humeantes eran la única señal de que la fábrica se encontraba operativa. Probablemente funcionaba muy por debajo de su capacidad, apenas manteniéndose a flote, como casi toda la industria de Búfalo. No tenía idea de qué hacían. Cosas de metal, según parecía por el material acumulado en los almacenes. Una vez, mientras pasábamos a la carrera entre esos edificios, tuvimos que acurrucarnos detrás de unos barriles cuando un camionero llevó su vehículo a través del solar de la fábrica, aunque ése fue el único empleado al que vimos.

El tercer edificio que revisamos estaba abierto, así que la madre de Tori no tuvo que lanzar un hechizo para forzar la entrada. Al entrar en el lugar pensé: «parece prometedor». Los dos últimos estaban llenos de equipamiento y tubos de metal. Aquel parecía no haber sido empleado y tenía cajas de embalaje desperdigadas por todo el recinto. No estaban apiladas de modo precario, pero quedaba todo un almacén por explorar.

Al internarnos en el lugar vi lo que parecía un bloque desequilibrado. Cerca se encontraba un montón de pequeñas cañerías de metal, el lugar perfecto para romperle la crisma a cualquiera.

Me dirigí hacia los tubos con la mirada fija en el suelo, como si buscase mi camisa rota.

—Creo que ya podemos dejar esta farsa, Chloe —dijo la madre de Tori.

Me volví despacio, tomándome un momento para poner mi mejor expresión de sorpresa absoluta.

—Aquí no hay ninguna camisa —añadió—, ni un punto de encuentro. Quizá lo haya en alguna parte de este complejo, pero no aquí.

—Intentemos el próximo…

Me sujetó del brazo al pasar a su lado.

—Todos sabemos que intentas escapar de nuevo. Marcel sólo espera que el punto de encuentro esté en algún lugar cercano y que justo ahora estés dejando un rastro, uno que atraiga a Derek y lo haga investigar en cuanto crea que nos hemos marchado.

¿Dejar un rastro? Ay, no. ¿Por qué no había pensado en eso? No necesitaba estar allí para conseguir la atención de Derek. Si olfateaba que había estado cerca de la fábrica…

—Yo n-no estoy intentando escapar. Quiero ayudar a Simon. Necesitamos encontrar…

—Los chicos no me interesan. Tú sí.

—¿Yo?

Su agarre alrededor de mi brazo se hizo más fuerte.

—Todos esos chicos han estado en la Residencia Lyle durante meses, teniendo buena conducta y esforzándose por mejorar. Luego llegas tú y, de pronto, nos encontramos con un motín en toda regla entre las manos. En cuestión de una semana, cuatro residentes se dan a la fuga. Estás hecha toda una instigadora, ¿verdad?

Yo fui la catalizadora, no la instigadora, pero hacerle esa corrección no iba a proporcionarme más puntos frente a ella.

Después prosiguió:

—Actuaste mientras los demás se tragaban nuestras mentiras y rogaban por su salvación. Mi hija ni siquiera tuvo agallas para unirse a ti.

«Bueno, ¿quizá fuese porque destrozaste todo su espíritu combativo? ¿Porque la hiciste creer que debía interpretar el papel de la paciente perfecta para agradarte?»

—Las Moiras nos han dedicado un guiño retorcido. Te colocaron con tu querida tía Lauren, siempre preocupada, retorciéndose las manos. El complemento perfecto para mi apocada hija. Pero allí donde las Moiras nos confundieron, la libertad puede redimirnos. Creo que tú y yo podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a ambas —me soltó el brazo—. La doctora Gill me dijo que contactaste con los espíritus de los primeros experimentos de la Residencia Lyle.

No dije nada y mantuve la mirada firme.

—Sé que se enfrentó contigo —continuó diciendo la madre de Tori—. Tiene algo de fanática, nuestra doctora Gill, como estoy segura de que ya habrás advertido. Está obsesionada con los secretos de Lyle. La ambición es saludable, la obsesión no —me estudió con la mirada—. Entonces, ¿qué te dijeron esos espíritus?

—Nada. Los saqué de la muerte por puro accidente, así que no estaban interesados en hablar conmigo.

Rió.

—Supongo que no. Pero, para ti, y a tu edad, sacarlos de la muerte… —sus ojos destellaron—. Notable.

«De acuerdo, eso fue estúpido. Acababa de confirmarle que había levantado a los muertos. Una lección de cómo llevar las cosas con calma… O no».

—¿Podrías contactar con ellos de nuevo? —preguntó.

—Podría intentarlo.

—Razonable y con recursos. Esa combinación te llevará lejos. Entonces, esto es lo que vamos a hacer. Le diré al doctor Davidoff que encontramos aquí el punto de reunión. La camisa no está, probablemente se la llevaron los chicos; pero dejaron esto —sacó una hoja del bolsillo. Era una página del cuaderno de bocetos de Simon rota con mucho cuidado. Por un lado se veía parte de un dibujo, obra de Simon, sin lugar a dudas. En ese momento escribió con letras de molde: CAFÉ BSC 2 PM.

—Encontrémonos en la cafetería Búfalo State a las dos —dije—. Aunque esa hoja está demasiado limpia. Sabrán que no fue dejada aquí.

Cogí la nota, me acerqué caminando a la pila de tuberías, la arrugué y la froté por el suelo mugriento. Después se la devolví, todavía arrugada, y la miré a los ojos.

—¿Qué hay de la insulina?

—Estoy segura de que los muchachos ya han encontrado alguna.

—¿Podríamos dejarla aquí? Sólo por si acaso.

Dudó. No quería molestarse, pero si con eso se ganaba mi confianza…

—Luego conseguiré los viales que tiene Lauren y los traeré aquí —dijo—. Pero ahora, tenemos que informar de esta nota.

Se volvió para irse. Yo, por mi parte, cerré los dedos alrededor de una tubería de metal y después salté balanceándola contra su nuca.

Ella se giró en redondo, sacudiendo los dedos, y yo salí aventada contra una pila de cajas. La tubería voló de mis manos y cayó al suelo repicando. Intenté recuperarla gateando, pero ella fue más rápida y la levantó, blandiéndola.

Abrió la boca, pero antes de que pudiese emitir alguna palabra una caja de embalaje salió disparada desde el montón apilado por encima de mi cabeza. La mujer se hizo a un lado y el bulto pasó a su lado, zumbando. Tras él se encontraba Liz.

Di una zancada hacia la pila de tuberías, pero la señora Enright volvió a golpearme con otro hechizo. Mis pies se levantaron en el aire y caí al suelo con las manos extendidas. Un fuerte dolor corrió por mi brazo herido. Al mirar a mi alrededor alcancé a ver el camisón de Liz detrás del montón de cajas.

—Elizabeth Delaney, supongo —dijo la señora Enright retrocediendo hasta el muro con los ojos volando de un lado a otro, preparada para detectar algún otro objeto volador—. Así que, al parecer, con la muerte has aprendido a controlar tus poderes. Ay, si tan sólo pudieses haberlo logrado antes. Qué desperdicio.

Liz se quedó helada entre aquellas pilas, con el rostro crispado mientras la señora Enright le confirmaba su muerte. Después cuadró sus hombros y, entornando los ojos, los fijó en un montón de bultos de embalaje.

—Pero, incluso después de muerta puedes ser útil, Elizabeth —prosiguió la señora Enright—. Un fenómeno extraño, es un caso poco común; un caso que servirá para que el doctor Davidoff supere su decepción por la pérdida de sus queridos Simon y Derek.

Las cajas se estremecieron y crujieron mientras Liz empujaba. Sus tendones sobresalían con el esfuerzo. Le hice un gesto frenético indicándole que se concentrase sólo en el de la cima. Ella asintió y lo empujó… Pero la señora Enright, sencillamente, se desplazó saliendo de su alcance.

—Ya es suficiente, Elizabeth —dijo con calma mientras las cajas se derrumbaban tras ella.

Liz agarró un panel suelto y se lo lanzó.

—He dicho que ya basta.

Volvió a golpearme con otro hechizo, éste consistente en un rayo eléctrico que me derribó en el suelo, dejándome temblorosa y jadeante. Liz se agachó sobre mí. Susurré diciendo que me encontraba bien y me incorporé hasta sentarme. Sentía un dolor punzante en todo mi cuerpo.

La señora Enright miró a su alrededor, incapaz de localizar a Liz a menos que ésta empujase algo.

—No puedo hacerte daño, Elizabeth, pero puedo herir a Chloe. Si haces que vuele una simple astilla de madera, la golpearé con otro rayo de energía. ¿Está claro?

Me puse en pie con dificultad y corrí hacia la puerta. Logré dar cinco pasos antes de quedar helada. Literalmente.

—Se llama hechizo de sujeción —dijo la señora Enright—. Es muy útil. Y ahora, Elizabeth, vas a portarte bien mientras Chloe y yo…

Se rompió el hechizo. Trastabillé, retorciéndome para recuperar el equilibrio, y levanté la vista para verla a ella congelada en mi lugar. Una figura oscura surgió de entre las sombras.

—¿Un hechizo de sujeción? —dijo Tori acercándose con paso decidido—. ¿Es así como se llama, mamá? Tienes razón. Es muy útil.

Caminó hasta situarse frente al rostro inmóvil de su madre.

—Así que soy decepcionante, ¿verdad? ¿Chloe es la hija que hubieses deseado tener? Pues, ¿sabes una cosa? Eso hubiese hecho que me sintiese muy herida…, si de verdad la conocieses, a ella o a mí —se acercó un paso más—. ¿De compras, mamá? Estoy encerrada en una celda, mi vida se desmorona, ¿y de verdad crees que deseaba ir de compras? No me conoces más de lo que me conoce ella —afirmó haciendo un gesto hacia mí—. Tú…

Tori retrocedió tambaleándose cuando su madre se liberó y la golpeó con un hechizo.

—Tienes mucho que aprender, Victoria, si crees que puedes hacerme daño.

Tori miró a su madre a los ojos.

—¿Crees que he venido a vengarme? Esto se llama fuga.

—¿Una fuga? Entonces, ¿vas a escaparte y vivir en las calles? ¿La princesita de papá va a dormir en callejones?

Los ojos de Tori destellaron, pero respondió con calma.

—Estaré bien.

—¿Con qué? ¿Has traído dinero? ¿Una tarjeta de crédito?

—¿Y cómo iba a conseguir nada de eso, si me tenías encerrada?

—Apuesto a que Chloe tiene algo. Apuesto a que nunca abandona su habitación sin dinero, sólo por si acaso.

Ambas me miraron. No dije una palabra, pero debía de tener la respuesta plasmada en mi rostro, pues la señora Enright rió.

—Ah, sí, voy a conseguir dinero, mami —dijo Tori—. Te lo cogeré a ti.

Bajó los brazos con un movimiento brusco y una oleada de energía rompió contra su madre, y contra mí, haciendo que retrocediésemos tambaleándonos. Tori agitó sus manos por encima de la cabeza. Saltaron chispas, y éstas fueron atrapadas por una ráfaga de viento que aullaba girando a nuestro alrededor formando un remolino de polvo y suciedad. Cerré los ojos con fuerza y me cubrí la nariz y la boca.

—Victoria, ¿a eso le llamas magia poderosa? —gritó su madre alzando la voz por encima del viento—. Eso es una rabieta. No has cambiado nada. Sólo que ahora invocas a las fuerzas de la naturaleza para berrear y patalear por ti.

—¿Crees que esto es todo lo que puedo hacer? Pues espera y verás…

Tori se quedó helada por obra de un hechizo de sujeción. El viento cesó. Las chispas y las partículas de polvo cayeron al suelo meciéndose.

—Ya estoy viendo —dijo la señora Enright—, y todo lo que veo es a una mocosa mimada con su cochecito nuevo corriendo por ahí, sin importarle a quién pueda herir. Tan egoísta e insensata como siempre.

Los ojos de Tori se empañaron de lágrimas. Cuando su madre avanzó hacia ella yo retrocedí despacio hacia la pila de tuberías metálicas.

—Y ahora, Victoria, si has terminado de lanzar tus pataletas, voy a decirle a Lauren que venga y te lleve. Y, la verdad, espero que esta vez sea capaz de cuidarte.

Liz estaba dando un rodeo hacia la señora Enright con la mirada fija en un montón de cajas. Negué con la cabeza. El ángulo no era correcto, y sería capaz de verlo desmoronarse. Me agaché y levanté una barra.

—Lauren Fellows no va a ser la única persona reprendida por esta pequeña fuga —continuó diciendo la señora Enright—. Tú acabas de ganarte una semana encerrada en tu habitación, sola, sin clases, visitas ni el MP3. Sólo un montón de tiempo para pensar acerca de…

Volteé la tubería. El objeto le dio en la nuca y sonó un garrotazo desagradable. El arma voló de mis manos. La mujer trastabilló y pensé que no la había golpeado con fuerza suficiente. Me apuré para recuperar la tubería, que en ese momento ya se alejaba rodando.

Entonces cayó.

Tori salió del hechizo y corrió hacia su madre, cayendo a su lado. Yo hice lo mismo y le tomé el pulso.

—Creo que está bien —dije.

Tori se limitó a permanecer arrodillada, con la mirada baja y fija en su madre.

Le toqué el brazo.

—Si queremos irnos, tenemos que…

Me apartó con una sacudida. Me levanté de un salto, dispuesta a marcharme, y entonces advertí lo que estaba haciendo… Registrando los bolsillos de su madre.

—Nada —dijo entre dientes—. Ni siquiera una tarjeta de crédito.

—Tengo dinero. Vamos.

Una última mirada a su madre y me siguió.

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