Despertar

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Capítulo 21

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Derek regresó cargando con las bolsas de la compra y con dinero en efectivo. Le había dado mi tarjeta de crédito y el número secreto, y él encontró un cajero automático sin cámara. Mi tarjeta todavía funcionaba. Retiró mi límite de cuatrocientos dólares, cosa que no podríamos volver a hacer, pues, cada vez que la emplease el banco sabría que me encontraba en Búfalo y Derek temía que el Grupo Edison fuese capaz de averiguar dónde.

Me tendió el dinero y el justificante de la operación doblado con cuidado. Tori le arrebató el recibo y lo abrió.

—¡Dios mío! ¿Esto es tu cuenta bancaria o los fondos del colegio?

Recuperé el papel.

—Mi padre dirige los depósitos de mi asignación. A los quince años se incrementaron.

—¿Y él, simplemente, te permite su acceso?

—¿Y por qué no iba a hacerlo?

—Pues… porque podrías gastártelo. No, espera, déjame adivinar: eres demasiado responsable para hacer eso.

—Es lista —dijo Simon.

—¿Así es como se llama? Yo estaba pensando en algo más… —bostezó.

Me ardieron las mejillas.

—Basta —gruñó Derek.

—Claro, y no olvides quién te ha dado el dinero para esto —añadió Simon, dándole un ligero golpe a su bolsa de compras.

La mandíbula de Tori se tensó.

—Fueron veinte pavos para comida y una manta, y estoy llevando la cuenta. Se lo pagaré. Yo también soy responsable —hizo un gesto hacia mi recibo—, aunque no asquerosamente responsable.

Cogí la bolsa de manos de Derek.

—Entonces, ¿qué tengo aquí? —rebusqué dentro—. Una mochila. Dos sudaderas. Graci…

Se desenvolvieron las sudaderas y Tori se atragantó con la boca llena de refresco, riéndose.

Me volví hacia ella despacio y con calma.

—¿Fueron elección tuya? Levantó las manos.

—Oh-oh. Me ofrecí para escoger algo, pero Derek insistió —se dirigió a él—. No me extraña que tardases tanto, debiste de pasarlo bastante mal para encontrar algo tan espantoso.

Me había comprado dos sudaderas idénticas, grises y con capucha, confeccionadas de ese poliéster hortera que sólo puede encontrarse en las tiendas más baratas, de la clase que brillan como si fuesen plástico y te pican en la piel.

—¿Qué pasa? —dijo Derek.

—Están bien. Gracias.

Tori se estiró y cogió la etiqueta, después rió.

—Eso pensaba. Son de chico. Talla doce para chicos.

—¿Y qué? Las de señora cuestan más. Supuse que no importaría en el caso de Chloe.

Tori me miró a la cara. Después me miró al pecho y se echó a reír.

—¿Qué pasa? —repitió Derek.

—Nada —masculló Tori—. Sólo estás siendo honesto, ¿verdad?

—¿Tori? —dijo Simon—. Cierra la boca. Chloe, ya te pillaremos mañana alguna cosa más.

—No. Derek tiene razón. Éstas me quedarán bien. Gracias —con las mejillas ardiendo, farfullé algo acerca de probármelas y salí de la sala pitando.

* * *

Nos preparamos para la noche cuando comenzó a caer la oscuridad. Sólo eran las ocho y Tori se quejaba con amargura. Derek le dijo que podía quedarse despierta, siempre y cuando no utilizase las pilas de la linterna y fuese capaz de levantarse al amanecer. Ya no vivíamos en un mundo con interruptores de luz. Teníamos que emplear el sol cuando podíamos y dormir cuando no podíamos.

Para mí estaba bien. No estaba de humor para esas fiestas donde una se queda a dormir en casa de las amigas. Simon había intentado animarme, pero eso hizo que me hundiese aún más. No quería necesitar ser animada. Quería encajar los golpes y levantarme sonriendo.

No podía dejar de pensar en tía Lauren. También pensaba en Rae, y en mi padre, pero en quien más pensaba era en tía Lauren. Podía decirme a mí misma que de momento mi padre y Rae se encontraban a salvo. El Grupo Edison no molestaría a mi padre mientras él no supiese nada de ellos. Y Rae se encontraba bien en su camino a la «rehabilitación», según aquel expediente. Pero, respecto a tía Lauren, no podía suponer que el Grupo Edison fuese bastante razonable para mantenerla con vida. Cada vez que abría los ojos esperaba ver su fantasma colocado delante de mí.

Incluso cuando conseguía obligarme a no estar preocupada, la única alternativa que tenía eran preocupaciones más mundanas y un sentimiento general de decepción.

Había encontrado a los chicos. Le había llevado la insulina a Simon. Había descubierto los secretos del Grupo Edison sin la ayuda de nadie. ¿Y mi recompensa? Soportar los tiritos que me lanzaba Tori a la menor oportunidad, intentando hacerme quedar mal frente a Simon.

Si alguna vez hubo un momento de mi vida en el que debiese haberme sentido cualquier cosa excepto desanimada y aburrida era entonces. Podía hablar con los muertos. Podía levantar a los muertos. Durante la semana pasada había conspirado y planeado lo suficiente para ganarme un puesto en el programa

Supervivientes.

Sin embargo, en todo lo que podía pensar era en Tori bostezando.

Era agradable tener a Simon defendiéndome, pero eso no era más de lo que hubiese hecho por su hermana pequeña. Continué pensando en eso; en el modo en que había salido en mi defensa, en cómo me había acariciado la mano y en el modo en que se había inclinado hacia mí susurrándome al oído… Quería ver algo más en todo eso, pero no podía.

Y entonces, ¿qué? Con todo lo que estaba sucediendo, ¿de verdad me estaba compadeciendo de mí porque un chico mono no se interesase por mí «de esa manera»? Eso me hacía sentir peor que aburrida. Eso me hacía ser la estúpida mocosa que, al parecer, Derek pensaba que era.

Hablando de Derek… Y preferiría no hacerlo… ¿Había olvidado cómo podía llegar a ser? No, sólo había olvidado cómo se sentía una al ser el blanco. Al menos, con Tori y él a mi lado saldría de ésta con un pellejo bastante más duro. O perdería hasta la última gota de autoestima que tuviese.

* * *

Una noche de intranquilidad y agitación perdida entre pesadillas con mi tía Lauren, mi padre y Rae. Me despertaba continuamente, jadeante y sudorosa, mientras todos a mi alrededor estaban profundamente dormidos. Lograba tragar algo de aire frío con el fin de calmarme lo suficiente y poder unirme a ellos, sólo para hacer que volviesen las pesadillas.

Al final mi soñoliento cerebro encontró una distracción en el mismo lugar donde la hallase despierto: pensando en el cuerpo del cadáver situado en la otra habitación. Aunque en esta ocasión no consistía en un examen objetivo y favorable a él. Soñaba con arrastrar a ese pobre espíritu de regreso a su mazmorra mientras chillaba y me maldecía.

Entonces el sueño cambió y volví a encontrarme en aquel pasadizo angosto. Me rodeaba el húmedo y horrible hedor de la muerte. Sentía a Derek detrás de mí, el calor que su cuerpo irradiaba y a su voz susurrándome:

—Vamos, Chloe.

¿Vamos adónde? Estaba atrapada en un túnel estrecho, con aquellos horrores arrastrándose hacia mí, con los fríos dedos de sus esqueletos tocándome y su hedor haciendo que se me revolviese el estómago.

Derek me zarandeaba e intenté apartarlo de un empujón, diciéndole que así no me ayudaba…

—¡Chloe!

Me desperté con un sobresalto, y se evaporó el ensueño. Unos ojos verdes brillaban por encima de mí, en la oscuridad.

—¿Derek? ¿Qué…?

Me tapó la boca con la mano y sus labios se desplazaron hasta mi oído.

—¿Ya estás despierta? Necesito que hagas algo por mí.

El apremio en su voz despejó cualquier somnolencia de mi cabeza. Bizqueé mirándolo en la oscuridad. ¿Tenía los ojos febriles? ¿O se trataba sólo de su extraño brillo habitual, como los de un gato en las tinieblas?

Le aparté la mano.

—¿Estás volviendo a transformarte?

—¿Cómo? No, estoy bien. Sólo escucha, ¿de acuerdo? ¿Te acuerdas del cuerpo en la otra sala? —hablaba con cuidado, precavido.

Asentí.

—Vas a hacerme el favor de pensar en ese cadáver, ¿vale? Piensa en el espíritu que lo ocupaba. Tienes que liberar el…

—¿Liberar? Y-yo no invoqué…

—¡Chist! Sólo concéntrate en liberarlo a él sin despertar a los demás. ¿Puedes hacerlo?

Asentí. Después intenté sentarme. Algo pesado mantenía mis piernas sujetas al suelo. Me incorporé sobre los codos. Derek dio una zancada tan rápida que todo lo que pude ver fue una forma oscura bajando hacia mí en la oscuridad y unas manos posándose sobre mis hombros, fijándome contra el suelo.

Flipé. No dejaba de preguntarme qué estaba haciendo. Mi cerebro sólo registraba a un tipo encima de mí en medio de la noche y, entonces, lo pateé. Me revolví agitando brazos y piernas. Mis uñas alcanzaron sus mejillas y retrocedió con un gruñido de dolor.

Intenté levantarme como pude, sintiendo aún las piernas pesadas… Y entonces comprendí por qué. Un cadáver reptaba sobre mí.

Era el de la habitación contigua, poco más que un esqueleto, cubierto con su ropa y tiras de carne correosa. Unos grasientos mechones de cabello parcheaban su cráneo. Sus ojos eran huecos vacíos. Sus labios se habían perdido tiempo atrás, dejando la sempiterna sonrisa de una calavera con dientes podridos.

Al dejar salir un gimoteo, aquello se detuvo e intentó mantener la cabeza erguida; la calavera se balanceaba de un lado a otro, buscando a ciegas con las cuencas de sus ojos mientras sus mandíbulas se abrían emitiendo un sonido gutural. «Gah-gah-gah».

Emití un genuino chillido digno de «la Reina del Grito» que resonó por toda la sala.

Pateé y luché intentando salir de debajo de esa cosa. Derek me sujetó por las axilas y tiró sacándome de allí. Lanzó su mano tapándome la boca pero, con todo, aún pude oír el alarido rebotando a mi alrededor. Gruñó que me callase y, al intentar obedecerlo, me di cuenta de que entonces no era yo quien gritaba.

—¿Qué es eso? —chilló Tori—. ¿Qué es eso?

El destello de una linterna. Un rayo brilló en nuestros ojos y entonces ella chilló de verdad, lo bastante fuerte para hacerme pitar los oídos. El cadáver se alzó con la boca abierta, devolviendo el chillido, un lamento agudísimo.

Simon también se levantó y, al ver el cadáver, emitió una retahíla de blasfemias.

—¡Haz que se calle! —bramó Derek a Simon, lanzando un dedo hacia Tori—. ¡Chloe! Cálmate. Necesitas calmarte.

Asentí con la mirada fija en aquella cosa. Intentaba recordarme a mí misma que eso no era una «cosa» sino una persona, aunque todo lo que se pudiese ver fuera un esqueleto unido por pedazos de carne, con esa cabeza sin ojos balanceándose, y esos dientes castañeteando…

Inhalé. Fuera, dentro. Rápido.

—Cálmate, Chloe. Sólo cálmate.

No había nada calmante en su tono, sólo un restallido impaciente diciendo que dejase de flipar y me pusiese manos a la obra. Me deshice de su agarre.

—Necesitas… —comenzó a decir.

—Sé lo que necesito hacer —le respondí con la misma brusquedad.

—¿Qué es esa cosa? —farfullaba Tori—. ¿Por qué se está moviendo?

—Sácala de aquí —dijo Derek.

Intenté relajarme mientras Simon se llevaba a Tori, pero mi corazón batía demasiado rápido para poder concentrarme. Cerré los ojos sólo para sentir algo a mis pies. Y los abrí para ver unos dedos buscando mi pierna.

Retrocedí escabulléndome. Un brazo mugriento y cubierto de harapos se estiró, unos dedos huesudos rascaron los papeles de periódico puestos por el suelo mientras eso intentaba impulsarse hacia delante, demasiado deshecho para levantarse por sí solo. ¿Cómo podía ni siquiera moverse? Pero lo hacía. Igual que los murciélagos, centímetro a centímetro, viniendo hacia mí…

—Lo has llamado —apuntó Derek—. Está intentando…

—Yo no he llamado a nadie.

—Lo has invocado de alguna manera y, ahora, está tratando de encontrarte.

Me concentré, pero salté a un lado al sentir el primer toque en mi pierna. La cosa se detuvo, con su calavera bamboleándose, y después esas cuencas de sus ojos, vacías, se fijaron en mí mientras se volvía hacia mi nueva situación.

—Tienes que liberarlo —dijo Derek.

—Eso intento.

—Inténtalo más.

Cerré mis ojos con fuerza y formé una imagen mental del cadáver. Proyecté al fantasma atrapado dentro y me lo imaginé sacándolo…

—Concéntrate —susurró Derek.

—Lo hago, pero si no te callas…

El cadáver se detuvo como si pudiese oírme. Después se estiró más, a ciegas, buscando. Después encontró mi pierna y sus dedos comenzaron a cubrir el camino hacia mi rodilla. Me armé de valor contra la necesidad de apartarlo lejos. Eso necesitaba encontrarme, así que lo dejé. No le hice caso y me concentré en…

—¿Qué hiciste la última vez? —preguntó Derek.

Lo fulminé con la mirada.

—Intento ayudar —dijo.

—Ayudarías mucho más si te callases…

La hostilidad de su mirada igualó la mía.

—Necesitas liberarlo, Chloe. Con todo este griterío es muy probable que alguien llegue a oírnos, y tienes unos cinco minutos antes de que irrumpan por esa puerta y vean a un cadáver arrastrándose…

—¿Se supone que eso me ayuda?

—Yo no quería…

—Fuera.

—Yo sólo…

—¡Fuera!

Se retiró. Cerré mis ojos y visualicé el esqueleto, el espíritu atrapado…

Un dedo óseo me tocó la piel desnuda allí donde la camiseta se retorcía fuera de mis vaqueros y salté. Mis ojos se abrieron de inmediato para verlo justo allí, con su calavera a escasos centímetros de mi cara, bamboleando, asintiendo.

El aire tosco y pútrido me raspó en la garganta. Gimoteé. Se quedó quieto y entonces su calavera se movió acercándose aún más. Entonces pude olerla, pude oler el débil hedor de la muerte que antes no fui capaz de detectar, y que me revolvía el estómago sólo con pensar en alguien metido allí dentro, atrapado en aquella podrida…

Se movió acercándose más.

—Para. Po-por favor, para.

Se quedó quieto. Permanecimos allí, con mis ojos abiertos como platos frente a sus cuencas vacías mientras yo daba bocanadas cortas y rápidas, calmándome sin inhalar su hedor con demasiada fuerza.

Esperé su siguiente movimiento, pero no hizo ninguno.

Le dije que parase y lo hizo.

Recordé aquellas truculentas fotografías en Internet de los nigromantes dirigiendo ejércitos de muertos. Recordé el libro que el doctor Davidoff me había dado acerca del poder de los nigromantes.

El poder de comunicarse con los muertos. El poder de levantar a los muertos. El poder de controlar a los muertos.

—Retrocede —dije—. Po-por favor.

Lo hizo, despacio, castañeteando los dientes. Un sonido gutural surgió de su pecho. Un gruñido.

Me arrodillé.

—Tiéndete, por favor.

Mientras lo hacía volvió su rostro hacia mí, con su calavera moviéndose de un lado a otro como una serpiente y su gruñido convirtiéndose en un siseo vibrante. Oí ese siseo, miré aquellas cuencas oculares vacías y sentí el odio. Oleadas de resistencia brotaban fuera del cadáver. No me obedecía porque quisiese hacerlo, sino porque tenía que hacerlo. Era un espíritu esclavizado, invocado por un nigromante, embutido en algo más que un esqueleto y obligado a moverlo según la voluntad de su amo.

Tragué con fuerza.

—Lo si-siento. No quería hacer que volvieses. No pretendía hacerlo.

La cosa siseó aún moviendo la cabeza como si le gustara demostrarme cómo era eso de estar muerto.

—Lo siento muchí…

Me tragué mis palabras. El fantasma atrapado allí dentro no quería disculpas. Quería libertad. Así que cerré los ojos y me concentré en que sucediese, lo cual era mucho más fácil cuando no tenía que preocuparme porque aquello se arrastrase subiendo por mis piernas.

Mientras visualizaba cómo sacaba fuera al fantasma, el castañeteo se interrumpió tan rápido que miré a hurtadillas, creyendo que le había mandado guardar silencio por accidente. Pero el esqueleto se había desplomado formando un bulto inmóvil a mis pies. El fantasma se había marchado.

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