Despertar

Despertar


Capítulo 30

Página 33 de 47

C

a

p

í

t

u

l

o

3

0

Llamé a la estación de autobuses y conseguí la lista de precios y horarios mientras Derek estaba en el servicio. El chico fue incluso lo bastante amable para decirme qué autobuses urbanos podríamos necesitar coger para llegar allí.

Cuando Derek salió del servicio, su sudadera estaba húmeda y limpia, y su pelo mojado y brillante, como si se hubiese pasado la camiseta y después lavado el pelo en el lavabo.

—¿Primero las buenas o las malas noticias? —me detuve—. Una pregunta absurda. Las malas, ¿verdad?

Descarao.

—Tenemos algo más de tres kilómetros de paseo hasta la parada de autobús más cercana, además de un transbordo hasta la terminal. ¿Las buenas noticias? El precio para dos estudiantes hasta Nueva York es de sesenta dólares, así que tenemos suficiente para desayunar.

—Y desodorante.

Iba a decirle que no importaba pero, a juzgar por cómo encajaba las mandíbulas, a él sí le importaba, así que asentí y le dije:

—Pues claro.

Compramos desodorante y un peine barato. Y, sí, lo compartimos. El dinero era demasiado escaso para ponernos tontos con esas cosas.

El olor a huevos con panceta procedente del restaurante me hizo la boca agua, pero nuestro efectivo no alcanzaría para cubrir un desayuno caliente. Cogimos unos cartones de leche chocolateada, dos barritas energéticas y dos bolsas de cacahuetes. Después emprendimos nuestra caminata hasta la parada de autobuses.

* * *

Habíamos caminado unos ochocientos metros cuando Derek observó:

—Estás muy callada esta mañana.

—Sólo cansada.

Otros treinta metros.

—Es por lo de anoche, ¿verdad? —dijo—. Si quieres hablar de eso…

—La verdad es que no.

Miraba en mi dirección cada pocos pasos. No tenía humor para compartir pero mi silencio, resultaba evidente, lo estaba fastidiando, así que dije:

—No hago más que pensar en la primera vez que vi a la chica en problemas. Cuando creía que era real. Iba a hacer algo…

—¿Cómo? —me interrumpió.

Me encogí de hombros.

—Chillar. Distraerlo.

—Si fuese real no deberías ni haber pensado en meterte. El tipo tenía un cuchillo. Y, obviamente, estaba dispuesto a usarlo.

—Ésa no era precisamente la cuestión —murmuré, observando cómo mi pulgar golpeaba una piedrecita a lo largo del arcén.

—Vale. Entonces la razón era…

—Vi el cuchillo y me quedé petrificada. Todo en lo que podía pensar era en aquella chica del callejón, la que me sacó el cuchillo. Si lo de anoche hubiese sido real, habría dejado morir a alguien porque habría flipado demasiado para hacer nada.

—Pero no era real.

Levanté la mirada hacia él.

—Vale —dijo—. Ésa no era la razón, de acuerdo. Pero, ¿qué pasó en ese callejón? Todavía no has tenido tiempo para calmarte y… —hizo un gesto buscando la palabra—. Digerirlo. Hablaste con Simon de eso, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

Frunció el ceño.

—Pero sí le dijiste lo que había pasado.

Otro gesto con la cabeza.

—Deberías. Necesitas hablar con alguien. Seguro que no puedes hacerlo con Tori. Es probable que Liz sea una buena oyente, pero no está por aquí cerca —hizo una pausa—. Podrías hablar conmigo, pero quizá ya hayas supuesto que no soy muy bueno con ese tipo de cosas. Quiero decir, si tú quisieras… —su voz se fue apagando y después volvió más firme, cargando los hombros contra el frío de la mañana—. Debería ser Simon. Él querría saber qué te sucedió, y también querría que fueses tú quien se lo contase.

Asentí, aunque no sabía si iba a hacerlo. Últimamente Simon había invertido mucho tiempo en la tarea de acomodar a Chloe. Yo necesitaba comenzar a ocuparme de cosas sola. Pero había un asunto vinculado en el que deseaba ayudar.

—He estado pensando —comencé a decir—. Después de lo sucedido, debería aprender a defenderme. Algunos movimientos básicos de defensa personal.

—Eso es una buena idea.

—Genial, entonces, ¿podrías…?

—Le pediré a Simon que te enseñe algo —continuó.

—Ah. Yo pensé… Supongo que pensaba que ésa debería ser más tu área.

—Nuestro padre nos enseñó a los dos. Simon es bueno. A menos… —bajó la mirada hacia mí—. Quiero decir que, si estás dispuesta, seguro que podría ayudarte. Pero Simon sería mejor maestro. Él tiene paciencia para eso.

—Bien. Entonces hablaré con Simon.

Asintió y volvimos a caer en el silencio.

* * *

Llegamos a la estación de autobuses con veinte minutos de antelación. Derek me mantuvo por detrás, donde el empleado pudiese ver que era una adolescente sin tener que echar un vistazo demasiado detenido, por si acaso mi foto estuviese circulando por ahí. Se acercó solo al mostrador. No obstante, al verlo apurado, me uní a él.

—¿Cuál es el problema? —susurré.

—Ésa no nos dará la tarifa joven.

—No se trata de la tarifa joven —dijo la mujer—. Es la tarifa de estudiante. Si no puedes mostrarme una identificación, no la obtienes.

—Pero si compramos billetes en Búfalo sin ninguna clase de identificación —puse mi billete usado encima del mostrador.

—Eso es en Búfalo —señaló la mujer con un suspiro—. Aquí estamos en la capital del estado y seguimos las normas. No hay identificación, no hay tarifa estudiantil.

—Vale, entonces dos de adulto.

—No tenemos suficiente —murmuró Derek.

—¿Cómo?

—Los de adulto cuestan treinta y ocho dólares cada uno. Nos faltan seis pavos.

Me incliné sobre la ventanilla.

—Por favor. De verdad es muy importante. Puede ver en nuestros billetes que ya hemos comprado pasajes a Nueva York, pero mi amigo se puso enfermo y tuvimos que bajar del autocar…

—No me importa.

—¿Y uno de adulto y otro de la tarifa joven? Tenemos bastante…

—¡El siguiente! —llamó, haciendo un gesto con la mano al hombre detrás de nosotros.

* * *

La estación de autobuses también tenía servicio de la empresa Greyhound, pero su letrero especificaba bien claro que sus tarifas estudiantiles requerían una tarjeta especial, razón por la cual no habíamos comprado los de esa línea en Búfalo. Lo intenté de todos modos. La mujer fue más amable, pero nos explicó que no podía aplicar la tarifa reducida en los billetes sin insertar en el ordenador el número de tarjeta de descuento para estudiantes. Se nos había acabado la suerte.

—Ya se nos ocurrirá algo —dije mientras nos alejábamos del mostrador de Greyhound.

—Vete. Te daré las indicaciones para llegar a casa de Andrew. Él me puede recoger aquí…

—¿Y qué pasa si no está allí? Puede haberse mudado, o haber salido. Después tendría que encontrar a Simon, invertir una buena cantidad de dinero en volver a recogerte…

Derek asintió, dándome la razón.

—Tú viviste por aquí durante una temporada —levanté las manos—. Lo sé, no es el lugar del que más te gusta acordarte pero, ¿hay alguien que pudiese prestarte diez pavos?

—¿Un amigo?

—Bueno, seguro, quizá…

Una breve carcajada.

—Claro, pareces tan insegura al respecto como deberías. Puedes haber supuesto que no me salgo de mi camino para hacer amigos. No veo la razón, sobre todo cuando no estoy mucho tiempo en el mismo lugar. Tengo a mi padre y a Simon. Eso es suficiente.

Su manada…

Continuó:

—Supongo que podría encontrar a alguien. Simon tiende a tener amigos o compañeros de equipo que le deben dinero. No se le dan bien esa clase de cosas… Deja la pasta y después nunca pide que se la devuelvan.

—Pensándolo bien, y teniendo en cuenta que desaparecisteis en extrañas circunstancias, volver a presentarte ahora quizá no sea una idea muy prudente. Lo último que necesitamos es que alguien llame a la pasma.

Caminé hasta un puesto de folletos y cogí una lista de horarios y precios. Después me acerqué al mapa del estado de Nueva York y estudié ambas cosas. Derek leía por encima de mi hombro.

—Podemos pagarnos el viaje a Nueva York desde aquí.

En cuanto a cómo lleguemos allá…

Ése era otro asunto.

Ir a la siguiente página

Report Page