Despertar

Despertar


Capítulo 31

Página 34 de 47

C

a

p

í

t

u

l

o

3

1

Nuestra mejor opción para llegar a donde queríamos ir era viajando a dedo. Claro, no éramos lo bastante idiotas como para hacer dedo, pero deberíamos ser capaces de colarnos en algún sitio. Así que decidimos regresar al bar de carretera. Dormité unos minutos mientras íbamos en el autobús urbano, después comenzamos nuestro largo paseo.

Estábamos casi a medio camino cuando Derek dijo, con brusquedad:

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Por esto. Me ayudaste anoche después de toda la mierda por la que te he hecho pasar. Y ésta es tu recompensa. Colgada en Albany.

—Es una aventura. No podía recordar cuándo fue la última vez que cogí un autobús urbano. Y también estoy haciendo algo de ejercicio. Después de pasarme una semana metida en la Residencia Lyle y ese laboratorio, jamás me había apetecido tanto un largo paseo.

Caminamos un rato más.

—Sé que estás cansada —dijo—. Y hambrienta. Y cabreada.

—Cansada, sí. Hambrienta, un poco. ¿Cabreada? No —levanté la mirada hacia él—. De verdad. No lo estoy.

—Has estado muy callada.

Reí.

—Suelo ser muy callada. Pero estas dos últimas semanas no han sido normales.

—Sé que no siempre hablas mucho, sólo que has estado… —se encogió de hombros—. Creo que has estado cabreada —hundió las manos en sus bolsillos—. Y sobre eso; lo de estar cabreada. Tenías razón anoche, con lo que pasó después del callejón. Estaba mosqueado conmigo mismo. Sólo que me llevó un rato calmarme lo suficiente para darme cuenta.

Asentí.

—Lo que hice, cuando vivíamos aquí, eso de herir a ese chaval. Nunca pensé que pudiese volver a suceder. He pasado por eso tantas veces, pensando en cuál fue el error y qué haría si alguna vez me veía envuelto en semejante situación, todas esas estrategias para contenerme que me enseñó la doctora Gill.

—¿La doctora Gill?

—Ésa, ya sabes. Ya me daba mal rollo incluso antes de que supiésemos del Grupo Edison. Pero ella era una loquera de verdad y sí intentaba ayudarme. Entre sus mejores intereses se contaba enseñarme a dominar mi temperamento. Así que estaba seguro de que sabría cómo manejarlo mejor, en caso de que eso volviese a suceder alguna vez. ¿Y qué pasó? Casi exactamente el mismo escenario… Y yo hice lo mismo.

—Te contuviste antes de estamparla contra la pared.

—No, tú me paraste. Si no hubieses chillado, lo habría hecho. Todas esas estrategias. Todos esos ejercicios mentales. Y cuando sucede, no se me ocurre hacer nada diferente. No pude. Mi cerebro, sencillamente, se cerró.

—Pero no tardó mucho en volver a abrirse, ¿no?

Se encogió de hombros.

—Eso tiene que ser un progreso, ¿no?

—Supongo que sí —dijo, pero no parecía muy convencido.

* * *

Una vez en el bar de carretera, nuestro plan consistía en meternos de polizones en algún transporte. Nos sentamos en el restaurante, sujetando refrescos mientras Derek escuchaba las conversaciones desarrolladas a nuestro alrededor y escogía a los camioneros en ruta a nuestro destino.

El primer camión estaba aparcado enfrente, haciendo imposible colarnos sin ser vistos. La segunda vez, el remolque tenía un candado demasiado fuerte para que Derek lo forzase. La tercera vez, como reza el dicho, fue la vencida.

Seguimos al conductor hasta su vehículo, que resultó ser un furgón. Nos colamos dentro después de que él entrase en la cabina.

El tipo llevaba alguna especie de negocio en la construcción. La camioneta olía a astillas de madera y aceite, y estaba llena de herramientas, cuerdas, escalas de mano y lonas impermeabilizadas. Cuando el camión llegó a la autopista y el ruido de la carretera era suficiente para ahogar el nuestro, Derek cogió las lonas e hizo una cama en el piso.

—Necesitas dormir —dijo—. Apestan, pero…

—Son más suave que el cartón. Gracias.

Me tendió la mitad de una barrita energética que debía de haber estado reservando.

—No, quédatela —dije.

—Dormirás mejor si no te suenan las tripas. Y no digas que no. Puedo oírlo.

Acepté la barrita.

—Y ponte esto —se quitó su sudadera—. Como lo de antes, esto puede que no huela muy bien, pero es caliente.

—La necesitas…

—Yo no. Todavía tengo un poco de la fiebre de anoche.

Cogí la sudadera.

—Está bien, Derek. No estoy cabreada.

—Lo sé.

Me acomodé sobre la cama de lona y me tapé con la sudadera, como si fuese una manta. Después comí el resto de la barrita energética.

Al terminarla, Derek dijo:

—Chloe, no puedes dormir con los ojos abiertos.

—No quiero dispersarme, por si sucede algo.

—Estoy aquí. Ponte a dormir.

Cerré los ojos.

* * *

Me desperté cuando el camión ralentizó la marcha. Derek estaba en la parte trasera, abriendo la puerta para echar un vistazo.

—¿Es nuestra parada?

—Aún debemos de estar bastante lejos. Aunque no estamos en ningún pueblo. Es otro bar de carretera.

—Una pausa para mear después del megacafé que se bebió.

Descarao —abrió un poco más la puerta para ver mejor—. Preferiría estar en una población…

—Pero quizá no pare en ninguna. Deberíamos bajarnos mientras podamos.

Derek asintió y cerró la puerta. El camión anduvo hasta un punto y se detuvo.

—Métete debajo de la lona —susurró Derek—, por si se le ocurre revisar el transporte.

Un minuto después la puerta trasera se abrió con un chirrido. Contuve la respiración. El cubículo del furgón no era tan grande y, si el conductor se metía dentro para recoger cualquier cosa, es probable que tropezase con nosotros. Pero se quedó en la puerta trasera. Las herramientas hicieron ruido revolviéndose, como si estuviese sacando una de una caja. El ruido cesó. Me tensé.

—Pues me he olvidado de las pinzas de presión nuevas —murmuró el hombre—. Genial.

La puerta se cerró con un golpe. Al comenzar a quitar la lona, Derek susurró:

—Espera. Todavía se está alejando.

Pasó un minuto, escuchó y dijo:

—Vale.

Me levanté y puse las lonas donde las había encontrado mientras Derek volvía a echar un vistazo fuera.

—Árboles a nuestra izquierda —dijo—. Los atravesaremos, después daremos un rodeo y pillaremos algo de beber en el restaurante antes de ponernos en marcha.

—Y utilizar el servicio.

Descarao. Sígueme.

Nos deslizamos fuera del furgón y nos apresuramos en dirección a los árboles. Correr detrás de Derek era peor que correr detrás de Tori; con sus largas piernas apenas necesitaba andar deprisa para aumentar la separación.

Al detenerse de repente y girar en redondo esperé ver su ceño fruncido y una orden para que mantuviese el paso, pero sus labios vocalizaron una maldición. A mi espalda sonaron pasos a la carrera. Estaba a punto de salir disparada cuando una mano se cerró alrededor de mi hombro.

Derek comenzó su ataque. Vi su expresión, aquella reveladora curva en sus labios, y gesticulé frenética para detenerlo. Lo hizo, resbalando hasta parar, pero su mirada permaneció fija por encima de mi cabeza, observando a mi captor.

—Ya pensé que había pescado a uno o dos pasajeros —dijo una voz de hombre.

Me dio la vuelta. Era el conductor del furgón. Se trataba de un hombre de mediana edad de rostro curtido y cola de caballo canosa.

—No-nosotros no cogimos nada —dije—. Lo siento. Sólo necesitábamos que nos llevasen.

—Jesús —resopló llevándome al sol para verme mejor—. ¿Cuántos años tienes?

—Qui-quince.

—Y apostaría que recién cumplidos —negó con la cabeza—. Y también apostaría a que os estáis escapando de casa —su voz se suavizó—. Ésta no es la carretera que queréis coger, chicos. Os hablo por experiencia, ésta no lo es. En absoluto.

Derek se acercó con sigilo, despacio, con la mirada fija en el hombre, así que intenté no oír ni una palabra de las que dijese el muchacho. Deslicé mi mano dentro del bolsillo, las puntas de mis dedos tocaron la navaja sin sacarla, sólo recordándome que estaba allí, y que no me encontraba tan indefensa como me sentía.

Llamé la atención de Derek, no estoy segura de que lo advirtiese, pero lo hizo asintiendo con aire ausente, haciéndome saber que aún se dominaba.

El hombre continuó hablando.

—Sea lo que sea lo que pasa en casa, no es tan malo como pensáis.

Levanté la mirada hasta encontrar la suya.

—¿Y si lo es?

Una pausa y, después, un asentimiento lento y triste.

—De acuerdo, puede que así sea. A veces pasa, y más de lo que creéis, pero hay otros modos de tratar el asunto. Lugares adonde acudir. Gente que os puede ayudar.

—Estamos bien —dijo Derek con una voz parecida a un murmullo ronco.

El hombre negó con la cabeza.

—Tú no estás bien, hijo. ¿Cuántos años tienes? ¿Diecisiete? ¿Y huyendo? ¿Pillando viajes en las cajas de los furgones?

—Estamos bien —el murmullo de Derek sonó más grave entonces, como un rugido. Se aclaró la garganta y se refrenó—. Agradecemos su preocupación, señor.

—¿Lo agradeces, hijo? ¿De verdad? —negó con la cabeza—. Voy a llevaros a los dos ahí dentro y daros una comida caliente. Después haré unas llamadas. Os encontraré un sitio donde estar.

—No podemos —empecé a decir.

—Nadie va a mandarte a casa. Ahora vamos —su mano se apretó sobre mi hombro.

Derek avanzó un paso.

—Lo siento, señor, pero no podemos hacer eso.

—Sí, podéis.

Derek me indicó con un gesto que me apartase. Di un paso, pero la mano del hombre se apretó más.

—Déjela ir —la voz de Derek volvía a ser un gruñido.

—No, hijo. No le haré daño a tu amiga, pero voy a llevarla dentro y llamar a alguien que pueda ayudar. Espero que vengas con nosotros, pero eso queda a tu elección.

—Vete —susurré lo bastante bajo para que sólo Derek me oyese—. Te alcanzaré.

Estaba segura de que había oído, pero fingió que no.

—Voy a pedírselo otra vez, señor. Déjela ir.

—Eso tiene un terrible sonido a amenaza, hijo. Eres un muchachote, pero no quieres liarte con un tipo que ha trabajado en la construcción durante veinte años y ha tenido más peleas de las que está dispuesto a admitir. No quiero hacerte daño…

Derek se lanzó con la velocidad de un rayo. Había rodeado con su brazo la garganta del hombre antes de que el paisano hubiese siquiera levantado los puños. Mientras tiraba de él para aplicarle una técnica de inmovilización, yo me aparté dando traspiés, con una mano saliendo de mi bolsillo como una exhalación y una navaja cayendo al suelo. El hombre se la quedó mirando. La recogí y la coloqué en mi bolsillo trasero.

—Nosotros tampoco queremos hacerle daño —dijo Derek—. Pero puede ver que yo sí puedo —apretó el agarre hasta que al tipo se le desorbitaron los ojos—. Sé que intenta ayudarnos, pero no comprende la situación.

Derek me miró.

—Corre al furgón. Pilla cuerda y unos trapos.

Salí pitando.

Ir a la siguiente página

Report Page