Despertar

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Capítulo 34

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Los dos licántropos se detuvieron a pocos metros de nosotros.

—Sólo estamos cruzando —dijo Derek con voz firme—. Si éste es vuestro territorio…

El rubio lo interrumpió con una carcajada.

—¿Nuestro territorio? ¿Has oído eso, Ramón? Pregunta si es nuestro territorio.

—Sé que sois hombres lobo y sé…

—¿Hombres lobo? —dijo Ramón arrastrando las palabras—. ¿Dijo hombres lobo?

El rubio se llevó un dedo a los labios exagerando un«chist» y sacudió la cabeza hacia mí.

—Lo sabe —dijo Derek.

—Tisk-tisk —chasqueó—. Eso va contra las normas, cachorrín. No le digas a las chicas quién eres, ni siquiera a las monas. ¿Tu papá no te enseñó a comportarte mejor? Por cierto, ¿quién es tu papá?

Derek no dijo nada.

—Es un Caín —dijo Ramón.

—¿Tú crees? —preguntó el rubio echándole una miradita mientras hacía un gesto de afirmación—. Supongo que puede serlo.

—Liam, si te hubieses encontrado con más de uno, no te lo plantearías. Eso es un Caín —señaló a Derek—. Hay tres cosas que todos los Caín tienen en común. Son grandes como armarios, feos como Picio y tontos de remate.

—Entonces él no es… —comencé a decir antes de que Derek me hiciese callar con un siseo.

Liam avanzó unos pasos.

—¿Has dicho algo, monina?

—Sólo estamos cruzando —dijo Derek—. Si es vuestro territorio, entonces pido disculpas…

—¿Escuchas esto, Ramón? Pide disculpas —Liam se acercó otro paso—. No tienes ni idea de a quién pertenece el territorio en el que estás, ¿verdad?

—No, no os conozco. De haberlo sabido, entonces yo…

—Es territorio de la manada.

Derek negó con un gesto.

—No, la manada está en Siracusa…

—¿Crees que reclaman una ciudad? —preguntó Ramón—. Su territorio es el estado de Nueva York.

—Sabes lo que le hace la manada a los intrusos, ¿verdad, cachorrín? —dijo Liam—. Tu papá debe de haberte enseñado las fotos.

Derek no dijo nada.

—¿Las fotos? —presionó Liam—. ¿Las del último tipo que pasó por el territorio de la manada?

Derek continuaba sin decir nada.

—No le gustabas mucho a papá, ¿verdad? Porque, si así fuese, te habría enseñado esas fotografías y no habrías cometido el error que estás cometiendo ahora mismo. La última vez que un memo se acercó demasiado al territorio de la manada, lo talaron con una motosierra. Después le sacaron fotos y las hicieron circular como advertencia a todos nosotros.

Se me revolvió el estómago. Cerré los ojos con fuerza hasta que desapareció la imagen. Sólo lo estaban haciendo para asustarnos… Y funcionaba; al menos conmigo. Mi corazón martillaba con tanta fuerza que estaba segura de que podían oírlo. Derek me acarició el hombro, me frotó con el pulgar, indicándome que estuviese tranquila.

—No, no las he visto. Pero gracias por la advertencia. Yo…

—¿Quién es tu papá? —preguntó Ramón—. ¿Zachary Caín? Eres más moreno, pero te le pareces. También andas por la edad adecuada. Y eso puede explicar por qué no te crió bien.

—Al estar muerto y todo eso —dijo Liam—. Pero si hubiese sido Zack, tú deberías saber cómo mantenerte fuera del territorio de la manada.

—¿Debería? —dijo Derek con una voz carente de emoción.

—¿No sabes cómo murió tu padre? El pobre imbécil decidió encabezar una revuelta contra la manada, y lo pillaron. Lo torturaron hasta matarlo, justo allí, en Siracusa —miró a Ramón—. ¿Crees que usaron la motosierra?

Derek lo cortó.

—Si la manada es tan mala, ¿por qué estáis en su territorio?

—Quizá seamos de la manada.

—Entonces no hablaríais como lo hacéis, diciendo «su» territorio, lo que hacen «ellos».

Liam rió.

—Mira esto. Un Caín con cerebro. Debe de ser herencia materna.

—¿Quieres saber por qué estamos aquí? —dijo Ramón—. Es una labor de socorro, y nosotros somos quienes piden socorro. Verás, el año pasado nos enrollamos con ese tipo del país de los canguros. Pronto descubrimos por qué piró de casa.

—Devoraba carne humana —dijo Liam.

—¿De-devoraba carne humana? —no quería decirlo en voz alta, pero se me escapó.

—Es una costumbre asquerosa. Eso sí, ¿cazar humanos? ¿Matarlos? —sonrió—. Ése siempre es un buen deporte. Pero, ¿comerlos? No es mi estilo. Bueno, a menos que cuentes aquella temporada en México…

Derek lo cortó en seco.

—Entonces, si vosotros tenéis permiso de la manada, estoy seguro de que no me molestarán. Yo no causo problemas.

—¿Puedo terminar mi historia? Así que ese canguro, ¿sabes? No era muy discreto respecto a esa mala costumbre suya. La manada se lo huele. ¿Qué es lo primero que sabemos? Que estamos en la lista de tiro.

—Nuestro colega el canguro se tapó —dijo Liam—, dejándonos a Ramón y a mí cargar con el muerto. A la manada no le importa si devoramos gente o no. Antes ya hemos tenido unos cuantos roces con ellos, así que, en lo que a ellos concierne, a nosotros se nos acabó el billete. A destrozarnos. Ya se encontraron con Ramón una vez. Por suerte, consiguió escapar. O su mayor parte.

Ramón se levantó la camisa. Su costado estaba marcado y arrugado con la huella de tejido cicatrizante curándose, la clase de cosa que sólo había visto en las exposiciones de efectos especiales.

—Así que ahora os dirigís a Siracusa para hablar con la manada —dije—. Para aclararles las cosas.

—Eso es. O ése era nuestro plan. Pero es como jugar a la ruleta rusa, ¿comprendes? Nos poníamos a su merced, y puede que no volviésemos a poder levantarnos. Entonces disfrutamos de un tremendo alivio.

Miró a Ramón, que asintió. Por un momento, ninguno dijo una palabra. Liam se quedó allí, con una sonrisita jugando en sus labios a medida que la estiraba.

—¿Un alivio? —pregunté al final, sabiendo que Derek no lo haría.

—Tuve que ir a mear. A cosa de tres kilómetros de aquí, algo más. Piramos de la autopista, salimos del carro y adivina a quién huelo.

—A mí —dijo Derek.

—La respuesta a nuestras plegarias. ¿Un Caín? —Liam negó con la cabeza—. ¿Qué hemos hecho para ser tan afortunados? La manada odia a los Caín. Una caterva de neandertales demasiado estúpidos para mantenerse apartados de problemas. Si te entregamos a ellos, les decimos que tú eres quien anda zampando humanos…

Sentía a Derek envarándose a mi espalda.

—¿Pensando en pirar, cachorrín? Eso sería grosero. Te vas zumbando y tendremos que coger a tu chica, retenerla hasta que decidas regresar y escucharme.

Derek se quedó muy quieto, pero podía sentir su corazón bombeando contra mi espalda, oía sus respiraciones superficiales, como si estuviese tratando de mantenerse en calma. Deslicé una mano en el bolsillo, agarrando mi navaja y Derek me apretó el hombro, acariciándolo de nuevo.

—No pasa nada —susurró—. No pasa nada —pero su corazón continuaba martillando, indicándome que sí pasaba.

—Por supuesto —dijo Liam—. Todo irá bien. Los de la manada no son unos completos monstruos. Este pobre huerfanito sólo la cagó. No volverá a hacerlo. Lo comprenderán. Probablemente tenga un… —le lanzo una mirada a Ramón—, ¿cincuenta por ciento?

Ramón reflexionó y luego asintió.

Liam volvió a dirigirse a nosotros.

—Cincuenta por ciento de posibilidades de sobrevivir. E, incluso aunque no lo logarse, ellos serían rápidos. Nada de utilizar la motosierra contigo.

—¿Por qué nos cuentas todo esto? —pregunté.

Aquello era como la típica escena de 007, donde el villano le explica a Bond qué hará, concediéndole tiempo para idear un plan de escape. Lo cual, sinceramente, era lo que estaba esperando que hiciese Derek. Yo puede que no sirviese de mucha ayuda, no cuando se trataba de conspirar contra hombres lobo, pero lo cierto es que era buena en ganar tiempo.

—Buena pregunta, monina. ¿Por qué no limitarnos a cogerlo, atarlo de pies y manos, tirarlo en nuestra camioneta y entregarlo a los lobos, allá, en Siracusa? Po’que el macho Alfa no es idiota. Si le tiramos un crío berreando que él no lo hizo, quizá le escuche. Verás, sólo hay un modo de que esto pueda funcionar. Si tu novio nos acompaña por su propia voluntad y confiesa.

Derek bufó.

Descarao.

—¿No te mola ese plan?

Derek lo atravesó con la mirada.

Liam suspiró.

—Entonces, bien. La segunda opción es esta otra: te matamos a ti y nos entretenemos un poco con tu chica.

—Yo me ocupo de cargármelo —dijo Ramón—. Puedes quedarte con la chica. Es un poco joven para mí.

Liam mostró una amplia sonrisa.

—Me gustan jóvenes.

Su mirada me recorrió de arriba abajo, su expresión hizo que se me erizase el vello de todo el cuerpo. Las manos de Derek se atornillaron alrededor de mis hombros.

—Dejadla fuera de esto —murmuró Derek con un gruñido.

—Jamás —Liam desnudó sus dientes—. Casi esperaba que dijeses que no. Quiero un chivo expiatorio al que arrojar a la manada, sin duda. Pero, ¿una monadita como ésta, que ya sabe quién soy? Eso es… —sonrió— dulce.

Me plantó una mirada que me hizo retroceder refugiándome en Derek. Mi mano agarraba la navaja con tanta fuerza que me dolía. Cuando Liam avanzó un paso más, el brazo de Derek se disparó rodeándome, con un gruñido vibrante naciendo en su vientre.

Liam extendió su mano hacia mí. Como Derek se tensó, la retiró y después volvió a tenderla, probando su reacción, riéndose al advertirla hasta que incluso Ramón comenzó a reírse.

—Controla esto —dijo Liam—. Creo que el cachorrín tiene un compañero. ¿No es lo más cuco que has visto? —se inclinó hacia Derek, bajando la voz—. No funcionará. Nunca lo hace. ¿Por qué no me la entregas ahora, y me dejas ayudarte a terminar con esto? Doloroso, pero rápido. Es el mejor modo.

Derek me movió colocándome tras él. Los hombres lobos emitieron un aullido de júbilo.

—Creo que se niega —dijo Ramón.

—Dejadla fuera de esto —repitió Derek.

Liam negó con la cabeza.

—¿Cómo voy a hacerlo? Mírala. Tan delgadita y mona, con sus grandes ojos azules abiertos de par en par, aterrados. —Se inclinó evitando a Derek para dirigirse a mí—. Ese pelo no le queda bien. Puedo oler el tinte. ¿Cuál es su verdadero color? Apuesto que rubio. Parece una rubia.

Su mirada hizo que se me retorciesen las entrañas.

—Si voy con vosotros, ella se va libre —propuso Derek—. ¿De acuerdo?

—No —susurré.

—Claro que se va —respondió Liam.

—Derek —susurré.

Llevó un brazo a su espalda, indicando que me callase. Era un truco. Tenía un plan. Debía tener un plan.

—Os propongo un trato —dijo Derek.

—¿Un trato? —rió Liam—. Esto no está sujeto a negociación, cachorrín.

—Lo está si queréis mi cooperación. Iré con vosotros, pero lo primero que haremos será dejarla en el autocar. Después de que la haya visto marcharse sana y salva, seré todo vuestro.

—Pero bueno —Liam giró sobre sus talones—. ¿Tu inteligencia no se siente un tanto insultada, Ramón?

—Pues claro —Ramón avanzó hasta situarse junto a su amigo.

—Dijisteis que la soltaríais…

—Y lo haremos, una vez hayas cumplido tu parte. Hasta entonces, ella es nuestra garantía para asegurarnos tu colaboración. Pero no te preocupes, tendremos buen cuidado de…

Derek se lanzó hacia delante tan rápido que los sorprendió con la guardia baja. Agarró a Liam por la pechera de la camisa y lo estrelló contra Ramón. Los dos hombres cayeron.

—Corre —dijo Derek.

Saqué mi navaja.

—¡Corre!

Me dio tal empujón que salí volando. Empecé a correr, pero despacio, con la navaja en la mano mientras miraba por encima del hombro, alejándome lo suficiente para que Derek me creyese a salvo, pero sin abandonarlo.

Derek cogió a Ramón, lo sacudió contra la barra de bombero y su cabeza golpeó haciendo vibrar el acero.

Liam se abalanzó sobre Derek. Y él hizo una finta apartándose de su paso. Mientras Ramón yacía inmóvil en el suelo, Derek y Liam se enfrentaban haciendo círculos. Liam volvió al ataque, y Derek se apartó, pero lo sujetó por la espalda de la sudadera, le hizo perder el equilibrio y lo tiró al suelo.

Derek cayó resbalando, y Liam se le echó encima, tomándose su tiempo mientras Derek se esforzaba por levantarse, tosiendo y resollando mientras se alejaba gateando. Giré para regresar corriendo. En ese momento Derek se puso en pie de un salto y salió corriendo.

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