Despertar

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Capítulo 39

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Derek se acuclilló junto a una criatura sucia, con el pelo enmarañado, que una vez corretease por el bosque y que entonces parecía haber sido atropellada por una apisonadora.

Lo toqué con la punta del pie.

—Estaba pensando en algo con más…

—¿Con más partes del cuerpo presentes? —propuso.

—Con una forma más reconocible, para saber a qué estoy invocando.

—Esto fue un topo. Creo que hay un conejo por ahí, en alguna parte.

—Puedes olerlo todo, ¿verdad? Eso mola.

Me miró con las cejas enarcadas.

—¿Mola ser capaz de encontrar animales descompuestos?

—Bien, ése es… un talento único.

—Uno que me hará progresar en la vida.

—Oye, alguien tendrá que encontrar y limpiar las carreteras de animales muertos. Apuesto a que se paga bien.

—No lo bastante bien.

Se levantó e inhaló, después anduvo apenas unos pasos más, se encorvó y sacó un pedazo de piel de conejo.

—Ahora, sin duda, ya sólo pienso en algo con más partes corporales —dije—, como la cabeza.

Me resopló una carcajada.

—Es probable que se encuentre por alguna parte de los alrededores, pero supuse que también querrías las partes adjuntas —hizo una pausa—. Me pregunto qué pasaría si…

—Sigue preguntándotelo, ése no es un experimento que vaya a realizar.

—Encontraremos algo.

Caminó unos pocos pasos más, volvió a detenerse, con sus hombros tensándose a medida que escrutaba el bosque.

Me situé más cerca y susurré:

—¿Derek?

Otro lento reconocimiento a los bosques, después negó con la cabeza y reanudó la marcha.

—¿Qué fue eso? —pregunté.

—Voces, pero estaban bastante lejos. Probablemente quien sea que tiene esa hoguera de campamento.

A pesar de su negación, ralentizaba el paso cada poco para escuchar.

—¿Estás seguro de que no pasa nada? —pregunté.

—Pues claro.

—¿Debería estar callada?

—Estamos bien.

Me aclaré la garganta después de unas zancadas.

—Sobre lo de la otra noche. Cuando dije que no sabía que tener un cuerpo muerto cerca fuese un problema. Bien, es evidente que sucedió después de lo del murciélago, así que…

Esperé a que rellenase el hueco, pero continuó caminando.

—Sabía que era un problema —proseguí—. Sabía que iba a decir eso, y lo único es que no quería… Exagerar, supongo. Quise admitirlo cuando levanté al hombre, lo de los murciélagos, pero…

—No necesitabas decirme que has hecho algo estúpido cuando ya sabías que lo era —apartó una rama baja para facilitarnos el paso—.

Descarao, necesitas ser más cuidadosa. Todos lo necesitamos. Pero no tienes por qué hacer que me sienta peor metiéndome en tu caso. Lo conozco.

Me miró un instante, entonces sus narinas se hincharon y alzó la cabeza para atrapar la brisa. Hizo un gesto con la mano para llevarnos a la izquierda.

—¿Y qué pasa conmigo, al no suponer que ya estaba comenzando a cambiar? Mentí. Sabía lo que eso debía significar, por los picores, la fiebre y los espasmos musculares. Lo único… Lo mismo que tú. No quería exagerar y hacer que Simon flipase. Suponía que yo podría manejarlo.

—Todos necesitamos ser cuidadosos. Sobre todo ahora, al saber qué hicieron, el…

Bajé la voz hasta callarme, sintiendo el conocido burbujeo de un pánico creciente, la parte de mí que no podía dejar de leer aquellas palabras. «Modificación genética». «Poderes incontrolables». ¿Cuánto podía empeorar? ¿Hasta dónde podía llegar? ¿Cómo…?

—¿Chloe?

Choqué con su brazo y comprendí que se había parado y me miraba cuan alto era.

—Lo descubriremos —dijo, su voz era suave—. Lo manejaremos.

Aparté la mirada. Temblaba con tanta fuerza que me castañeteaban los dientes. Derek colocó sus dedos en mi barbilla y volvió mi cara de nuevo hacia él.

—Está bien.

Me miró desde ahí arriba, con sus dedos aún en mi barbilla y su cara sobre la mía. Después dejó caer la mano y se volvió con brusquedad.

—Por aquí hay algo.

Tardé un momento en seguirlo. Al hacerlo lo encontré agachado junto a un pájaro muerto.

—¿Éste es mejor? —preguntó.

Me incliné. El cadáver parecía tan fresco que se diría durmiendo. Mi consciencia podía vivir con el regreso temporal del espíritu a ese cuerpo. Comencé a arrodillarme, y me enderecé de un salto.

—No está muerto.

—Claro que lo está —lo empujó con la punta del pie.

—No, se está mov… —un gusano salió arrastrándose por debajo del ala del pájaro y retrocedí trastabillando.

—¿Podríamos conseguir otro sin pasajeros?

Derek negó con la cabeza.

—O va a ser como éste, con gusanos, o va a estar demasiado descompuesto por los gusanos —se inclinó para observarlo—. Son larvas de moscarda en su primer estadio, lo que significa que no lleva muerto más de… —sus mejillas se sonrojaron y bajó el tono de voz otra octava—. Eso es más de lo que necesitas saber, ¿verdad?

—Exacto. Hiciste un buen trabajo de ciencias sobre eso, ¿verdad? —al lanzarme una mirada filosa, añadí—: Simon me lo contó mientras yo observaba el cadáver en aquel edificio abandonado. Pero no te lo dijo a ti porque sólo pasaste un momento.

Gruñó.

—Ya, claro. No digo que el mío fuese el mejor, pero sí era mejor que el del ganador, no sé qué porquería sobre combustibles ecológicos —hizo una pausa—. No es eso lo que quiero decir. No hay nada malo en esa clase de cosas, pero el chaval utilizó pseudociencia. Consiguió el voto medioambiental. De todos modos, yo gané el premio del público. Porque, al parecer, el público está más interesado en estudiar cosas muertas y agusanadas que en salvar el medio ambiente.

Una breve carcajada.

—Supongo que sí.

—Y retomando esa cosa agusanada en concreto… Supongo que debería ponerme manos a la obra, hacer de eso un no-muerto.

Me arrodillé a su lado.

—Empezaremos con… —comenzó Derek.

Se cortó en cuanto abrí los ojos.

—Cállate, ¿vale? —dijo—. Iba a hacer algunas sugerencias para un, esto… Un sistema de ensayo, pero supongo que puedes hacer eso.

—Al tener sólo la más ligera de las ideas de qué es un régimen de ensayo, me salvaré a mí misma del bochorno y con gracia te cederé esa parte. Aunque, cuando llegue el momento de la invocación…

—Cállate y ponte a trabajar —se sentó con las piernas cruzadas—. Dijiste que cuando lo de los murciélagos estabas invocando a un fantasma que no podías ver. Así que fue una especie de invocación general. Deberías comenzar haciendo uno específico. Eso nos indicará si, a pesar de todo, reanimarás a un animal cercano al intentar invocar a una persona en concreto.

—Lo pillo. Voy a intentarlo con Liz.

Me imaginé que, si de verdad pretendíamos ser científicos en esa prueba, deberíamos emplear algún sistema de medidas. Comenzaría con el «nivel de potencia» más bajo; sólo diciendo mentalmente: «Oye, Liz, ¿estás por ahí?». Lo hice, comprobé al pájaro y seguí buscando, esperando, encontrar alguna señal de la propia Liz.

—¿Debería probar con más fuerza?

—Con tanta fuerza como puedas.

Pensé en lo que había dicho el semidemonio acerca de levantar zombis en un cementerio situado a casi tres kilómetros y medio de distancia. Estaba segura de que había exagerado, pero aun así…

—Inténtalo con toda la fuerza que te permita estar cómoda —dijo Derek al verme vacilar—. Siempre podremos hacer más fuerza en otra ocasión.

La aumenté un poco. Después un poco más. Estaba cerrando los ojos después de haber examinado al pájaro de nuevo cuando Derek dijo:

—Para.

Mis ojos se abrieron de inmediato. El ala del pájaro se movía. Me levanté y fui hacia ella.

—Puede que sólo sean los gusanos —dijo—. Aguarda.

Se puso en pie, cogió una rama y ya la estaba acercando al pájaro cuando se alzó su barbilla. Sus ojos se entornaron, e hinchó las narinas.

—¿Der…?

Un chasquido lejano me hizo callar. Él arremetió derribándome con un placaje de fútbol americano. Perdí el equilibrio y caí. Algo me hirió en el brazo, justo por encima de los vendajes, y pasó zumbando después, mientras caíamos. Golpeó el suelo con un sonido vibrante, levantando un géiser de porquería. Derek se apartó de mí, pero se mantuvo encima, actuando como un escudo… O, lo más probable, asegurándose de que yo no me pusiese en pie de un brinco. Lanzó un vistazo por encima del hombro.

—¿Estás bien? —preguntó. Al volverse hacia mí sus narinas volvieron a hincharse—. Estás herida.

Tiró de mi manga, se veía un agujero atravesándola en uno de los dobleces.

—Creo que dispararon un dardo —dije—. Me rozó. Cayó por…

Él ya había encontrado el lugar. Aunque lo que arrancó de la tierra no era un dardo tranquilizante.

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