Despertar

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Capítulo 40

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El corazón me dio un vuelco en el pecho cuando Derek sostuvo una bala en lo alto. Tomé una profunda respiración y aparté de mi cabeza pensamientos acerca del Grupo Edison.

—¿Estamos en la propiedad de Andrew? —pregunté.

Asintió.

—Pero, aun así, pueden ser cazadores.

Otro asentimiento. Se apartó de mí y escrutó el bosque. Todo estaba sereno.

—Repta en esa dirección —susurró—, entre los arbustos más espesos. Me acercaré a echar un vistazo…

Se levantó la alta hierba a nuestros pies. Derek volvió a lanzarse sobre mí con un susurro.

—¡Quédate abajo!

Como si hubiese otra opción, teniendo encima a un tipo de noventa kilos.

Un horrible graznido resonó a través del bosque, miramos hacia abajo y vimos al pájaro muerto puesto en pie, con sus alas tamborileando contra el suelo. Señalaré, con cierta satisfacción, que no era yo la única que saltaba.

Derek se levantó apresuradamente apartándose de mí.

—Libera.

—Lo sé.

Repté hasta el otro lado del claro, lo bastante lejos para que no necesitase preocuparme porque el pájaro intentase saltar encima de mí.

—¿Oyes eso? —dijo una voz imponiéndose a los graznidos del pájaro.

Me concentraba en liberar su espíritu mientras el pájaro seguía chillando, pero en todo lo que podía pensar era«¡Cállate! ¡Cállate!». Otro crujido. Ambos nos lanzamos al suelo. Una bala zumbó por encima de nuestras cabezas, alcanzando un tronco de árbol con una rociada de corteza.

Cerré los ojos, aún tumbada boca abajo. Derek me agarró del brazo.

—Lo estoy intentando —dije—. Sólo déjame…

—Olvídate de eso. Vámonos.

Me empujó hacia delante, agachados, moviéndonos rápido. El pájaro continuaba chillando detrás de nosotros, ocultando el ruido de nuestra retirada. Cuando él paró, nosotros también. Podía oír algo revolviéndose entre la maleza; el pájaro o nuestros perseguidores. No sabría decirlo. Un momento después el pájaro volvió a comenzar, sus gritos alcanzaron tal filo de pánico que se me encogió la piel.

Cerré los ojos para liberarlo.

—Todavía no —dijo Derek.

Me llevó más lejos, hasta encontrar un grupo de arbustos. Nos las arreglamos para meternos en medio de ellos y nos acuclillamos. Los chillidos del pájaro se apagaron, pero podía oírlo moviéndose.

—¿Qué co…?

Era una voz de hombre, cortada por un pfft que cualquiera que vea películas de crímenes reconocería como el sonido de un arma con silenciador. Estaba bastante segura de que no fabrican silenciadores para rifles de caza… Y de que los cazadores no llevan armas de fuego de las que se cuelgan al cinto.

Los chillidos del pájaro aumentaron de intensidad. Y las maldiciones del hombre crecieron más aún. Un par de disparos más con silenciador, después un chasquido, como si también lo intentase con el rifle. Los chillidos del pájaro se convirtieron en un gorgoteo espantoso.

—¡Jesús! ¿Qué es esta cosa? Prácticamente le he volado la cabeza y aún vive.

Otro hombre le respondió con una carcajada bronca.

—Bien, supongo que eso responde nuestra pregunta, ¿verdad? La pequeña Saunders encontró a esos chavales.

Eché una mirada a Derek, pero él tenía la suya fija al frente, en dirección a la voz. Cerré los ojos y me concentré en el pájaro. Un momento después, por fin terminaron aquellos patéticos ruidos.

Al llegar otro graznido volví a cerrar los ojos con fuerza creyendo que, después de todo, no había liberado al espíritu. Pero era sólo la radio. Derek se esforzó por escuchar. No pude entender la mayor parte de las cosas que decían, sólo lo suficiente para confirmar que esos hombres sí pertenecían al cuerpo de seguridad del Grupo Edison.

Nos habían encontrado. Y ya no iban a conformarse más con dardos tranquilizantes. ¿Por qué tendrían que hacerlo? Éramos peligrosos sujetos experimentales que ya se habían fugado dos veces. Entonces ya no tenían excusas para no hacer lo que les hubiese hecho felices desde hacía tiempo: abandonar la rehabilitación y «apartar» a los nuestros de su estudio. La única que podría luchar por mantenerme con vida era tía Lauren, una traidora. Era más fácil matarnos allí y enterrarnos, lejos de Búfalo.

—¡Simon! —siseé—. Necesitamos avisarlo y…

—Lo sé. La casa está al otro lado de eso. Daremos un rodeo.

—Pero no podemos regresar a la casa. Ése es el primer lugar al que irán, si es que los suyos no están ya allí.

Sus ojos se concentraron más en la distancia, y encajó la mandíbula.

—Su-supongo que tenemos que intentarlo, ¿verdad? —dije yo—. Vale, si tenemos cuidado…

—No, tienes razón —convino él—. Iré yo. Tú espera aquí. Lo sujeté por la espalda de su abrigo cuando comenzó a reptar.

—No puedes…

—Necesito avisar a Simon.

—Yo voy.

—No, tú te quedas aquí —empezó a volverse y entonces se detuvo—. Mejor aún, aléjate más. Hay una carretera a menos de un kilómetro de aquí en dirección norte —señaló—. No puedes perderte. Es un recorrido fácil; Simon y yo solíamos hacerlo todo el rato. En cuanto dé la señal, te largas. Llega a la carretera y ocúltate. Te encontraré allí.

Comenzó a alejarse caminando. Intenté argumentar, pero sabía que sería inútil; nada iba a impedirle regresar por Simon. Tenía razón al no quererme a su lado. No sería más que otra persona a la que proteger. Mejor no esperar por su señal y…

El estridente silbido de Derek rasgó la noche. Después volvió a silbar, y una tercera vez más, y entonces comprendí que eso era a lo que se refería con «señal», no sólo para mí, sino también para Simon, intentando despertarlo.

Fue lo bastante fuerte para despertar a todo el mundo; y también para decirle a todo el equipo de seguridad el lugar exacto donde…

La idea me llegó a la cabeza dando trompicones hasta detenerse. Entonces comencé a maldecirlo, llamándole mentalmente todas las cosas que se me ocurrieron, e incluso algunas que no me había dado cuenta que conocía.

Él sabía que sus silbidos llamarían la atención de todo el equipo del Grupo Edison. Pero había hecho eso, en vez de algo sutil como lanzar piedras a la ventana de Simon. Estaba dirigiendo su atención hacia él, dándonos a Simon y a mí una oportunidad para escapar.

Quería gritarle. Aquellos hombres tenían armas. Armas de verdad. Y no temían usarlas. Si se tragaban el anzuelo…

«Él estará bien. Te dio la oportunidad de escapar. Ahora empléala. ¡Muévete!»

Me obligué a salir de entre los arbustos y, agachada, emprender un trote lento escogiendo pisar zonas limpias y evitar la ruidosa maleza. Miré a mi alrededor en busca de refugio al oír pasos, pero, al no ver ninguno, me tiré al suelo.

Dos siluetas pasaron a unos tres metros de distancia. Ambas cubiertas de pies a cabeza con ropa de camuflaje, como los tiradores militares. Incluso sus sombreros disponían de una red como pantalla para sus rostros.

Una radio chirrió y con eso llegó una voz de hombre.

—¿Equipo Bravo?

Uno de los dos, una mujer, a juzgar por su voz, contestó.

El hombre continuó hablando.

—Está por aquí. Acercaos desde el este y nosotros lo envolveremos…

Un disparo de rifle me puso el corazón en la garganta. Los crujidos de la maleza sonaron por la radio.

—¿Lo tienes? —preguntó la mujer.

—No estoy seguro. Ése fue el equipo Charlie. Corto. Vayamos por aquí.

Otro disparo. Más alboroto en la distancia. Estaba segura de que mi corazón martillaba lo bastante fuerte para que ambos me oyesen, pero continuaron andando, dirigiéndose hacia aquel jaleo lejano. Dirigiéndose hacia Derek.

Bravo, Charlie… Había visto suficientes películas de acción para saber que eso implicaba la presencia de, al menos, tres parejas haciendo patrulla por allí fuera. Seis agentes de seguridad armados. Suficientes para rodear a Derek y después…

«Sólo mantén la marcha. Él encontrará una salida. Tiene superpoderes, ¿recuerdas?»

Ninguno de los cuales le servirían de ayuda contra seis profesionales entrenados. Ninguno de ellos podía detener una bala.

Esperé hasta que se fueron los dos y después escruté las copas de los árboles. Tuvimos jornadas de supervivencia durante los últimos seminarios estivales de arte dramático. Yo fui un desastre en la mayoría de los desafíos atléticos, pero hubo uno en que ser pequeña era una ventaja… Eso y tener unos cuantos trofeos antiguos en gimnasia femenina en mi repisa.

Corrí hasta el árbol más cercano con ramas bajas, agarré una y la probé. Si Derek se balancease sobre ella la doblaría hasta el suelo, pero yo fui capaz de subirme a ella y a la siguiente, una más resistente que apenas produjo un desmayado chasquido de queja.

Seguí trepando hasta estar segura de que me ocultaba el palio de hojas nuevas. Entonces me coloqué en posición segura y silbé; un pitido suave y aflautado que a Derek le haría poner los ojos en blanco.

«¿Qué te hace pensar que ellos podrían ni siquiera oír eso?»

Volví a silbar.

«E, incluso aunque pudiesen, ¿para qué molestarse conmigo? Sabían dónde estaba Derek. Se cebarán en él».

El distante ruido de botas de la pareja que se alejaba se detuvo. Un murmullo de voces. Después el ruido de pasos volvió en mi dirección.

«¿Y qué vas a hacer ahora? Será mejor que tengas un plan o…»

Hice callar a mi voz interior y di otro silbido más suave, lo justo para asegurarme de que me oyesen.

La radio chirrió.

—¿Alfa? Aquí Bravo. Creemos haber oído a la chica Saunders. Intenta contactar con Souza. ¿Ya lo tenéis?

Me esforcé por escuchar la respuesta, pero no pude entenderla.

—Nos dirigiremos hacia allí para ayudar en cuanto la tengamos.

Lo cual significaba que no tenían a Derek.

«O lo tenían; sólo que necesitaban ayuda para controlarlo».

La radio volvió a sonar, otra transmisión que no pude entender. La mujer cortó la comunicación y después le dijo a su compañero:

—Quieren que vuelvas y ayudes con el crío. Yo puedo ocuparme de la chica Saunders.

«Bueno, el asunto no funcionó muy bien, ¿verdad?»

El hombre se alejó. Yo me quedé quieta mientras la mujer comenzó a buscarme. Pasó al menos a cuatro metros de mi árbol y siguió avanzando. Esperé hasta estar segura de que no volvería por iniciativa propia, y entonces golpeé el tronco del árbol con el pie.

Se volvió. Por un instante se quedó allí, encandilando con la luz de su linterna un círculo completo. Me preparé para golpear de nuevo, por si se alejaba, pero se dirigió hacia mí, moviéndose despacio, sin apenas rozar la superficie del suelo, deteniéndose ante cada arbusto o mata de hierba alta.

Al pasar bajo mi árbol afirmé mi agarre y me pegué a la rama. Al mover el pie con el que había pateado, raspé el tronco del árbol. Un pedazo de corteza cayó a los pies de la mujer.

Lo alumbró bajando la linterna.

«Por favor, no. Por favor, por favor».

El rayo de la linterna se levantó hundiéndose en las ramas.

Caí. No pensé acerca de la estupidez de caer encima de una mujer armada de, con mucha probabilidad, dos veces mi tamaño. Me limité a soltarme y caer de la rama, con esa voz interior vociferando: «¿Qué estás haciendo?…». Con un lenguaje mucho menos correcto.

Acerté a la mujer. Ambas nos fuimos al suelo, aunque ella amortiguó mi caída. Me levanté de un brinco, sin hacer caso a las protestas de mi atribulado cuerpo. Saqué mi navaja de un tirón y…

La mujer yacía a los pies del árbol, con su cabeza a escasos centímetros del tronco. Tenía una especie de velo de red colgando sobre la cara desde el ala del sombrero, pero a través de él podía ver que sus ojos estaban cerrados y le colgaba la lengua. Debía de haber golpeado el árbol con la cabeza y quedado inconsciente. Resistí el impulso de registrarla, coger su radio, darle la vuelta y buscar su arma. No estaba allí. Ni rifle ni pistola… O no algo que pudiese ver. Lancé una buena mirada alrededor por ver si la había tirado. Nada.

O se la había llevado su compañero o tenía una oculta bajo la chaqueta. Me quedé quieta, quería registrar, pero temía despertarla. Un último vistazo, luego recogí la linterna del suelo y corrí.

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