Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 27

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Obsequio de Potipur regresó a Costa Norte, gracias a la pericia de los navegantes, tres poblados al este de Thou-Ne. Todos se congregaron junto a la baranda, observando la costa que se acercaba y presintiendo que algo andaba mal, que algo faltaba. No supieron con precisión de qué se trataba hasta que Medoor Babji exclamó:

—¡No hay voladores!

Era cierto. Con excepción de los pequeños pájaros, no había alas en lo alto, ninguna andrajosa figura grande que volara sobre las Talon.

En los muelles había montones de pescado fresco, y nadie parecía comerlo ni venderlo. Una hora después de su llegada, todos sabían cómo y por qué, y Thrasne se acercó hasta el Templo para ver la pared donde antes se encontraban los rostros de las lunas. Allí había un escultor que trabajaba en una gran figura de piedra. Cuando Thrasne le preguntó qué representaría, el hombre le respondió que la Portadora de Luz. Una mujer, con una criatura en los brazos. No se parecía en nada a Suspirra, pero había que considerar que el escultor no tenía mucho talento. Al menos, eso fue lo que pensó Thrasne, preguntándose qué diría Pamra de aquella imagen. Le comentó algo de esto al escultor, con la observación de que en realidad no se parecía mucho a ella.

—Bueno, en cuanto a eso… —El hombre escupió un poco de polvo—. Probablemente sea tallada bajo cien formas diferentes o más. Según me han dicho, lo que quedó de ella después de que la quemaran no dejó demasiado para utilizar como modelo.

Thrasne lo agarró por la garganta antes de que el pobre hombre supiera qué era lo que había desatado, y tuvieron que acudir dos hombres para obligarlo a soltar al escultor. Le contaron lo que sabían; lo cual, además de no ser demasiado, estaba deformado por los mitos.

—Se elevó —susurró una mujer—. Ardía como el pájaro de fuego y se elevó hacia el mismo cielo, cantando como un ángel.

Thrasne abandonó el lugar tambaleándose.

Algo estaba herido en su interior, algo que podía cubrir con la mano extendida, un ardor que parecía consumirlo por dentro. Ardía, como había ardido Pamra Don. La sensación se fue ensanchando y llegó hasta los límites de su cuerpo. Entonces, irrumpió a través de su piel en una llamarada espiritual, con una vaga forma humana, y el calor de esta explosión emocional se alejó como una ráfaga de viento caliente. Podía sentirla como una presencia que partía, una realidad con motivaciones propias que desaparecía de su entendimiento. En ese suplicio momentáneo, sintió su despedida de un ángel que se expandía hasta cubrir el universo entero, volviéndose más tenue a cada instante para desintegrar finalmente toda conexión que tuviera con él.

Apoyó la mano sobre el lugar dejado por el ángel, en algún punto cercano a su estómago o a su corazón, un sitio interior que no tenía ninguna relación con los pensamientos, sino con las entrañas. Donde ardiera el fuego había un vacío. Un hueco. Thrasne hurgó con un dedo, casi seguro de que podría penetrar en ese vacío, pero sólo se encontró con la solidez de los músculos y la dureza de las costillas. Ese vacío no era físico, y no producía ningún dolor. El ángel se había llevado consigo todo el dolor al partir.

—Pamra Don —pronunció para probar si había alguna repuesta. No la hubo. Tal vez un destello de tristeza, como un soplo de bruma matinal en el rostro, trayendo el perfume de hierbas húmedas, pero sin evocar nada en particular—. ¿Pamra Don?

Y, entonces, volvió a intentarlo:

—¿Suspirra?

Ella también había desaparecido.

Así pues, ¿qué fue lo que lo abandonó? ¿Un fantasma? ¿Un espíritu en llamas? ¿Un súcubo que había vivido debajo de su corazón?

¿O fue algún alma infantil propia, creada por él mismo, soñada, esperada, nacida muerta en este mundo, pero liberada para algún universo más amplio?

Fuera lo que fuese, ya no sería.

—No puedo hacer nada —se lamentó, con asombro—. No hay nada que pueda hacer por Pamra Don.

Excepto, tal vez… Sus manos se crisparon con vida propia, ansiando un cuchillo o un cincel, mientras su mente recordaba lo que el escultor estaba haciendo en el Templo. Excepto, tal vez eso. No importaba lo que ella era o en qué se había convertido, él podría mostrarla tal como fue.

—Después de todo, yo la conocí —se oyó decir, pensativo—. La conocí.

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