Despertar

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Libro Primero » Capítulo 1

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El hombre se miró los pies y murmuró:

—Un pescador la vio. Estaba enferma. Tenía miedo de morir, miedo de enfrentarse a la Clasificación. Mi madre no la dejaba en paz. Siempre le estaba diciendo lo mala e incapaz que era. Supongo que pensó… —El hombre dejó de hablar y mantuvo la vista fija en el agua. Su rostro largo y afligido parecía recordar otros tiempos—. Era hermosa —susurró al fin—. Era muy hermosa.

La entonación de su voz hizo que Thrasne volviera a mirarlo. Sí. La camisa que llevaba bajo la capa gastada indicaba que pertenecía a la casta de los artistas. A juzgar por su aspecto no había alcanzado demasiado éxito, y probablemente su madre culpaba de ello a la mujer muerta. Thrasne regresó rápidamente al

Obsequio de Potipur, ansioso por ponerse a tallar. El hombre, la mujer y la niña, con un poco de suerte, podría comenzar antes de que Blint le encontrase otra cosa que hacer.

Pasaron tres días en Baris. Los mercaderes querían especias, pero insistían en entregar pamet a cambio. Blint no quería aceptar más pamet.

—Tienen la cabeza de piedra —se quejó mientras otra delegación abandonaba el barco sin lograr su cometido—. Al parecer no quieren entender que en esta sección todos los poblados tienen más pamet del que pueden utilizar. Tendremos que llegar hasta Vobil-dil-go antes de que alguien nos lo quiera comprar. Les he dicho que aceptaríamos juguetes, dulces de puncon seco o incluso tejidos de pamet, siempre que se trate de algo fuera de lo común. Al final terminarán por aceptar, sólo que necesitarán dos o tres días para decidirse.

Al llegar el tercer día se decidieron, y Blint realizó un rápido negocio. Para el anochecer, todo había terminado y la tripulación del barco bajó a Baris para buscar un poco de diversión. Thrasne se ofreció para vigilar el barco. Quería terminar sus tallas, así que se las llevó consigo a cubierta y trabajó a la luz de las lámparas que brillaban en las ventanas de la casa del patrón. Se sentía satisfecho con la forma en que había logrado reflejar el dolor de Fulder Don, y estaba terminando la talla de la mujer, Delia, y la niña.

Lo único que se oía era el suave sonido del agua contra el barco y alguna que otra risa o canción que llegaba desde las tabernas. Pasó un buen rato antes de que Thrasne oyera los golpecitos.

Cuando hubo tomado conciencia del sonido, necesitó unos momentos más para identificarlo. Parecía provenir de todas partes y de ningún sitio en particular. Finalmente, se inclinó sobre un costado y lo oyó con claridad. Había algo en el Río, golpeando contra el casco del barco.

Bajó una lámpara atada a un cordel y, por unos momentos, sólo vio la superficie grasienta del agua. Entonces, ella emergió y lo miró por unos instantes, girando entre las olas con los párpados entrecerrados.

—¡Suspirra!

Apoyó la lámpara, temblando, y se frotó los ojos. Era el rostro de Suspirra. Los golpes continuaban. Volvió a bajar la lámpara y la mujer giró nuevamente y lo miró. El agua fluía por su rostro, y el cabo en el cual estaba enredada le brillaba sobre los senos.

Thrasne sintió un vuelco frío en el estómago. Dejarla allí hubiese sido como quemar a su propia Suspirra en el hogar. Le llevó un buen rato comprender que los golpes sonaban a madera y no a un cuerpo humano. Primero pensó en una talla e inmediatamente después en el plaga. Se trataba de la mujer que habían estado buscando. La mujer que había sido tan hermosa, que seguía siendo tan hermosa. Convertida en madera. Muerta. De todos modos, no podía dejarla allí.

Subió una de las redes pequeñas, lo suficientemente inocua después de su baño con polvo de frag. Ató una cuerda al botalón y se puso a trabajar en silencio. Empujando la red con unas varas, la colocó debajo de ella. Por último empezó a elevar el cuerpo empapado hacia la cubierta.

A la luz de la lámpara, ella giraba a un lado y a otro en una danza silenciosa. Tenía los ojos entreabiertos y los labios curvados como si estuviese a punto de hablar.

—Muy hermosa —murmuró, conteniéndose con dificultad para no tocarla—. Muy hermosa.

En la orilla se abrió la puerta de una taberna y se oyeron unas risas. Muy pronto Blint traería de vuelta a la tripulación y, si veía a la mujer, la vendería a su familia o a los Despertantes, aunque Thrasne no imaginaba de qué podría servirles a ninguno de ellos. No. No haría eso. Ella había huido de su familia y de los Despertantes. La mujer fugitiva había desaparecido y ahora era su propia Suspirra. Thrasne pensaba a toda velocidad, descartando una idea tras otra.

Recordó entonces el pozo de ventilación bajo su cubículo. Volvió a subir la red y la elevó sobre el techo de la casa del patrón para bajarla hacia allí, suspendida de la reja de palos sobre la cual solía sentarse. En ese sitio nadie podría verla ni tocarla… salvo él mismo.

Cuando Blint regresó con la tripulación, Thrasne se encontraba en cuclillas bajo la ventana de la casa del patrón, terminando la talla de Delia y la niña. Por primera vez desde que la hiciera esa noche ni siquiera miró la pequeña escultura de Suspirra.

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